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COGNICIÓN Y EMOCIÓN.

PRESENTACIÓN
DEL MONOGRÁFICO DE LA REVISTA
ESPAÑOLA DE MOTIVACIÓN Y EMOCIÓN.

Francisco Martínez Sánchez* y Alberto Acosta**

Universidad de Murcia* Universidad de Granada**

Hoy es bien sabida la determinación que el afecto, el estado de ánimo, las


emociones y los sentimientos juegan en nuestra vida, tanto sobre el bienestar físico como
el mental. Pero, ¿son las emociones un capricho de la naturaleza que ha demostrado
útiles funciones adaptativas?, ¿cuáles son las ventajas de que nuestra especie sea la más
emocional de entre todos los mamíferos superiores?
En comparación a especies inferiores donde los reflejos juegan un papel
sumamente determinante, nuestra especie posee un sistema afectivo altamente
sofisticado, capaz de facilitar mecanismos evaluativos altamente flexibles; esta
indudable ventaja permite, además de anticiparse a las demandas del entorno, realizar
complejas secuencias evaluativas que faciliten el mantenimiento de la estabilidad del
individuo. Estas evaluaciones de bajo o alto nivel y complejidad variable, nos informan
de los factores situacionales que inducen hacia la aproximación (movilizando el sistema
apetitivo) o la evitación (activando el sistema aversivo). Este sistema biológico de
naturaleza fundamentalmente evaluativa, interactúa con otros sistemas que permiten
captar, almacenar, recuperar y analizar información con distintos grados de conciencia y
propositividad. Información relativa a las características positivas o negativas derivadas
de las regularidades ambientales y sus contingencias. Definitivamente, los primitivos
sistemas basados en reflejos son incapaces de la flexibilidad y capacidad de adaptación
que caracteriza a las emociones.
Desde hace un par de décadas, de modo firme, numerosos teóricos e
investigadores se han ido convenciendo de que el estudio y la investigación sobre las
emociones y los estados de ánimo, así como de los procesos afectivos, puede ayudar a
explicar mejor el comportamiento humano y el propio desempeño cognitivo de un
individuo. Los desarrollos teóricos e investigaciones sobre las emociones que tuvieron
lugar en los años sesenta, de autores como, por ejemplo, Stanley Schachter, Magda B.
Arnold, Richard S. Lazarus o Sylvan S. Tomkins, afortunadamente tuvieron continuidad
en los años setenta con aportaciones como las de George Mandler, Bernard Weiner, Paul
Ekman, Carroll E. Izard o Robert E. Plutchik, entre otros, y todo ello fue asentando un
modo de abordar los fenómenos afectivos que resultó compatible con el que utilizaba la
psicología científica para ocuparse de otras temáticas más arraigadas. La incipiente
incorporación de los factores evaluativos en la comprensión y tratamiento de
alteraciones emocionales, el desarrollo de las primeras terapias “cognitivas”,
promovieron que, tanto los investigadores, como los clínicos, se interesaran por
desentrañar las relaciones entre emoción y cognición.
Estas contribuciones permitieron aproximar la incipiente psicología cognitiva al
estudio de las emociones, a la vez que se confería un estatus científico a su estudio. Se
abandonaba así el debate histórico sobre la epistemología de la razón y el afecto.
Recordemos que durante siglos las emociones permanecieron ajenas al estudio científico
(la epistemología, esto es, la teoría del origen, estructura y validez del conocimiento, las
consideró no sujetas a verificación, dada su naturaleza). Las teorías valorativas inician
un camino por el cual la emoción deja de ser un epifenómeno privado, que puede ser
estudiado mediante el empleo del método científico adaptado a sus peculiaridades.
En los años ochenta, el campo de cultivo sembrado en décadas anteriores empezó
a dar frutos. El primero, sin duda, maduró en la propia psicología cognitiva al
distanciarse de algunas visiones simplistas, que consideraban las emociones como
epifenómenos perturbadores del procesamiento, y al a empezar a concebirlas con plena
utilidad y funcionalidad en los procesos de adaptación y respuesta de un individuo ante
el entorno y sus demandas. El segundo, no menos importante, floreció en la rica y
provechosa manera en que diferentes ámbitos de la psicología como el cognitivo, el
clínico, el social y el afectivo empezaron a prestarse procedimientos de investigación,
tareas experimentales, manipulaciones, etc. para ir dando solución a problemáticas
comunes. Fueron momentos en que surgió el interés por conocer los procesos cognitivos
que están en la base de algunos desajustes emocionales o por investigar las influencias
del afecto sobre la atención, la memoria, el aprendizaje o los procesos de pensamiento.
En esos años productivos se continuó acumulando información sobre la relevancia de los
diferentes componentes de las emociones (cambios corporales periféricos, cambios
fisiológicos centrales, aspectos expresivos, valoraciones, etc.) y, simultáneamente,
surgieron polémicas importantes y persistentes respecto a las relaciones entre procesos
cognitivos y afectivos, sobre la existencia o no de emociones básicas, sobre la naturaleza
multidimensional del afecto, o sobre la importancia crítica de los diferentes componentes
vinculados a los fenómenos afectivos. También en esa época se hicieron esfuerzos por
aplicar los conocimientos que se iban afianzando en ámbitos como la educación y la
intervención clínica. Al mismo tiempo, la neurofisiología también reincorporó los
procesos afectivos entre sus objetivos de estudio.
A partir de los noventa la cosecha empieza a ser muy abundante y el estudio de los
procesos afectivos se afianza. Se publican importantes manuales, surgen nuevas revistas,
y áreas que no se habían interesado antes por este tipo de procesos comienzan a
incorporar manipulaciones del afecto en sus investigaciones. Surgen nuevos enfoques
abordándose los problemas recurrentes con nuevas perspectivas. Especialmente
importante en la clarificación de los fenómenos afectivos, igual que para los cognitivos,
ha sido la diferenciación entre procesos automáticos y controlados, la distinción entre
procesos no conscientes y conscientes, la separación entre mecanismos corticales y
subcorticales de procesamiento. La psicología de la emoción actual y la neurociencia
afectiva parecen estar sugiriendo respuestas a problemas persistentes desde un nuevo
marco conceptual. Dicotomías clásicas sobre la importancia de la carga genética o la
influencia cultural en la configuración de respuestas emocionales, sobre la determinación
filogenético o cultural de las emociones, sobre su mediación fisiológica periférica o
central, sobre su regulación involuntaria o consciente, etc. están abordándose de manera
más flexible e integradora a partir del reconocimiento de que las manifestaciones
afectivas pueden ser fruto de un entramado complejo de procesos variados y
estrechamente relacionados cuyo producto final forma parte de la conciencia, pero cuyas
condiciones previas requieren importantes automatismos.
En el presente número monográfico de la Revista Española de Motivación y
Emoción hemos pretendido hacernos eco de alguna de las temáticas que ocupan a una
muestra de investigadores y teóricos de nuestro país. Se trata de aportaciones
heterogéneas, como lo son las que surgen en el ámbito internacional, pero que en todos
los casos intentan avanzar en el conocimiento de los vínculos entre la cognición y el
afecto. En algunos casos se trata de revisiones, en otros de importantes integraciones
conceptuales, en otros de nuevos y originales marcos teóricos de referencia, y en otros
de interesantes investigaciones empíricas. Por otro lado, algunos de los artículos se
sitúan claramente en lo que solemos denominar investigación básica, mientras que otros
forman parte ya de la realidad aplicada de nuestra disciplina. En todos los casos
esperamos que resulten interesantes dada la experiencia y contacto dilatado de los
autores con la psicología de la emoción.
El profesor Francesc Palmero hace una revisión del contexto histórico en que se
han surgido las teorías cognitivas sobre la emoción, especialmente las que se ocupan
sobre el appraisal, y, tras hacerse eco de la polémica de los años ochenta sobre las
relaciones entre cognición-emoción, se adentra en algunos modelos teóricos multinivel,
más actuales y flexibles, que incorporan la posibilidad de diferentes tipos, niveles o
exigencias de procesamiento, los cuales desde su punto vista ofrecen un modo más
integrador de abordar las relaciones entre emoción y cognición. Entre otras, se comentan
la aportaciones de M. Arnold y R. Lazarus, como pioneros en el estudio de los procesos
de valoración, y las de numerosos autores como G. Mandler, R.J. Zajonc, G.H. Bower,
K.R. Scherer, etc. que se han ocupado de las relaciones emoción-cognición. De modo
más detenido, incorpora la propuesta de G.L. Clore y A. Ortony de diferenciación entre
procesos de valoración que acontecen en modo Bottom-up o en modo top-down, con el
fin de dar cabida tanto a los procesos de valoración inmediatos y automáticos como a los
más controlados y reflexivos. También describe los trabajos de G.H. Bower sobre la
influencia del afecto sobre los procesos de memoria y de aprendizaje, y el modelo de
infusión del afecto de J.P. Forgas. En la última parte comenta las aportaciones de H.
Leventhal, J.D. Teasdale, M.K. Johnson, M.J. Power y T. Dalgleish, y G.A. Bonnano que
sugieren modelos teóricos multinivel para abordar de modo más flexible el
procesamiento afectivo.
El profesor Vicente M. Simón reflexiona de manera muy creativa sobre la
importancia de la dimensión temporal en las construcciones emocionales y sitúa sus
pensamientos en el marco de la evolución de la especie humana y de la neurociencia.
Afirma que el hombre primitivo probablemente sólo utilizaba una ventana muy
restringida, que se situaba entre el amanecer y la caída de la noche, para organizar sus
motivos, deseos y anhelos, mientras que el hombre actual mantiene vigente una agenda
muy amplia en la que, por ejemplo, ya en la niñez se anticipa la profesión que vamos a
desempeñar en la etapa adulta o, incluso, se avanzan los proyectos sociales más allá de
lo que es el ciclo de vida de un individuo. Para él, esta capacidad de extenderse en el
tiempo es más tardía que los mecanismos emocionales y ambos recursos requieren un
buen acoplamiento. Postula que la dimensión temporal modula la intensidad emocional
priorizando y maximizando la respuesta ante los estímulos del momento, pero que el
objetivo del ego de mantenerse y proyectarse en el futuro rompe ese principio emocional
de vincularse al presente, lo cual en numerosos casos puede llevar a que se produzcan
disfunciones.
El profesor Jaime Vila y la profesora María del Carmen Fernández-Santaella
comienzan su trabajo describiendo las raíces históricas de tres debates importantes en
Psicología de la Emoción: periferalismo vs. centralismo; especificidad vs.
dimensionalidad; y fisiología vs. cognición. Tras ello, proponen que la nueva
psicofisiología, especialmente con las técnicas de neuroimagen, va a ser capaz de
superar esas visiones restringidas del fenómeno emocional. Teniendo como marco de
referencia el planteamiento integrador de Peter J. Lang y las investigaciones realizadas,
tanto en U.S.A como en España sobre el Internacional Affective Picture System y sobre
el reflejo de sobresalto, describen algunas de las continuas investigaciones que vienen
realizando sobre los reflejos de sobresalto y de defensa, en condiciones de exposición
conscientes y de no consciencia. Finalizan proponiendo que estos trabajos ponen de
manifiesto que las reacciones de defensa incorporan de modo dinámico componentes
atencionales y emocionales, y que es esa continuidad lo que les garantiza su valor
adaptativo. Entienden que sus datos deben forzarnos a la superación de la dicotomía
cognición-emoción.
El profesor José Antonio Ruiz Caballero, tras situar históricamente el interés por
el estudio de la memoria implícita en el ámbito de los estudios sobre congruencia
emocional, y hacerse eco de la diferenciación entre procesos perceptivos y procesos
conceptuales, así como de la suposición de que la memoria implícita tiene una naturaleza
automática, hace una revisión muy analítica de la literatura reciente sobre este efecto.
Concluye afirmando que, como cabría anticipar, los trabajos sugieren que es más
probable encontrar el efecto de congruencia en tareas de memoria implícita guiadas
conceptualmente y que, efectivamente, el sesgo implicado en la congruencia puede
actuar en un nivel automático.
Las profesoras María L. Alonso-Quecuty y Laura Campos se ocupan de manera
muy didáctica e inquisitiva de las variables que modulan la exactitud de la memoria de
conversaciones, en situaciones delictivas, de testigos y víctimas. Enfatizan la relevancia
de estos aspectos en situaciones de acoso laboral (mobbing), pues el testimonio de las
víctimas, agresores, y testigos ingenuos o colaboradores podría analizarse desde esta
perspectiva. Entre los factores que favorecen el reconocimiento de de las frases emitidas
en situaciones de acoso, por ejemplo, se encontrarían la intencionalidad asumida de lo
que se dice, el conocimiento del contexto en que se produce la conversación y la
inclusión de información respecto al receptor del mensaje. Teniendo en cuenta estas
variables se postulan unos perfiles de memoria de frases específico para las víctimas, los
agresores, los colaboradores con el maltratador y para los testigos ingenuos.
Los profesores Alberto Acosta y Juan Lupiáñez describen tres series
experimentales en que intentaron delimitar lo que ellos consideran un efecto de priming
emocional. En la primera pretendían comprobar la existencia de priming emocional en
participantes con elevada ansiedad-rasgo e ira-rasgo que realizan una tarea stroop de
nombrar color, con presentación aleatoria. Se observa que las diferencias en el tiempo de
nombrar color entre palabras neutras y negativas se incrementan cuando se repite la
valencia en dos ensayos consecutivos. En las dos siguientes procuraron maximizar el
efecto de modulación del priming sobre la interferencia Stroop incrementando el número
de veces que se repite la misma valencia (hasta tres) y aumentando la proporción de
repetición de ensayos desde el 25 % hasta el 50 %. Ninguna de estas manipulaciones
resulta efectiva. El efecto de priming se observa en condiciones de una sola repetición y
cuando la proporción de ensayos en que se produce la repetición es del 25 %. Todo esto
sugiere a los autores que la modulación que ejerce el priming puede ser controlada de
modo estratégico cuando las condiciones de repetición se hacen más patentes.
El profesor Manuel Gutiérrez Calvo, la profesora Aida Gutiérrez García y el
profesor Pedro Avero Delgado describen una investigación en la que querían obtener
información sobre los procesos de atención selectiva y de focalización atencional ante
fotografías emocionales utilizando medidas poco habituales en esta literatura como son
la dirección y duración de la mirada. Adicionalmente, intentaron comprobar si es el
contenido emocional de los estímulos pictóricos como tal o su valencia negativa lo que
determina la orientación automática de la atención y/o su enganche. Por último,
verificaron si estos efectos están modulados por la riqueza perceptiva del material, el
cual se había presentado en color o en blanco y negro. Los resultados confirmaron que
las fotografías emocionales con color (fuesen agradables o desagradables), cuando se
presentaban simultáneamente con otras neutras, generaron una preferencia atencional
durante los 500 ms de exposición inicial que no se mantiene durante los 2.5 segundos
siguientes. En las fotografías sin color se observó el mismo patrón, pero la preferencia
temprana se mantuvo más tiempo, hasta un segundo después de la aparición de la
información pictórica.
Finalmente, los profesores Francisco Martínez Sánchez y Guillermo Campoy
Menéndez describen una investigación en que han recreado el efecto de mera exposición
con pseudopalabras, bajo condiciones de exposición que garantizan su presentación por
debajo del umbral objetivo. Se hace un análisis detenido sobre las manipulaciones que
garantizan la exposición no consciente y sobre las posibilidades de explicación del
efecto. Este trabajo se inserta dentro una línea, ya clásica de investigación, iniciada por
Robert Zajonc, en torno a la posibilidad de inducir respuestas afectivas por debajo del
umbral de conciencia; abordando el paradigma experimental del efecto de la mera
exposición con el que Zajonc demostró la primacía del afecto sobre el pensamiento o
valoración consciente.
Podrá apreciar el lector que en todos estos trabajos el conocimiento de las
relaciones entre condición y emoción, tanto desde una perspectiva teórica como de
investigación básica, se apoya en las distinciones entre procesos automáticos vs.
controlados, no conscientes vs. conscientes, no corticales vs. corticales, etc.
Posiblemente se trate de nuevas dimensiones que reordenarán los conocimientos que
antes estaban articulados en torno a las categorías de cognición vs. afecto. Cuando se
utilizan estas nuevas dimensiones los límites entre estos dos últimos términos son cada
vez son más difusos, por lo que se hace preciso explicar el comportamiento desde
nuevos esquemas teóricos.
Finalmente, nuestro agradecimiento a los autores que, tan amable y
pacientemente, han participado en este número monográfico de la Revista Española de
Motivación y Emoción.

Francisco Martínez Sánchez, Universidad de Murcia

Alberto Acosta, Universidad de Granada

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