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ANTROPOLOGÍA CLÁSICA

SÓCRATES, y el conócete a ti mismo

En la evolución del pensamiento filosófico Sócrates es un significativo paso adelante


pues supera la reflexión naturalista, el hombre más que compuesto físico-biológico, es
su psyché. Se preguntó ¿cuál es la naturaleza y la realidad última del hombre? Con
ello Sócrates trasciende la posición fisicalista de los primeros filósofos y también
contradice a los sofistas que enseñaban de plaza en plaza explotando
económicamente su saber. En Sócrates sólo el propio descubrimiento de la verdad es
válido.

El alma (psyché) es aquello que distingue al hombre del resto de los seres. El alma es
la razón, sede de la actividad pensante y ética. Yo consciente, personalidad intelectual
y moral. La pregunta por la realidad tiene como respuesta esencial la pregunta del
hombre por sí mismo, quien no es mera especulación sino sociedad de pensar y
actuar, de saber y decidir correctamente. Si el hombre posee el alma como esencia, el
fin de todo hombre es el cultivo de su alma:
“A lo largo de mi camino no hago otra cosa que persuadiros, de que no es el cuerpo de lo
que debéis preocuparos ni de las riquezas ni de ninguna otra cosa, antes y más que del
alma, para que esta se convierta en óptima y virtuosísima” (Platón, Apología de
Sócrates).

La misión del hombre consiste en obedecer el mandato de la divinidad que dice:


“Conócete a ti mismo”. El saber apunta a un origen y una finalidad trascendental,
cuando el hombre busca, pregunta, se inquieta e interroga, cumple con una función
superior, de carácter y naturaleza divinas. El saber es fundamentalmente práctico,
ético, no informativo o argumentativo, sino saber orientado a hacer bien para ser feliz.
Saber es ser hombre gracias a la vivencia de la virtud y de la libertad. La virtud (areté)
es ciencia. El vicio es ignorancia. Lo virtuoso es aquello que perfecciona el alma. El
error es la ignorancia del bien, creer que es bueno aquello que no lo es. El mal
realizado acontece cuando se considera equívocamente lo bueno. Cuando el hombre
obra mal es porque se ha negado a la búsqueda y afirmación de su verdad, de allí que
toda mala acción, todo pensamiento errado sólo conduzca a la infelicidad. Libertad: el
hombre es libre cuando alcanza el autodominio, como dominio de la propia
animalidad, hacer del alma señora, dueña, del cuerpo y los instintos. Además, la
libertad es autarquía, es decir autonomía, quien domina los sentidos se basta con su
razón para ser feliz, no necesita de nada más, él dicta para sí las normas de conducta
que se siguen a su conocer. El gobierno de sí es el primer gran objeto del saber
humano.

Sócrates es un educador, por tanto ofrece a sus interlocutores una forma de


conocimiento personal. Aplica el método que él denominó “Mayéutica”, que consiste en
un hábil interrogatorio en dos partes.
1º. IRONÍA: “Sólo sé que nada sé”. El interrogatorio invita al interlocutor a que exponga
los fundamentos de su pensar. Es irónico porque Sócrates, afirmando que no sabe,
hará también caer en la afirmación de su propia ignorancia al interrogado,
aparentemente más ilustrado y seguro de su saber. 2º MAYÉUTICA: 1º Refutación:
cuestionamiento. Finalizada la ironía inicial, se ataca con devastadores
cuestionamientos para corregir aquello inconsistente y para impulsar una nueva
búsqueda. 2º Mayéutica: direccionar la re-definición de un concepto, “parir una idea”.
Se reconstruye la argumentación en un nuevo rumbo más seguro hasta llegar a
conclusiones más personales y más sólidas.

CONCLUSIÓN: El hombre, un ser que debe considerarse siempre ignorante, ello es la


base de su actuar y decidir racional. La verdad se enuncia en términos de creación y
acción personal. El hombre, alguien que examina su interioridad, examen como crítica
y cuestionamiento moral. En Sócrates asistimos a la mejor y mayor prueba de
coherencia entre el pensar y el vivir, Sócrates, digno y responsable, prefirió tomar la
cicuta a contradecir los mandatos de su pensar, de su optar ético.

PLATÓN, dualismo alma-cuerpo

Platón, discípulo de Sócrates, continúa el acento en la distinción alma y cuerpo. Es el


fundador y perpetuador de la comprensión dualista del hombre. Influenciado por la
espiritualidad egipcia, que señalaba un derrotero transterrenal del alma humana,
Platón se sirve de mitos extraídos de la religiosidad griega primitiva, para dar
explicación del origen divino del alma, así como de sus distintas operaciones a partir
de las diferentes actitudes del actuar humano. En lo político, Platón es aristocrático,
recordemos que fueron los demócratas los que condenaron a Sócrates a beber la
cicuta. Tal orientación lo lleva a entender los distintos estamentos de la polis griega,
como consecuencia política de un origen divino del alma. El posicionamiento y la
actividad del hombre nacieron en un punto del comienzo del universo en el que se le
asignó a cada alma humana un destino que debe cumplir, una orientación que debe
respetar, so pena de caer más bajo en la escala de las calidades humano-sociales.

1. Antecedentes pitagóricos

La escuela de Pitágoras (530 a.c., Samos) afirmaba, desde un punto de vista dualista,
que toda la realidad está compuesta por elementos opuestos en una categorización
decenal (10). Filolao, el más prominente discípulo de Pitágoras, concibió el sistema
solar como nueve esferas separadas entre sí, que sumada a la anti-Tierra, planeta al
otro lado del sol, constituía la decena mágica de los cuerpos celestes que se conocían.
¿Qué sucede con las formas opuestas? Los contrarios se distinguen pero son
conciliados por la armonía, ley universal, objeto de veneración mística. La vida
corpórea surge como expiación de un pecado original, exige una trasmigración de las
almas y exige un culto a la ciencia, contempladora de las cosas eternas y divinas, que
funciona como actividad para la purificación-liberación del alma. La ciencia se centra
en las matemáticas y éstas en el número, cuya ley domina todas las cosas: las
relaciones espaciales, las relaciones armónicas de los sonidos, en la vida y la salud;
en la organización social, donde la justicia es medida de proporción. Matemática,
música, conducta, constituyen en la escuela pitagórica planos de una realidad cósmica
a la cual el hombre responde voluntariosamente para poder vivir. En ese orden de
ideas, el dualismo de fuente mística, en Platón reviste las siguientes connotaciones:

ÓNTICO Material Espiritual


LÓGICO Opinión-sensación Idea-
DUALISMO Ciencia/Filosofía
ÉTICO Mal Sumo Bien
ANTROPOLÓGICO Cuerpo Alma
2. Teoría de la reminiscencia

Muy influenciado por el misticismo pitagórico y por las tradiciones orientales que
admitían la posibilidad de nuevas vidas más allá de la muerte, Platón concibe un
aspecto del conocimiento: la creación del alma humana implica la búsqueda
existencial que se orienta hacia las ideas, hacia lo universal, estable y eterno, más que
hacia los fenómenos, lo particular, sensible, perecedero, cambiable o instantáneo.
¿Razón? “El alma puede buscar y encontrar las ideas porque las ha contemplado en el
mundo de la verdad eterna antes de entrar al cuerpo. En el alma permanece la huella,
indeleble, de aquella contemplación originaria”.

El alma en los orígenes contempló la verdad, las ideas, y olvidó ello al revestirse con el
cuerpo. Por tal motivo el hombre tiende a la indagación de las ideas, impulsado por
ese dinamismo de “recuerdo”, de reminiscencia. Lo divino que está inscrito en la
interioridad, las huellas que dejó el mundo de las ideas motivan al hombre para hallar
en ese receptáculo íntimo, las verdades alguna vez percibidas pero hoy olvidadas. El
alma, por su naturaleza divina inmortal tiene la capacidad innata para extraer de su
interioridad, por esfuerzo y actividad intelectual, el recuerdo de las ideas eternas y
constituir así la ciencia del ser verdadero.

3. El cuerpo, tumba del alma

“[Eurípides:] ¿Quién podría saber si el vivir no es morir, y el morir no es vivir?, que


nosotros en realidad, quizá estamos muertos... que el cuerpo es una tumba para nosotros”.
(Gorgias, Platón).

Platón hace un juego de palabras en griego, soma es sema, es decir, cuerpo es cárcel.
El cuerpo constituye el opuesto a la esencia del hombre. Representa la materialidad, la
sensibilidad, la fuente de pasiones que distorsionan la auténtica realidad ideal. En la
relación alma-cuerpo, mientras tengamos cuerpo estamos muertos, la vida corporal es
una apariencia de vida, ya que somos fundamentalmente alma. La muerte corporal es
el vivir, porque al morir el cuerpo, el alma se libera de su cárcel, de ese envase
corrupto y corruptible que lo ha estado engañando y que le ha impedido contemplar
más puramente la verdad ideal de sí y de las demás cosas.

4. El cuerpo, raíz de todo mal

El cuerpo, asignado como castigo originario del ser humano, es el causante del error,
de no apreciar ni los seres, ni las razones en su auténtica realidad y verdad. El cuerpo
es origen de amores alocados, pasiones, enemistades, discordias, ignorancia y
demencia: ello es lo que lleva a la muerte del alma. El hombre pleno, el verdadero ser
humano, es filósofo y su misión consiste en extirpar la influencia del cuerpo, debe huir
de sus insinuaciones, de sus apremios, de sus seducciones.

“La filosofía es ejercitarse en la vida verdadera, la huida del cuerpo que es reencuentro
con el espíritu.
Filósofo es quien desea la vida verdadera, la muerte del cuerpo.”

5. Dialéctica, el conocimiento es la purificación del alma


La purificación se lleva a cabo cuando el alma, trascendiendo los sentidos, se
posesiona del mundo inteligible y espiritual, uniéndose así con su contexto propio y
original. Purificación es proceso de conocimiento, es dialéctica, es desplazamiento
intelectual que logra el ascenso de la percepción sensible, aparente y falible de la
realidad, para acceder a la contemplación de la verdad, las ideas, lo permanente,
universal, eterno e incontrovertible. Esta dialéctica es también esfuerzo catártico de
búsqueda y ascenso progresivo. Así, el conocimiento racional es también conversión
moral, al elevarse el ser en su conocer, elevamos el ser en su hacer, apropiándose del
supremo bien, constituyéndose en virtuoso. Reconocemos un saber que funciona por
mandatos religiosos, pero que une saber abstracto con saber hacer ético. Eso es
contemplar, eso se denominaba teoría: un ver superior que asciende el alma para un
hacer armonioso apartado de los errores de la materialidad y los sentidos.

6. Metempsicosis, trasmigración de las almas:

Metempsicosis significa el traslado del alma a través de distintos cuerpos, renaciendo


en diversas formas vivientes, como premio o castigo al tipo de vida llevada a cabo. En
nuestra cotidianidad se le conoce como la creencia en la reencarnación. Platón asimiló
tal postura de las escuelas sapienciales egipcias y de las tradiciones asiro-babilónicas.
En el panorama de la historia de las religiones, quienes más insisten, aún hoy, en esa
creencia, son los hinduistas y los lamaístas. Nuestras tradiciones cristianas, deudoras
del judaísmo, no asimilan como doctrina la reencarnación pues el Dios de la Alianza, el
Dios Padre de Jesús, actúa en el desarrollo de la historia, actúa en una conciencia que
es íntima pero profundamente situacional y actual. Platón no sistematiza
unívocamente ni conceptualmente el carácter mistérico y divino del alma. Ofrece unos
relatos míticos que explicitan, bajo una coherencia idealista y dualista, esos
fenómenos ligados a un proceder no humano. Proponemos tres formulaciones: 1º.
Fedro (elementos del alma, mito de los corceles alados). 2º. La República (ciclo
cósmico milenarista, mito de Er ). 3º. Fedón (errancia de las almas a través de los
cuerpos).

FEDRO, Mito del carro de los corceles alados (Composición del alma)

Junto a los dioses, el alma originariamente vivía al lado de estos una vida de carácter
divina. La visión divina de la realidad es la visión de la intuición mística: contempla
directamente y sin esfuerzo alguno la esencia, la idea de todas las cosas. El alma es
como un carro alado arrastrado por dos caballos y conducidos éstos por un auriga.
Cada elemento de este carro alado representa una parte funcional del alma. El auriga,
es decir, el cochero o conductor de este carro, corresponde al alma racional (logos)
quien domina con el conocimiento y la ciencia. La razón es el conductor de ese ser
divino, de esa alma en el mundo de las ideas puras. El caballo blanco, impecable,
generoso y dócil, corresponde al alma afectiva o pasional, espacio de los sentimientos
profundos, de lo sublime (timós: corazón). El corazón en ocasiones se deja engañar
por la opinión, por ese saber comunicado por la materia, por la carne y por ello
equivoca los sentires profundos con emociones incontroladas. El caballo negro sórdido
y rebelde, corresponde al alma apetitiva o concupiscible (Biós: cuerpo: funciones
animales), quien sufre las sensaciones y los deseos sensibles, con una impetuosidad
que no cono ce ni control ni plena satisfacción.

LA REPÚBLICA, libro X, Mito de Er (Ciclo cósmico milenarista)

La vida terrena dura cien años como máximo, entonces, como hay un número limitado
de almas, el ciclo de las reencarnaciones llega a la perfección en el número diez, así,
el ciclo individual de reencarnaciones dura mil años, momento en el cual se realiza un
ciclo cósmico, totalizante, con el número de todas las almas. Al cabo de los mil años,
las almas se reúnen en una gran llanura ante la moiraLáquesis, allí nuevamente se le
encarga a cada alma un nuevo destino por mil años. Los dioses no imponen el
paradigma (destino genérico), así pues, el hombre recibe de la divinidad la posibilidad
de la vida. No es libre de vivir o no, pero sí es libre de escoger el tipo de vida que
quiere hacer, según el vicio o la virtud. Hecha la elección, las almas beben el olvido en
las aguas del río Ameletes y bajan a los cuerpos en los que realizan la vida elegida.

FEDÓN. (Ciclo individual de reencarnaciones)

Las almas cuya vida ha transcurrido excesivamente atada al cuerpo, las pasiones, los
amores, y los gozos, al morir no logran separarse completamente de lo corpóreo.
Temen al Hades, o sea el espacio de los tormentos eternos, donde todo es sombras y
dolor. Por ello vagan alrededor de los sepulcros, como fantasmas, hasta que atraídas
por el deseo de lo corpóreo se unen a otros cuerpos de hombres e incluso de
animales, según la bajeza de su vida moral anterior. Las almas de los virtuosos se
reencarnarán en animales mansos y sociables o en hombres justos. La calidad de
cada reencarnación posee un criterio retributivo: si el alma aspiró y vivió lo sublime, lo
eterno, lo puro, ascenderá en la escala de los tipos de hombre. Si por el contrario, su
existir fue una dependencia de seres, saberes y sentires definidos por lo superficial, lo
pasional, lo animal, su orientación será descendente, como un castigo por no haberse
superado y haber traicionado su carácter divino.

7. Calidad del alma y estamento social

Así mismo toda sociedad está formada por clases en las que predomina un tipo de
alma. Cada alma tiene una virtualidad, una potencialidad. Desde su origen divino está
determinada para cumplir unas tareas. La actividad del alma trasciende a la esfera
comunitaria, a las relaciones sociales, al intercambio laboral, comercial, legal, que se
experimenta en cada polis. Se hace socialmente aquello que puede el alma en su
posibilidad esencial. Platón comprende a la sociedad desde una rígida estratificación
en donde la mayor importancia la tienen los nobles, los aristós, quienes poseen
autoridad sobre los demás estamentos. Por otra parte, las competiciones olímpicas
muestran que los individuos ganan un premio gracias al posicionamiento alcanzado en
la competencia. En relación con ello, el origen de los seres humanos trajo su
competencia: unos contemplaron directamente las ideas, otros las vieron, pero un
poco más lejos y otros casi que ni las vieron. Así pues, la calidad del alma individual
establece la función dentro del tejido social. Nuevamente se verifica la relación entre
ética particular y posición política. Ahora bien, los extranjeros, los esclavos (ambos
llamados “bárbaros”), las mujeres y los niños, no son ciudadanos; su alma ni siquiera
es considerada como merecedora de alguna calidad, como cumplidora de una función
social. En el diálogo Timeo, Platón propone su idea de estado, algo que se ha llamado
el “comunismo idealista”, allí expresa que las mujeres son seleccionadas para aportar
su cuerpo en la reproducción de los ciudadanos que se requieran. Los niños
pertenecen al Estado y son rigurosamente educados por pedagogos de la república,
lejos de las nefastas influencias de sus padres carnales. Allí desaparece la familia y es
la ciudad-estado la principal referencia de asociación humana.

1. Biós (Βιοσ)- Concupiscible – sensación – epithymitiké. Almas definidas por las


emanaciones del cuerpo, de la materia. Almas proclives a lo sensorial, a lo
utilitario, a aquello que es particular y perecedero. Quienes están en este estrato
bajo se desempeñan como campesinos, artesanos y comerciantes. Ciudadanos de
bronce.

2. Timós (Τηψµοσ)– irascible – pasional – afectivo – Thymoeidés: guardianes o


perros de noble raza. Almas que asocian su pensar y su actuar con nobles
sentimientos, con afectos más profundos. Almas valiosas por el ardor con que
acometen una empresa guerrera o protectora. Corresponde a los guerreros, a los
defensores del orden establecido. Ciudadanos de plata.

3. Logós (Λογοσ)– razón – ciencia - sabiduría – logistiké. Almas puras, almas que
cultivan el sumo bien, la verdad y la bondad. Pertenecen a esta clase los
gobernantes que aman la ciudad más que los demás y cumplen con celo sus
obligaciones. Para Platón tales gobernantes han ascendido de la opinión a la
sabiduría. Son los hombres que llegan al máximo nivel de humanidad y saber los
reyes – filósofos. Ciudadano de oro.

ARISTÓTELES, hombre como animal racional-animal político

Aristóteles, el estagirita, discípulo de Platón pero no continuador de su perspectiva


idealista y dualista, da un giro en la comprensión del hombre. Aristóteles no recurre a
las tradiciones griegas -es macedónico-, ni a la mitología, ni al misticismo pitagórico.
La mirada de Aristóteles tampoco se define desde un ideal político aristocrático. En
otras palabras, Aristóteles realiza un cambio de posición, su filosofía es perfectamente
realista. Cuando Aristóteles define al hombre, identifica en el alma principios de
comprensión de la realidad y orientaciones de su conducta, eminentemente prácticos,
de su hacer. De esta manera, más que trasmigración, dialéctica o reminiscencia,
Aristóteles ofertará una perspectiva humana científica y ética, sin apelar a realidades
supramateriales. El hombre muere cuando su cuerpo muere.

1. Concepto, composición del hombre:

“Necesario que el alma sea substancia, en cuanto forma de un cuerpo físico que tiene vida
en potencia ... el alma es la entelequia primera de un cuerpo físico que tiene vida en
potencia”.

Para Aristóteles, el hombre nuevamente es un compuesto dual de alma y cuerpo.


Preguntado por la esencia del hombre, por la más pura y original definición de lo
humano, por eso substancial-que permanece a través del cambio-, Aristóteles explica
que es el alma lo que expresa la humanidad. Lo que hace que algo sea eso y no otra
cosa, la denomina “forma”, es decir, esencia, ousía (ουσια), del cuerpo, donde cuerpo
es la esencia material, substancia primera que se deja moldear (προτοσ ουσια: protós
ousía). El cuerpo es lo que el alma-ser humano lo orienta a ser. La posibilidad de vida
humana es una nota caracterizadora del alma humana. Si algo debe perfeccionarse
dentro del hombre para que sea hombre, eso es el alma (entelequia primera). El
cuerpo, sin ese direccionamiento, sin esa impronta fundamental, por sí solo no
constituye humanidad. Porque además, Aristóteles reconoce que también hay almas
animales y almas vegetales. El alma humana es superior porque desarrolla una serie
de funciones que la distinguen de los demás seres animados. El alma como principio
de vida posee funciones y admite diversos tipos de fenómenos, de tal suerte que
podemos distinguir en los vivientes la presencia de tres tipos de almas:
Alma vegetativa: Permite el nacimiento, la nutrición y el desarrollo.
Alma sensitiva: Además de las funciones anteriores, constituye en los seres su
sensación y la posibilidad de movimiento.
Alma intelectiva o racional: Contiene las potencialidades de las dos almas anteriores,
pero delimita lo específicamente humano a la operación del conocimiento creativo,
transformador, así como las acciones sociales y éticas de la deliberación y la elección.

Los vegetales tienen alma vegetativa. Los animales vegetativa y sensitiva, los
hombres poseen vegetativa, sensitiva y racional. En el alma sensitiva se halla el origen
de la fantasía, que es una producción de imágenes, y la memoria, que es la
conservación de las imágenes. La experiencia procede de la sensación ya que es una
acumulación de hechos recordados. El alma racional o intelectiva añade una forma
superior de saber: la inteligencia es capacidad y potencia de conocer las formas puras.
Capta en acto, actualiza, hace patente, la forma de la realidad que se encuentra en
potencia, gracias a lo suministrado por la fantasía y la memoria. Tenemos un alma
humana con una doble función del intelecto, su Intelecto paciente o potencial, unido
a lo sensitivo, de carácter falible y perecedero, la cuota animal de nuestro saber, y el
Intelecto agente, separado y ubicado en el alma propiamente dicha, es impasible,
carece de mezclas, productora de cosas materiales, sociales y teóricas. Superior al
paciente, separado de la materia, es aquello único que es inmortal y eterno. Esta
dimensión es espiritual, metaempírica, suprafísica, irreductible al cuerpo, aquello
divino que hay en nosotros. Ahora bien, al alma humana le corresponde un cuerpo
humano, si este se descompone, se corrompe, deja de ser. Y con él acabaría la
calidad humana que lo determinaba. El alma humana no es dios, pero es reflejo de lo
divino, es incorruptible y absolutamente impasible.

2. Implicaciones éticas del concepto de hombre:

Aristóteles no concibe al ser humano independiente de su actuación concreta. Como


buen observador realista, el alma humana es la forma a la que corresponden unos
dinamismos de acción. La esencia humana debe desarrollarse en esencias prácticas,
en las virtudes. Antropología y ética estarán, desde este mismo momento,
indisolublemente ligadas. En el mundo práctico, el hombre posee una inteligencia para
obrar, un intelecto práctico por el cual domina los impulsos y delibera. Por él las
acciones del hombre son voluntarias y responsables, a diferencia del alma vegetativa
o el alma sensitiva, carentes de conciencia y de orientación razonable de sus actos.

En su obrar el hombre tiende a un fin que es la FELICIDAD (ευδαµονια: eudaimonía).


La felicidad es un horizonte de comprensión que ilumina la acción. Es un panorama de
vida teorética (Que ilumina todo lo existente). Ésta se constituye por el pleno desarrollo
y la perfección de la substancia, la esencia del hombre que es su alma. Así, la felicidad
es la actuación de todas las virtudes posibles. Ello no de forma esporádica, atomizada
o circunstancial, sino en una vida plena, en un horizonte completo y complejo de las
decisiones y actuaciones humanas. La felicidad es una vida superior a la del placer y a
la de la producción. La felicidad es el bien de lo supremo en el hombre: el
entendimiento, gobierno de todo su pensar y actuar. Las virtudes no se actualizan en
actos aislados, son la orientación constante de las acciones, son un hábito de elección
por el cual se permanece en el justo medio (µεσοτεσ: mesotés). Las virtudes más
universales, posibilitadoras de las demás son las dianoéticas o contemplativas
(prudencia, sabiduría). Las virtudes éticas o de la vida práctica se manifiestan en
situaciones precisas de valoración y elección (valor, liberalidad, magnanimidad,
templanza, perseverancia).

La virtud por excelencia es la JUSTICIA, pues el hombre por naturaleza es un


ANIMAL POLÍTICO, ya que solamente en la sociedad puede realizar en plenitud su
esencia humana. La justicia es un hábito de proporción. Es justicia conmutativa
cuando realiza la igualdad entre intercambios; es justicia distributiva cuando
proporciona la recompensa al mérito. Como animal político, el bien del hombre se
encuentra en las relaciones sociales. Es en la ciudad donde el hombre perfecciona sus
virtudes, su sabiduría. La ciudad necesita del hombre y no puede existir un hombre sin
respeto a la naturaleza social. El extraño a las convenciones de la ciudad es un puro
animal, irracional, asocial

ANTROPOLOGIA DE LA MUERTE
Texto básico de la conferencia dada ante la Academia de Medicina de Caldas, el 5 de
Mayo de 1987, en el auditorio de Confamiliares.

Hablar de la muerte, es hablar de la vida; introducirse en las profundidades cenagosas de las


tumbas y ¡as tradiciones míticas y religiosas de las civilizaciones humanas milenarias, es tratar
de descubrir los nexos ocultos, sutiles, que se han establecido siempre entre las actividades
más vitales del hombre, como lo son el arte, las ciencias exactas, las filosofías, la ciencia
exactas, las filosofías, la ciencia médica, las religiones y la política.

Todo movimiento, todo pensamiento, toda concepción humana, van acompañados de manera
evidente o soterrada del sentimiento del morir, sensación casi exclusiva de la conciencia del
homo sapiens.

La muerte somete a los reinos vegetal, animal y mineral, a los seres unicelulares y a los
cuerpos celestes extragalácticos. pero el único que tiene plena conciencia de su muerte es la
mente humana y para ello necesitó de la previa constitución sicológica del tiempo, porque sin
tiempo no hay pasado ni futuro, sino un continuo YA, un permanente presente. Es el caso de
los animales y los primeros homínidos que vivian y olvidaban casi simultáneamente, no poseían
memoria de hechos viejos y por ello no podían sentir la presencia del morir, que requería para
manifestarse de una sucesión temporal de actos.

Como cualquier momento era el primer momento, no tuvieron relaciones estrechas con otros
miembros de su clan o manada y cuando estos desaparecían no se percibía ese
aniquilamiento, por carecer de la conciencia de su existir, eran inmortales a través de la
ignorancia, eran infinito al faltar la memoria y la concepción del tiempo.

El rito funerario, el hallazgo de la tumba, es el elemento objetivo que permite averiguar el


instante en que el embrión de ser humano, abandonó su noche de penumbras salvajes y abrió
la inteligencia al hecho de su fugacidad vivencial, condenándose a una nueva vida de
incertidumbre ante el mañana.

De finales del paleolítico ya se detectaron tribus que construyeron cementerios rudimentarios,


donde cráneos y falanges son las piezas que más abundan. Luego aparecen utensilios de
látex, vasijas, vestidos, que implicaba que el primitivo había inventado un más allá; es este el
segundo donde surge el vértigo de la vida, el miedo a no existir algún día, la ruptura con la
naturaleza, pretendiendo vencerla con los nacientes instrumentos de la brujería, las pinturas
rupestres, la adoración de Dioses naturales y exorcismos desesperados que buscaban
erradicar del destino del hombre la pesadumbre, la enfermedad y la angustia de la finitud.

Claro que no es tan fácil asegurar la exclusividad perceptual del hombre, en relación con la
detección de la mortalidad. A comienzos de la década del 60, los zoólogos curiosos,
encontraron que los elefantes africanos y asiáticos realizaban una especie de rito funerario ante
sus muertos, con ramas secas y hojarasca cubren la cabeza y las patas del cadáver y luego
inician una súbita carrera, acompañada de gemidos y jadeos. Continuar estudiando al elefante
y su primaria actitud ante la muerte, es quizás la única manera objetiva de entender cual fue la
evolución sicológica de los hombres de la época de las cavernas.

Un análisis completo de la antropología de la muerte significaría recorrer Oriente y Occidente,


detenernos en las culturas precolombinas, analizar el Bardo Thodol o Libro Tibetano de los
Muertos o viajar a China a horadar los caminos recorrido por Confusio y Lao-Tse. Como el
objetivo primordial de esta conferencia es que entendamos mejor nuestra actual posición sobre
la muerte, me referiré solamente a aquellos pueblos que influyeron de manera indirecta y
directa en la ideología tanatológica de Occidente. Por ello, comenzaré por Egipto, seguiré con
Grecia y concluiré con el Occidente de la edad media, renacimiento y el contemporáneo.
EGIPTO: AMON RE Y OSIRIS

Cinco mil años de misterios insondables han quedado retratados en las descomunales
pirámides, semihundidas en las arenas del desierto; 26 dinastías, cientos de Faraones,
reflejaron interpretaciones diversas con respecto a la muerte y la vida, que se comprueban
históricamente en los cambios sucedidos en la arquitectura, sistema político, arte pictórico y el
ejercicio de la medicina en los diferentes períodos.

Fue el imperio antiguo, de mil años de duración y las seis primeras dinastías, a quien le
debemos los monumentos de mayor majestuosidad. Las famosas pirámides de Keops, Kefren y
Micerino (de la 4a dinastía) simbolizan con exactitud la concepción religiosa de la época; el
Faraón era la representación divina en la tierra, que debía construir su pirámide mortuoria lo
más agradable y lujosa posible, porque la tumba era la morada intermedia entre el reino celeste
de los Dioses y la tierra negra de Egipto; se construyó en piedra, porque se quería a través de
la pirámide comprar la eternidad, si la tumba persistía la inmortalidad se aseguraba. Es en este
tiempo donde se dibujan textos en las paredes de las pirámides que hablan del viaje del Faraón
hacia el reino de dios solar RE o RA, en una barcaza de madera, por esto las construcciones
fueron diseñadas tratando de tocar con sus puntas de granito sólido los techos de los cielos.
Miraban hacia arriba y allá estaba su meta. Sin embargo este período solo garantizó la
inmortalidad a los Faraones y la familia real, eran ellos los únicos que tenían derecho a ser
embalsamados ritualmente y a poseer una tumba con inscripciones sagradas; los demás,
nobles y campesinos, sólo tenían posibilidad de perdurar al fallecimiento en relación con el
servicio que se hubiese prestado en vida al Faraón. Es aquí donde se comprende la longevidad
del absolutismo real.

Los médicos de esta época se dividieron en los sacerdotes que atendían al Faraón y su Corte,
en los magos que formulaban al pueblo y en los escribas o médicos laicos que eran protegidos
por los nobles; estos últimos conocieron las especialidades, parece que utilizaron el análisis
objetivo de los síntomas, porque la enfermedad no era en este momento castigo divino sino
una mezcla de accidente natural y maleficios provenientes de los espíritus de los muertos. Es
este un período donde prácticamente la única norma moral exigida es respetar la persona del
Faraón, y el hedonismo y el deseo de las riquezas materiales acompañaron a las distintas
capas de la sociedad egipcia. Con la llegada del primer imperio intermedio (entre la séptima y
la onceava dinastía) el poder omnipresente del Faraón se colocó en tela de Juicio, el motivo
principal radicó en que muchos nobles y campesinos que no tenían acceso al Faraón temieron
no alcanza la vida eterna, se necesitó de un mecanismo independiente para ser inmortal; es
aquí donde se genera la llamada «democratización de la muerte», los nobles se apoderaron de
los textos sagrados, construyeron sus tumbas y se otorgaron la posibilidad propia de alcanzar
el mundo del Dios solar RE. Paralelamente surgió el concepto de una especie de paraíso
terrenal, muy similar al medio ambiente que ellos conocían, que quedaba al «Occidente» donde
las riquezas materiales eran muchas y al alcance de todos. Se requirieron más fórmulas
mágicas y talismanes que antes para invocar a los dioses, el auténtico politeísmo (con dioses
de la fertilidad, de las aguas, de la salud, de los cultivos, etc.), socavó el poder único del RE.
Los médicos magos dominaron este período, los médicos laicos y su vocación científica
empírica se obscureció ante la nueva ideología del mas allá. Doscientos años duró Egipto
desconociendo el poder absoluto del Faraón, lo que condujo a que pequeños gobernantes de
las provincias se sintieran autónomos de un poder central. Con la doceava dinastía de los reyes
tebanos. estos recuperaron la confianza de su pueblo y lo reagruparon, porque les fue
aceptado de nuevo el origen divino, pero no el atributo de dar o no inmortalidad a los demás y
se conservó la democratización de la muerte alcanzada en el período anterior.

Es aquí cuando el nombre de Osiris, el dios hombre, comenzó a tener un raigambre popular,
los sacerdotes de Metrópolis le rendían culto desde la quinta dinastía, pero de manera casi
clandestina porque RE era el amo religioso absoluto. Osiris, esposo de Isis, fué asesinado por
su hermano Sethi y dividido su cuerpo en catorce partes, que se dispersaron por las tierras del
Alto y Bajo Egipto: su hijo Horus vengó a su padre al matar a Sethi y reunió las partes
separadas del cuerpo y Osiris resucitó. Se estableció la otra gran concepción del más allá. el
reino de los muertos gobernado por Osiris rey de la muerte y de la resurrección. Explicaré en
esta parte la razón del embalsamiento del cuerpo, la compulsión a conservar las momias
intactas, que condujo a la construcción de pasadizos secretos y cámaras mortuorias falsas en
las tumbas, para salvaguardar ai cadáver de los vivos: la popularidad de Osiris ocasionó que
las tumbas ya no miraran hacia arriba, sino que fueran excavadas entre las rocas y se
profundizaran metros adentro, para estar más cerca del reino subterráneo y aunque RE y su
reino solar no fué olvidado si perdió su inicial influencia: la momia debía ser conservada.
porque si se destruía inmediatamente el espíritu inmortal del individuo perdía el derecho de vivir
en lo eterno. Los egipcios no dividieron el hombre en nuestra conocida clasificación de cuerpo,
alma y espíritu, para ellos existió un «KA» traducido como «doble», un «ba» que sería
equiparable al alma pero con atributos especiales y el «Aj» o ser espiritual. El Ka estaba
representado en la cámara de la estatua de la tumba, era a él a quién se le depositaban las
ofrendas de alimentos y bebidas, que a su vez garantizaban al cuerpo. Ba y Aj seguir
existiendo. El Ba era móvil, transformable, que se podía convertir en ave y visitar los familiares
vivos y sus propiedades, no era que se reencarnara en animales el egipcio -como
erróneamente lo relataron los historiadores griegos- sino que su acto era una transformación
temporal, que le permitía interconectar el mundo de los vivos, el sitio intermedio de la tumba y
el más allá de Osiris, Occidente o el RE solar. En esta época la medicina avanza en el arte de
la reconstrucción quirúrgica, en el tratamiento de los traumas y en el conocimiento de la
anatomía de los huesos y articulaciones; el papiro de Edwin Smith es fundamentalmente
quirúrgico y esto se explica porque el ideal de muerte del momento obligaba como requisito
indispensable a que el cuerpo del difunto estuviera completo (al igual que el Osiris
reconstruido), para poder ser garantizada la vida en el más allá.

Es del cuerpo físico de donde se alimenta Aj o el ser espiritual, por eso la técnica del
embalsamiento tenía que perfeccionarse para garantizar que nunca los tejidos y huesos
desaparecieran y no era que creyeran en la resurrección del cuerpo físico, sino en la
indispensable conservación del cuerpo para que el ser espiritual continuara existiendo.

IMPERIO NUEVO Y DECADENCIA

Luego de aproximadamente 250 años vino el segundo período intermedio, donde el pueblo
extranjero de los Hicsos dominó por casi 300 años. pero no logró la desaparición de las
sólidas tradiciones de la antigüedad. Con la dinastía diez y ochoava comenzó el imperio nuevo,
donde tras una corta revolución religiosa en los reinados de Amenofis 111 y IV. que
proclamaron la unicidad del Dios Aton. volvió la tradición de Osiris y en menor proporción RE a
gobernar el pensamiento sobre la muerte.

El famoso texto del «Libro de los Muertos» apareció por primera vez en las momias de éste
período, el cual se originó como consecuencia de un juicio de los muertos, que las anteriores
dinastías no concibieron. Cuarenta y dos dioses comandados por Osiris decidían si el muerto
era merecedor de la vida eterna o debía ser castigado por un tiempo o ser destruido por
completo. El llamado libro de los muertos son fórmulas mágicas y textos laudatorios que
intentan que la decisión de los dioses le sea favorable al difunto, es el día en que al juzgado le
es extraído el corazón y colocado en una balanza, donde «Amaat», que se ha traducido como
«justicia-verdad» está ubicada en el otro platillo; si el corazón resulta más pesado es que está
cargado de actos malos, de manchas morales y es ingerido por la «devoradora», una figura
mixta de chacal y humano; si la inclinación no era muy marcada se tenía el derecho a ir a una
especie de purgatorio y sufrir la expiación de las culpas. De esta tradición, donde el corazón es
el órgano más esencial para el más allá, la medicina logró adelantos muy importantes en el
estudio de la anatomía y la fisiología cardiovascular; el denominado papiro de Berlín, como el
papiro de Ebers, son verdaderos tratados de angiología, completos libros de la patología del
corazón. Una vez más, buscando entre las relaciones ocultas, la medicina basaba sus ansias
de dominar el sistema cardiovascular en una creencia mortuoria.

Luego de unos 500 años, la integración política y social de Egipto se fue desmembrando,
porque las nuevas generaciones cometieron un error que ninguno de sus predecesores realizó:
olvidar el pasado. Cuando la dinastía XXI comenzó su gobierno -el postimperio- el pueblo había
perdido la memoria, el sentido profundo de los ritos, y el miedo y la inseguridad invadieron a
sacerdotes, gobernantes, nobles y plebeyos. Quedarían unos 600 años de agonía lenta, donde
la duda dolorosa en la cosmogonía antigua amenazó como una espada de Damocles con
destruir el corazón y la cabeza del imperio; en esta fase los grabados en las paredes de las
pirámides mostraron imágenes desagradables, angustiosas acerca del más allá; la muerte se
empezó a percibir como un proceso antinatural, indeseable y los dioses perdieron valor y al
Faraón se le negó su porción de divinidad; el suicidio se manifestó como acto inexplicable para
un pueblo que había concebido la existencia como una línea recta, donde vida y muerte no
eran distintas, sino parte de una misma sustancia.

En estos años la pérdida de la confianza, los seudobrujos, los chamanes del absurdo, se
adueñaron del pueblo y estimularon la idolatría a los animales (gatos, cocodrilos), el
resurgimiento del politeísmo, solo algunos grupos escasos de sabios trataron de conservar el
tesoro de los conocimientos pasados.

Cuando los persas, con la espada bárbara de Cambises, conquistaron a Egipto, éste ya era
desde
hacia décadas un cadáver nauseabundo que se tostaba bajo el sol. En conclusión, se puede
afirmar de l antropología de la muerte en Egipto lo siguiente: que fue una cultura que osciló
entre el monoteísmo del Dios solar RE, la alternativa no necesariamente contrapuesta de Osiris
y el politeísmo, cuando el pueblo perdió la brújula del sentido interno de los mitos; crearon
varios modelos de la vida ultraterrena, porque quisieron que la eternidad alcanzara para todos;
comprendieron a la vida y la muerte como un idéntico camino, cuyo punto exacto de encuentro
fue la tumba y el templo funerario; por eso fue la única sociedad humana que vio como natural
que el muerto volviera al reino de los vivos a visitar a sus familiares y que el vivo escribiera
cartas a sus muertos, vencieron a la muerte mediante la confianza en la reversibilidad del
proceso de vida a muerte y de muerte a vida. La medicina fue mágica, pero también pre-
científica y esta última le debe a las creencias religiosas sus etapas de evolución y de
estancamiento. El mito del Osiris, Dios resucitado, el juicio de los muertos, un paraíso terrenal,
un purgatorio, son elementos muy similares a los que siglos después tomó el cristianismo
occidental como dogmas propios. En este último paralelo radica la relación entre la muerte en
Egipto y en Occidente.

GRECIA: Politeísmo antropomórfico, hedonismo, inmortalidad del alma

Mientras los persas saquearon las riquezas de las . tumbas faraónicas, un puñado de griegos
jónicos, navegantes errabundos, que no necesitaron del aliciente conceptual de una tierra plana
o redonda para husmear el mundo, llegaron a la tierra del Nilo y vislumbraron la agonía del
imperio solar, e intuyendo que eran los predestinados a conducir a Occidente los secretos mas
valiosos de la cultura oriental agonizante, aprendieron la signología de los papiros, escucharon
a los sabios astrónomos y matemáticos y se incorporaron a las organizaciones religiosas
secretas y como Prometeos humanizados retornaron a su amada Héladea sembrar las mejores
semillas de cultura, decantadas en 5.000 años por el Imperio del Sol.

Grecia, pueblo joven, recibió la sangre vieja que se revitaliza y expande, porque la sabiduría de
los pueblos depurada en el cedazo del tiempo se vuelve más vital y ágil, rejuvenece en las
manos neófitas de los que interpretan el mundo como un telar de esperanzas, entretejido de
sueños.

Dispersos por la cadena de islas y archipiélagos, viviendo con las cabras y degustando los
viñedos, el pueblo escogido fue despertando conjuntamente del sueño de la vida primitiva y
Minos en Creta y luego Agamenón en Micenas retomaron en buena parte la arquitectura
funeraria de Egipto; construyeron grandes monumentos funerarios, siendo la tumba de
Agamenón la más importante. Vino luego la época de las guerras troyanas, de los héroes, el
culto del placer, los múltiples dioses antropomórficos, de los cuales sabemos que los relatos de
Hesiodo y Hornero. Se forjaron los dioses con figura y sentimientos casi humanos, eran
inmortales pero estaban sometidos a las mismas pasiones de los hombres; la lujuria, la envidia,
se filtraban en el Olimpo; el propio Zeus dio mal ejemplo desde el comienzo, al matar a su
padre Cronos, para gobernar sobre los hombres y el resto de los dioses. El politeísmo de estos
griegos partió de una concepción mágica de los fenómenos naturales y los grandes
sentimientos, había dioses del agua y el fuego, como del amor y la sabiduría; el libre albedrío
no existía para los asuntos de trascendencia; Zeuz en el Olimpo (ubicado en la montaña de
Tesalia) tenía dos toneles, el uno con los males el otro con los bienes que arrojaba a voluntad a
cada hombre.

La inmortalidad del alma entendida como un bien superior a la vida de las formas no existía,
pues el Hades que era el sitio obligado, al cual iban todos los humanos cuando morían
-localizado en el fondo de la tierra y al cual se iba a través del río Aqueronte yen la barcaza del
viejo Caronte- recibía a las almas de los muertos, pero estas eran simples espectros, sombras
que no poseían conciencia del dolor ni del goce.
Existía más abajo un sitio llamado el Tartaro donde padecían las almas de los malvados, es
decir aquellos que le habían faltado al respeto a los dioses, los que negaron sus nombres; pero
en ningún momento se iba al Tartaro por experimentar al máximo todas las pasiones y
posibilidades hedo-nísticas que la vida material ofrecía; precisamente el «noble y buen vivir»
consistía en la extracción de los jugosos frutos de la sensualidad. Si se pudiera hablar en este
período de algún tipo de inmortalidad consciente, esta debería referirse a los héroes. El héroe
aseguraba la perpetuación de su «yo», dejando en el recuerdo de sus compatriotas los actos
valientes logrados en la guerra, la inmortalidad la otorgaba la historia, la fidelidad de la memoria
de las generaciones futuras; el héroe se podía convertir en semi-dios, al cual le ofrecían
viandas y bebidas, que se enterraban en la arena porque ellos también vivían debajo de la
tierra; el rito funerario era valorado, todo cadáver debía ser enterrado o cremado, porque de lo
contrario el alma quedaba obligada a vagar sin sentido entre las tinieblas, sin que se le dejara
pasar de las orillas de la laguna Estigia, que rodeaba el Hades y este destierro duraba al
rededor de cien años. La importancia de este rito era tan grande, que luego de las batallas se
acordaba una pausa entre los bandos, para recoger y enterrar a sus muertos.

Como los dioses de este tiempo eran los titiriteros y los hombres los títeres, la medicina fue
completamente mágica, la enfermedad era exclusivo castigo divino, que no se combatía con la
racionalidad sino con la sumisión religiosa, el único intento médico independiente era la
utilización de brevajes narcóticos para calmar el dolor de los heridos en batalla; por igual
motivo, el suicidio o cualquier forma de eutanasia no se veía, porque quitarse la vida o quitar la
vida significaba desconocer la voluntad de los dioses y ser condenado a las profundidades del
tártaro.

Se podría pensar que sin la creencia de un más allá superior al más acá, la angustia y la
anarquía se alojaron en el corazón de estos hombres, pero fue todo lo contrario, vivieron felices
y ligeros, porque comprendieron el profundo sentido de la naturaleza temporal de la vida, que
en lugar de deprimirlos los estimuló a vivir con furor cada momento de su biografía.

La Filosofía Jónica y la Medicina Hipocrática

Aunque el pueblo y el estado continuaron defendiendo y creyendo hasta después de la época


clásica en las mitologías enumeradas antes, la inteligencia analítica despertó en un grupo de
jónicos, que con Tales de Mileto a la cabeza, son el origen de la filosofía griega y por ende de la
negación de esa caricatura de dioses con voluptuosidades humanas.

La filosofía que buscó primero las causas últimas de la naturaleza, evolucionó hasta llegar a la
intimidad del individuo. En un recorrido de Bumerang, que retornó siempre al sitio de partida: La
curiosidad del hombre en su constitución íntima. La medicina científica, «el arte de curar»,
nació de la filosofía naturalista griega. Para los filósofos la naturaleza tenía un orden, una lógica
y sentido inteligente en sus manifestaciones. Ese orden se comenzó a interpretar como de
causa divina, una inteligencia creadora de todas las cosas, poderosa e inalcanzable para la
comprensión humana, que hizo surgir en el ánimo de estos buscadores un sentimiento de
impotencia y pequeñez, que abonó el terreno de las ideas al posterior concepto de la
inmortalidad del alma.

Detrás del «agua» como origen de todas las cosas para Tales o el «caos» para Anaximandro o
el «aire» para Anaximenes, se encontraba latente el sentimiento de la divinidad, nacido de la
contemplación de lo inconmensurable.

Hipócrates fundó la escuela de Cos a mediados del Siglo V AC y su gran mérito consistió en
darle a la medicina un espacio propio, porque rompió con la filosofía jónica al no aceptar o por
lo menos considerar de no interés para el ejercicio médico, el darle una categoría metafísica a
la sabiduría de la naturaleza; entendió y creyó que la naturaleza era sabia por ella misma y que
el arte médico debía estar basado en la ayuda a la naturaleza, por ello la observación, el
nacimiento de la historia clínica, la aniquilación del sentido mágico de la enfermedad. Como la
medicina era simple ayudante de lo natural, dar muerte piadosa, concebir la eutanasia, no se
permitió ya que el médico debía ayudar a restablecer una armonía natural perdida y no acelerar
el proceso desarmónico que condujo a la enfermedad.

El legado de los tratados del Corpus Hipocrático está sustentado en esta forma de ver la vida y
las variables.

La muerte y el Hades tenían que tambalear en la mente de los griegos pensantes. Teogonias
antiguas como las de Pitágaroas de Samos comenzaron a ser divulgadas por los grupos de
iniciados religiosos, esta se sintetiza en un fragmento del canto pitagórico: «La evolución es la
ley de la vida, el número es la ley del universo, la unidad es la ley de Dios». Pitágoras cree en
el origen divino del alma, en la metemsicosis como método evolutivo y en el número y la
armonía musical como elementos que aproximan al hombre a su origen celestial. Los órficos
también afirmaron la inmortalidd del alma, pero para ellos el alma era un demonio y el cuerpo
su cárcel; el demonio solo a costa de los sufrimientos que ofrecía la vida podría volver tras
muchas reecarnaciones a ser bueno y recuperar el cielo eterno; esta teoría los condujo a su
gran odio al cuerpo, al empleo de un ascetismo malsano, no producto del convencimiento
interior sino del masoquismo sicológico.

Sócrates y la Revolución del Alma

Con Sócrates llegó la reconciliación, agrupó radicales defensores del alma, como única
realidad humana y adoradores del cuerpo que la negaban. Es errado pensar que Sócrates haya
renegado del cuerpo, lo que hizo fué explicar que el alma y el cuerpo eran principios de una
misma naturaleza universal y consideraba que el alma debía dominar al cuerpo y sus pasiones,
para purificarse y retornar algún día a los cielos, pero sin odiar el vehículo que le permitía su
itinerario de evolución, la estructura corporal. Justifica en el Fedón Platónico la inmortalidad del
alma basándose en las ideas-tipo, que indicaban que cada alma conocía antes de encarnarse
por primera vez las ideas de belleza, amor, Justicia, armonía, etc., y lo que se hacía en la tierra
al referirse a estos sentimientos no era más que la prueba de ese primer hogar divino, que se
recordaba fragmentariamente en el mundo de la densa materia. La reencarnación no tenía
limites de tiempo, dependía de la interiorización y desarrollo de la conciencia que lograra el
individuo. Las almas dependiendo de la vida llevada, al destruirse el cuerpo que habitaban
podía reencarnar en águilas o halcones si fueron injustos y ávidos de poder o en otros hombres
si fueron respetuosos de las leyes, hasta llegar al verdadero filósofo que vivía preparándose
para la muerte, porque ya sentía con claridad la presencia de un estado existencial diferente y
eterno. Los males (Karma) o los bienes de un individuo, su dolor o su suerte, estaban
relacionados directamente con la clase de vida llevada por él en la reencarnación anterior. Con
cada nuevo nacimiento el alma perdía el recuerdo de sus vidas pasadas y solo con un trabajo
interior muy intenso podía intuir y corregir sus orientaciones pasadas. (Al contrario de Pitágoras
que afirmaba que con el esfuerzo de una sola vida era posible recordar claramente las
existencias anteriores).

La influencia socrática en la sociedad ateniense fue notoria y penetrante. La muerte pasó a ser
un bien indispensable para alcanzar algún día la felicidad plena, de la muerte nacía la vida y de
la vida la muerte. La inscripción de piedra en el templo de Delfos se hacía más valiosa que
nunca «conócete a ti mismo y así conocerás al universo y a los dioses».

Parte de la población comenzó a crecer en los preceptos socráticos y por ello el ritual funerario
perdió la importancia y el sentido de antaño, ya no implicaba ningún riesgo ser cremado o
enterrado, dejado sobre el lecho o arrojado a las aguas, el cuerpo se tomaba en cascarón vacío
cuando el alma levantaba el vuelo en el instante del último aliento orgánico exalado.

La medicina griega conservó su autonomía científica ante la nueva doctrina filosófica, pero
retomó de los postulados de que el alma, el cuerpo y la mente se encontraban unidos por una
misma naturaleza y variaban en el grado, el fundamental concepto de la enfermedad como
proceso sicosomático, (aunque de manera unilateral) lo espiritual influye sobre lo síquico y este
sobre lo físico. La etiología de los estados morbosos se amplió de esta forma de la única
causalidad de lo anatómico y fisiológico, como método de diagnóstico y tratamiento.

Platón contradictorio a veces, fue más radical que su maestro en el énfasis puesto a la división
de cuerpo y alma, acercándose a los órficos diría que el alma fue creada por un ser intermedio
entre Dios y los hombres y escogía su primer cuerpo con base en su mayor o menor conciencia
del ser universal y eterno. Luego de esa primera encarnación lo haría nuevamente en nueve
oportunidades más, con intervalos de no encarnarse de mil años y por lo tanto al término de
10.000 años volvía definitivamente al todo cósmico. En esos períodos de mil años sufría o
recibía recompensas, dependiendo del tipo de cuerpo que había habitado. Para Platón el
género de vida más noble era el del filósofo o artista y el más envilecido el de tirano.

En síntesis, se puede decir de la cultura griega ante la muerte, (hasta la época clásica) que fué
un pueblo, que ya fuera en la fase antropomórfica de Homero o en la de la inmortalidad del
alma socrática, supo valorar la vida sin el temor a la muerte, porque la aceptó como obvia e
irreversible,
pero que no era necesario anticiparla, ni traerla a la vida en forma de pensamientos sombríos o
muy negativos. Ellos siempre se sintieron parte del universo, partículas indestructibles;
independiente del sitio donde se encontraran, entendieron y disfrutaron de la sentencia de
Einstein, sin haberla escuchado de sus labios: «Nada se crea ni se destruye, todo se
transforma».

Engrandecieron a la vida adornándola de belleza; en todas las circunstancias las ideas


obsesivas de cualquier índole no penetraron sus esencias, de allí la ausencia de la pasión del
dogma como método de comprensión y el avance de la filosofía ontológica y las ciencias
naturales. Dieron dirección a su vida, aceptando la muerte como un cambio lógico que en su
viaje de nómada del universo debía recorrer el hombre; en todos los instantes estuvieron a la
altura de los tiempos, después de ellos ninguna cultura o civilización comprendería a la muerte
de manera tan natural y profunda.

Grecia es el padre de la inteligencia humana y la madre de su espiritualidad, Grecia es el


máximo límite posible a la comprensión humana, la cúspide que brilla en la conciencia histórica
de los hombres y el inconciente colectivo (Jung) de la humanidad. Grecia es futuro en su
pasado, volver a su paideia es vislumbrar lo que fuimos como especie y comprender que nunca
lo volveremos a ser.

OCCIDENTE: Los contrastes ante la muerte

Grecia luego del esplendor de la época clásica entró en decadencia y primero Magno y luego
Roma se encargaron de falsificar lo que Renán llamó «el milagro griego». No tuvo un sucesor
digno que recogiera la esencia de su cultura y la esparciera por las nuevas naciones de
Occidente. La tragedia de su destino no consistió en la llegada de un final que todo y todos lo
tienen, sino en que sus sucesores romanos no los entendieron como pueblo de navegantes
supremos en el océano de la inteligencia, argonautas de su propio universo interior. Cruzaré sin
detenerme por la Roma imperial y sus Césares enloquecidos, para arribar con prontitud a la
edad media europea donde el cristianismo regulaba la vida y dominaba la muerte.

EDAD ANTIGUA Y MEDIA: Naturalidad ante la parca

El cristianismo de los papas católicos y apostólicos y su iglesia feudal, ejercían un poder


absoluto sobre nobles y campesinos, reyes y guerreros; la incertidumbre en un más allá luego
de morir había desaparecido, porque los dogmas de cielo, purgatorio e infierno se aceptaban
con un misticismo que no daba lugar a la duda.

El infierno en esta época poseía gran fuerza de convencimiento, ya que se vivía una religión
basada en la amenaza de las torturas eternas, por este motivo las oraciones, los diezmos
entregados al clero y la posibilidad de comprar absoluciones papales garantizaban la salvación
después de la muerte, a aquellos que podían comprar con sus riquezas materiales un cupo en
el cielo o por lo menos en el purgatorio.

El proceso de la muerte se percibió como algo natural, obvio, no se temía a la parca en sí


-puesto que ya se sabía que existía la inmortalidad- el miedo radicaba en el castigo que se
pudiera tener en el reino de Satán.

El gran dominio que ejerció la iglesia en este tiempo se debió fundamentalmente a dos
concepciones poderosas, garantizó la inmortalidad del alma a todos los seres humanos
sometidos a la fragilidad de la vida, por las frecuentes epidemias mortales que asolaban a las
ciudades europeas, (cólera, tifo, etc.) e impuso su voluntad sin resistencias al asegurar que de
ellos dependía que esa inmortalidad fuera agradable o por el contrario un castigo sin fin.

Al ser la muerta tan lógica se escriben tratados del «arte del buen morir», donde se indican los
pasos a seguir por el moribundo en sus últimos días. Por orden papal, los médicos eran los
encargados de decir al paciente con una enfermedad grave, que no volvería a restablecerse,
entonces el condenado se arrepentía de sus pecados, compraba las absoluciones que
requieran y se dedicaba a rezar y a decir a otros que oraran por él; en los finales minutos de
vida el mismo dirigía el acto de despedida, su cuarto estaba generalmente abarrotado de
familiares, amigos, vecinos y curiosos; con solemnidad llamaba a sus más íntimos y al oído
pronunciaba consejos y advertencias que se consideraban como opiniones casi infalibles y con
obligación de cumplirse. El miedo que persistía ante la muerte era cuando se producía en
forma súbita, ya que no daba la oportunidad del arrepentimiento y el infierno estaba asegurado.
Por eso las pestes eran tan temidas, por lo repentinas, no por lo mortales.

El duelo de los familiares era muy público, se veía con agrado y tolerancia las manifestaciones
extremas de llanto y desesperación, el dolor de los vivos no solo se aceptaba sino que se
exigía.

Los cementerios eran colosales monumentos arquitectónicos, repletos de esculturas


gigantescas que aludían al juicio de los muertos, a las almas penitentes en el fuego, a
querubines y ángeles con trompetas y espadas de fuego; se ubicaban al lado de los templos y
el castigo mayor radicaba en prohibir a alguien el ser enterrado en campo santo, era la
condenación inmediata. El sociólogo Francés Ariés ha denominado a este período el de «La
Muerte Domesticada».

Renacimiento y Soledad al Morir

La llegada del renacimiento significó en esencia el intento del hombre de recuperar su


individualidad perdida, por las opresoras estructuras políticas y religiosas de la edad media
feudal. La condenación o la salvación eterna seguían siendo posibilidades otorgadas por la
iglesia, pero la propia persona, con su arrepentimiento directo y silencioso y sus peticiones a
Dios, empezaba a concebir un perdón divino sin el requisito indispensable de pagar
absoluciones o recibir los perdones de los poderosos obispos; la aparición de este sentimiento
de rebelde autonomía condujo a que la muerte dejara de ser tan natural, porque ya las
creencias dogmáticas de las instituciones se comenzaron a observar con cierta duda metódica,
los famosos «tratados del arte de morir» perdieron popularidad, el cuarto del moribundo dejó de
ser sitio público y solamente los familiares más Intimos asistían a su agonía; se estableció
mayor recato en el dueño, el dolor se controlaba, las emociones exageradas se empezaron a
ver como incómodas para los demás, los amigos y queridos del muerto no podían manifestar
tan en voz alta su pensamiento ante la cesación, la muerte se libraba de las cadenas de los
dogmas y retornaba con su figura enigmática de huesos a inspirar en los hombres miedo,
angustia y dolor.

En síntesis, el renacimiento dio libertad en la vida, al recuperar la individualidad del hombre,


pero la muerte perdió la naturalidad adquirida en la cruz y refundida en la incipiente razón; la
medicina de la época estudiaba la anatomía de los tejidos e imaginaba en los cadáveres la
dirección y sentido de las relaciones fisiológicas. Son los tiempos de «La muerte de sí mismo»,
como lo describió Ariés.

Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974


publicada por Nódulo Materialista • www.nodulo.org
impresa el viernes 26 de septiembre de 2008 desde:
http://www.nodulo.org/ec/2002/n005p03.htm
El Catoblepas • número 5 • julio 2002 • página 3

De la Muerte
Alfonso Fernández Tresguerres
Desprovista de todo dramatismo, la muerte del individuo no tiene la menor
trascendencia objetiva. Se trata de un fenómeno enteramente natural mediante el que se
logra la regeneración genética y la supervivencia de la especie
«El hombre es un ser para la muerte», escribió Heidegger, culminando, de ese modo,
uno de los más pavorosos descubrimientos filosóficos de la humanidad, porque, sin
duda, hasta entonces no habíamos caído en la cuenta de que, en efecto, somos mortales;
y diríase que no cabe hablar de la muerte más que con gesto adusto y tono grave (como
el que a uno le parece necesario adoptar para repetir las palabras del filósofo alemán), y,
sin embargo, morirse es una vulgaridad: se trata, con toda certeza, de casi lo único que
todo el mundo realiza con exquisita puntualidad y lograda perfección. Y pese a ello, la
muerte nos ocupa y, sobre todo, nos pre-ocupa. No al difunto en tanto que difunto, claro
está, a quien ya no le ocupa ni le pre-ocupa nada; pero es seguro que antes del tránsito sí
le pre-ocupó y tal vez le ocupó también. Y aquí reside, probablemente, el error del
argumento de Epicuro (del fármaco o consejo con el que pretende consolarnos y
librarnos del miedo a la muerte), porque si bien es cierto que nadie puede vivir su
muerte, no lo es menos que todos pueden preverla. Es verdad que la muerte no es un
acontecimiento que forme parte de mi vida y al que yo pudiera calificar de «bueno» o
«malo», porque para que algo sea un bien o un mal es preciso sentirlo, y la muerte es el
fin de toda sensibilidad, así que, en efecto, podría parecer obvio que «mientras somos, la
muerte no es, y cuando la muerte es, ya no somos», pero en tanto que la segunda de esas
proposiciones resulta evidente (referida sólo a uno mismo, sin considerar ahora la
muerte del otro), la primera, en cambio, no lo es tanto, porque mientras somos, existen
múltiples formas de hacer presente la propia muerte, de hacer que la muerte sea,
mediante la anticipación y el pensamiento, y existen también múltiples formas mediante
las cuales la muerte se nos hace presente como muerte del otro (del ser querido), cuya
muerte sí es un acontecimiento en nuestra vida y forma parte de ella, trágica,
irreparable, irreversiblemente. Para quien ha experimentado el dolor que provoca una
pérdida semejante es un consuelo saber que son muy pocos los entierros a los que
verdaderamente tenemos que asistir (aunque, por lo mismo, son muy pocas las personas
que asistirán verdaderamente al nuestro).
Sin embargo, pese a los deseos de Epicuro, y también a los de Espinosa, quien escribió
aquello de que «un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría
no es una meditación de la muerte, sino de la vida», lo cierto es que la muerte ha sido
fiel compañera de nuestro pensamiento. Tal es así, que incluso cabría reconstruir la
historia de la filosofía a partir de la idea de la muerte, esto es, de la forma en que ésta ha
sido pensada por filósofos y escuelas, incluido, claro es, el propio Espinosa, quien pensó
en la muerte lo suficiente al menos como para afirmar que no debe ser pensada.
Santayana llegó todavía más lejos, al sugerir que un buen proceder para calibrar la
fuerza de una filosofía es examinar lo que piensa de la muerte. Pero seguramente no tan
lejos como Sócrates y Platón, para quienes la filosofía no es sino una meditatio y
preparatio mortis. Cómo no recordar a Sócrates en su último día de vida afirmando que
«los que filosofan en el recto sentido de la palabra se ejercitan en morir, y son los
hombres a quienes resulta menos temeroso el estar muertos». Así pues, Platón y
Sócrates, lo mismo que Epicuro, aunque tal vez por motivos distintos, no encuentran
nada temible en la muerte. Esa es, asimismo, la opinión predominante entre los estoicos.
La obra de Séneca, Epicteto o Marco Aurelio abunda en consideraciones de ese tenor. El
planteamiento es incluso muy similar al de Epicuro: «La fuente de todas las miserias
para el hombre –dice Epicteto– no es la muerte, sino el miedo a la muerte». Y Séneca,
por su parte, repite casi con las mismas palabras el argumento de Epicuro cuando
escribe que a la muerte «deberíamos temerla si pudiese permanecer con nosotros, pero,
por necesidad, o no llega o pasa». En el siglo XVIII, Kant, enlazando, en alguna
medida, con la tradición epicúrea y estoica, afirmará expresamente la imposibilidad de
pensar la propia muerte: «El pensamiento: no soy, no puede existir; pues si no soy,
tampoco puedo ser consciente de que no soy». Y afirmará, asimismo, la imposibilidad
de experimentarla: «El morir no puede experimentarlo ningún ser humano en sí mismo
(pues para hacer una experiencia es necesaria la vida), sino sólo percibirlo en los
demás». Por eso concluye Kant recordando aquello que decía Montaigne de que, en
realidad, no tenemos miedo a morir, sino a la idea de estar muertos.
En el otro extremo se encuentran los filósofos existencialistas (Heidegger o Sartre), para
quienes la muerte es absurda, desde el momento enque, como dice Sartre, quita toda
significación a la vida (algo que a la propia muerte no parece importarle lo más
mínimo). Y dentro del existencialismo (por esto, pero no sólo por esto) hay que incluir a
nuestro Miguel de Unamuno, quien gritaba (Unamuno siempre escribe a voces) que con
razón, contra la razón o sin ella, no quería, no le daba la gana de morirse, que haría falta
que lo cesarán de la vida, porque él no pensaba dimitir (y lo cesaron, ciertamente; en
concreto, el 31 de diciembre de 1936). Esta segunda gran posición del pensar sobre la
muerte ha sido perfectamente resumida por F. de la Rochefoucauld (uno de mis cínicos
preferidos), quien, acordándose, tal vez, de Epicuro o de los estoicos, escribió: «Puede
haber diversas causas que nos muevan a aborrecer la vida, pero nunca hay una razón
para despreciar la muerte».
En cualquier caso, yo sigo pensando que el error de argumentos como el de Epicuro
estriba en olvidar, además de la muerte del otro, la capacidad de previsión de la propia,
de la que goza (o mejor: sufre) en exclusiva el ser humano, ya que, con toda seguridad,
hay que considerarla específicamente suya, porque nada nos hace suponer que el resto
de los animales tengan conciencia de su propia finitud, con lo que, a fin de cuentas, en
su caso sí es verdad que mientras son la muerte no es, y cuando la muerte es, ya no son.
Los animales son, en ese sentido, inmortales: viven instalados en la eternidad; viven
como si cada momento fuese eterno. Suponer que las cosas puedan ser de otro modo, es
decir, suponer que el animal se sabe mortal, obligaría a atribuirle también una
complejísima red de mecanismos mentales francamente desproporcionada y fantástica,
como, por ejemplo, la capacidad de elaborar mitologías que acabaran por cristalizar en
sistemas religiosos, si es verdad que la religión se encuentra frecuentemente asociada a
la ilusión de una vida futura eterna e inacabable, tras el peregrinaje, con frecuencia
doloroso, que nos impone esta existencia mortal.
En las sociedades humanas, en cambio, la muerte ha tenido siempre presencia
permanente y constante. Muchos pueblos primitivos (si hacemos caso de afamados
antropólogos) no consideran la muerte como un fenómeno natural: originariamente, los
hombres no eran mortales, pero la muerte se introduce en sus vidas como consecuencia
de algún pecado o de infringir alguna norma o tabú; y esto da lugar a riquísimas
mitologías en las que frecuentemente se atribuye a la mujer la acción culpable que da
lugar a tan desdichado evento (el pecado original y la Eva de la tradición judeo-
cristiana, que induce a pecar al tontorrón de Adán, encajan con toda precisión en este
esquema general, lo que viene a probar que la religión judeo-cristiana es una mitología
más, que no desentona en absoluto al lado de otras; aunque también es posible pensar
que Dios Nuestro Señor repitió el mismo experimento en múltiples lugares y ocasiones).
Pero que la muerte no sea considerada por estos pueblos como algo natural, tiene a
veces otro significado distinto, y es que la supongan siempre causada por un agente
externo, ya sea un enemigo del difunto o un espíritu maligno, y ello pone en marcha
importantes prácticas adivinatorias y mágicas para descubrir al causante y vengar al
muerto. En realidad, la muerte es un acontecimiento tan fundamental en estas
sociedades que resulta sorprendente el número y la variedad de creencias y mitos
relacionados con ella, así como de ceremonias fúnebres, casi siempre de carácter
mágico, y en las que resulta fácil ver dibujarse con toda nitidez el esquema de los ritos
de paso, establecido por A. van Gennep: segregación, margen y agregación, que afectan
no sólo al difunto (segregación del mundo de los vivos y agregación definitiva al de los
difuntos), sino también a los propios familiares, a los que se considera tocados,
contaminados por la muerte, motivo por el cual se les segrega temporalmente de la
sociedad, para proceder luego a su nueva agregación. Tales ceremoniales no persiguen
sino dos grandes objetivos: garantizar la paz del difunto y la seguridad de los vivos.
Entre nosotros (quiero decir, en las sociedades civilizadas o desarrolladas) ninguna de
esas prácticas es ajena. Si bien ya no consideramos la muerte como fenómeno no natural
ni tampoco culpamos de él a la mujer, al menos sí continuamos viendo a la muerte como
mujer, e incluso, como ha observado Philippe Ariès, a partir del siglo XVI nace una
nueva sensibilidad en la forma de entender y vivir la relación con la muerte que tiene un
marcado carácter erótico. (a mis lectoras feministas les recuerdo que en aquel entonces
la sensibilidad la marcaban los varones.) «Así –como señala Ariès–, en las danzas
macabras más antiguas, la muerte apenas si tocaba al vivo para advertirlo y designarlo.
En la nueva iconografía del siglo XVI, lo viola». La opinión del historiador francés es
del todo ajustada, y cualquiera puede comprobar por sí mismo la profunda asociación
que se da entre el amor y la muerte examinando el arte y la literatura no sólo del siglo
XVI, sino también del XVII y XVIII, hasta llegar al Romanticismo de la primera mitad
del siglo XIX, donde el muerto acaso ya no resulta deseable, como sucedía en algunas
obras literarias de los siglos anteriores, pero sí es visto como indudablemente hermoso.
Esto es justamente lo que Ariès denomina la «muerte romántica». Aquella frivolidad de
James Dean, que decía desear morirse joven para hacer un bello cadáver, cuadra
perfectamente en este esquema.
Y tampoco faltan entre nosotros los ceremoniales fúnebres, perfectamente ajustados al
esquema de los ritos de paso: prácticas relativas a la preparación del cadáver
(segregación), velatorio y luto (margen, respectivamente, del difunto y la familia) y
aniversario (agregación de ambos: a uno al mundo de los muertos y a los otros al de los
vivos). Incluso muchas de esas prácticas tienen, y sobre todo tenían hasta no hace
mucho tiempo, un obvio carácter mágico, tanto por vía de contagio como de semejanza,
conforme a las dos famosas leyes señaladas por Frazer. En nuestro país, la Encuesta del
Ateneo de Madrid (1901-1902), prueba con toda rotundidad la existencia de
importantísimas y curiosísimas prácticas mágicas relacionadas con la muerte (y no sólo
con ella: también con el nacimiento y el matrimonio) todavía en la España de principios
del siglo pasado. España, entonces y ahora (y no sólo España, claro está), donde la
Iglesia Católica ha asumido, con férreo monopolio, la administración de tales ritos de
paso. Tímidamente, en los último años, el poder civil ha comenzado a disputarle uno de
ellos: el matrimonio; pero ni el nacimiento ni los funerales disponen de una ceremonia
civil alternativa.
Gustavo Bueno, partiendo de la importante distinción que establece entre individuo y
persona, construye otra, no menos importante, entre muerte y fallecimiento. La muerte,
como el nacimiento, afecta al individuo, pero no a la persona. Del individuo decimos
con propiedad que nace y muere, pero no podemos decir que una persona nace ni
tampoco que muere, a menos que hablemos metafóricamente. Por eso hay cadáveres y
embriones de individuos, pero no hay embriones ni cadáveres de personas. La persona
no nace porque es el mismo individuo quien se constituye en persona, y no muere
porque su fallecimiento no es una aniquilación: sigue viviendo en los otros, en quienes,
además, pueden continuar influyendo, incluso más que antes; y vivir en la memoria de
los otros e influir en ellos es una forma, sin duda, de permanecer vivo.
Naturalmente, como el propio Bueno advierte, ese influir en los demás sólo es dado a
las «grandes personalidades»; el resto tiene que conformarse con vivir en la memoria de
aquellos que los trataron y amaron, y resignarse a sucumbir cuando la última de esas
memorias sucumba.
Como quiera que sea, lo cierto es que todo difunto tiene al menos un minuto de gloria y
un día de protagonismo absoluto: el de su entierro. Con el añadido de que ese día, antes
de proceder a su olvido definitivo, será adornado con todas las virtudes imaginables.
Sobre todo la bondad: todos los muertos son buenos; y hasta, piadosamente, parece
desearse que todos sean santos (tal vez por eso Odilio, abad de Cluny, instituyó el Día
de Difuntos el 2 de noviembre, el día después del Día de Todos los Santos). De ahí que
con razón dijese Jardiel Poncela que: «Los muertos, por mal que lo hayan hecho,
siempre salen en hombros».
Yo no tengo ninguna prisa en morirme, ni en recibir esos elogios, ni en salir a hombros.
Prefiero que me vituperen durante muchos años vivo a que me elogien una vez muerto.
No soy cristiano y sólo un poco estoico (lo que, sin duda, constituye una evolución vital
de todo punto vulgar: en mi generación, a los dieciocho años se era necesariamente
existencialista, pero pasados los cuarenta, uno se hace razonablemente epicúreo y
moderadamente estoico), así que a menos que la «pálida dama» me halle desprevenido,
dudo mucho que me avenga de buen grado a iniciar con ella unas relaciones eternas.
Pero así tendrá que ser (aunque espero que un día muy lejano), y no encuentro en ello
nada misterioso ni sorprendente: lo verdaderamente sorprendente no es que uno se tenga
que morir, sino que haya nacido. Quien se haya detenido alguna vez a pensar la
infinidad de combinaciones genéticas que eran posibles en el momento en que fue
concebido, cada una de las cuales hubiera dado lugar a un individuo que no sería él,
entenderá lo que quiero decir. Incluso más sorprendente que la muerte resulta el hecho
de estar vivos. Yo profeso en muy variadas ignorancias, pero la de la medicina es una de
las más notables; y aun procuro mantenerme lo más alejado posible de la literatura
médica, porque cuando me acerco, se me hace imposible que mi cuerpo pueda estar
libre de tantas y tan graves desdichas. Así que, considerando las cosas desde este punto
de vista, somos condenados a muerte a los que cada día se les regala un día más (creo
recordar que Pascal decía algo similar).
Nacimos de casualidad y vivimos de milagro. Eso sí resulta sorprendente, pero la
muerte misma no encierra ningún misterio, o al menos, no mayor del que pueda hallarse
en una taza de café que se enfría: se trata de una de las múltiples manifestaciones del
segundo principio de la termodinámica, que establece que todo sistema ordenado
evoluciona hacia el desorden, hacia la uniformidad, hacia la entropía. Nos morimos por
la misma razón que lo hace una estrella o se enfría el agua: porque nuestro universo se
halla gobernado por el principio de entropía. Y todo lo demás son consideraciones
psicológicas sin demasiada relevancia. Desde el momento en que se supone que ha
debido cumplir con sus funciones reproductivas, la vida del individuo, en términos
evolutivos, importa poco. Algunos han sugerido (me viene a la memoria el nombre de
Barash) que si la selección natural ha sido capaz de crear organismos tan complejos y
órganos tan sofisticados como el cerebro humano, tal vez habría podido diseñar algún
mecanismo de auto-regeneración que impidiese el envejecimiento e incluso la muerte.
Tal vez. Pero lo cierto es que no ha sido así, entre otras cosas porque (y al margen de
que esa idea acaso caiga en el marco de la pura ficción) a la selección natural el
individuo le importa muy poco: lo que cuenta es el permanente intercambio y
renovación genética en la especie. Hegel lo vio antes de que naciera Darwin ni existiera
la genética: «El género humano –escribe– sólo se mantiene mediante la desaparición de
los individuos que en el proceso del apareamiento cumplen su destino, y en la medida
en que no tienen otro superior, el de acercarse a la muerte».
Deseémonos, pues, larga vida, y que cuando llegue el momento de partir, tengamos la
entereza suficiente para decir con Marco Aurelio: «Próximo está tu olvido de todo,
próximo también el olvido de todo respecto a ti.»

MUERTE
MUERTE.Platón afirmó que la filosofía es una meditación de la muerte. Toda vida
filosófica, escribió después Cicerón, es una commentatio mortis. Veinte siglos después
Santayana dijo que «una buena manera de probar el calibre de una filosofía es preguntar
lo que piensa acerca de la muerte». Según estas opiniones, una historia de las formas de
la «meditación de la muerte» podría coincidir con una historia de la filosofía. Ahora
bien, tales opiniones pueden entenderse en dos sentidos. En primer lugar, en el sentido
de que la filosofía es o exclusiva o primariamente una reflexión acerca de la muerte. En
segundo término, en el sentido de que la piedra de toque de numerosos sistemas
filosóficos está constituida por el problema de la muerte. Sólo este segundo sentido
parece plausible.
Por otro lado, la muerte puede ser entendida de dos maneras. Ante todo, de un modo
ambiguo, luego, de una manera restringida. Ampliamente entendida, la muerte es la
designación de todo fenómeno en el que se produce una cesación. En sentido
restringido, en cambio, la muerte es considerada exclusivamente como la muerte
humana. Lo habitual ha sido atenerse a este último significado, a veces por una razón
puramente terminológica y a veces porque se ha considerado que sólo en la muerte
humana adquiere plena significación el hecho de morir. Esto es especialmente evidente
en las direcciones más «existencialistas» del pensamiento filosófico, no sólo las
actuales, sino también las pasadas. En cierto modo, podría decirse que el significado de
la muerte ha oscilado entre dos concepciones extremas: una que concibe el morir por
analogía con la desintegración de lo inorgánico y aplica esta desintegración a la muerte
del hombre, y otra, en cambio, que concibe inclusive toda cesación por analogía con la
muerte humana.
Una historia de las ideas acerca de la muerte supone, en nuestra opinión, un detallado
análisis de las diversas concepciones del mundo —y no sólo de las filosofías— habidas
en el curso del pensamiento humano. Además, supone un análisis de los problemas
relativos al sentido de la vida y a la concepción de la inmortalidad, ya sea bajo la forma
de su afirmación, o bien bajo el aspecto de su negación. En todos los casos, en efecto,
resulta de ello una determinada idea de la muerte. Nos limitaremos aquí a señalar que
una dilucidación suficientemente amplia del problema de la muerte supone un examen
de todas las formas posibles de cesación aun en el caso de que, en último término, se
considere como cesación en sentido auténtico solamente la muerte humana. Hemos
realizado en otro lugar este examen (cfr. El sentido de la muerte, 1947, especialmente
cap. I). De él resulta, por lo pronto, que hay una distinta idea del fenómeno de la
cesación de acuerdo con ciertas últimas concepciones acerca de la naturaleza de la
realidad. El atomismo materialista, el atomismo espiritualista, el estructuralismo
materialista y el estructuralismo espiritualista defienden, en efecto, una diferente idea de
la muerte. Ahora bien, ninguna de estas concepciones entiende la muerte en un sentido
suficientemente amplio, justamente porque, a nuestro entender, la muerte se dice de
muchas maneras (desde la cesación hasta la muerte humana), de tal modo que puede
haber inclusive una forma de muerte específica para cada región de la realidad. La
analogia mortis que con tal motivo se pone de relieve puede explicar por qué —para
citar casos extremos— la concepción atomista materialista es capaz de entender el
fenómeno de la cesación en lo inorgánico, pero no el proceso de la muerte humana,
mientras que la concepción estructuralista espiritualista entiende bien el proceso de la
muerte humana, pero no el fenómeno de la cesación en lo inorgánico.
No se trata, pues, de adoptar una determinada idea del sentido de la cesación en una
determinada esfera de la realidad y aplicarla por extensión a todas las demás esferas
(por ejemplo, de concebir la muerte principalmente como cesación en la naturaleza
inorgánica y luego de aplicar este concepto a la realidad humana; o, a la inversa, de
partir de la muerte humana y luego concebir todas las demás formas de cesación como
especies, por acaso «inferiores», de la muerte humana). Se trata más bien de ver de qué
distintas maneras «cesan» varias formas de realidad y de intentar ver qué grados de
«cesabilidad» hay en el continuo de la Naturaleza. En El ser y la muerte (1962), el autor
de la presente obra ha formulado varias proposiciones relativas a la propiedad «ser
mortal», donde la expresión `ser mortal' resume cualquier modo de dejar de ser: «1) Ser
real es ser mortal; 2) Hay diversos grados de mortalidad, desde la mortalidad mínima a
la máxima; 3) La mortalidad mínima es la de la naturaleza inorgánica; 4) La mortalidad
máxima es la del ser humano; 5) Cada uno de los tipos, de ser incluidos en `la realidad',
es comprensible y analizable en virtud de su situación ontológica dentro de un conjunto
determinado por dos tendencias contrapuestas: una que va de lo menos mortal a lo más
mortal y otra que recorre la dirección inversa» (op. cit., § 9). Lo que se llama «muerte»
es entendido aquí como un fenómeno, o una «propiedad», que permite «situar» tipos de
entidades en el citado «continuo de la Naturaleza».
Ha sido común estudiar filosóficamente el problema de la muerte como problema de la
muerte humana. En la actualidad abundan los estudios biológicos, psicológicos,
sociológicos, médicos, legales, etc., sobre la muerte, con atención a casos concretos, a
los modos como en distintas comunidades y en diferentes clases sociales se hace frente
al hecho de que los seres humanos mueren. Estos estudios son importantes, porque
ponen de manifiesto que la muerte humana es un fenómeno social, a la vez que un
fenómeno natural. Por eso se tienen en cuenta no solamente los «moribundos» y los
«fallecidos», sino también los sobrevivientes. La investigación propia a que antes nos
referimos no deja de lado los citados estudios, pero atiende a la noción de «muerte» (o
de «cesación») como noción general filosófica y no solamente como un fenómeno
humano. En lo que toca al último se han contrapuesto dos tesis extremas: según una de
ellas, la muerte es simple cesación; según la otra, la muerte es «la propia muerte»,
irreductible e intransferible. Estimamos, por nuestro lado, que la llamada «mera
cesación» y la muerte «propiamente humana» funcionan a modo de conceptos-límites.
De la muerte humana se puede decir que es «más propia» que otras formas de cesación,
pero, a menos de cortar por completo la persona humana de sus raíces naturales, debe
admitirse que tal propiedad no es nunca completa.
Junto a una investigación filosófica de la muerte, puede procederse a una descripción y
análisis de las diversas ideas que se han tenido acerca de la muerte en el curso de la
historia, y en particular en el curso de la historia de la filosofía. Puede entonces
examinarse la idea de la muerte en el naturalismo, en el estoicismo, en el platonismo, en
el cristianismo, etc. También pueden estudiarse las diversas ideas de la muerte en
diversos «círculos culturales» o en varios períodos históricos. En la mayor parte de los
casos este estudio va ligado a un examen de las diversas ideas acerca de la
supervivencia y la inmortalidad (VÉASE).
Sobre el problema general de la muerte: O. Bloch, Vom Tode. Eine
allgemeinverständliche Darstellung, 2 vols., 1909. —G. Simmel, «Zur Metaphysik des
Todes», Logos, I (1910-1911), 57-70 [recogido en Lebensanschauung. Vier
metaphysische Kapitel. Cap. III: «Tod und Unsterblichkeit», 1918; 2ª ed., 1922 (trad.
esp.: Intuición de la vida. Cuatro capítulos de metafísica, 1950)]. —M. Heidegger, Sein
und Zeit, I, 1927, §§ 46-53 (trad. esp.: El ser y el tiempo, 1951; 2ª ed., 1961). —A. F.
Dina, La destinée, la mort et ses hypothèses, 1927. —R. Ruyer, «La mort et l'existence
absolue», Recherches philosophiques, 2 (1932-1933), 131-174. —Max Scheler, «Tod
und Fortleben», en Schriften aus dem Nachlass, I, 1933, reimp. en Gesammelte Werke,
vol. 10, 1957 (trad. esp.: Muerte y supervivencia. Ordo amoris, 1934). —P. L.
Landsberg, Die Erfahrung des Todes, 1937 (trad. esp.: Experiencia de la muerte 1940).
—Leopold Ziegler, Vom Tod, 1937. —I. Feier, Essais sur la mort, 1939. —J.-P. Sartre,
L'Être et le Néant, 1943, Parte IV (trad. esp.: El ser y la nada, 1950). —Romano
Guardini, Tod, Auferstehung, Ewigkeit, 1946. —Paul Chauchard, La mort, 1947. —José
Ferrater Mora, op. cit. en el texto del artículo. —R. Troisfontaines, M. d'Halluin et al.,
La Mort, 1948. —Raoul Montandon, La mort, acte inconnu, 1948. —J. Vuillemin,
Essai sur la signification de la mort, 1949. —Béla von Brandenstein, Leben und Tod.
Grundlagen der Existenz, 1949. —C. J. Ducasse, Nature, Mind and Death, 1951 [The
Paul Carus Lectures, 1949]. —Edgar Morin, L'homme et la mort, 1951; nueva ed., 1970
(trad. esp.: El hombre y la muerte, 1970). —F. K. Feigel, Das Problem des Todes, 1952.
—José Echeverría, Réflexions métaphysiques sur la mort et le problème du sujet, 1952.
—A. Metzger, Freiheit und Tod, 1955. —Ursula von Mangoldi, Der Tod als Antwort
auf das Leben, 1957. —Ewald Wasmuth, Vom Sinn des Todes, 1959. —M. F. Sciacca,
Morte ed immortalità, 1959 [Opere complete, vol. 9] (trad. esp.: Muerte e inmortalidad,
1962). —Jacques Choron, Modern Man and Mortality, 1964. —Ph. Merlan, H. Freeman
et al., Reflections on Life and Death, 1965 [artículos en número especial de Pacific
Philosophy Forum]. —Vladimir Jankélévitch, La mort 1966. —Eugen Fink,
Metaphysik und Tod, 1969. —D. Z. Phillips, Death and Immortality, 1970. —Fridolin
Wiplinger, Der personal verstandene Tod. Todeserfahrung als Selbsterfahrung, 1970.
—Warren Shibles, Death: An Interdisciplinary Analysis, 1974. —Louis-Vincent
Thomas, Anthropologie de la mort, 1975. —Varios autores, artículos en el número
especial de The Monist, 59, 2 (1975), titulado «Philosophical Problems of Death». —
Johannes Schwartländer, Hans Heimann et al., Der Mensch und sein Tod, 1976, ed.
Johannes Schwartländer. —Peter Koestenbaum, Is There an Answer to Death?, 1976.
— Robert M. Veatch, Death, Dying, and the Biological Evolution: Our Last Quest for
Responsibility, 1976. —R. M. Chisholm, P. Edwards, et al., Language, Metaphysics,
and Death, 1978, ed. J. Donnelly. —G. Scherer, Das Problem des Todes in der
Philosophie, 1979; 2ª ed., 1988. —H. Ebeling, Freiheit, Gleichheit, Sterblichkeit, 1982.
—J. F. Rosenberg, Thinking Clearly About Death, 1983. —Ph. Ariès, El hombre ante la
muerte, 1983 (trad. esp.). —A. Hartle, Death and the Disinterested Spectator: An
Inquiry into the Nature of Philosophy, 1986. —R. F. Almeder, Death and Personal
Survival: The Evidence for Life After Death, 1992. —J. M. Fischer, ed., The
Metaphysics of Death, 1993.
A esta bibliografía hay que agregar los trabajos de los autores que sin haber consagrado
obras especiales al problema de la muerte lo han considerado como central; así
Unamuno (especialmente en Del sentimiento trágico de la vida), Jaspers, etc. —Véase
también la bibliografía del artículo INMORTALIDAD.
Sobre el problema de la muerte especialmente en sentido biológico: A. Weismann, Die
Dauer des Lebens, 1882. —A. Dastre, La vie et la mort, 1909. —Doflein, Das
Unsterblichkeitsproblem im Tierreich, 1913. (Para resumen popular de las
investigaciones sobre el llamado problema de la inmortalidad de la célula, véase
Metalnikof, La lucha contra la muerte, trad. esp.; en él se hace referencia a las
investigaciones de Metchnikoff, Maupas, Woodruff, Calkins, etc.). —Lipschütz,
Allgemeine Physiologie des Todes, 1915. —P. Kammerer, Einzeltod, Völkertod,
biologische Unsterblichkeit, 1918. —G. Bohn, Les problèmes de la vie et de la mort,
1925. —M. Vernet, La vie et la mort, 1952 (contra las tesis mecanicistas de A. Dastre).
—D. N. Walton, On Defining Death: An Analytic Study of the Concept of Death in
Philosophy and Medical Ethics, 1979. —D. Lamb, Death, Brain, and Ethics, 1985. —
R. M. Zaner, ed., Death: Beyond Whole-Brain Criteria, 1988. —M. P. Battin, The Least
Worst Death: Essays in Bioethics on the End of Life, 1993.
Sobre el problema de la muerte, con particular atención a la cuestión del
envejecimiento: Ewald, Ueber Altern und Sterben, 1913. —Eugen Korschelt,
Lebensdauer, Altern und Tod, 1917; 3ª ed., aum., 1924. —Rafael Virasoro,
Envejecimiento y muerte, 1939. —Hans Driesch, Zur Problematik des Alterns, 1942. —
Roger Mehl, Le vieillissement et la mort, 1955; nueva ed., 1962. —M. Arniou, A.
Berge, R. Biot et al., La vieillesse, problème d'aujourd'hui, 1961 [Groupe lyonnais
d'études médicales philosophiques et biologiques]. —R. F. Weir, ed., Ethical Issues in
Death and Dying, 1977. —B. R. Barber, Advance Directives and the Pursuit of Death
with Dignity, 1993.
El problema de la muerte en diversas culturas, épocas y autores: F. Lexa, Das Verhältnis
des Geistes, der Seele und Leibes bei den Aegyptern des alten Reiches, 1918. —E.
Stettner, Die Seelenwanderung bei Griechen und Römern, 1954. —E. Benz, Das
Todesproblem in der stoischen Philosophie, 1929. —J. Fallot, Le plaisir et la mort dans
la philosophie d'Épicure, 1952. —J. Fischer, Studien zum Todesgedanken in der alten
Kirche, I, 1954. —Jaroslav Pelikan, The Shape of Death: Life, Death, and Immortality
in the Early Fathers, 1961. —Philippe Aries, Western Attitudes toward Death: From the
Middle Ages to the Present, 1974 [Conferencias en John Hopkins University, 1973,
pronunciadas en francés]. —María Josefa González-Haba, La muerte en el pensamiento
del Maestro Eckhart, 1959. —Mario J. Valdés, Death in the Literature of Unamuno,
1964. —J. Wach, Das Problem des Todes in der Philosophie unserer Zeit, 1934. —A.
Sternberger, Der verstandene Tod. Eine Untersuchung über M. Heideggers
Existentialontologie, 1934. —James M. Demske, Sein, Mensch und Tod. Das
Todesproblem bei M. Heidegger, 1963 (hay también ed. inglesa). —Ugo Maria Ugazio,
Il problema della morte nella filosofia di Heidegger, 1976. —K. Lehman, Der Tod bei
Heidegger und Jaspers. Ein Beitrag zur Frage: Existentialphilosophie,
Existenzphilosophie und protestantische Theologie, 1939. —Régis Jolivet, Le problème
de la mort chez M. Heidegger et J. P. Sartre, 1950. —Ferdinand Reisinger, Der Tod im
marxistischen Denken heute, 1977. —U. M. Ugazio, Il problema della morte nella
filosofia di Heidegger, 1976. —P. Edwards, Heidegger and Death: A Critical
Evaluation, 1980. —P. Ariès, La muerte en Occidente, 1982 (trad. esp.). —R. Boothby,
Death and Desire: Psychoanalytic Theory in Lacan's Return to Freud, 1991.
Bibliografía: S. Southard, Death and Dying: A Bibliographical Survey, 1991.
LA MUERTE
"En torno al enigma de la muerte gira todo el problema del sentido total de la vida
humana. No porque en sí misma agote todo lo que hay de problemático en la vida
terrena del hombre, sino por que se plantea inexcusablemente a todo ser humano como
un imperativo de experiencia universal que revierte siempre sobre la interioridad de la
conciencia, y condiciona toda reflexión sobre la eterna razón de ser de la existencia
humana" (Coment...p.354)
"El máximo tormento (del hombre) es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con
instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós
definitivo. La semilla de eternidad que en si lleva, por ser irreductible a la sola materia,
se levanta contra la muerte" (G.S. 18a)
Hay una incertidumbre de cuándo y cómo voy a morir, sabemos que vamos a morir,
pero realmente no es un saber sino una percepción del acaecer, mas no inquirimos sus
causas.
"Siempre deseará el hombre saber, al menos confusamente, el sentido de su vida, de su
acción y de su muerte"(G.S. 41a)
La muerte es sólo una y no admite composturas a lo hecho. La muerte es mía--sólo yo
voy a morir-- voy a morir solo, yo me voy a enfrentar a ella. Podríamos tener alguna
objeción a que la muerte es sólo una por parte de los que creen en la reencarnación, pero
no hay bases filosóficas para sostener esa teoría.
Casi siempre se piensa de la muerte como una realidad del hombre no suprimida sino
transformada, como una continuación lineal de su temporalidad empírica más allá de la
muerte "Lo significado no es que las cosas continúan después de la muerte,... como si
continuara la dispersión peculiar y apertura indeter-minada, vacía, determinable siempre
de nuevo de la experiencia temporal. No, en este sentido la muerte pone fin al hombre
entero" No puede ser que el tiempo dure más allá de la muerte del hombre como si el
alma perdurara en ese tiempo, creando un nuevo tiempo, sino que, La Eternidad "no se
perpetúa detrás del tiempo vivido, sino que suprime precisamente el tiempo, en cuanto
ella misma es desligada del tiempo, que se hizo duración para que pudiera devenir la
libertad, lo definiti-vo. Eternidad no es una forma no supervisible, largamente duradera
de puro tiempo, sino una manera de espiritualidad y libertad realizadas en el tiempo, de
modo que sólo puede comprenderse desde la recta inteligencia de estas" "Hemos de
aprender a pensar en forma no intuitiva y demitizante... diciendo a través de la muerte
no después de ella" (Curso p.501-502)
No podemos sólo ver la muerte biológicamente. El hombre no sólo es un cuerpo ligado
a un alma espiritual y humana. El cuerpo es humano y hay condiciones humanas, pero
el cuerpo humano concreto es presencia y lugar de la realización humana. No sólo
muere el cuerpo sino es el hombre el que muere .
"Todo el hombre, cuerpo y alma, inteligencia y libertad, compromiso y amor, se ve
arrastrado y llevado por la muerte" (Gevaert p. 310)
"La misma e idéntica corporeidad que inserta al hombre en el mundo y lo liga a los
demás, lo llevará algún día a la separación y a la ruptura" (Gevaert p. 311)
La condición corpórea debe definirse incluyendo a la muerte necesaria.
"Durante la vida la muerte necesaria es vivida como compatible con el significado de la
existencia" (Gevaert pág.311) así buscamos el significado de la muerte relacionán-dolo
con el significado de la existencia humana.
El ser es uno, indivisible, pero no podemos sólo situar a la muerte a nivel de una
naturaleza humana abstracta (cuerpo y alma)- El drama de la muerte es algo más
complejo y distinto de sólo el deseo natural de la unión alma-cuerpo.
Desde los griegos se ha pensado en la supervivencia personal después de la muerte para
enfrentársele con confianza.
Después de estas reflexiones podríamos sugerir que esta experiencia de la muerte, esta
expectativa, esta realidad de todo ser humano y todo ser viviente nos podría enseñar a
vivir esta vida de una mucho mejor forma. El sólo hecho de darnos cuenta que toda
persona morirá de igual manera que todas, nos enseña que todos somos iguales, que no
hay diferencia y que nuestra actitud puede cambiar. Pero antes de esto me gustaría ver
algunas actitudes existenciales y ateas frente a la muerte.
Heidegger dice que el hombre está abocado a la muerte, la muerte no es un
cumplimiento sino simplemente el Ser en el término. La autenticidad plena se da en la
muerte (en la completa soledad), se muere por cuenta propia. "Conocer y asumir esta
radical caducidad constituye la suprema liberación" (Ateísmo p.307-308) Con todo no
declara absurda la vida, pero si sin esperanza.
Sartre en cambio niega que la muerte pueda dar autenticidad a nuestra existencia, dice
"La muerte revela el carácter absurdo fundamental que marca la existencia humana"
(Gevaert p. 302) El hombre es únicamente libertad y la muerte no puede someterse a la
libertad. La muerte no es el fin del hombre "Yo no soy libre para morir, sino un mortal
libre" ( El Ateísmo...p.310) Fundamenta su tesis en tres a priori: 1) No hay más allá--- El
hombre es mundano y temporal. 2) El hombre es identificado con su proyecto libre,
existe mientras se proyecta y se hace. 3)La existencia de los demás siempre en conflicto.
("La muerte es la victoria definitiva del punto de vista de los demás frente a mí"
(Gevaert p.303)). Ya no nos podemos defender -ya somos presa de los demás. Para
Sartre no hay ninguna esperanza.
Para Camus la muerte pertenece a la estructura interna de la vida. "El horror suscitado
en el corazón del hombre por el sentimiento de pertenecer radicalmente al tiempo le
revela suficientemente la radical caducidad" (Ateísmo p. 312 el mito) "Camus pone el
absurdo en la imposibilidad del hombre de realizarse en un mundo totalmente cerrado"
(Ateísmo p. 312) No absurdo radical de suicidio ni tampoco huida con salto religioso,
equivalente a la negación del absurdo. El presente es para Camus "a lo más, una
invitación a realizar la experiencia intensa de todos los valores que puedan hacer más
feliz la existencia. Es un presente que significa solidaridad entre todos los hombres para
hacer frente a la muerte, especialmente a la muerte prematura, nuestro gran enemigo, y
a la muerte de los niños y de los pobres. Y por eso la fe en el más allá es una traición al
presente" Nos dice que no cerremos los ojos al absurdo de la muerte porque este nos
lleva a la autenticidad de la vida. (Ateísmo p. 312) "Camus ve claramente que no es
posible una verdadera libertad sin eternidad, esto es sin una perspectiva de superación
personal de la muerte. Desgraciadamente no se abre esa posibilidad" (Gevaert p. 304)
Para Simone de Beauvoir "La muerte no es para mi vida sino cuando estoy muerto y
frente a la mirada de los demás. Pero para mí, cuando vivo, mi muerte no existe, mi
arroyo la atraviesa sin encontrar obstáculo ..., muere por sí como el mar que bate la
playa llega deteniéndose sin ir más allá" (Ateísmo p. 313 Pyrrhus et Cinéas) Simone nos
dice que se da cuenta de la muerte a través de la muerte de un ser querido. No la
podemos entender. "La muerte revela el carácter absolutamente singular y único de la
persona ajena y el significado insustituible de nuestra vida, es decir, revela una
intersubjetividad radicalmente distinta de la que defiende Sartre" (Ateísmo p. 314)
Para ninguno el futuro histórico puede ser consuelo de la muerte ni garantía para la
conservación de los valores.
Pero para Marx "La muerte no repercute en el sentido de la existencia humana por que
el significado humano de la persona reside en la victoria de la especie humana que
sobrevive mi muerte personal. La muerte es biológica" (Gevaert p. 306) Entre los
marxistas no se toma en cuenta el problema, ya que la muerte de un individuo no sirve a
mis ideales, no cambia el curso del mundo. "No hay que defenderse de la muerte sino de
las condiciones sociales que hacen problemática la muerte"(Ge-vaert p.308) "Es
igualmente insuficiente, a la luz de la muerte, el amor en circuito cerrado entre dos
personas, ya que ese amor sucumbe radicalmente. Por tanto la muerte nos enseña a
abrirnos a la fraternidad universal que queda después de la muerte del indivi-duo" (Ge-
vaert p. 308)
"El Hombre es, por tanto, radicalmente impotente frente a la muerte. No podrá nunca
aceptarla como meta de su existencia o como posibilidad esencial de su ser. Si, a pesar
de todo, la muerte aparece como tal meta, no puede por lo menos paralizar la empresa
de vivir o hacerla absurda y estéril. Entonces, hasta la alegría de vivir puede convertirse
en una máscara, en una evocación, para esconder la tristeza de la inevitable ruina, contra
la cual el existencialismo ateo no posee ningún remedio ni ninguna redención" (Ateísmo
p. 314)
Desde Epicuro siempre ha habido una relación ateísmo y negación de inmortalidad.
Cualquiera de los dos lleva a la otra. Para algunos un cosa lleva a la otra y viceversa,
pero últimamente se toma a priori sin discusión la no inmortalidad tomándolo a la
ligera.
Aspectos Eticos y Filosoficos de la Muerte
Autor: Dra. Aida Elisa Pérez Más | Publicado: 7/11/2007 | Etica, Bioetica. Etica medica. Etica en Enfermeria | Puntuación:

Aspectos Eticos y Filosoficos de la Muerte


Aspectos Éticos y Filosóficos de la Muerte.

Dra. Aida Elisa Pérez Más, Dra. Reina Coinda, Dra. Noris Sastre Acosta, Dr. Roberto
Hernández Hernández

Dra. Aida Elisa Pérez Más. Hospital Universitario “Manuel Ascunce Domenech”. Carretera
Central Oeste Km. 4 ½ Camagüey.

Datos de los Autores


Dra Aida Elisa Pérez Más
Especialista de 2º grado Medicina Interna. Profesor Auxiliar del ISCM Camagüey. MsC. en
Enfermedades Infecciosas
Dra. Reina Coinda. Especialista 1er grado Medicina general Integral. Profesor ISCM.
Dra. Norys Sastre. Especialista 1er grado Pediatría. Profesor Instructor ISCM Camagüey.
Dr. Roberto Hernández Hernández. Especialista 1ergrado Medicina general Integral.
Profesor Instructor ISCM Camagüey

Aspectos éticos-filosóficos del final de la vida

“La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida. La muerte no es


penosa para los que han vivido bien”. José Martí
Las consideraciones acerca de la muerte son muy anteriores a la aparición del pensamiento
filosófico. El surgimiento de la filosofía como forma sistemática y lógica de la expresión de las
ideas no desplaza ni monopoliza las reflexiones esporádicas y espontáneas del pensamiento
común acerca de la muerte. El pensamiento mítico, mágico y religiosa revive también y
continúa tratando de responder a estos problemas de los orígenes y últimos fines.

El desarrollo posterior del pensamiento científico, en particular de la biología y la medicina,


arrojan una nueva luz sobre este oscuro tema. Sin embargo, la muerte continúa siendo una
incógnita no resuelta y son válidas muchas de las preguntas más antiguas y originarias,
ocupando un importante lugar en la vida de los hombres. (1 -6)

De origen griego la palabra ética o moral, según los filósofos de la antigua Roma procede de
la cultura helénica. A lo largo de los siglos fueron formulándose y propagándose las
definiciones: ciencia de las costumbres, de la conducta recta, de los deberes de los
fundamentos de la moralidad, de los preceptos para actuar en la vida o de las leyes de la
voluntad. A su vez la Bioética como ciencia relaciona entre otros tópicos la conducta humana
en el campo ' target='_blank'>campo de las ciencias Biológicas. (1, 4,7)

El Hedonismo (del griego placer) era una teoría ética en la que el bien se define como aquello
que es fuente de placer para las personas o que libra el dolor, y el mal como aquello que
conduce al dolor, surge en la antigüedad alcanzando su forma más plena en la ética de
Epicuro, ocupando un puesto central en el utilitarismo de Mill y Benthaam, en las teoría
burguesas modernas, suele aparecer tan solo como elemento componente de la ética para
definir el bien. Epicuro filósofo griego materialista y ateo negaba la participación de los dioses
y partía del reconocimiento de la eternidad de la materia, su doctrina fue modificada por
Hegel, fundamentaba el goce racional y los basa en ideal individualista de evitar los
sufrimientos y alcanzar un estado anímico de sosiego y alegría. (1,7)

El utilitarismo (del latín utilidad) es una teoría burguesa según la cual el criterio de la
moralidad radica en el provecho que un acto proporciona, su fundador el inglés Bentham
(1748-1832) definió su principio básico como ”facilitación” de la mayor dicha al mayor número
de personas” atendiendo a los intereses particulares de estas. La moralidad de un acto puede
calcularse matemáticamente como el balance de satisfacciones y sufrimientos obtenidos a
consecuencia del acto en cuestión (1).

Mill (inglés 1806-1873) introdujo en el utilitarismo, el principio de la estimación cualitativa de


las satisfacciones, la exigencia de preferir el goce intelectual al físico. (1)

Numerosos autores se han ocupado del tema de la muerte, el suicidio y la eutanasia. El


Juramento Hipocrático (siglo IX ane) dice: “no daré a nadie que lo pida un remedio mortal o
un consejo que lo induzca a tal fin”, por su parte Platón (427-3357 ane) refería que había que
dejar morir a los que no están sanos corporalmente. (1,7, 11)

En la filosofía de Shopenhauer(filósofo idealista alemán 1788-1860) preconiza un esteticismo


que desdeña la realidad y es ajeno a los intereses vitales de los hombres, se incorpora el
ideal místico de Nirvana (tomado del budismo de la serenidad absoluta) que aniquila la
voluntad de vivir, el suicida no es que no ame la vida, si no que no puede aguantar más su
propia vida. Por su parte Nietzsche (idealista alemán 1844-1900) uno de los precursores de la
ideología fascista, preconiza que su ideología contrapone a la razón su voluntad, habla de
practicar la eutanasia contra los parásitos de la sociedad, se refiere a la posibilidad de
terminar con la vida que solo nos acarreé sufrimientos. (1)

Dentro de la historia de la eutanasia tres figuras eminentes de la Anestesiología han jugado


un papel preponderante: Bonica, Madrid Arias y Castro Méndez en su enconada lucha contra
el dolor. (8,12, 13,)

La medicina y la filosofía no se excluyen mutuamente, en occidente, el pensamiento


Pitagórico y en orientelas enseñanzas Taoístas de casi 2500 años sentaron las bases de una
filosofía médica que acentuaba los principios de armonía y equilibrio, considerando el
equilibrio entre salud y felicidad. La enfermedad era producto de algún desequilibrio la
función de la medicina era restituir el desequilibrio o la armonía y aceptar, y entender las
limitaciones de la pericia médica como confines naturales de la intervención humana. (1, 5,8)

El ejercicio de la medicina está orientado por principios éticos arraigados en el concepto


filosófico “nil nocere” no causar daño y bonum facere ”hacer bien”. La filosofía clásica de la
medicina comprende los siguientes conceptos metafísicos: el lugar que ocupa el hombre en la
naturaleza, su relación con lo divino la salud y la enfermedad y los conceptos epistemológicos
y metodológicos de diagnóstico, clasificación, evaluación de riesgos y tratamientos. La ética
médica clásica establece criterios para la relación entre el paciente y el médico, lo que es
mejor para el paciente y el conjunto de virtudes que debe reunir el buen médico. (7, 11,10)

Los adelantos de la tecnología médica y el surgimiento de la sociedad pluralista han


producido una combinación de factores que determinan el conjunto particular de prioridades
de la filosofía y la ética médica en los umbrales del siglo XXI. La medicina moderna, nos
permite mediante cuidados especiales, prolongar la vida de algunos pacientes hasta tal punto
debemos preguntarnos si ese acto es exigido por el ethos médico y su gloriosa tradición.
(1,14)

La relación médico-paciente se ha convertido en una relación de usuario-servidor, creando


una desconfianza entre ambos, por la relación económica que se crea, que lleva al reclamo
de morir dignamente, existen una serie de hechos que están ocurriendo que han aumentado
esta preocupación.(10,12,13,14,16)

La aceptación de la eutanasia voluntaria en Holanda que exige que la petición proceda de un


paciente competente, reiterarlo a lo largo de una semana, documentada entre testigos y con
opinión de otro médico, se aprueba en 1994 a la raíz de la petición de muerte de una señora
cuyo primer hijo había fallecido de leucemia e, el segundo hijo se suicida y es abandonada
por su esposo, solicita a su médico que termine con su vida, a lo que este accede, el médico
es acusado por no haber consultado a un Comité de ética.

El proyecto de nuevo código penal español en que se solicita solo una petición expresa y
seria.
La absolución del Dr. Kevorkian en USA patólogo retirado que crea un aparato para ayudar al
suicidio.
La aprobación en Mayo de 1995 en el territorio Norte de Australia de la eutanasia activa.

Estos hechos evidencian que el carácter sagrado de la vida se ha visto cuestionado por el
concepto de calidad de vida, ya que se acepta de hecho que hay un cierto nivel de vida no
deseable. Debemos darnos respuesta para avanzar en este tema a las siguientes
interrogantes: (14 – 21)

¿Qué significa eutanasia?


¿Qué temores tenemos ante la idea de la muerte y cómo la enfrentan las diferentes
religiones?
¿En qué consiste el ensañamiento terapéutico?
¿Cómo enfrentar el diagnóstico de la muerte?
¿Cuál es nuestra posición materialista ante la muerte?
Eutanasia

“¡Ah doctores de las sales, hombres de las esencias, prójimos de las bases! ¡Pido se me deje
con mi tumor de conciencia, con mi irritada lepra sensitiva, ocurra lo que ocurra, aunque me
muera! Dejadme dolerme, si lo queréis, más dejadme despierto del sueño, con todo el
universo metido, aunque fuese a las malas, en mi temperatura polvorosa.” (22).
Vallego 1892-1938

Definida por los diccionarios como:

Muerte natural suave, indolora, sin agonía. Muerte criminal sin sufrimientos, provocada por
medio de agentes adecuados.
Teoría que defienda la licitud de acortar la vida a un enfermo incurable.

Etimológicamente ”buena muerte natural”.

Se debe distinguir bien, al menos de la intencionalidad, entre evitar omisiones voluntarias en


los cuidados normales de apoyo vital (eutanasia pasiva) y evitar actuaciones ineficaces o
inútiles en enfermos terminales (ventilación, marcapasos). Ciertamente morir sin agotar todas
las técnicas de reanimación disponibles, es dejar llegar la muerte de forma natural, pero no es
eutanasia pasiva. (12, 14, 15,16)

La eutanasia pasiva y activa son normalmente indistinguibles, porque ambas son idénticas en
intención y final, la muerte se consigue aunque método opte por no tratar o la inyección letal.
Los defensores de la eutanasia activa se ven anulados en sus métodos ante la terapia
antiálgica, al permitir morir con dignidad y sin dolor a los enfermos oncológicos en fase
terminal. (13,17)

Existen dos posturas irreconciliables respecto a la eutanasia; el biologicismo que idolatra la


vida por encima de cualquier otra consideración y que, por tanto defendería a toda costa la
vida y el elitismo que distinguiría entre “persona humana real “y “ser biológicamente humano”,
lo que llevaría a discutir en qué casos se pueden considerar ciertos seres “personas reales” o
no. (1)

La mayoría de las sociedades se refieren al ideal de la buena muerte, tema que se relaciona
directamente con la decisión libre y voluntaria del enfermo sobre el acto de morir. Admitir la
eutanasia en una sociedad no es una cuestión de nuevas costumbres; la eutanasia es un
problema crucial que indica el grado de humanidad de una civilización, aceptarla en alguna de
sus variantes supone el inicio de la barbarie. (19-23)

Se ha producido un debate continuo en torno a la interpretación del concepto tradicional “del


carácter sagrado de la vida” y el concepto más reciente de la “calidad de vida”. Mientras que
la tradición del carácter sagrado de la vida tiene profundas raíces históricas y en general, se
entiende que implica la conservación de la vida siempre que sea posible, la noción de la
calidad de vida es de cuño más reciente. A veces se piensa que el carácter sagrado de la vida
exige mantenerla a toda costa; por otra parte se piensa que el concepto de calidad de vida
requiere dejar siempre de lado el carácter sagrado de esta cuando existe un conflicto entre los
dos principios. (19)

Aceptar la eutanasia es recomendarla la idea eutanásica surge como una solución requerida
o buscada por el enfermo, forzada a admitirla sin elección y se ejecuta bajo pretendidos de
compasión, esgrimiendo libertades, derechos y filosofías. En el fondo de las discusiones
sobre la posible permisividad legal, despenalización o abierta legalización de las conductas
eutanásicas están dos ideas básicas: (12, 13, 14, 23,24)

El derecho a determinar el momento de la propia muerte, por una exaltación sin límite del
principio bioético de la autonomía del paciente.

El derecho de la sociedad de intervenir en el proceso de morir, por el principio utilitarista de


relación entre costos y beneficios, en una política sanitaria que afirma que la no intervención
médica en una determinada enfermedad atendible dentro del sistema público, o la no utilidad
social de determinadas prestaciones sanitarias por la “calidad de vida” del paciente.

Los principios básicos en toda intervención médica con la de no maleficencia y de justicia y en


segundo término, los de autonomía y beneficencia, donde debe existir una adecuada relación
de prioridades. En el principio utilitarista de procurar proporcionar el mayor bien, al mayor
número de personas, según los recursos disponibles, es importante a la hora de establecer
cualquier política sanitaria, que no puede servir para encubrir una mentalidad eugenésica, de
un utilitarismo llevado al extremo, que considera cada vez más a la medicina como una crisis
al servicio de una sociedad perfecta, integrada por individuos sanos donde la eutanasia seria
una acción médica más. Solo desde una ética personalista puede encuadrarse el principio de
utilidad. (19, 20, 23, 25, 26)

La mentalidad eugenésica supondría eliminar vidas por considerarlas” inútiles” para la


sociedad o el sistema sanitario, o excesivamente “costosas” en relación a su mala” calidad de
vida”, entendida así por su utilidad social. La batalla más decisiva para el futuro de la
profesión está en que la medicina siga siendo un servicio para todos los hombres y cada
hombre individual, incluidos incurables y moribundos, o que se convierta en un instrumento de
ingeniería socioeconómica al servicio de los poderosos. (19)

La decisión de vivir o morir no puede hacerse bajo el principio del utilitarismo. Para que el
paciente tome una decisión es requisito indispensable que actúe de forma autónoma y
competente. Sin embargo, existen algunas circunstancias que impiden que el paciente sea
competente para actuar autónomamente. Tanto autonomía como competencia son conceptos
que no deben tratarse como absolutos, sino que deben particularizarse en cada caso. (14)

En los últimos años la autonomía ha desplazado a la beneficencia como primer principio de


la ética médica, esta es la reorientación más radical ocurrida en la larga historia de la
tradición hipocrática. Como resultado la relación entre el paciente y el médico es ahora más
franca y abierta y en ella se respeta más la dignidad de los pacientes. Este cambio de lugar
casi irreversible de la toma de decisiones, es una respuesta a la confluencia de fuerzas
sociopolíticas, legales y éticas (14, 26,27)
Aspectos Eticos y Filosoficos de la Muerte.2
Temores de la muerte

“La muerte hermana gemela de la vida, es tan bella como ella misma, no es un enigma, sino
una necesidad filosófica. Cuando el cuerpo siente la fatiga de un día de trabajo, duerme ¿no es
el sueño un placer?, la muerte es otro, más hondo, más absoluto, porque se ha hecho esperar
más tiempo. No hay choque ni temor en la muerte, cuando el sano equilibrio se ha conservado
durante la vida….La máquina no se rompe cesa, y eso es todo. Después ¿qué importa? ¡La
obra está hecha! ¡El creador reposa! ¡Es su recompensa! Bienaventurados los que mueren y
legan el sublime ejemplo de su agonía a sus hijos”. (28)
Miguel de Carrión (1875-1929)

Existen tres temores ante la muerte:


El temor ante el evento mismo.
El temor a lo que hay después.
El temor a lo que se deja.

El paciente grave que se supone morirá pronto tiende a ser aislado, alejado de sus compañeros
de sala y en ocasiones de su familia, pensando en evitarles el enfrentamiento con una
experiencia vital que nos asusta: la muerte. La enfermera lo visita cuando debe realizar los
controles o tratamientos de rutina. Se centra en la ejecución de técnicas y evita la relación
interpersonal, ¿por qué? , quizás por temor, porque muchas veces no está preparada para
permanecer junto al paciente que muere, es el “papel no aprendido” en nuestra sociedad. El
cuidado del paciente moribundo conlleva aspectos éticos que la enfermera debe conocer y
practicar, para que hasta el último momento de su vida el enfermo reciba la atención que
merece por su condición humana y poder morir con dignidad. (13, 19,23)

También es importante la atención después de la muerte, la asistencia del médico y la


enfermera a las exigencias es el colofón final. La experiencia indica que esta actitud es
gratificante, ya que después de todo, la relación humana ha sido intensa e íntima, por breve
que haya sido esta.17, 32)

Ensañamiento terapéutico

“Si los profesionales de la salud no son esclavos del paciente tampoco son sus dueños” (8)

El intento médico de prolongar la vida, por medio de complejas tecnologías, en pacientes con
estados irreversibles, debe encaminarse a mitigar el dolor y el sufrimiento del paciente para
lograr una muerte digna. La obstinación terapéutica es un error ético y una falta de
competencia. (10, 16, 25, 30,31)

Thomas, se refiere a dos tipos de ensañamiento terapéutico que hay que evitar

El consistente en querer prolongar la vida a toda costa.


El eutanásico, que decide rápidamente que lo mejor para el enfermo es la muerte

La renuncia a medios extraordinarios o desproporcionados, no equivalen al suicidio o a la


eutanasia, expresa más bien la aceptación de la condición humana ante la muerte. El criterio
válido para algunos médicos que “mientras haya un soplo de vida hay esperanza” a conducido
a implantar la distanasia, la prolongación injustificada de la agonía en enfermos en quienes la
medicina ya no tiene nada que ofrecer. (24, 31,33)

El médico debe estar consciente de lo que implica prolongar la vida de un paciente. Si existe
una probabilidad razonable de que sobreviva a su enfermedad, todo esfuerzo está justificado.
Si está consciente de que no va a sobrevivir y de que no hay manera de saber cuánto tiempo
estará “vivo” mediante técnicas y tratamientos sofisticados, debe valorar lo que significa en
sufrimiento para el paciente y en costos y sufrimientos para la familia, debemos tratar a
nuestros pacientes como desearíamos ser tratados. (17, 18, 26,27)

La medicina del futuro no puede en realidad limitarse a ser futurista. Habrá de ser ante todo,
educación y prevención. Otro cambio importante en la forma de morir consiste en la
prolongación de la existencia humana, esto en dos sentidos:(18,33)

La mayoría de las personas mueren en la madurez o la mayoría de edad.


Que el acto mismo de morir se ha prolongado, se ha hecho científico, porque la mayoría de las
personas muere en centros hospitalarios, se ha hecho además pasivo, puesto que en muchas
partes, los médicos de acuerdo con los familiares toman las decisiones sin contar con el
paciente, se ha hecho profano, ya que los servicios religiosos tienden a desaparecer de los
centros hospitalarios y se ha hecho aislado pues el enfermo muere solo y abandonado.

La muerte se está hospitalizando, y ya el mayor por ciento de los pacientes muere en los
hospitales alejados de sus seres queridos, en estado de aislamiento y soledad, con tubos en
todos los orificios y agujas en las venas. (80% en USA). Un sociólogo estadounidense llama
pornografía de la muerte a este fenómeno de manipulación y disfrute de la muerte por parte de
la sociedad de consumo. (10, 15,16)

Curiosa contradicción la de este siglo, con respuesta a la muerte, que quiere pasar por alto la
muerte real y a la vez abusa de su imagen en forma de juego y violencia a través de los medios
de comunicación. Como un símbolo de este ocultamiento social de la muerte puede entenderse
el intento cada vez más difundido en diversos países del mundo de disimular la muerte lo más
posible, maquillando los cadáveres para dar a los presentes la sensación de que no están
muertos. Y preguntas como estas en el funeral: ¿De qué murió su ser querido?, ¿Se le
desfiguró mucho el rostro?, ¿Trajo alguna fotografía? La medicina ha ido alejándose del confort
y deseo del paciente, describiéndose toda una serie de anécdotas al respecto que así lo
muestran.(2,5,7,34)

Hayden, describe una experiencia personal, como médico y paciente a la vez, por un accidente
del tránsito, y señala las lecciones aprendidas: (27)

La pérdida del control propio ocasiona al paciente disturbios y agradece todo esfuerzo
encaminado a hacerlo independiente.
El dolor es peor de lo que se puede imaginar, por lo que debe consultarse frecuentemente en
cuanto a su solución.
El paciente acostado pierde relación con el médico, por lo que el contacto “ojo con ojo” es más
confortable.
El paciente se interesa por su contexto social, por lo que debe asistirse en este sentido para
alejar preocupaciones.
El enfermo crítico no desea conocer todos los detalles, pero si desea que los médicos cumplan
su juramento

Muchos médicos consideran que su trabajo está limitado a salvar vidas y no a preocuparse por
las condiciones de confort de sus pacientes.

En 1983 en la 35 Asamblea Médica Mundial se promulgó la declaración sobre enfermedad


Terminal donde se señala:(35)

Es deber del médico curar y aliviar en la medida de lo posible el sufrimiento, teniendo siempre a
la vista los intereses de sus pacientes.
El médico se abstendrá de utilizar o emplear cualquier medio extraordinario que no reportara
beneficio alguno al paciente.

Diagnóstico

Un aspecto a definir ante un paciente grave sería la diferencia que desde el punto de vista
moral implica no iniciar un procedimiento de sostén de funciones vitales y el suspenderlo
después de comenzado por considerarlo inútil (25, 26, 27, 35).
Se debe evaluar el paciente crítico en salas de medicina en cuatro categorías:
El paciente que necesita cuidados intensivos totales y debe solicitarse trasladado a unidad de
cuidados intensivos.
El paciente que requiere todos los cuidados, excepto reanimación cardiopulmonar (RCP)
El paciente con criterio de “dejarlo morir”
El paciente con criterios de muerte cerebral.

El dejar morir debe hacerse de acuerdo a las costumbres médicas, legales y éticas de la
comunidad. Requiere de la interrupción de las medidas extraordinarias, tales como ventilación
mecánica, drogas para el mantenimiento de la vida, transfusiones, antimicrobianos etc. (23,
25,27)

A este respecto deben existir elementos comunes para la toma de decisiones:

El interés del paciente que es lo fundamental.


La opinión del enfermo y de no ser posible la de sus familiares.
La decisión médica adoptada por unanimidad de los miembros del equipo.
La primera medida a limitar es la de no resucitar, cuando se produzca el paro cardíaco.

La resucitación cardiopulmonar no debe practicarse a en enfermos en la etapa final de sus


padecimientos, ni en enfermos con severo deterioro de sus funciones cerebrales (en estados
vegetativos persistente o demencia senil avanzada), ni en aquellos que hayan dado su deseo
de no recibir tal tipo de tratamientos. En relación a estas medidas los diferentes países adoptan
diversas medidas. En varios estados de USA se ha tratado de fijar el límite a los programas de
derechos reglamentarios y numerosas corporaciones y empresas han buscado los medios de
restringir el alcance y tipo de atención que proporcionan, reduciendo el derecho de atención a
los ancianos a través de diversas medidas. (25,26)

Sin embargo la introducción de la Trasplantología ha hecho que se introduzca el diagnóstico


precoz de muerte encefálica, con el fin de la óptima utilización de los órganos a trasplantar, con
el impacto social e institucional que conlleva. Se reportan como beneficios: aprendizaje y
práctica del trabajo multidisciplinario, mejoría de la atención del paciente grave en general,
aplicación de tecnologías avanzadas entre otras. (6).

Virchow (creador de la teoría de la patología celular, alemán 1821-1902), subraya el origen


social de la morbilidad, por lo que cada vez más se preconiza en el mundo la posibilidad de
facilitar al hombre morir con dignidad en el hogar y rodeado de su familia y su médico. (34,36,)

El neoliberalismo en el tercer mundo, acentúa las diferencias, la injusticia distributiva y el


acceso real a los servicios de salud, a su vez los países desarrollados incrementan la
comercialización y el encarecimiento de la atención médica.

La satisfacción de las necesidades de la población coloca en primer plano la salud, por lo que
es tarea prioritaria de nuestro gobierno la atención médica a nuestro pueblo, y el rescate de las
acciones éticas que la componen.(27,28)

Analizando la siguiente frase: “Existe algo tan inevitable como la muerte, la vida” (Charlie
Chaplin), nos motivamos a realizar esta revisión de los aspectos éticos relacionados con la
muerte, defendiendo el criterio ético, cada vez más preconizado en el mundo desarrollado, de
que se respete al hombre su derecho a morir dignamente, y de ser posible de acuerdo a los
criterios de “enfermo terminal”, en Su hogar y rodeado de su familia.
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Declaración sobre enfermedad Terminal. 35 va Asamblea Médica Mundial. Venecia. Oct1983
Nuria Terribas: Dealing with euthanasia.Rev Enferm Jun 2005.

ANEXO:

Juramento de Hipócrates

"JURO POR APOLO médico y por Asclepio y por Higía y por Panacea y todos los dioses y
diosas, poniéndoles por testigos, que cumpliré, según mi capacidad y mi criterio, este
juramento y declaración escrita:
TRATARÉ al que me haya enseñado este arte como a mis progenitores, y compartiré mi vida
con él, y le haré partícipe, si me lo pide, y de todo cuanto le fuere necesario, y consideraré a
sus descendientes como a hermanos varones, y les enseñaré este arte, si desean aprenderlo,
sin remuneración ni contrato.
Y HARÉ partícipes de los preceptos y de las lecciones orales y de todo otro medio de
aprendizaje no sólo a mis hijos, sino también a los de quien me haya enseñado y a los
discípulos inscritos y ligados por juramento según la norma médica, pero a nadie más.
Y ME SERVIRÉ, según mi capacidad y mi criterio, del régimen que tienda al beneficio de los
enfermos, pero me abstendré de cuanto lleve consigo perjuicio o afán de dañar.
Y NO DARÉ ninguna droga letal a nadie, aunque me la pidan, ni sugeriré un tal uso, y del
mismo modo, tampoco a ninguna mujer daré pesario abortivo, sino que, a lo largo de mi vida,
ejerceré mi arte pura y santamente.
Y NO CASTRARÉ ni siquiera (por tallar) a los calculosos, antes bien, dejaré esta actividad a los
artesanos de ella.
Y CADA VEZ QUE entre en una casa, no lo haré sino para bien de los enfermos,
absteniéndome de mala acción o corrupción voluntaria, pero especialmente de trato erótico con
cuerpos femeninos o masculinos, libres o serviles.
Y SI EN MI PRÁCTICA médica, o aun fuera de ella, viviese u oyere, con respeto a la vida de
otros hombres, algo que jamás deba ser revelado al exterior, me callaré considerando como
secreto todo lo de este tipo. Así pues, si observo este juramento sin quebrantarlo, séame dado
gozar de mi vida y de mi arte y ser honrado para siempre entre los hombres; más, si lo
quebranto y cometo perjurio, sucédame lo contrario".

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