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De la épica política a la política lírica

Artículo a debatir en Politika 2.0, encuentro de políticos y


bloggers en el Parlamento Vasco el sábado 13-9-2008.

La democracia, al igual que la literatura, proviene de la Grecia clásica, al


menos en la cultura occidental. Y allí, el primer género retórico, transmitido por
vía oral, fue la épica. Estaba destinada a cantar las hazañas de un héroe, para
entusiasmar con un líder carismático al que seguir y obedecer ciegamente.
Homero, en el siglo VIII a.C., escribe la Ilíada y la Odisea. Este tipo de
narrativa, descriptiva de un liderazgo legendario y mitificado, pervive en el
trasfondo cultural del electorado en la política contemporánea.

Superando este primitivo background de la memoria colectiva, se han alzado algunas perspectivas
de poetas visionarios que desconfían de los héroes titánicos. Bertolt Brecht señaló preclaramente:
“¡Desgraciado el pueblo que necesita héroes!”. Paul Brulat destaca que “Basta un instante para forjar
un héroe, pero es preciso toda una vida para hacer un hombre de bien”. Por último, el conspicuo
Herbert Spencer denuncia que “El culto a los héroes es más fuerte allí donde es menor el respeto
por la libertad humana”.

Algún día, toda la ciudadanía será blogger, en alguna medida. Expertos como David de Ugarte
consideran que “la lírica es la característica del discurso ciberactivista típico”. Y el propósito común e
implícito de todo blogger es: “Hacer un hermoso blog, como parte de una bella vida”. Lírica, entendida
como el modo de proyectar opciones de futuro desde lo que se vive, se siente, se disfruta y se hace en
el presente. Una manera de vivir que se plantea como alternativa entre otras, que no busca anular a
otras, ni negarlas. Lírica que invita a sumarse sin diluirse, que persigue el debate, no la adhesión. Una
opción profundamente ética y respetuosa frente a la dimensión excluyente y de confrontación que
irremediablemente plantea la épica.

La épica va indisolublemente ligada al amor a la humanidad como algo abstracto. Por ello, la
fórmula que impone el héroe es necesariamente totalizadora, como solución única para resolverlo
todo. Eso es lo que promovieron en política el Che, o cualquier otro líder mesiánico, exigiendo el
sacrificio último, el deseo de morir por otros,… la destrucción como camino para la construcción. La
épica política es definitiva y esencialmente monoteísta: Sólo hay un partido válido; el resto son
paganos, idólatras, disidentes, cismáticos, impíos,… La política épica sólo busca convertir infieles… o
aniquilarlos.

La lírica parte de la humildad del uno entre muchos, de la persona (que no del individuo),
asumiéndose y proyectándose hacia todos desde el reconocimiento de la diferencia propia y la de cada
uno de los demás. La lírica abre una conversación, un debate constructivo, donde caben tanto la
inclusión o, a lo sumo, un irónico distanciamiento, pero jamás la excomunión.

En la épica, en cambio, sólo admite el fanatismo del credo o la expulsión al averno, pues arenga el
héroe, hijo de un logos que no reconoce otra verdad que la suya propia. Frente a la épica del
conquistador, del combatiente, que prefigura una sociedad de sacrificio y conquista, de individuos
sufrientes en pos de un plus ultra, de una victoria final que dé sentido a la pasión sufrida, la lírica de
la innovación social se parece más bien al apasionado relato del naturalista que vive un
descubrimiento permanente y progresivo de una reinvención continua, como resurrección gozosa.

La política épica apenas es una mínima evolución inversa a lo definido por Carl von Clausewitz.
La política (épica) sólo es la continuación de la guerra por otros medios. El poder épico emerge
como resultado de la batalla. Tres siglos después de la Ilíada, la Orestíada. La lírica es un género
más avanzado que, expresando sentimientos más acotados y personales, se propone suscitar en el
interlocutor emociones análogas para sumar voluntades desde la empatía.

La épica ve lo colectivo como organización, como molde uniformador, como ejército de peones,
siguiendo un plan superior o una voluntad trágica. La épica se adapta mal a las redes, porque es cosa
de individuos desterrados, de soledades desabridas. Prometeo cumple, apartado y encadenado, su
castigo. La épica simplifica y homogeneiza. Mas la lírica nos revela que nuestra identidad no reside en
lo que somos, sino en lo que podemos alcanzar junto con los demás. Nos invita a definirnos, a llevar
cada cual su bandera, marchando por su propio curso, sin aceptar un único destino y, menos aún, un
exclusivo cauce.

La política lírica erige puentes, cruza sobre los problemas, transita entre perspectivas en busca de
lo convergente. Mientras, la política épica se atrinchera, se aísla, levanta barreras, distingue entre
“nosotros” y “los otros”,… Por todo ello, la política real despierta desconfianza en las almas más
perspicaces y sensibles. Se pierden demasiados talentos (que “se están quitando de la política”) y
nunca se estableció como hábito la participación generalizada, para asumir responsabilidades políticas
individualmente, como parte medular del ejercicio de una moderna, flamante e integral ciudadanía.

La política épica es adusta, reactiva, polemista, maniquea, divisora,… La política lírica aspira a
sumar diversidad, a “conquistar” (en el sentido de seducir, no en el de vencer), a establecer una
“relación amable” con las otras partes del mismo “nosotros”. La política lírica despunta en la historia
en hitos singulares, como el derecho a la búsqueda de la propia felicidad, que ofrece tan
subversivo y bucólico contrapunto al orden moderno de la Constitución estadounidense… de 1776.

Personajes como John F. Kennedy, Tony Blair, posiblemente Nicolas Sarkozy, y quizá Barack
Obama,… han sabido estar en algún instante muy por encima de sus partidos. No dejaron de ser
épicos en su trayectoria histórica, pero supieron apuntar algunas maneras –posiblemente sólo trazas-
de políticos líricos. Menos populares, y más olvidados de la prensa internacional, están otros modelos
socialmente más líricos, como el caso suizo (véase “Visión política de un vasco ingenuo”).

La política épica favorece y se nutre de “políticos profesionalizados” (noticia reciente, “10.000


concejales no tienen ocupación conocida”), de “aparatos y cúpulas de partidos” y de “listas
cerradas”. La política lírica busca abrirse y regenerarse, se apoya en colaboradores, flexibiliza roles
renovados de militancia 2.0 y de electorado 2.0, y huye de la perpetuación de la política como oficio.

La política épica lanza soflamas simplonas y contundentes, radicaliza el mensaje, y simplifica la


interpretación de una realidad poliédrica. Los líricos creen en la cita de José Martí: "La palabra no es
para encubrir la verdad, sino para decirla". Eso declara la blogosfera: Escuchar, enlazar, compartir,
influir,… No es tan difícil en el plano institucional: Basta que el “buen rollito” de los políticos en la
cafetería, que existe, no se oculte en público cuando cinco minutos después presentan sus
conclusiones ante los medios de comunicación convencionales, aún demasiado épicos… para nuestra
desgracia.

La Web 2.0 puede facilitar la colaboración y participación de la ciudadanía en iniciativas colectivas


y constituye una potente herramienta que permitirá avanzar en la democracia electrónica. Para
facilitarlo, una política lírica crearía unas instituciones abiertas, que aprovechen el conocimiento y la
experiencia existentes en la sociedad para integrarlas en los procesos públicos de toma de decisiones.

La política vasca ha sido, y es, referente en la épica mal entendida, o de la peor tragedia
dramática, porque todavía una minoría no repudia la aberrante utilización de la violencia con fines
políticos. Pero, al tiempo, nos ofrece una exuberante representación de lírica pacífica, representada
por tantas grandísimas personas, quizás las más calladas por sutiles y sensibles, que han sabido
superar su destino de víctimas.

También existen otras pruebas de genuino lirismo político. Porque mantener una representación,
en este Parlamento Vasco que hoy atentamente nos acoge, según la cual una familia vizcaína grande
(de 3,8 adultos votantes) equivale en voto a un solo ciudadano alavés es un caso único y mundial de
“lírica política” purísima (véase “Quiero ser alavés”).

La política lírica cree en la alternancia en el poder. Porque hemos de ser personas antes que
votantes, y ser demócrata antes que partidistas, y ser –en el caso de quienes deben dar ejemplo-
militantes antes que cargos. Hemos de entender que la alternancia es positiva para todos, porque
todos formamos parte de una misma sociedad. Como si fuera una empresa, en la que trabajando en
producción o en marketing… a nadie interesa que gane siempre “su” percepción. La alternancia es
efectiva… y si permiten un guiño: ¿Por qué no una educación gestionada por jeltzales,… tras 22 años
de ausencia?

Porque urge una educación fractal en valores éticos compartidos que traspase la troglodita épica
del combate. En el relato lírico el poder emerge del consenso, de la capacidad para generar nuevos
acuerdos. Desde la ética ubuntu ("una persona se hace humana a través de las demás personas"),
es fácil pasar de subordinar a otros a empoderarles, y de la épica del caudillo a la lírica del mumi.
Esta utopía está materializándose en una época en el que se tornan confusas las fronteras entre
sujetos y objetos, entre productores y consumidores. El pasado de los sectarios colonizadores da paso
a un porvenir de sabios cartógrafos de lo borroso, de lo movedizo y de lo complejo.

Mikel Agirregabiria Agirre


blog.agirregabiria.net

Versión para imprimir en: mikel.agirregabiria.net/2008/politicalirica.DOC

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