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Los llamados reemplazos de comida están demostrando ser una alternativa

efectiva para quemar tejido graso

Tres investigaciones acaban de revalorizar los reemplazos de comida (RC)


como armas de salud pública, un campo en el que nunca figuraron.
Reforzados con suplementos proteicos permiten alcanzar ese Santo Grial de
la dietética: bajar de peso, quemando sólo tejido adiposo, sin pérdidas
debilitantes de masa muscular. Además, parecen más efectivos que las
dietas restrictivas habituales para combatir el síndrome metabólico (un
"combo" de obesidad abdominal, más hipertensión arterial, más colesterol,
más alta glucemia).

Los RC existen desde hace casi dos décadas: son espesos batidos
hipocalóricos basados en proteína de soja, libres de grasas animales,
acompañados de mucha fibra de cadena larga, fortificados con vitaminas y
minerales. Por ser de altísima ósmosis y tenor proteico, atrapan agua, se
"estacionan" largamente en el estómago y así producen saciedad
prolongada.

Reemplazan completamente una o dos de las cuatro comidas diarias y están


aprobadas por las autoridades sanitarias de los Estados Unidos, 27 países
de la Unión Europea y Japón. En la Argentina, son siete las marcas de venta
libre autorizadas por la Agencia Nacional de Medicamentos, Alimentos y
Tecnología Médica (Anmata).

Los nutricionistas siempre las han mirado de reojo porque, aunque los RC
son comida, se los percibe como una forma de automedicación y, además,
porque en la profesión hoy adscriben masivamente a las dietas de baja
artificialidad, como la llamada "neolítica" (frutas, verduras, carne).

"Lo de testear los RC en ensayos clínicos -dice la licenciada María Leticia


Mazzei- es muy reciente, lo cual da una medida de la desconfianza inicial
que suscitaron en nuestro gremio y también una medida de nuestro
conservatismo."

Ex vicepresidenta de la Sociedad Argentina de Obesidad y Trastornos


Alimentarios (Saota), Mazzei destaca que los RC ya mostraron muchas
fortalezas bien medidas, como la capacidad de producir descensos en el
peso corporal sostenibles a cinco años, casi sin "rebotes".

"Los RC tienen menos de la mitad del valor calórico de un churrasco con


ensalada, cero colesterol, pocas grasas [y todas vegetales y sanas], un
precio muy bajo y el valor agregado de funcionar bien en la vida moderna
-enumeró Mazzei-. Al mediodía, en la oficina, uno saca el sobrecito, pierde
diez minutos en hacerse y tomarse el batido, y todavía tiene 50 minutos
restantes de la hora del almuerzo para caminar. Y también la garantía de no
volver a sentir hambre hasta media tarde. Por el contrario ¿quién es dueño
hoy de dos o tres horas diarias para comprar, procesar y cocer verduras
frescas y cereales?"

Así las cosas, en la vereda opuesta de las dietas naturistas, de la


macrobiótica o de la ayurveda y del slow food, pero con la misma intención,
los RC son fast food saludable: casi una contradicción en el término.
Alimentos del futuro
El actual presidente de Saota, el doctor Julio Montero, admite que los RC
suplementados en proteínas son una opción interesante: empieza a verse
un cambio de guardia. Pero entre la reticencia del grueso de la profesión, un
público que ignora la existencia misma de los RC y el hecho de que lo
cultural suele prevalecer por sobre la lógica en asuntos de comida, todo
indica que es irreal prever un futuro a lo Flash Gordon, con gente comiendo
de pomos y de potes, como el estilo astronauta. Eso era lo que prometían
los futurólogos en los años 60...

Pero tal vez haya que reconsiderar aquella futurología, porque hoy es
imposible pagar los costos emergentes de la pandemia de obesidad que
castiga al mundo.
Como cazadores recolectores y luego como campesinos, llevamos más de
50.000 años gastando cantidades pavorosas de energía para recolectar,
correr o cultivar nuestro almuerzo. Siempre hemos sido una especie con
mayoría de flacos y desarrollamos un metabolismo experto en acumular
grasa para capear las hambrunas.

Pero desde fines del siglo XIX, ese virtuosismo lipídico nos juega en contra:
las máquinas, los fertilizantes y la agroindustria abarataron de modo
imparable el acceso a la comida más energética para masas cada vez
mayores y más sedentarias.
El resultado es un boom de complicaciones de la obesidad: síndrome
metabólico, enfermedad coronaria, diabetes, diversos tipos de cáncer. Y un
combate contra todo esto que viene siendo, en términos epidemiológicos,
una historia de fracasos.

En la vida moderna, sólo cierto heroísmo personal les permite al porteño o


al cordobés tipo el seguir la dieta de un campesino chino: verduras y granos
con abundantes carbohidratos complejos, pocas grasas, algo de pescado y
aves, carnes rojas muy de vez en cuando.

La receta es infalible lejos de esos supermercados repletos de comida


deliberadamente atiborrada de grasas animales y azúcares adictivos. Las
dietas de baja artificialidad, tanto menos atractivas, son metabólicamente
sensatas, quién lo duda. El problema es sociológico: no tenemos una vida
sensata.

Hipócrates, 400 años antes de nuestra era, dijo: "Deja que la comida sea tu
medicina y la medicina tu comida...". Este es un raro momento de la historia
de la especie: debido a su estrepitosa sobreoferta y pésima calidad, la
comida se ha vuelto un riesgo. A la hora de decidir políticas alimentarias
alternativas en una sociedad tan fabril y febril, quizás haya que resucitar
aquella vetusta futurología de los 60 y rescatar la idea del fast food
ultrasano de Flash Gordon.
Los precursores de esa ola son los RC combinados con mucha proteína, el
doble de la de una dieta hipocalórica común. Y funcionan.

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