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• Textos en línea “El amor no es otra cosa que un decir en tanto acontecimiento” sostiene
Lacan (2). Se ha dicho también que “es un decir de órdago” (3); vocablo
llamativo este último, pues proviene de la lengua vasca, y deriva de “or
• Libros recibidos dago”, que en una de sus acepciones significa “ya está”. Al sujeto como al
niño del carretel de Freud, le acomete el júbilo: ahí está el objeto amado,
completante. Órdago además, es el envite del resto en el juego de baraja
del mus, lo cual implica desafío, y riesgo: lo hay en el amor. Una tercera
acepción refiere a algo maravilloso, fantástico. Además, en su múltiple
significación, el decir del amor se dirige al saber en tanto éste “está aquí” y
a ese saber lo llamamos inconsciente.
Vamos a considerar la cuestión del amor partiendo del Seminario XXI, “Le
non dupes errent”, pues allí Lacan da nombre a sus tres versiones: el amor
cortés, amor divino y masoquismo.
El amor cuando lo imaginario anuda
También se puede decir que el amor es “ese lazo esencial de lo Real y lo
Simbólico”. cuando lo Imaginario está tomado como medio, tiene la
posibilidad de ser un puro fracaso, ¿ qué nos demuestra el redondel de hilo
de lo Imaginario tomado como medio?, se pregunta Lacan, a lo que
responde que lo que él soporta es el amor. O bien: en lo Imaginario tomado
como medio está el verdadero lugar del amor; amor que consiste en un
decir que parte de ese Imaginario tomado como medio.(5)
Nos preguntamos cómo y cuando se manifiesta, y oímos desde Lacan: “El
amor es el amor cortés” (6). Ocurre que lo que se intentó desde siempre
fue entender sus contradicciones y misterios, desmenuzando su clara-
oscuridad y quizás la erótica de la Edad Media fue una puesta en evidencia
de la verdadera finalidad del amor entre los sexos, ya que trataba de abolir
en lo Imaginario las diferencias sexuales (7), consiguiendo homosexualizar
temporal e idealmente a los protagonistas de la escena amorosa, pues el
amor masculiniza a la mujer y feminiza al hombre en un fantasma cuyo
sujeto no sabe quién es ni en qué se transforma.
De aquel espíritu nace el amor, un amor purificado que va de los ojos (a-
mirada) al fantasma, la memoria y a todo el cuerpo transido de deseo. Es la
supremacía medieval de lo Imaginario, entrelazando el fantasma en lo
inconsciente y en juego de espejos, la belleza “nova”, que remata en la
palabra cantada, también “nova”: el Joi, que implica la máxima exaltación
de la mujer, de ella parte: es “elevada a la dignidad de la Cosa”, lo cual es
propio del Joi amoroso; o bien decide el abandono de la misma en tanto
demonio encarnado, que puede empujar al hombre hasta la patología
melancólica. Es que “Mujer es uno de los nombres de Dios” y el Demonio su
contra cara.
En la Edad Media se llega así a sostener que el hombre sólo puede ser
“salvado” por esa esencia femenina en Dios, pensamiento que recoge el
Dante en la Divina Comedia: termina el último canto del Paraíso en la
glorificación de Beatriz y la Virgen María.
El amor, que trató de huir del deseo y el placer carnal, no pudo sin embargo
extinguir el deseo: la nueva versión del amor divino intentará lograrlo
articulando el cuerpo con la muerte, al punto que el cuerpo deviene muerte
y la muerte, cuerpo; ambos enlazados por el goce.
En esta singular versión del amor, el goce no es del orden del bien, es un
mal, en tanto crueldad, agresión , destrucción. Es un principio maligno que
obstaculiza la inclinación al bien. Lacan, para ubicar ese principio del mal en
el campo de la Cosa, el das Ding de Freud, se remonta a Aristóteles y los
cátaros (12); y también a Lutero, cuando éste sostiene que el hombre ha
caído en el mundo como un desecho. (Un a).
De modo que lejos de todas las morales de felicidad, el goce implica “la
aceptación de la muerte”, es que el deseo, que Lacan coloca en el centro de
su ética (13), se relaciona con la pulsión de muerte, “esa imagen
metapsicológica de Freud” y porque la realización del deseo se formula en
una perspectiva de Juicio Final.
De manera que “el grado más perfecto del amor divino” sería el del
sacrificio, inmolándose el propio sujeto , buscando todo el dolor posible: es
estado de muerte, pero muerte y acción, dejándose quitar la vida,
entregándose activamente a la muerte.
Lacan, por su parte, nos dice que el sacrificio “significa que en el objeto de
nuestros deseos, tratamos de encontrar el testimonio de la presencia del
deseo del Otro, que llamo aquí Dios oscuro... este es el sentido eterno del
sacrificio”. De modo que aquí se roza el amor perverso. Más aún, Lacan
habla del deseo que conduce al sacrificio, no sólo del objeto de amor en su
ternura humana, sino también “a su sacrificio y su asesinato. Es por eso
que escribí Kant con Sade”(15).
Por eso podemos coincidir en que el goce tiene la cara del sacrificio. De ahí
que el puro amor no se compadece de su sujeto ni de su objeto; es más:
implica la destrucción y la pérdida del sujeto en su objeto, según lo sostiene
Madame Guyon. Y llegará al extremo máximo de este pensamiento diciendo
que “si la culminación del amor es dar la vida por aquel al que se ama, el
amor divino puede llegar hasta dar el alma y la eternidad por su Dios”.
Pero ¿dónde ubica Lacan a Dios cuando se trata del amor divino? Porque
nos plantea el discurso del amor compuesto de cuatro puntos: el goce, el
Otro, el signo y el amor. ¿Dónde estaría Dios? Encontramos su respuesta en
el Seminario XX, “Encore”, cuando observa lo siguiente: “¿...porque
indignarse... que yo ponga a Dios como un tercero en el asunto del amor
humano?” (16) Entonces entre el hombre y la mujer se halla cierto Otro
“que bien parecía ser el viejo buen Dios de siempre”(17).
De modo que pone a Dios en el lugar del Otro, y éste en tanto lugar donde
queda ubicado como lugar de la palabra: “es una manera, no puedo decir
de laicizar, pero sí de exorcisar al Buen Dios”(18).
Habría así al menos, dos caras del Otro: una, la de Dios, sostenida por el
goce y otra, la de su significancia, ambas alimentando el discurso del amor
divino, místico.
Hay además, otra cuestión, ahora referida al goce, pues hay las dos
dimensiones del mismo (19): la de Dios-Otro que es el único que goza y el
goce del cuerpo mediante el vértigo de las mortificaciones y martirios, tan
propios del amor divino, que además, “conformarán así mismo, la nota
sadiana” en “ese río de representaciones de mártires” (20) que la Iglesia
exhibe hasta la saturación.
Pero he aquí que esa “nota sadiana” nos desliza hacia la otra versión del
amor: el masoquismo.
El masoquismo
En el amor cortés, divino o en el masoquista, se trata de las distintas
maneras de atar el nudo, produciéndose virajes, cortes, nuevas ataduras.
La madre ocupa aquí un lugar privilegiado, o para mejor decir, único, pues
el deseo materno elige el cuerpo de su hijo como objeto de deseo y en éste,
el significante tambalea entre el goce fálico y el goce del cuerpo. Rechazado
el “no toda fálica” del ser mujer, reniega de la diferencia de sexos. Un
exponente paradigmático del amor masoquista es Sacher-Masoch, quien
como bien sabemos, le dio nombre a dicha perversión.
Disocia el sexo femenino del ser a quien se ama, con lo cual “no hay nada
corporal, nada sensible”(22).
El martirio que lo hace víctima, lo conduce ante un Otro a quien amar sin
recompensa, desembocando en la muerte como vil objeto del goce de ese
Otro, no aspirando a un más allá, como muestra en cambio, la sensibilidad
y la apatía del amor divino, sino que se ve impulsado a la negación de la
diferencia sexual, huyendo del mundo en su rechazo a lo carnal sexuado, de
modo que santos y mártires, víctimas y verdugos no hacen más que
intentar borrar lo que siendo imborrable, los lleva de fracaso en fracaso.
RESUMEN
"¿Por qué hablar de amor cortés en una era de permisividad en la cual el encuentro
sexual es a menudo nada más que un "trámite" en un oscuro rincón de la oficina?" [*] A
partir de este interrogante que plantea Zizek desde la perspectiva psicoanalítica, se
podrá entrever algunos aspectos o condiciones que caracterizan a los vínculos eróticos
en la actualidad. En otras palabras, la impresión de que el amor cortés constituye hoy
día un anacronismo ampliamente suplantado por los hábitos modernos no nos permite
ver sin embargo, que su lógica sigue definiendo aún los parámetros dentro de los cuales
los dos sexos se relacionan entre sí. Esta perseverancia de la matriz del amor cortés da
prueba, incluso, de cierto callejón sin salida en el feminismo contemporáneo, que
oponiéndose a la "dominación patriarcal", socava simultáneamente el soporte
fantasmático de su propia identidad "femenina".
Sus iniciadores fueron los trovadores cátaros del territorio del Languedoc que abarcaba
parte del sur de Francia, pero que influyeron en gran parte de Europa. Poetas y cantantes
que habitaban en los palacios, en la corte. Es decir, que con frecuencia se trataba de la
elite aristocrática, aunque no exclusivamente.
Los trovadores crearon un nuevo género poético –la poesía cortés escrita en lengua
vulgar o romance–[1] así como un nuevo código de amor. El amor cortés fue tanto una
creación poética, como un ideal social y un código de amor. La poesía de los trovadores
era acompañada por la música; el poeta recurría al artificio de combinar su voz con la
música para seducir los oídos de la dama. Sus cantos exaltaban un amor noble y
refinado contrapuesto a lo burdo de la copulación y la reproducción. Su ideal era tanto
una ascética como una estética. Había tanto la aspiración de ascender espiritualmente al
contacto con el objeto amoroso como la idea de hacer una obra de arte de las relaciones
amorosas. Los poetas hacían alusión a lo difícil que era acceder al lugar del amor. En
cuanto al código de amor, que dio origen al ritual del amor cortés. Acatar las leyes de
amor (mesura, servicio, proeza, larga espera, castidad, secreto y gracia) permitía al
poeta acceder a la alegría y al verdadero amor.
Con los conceptos de amor purus y amor mixtus, Capellanus sintetiza dos vertientes de
amor cortés: El amor puro es el que une a los amantes con toda la fuerza de la pasión;
consiste en la contemplación del espíritu y de los sentimientos del corazón; incluye el
beso en la boca, el abrazo y el contacto físico [...] con la amante desnuda, con exclusión
del placer último, pues éste está prohibido a los que quieren amar puramente. En tanto,
el amor mixto, que incluye todos los placeres de la carne y llega al último acto de
Venus. [...], es también un amor digno de elogio, aunque por él amenacen muy graves
peligros.
En su obra "El amor y Occidente" Denis de Rougemont nos dice que el amor cortés
nace como una reacción de la caballería contra la anarquía brutal de las costumbres
feudales.
El objeto central de esta figura del amor es sin duda la mujer, la Dama. Los poetas
provenzales asimilaron de la España musulmana tanto las formas de su poesía popular
como algunas de sus prácticas amorosas,[3] particularmente en lo concerniente a la
costumbre de los señores musulmanes de invertir la relación entre el amante y su dama.
Los árabes se declaraban servidores y esclavos de sus damas. Los trovadores se
reapropian de esta costumbre y llamaron a sus damas Midons (Mi señor).
El primer escollo que debiera evitarse a propósito del amor cortés es la concepción de la
Dama como objeto sublime: "en general, se evoca el proceso de espiritualización, el
cambio del anhelo sensual cruda al deseo espiritual elevado. La Dama es así percibida
como un tipo de guía espiritual en la alta esfera del éxtasis religioso, en el sentido de la
Beatriz de Dante.[4]" Jacques Lacan enfatiza al respecto una serie de rasgos que
contradicen tal espiritualización:
"La creación de la poesía [cortés] consiste en plantear, según el modo de sublimación
propio del arte, un objeto al que designaría como enloquecedor, un partenaire
inhumano. Jamás la dama, hablando con propiedad, es calificada por tal o cual de sus
virtudes reales y concretes, por su sabiduría, su prudencia, incluso por su pertinencia. Si
es calificada como sabia, no es más que en tanto participa de una especie de sabiduría
inmaterial, que más representa de lo que ejerce sus funciones. Por el contrario, el
carácter esencial es el de ser tan arbitraria en sus exigencias de la prueba que impone a
su galán, como sea posible. Es ser esencialmente cruel, como se lo ha llamado más
tarde, en el momento de los ecos pueriles de esta ideología. Y como se dirá más tarde,
semejante a las tigresas de Hyrcanie." [5]
Otro de los rasgos decisivos que caracterizan al amor cortés es que se trata
completamente de una cuestión de cortesía y etiqueta. Es una estricta fórmula ficcional,
con un juego social "como si", donde un hombre finge que su querida es la Dama
inaccesible. Y es precisamente este rasgo lo que nos permite establecer un lazo entre el
amor cortés y el masoquismo, como forma específica de la perversión articulada por
primera vez a mediados del siglo XIX en las obras literarias y en la práctica concreta de
Sacher-Masoch.
Gilles Deleuze destaca que los creadores de las nociones de "sadismo" y "masoquismo"
alcanzaron rumbos muy disímiles tanto en la clínica como en los estudios literarios.
Deleuze parte de lo que considera una injusticia respecto al destino que tuvo la obra de
Sacher-Masoch; pues aun los mejores libros sobre masoquismo ignoran la obra literaria
de Masoch cosa que no ocurre con Sade, quien se transformó en un referente mayor en
ambos campos; mientras que la singularidad de Sacher-Masoch quedó atrapada en una
pseudounidad "sadomasoquista" y su compleja producción literaria fue injustamente
olvidada.
En su célebre Presentación a Sacher-Masoch, Deleuze critica la ambivalencia freudiana
entre el sadismo y el masoquismo. Para Deleuze el masoquismo no debe ser concebido
como simple inversión simétrica del sadismo. El sádico y su víctima nunca forman una
pareja "sado-masoquista" complementaria. Afirmar, con excesiva rapidez, la unidad
sadomasoquista, asegura Deleuze, amenaza ser un síndrome grosero incompatible con
las exigencias de una verdadera sintomatología. Deleuze ahonda así en el malentendido:
"El contrato aparece como la forma ideal y la condición necesaria de la relación
amorosa (...) Del cuerpo a la obra de arte, de la obra de arte a las Ideas, hay toda una
ascensión que debe cumplirse a latigazos. Un espíritu dialéctico anima a Masoch (…)
En otro sentido, el héroe masoquista parece educado y formado por la mujer autoritaria,
pero en lo más profundo es él que la forma y la disfraza, y le sopla las duras palabras
que ella le dirige" (…) el contrato, en el masoquismo, deviene objeto de una caricatura
que resalta toda su ambigüedad de destino. En efecto, la relación contractual es el
prototipo de una relación de cultura artificial, apolínea y viril, opuesta a las relaciones
naturales y crónicas que nos unen a la madre y a la mujer. Si la mujer queda implicada
en una relación contractual, es más bien en calidad de objeto dentro de una sociedad
patriarcal. Sin embargo, he aquí que el contrato masoquista se cierra, por el contrario,
con la mujer. Y en su intención paradójica está el hacer de una de las partes el esclavo y
de la otra -la mujer- el amo y el verdugo.... Y, paradoja superior, quien concibe esta
intención, quien concede este beneficio es la víctima, la parte viril." [6]
Deleuze no deja de afinar su lectura del contrato masoquista: "El contrato masoquista se
establece con una madre devoradora; en tal sentido, el masoquismo constituye una
"regresión" a un período anterior de la historia (individual y colectiva) en el que la
mujer, de acuerdo a las teorías del matriarcado, cumplía en la sociedad un papel
fundamental." Más adelante agrega: "[...] la aplicación de la ley paterna es devuelta a las
manos de la Mujer o la Madre. El masoquista persigue algo específico en esta
transferencia: que el placer que la ley le prohíbe le sea dado precisamente por medio de
la ley. Porque él degustará a través de la ley el placer que la ley paterna veda, en la
medida en que la ley le sea aplicada con máxima severidad por la mujer. [...] Su
sumisión total significa que él entrega al padre y a la ley paterna para que se haga
escarnio de ambos. [...] La misma ley que me veda realizar un deseo so pena del castigo
consecuente es ahora la que pone al castigo en primer plano y me ordena,
consecuentemente, satisfacer mi deseo: he aquí una variedad de humor verdaderamente
masoquista".[7]
Deteniéndose en esta lectura deleuziana del contrato masoquista, Zizek señala que
Deleuze no llega a desplegar como corresponde y comprender apropiadamente las
consecuencias de sus propias elaboraciones, vale decir, la forma en que este contrato
-con la mujer a la que el masoquista le entrega su autoridad- socava la autoridad
paterna:
Para Zizek, "no se trata de que el masoquista 'regrese', simplemente, del nivel paterno al
materno; permaneciendo dentro del dominio de lo paterno (contrato), lo que hace es
reintroducir a la Mujer como socia en el contrato, pero no para disfrutarla plenamente,
sino para burlarse de la autoridad paterna. De esta manera, el masoquista escenifica un
cortocircuito siniestro, un monstruoso travestismo de la Ley: al elevar a la mujer a la
condición de Amo indiscutido cuyos caprichos el masoquista debe obedecer uno por
uno, la convierte en una marioneta controlada de hecho por su esclavo, que es quien fija
las reglas del juego: la asimetría explícita del contrato masoquista (la subordinación del
hombre a la mujer) descansa en una asimetría opuesta en el nivel de la posición de la
enunciación. Por lo tanto, el humor del masoquista no está dirigido únicamente a la
figura del padre: se apoya en la incompatibilidad o incongruencia ridícula - y a la vez
monstruosa - entre el lugar simbólico del poder simbólico y el elemento que lo ocupa."
[8]
Entre los rasgos evocados por Deleuze para probar la asimetría entre sadismo y
masoquismo, es decisiva la oposición de las modalidades de negación. En el sadismo
encontramos la negación directa, la destrucción violenta y el tormento, mientras que en
el masoquismo, la negación asume la forma de rechazo, es decir, de simulación, de un
"como si" que suspende la realidad.
En consecuencia, así como el sadismo sigue la lógica del poder que atormenta a su
víctima y encuentra placer en su resistencia inerme; el masoquismo, por el contrario,
está hecho a la medida de la víctima: es la víctima (el siervo) quien inicia el contrato
con el amo (la mujer), autorizándola a humillarlo de cualquier modo que considere
apropiado y comprometiéndolo a actuar "de acuerdo con los caprichos de la Dama
soberana", como afirma Sacher-Masoch. "Es el siervo, pues, el que escribe el guión", es
decir, quien realmente lleva las riendas y dicta la actividad de la mujer, pone en escena
su propia servidumbre. Por otra parte el masoquismo, a diferencia del sadismo, es
intrínsecamente teatral: la violencia es la mayoría de las veces simulada, e incluso
cuando es "real" funciona como componente de una escena, como parte de una
representación teatral. Además, la violencia nunca es llevada a cabo hasta su
conclusión: siempre permanece suspendida, como la repetición interminable de un gesto
interrumpido."
Lacan encara esta paradoja del amor cortés, no resuelta por los historiadores, con
herramientas de la teoría freudiana, concretamente la referida a la relación de la
sublimación con das Ding. El objeto (la Dama) - nos dice - "se introduce por la muy
singular puerta de la privación, de la inaccesibilidad; […] No hay posibilidad de cantar
a la Dama, en su posición poética, sin el presupuesto de una barrera que la rodea y la
aísla." [12]
"Es fácil comprobar que el valor psíquico de la necesidad de amor se hunde tan pronto
como se le vuelve holgado satisfacerse. Hace falta un obstáculo para pulsionar a la
libido hacia lo alto, y donde las resistencias naturales a la satisfacción no bastaron, los
hombres de todos los tiempos interpusieron unas resistencias convencionales al goce del
amor. Esto es válido tanto para los individuos como para los pueblos."[13]
La ausencia absoluta de toda satisfacción sexual, la suspensión del goce fálico, designa
un límite infranqueable más allá del cual subsiste un horror sin nombre, el agujero en el
corazón del sistema de los significantes. Esta curiosa composición del amor cortés nos
enseña que la demanda del ser humano es, en su dimensión más profunda, la de ser
privado de algo real.
Un sucedáneo moderno del amor cortés en las últimas décadas llega en la figura de la
femme fatale en el film noir, la traumática Mujer-Cosa - normalmente una villana - que,
a través de sus demandas insaciables y caprichosas, usa el poder de la sexualidad para
atrapar al héroe duro. El rol principal es desempeñado por la tercera persona – en
general, por el jefe de la banda – , a quien pertenece "legalmente" la femme fatale: su
presencia la vuelve inaccesible y le confiere a su relación con el héroe la marca de la
transgresión. Por medio de su vínculo con ella, el héroe traiciona la figura parental que
es también su jefe.
Este lazo entre la Dama cortés y la femme fatale puede parecer sorprendente, o bien
resultarnos, la femme fatale como la antítesis de la Dama soberana a quien el caballero
jura servir. En la actualidad el arquetipo suele ser visto como un personaje que
constantemente cruza la línea entre la bondad y la maldad, actuando sin escrúpulos sea
cual sea su lealtad. El héroe duro suele avergonzarse de la atracción que siente por ella;
y se odia a sí mismo por amarla; o bien, experimenta su amor por ella como una traición
a su propio yo. Sin embargo, si pensamos en el impacto traumático original de la Dama,
no en su idealización secundaria, la asociación es clara: como la Dama, la femme fatale
es una "compañera inhumana", un Objeto traumático con el que ninguna relación es
posible, un vacío apático que impone ordalías arbitrarias, sin sentido.
Esta perseverancia de la matriz del amor cortés da prueba de cierto callejón sin salida en
el feminismo contemporáneo. Es cierto que la imagen cortés del hombre sirviendo a su
Dama es una apariencia que oculta la realidad de la dominación masculina, es cierto que
el teatro masoquista es una mise en scene privada diseñada para recompenzar la culpa
contraida por la dominación social del hombre, como así también lo es que la elevación
de la mujer a objeto amoroso sublime equivale a su rebajamiento a materia pasiva , o a
pantalla para la proyección narcisista del ideal del yo masculino. Lacan mismo señala
que, en la época del amor cortés, el estatuto social real de las mujeres como objeto de
intercambio en los juegos de poder masculino era probablemente baja. Sin embargo,
esta apariencia misma del hombre que sirve a su Dama proporciona a las mujeres la
sustancia fantasmática de su identidad, cuyos efectos son reales: le proporciona todos
los rasgos que constituyen la llamada "feminidad" y definen a la mujer no como es en su
jouissance féminine (goce femenino), sino tal como ella se refiere a sí misma con
respecto a su relación potencial con el hombre, como objeto del deseo de éste. Desde
esta estructura fantasmática surge la reacción de pánico – no sólo de los hombres, sino
también de muchas mujeres – a un feminismo que quiere deprivar a la mujer de su
propia "feminidad". Oponiéndose a la "dominación patriarcal", las mujeres socavan
simultáneamente el soporte fantasmático de su propia identidad "femenina".
Rosa Aksenchuk
NOTAS
[1] “[...] la poesía cortés, fue escrita en lengua vulgar –no en la lengua culta, el latín,
sino en la lengua romance conocida como occitano o languedoc (lengua de Oc) [...]”
(Ibid, p. 52).
[2] Fin’amors, fue el nombe que los trovadores dieron en sus cantos al amor cortés,
término éste introducido por Gastón Paris (filólogo, lingüista y romanista francés) en
1883.
[8] Presentación de la Dra. María Inés Raitzin de Vidal a la conferencia de Slavoj Žižek,
“El trauma: un señuelo engañoso”. Conferencia ofrecida en APdeBA el 22 de junio de
2004. Psicoanálisis APdeBA - Vol. XXVI - Nº 2 – 2004, pp. 473-494.
http://www.apdeba.org/publicaciones/2004/pdf/Conferencia%20Zizek.pdf
[10] Según Rougemont, la región del Midi (Mediodía) era un punto estratégico de
cruces geográficos que posibilitó la convergencia de diversas influencias culturales:
desde la latina, y la mediterránea, a la musulmana y la germánica, así como la gálica, la
bretona y hasta la nórdica.
[15] Leopold von Sacher-Masoch, La Venus de las pieles, Tusquets Edit., 1993, p. 39
BIBLIOGRAFÍA
Lacan, Jacques. “Kant con Sade”. Escritos 2. Buenos Aires, Siglo XXI
Lewis, C. S., La alegoría del amor. Estudio sobre la tradición medieval, Buenos Aires:
EUDEBA, 1969.
Zizek, Slavoj, El acoso de las fantasías. Buenos Aires, Siglo XXI Edit., 2005
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