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PLATON. LA REPÚBLICA.

LIBRO VII
CAPÍTULO I
En las primeras líneas de este capítulo se nos deja entrever el tema central de esta obra: la educación.
Más adelante, Platón se limita a describir una caverna, en la que los hombres se encuentran atados y son forzados a no ver más que una parte
difusa de la realidad: sus sombras; de modo que los habitantes de dicha caverna creerán que éstas son la realidad verdadera, pues no
conocen ninguna otra.
Concluye este capítulo en el supuesto de un individuo que es forzado a abandonar esta caverna para salir a “la luz” y conocer la realidad
verdadera. En este caso, su desorientación sería mayúscula, pues se le saca violentamente de su mundo, su realidad y se le sumerge
bruscamente en otra realidad bien distinta, según los demás, “la verdadera”, se encontraría el individuo en una situación de desorientación,
pues no sería capaz de discernir lo verdadero de lo erróneo, y no atinaría a averiguar cuál de las dos realidades es la verdaderamente
auténtica, tal vez aferrándose aún a sus antiguas creencias, ya que el paso de una realidad a otra es algo que necesita tiempo de adecuación,
y no se puede hacer de un modo tan brusco y repentino.
Se nos presentan ya en este capítulo dos mundos: la caverna, que simboliza las sombras, esa parte difusa y borrosa de la realidad: la
ignorancia; y la luz, donde se da a conocer la verdadera realidad: la sabiduría. Así, tenemos:
Caverna = Ignorancia Luz = Sabiduría.
CAPITULO II
En este capítulo, Platón nos explica qué es lo que se hace con este individuo que es forzado a abandonar su antiguo puesto y a salir a la luz.
En un principio, no soportaría la luz (intentando incluso volver a la sombra), puesto que sus ojos necesitarían adaptarse a ella tras haber
estado en la oscuridad, pero, nos cuenta también como, poco a poco, se va adaptando, y, pasando por distintos niveles, cada vez es capaz de
soportar mejor la luz hasta poder llegar a mirar directamente incluso al sol.
Y si, por algún motivo, este individuo tuviera que regresar o regresara de nuevo a las tinieblas, volvería a necesitar un tiempo de transición
para volver a adecuarse a ellas, siguiéndole a este período otro de confusión, pues se volverían a mezclar en él las ideas de ambas partes (la
luz y las sombras), y sus antiguos compañeros, que aún no saben de la verdadera realidad ni del error en que se hayan, pensarían que se ha
vuelto loco o que su viaje a la Luz le había estropeado los ojos, de modo que ese viaje sería una pérdida de tiempo; por lo que, si éste los
intentase conducir hasta ella, lo matarían.
Pues bien, siguiendo con la analogía anterior, un personaje al que de repente le es revelada la verdad, al principio se niega (consciente o
inconscientemente) a aceptar que todas sus anteriores creencias no eran sino falsedades y errores, intentando refugiarse en ellas, pero luego,
poco a poco, va reconociendo la verdadera realidad, poco a poco, hasta llegar a conocerla en su totalidad y reconocer, con alegría, su anterior
error, y compadecer a sus antiguos compañeros por continuar en él.
Y en el caso de que él regresara entre sus compañeros, necesitaría de nuevo adecuarse a su antiguo pensamiento para poder estar entre
ellos, ante los que aparecerá ahora como un tonto o un loco, pues éstos todavía se creen en posesión de la verdad. Y si éste individuo
intentase hacerles ver su error éstos no lo comprenderían, pues eso supondría el desmoronamiento de las creencias de toda su sociedad, y
por ello, lo matarían si pudieran.
CAPITULO III
Comienza este capítulo comparando el anterior mundo de las sombras con lo que percibimos con los sentidos, con la vista, (que es sólo un
parte de la realidad)y comparando el ascenso a la Luz al camino que hace el alma hacia el mundo inteligible. Al final del mundo cognoscible,
está la Idea del Bien, que es quien ha creado la Luz, y la veracidad de esta realidad, por lo que es necesario tenerla siempre presente para
poder obrar con sabiduría y corrección.
Por esto, a quienes ya han descubierto el Bien, les es difícil regresar a su anterior estado de convivencia con la ignorancia, y, si regresan,
vuelven a encontrarse en un mundo ensombrecido (la caverna), en el que no se desenvolverán con la misma soltura que anteriormente
podían poseer (ya comentamos esto en el capítulo anterior).
CAPÍTULO IV
En este capítulo se tratan dos temas bien diferenciados:

• La educación: afirmando que ésta no se trata de implantar algo, mediante la metáfora de devolver la vista a un ciego, sino de
orientar a la persona hacia donde está la sabiduría. Critica que la ignorancia es tratada como la ceguera, mientras que él la ve como
el olvido; esto es, que la sabiduría no es aprender cosas, sino recordar lo que el alma vio en su ascensión a “la Luz”, pero que, al
bajar de nuevo a las tinieblas (la caverna), y volverse a cegar, todavía no recuerda bien, la educación consiste en liberarse de las
cosas terrenales que impiden al alma dejar su “ceguera” y llegar de nuevo a la sabiduría.

• El gobierno: se nos plantea aquí un pequeño problema, ya que los que no tienen la educación para ello no pueden gobernar, pues
no tendrán presente en sus fines la Idea del Bien, sino su propio lucro y ambiciones; mientras que los que ya observaron la Idea del
Bien y la tienen presente, no quieren gobernar, pues no están dispuestos a ocuparse del manejo de “la Caverna” (en el capítulo
anterior explicábamos que los que habían alcanzado la sabiduría de la Luz, no querían volver a bajar a las tinieblas, a la imperfección
y el error).
Ante esta situación se plantea que el Estado ha de obligar a los hombres mejor dotados a ascender a la Luz para contemplar el Bien, pero no
les tiene que permitir quedarse ahí.
El capítulo finaliza con el interrogante de si estos actos no serán injustos con ellos.
CAPITULO V
Este capítulo comienza respondiendo al interrogante que cerraba el capítulo anterior, manifestando una clara negativa: se puede obligar a los
sabios a gobernar, puesto que si habían llegado a la Sabiduría es porque el Estado les ha dado los medios adecuados para ello con el fin de
que, una vez adquirida ésta, ellos se hagan cargo del Estado y se preocupen porque otros también puedan llegar a ellos.
No ocurre esto con los sabios que vengan de otros Estados, puesto que no han sido ayudados por éste y no le deben nada.
De este modo, también se elimina toda posible conspiración por acceder al gobierno, puesto que éste no incluye riquezas de tipo material,
sino riqueza en Sabiduría, (eliminando así a los no adecuados, que sólo lo ambicionan por las riquezas materiales que conlleva), y elimina
también el descontento de los sabios estableciendo un gobierno por turnos.
CAPITULO VI
Este capítulo nos habla de la educación que han de recibir los sabios, los estudios que han de hacer para llegar a serlo.
Esta formación le ha de permitir llevar su alma desde donde viene hacia lo que realmente es, y por ello no vale ningún estudio cualquiera, sino
uno que los englobe a todos y sirva para todos, y no que los excluya.
Platón reúne los requisitos necesarios en el estudio del número y el cálculo, ya que todos los demás estudios participan de él.
CAPITULO VII
En este capítulo, Platón vuelve a defender el estudio del cálculo incluso para los guerreros, pero además puntualiza sobre este estudio que no
se emplea como debiera, pues sólo analizamos los casos que nos producen duda, en los que la percepción no nos basta, cuando nuestros
sentidos captan dos sensaciones distintas, mezcladas en un mismo elemento (o dos unidos, percibidos como uno); es en estos casos cuando
hacemos uso de nuestra inteligencia y razonamiento, y no cuando nuestra percepción basta para definir (o examinar) un objeto o elemento:
• Estimulantes: aquellos que producen sensaciones contrarias a la vez
• No estimulantes: los que no incitan a la inteligencia
CAPITULO VIII
En este capítulo se manifiesta la importancia del estudio del Número y la Unidad, ya que esta, en contradicciones, pone al alma en
dificultades, la estimula para buscar su naturaleza. Por ello el cálculo y la aritmética son los estudios que ayudan al alma a llegar a su
verdadera naturaleza, ya que los números no se pueden manipular, y sólo es posible pensarlos. Por ello este estudio es necesario para los
Gobernantes-filósofos (con miras a la guerra y a la vuelta a la verdad y la esencia); ya que el desarrollo del cálculo hace al estudioso más
rápido también en los otros estudios.
CAPITULO IX
Se establece en este capítulo un segundo estudio: la geometría; ya que ésta, por encima de todas las cosas, incluso de servir en asuntos tan
importantes de la vida como la guerra o ayudar a los filósofos a corregir sus errores en el gobierno..., ayuda al alma ya llegar hasta su esencia,
hasta lo que es, y a divisar la Idea de Bien, ya que no estudia casos que tienen un principio y un final, como el mundo sensible, sino trata de lo
que existe siempre, como el mundo de las Ideas (mundo inteligible), al que tiene que llegar el alma.
CAPITULO X
Se habla aquí de una tercera asignatura, la astronomía ya que gracias a ella el alma se purifica y resucita cuando agoniza bajo las demás
ocupaciones humanas.
Sin embargo, pronto relega Platón esta asignatura a un cuarto puesto, ya que se percata de que ha omitido un nivel previo: antes de poder
estudiar el sólido en movimiento, se debe estudiar el sólido en sí, pasar de la segunda dimensión de la geometría a la tercera de los cubos y la
profundidad de los cuerpos, (con el impedimento de que este estudio aún no ha sido descubierto, debido a que ningún Estado lo considera
importante y a que se necesita un supervisor para poder descubrir algo, supervisor que no hay)
CAPITULO XI
En este capítulo continúa con sus elogios a la astronomía, y, aunque no se puede comparar los cielos estrellados sensibles con los inteligibles,
los primeros pueden servir como ejemplo para estudiar los segundos. Sin embargo, para su estudio, se debe dejar a un lado la belleza o los
dibujos que las estrellas puedan conformar, y hay que servirse de problemas (empleando la geometría) para descubrir las relaciones día-
noche, meses-años... y los cambios que se operan en el cielo. No se debe estudiar de un modo simple y sencillo que se quede en dar nombre
a las cosas, si no indagar más aún y llegar a descubrir los porqué, cómo, cuándo, cuánto...
CAPITULO XII
Platón vuelve a poner de manifiesto que todo estudio no se ha de quedar en la mera observación. Esta vez arremete con el arte de la armonía
(sin abandonar del todo la astronomía) pues, aunque ambos son estudios relacionados con el mundo de las Ideas, han de estudiarse de un
modo más profundo y complejo, ya que sino, “impiden llegar al punto al que han de arribar todos los estudios”, estudiando cosas mundanas,
del mundo sensible.
CAPITULO XIII
Llegamos aquí a la última asignatura de todas, pero no por ello menos importante, sino al contrario, la más poderosa de todas, a la cual no se
puede acceder sino tras el estudio de las cuatro anteriores y que permite acceder al mundo inteligible. Retoma para exponer esto de nuevo la
alegoría de la caverna y cómo, poco a poco (tras el estudio), el que sale es capaz de dejar de ver sombras para ver reflejos, luego objetos,
luego el cielo de noche y por último el sol: esto no es sino una comparación de los niveles o escalones (cada uno de los estudios) que hemos
de superar para llegar al mundo inteligible, el conocimiento supremo.
CAPITULO XIV
Se define la dialéctica como aquello que empuja al alma desde lo más profundo de la ignorancia (la caverna) hacia lo más alto de la sabiduría
(la Luz), ayudándose para ello del estudio de las ciencias anteriores, que no son ciencias como tales, sino que están en un camino intermedio
entre la “ciencia” y la “opinión” (ya que la opinión forma parte del mundo sensible y el conocimiento del mundo inteligible).
El dialéctico ha de alcanzar la esencia, y vislumbrar claramente la Idea de Bien con la razón, aislándola de las demás; ya que si no se tiene
conocimiento de esta idea, sólo se puede tener opinión (mundo sensible)
Los gobernantes han de ser educados para buscar la dialéctica y llegar a la Idea de Bien, para poder preguntar y responder (y actuar) sin caer
en la irracionalidad.
CAPITULO XV
Una vez que se han obtenido los conocimientos adecuados para llegar a ser gobernante sólo hace falta pasar una última selección, pues no
todas las personas son válidas para ejercer de líderes, sino que hacen falta una serie de condiciones: personas estables, valientes, nobles, con
capacidad de aprender sin dificultad, buena memoria, perseverantes, amantes del trabajo, con respeto a la verdad, grandes de espíritu,
excelentes en todos los sentidos, sanas de cuerpo y alma... y sobretodo, jóvenes, pues las personas mayores han perdido ya la capacidad de
aprender cosas nuevas.
CAPITULO XVI
En este capítulo Platón nos explica la educación de los jóvenes, a quienes se les empiezan a enseñar todos los estudios para poder después
enseñarles también el estudio de la dialéctica. Pero a los niños, de pequeños se les enseña de una forma más distendida, a través de juegos
que dejen libertad a su alma para poder aprender sin coerción.
Dentro de un tiempo, se escogen a aquellos que sobresalgan sobre los demás por su trabajo. A los veinte años vuelve a haber una selección
entre estos escogidos anteriormente. A los treinta años, se vuelven a escoger los más sobresalientes de este restringido número (de modo que
se elimina la condición hereditaria: el hijo de un gobernante puede ser un productor).
Sin embargo, la dialéctica es un arma de doble filo con la que hay que tener cuidado, pues se ignora la reacción que estos individuos puedan
tener al darse cuenta de que fueron separados de sus padres y les es imposible poder volver a encontrarlos
CAPITULO XVII
A todas las personas desde pequeñas se les han inculcado unas nociones sobre el bien y el mal, lo Justo y lo Injusto... sin embargo, cuando la
persona crece, deja de admitir estas nociones por el mero hecho de que han sido las que le han enseñado, sino que busca algo más, se
cuestiona sobre ellas y si llega a la conclusión de que no son correctas ni válidas, busca otras que si le satisfagan.
Esto mismo ocurre con la dialéctica de Platón, la cual sólo ha de ser enseñada a partir de cierta edad, pues si se le enseñase a los jóvenes,
éstos la emplearían de modo incorrecto, para discutir y contradecir todo sin llegar a ninguna posición o conclusión; no ocurre lo mismo con el
hombre adulto, que es capaz de controlarla y emplearla únicamente como un método de búsqueda hacia la verdad.
CAPITULO XVIII
Una vez aprendida la dialéctica, los dialécticos han de estar un periodo de cinco años entrenándose con ella para poder volver de nuevo a la
caverna, a las sombras, para dirigirlas hacia la luz.
Una vez de vuelta en la caverna, han de pasar quince años “habituando sus ojos de nuevo a las tinieblas”, desempeñando cargos de poca
importancia en el Estado para adquirir así experiencia y ver si realmente son personas válidas para hacerse cargo del Estado: si a los
cincuenta años han demostrado que son los mejores y que han visto ya la Idea de Bien, se les ha de forzar a regresar hacia abajo y dirigir el
Estado, (por turnos) y ocuparse de la formación de los futuros filósofos, al igual que el Estado se ocupó de ellos.
Un punto importante que destaca Platón es la igualdad de sexos, pues no sólo los hombre pueden llegar a gobernar, si no toda persona que
demuestre estas aptitudes, ya sea hombre o mujer.
De este modo esta forma de gobierno queda como algo difícil, pero no imposible, siempre que cuente con filósofos-gobernantes que valoren la
Justicia, el Bien y la rectitud por encima de las riquezas que pueda ofrecer el puesto de gobernante.
Para formar a estos filósofos, los niños de 10 años son separados de sus padres con el fin de deshacerse de las costumbres que éstos les
puedan inculcar, inculcarle el propio Estado las que sean convenientes para su formación y educación, eliminando así el carácter hereditario
de los puestos.
CONCLUSIÓN:
El Estado, para Platón, está dirigido por filósofos-gobernantes, que han pasado la mayor parte del tiempo formándose con el fin de poder
elevar su alma para observar la Idea de Bien y luego ser capaces de volver al Estado, a las sombras de la gente ignorante, para conducirlas en
un camino hacia el Bien y la Justicia.
Los filósofos-gobernantes han sido elegidos entre todos los individuos de la sociedad, que son separados de sus padres, con el fin de que no se
les instruya equivocadamente y que la posición o rango de los padres no influya en el que los hijos tendrán. Pero sólo los mejores entre los
mejores, es decir, los que reúnan una serie estricta de características serán los aptos para gobernar.

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