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Universidad Autónoma De Coahuila

Escuela De Artes Plásticas Profesor Rubén Herrera

Licenciatura En Artes Graficas

Materia: Filosofía Del Arte

Grado: Cuarto Semestre

Maestro: Francisco Javier Sánchez Moreno

Alumno Alejandro De Jesús Tovíaz López

Saltillo, Coahuila marzo del 2023


los bestiarios entre la Edad Media y la Modernidad
Bestiarios medievales y otros dispositivos moralizantes

Resumen

En la literatura medieval se denomina “bestiario” a la colección de relatos,


descripciones e imágenes de animales reales o fantástico; en tanto que, en el
circo romano, al hombre que luchaba con las fieras. Con estas dos someras
definiciones, el diccionario de la Real Academia Española ofrece una
aproximación a estos fabulosos estudios moralizantes, propios de una etapa
fundacional donde pensamiento, magia, política y religión no distinguían fronteras
claras o, al menos, no en relación con la razón instrumental. Allí, nombrar es
clasificar, legislar, someter, matar.

El presente artículo busca introducir una línea de continuidad entre el Adán bíblico,
la función catequística de los bestiarios y el dispositivo inquisidor como aparato de
represión a las mujeres del medioevo, una línea cronológico-simbólica rastreable
hasta nuestros días.

Palabras clave: bestiarios, inquisición, caza de brujas, patriarcado, Edad Media,


moral.

Los bestiarios medievales son producciones asombrosas por su contenido y su


finalidad, son obras pseudocientíficas (si se nos permite la utilización forzada del
término), imprecisas y moralizantes sobre animales existentes y fabulosos
(ocasionalmente piedras minerales y plantas). Desde el prisma occidental
moderno, el bestiario, escrito medieval, es una alegorización doctrinal y
moralizante místico-cristiana de una serie de narraciones y descripciones, en
especial referidas a contenidos de carácter zoológico, procedentes de la
Antigüedad grecolatina. Las características, más o menos fabulosas de las
diversas descripciones recogidas por los naturalistas, historiadores, viajeros y
copistas de la Antigüedad, aparecen reflejadas entre sus páginas, revestidas con
un ropaje alegórico con evidentes fines didácticos-morales o catequísticos.
El bestiario es un sistema de ideas que permite crear y conocer un mundo; un
catálogo de seres riesgosamente similares al hombre que, al clasificarlos, eligen
su propio lugar. Adán, primer nominador, es el “señor de las bestias” y compone
una mitología de lo animado. El varón no sólo confiere nombre a los animales y a
las cosas, sino que habla a través de ellos. Temores primitivos y desavenencias
con la hembra participan en la fábula animal. La caída de Adán en el relato bíblico
cinceló la cultura occidental, precipitó también a los brutos que como un pueblo
maldito siguieran al amo; si en la primera institución de los seres, el principio
activo fue el verbo de dios, en la segunda, y definitiva, actúa la palabra humana.
Como toda construcción mítica, el bestiario implica una apropiación del mundo con
fines pedagógicos, poniendo al servicio de un dios celoso, la más rica y aterradora
zoología: leones y murciélagos; reptiles y moscas; hienas, leucrotas, hidras y
cíclopes; cigüeñas, cerdos y pelícanos; dragones y esfinges; minotauros, gárgolas
y leviatanes.
Orígenes y evolución

El Physiologus es un breve tratado que alude tanto a la obra como a su autor.


Expone, tras una cita bíblica introductoria, una serie de caracterizaciones de
animales, plantas y minerales (reales y/o fantásticos) con analogías respecto a la
conducta humana. Se considera como el primer tratado en su género y fue escrito
entre los siglos II y III de nuestra era, en Siria o Alejandría. Para algunos
investigadores, la obra inicial constituyó un compendio zoológico realizado por un
escritor pagano desconocido, al que se denominó fisiólogo (naturalista) y que
carecía de valoraciones morales que fueron adicionadas de manera más o menos
torpe por los padres de la iglesia y la escolástica temprana.

En su planteamiento inicial, el naturalista abrevó de las más diversas fabulas y


crónicas que confluyeron en el ecosistema cultural alejandrino: corrientes griegas,
egipcias, hebreas e hindúes que ingresaron a partir de la campaña de Alejandro
Magno en la India. La literatura que se produjo a partir de allí se conoció como
“maravillas zoológicas” hacia el 200 a.C. Este tipo de pseudociencia fantástica fue
ensamblada a la interpretación mística de la naturaleza, que con fines
catequísticos que los primeros cristianos utilizaron para dotar de andamiaje
teórico, formó una religión del desierto, es decir, rudimentaria.
Este largo proceso de manipulación doctrinal, del fisiólogo y posteriormente de los
bestiarios, dio lugar a otros procesos semióticos tales como las ilustraciones y
grabados que sirvieron como soportes de la palabra escrita, que no circulaba
libremente.

No fue necesario que la gente leyera un bestiario para conocer su contenido,


existía una iconografía sumamente familiar que era transmitida gracias a las
catedrales (entre otros monumentos), que conformaron una especie de escaparate
de la cultura. En particular, los portales y tímpanos de éstas sirvieron para explicar
a los creyentes las ideas teológicas; análogamente, los Estados modernos
utilizaron un dispositivo similar para vulgarizar las ideas y tradiciones de sus
gestas independentistas, por ejemplo, la disposición de plazas, calles y edificios
públicos a lo largo y a lo ancho de nuestro país y del continente.

Los animales de los bestiarios fueron clasificados en telúricos, acuáticos, aéreos,


ígneos y monstruos e híbridos. Cada uno de estos grupos posee características y
significados propios. Sin embargo, es muy difícil que un animal represente un tipo
simbólico puro; en ningún caso es posible comprobar la adecuación unívoca de
una bestia a un arquetipo: las fronteras entre uno y otro reino son fluctuantes y eso
es normal en el campo de lo simbólico.
Entre los animales más comunes en la iconografía medieval encontramos al gato,
aunque con significados muy diversos según los contextos y épocas.
Originalmente tuvo una valoración positiva, pero, desde la plena Edad Media,
creció sobre él una consideración negativa, especialmente sobre los de pelaje
negro, que culminó a finales de la baja Edad Media en su identificación con la
brujería y el satanismo. Tal es así, que el Papa Inocencio VIII[1] ordenó mediante
una bula, la quema de brujas junto a sus gatos. De aquella época data la siguiente
descripción de los felinos domésticos:
“Es una bestia lasciva en su juventud, rápida, ágil y alegre, y salta en todo lo que
está ante él; le distrae una paja, y con ella juega; pero con la edad se hace gordo y
dormilón, y espera furtivamente a los ratones, a los que descubre más por el olfato
que por la vista, y los caza y lleva a lugares recónditos, y cuando atrapa a un
ratón, juega con él y lo come después de jugar. En época de amoríos, lucha para
conseguir compañera, y uno araña y magulla al otro mordiendo y arañando. Hace
un ruido espantoso cuando se pelea con otro; y no se hace daño cuando se le tira
de lugares elevados. Y cuando es de pelaje claro, parece enorgullecerse de ello, y
cuando se le quema el pelo, en casa se queda; y a menudo se le lleva a matar y a
despellejar.”
Una línea simbólica y material, como si se tratara de un pasaje de El nombre de la
rosa de Umberto Eco, evidencia una sólida relación entre los naturalistas, ciertos
animales (reales o fantásticos) y el desprecio por la mujer a esas alturas.
El Evangelio de las ruecas (1480), es una colección de cuentos medievales
escritos, en el que se describen a las brujas como “sabias doctoras e innovadoras”
que se reúnen durante la noche y hablan de enfermedades y remedios, recetas,
ciclos celestes y cosechas. La contracara de la sabiduría popular que detentaron
las mujeres campesinas del medioevo en las villas y poblados fue la misoginia que
despertó en el universo masculino aristócrata, militar y clerical que legisló el
entramado social y que sirvió de base para la modernidad temprana y para
nuestros tiempos. La caza de brujas es, posiblemente, el dispositivo moralizante
más extremo y a la vez olvidado por la historiografía dominante, pergeñado por la
alianza que aun pervive entre patriarcado, iglesia y capitalismo:
“Las dimensiones de la masacre deberían, no obstante, haber levantado algunas
sospechas: en menos de dos siglos cientos de miles de mujeres fueron
quemadas, colgadas y torturadas. Debería haberse considerado significativo que
la caza de brujas fuera contemporánea a la colonización y al exterminio de las
poblaciones del Nuevo Mundo, los cercamientos ingleses, el comienzo de la trata
de esclavos, la promulgación de «leyes sangrientas» contra los vagabundos y
mendigos, y que alcanzara su punto culminante en el interregno entre el fin del
feudalismo y el «despegue» capitalista”.
“El hecho de que las víctimas, en Europa, hayan sido fundamentalmente mujeres
campesinas da cuenta, tal vez, de la trasnochada indiferencia de los historiadores
hacia este genocidio; una indiferencia que ronda la complicidad, ya que la
eliminación de las brujas de las páginas de la historia ha contribuido a trivializar su
eliminación física en la hoguera, sugiriendo que fue un fenómeno de significado
menor, cuando no una cuestión de folclore […] al tiempo que deploraban el
exterminio de las brujas, muchos han insistido en retratarlas como necias
despreciables, que padecían alucinaciones. De esta manera su persecución
podría explicarse como un proceso de terapia social”.
A modo de conclusión, podemos sospechar con sólidos elementos que la caza de
brujas profundizó las divisiones entre mujeres y hombres, instaló el miedo al poder
de las mujeres y destruyó un universo de prácticas, creencias y sujetos sociales
cuya existencia se supone incompatible con la disciplina del trabajo capitalista,
redefiniendo así, los principales elementos de la reproducción social.
“La bruja ya no está […] pero sus miedos y las fuerzas contra las que luchó
durante su vida siguen en pie. Podemos abrir nuestros diarios y leer las mismas
acusaciones contra el ocio de los pobres […] Los expropiadores van al Tercer
Mundo, destruyendo culturas […] saqueando los recursos de la tierra y la gente
[…] Si encendemos la radio, podemos escuchar el crujir de las llamas […] Pero la
lucha continúa”.
Bibliografía
1. Federicci, Silvia, Calibán y la bruja, España, Traficante de sueños ediciones, 2010.
2. García Arranz, “Texto clásico e imagen medieval. Una aproximación de la
incidencia de la literatura antigua en el bestiario ilustrado” en Revista de Arte, No.
17, 1997, pp. 27-40.
3. Guglielmi, Nilda, “La ciudad medieval” en Revista electrónica de fuentes y
archivos. Centro de Estudios históricos, Año 2, No. 2, 2011, pp. 18-54.
4. Muller, Anabella, “Los relatos de los viajes medievales: una apertura a los
sentidos” en Lecturas contemporáneas de fuentes medievales, Centro de Estudios
Históricos, Universidad Nacional de Mar de Plata, 2014.
5. Notas
6. [1] Inocencio VIII (1432-1492), nacido como Givanni Battista Cybo quien asumiera
el papado de la iglesia católica en 1484. “Preocupado” por combatir a los infieles,
organizó una nueva embestida de Cruzadas contra los turcos y promulgó una bula
contra la brujería y organizó tribunales inquisidores con el cometido de erradicar a
quienes la practicaran.
[2] Federicci, Calibán y la bruja, ed. cit., p. 222.
[3] Dice la autora que: “[…]sólo el movimiento feminista ha logrado que la caza de
brujas emergiese de la clandestinidad a la que se la había confinado, gracias a la
identificación de las feministas con las brujas, adoptadas pronto como símbolo de
la revuelta femenina. Las feministas reconocieron rápidamente que cientos de
miles de mujeres no podrían haber sido masacradas y sometidas a las torturas
más crueles de no haber sido porque planteaban un desafío a la estructura de
poder. También se dieron cuenta de que tal guerra contra las mujeres, que se
sostuvo durante un periodo de al menos dos siglos, constituyó un punto decisivo
en la historia de las mujeres en Europa. El «pecado original» fue el proceso de
degradación social que sufrieron las mujeres con la llegada del capitalismo. Lo que
la conforma, por lo tanto, como un fenómeno al que debemos regresar de forma
reiterada si queremos comprender la misoginia que todavía caracteriza la práctica
institucional y las relaciones entre hombres y mujeres”. Federicci, op. cit., p. 221.
[4] Ibídem, p. 219.
[5] ibid., p. 223.
7. Valentín Eduardo Ibarra
8. Estudiante del último año de la Licenciatura en Filosofía por la Universidad
Autónoma de Entre Ríos (UADER), Argentina. Actualmente está preparando su
trabajo de tesina de grado titulado “Génesis y estructura de la riqueza de las
naciones de Adam Smith”, participó como miembro en un Proyecto de
Investigación y Desarrollo por la misma Universidad. Se ha desempeñado como
Auxiliar Docente Alumno en la cátedra de Metodología de la Investigación y ha
sido Jurado en Concursos. Ha presentado una decena de ponencias en Jornadas
de filosofía (nacionales y regionales) y colabora como articulista semanalmente en
medios de comunicación, entre otras actividades académicas y laborales.

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