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EL ALUMNO SEGUN LOS “EJERCICIOS”

CAPITULO VII

La Pedagogía de los jesuitas

F. Charmot S.J.

España, mayo de 1952

La pedagogía ignaciana requiere con instancia la actividad del discípulo. Podríamos


decir que le apremia a instruirse a sí mismo y conseguir su propia educación.

Vamos a mostrarlo brevemente, recordando algunos consejos de los Ejercicios.


Ojeando el libro, entresacaremos sin orden sistemático algunos rasgos de pedagogía
general 1 .

San Ignacio pone en el pórtico de su obra un Prosupuesto, cuyo alcance pedagógico a


nadie pasará por alto. La obra de la educación quedaría vaciada en su misma fuente, si
en vez de una amplia y confiada simpatía para con sus maestros, el discípulo se
pusiera, de buenas a primeras, en una disposición de desconfianza y desestima. Ante
un adversario es razonable ponerse lanza en ristre; pero ante el maestro sólo es
razonable una entrega a discreción. «El gusto de la crítica nos priva del gusto que nos
darían muchas cosas hermosas.» ¡Cuánto más funesta es la actitud de recelo y
desconfianza cuando se trata de lo que habría de elevar nuestra alma!

LAS ANOTACIONES

Primera Anotación. Lo esencial en la formación intelectual, como en la espiritual, es


ejercitarse. Cada hábito se adquiere separadamente por ejercicios peculiares a cada
función. Por lo demás, todos los ejercicios son buenos con tal que preparen y
dispongan a encontrar la verdad. Porque el fin de la enseñanza es hacernos aptos para
la investigación y el descubrimiento de lo verdadero.

Segunda Anotación. Lo esencial es que el alumno encuentre la verdad por sí mismo


(discurriendo y raciocinando por sí mismo). El progreso del espíritu no consiste sólo en
saber, sino en sentir y gustar internamente la verdad o la belleza escondida. Con todo,
los alumnos harán este esfuerzo personal si el maestro, por medio de útiles suge-

1
Suponemos que el lector tiene este libro a la vista o recuerda su texto.
rencias, pone su ingenio en el camino de la invención, sin enunciar explícitamente lo
que los niños habrían podido descubrir por sí mismos 2 .

Tercera Anotación. Así como los ejercicios espirituales son, con frecuencia, asuntos de
corazón y de voluntad más que de entendimiento, el trabajo intelectual pide, en ciertos
casos, más sensibilidad, imaginación y tenacidad que inteligencia pura. El corazón y no
la razón es el que siente a Dios, decía Pascal.

Cuarta Anotación. Programas y planes fijos son cosas secundarias. Porque los alumnos
no son relojes. Sus capacidades difieren y su aplicación no es constante. Será
necesario, pues, que el niño no fuerce la marcha, él mismo marcará el paso. El adulto
no deberá empujarle.

Quinta Anotación El adelantamiento intelectual depende, sobre todo, de la intensidad de


los actos. Tanto más adelantará, por consiguiente, el alumno, cuanto más ardiente sean
el amor y la generosidad con que se entregue al trabajo.

Sexta Anotación. La diligencia en el trabajo debe rendir sus frutos, atractivos, alegría,
admiración, inspiraciones, deseos, facilidades, placeres, o, a las veces, desganas,
tristeza, inhibiciones, lentitud, desaliento, etc... Por ahí entenderá el maestro los
defectos y cualidades del alumno. Toda la formación quedaría comprometida si el
ánimo del alumno quedara indiferente.

Séptima Anotación. El alumno no ha de ceder jamás al desaliento. El profesor debe


darle siempre nuevas fuerzas morales y, por consiguiente, no haberse con él duro ni
desabrido, más blando y suave, cuando su buena voluntad está puesta a prueba. A la
vez le descubrirá las astucias de la mala naturaleza y los errores que le hace cometer.
Para en adelante, le anunciará que el éxito está cerca y que sus esfuerzos no son
vanos.

Novena Anotación. En una clase se agrupan artificialmente diversidad de ingenios;


unos, rudos y lentos; otros, finos y vivos. Unos no pueden aquello de que otros son muy
capaces. A ciertos espíritus sólo se les puede exigir el arte de aprender de memoria y
trabajo material; otros son capaces de entender ciertas materias, pero no pueden
elevarse a una cultura más sutil y más elevada (materia más sutil y más subida que
podrá entender). El problema de la adaptación y de la orientación es primordial, hay que
resolverlo constantemente cada vez que se presenta 3 .

Undécima Anotación. Una regla fundamental en pedagogía es la de la concentración


del espíritu. En cada cosa hay que trabajar por obtener lo que se busca, como si en lo
sucesivo no se hubiera de encontrar otra cosa (mas que así trabaje en la primera, para
alcanzar la cosa que busca, como si en la segunda ninguna buena esperase hallar).

2
No quiere esto decir que su ingenio sea la medida de lo verdadero, como ni tampoco que la meditación
invente el dogma. Sólo se trata aquí de método de asimilación.
3
Las Anotaciones que omitimos, la 8 por ejemplo, atañen más en particular al maestro. Sólo hablamos
aquí de los consejos que directa y explícitamente miran a la actividad del alumno.
San Ignacio dirá además en sus Máximas; «Nadie hace más que el que hace una sola
cosa.» (35. Nemo plus agit quam qui unum agit).

Duodécima Anotación. Es tentación ordinaria y muy dañosa dejar su deber de estado


por hacer otra tarea más agradable. Cada cosa a su tiempo. Hay que asegurar, ante
todo, las bases de la cultura.

Decimotercera Anotación. Los alumnos son propensos a abreviar los ejercicios difíciles
o a dejar inacabada una obra que podría corregirse y enmendarse. Pues, por el
contrario, hay que entregarse de lleno a las tareas arduas. Acostumbrémonos a hacer
más de lo que debemos.

Decimocuarta Anotación. La prudencia, empero, exige que el alumno nada emprenda


que esté por encima de sus fuerzas. La medida y el equilibrio son necesarios para el
buen éxito definitivo. Un esfuerzo debe regularse y orientarse con cuidado.

Decimoquinta Anotación. Las anotaciones siguientes, 16, 16, 17, 18" 19, tiene por fin
dirigir antes al maestro que al discípulo. Pongamos, sin embargo, de relieve el principio,
afirmado aquí muchas veces de la desaparición progresiva del educador. Lejos de
hacerse cada vez más necesario, el maestro debe poner al alumno en condiciones de
poder prescindir de él. Enseñanza; libros y método no han de ocupar el lugar del
contacto directo con las obras maestras, con la naturaleza, con las manifestaciones de
lo verdadero y de lo hermoso (deje inmediatamente obrar al Creador...).

Vigésima Anotación. San Ignacio vuelve de nuevo más explícitamente sobre la


necesidad de concentrar el ánimo, tan difícil a los niños. La fuga de los sitios, cosas y
personas distractivas, la soledad, el silencio, la paz y la unidad interior, en los
pensamientos y en los sentimientos, son condición para el éxito. (Estando así apartado,
no teniendo el entendimiento partido en muchas cosas, mas poniendo todo el cuidado
en sola una..., usa de sus potencias naturales más libremente.)

LAS ADICIONES

Las Adiciones son unos consejos sobre la manera de concentrar el ánimo. Porque, para
San Ignacio, nada parece tan funesto como la disipación, la ligereza, la agitación, el
derramamiento y la inconstancia del espíritu. Meditar, trabajar, pensar, reflexionar y
querer se reducen casi únicamente a un acto de concentración intelectual.

Semejante acto será tanto más fácil, cuanto por una parte más se alejen del trabajo
todas las causas de distracción; y más esfuerzo se ponga por otra, en que converjan
todos los recursos y las fuerzas hacia el fin propuesto. Así, pues, privación y
conspiración.

En primer lugar, privación de todos los placeres que pudieran impedir que el alumno se
dé por entero al trabajo. Aun de los más honestos, por ejemplo, el exceso en la comida,
el sueño, la comodidad; despidamos los ensueños placenteros, los recuerdos tristes o
alegres, las sobreexcitaciones nerviosas, las preocupaciones ajenas, todo lo que pueda
ser obstáculo a la atención.

Es sabido con qué rigor hay que luchar en los colegios contra la multiplicidad de las
distracciones. Visitas, lecturas, acontecimientos, vacaciones repetidas, fiestas, juegos,
concursos, ocasiones de todas clases asedian la soledad y la paz, absolutamente
necesarias al esfuerzo intelectual. No hay que ceder. Las Adiciones de San Ignacio nos
prescriben sustraernos y hacer penitencia, sin lo cual sólo podremos trabajar a medias.

Pero también nos encomiendan la conspiración de todas las potencias. Ante todo,
prever y fijar los fines, y en cada trabajo un fin muy preciso. Prever también el lugar y la
hora en que habrá que entregarse del todo a la tarea, tener a mano los instrumentos
útiles y los materiales necesarias. Prepararse al ataque con esta pregunta: ¿Adónde,
voy y a qué? Acabado el trabajo, fiscalizar el método para evitar las pérdidas de tiempo
y de fuerzas que habrán podido introducir en el trabajo nuestra improvisación o malos
hábitos anteriores. Tomar la resolución de suprimir para la próxima ocasión las causas
de distracción, de flojedad o de error.

He aquí ciertamente una serie de reglas cuya fiel observancia du-plicaría la actividad
intelectual de los alumnos.

OTROS CONSEJOS DIVERSOS SACADOS DE LOS “EJERCICIOS”

1.° El esfuerzo intelectual comprende tres tiempos. El ánimo debe, ante todo, después
de la preparación remota en las Adiciones, prepararse de una manera más próxima con
la invocación del auxilio divino y la concentración de las fuerzas sobre un punto 4 .

Después viene el esfuerzo por el cual nos perdemos en el objeto, el ánimo observa y
contempla, es decir, se olvida, se entrega, procura identificarse con la verdad o la
belleza propuesta a su estudio. Luego, por un tercer movimiento en sentido contrario, se
recoge en sí mis-mo; reflexiona, asimila, se nutre con los frutos de su observación.
Reflictiendo, sacar algún provecho.

Aquí vemos esbozadas las Reglas 4ª y 5ª de los Escolares, que les prescriben prever
diligentemente las clases (in eis praevidendis diligentes), oírlas y después de reflexión y
discusión, sacarles el mayor jugo (quae digna erunt... maiori cum ordine digesta).

2.° Hay dos clases de observaciones, la de la inteligencia y la de los sentidos. En la


primera, hay que aplicar al objeto, sucesivamente, todas las facultades, darle vueltas en
todos los sentidos y detenerse en los aspectos más llamativos, porque el gusto y el
interés son señales de una sana y útil actividad. Puesto que el fin es alimentarse,
importa no ser fácil en soltar la presa. La observación con los sentidos es igualmente
provechosa: hay que ver, oír, tocar, gustar y oler los objetos, aunque sean de orden

4
Véase la Oración preparatoria y los Preámbulos.
espiritual; porque hay manera de conocer más a fondo una verdad encarnándola, por
decirlo así, aprisionándola a través de las imágenes y símbolos.

3.° Un punto sobre el que San Ignacio es la importancia de un conocimiento por


simpatía y connaturalidad. Así podemos expresar la palabra sentir, que él usa con tanta
frecuencia. No quiere que nos contentemos con especular y pensar en abstracto,
además, hay que «sentir». A nuestro juicio, hay en esta palabra una norma preciosa.
¿No debe ser la ciencia, para ser verdadera, convertirse en sapiencia (de sapere,
gustar)?

Mientras la ciencia no se haya humanado, hecho vida en nosotros, ¿podríamos decir


que nos ha hecho más perfectamente humanos?

4.° A la observación premeditada debe añadirse el hábito de sacar una lección de todos
los encuentros con la vida. El mismo San Ignacio compuso los Ejercicios con las notas
tomadas de sus propias experiencias. Sabemos, sobre todo por el Memorial del P.
Cámara, que las Reglas para discernir espíritus salieron directamente de las mociones
de su alma, durante sus ejercicios. Notaba, comparaba, juzgaba, revisaba, hacía
algunos tanteos y sacaba las conclusiones. Con frecuencia aconseja en los Ejercicios
que se mire con múltiples iniciativas, cuál es la medida que ha de guardar cada uno, y
dónde están la justa medida, el equilibrio, la voluntad de Dios (por ejemplo, la
Penitencia, décima Adición, 3.a N ata). Debemos, según él, atenernos a lo que enseña
la experiencia de la vida.

5.° San Ignacio tenía también en mucho el ejercicio de la Repetición. El Directorio


muestra netamente su fin. No se trata aquí de una repetición de memoria, sino de un
volver sobre el asunto desde un punto de vista más sintético que el primero. La
meditación analiza al comenzar los elementos confusos, despierta la curiosidad y es
mantenida por el descubrimiento. Acabada la especulación, «queda abierto el camino a
los afectos internos» (magis aperitur via internis affectibus). Pues bien: el fruto principal
del trabajo previo está en la admiración justificada por el análisis (in quibus potissimum
consistit fructus). Verdad que tiene tanta aplicación en el humanismo como en la vida
espiritual. Hay que detenerse, pues, en las obras maestras, después del estudio
racional, para gustarlas con las potencias afectivas (in iis inmorandum voluntate et
affectu) 5 . La «Repetición» puede ser multiplicada: leer y releer a gusto de uno lo más
hermoso de la literatura, ¿no es el mejor medio de adquirir cultura?

6.° San Ignacio tiene buen cuidado de advertir que no hay que «repetir» los asuntos a la
ventura. Quiere que volvamos sobre los trozos en que hayamos tenido más vivos
sentimientos, o en que hayamos experimentado dificultad. Porque en ambos casos hay
un tesoro oculto bajo las palabras 6 .

7.° Los «tres modos de orar» nos sugieren también un excelente «Arte de leer». Hemos
de adquirir el hábito de disociar el pensamiento y el lenguaje y de confrontar uno con

5
Directorio, cap. XV.
6
Véanse las Notas de San Ignacio a los tres modos de orar.
otro. Para esto, resistamos a la pereza y pasividad de los lectores de novelas, pesemos
las palabras y \as frases. Podríamos distinguir tres modos de leer, como de orar: una,
que sería leer inteligentemente, es decir, entendiendo el sentido del texto; el segundo,
leer reflexivamente, esto es, notando las ideas y juicios personales que los
pensamientos del autor sugieren a lo largo de sus páginas; el tercero, leer no como un
discípulo que se instruye, sino como un maestro que quiere crear, y, por consiguiente,
para despertar en sí la potencia creadora personal.

8.° Sólo señalaremos un rasgo en que se reconoce la filiación de la Ratio respecto de


los Ejercicios. Para dar a su método mayor eficacia, San Ignacio quiere que la vida se
organice de una manera coherente, alrededor de una idea central. Por esta razón divide
los Ejercicios en cuatro semanas distintas, y estima muy importante que no se mezclen
ni ideas, ni sentimientos, ni tácticas que correspondan a distintas jornadas. Así, cuando
se trata de alcanzar vergüenza de sí mismo, no sólo habrá que meditar sobre los
motivos de tal vergüenza, sino también apartar del ánimo las lecturas, imágenes,
consolaciones, conservaciones, los recuerdos y los espectáculos que podrían ser
obstáculo a la penetración de este sentimiento de humildad en el alma. Lo mismo se
diga de todos los estados de alma que se consideran como gracias capitales de los
ejercicios. ¿Buscamos tristeza? Todo debe referirse a la tristeza. ¿Buscamos alegría?
Todo debe llevamos a la alegría.

Este método pedagógico se adapta de todo en todo a la formación intelectual. La falta


de orden y de progresión regular perjudica mucho al verdadero adelantamiento. Hay
que ponerse ante los ojos cada jornada y no adelantar si no por conquistas sucesivas.
Nos sentiremos, sin duda, tentados de precipitar el paso de los estudios; pero si
cediéramos a esta impaciencia, no construiríamos nada sólido. El alumno debe tener
arrestos para entregarse del todo al trabajo de cada clase y de cada trimestre, como si
en los cursos venideros no le esperara liada útil ni interesante.

Podríamos proseguir este análisis más por menudo. El parentesco entre la Ratio y los
Ejercicios aparecería estrecho y constante. No sin razón se han buscado las fuentes de
la Ratio en las pedagogías de la Antigüedad y del Pre-Renacimiento. Pero sean
cualesquiera los elementos materiales que de allí se hayan tomado, sigue siendo
verdad que el alma de la Ratio, su fuente espiritual, lo que la distingue de cualquier otro
tratado del mismo género, es el método mismo de los Ejercicios. Los Jesuítas, que
llevaban en la sangre y en la medula la manera ignaciana de guiar las almas, necesaria
y casi biológicamente la habían de transfundir en su pedagogía intelectual; habrían sido
incapaces de seguir direcciones divergentes.

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