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El restaurador y la madonnina della creazione

EL RESTAURADOR Y
LA MADONNINA DELLA CREAZIONE

SEGUNDA PARTE

abril de 2002

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Salvador Bayona

XX.- LA VISITA DEL ITALIANO

- Seis años más tarde, mi abuelo mandó a buscar la tabla, sin saber
que, en realidad, nunca había salido del seno de los Scarampa
puesto que había estado en todo momento acompañada por el
benjamín de la estirpe. No sólo es nuestro orgullo, sino incluso
nuestra fuerza, haber sido los únicos beneficiarios del influjo de la
Madonnina Della Creazione. Por eso me sorprendió
desagradablemente verla en un catálogo de subastas. No hay duda
alguna de que se trata de una copia, puesto que la tabla auténtica se
encuentra a buen recaudo y sin embargo, resultaba increíble la
fidelidad al original, especialmente teniendo en cuenta que nadie ha
podido reproducirla, ni tan siquiera durante el tiempo que pasó en
Suiza, pues cuento con la palabra de mis abuelos Eric y Laura. Como
comprenderán, en mi posición debía comprarla ya que las
circunstancias en las que ustedes me habían puesto me obligaban a
ello. A partir de ahí era lógico que les encontrara para mantener esta
conversación. Espero que entiendan ustedes todo el contenido de
mis palabras.
No. Seguramente no había forma humana de que aquellas personas
entendieran el propósito de su historia, sobre todo después de que él y sus
hombres hubieran irrumpido de aquella forma en su galería. Frente a él, el
profesor Serva, de rodillas y con las manos embridadas a la espalda,
sangraba abundantemente por la boca a través de su barba blanca sobre el
parqué, con las gafas rotas colgando de su oreja izquierda, y la consciencia
haciendo equilibrios sin red; un poco más allá un hombre joven, Guillermo
Expósito según los informes que sus hombres le habían proporcionado,

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jadeaba penosamente, incapaz de prestar atención después de la breve pero


contundente tunda que había sufrido.
Ella, la joven y hermosa Susana Elorrieta, también estaba
inmovilizada, aunque no tan dañada como sus compañeros. Él había dicho
claramente que no quería que la tocaran y sin embargo la habían doblado
con un puñetazo en el vientre antes de maniatarla. Ella era la única que le
miraba fijamente mientras hablaba. Se veía claramente quién era el motor de
aquella sociedad de tres, de manera que desde el principio se había dirigido
casi exclusivamente a ella mientras recorría arriba y abajo la habitación
contando su historia.
- Ya le hemos escuchado. ¿De acuerdo? Ahora díganos qué quiere y
márchese –el joven, tal vez empeñado en demostrar su hombría, o
tal vez a causa del reducido campo de visión que le permitía su
posición arrodillada, no valoró la presencia junto a él de Tonno, el
más corpulento de sus sobrinos, quien le propinó desde lo alto un
puñetazo en el pómulo que lo arrojó contra el parqué,
conmocionado-.
- ¡No tiene porqué hacer eso! –Susana intervino, posiblemente para
impedir que hubiera un segundo golpe-. Si quiere recuperar su
dinero podemos llegar a un acuerdo, rápidamente y sin violencia.
No. En absoluto –estaba seguro de que la intención negociadora de
aquella hermosa mujer obedecía más al temor que al deseo de acuerdo, pero
él, antes de plantear lo que le había llevado allí, todavía debía saber si
reunían las condiciones necesarias-.
- Si deben ustedes saber lo que yo quiero o no es algo que se verá a lo
largo de la conversación, sin embargo, mucho me temo que no ha
acabado de entender realmente lo incómodo de mi situación:
cuando falleció Marcia, la esposa de mi abuelo, y se hizo público
que mi padre era un auténtico Scarampa se corrió una leyenda
fantástica sobre la intervención protectora de la Madonnina durante
la huída, y se reafirmó aún más una cierta idea de que los Scarampa
debemos nuestro ingenio y buena fortuna a la presencia junto a
nosotros de la tabla. Probablemente no puedan ustedes comprender
la estrecha relación de esta idea con el respeto que nos dispensan a
los Scarampa, y con la capacidad de influencia que esto nos permite.
Una segunda tabla pone en peligro todo esto, puesto que, en el
mejor de los casos, supondría que los Scarampa hemos traicionado a
la que ha sido nuestra protectora durante siglos y que, por tanto, ya
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no somos dignos acreedores de su favor. De modo que en este


momento lo que necesito es una explicación coherente. Yo les he
contado la historia de la tabla original, y ahora ustedes tienen que
contarme la historia de la tabla falsa, la que he comprado y que me
ha traído hasta ustedes, para que yo, a mi vez, la pueda transmitir.
Porque a mi gente debo llevarles una explicación que satisfaga esta
afrenta o bien con palabras o bien con hechos… y les pido que hagan
un especial esfuerzo de imaginación para comprender bien esta
última parte, porque no es agradable acabar con una personas
capaces de hacer lo que ustedes han hecho.
Escrutó sus rostros con detenimiento. El temor inicial, que durante
la narración de la historia de la Madonnina había sido reemplazado por la
curiosidad, había retornado súbitamente con su última frase, derribando
definitivamente cualquier resistencia. Hacía mucho tiempo que había
aprendido aquella pequeña treta psicológica consistente en aparecer
inicialmente como un feroz enemigo y poco a poco, mediante la empatía, ir
dando paso a una leve esperanza para, finalmente, con un golpe de efecto,
destruirla definitivamente.
- ¿Qué quiere usted saber? –el profesor, cuya fragilidad física había
facilitado que fuera el primero en ceder parecía haber regresado a
este mundo enarbolando toda su seguridad académica de
exprofesor universitario.
- Quiero saber varias cosas, pero, en primer lugar, debo saber porqué
he comprado por una pequeña fortuna la réplica de una tabla que ya
me pertenecía, y que algunos atribuyen a Domenico Veneziano.
¿Puede alguno de ustedes responder a esto?
El joven no se encontraba en condiciones de hacerlo y de los dos que
quedaban, el profesor pareció inhibirse, agachando la cabeza. La joven
Susana tomó la palabra como, por otra parte, él esperaba que hiciera.
- Indudablemente, comprendo sus motivos para haber adquirido la
tabla, y entiendo que debe ser resarcido del perjuicio económico que
esto le haya podido suponer...
Chasqueó la lengua. No era ese el tipo de respuesta que esperaba
recibir. Susana pareció comprender rápidamente y se dispuso a exponer las
líneas maestras del proyecto de la Madonnina.
- Básicamente mi galería se dedica a la recuperación de obras de arte.
Los tres componemos una sociedad en la que el profesor investiga el
destino de algunas obras que pueden ser conseguidas a bajo precio,

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Guillermo las restaura y yo las coloco en el mercado. En el caso que


nos ocupa, todo partió de la pista de la tabla orginal...
- ¿Cómo llegaron a ella?
Susana miró a Serva un tanto asustada y su mirada pareció insuflar
nuevos ánimos al desfallecido profesor. Al parecer nadie más que él podía
dar razón de sus métodos y recursos, y lo hizo con voz disciplinada y serena:
- Mi especialidad, por decirlo así, es la segunda guerra mundial. En
ningún otro período de la historia tantas obras de arte han cambiado
tanto de manos y se han trasladado tanto por Europa. En algunos
casos fueron destruidas por ser contrarias al concepto nazi del arte,
muchas de ellas acabaron en manos de oficiales del ejército o las SS
quienes las legaron a sus hijos y éstos a sus nietos sin saber de qué se
trataba, pero la mayoría fueron movidas en el mercado por los
marchantes de arte al servicio del tercer Reich, quienes las
adquirieron para los museos de Hitler y Göring y las llevaron a
diferentes lugares de Alemania. Durante estos traslados algunas de
ellas desaparecieron.
- ¿Y dónde está la conexión con mi Madonnina?
- Encontré entre los archivos oficiales de Hans Posse, un alto
consejero artístico de Hitler, varios documentos, entre ellos una
fotografía y un telegrama de junio de 1941 enviado desde Milán
informando de la adquisición y traslado de una tabla del
quattrocento junto con la colección Radice, pero no perteneciendo a
ésta: era su tabla. No pude hallar más detalles acerca del propietario
ni procedencia. Cotejé este dato con los libros del consulado, la
embajada en Roma y con el registro de entrada del almacén de
Friburgo, que era el destino final del tren que partió de Milán al día
siguiente y no encontré rastro de ella, aunque la colección Radice
había sido embarcada completamente. Cabía la posibilidad de que
se hubiera quedado en alguna de las escalas en Francia, pero cuando
me disponía a investigar esa línea llegó a mis manos el atestado
policial de un atentado de los partisanos a un camión en el que
murieron dos alemanes. No fue difícil profundizar en ese punto y
ver que la obra nunca llegó a embarcarse en el tren y, por lo tanto,
era lógico suponer que fue destruida durante el asalto. Eso es todo.
- Interesante, muy interesante. ¿Y porqué la atribución?
- La atribución fue idea original de Guillermo. Cuando estuvimos en
Lombardía consiguiendo parte del material que necesitábamos,
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Guillermo visitó la iglesia de San Pablo en Cantú y al ver la


Madonna del latte la relacionó de inmediato con la fotografía de la
tabla perdida que yo había conseguido de los archivos de Posse.
Hilar el resto de la historia fue relativamente sencillo – el profesor
aspiró profundamente, dispuesto a ofrecer una de aquellas muestras
de erudición investigadora que lo hacían por igual admirado y
odiado entre los miembros de la comunidad universitaria - porque,
en realidad, no se sabe gran cosa de Domenico di Bartolomeo, el
Veneciano, hasta 1438 y, de hecho, la primera obra que se le atribuye
es una Madonna entronizada con una lejana similitud a la de Cantú,
datada unos años antes. A este misterio que le rodea cabe añadir
una feliz coincidencia, como es que en el libro de intendencia el
monasterio de las agustinas de Cantú aparezca una salida de dinero
en 1436 a nombre de un tal Dom Bartomé, de Venecia. Si tenemos en
cuenta que en aquella época era bastante corriente que un
transeúnte o peregrino acogido por un convento prestara servicios
en compensación por el alimento y el cobijo, y que el monasterio de
las agustinas de Cantú fue muy activo por aquella época ya tenemos
armado el esqueleto de la historia. Para más inri la familia Baglioni
de Perugia, para quienes se sabe positivamente que trabajó
Veneciano eran protectores de este convento. En fin, muchas
coincidencias que, convenientemente aireadas en determinados
círculos académicos, acabarían dando como resultado una historia
coherente y una atribución que haría subir como la espuma el precio
de la tabla. Y el resultado está a la vista: ahora casi todo el mundo
cree que Doménico Veneciano, salido muy joven del taller de Fra
Angélico, vagó por la Lombardía en busca encargos propios y que
en este deambular fue acogido por las agustinas, gracias a las cuales
realizó su primer trabajo, la tabla de la Madonnina, para la familia
Baglioni, tomando como modelo la de San Pablo de Cantú, y eso es
todo.
El profesor había acabado su disertación como si hubiera estado
dirigiéndose a sus alumnos, y ahora parecía esperar el turno de preguntas,
pero él, el gran patriarca Scarampa y protector de la Madonnina Della
Creazione, ya sabía todo lo que necesitaba saber e imaginaba la forma
adecuada de decir lo que iba a decir, sin embargo, la mujer intervino,
dándole la solución al problema: como responsable del negocio y cabeza

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visible de los tres, era evidente que únicamente ella era quien tenía la
interlocución válida.
- Por supuesto, nunca contemplamos la posibilidad de que la tabla
todavía existiera, y entiendo el daño que esto puede haberle causado
a usted como legítimo propietario. Por nuestra parte sepa que
repararemos sin dudar el perjuicio económico y moral que le
hayamos podido causar y destruiremos la copia para que usted
conserve su inversión la cual, si lo considera bien, es ahora incluso
mejor, puesto que tiene usted un Domenico Veneciano que antes no
tenía. Como puede ver es un trato justo que deja las cosas como
estaban.
Ante esta desfachatez, él se levantó del sillón donde se encontraba y
caminó lentamente hacia Susana mientras extraía del bolsillo de su chaqueta
una navaja automática.
- Pero es que yo no quiero que las cosas queden como estaban antes,
señorita.
Susana apartó la mirada, seguramente preparándose para sentir la
hoja penetrando en su carne, pero él ya no tenía, ni mucho menos la
intención de dañarles. Se inclinó sobre ella y, para su sorpresa, cortó la brida
plástica que mantenía sus manos unidas tras la espalda.
- No entiendo –dijo Susana- ¿qué quiere decir esto ahora?.
- Muy sencillo, quiere decir que han respondido correctamente a mi
pregunta.
- ¡Vaya! –por lo visto, el profesor no pudo evitar un arranque irónico-
¿Y cuál es el premio del concurso?
- ¡nuestra vida! –repuso Susana tras un breve silencio sin apartar su
mirada-. Hemos conservado nuestra vida... de momento. ¿Me
equivoco, señor...?
- No. No se equivoca usted, señorita –era asombroso con qué
velocidad podía recuperar su sangre fría aquella mujer- … de
momento. Y mi nombre es Francesco Scarampa. Disculpen que no
me haya presentado antes y disculpen también la brusquedad de
mis hombres: cualquier cosa les parece poco para preservar a
nuestra familia.
- Por supuesto –replicó el profesor- un anciano, una mujer y un artista
constituyen un peligroso grupo contra el que es necesario tomar
todas las precauciones posibles.

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- ¡Por favor, profesor, no me decepcione ahora!. Únicamente he


cortado sus ataduras, pero el cuchillo aún está afilado.
- Hemos comprendido –se apresuró a intervenir Susana-, y le
agradecemos el gesto. Si tiene usted la bondad de decirnos qué es lo
que quiere, estaremos encantados de escucharle –y dirigiéndose
hacia el profesor y Guillermo, quien parecía salir poco a poco de la
conmoción añadió:- ¿no es cierto?
- ¡Gracias, señorita!. Pero sobre todo quiero que me escuche usted y, a
ser posible en un lugar donde podamos hablar sin interrupciones,
puesto que se trata de un asunto de negocios, así que si no le
importa, acompáñeme afuera mientras sus compañeros se reponen.
Por lo que respecta a ustedes –dijo dirigiéndose a ellos-, será mejor
que aprovechen para descansar y adecentarse un poco.
Abrió la puerta ante ella, invitándola a salir del salón donde se
encontraban y sus hombres, que esperaban fuera, abrieron paso
disciplinadamente. Como una diva, la joven mujer pasó a través de ellos con
una dignidad fascinante, la cabeza erguida, la espalda recta y el paso firme.
- Sígame hasta mi despacho, por favor.
- Atendedles bien y ponedles una copa hasta que volvamos, pero si
alguno intenta una tontería rompedle una rodilla. No crea que sea
necesario más –dijo a sus hombres refiriéndose a los dos que
quedaban en el salón-.

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