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Colección

HISTORIAS NO CONTADAS
E JECUTIVO PERDIDO EN A USTRALIA
10 días sin agua ni comida
Juegos mentales para sobrevivir
E JECUTIVO PERDIDO EN A USTRALIA
10 días sin agua ni comida
Juegos mentales para sobrevivir

Ricardo Sirutis

Con la colaboración de
Cecilia Marks
Mirella Domenich

Grupo Editorial Norma


www.librerianorma.com
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Sirutis, Ricardo
Ejecutivo perdido en Australia 10 días sin agua ni comida: juegos mentales para
sobrevivir / Ricardo Sirutis ; traducción
Germán Páez. -- Bogotá : Grupo Editorial Norma, 2007.
220 p. : il. ; 23 cm.
Título original : Shadow and Light in Moreton.
ISBN 978-958-45-0595-8
1. Sirutis, Ricardo - Relatos personales 2. Sirutis, Ricardo -
Viajes 3. Aventuras - Relatos personales 4. Viajeros - Relatos
personales 5. Australia - Descripciones y viajes I. Páez, Germán,
1942- , tr. II. Tít.
910.4 cd 21 ed.
A1142230

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

© Ricardo Sirutis
© Editorial Norma S.A., 2007
Apartado Aéreo 53550, Bogotá
Primera edición: noviembre de 2007

Derechos reservados para todo el mundo de habla hispana


Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra
sin permiso escrito de Editorial Norma S.A.

Diseño de cubierta: Paula Gutiérrez


Fotografía de cubierta: Archivo personal
Armada: Blanca Villalba Palacios

CC 26072172
ISBN 978-958-45-0595-8

Impreso por
Impreso en Colombia – Printed in Colombia

Este libro se compuso en caracteres Adobe ITC Usherwood


Contenido

Prefacio.............................................................................. 11

CAPÍTULO I
Día 1 Una reunión interminable ................................... 19
Esperanzas de encontrar a Ricardo..................... 29

CAPÍTULO II
Día 2 Tangalooma, la contraseña .................................. 35
Intento de escape.................................................. 47

CAPÍTULO III
Día 3 En el Cielo como en la Tierra .............................. 59
Bajo la influencia de la ira.................................... 67

CAPÍTULO IV
Día 4 Un padre que cuenta historias............................. 77
Crimen y castigo ................................................... 87

CAPÍTULO V
Día 5 Una nueva estrategia, una nueva esperanza....... 95
Otra prueba ......................................................... 103

CAPÍTULO VI
Día 6 En busca del hermano ........................................111
El Fin.................................................................... 117
CAPÍTULO VII
Día 7 Sin señales...........................................................123
Siguiendo al sol...................................................127

CAPÍTULO VIII
Día 8 La vida al límite................................................... 131
Más allá de la imaginación.................................135

CAPÍTULO IX
Día 9 Hacia el sol naciente...........................................139

CAPÍTULO X
Día 10 “No nos daremos por vencidos”........................145

CAPÍTULO XI
Día 11 El día del renacimiento ...................................... 151
El gran momento ................................................ 161

CAPÍTULO XII
De vuelta a la vida...........................................................165

CAPÍTULO XIII
En el nombre del Padre ......................................179
Directorio de agencias de rescate
de la isla de Moreton ..........................................185
P REFACIO
E sta es una historia de vida con un final feliz. Sin em-
bargo, ha podido ser algo muy distinto y quizás yo no
estaría aquí para contar todo lo que vi durante los diez días
que estuve perdido en la isla de Moreton, en Australia.
El desenlace afortunado, a mi modo de ver, se debió a
mi deseo de vivir, a mi determinación de nunca rendirme,
y más que todo, al compromiso de los equipos de rescate
de ese país. Por un lado, estaba yo, un extraño descono-
cido y por el otro, la fuerza de policía y los voluntarios
del Servicio Estatal de Emergencias de Australia (SEE),
quienes nunca vacilaron en emplear todos sus esfuerzos
de búsqueda. En la retaguardia, los empleados del Tanga-
looma Resort quienes apoyaron con la infraestructura y
su conocimiento de la región.
Estoy eternamente agradecido con todos aquellos
involucrados en mi rescate y hago extensivo mi más
profundo agradecimiento a la gente de Australia. La soli-
daridad, afecto y los cuidados que recibí dan testimonio
de la importancia que tiene la vida en ese país.

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RICARDO SIRUTIS

También extiendo mi calurosa gratitud a los profesio-


nales del Royal Brisbane and Women’s Hospital, tanto por
su competencia como por su sentido de humanidad. Estoy,
igualmente, en deuda con mis hermanos y familiares por
su apoyo, dedicación y altruismo. Fue un momento difícil
para todos nosotros, pero fortaleció nuestros vínculos y
sentimientos mutuos. Tengo la seguridad que la fuerza
interior de los Sirutis, nuestra familia, alcanzó esta vez,
otra victoria.
Hemos aprendido una lección de este episodio: el
descuido propiciado por el espíritu de aventura genera
riesgos que van más allá de la esfera de lo personal. Las
consecuencias pueden ser desastrosas y afectar a un gran
número de personas, tanto cercanas como lejanas.
Quisiera reconocer también el apoyo de la empresa
para la que trabajaba en ese momento, la multinacional
Pfizer, así como el agradecimiento a mis colegas y a la
compañía que tuvo la generosa iniciativa de reconocer
con una donación el gran trabajo realizado por el Servicio
de emergencias de Australia. En cuanto a mí, regresé a
trabajar tres semanas después del rescate con renovada
fuerza y pasión. Afortunadamente los resultados anuales
reflejaron el cuidado y la atención con que fui tratado
durante todo este tiempo.
Ahora, puedo celebrar mi cumpleaños dos veces al
año: el día de mi nacimiento y el 18 de mayo de 2005,

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cuando volví a nacer. Por esto, porque soy un hombre nue-


vo, acepté el reto de publicar este libro. Sé que la ciencia
y la medicina pueden llegar a explicar lo que le ocurre a
una persona sometida a condiciones extremas. Pero sólo
sé que los límites inesperados del cuerpo y las fronteras
y los alcances de la mente pueden jugar un papel funda-
mental en la percepción que se tiene de la realidad, no
siempre exacta y precisa. Al punto que finalmente todo
resulta relativo.
Creo que la estructura que tiene este libro así como
el proceso que condujo a su escritura, merecen una
explicación. La decisión de relatar mi historia siempre
estuvo acompañada de la convicción de no dejar por
fuera ningún detalle ni ninguna reflexión alrededor de
los hechos que sucedieron. Para que la memoria no me
traicionara, las periodistas brasileñas Cecilia Marks y Mi-
rella Domenich me hicieron muchas horas de grabación
en las que no omitieron elemento alguno y entrevistaron,
para poder reconstruir con precisión los hechos, a mu-
chas otras personas como policías y socorristas austra-
lianos, voluntarios, familiares, amigos y compañeros de
trabajo. El material que recopilaron permitía construir
dos estructuras paralelas de narración: de un lado, el
testimonio personal de mi experiencia y del otro, los su-
cesos exteriores que ocurrieron alrededor mío contados
en la forma de reportaje. La primera, narrada en primera

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RICARDO SIRUTIS

persona, revela el impacto de las circunstancias adversas


–el medio hostil, la sed, el estrés– sobre mi mente y sobre
mí. La segunda, documenta los acontecimientos reales,
incluyendo los reportes de familiares, las comunicaciones
entre los colegas de la compañía en todo el mundo, las
decisiones de las entidades australianas, relatados en un
estilo periodístico. Fue muy importante para mí volver a
reconstruir estas memorias. Ha llegado el momento de
revelarlas al público.
Finalmente, agradezco a mis compañeras en este viaje,
Cecilia y Mirella, quienes hicieron que este libro fuera
una realidad.

R ICARDO S IRUTIS

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Capítulo I
DÍA 1
UNA REUNIÓN INTERMINABLE

E s lunes 9 de mayo de 2005. Son las nueve de la maña-


na. Un buen grupo de directivos de la multinacional
farmacéutica, Pfizer, está reunido en el hotel Gold Coast’s
Sheraton Mirage de Queensland, en el norte de Australia.
La sala de juntas tiene una enorme ventana con vista a un
jardín rodeado de árboles y un bello lago artificial, con lo
cual los negocios se tornan más agradables y se reducen
las presiones del tiempo. Ésta es la primera vez que el
equipo directivo se encuentra en Australia para una reu-
nión anual de trabajo. Han pasado cuatro años desde que
precisamente a Ricardo Sirutis, director de operaciones de
Pfizer para América Latina, se le ocurrió la idea y aunque
la propuso entonces, se sabía que programarla no era un
asunto sencillo ni una decisión inmediata, por los altos
costos que significaba trasladarse hasta la lejana Australia.
Sin embargo, el excepcional desempeño financiero de la
región en el año anterior, llevaron al Vicepresidente de la

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RICARDO SIRUTIS

compañía, el danés Claus Egstrand, a aceptar la idea y au-


torizar la organización de la reunión del 2005 en la isla.
Como de costumbre, Ricardo, quien había nacido en
Colombia pero se desempeñaba como directivo en la su-
cursal de São Paulo en Brasil desde hacía un año, quería
visitar algunos sitios atractivos por su belleza, antes del
comienzo formal de la reunión en Queensland. No era
una decisión inusual. Ricardo había viajado por distintos
países, México, China, Sur África, Alaska, siempre movido
por una gran curiosidad e interés por descubrir lugares
nuevos, así que cada vez que se programaba una reunión
en el extranjero, trataba de tomarse algunos días para
recorrer los alrededores de la ciudad. Creía que ésta era
una efectiva y placentera manera de conocer la cultura
y la gente de diferentes lugares del mundo. Sin duda, un
ejecutivo con alma de aventurero.
Han pasado ya algunos minutos después de las nueve
de la mañana y Ricardo es el único directivo que aún no
se ha presentado. Aún siendo tan agradable el espacio,
su demora no tarda en despertar preocupación entre los
asistentes. Se trata de un directivo muy puntual que jamás
falta a un compromiso de trabajo. Claus decide iniciar la
reunión, aunque los asistentes se encuentran francamen-
te distraídos, sin que exista un ambiente adecuado para
hablar de negocios. El tiempo pasa y se empiezan a inter-
cambiar miradas de angustia en el salón. Nadie esconde

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su inquietud. ¿Qué le habrá ocurrido a Ricardo? Después


de dos horas, queda claro que no hay condiciones para
que la reunión siga su curso normal. Y así un encuentro
de directivos, programado para cinco días, llega a su fin
la misma mañana de su inicio, sin haber obtenido un
solo resultado práctico. El trabajo deja de ser el objetivo
principal y el plan ahora se centra en tratar de averiguar,
¿qué ha pasado con Ricardo?
Es difícil atravesar la arena y, a pesar de encontrarse
exhausto, Ricardo, sin darse por vencido, lucha por in-
tentar llegar a la reunión de sus colegas. Se ha perdido
en el bosque de la isla de Moreton, a cien kilómetros de
Queensland. Efectivamente, como en otras ocasiones, ha-
bía querido sacarle todo el provecho al domingo, esta vez
para visitar Fraser, la isla de arena más grande del mundo,
famosa por sus dunas y dingos, los perros salvajes austra-
lianos. Sin embargo, los cupos para la excursión a Fraser
se habían agotado, así que Ricardo le pidió a uno de los
empleados del hotel que le sugiriera otro destino. Escogió
entonces Moreton, otra isla de arena. Registró su salida del
hotel la noche del sábado, ya que el domingo madrugaría
a la excursión. Por coincidencia, la recepcionista que lo
atendió resultó ser brasileña, con quien conversó sobre
el Brasil y Australia.
La isla de Moreton se encuentra a 35 kilómetros de
Brisbane, o Brisby, como llaman los australianos a la ca-

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RICARDO SIRUTIS

pital de Queensland. Con 38 kilómetros de largo y siete


de ancho, es una reserva natural, cuya área total está
protegida en un 98%. Aún quedan en la isla elementos
de construcción y parafernalia militar de la Segunda Gue-
rra Mundial, pero la naturaleza es su principal atractivo
turístico. Las aguas que rodean Moreton, una de las más
grandes islas de arena del mundo, son un refugio para
ballenas y delfines. Se llega allí por ferry, un recorrido que
toma dos horas desde Brisbane, gracias a un servicio con
horarios precisos, que ofrece seis viajes diarios, el último
antes del anochecer.
Ricardo madruga el domingo 8 de mayo. El bus del
tour lo recoge a las 6:30 a. m., antes de haber alcanzado
a desayunar. Después de una hora llega a la estación de
Brisbane, donde toma el ferry hacia Moreton. Decide en-
tonces improvisar un desayuno a lo inglés, con pastel de
carne y té con una gota de leche. Quiere tomar el primer
ferry que salga. Su meta es poder pasar la mayor parte
del día en Moreton. Ha dejado su equipaje en el hotel
y sólo lleva una pequeña maleta con un par de zapatos
tenis, un sombrero, lentes oscuros, loción bronceadora y
dos pequeñas botellas de cerveza. Va vestido con shorts
rojos, una camiseta con la bandera brasileña y sandalias.
El invierno está cerca en Australia. Las temperaturas al-
canzan los 25ºC durante el día, pero en la noche caen

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hasta los 10ºC. Pero esto no preocupa a Ricardo puesto


que sus planes son regresar en el último ferry, antes del
anochecer.
El Tangalooma Resort, la construcción más grande de la
isla de Moreton, es famoso por su localización privilegiada
y por ser un sitio donde se agrupan los delfines durante el
período de crianza, dándole la posibilidad a los bañistas
de nadar entre ellos y alimentarlos. Sus aguas son ideales
para practicar snorkeling o buceo de superficie y las pla-
yas son populares para los surfistas. En otras palabras, el
programa para Ricardo era completo. Ha decidido tomar
una cuatrimoto para cruzar las dunas y luego ir a bucear
con snorkel. Pero para comenzar ha decidido realizar un
rápido tour por la región.
Baja del ferry, camina hacia el resort y alquila un locker
en el cual deja su maleta. Antes de partir se toma una
cerveza. Camina por la playa y sigue un sendero que lo
llevará un kilómetro y medio dentro del bosque. El camino
de arena apisonada está demarcado por troncos cortados
que guían a los visitantes hacia una región conocida como
“El desierto”, lugar donde se encuentra una gran duna
de arena. Una vista aérea del lugar deja ver un gran vacío
recubierto por un denso follaje.
Es mediodía del domingo 8 de mayo. A medida que
recorre el sendero a Ricardo lo invade una profunda sen-

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RICARDO SIRUTIS

sación de paz. Recorre con sus ojos la larga fila de arbustos


en busca de alguna señal de la enorme duna que lo espera.
La belleza del lugar lo sobrecoge.
Hace calor, pero la sombra del bosque lo protege de
los rayos del sol, que amenazan con disiparse detrás de las
nubes que se están formando. Ricardo camina durante 15
minutos hasta que una gran mancha blanca aparece ante
él. En su camino ha visto tan sólo una huella en la arena,
la cual ha resistido valientemente la fuerte brisa. Quizás
sea de alguien que acampa cerca de las arenas desérticas.
Una pareja y sus dos hijos adolescentes lo saludan con
la mano, y él camina hacia ellos. Pero en realidad no es
momento para conversar. Ricardo quiere sentir la libertad
del desierto.
Un rato después se encuentra en el centro de una duna
que se extiende por más de un kilómetro cuadrado. El sol
lo golpea. Pero ¿por qué habría de importarle? Ricardo
no siente hambre ni sed. Sólo desea vivir el momento: la
arena blanca, el sol quemante y la alegría de estar ahí.
Se siente impulsado a caminar hacia la cima de la
duna, lo cual requiere de un esfuerzo considerable. A
mucha gente le gusta deslizarse sobre tablas de madera
desde arriba. Desde este punto puede ver el bosque que
rodea el trecho de duna en la que se encuentra. Se detiene
y observa. Ve otra duna, más pequeña, atravesando un
estrecho con una densa vegetación.

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Ricardo mira hacia el cielo y calcula el tiempo que le


tomaría alcanzar la otra duna y regresar a tiempo para
tomar el ferry que sale antes del atardecer. La belleza del
lugar le hace olvidar algo que su padre le había enseñado
hace mucho tiempo: “Las probabilidades de perderse en
sólo cincuenta metros dentro de un bosque son muy altas,
así que no te arriesgues”.
El lugar es seductor y Ricardo se desliza en el bosque.
Ya no hay sendero, sino un bosque virgen, denso, marcado
por vestigios de fuegos naturales. Lo guían su instinto y la
certeza de que pronto encontrará la otra duna.
El suelo se alza y los suaves bancos de arena au-
mentan. El bosque se parece al recio mar, justo antes de
donde se rompen las olas. El terreno ondulante presenta
diferentes grados de dificultad. Ricardo se propone llegar
a los puntos más altos para mantener a la vista la duna
que quiere alcanzar.
No se rinde hasta que logra su objetivo. Con los bra-
zos abiertos, agarrándose de las ramas, se levanta por las
empinadas laderas y sigue caminando. Pasa por el lado
de árboles quemados y ve ramas rotas, troncos y hojas
secas en el suelo. Se reducen la dificultad del terreno y la
densidad de la vegetación; el nivel del suelo desciende y
Ricardo empieza a perder visibilidad.
El suelo parece deslizarse, como si la luna se hubiera
robado al sol. El bosque es tan denso que los rayos del sol

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RICARDO SIRUTIS

no logran atravesarlo más. Ricardo mira a su alrededor y


no puede ya reconocer los sutilmente diferentes tipos de
bosque, y no sabe qué camino lo llevó hasta donde está,
ni cómo llegar a la duna más pequeña.
Intenta varias veces –sin éxito–, alcanzar un terreno
más alto. Y luego cambia de parecer. Ya no desea llegar
a la segunda zona desértica. Sólo quiere encontrar el ca-
mino de regreso. Sabe que no puede faltar a la reunión
del lunes. Ya es domingo, y debe estar en el Tangalooma
Resort a las 4:30 p.m para alcanzar el ferry de vuelta a
tierra firme y llegar al hotel en la Costa Dorada, listo para
su reunión.
El sol se pone a las 17:30. El ferry parte sin Ricardo.
Cae la noche y hay esperanza. Ricardo piensa que si
ve las luces del resort quizás pueda encontrar un camino
de salida. Pero sólo hay oscuridad. Ni siquiera la luz de la
luna puede atravesar esa densa vegetación. En las áreas
más bajas, Ricardo ni siquiera puede ver el cielo. Todo en
lo que piensa es en salir de allí.
Ricardo toma una rama de un árbol para guiarse y
continúa. No puede ver absolutamente nada. Siente que
se levanta. Sus pies se hunden en la arena. Escala en la
oscuridad. Ve luces reflejándose en la distancia, parecen
luces de automóvil. Siente que podría salir. Camina más
y más rápido hacia las luces, en donde presume que en-
contrará un camino. Luego se da cuenta que las dunas lo

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están engañando. Y el automóvil parece estar mucho más


lejos de lo que se imaginaba.
La caminata no es fácil. Los árboles más altos tapan el
cielo, y los más pequeños bloquean su camino. El suelo
está cubierto con pequeñas ramas y residuos de árboles
quemados. La temperatura desciende hasta los 8ºC. La
adrenalina mantiene el frío y el cansancio bajo control.
Ricardo continúa caminando, siguiendo el terreno ondu-
lante a medida que se hunde o se levanta. Las luces que
le servían como puntos de referencia han desaparecido.
Se lanza hacia adelante, toma otra rama y continúa su
camino.
Sus sandalias parecen estar más cansadas que sus pro-
pios pies. Ricardo no se detiene, ha perdido toda noción
del tiempo. Sólo sabe que debe alcanzar el primer ferry de
la mañana y asegurarse de llegar a tiempo a la reunión.
El encuentro con sus colegas de trabajo le preocupa
más que los peligros que acechan en el bosque. La región
está habitada por serpientes venenosas, jabalíes salvajes y
murciélagos, entre otros. No hay agua en el bosque, pues
éste crece en terreno arenoso.
¡Y entonces, el suelo cede! Su cuerpo se hunde un me-
tro y medio dentro de lo que parece ser un hormiguero.
La madera devorada por los pequeños insectos lo cubre
hasta el cuello. Ricardo utiliza toda la fuerza de los brazos
y piernas de un hombre de 1.80 m de estatura para alzarse

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RICARDO SIRUTIS

sobre el piso firme. Sacude los brazos al frente, rompiendo


el quebradizo hábitat de las termitas y lanzándose hacia
adelante. Sus manos se alzan sobre su cabeza y se agarran
de los arbustos para evitar hundirse más. Al estirar sus
manos siente murciélagos y escucha otros animales que
viven en los árboles y que no puede identificar.
Ricardo da largos pasos para librarse de las termitas,
pero el área no es pequeña. Súbitamente, su sandalia
izquierda queda atrapada en una falla natural causada
por restos de madera sobre el suelo. Piensa en buscarla,
pero es imposible. No puede recuperar su sandalia, así
que decide que es mejor proteger la otra, por lo cual se la
quita y se aferra a ella. Con sus manos ocupadas, caminar
de noche se hace aún más difícil. Decide abandonar la
sandalia: ahora se encuentra descalzo.
Tras lo que parece ser una eternidad, aún caminando,
Ricardo llega a suelo firme. Ya se ha librado de las termitas
y ahora pisa un terreno más sólido. Se calma, y luego se
detiene a orinar.
Clama sin cesar pidiendo ayuda. Espera que alguien
lo esté buscando, o que quizás encontrará la supuesta
carretera en donde veía reflejada la luz.
Ricardo empieza a notar que hay cambios en el bos-
que: amanece.
La reunión forma ya parte del pasado.

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