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Cruzadas menores 6º, 7º, 8º y


Sexta Cruzada

Encuentro entre al-Kamil y Federico II

La Sexta Cruzada comenzó en 1228, tan sólo siete años


después del fracaso de la Quinta Cruzada, y fue un nuevo
intento de recuperar Jerusalén.

El emperador Federico II había intervenido en la Quinta


Cruzada (una vez muerto su gran enemigo el Papa Inocencio
III), enviando tropas alemanas, pero sin llegar a liderarlas
personalmente, pues necesitaba consolidar su posición en
Alemania e Italia antes de embarcarse en una aventura como
la Cruzada. No obstante, prometió tomar la cruz después de su
coronación como emperador en 1212 por el Papa Honorio III.

En 1225 Federico se casó con Yolanda de Jerusalén (también


llamada Isabela), hija de Juan de Brienne (regidor nominal del
Reino de Jerusalén) y Maria de Montferrat, por lo tanto
Federico tenía aspiraciones al trono de dicho reino, o lo que es
lo mismo, tenía una razón poderosa para intentar recuperar
Jerusalén. En 1227, siendo ya Papa Gregorio IX, Federico y su
ejército partieron de Brindisi hacia Siria, pero una epidemia
les obligó a volver a Italia. Esto le dio a Gregorio la excusa
para excomulgar, por romper sus votos de cruzado, a
Federico, que llevaba años luchando por consolidar el poder
imperial en Italia a expensas del Papado. Tras varios intentos
de negociación con el Papa, Federico decidió embarcarse
nuevamente hacia Siria en 1228 a pesar de la excomunión,
llegando a Acre en septiembre. Una vez allí pronto se vio
atrapado por la complicada política del Oriente Próximo. Por
un lado entre los propios cristianos muchos veían en esta
nueva Cruzada un intento de extender el poder imperial. Se
produjo por tanto en Tierra Santa una continuación de la lucha
mantenida en Europa entre los defensores del Papado
(güelfos), y los del Imperio (gibelinos). Del otro lado, los
musulmanes tenían sus propias luchas intestinas, por lo que el
Sultán al-Kamil firmó un tratado con Federico para unirse
contra su enemigo al-Naser. A cambio, el emperador podría
obtener varios territorios, entre ellos Jerusalén exceptuando
la Cúpula de la Roca, sagrada para el Islam, y una tregua de
10 años. A pesar de la oposición papal a este acuerdo,
Federico se coronó Rey de Jerusalén, si bien legalmente
actuaba como regente de su hijo Conrado IV de Alemania,
nieto de Juan de Brienne.

La partida de Jerusalén de Federico, acosado por graves


problemas en Europa y la espiración de la tregua en 1239
supondría el final de la breve recuperación de Jerusalén por
parte de los cruzados. La Ciudad Santa, reconquistada por los
musulmanes en 1244 no volvería a estar en manos de
cristianos. No obstante, Federico había sentado un
precedente: la Cruzada podía tener éxito aun sin apoyo papal.
A partir de ese momento los reyes europeos podían, por
iniciativa propia, tomar la Cruz, como hicieron Luis IX de
Francia (Séptima y Octava Cruzadas) y Eduardo I de
Inglaterra (Novena Cruzada).

Séptima Cruzada
Luis IX atacando Damietta

La Séptima Cruzada fue liderada por Luis IX de Francia entre


1248 y 1254.

En 1244 los musulmanes retomaron Jerusalén tras la tregua


de diez años que siguió a la Sexta Cruzada. Este hecho no
supuso el gran impacto que en ocasiones anteriores, debido a
que Occidente ya había visto como Jerusalén cambiaba de
manos en diversas ocasiones. La llamada a la cruzada, por
tanto, no fue inmediata ni generalizada. Los monarcas
europeos estaban ocupados en sus asuntos internos, y sólo el
rey de Francia, Luis IX, declaró su intención de tomar la cruz
en 1245.

En aquella época, Francia era posiblemente el estado más


fuerte de Europa, y tras tres años recolectando fondos, un
poderoso ejército, estimado en unos veinte mil hombres
fuertemente armados, partió de los puertos de Marsella y
Aigues-Mortes en 1248.

Fueron en primer lugar a Chipre, donde pasaron el invierno


negociando con las distintas potencias locales. Finalmente,
decidieron que su objetivo sería Egipto por considerar que
sería una buena base desde la que atacar Jerusalén y
aseguraría el suministro de grano para alimentar a los
cruzados. Al igual que en la Quinta Cruzada, el ataque se
centraría en primer lugar en la ciudad de Damietta, que
ofreció poca resistencia a los europeos. No obstante, las
inundaciones del Nilo volvieron a intervenir en contra de los
occidentales, obligándoles a permanecer en la ciudad durante
unos seis meses.

En noviembre, Luis marchó hacia El Cairo. En ésta época murió


el sultán de Egipto, as-Salih Ayyub. Una fuerza liderada por
Roberto I de Artois y los caballeros templarios atacaron el
campamento egipcio, pero fueron derrotados y Roberto murió.
Al mismo tiempo, la fuerza principal liderada por Luis era
atacada, y también derrotada, por el general mameluco
Baibars.
Tras un nuevo fracaso en el asedio de al-Mansourah, Luis
decidió regresar a Damietta, pero fue tomado prisionero en el
camino, y por si fuera poco, cayó enfermo de disentería. En
mayo, tras el pago del rescate, fue liberado, e inmediatamente
abandonó Egipto, dirigiéndose a Acre, capital del Reino de
Jerusalén (o lo que quedaba de él). Mientras estaba allí, una
revuelta en Egipto puso en el poder a una distanía mameluca,
iniciada en la persona de Turanshah.

En Acre, Luis se dedicó reconstruir las ciudades cruzadas y a


pactar con los mamelucos e intentar hacerlo con los mongoles
la nueva fuerza que había irrumpido con tremenda fuerza en
el Oriente Medio.

En 1254 se agotaron los recursos económicos de Luis; además


se requería su presencia en Francia, pues su madre y regente
Blanca de Castilla había muerto recientemente. Con el retorno
del rey a sus tierras, la cruzada concluyó en un fracaso para
los europeos, sin embargo el prestigió de Luis aumentó. Más
tarde protagonizaría un nuevo intento de retomar Tierra Santa
(la Octava Cruzada) que acabaría también en fracaso.

Octava Cruzada
Entre los años 1265 y 1268, los egipcios mamelucos
conquistaron una serie de territorios cristianos en el litoral de
Palestina y del Líbano, como Haifa o Antioquia, además de
Galilea y de Armenia. El Oriente Medio vivía una época de
anarquía entre las ordenes religiosas que deberían defenderlo,
así como entre comerciantes genoveses y venecianos. El rey
de Francia Luis IX (San Luis), retomó entonces el espíritu de
las cruzadas y lanzó una nueva iniciativa armada, la Octava
Cruzada, en 1270, aunque sin gran repercusión en Europa. Los
objetivos eran ahora diferentes de los proyectos anteriores:
geográficamente, el teatro de operaciones no era el Levante si
no Túnez, y el propósito más que militar, era la conversión del
emir de la misma ciudad norte-africana.

Luis IX partió inicialmente para Egipto, que estaba siendo


devastado por el sultán Baybars. Se dirigió después para
Túnez, con la esperanza de convertir al emir de la ciudad y al
sultán al Cristianismo. El sultán Maomé lo recibió con las
armas. La expedición de San Luis terminó como casi todas las
otras expediciones, en una tragedia. No llegaron siquiera a
tener oportunidad de combatir, apenas desembarcaron las
fuerzas francesas en Túnez, fueron acometidas por una peste
que asolaba la región, segando incontables vidas entre los
cristianos, entre ellos San Luis y uno de sus hijos. El hijo del
rey, Felipe, el Audaz, firmó un tratado de paz con el sultán y
volvió a Europa.

Novena Cruzada
La Novena Cruzada es muchas veces considerada como parte
de la Octava Cruzada. Algunos meses después de la Octava
Cruzada, el príncipe Eduardo de Inglaterra, después Eduardo
I, comandó sus seguidores hasta Acre aunque sin resultados.

En 1268 Baybars, un sultán mameluco de Egipto, redujo el


Reino de Jerusalén, el más importante Estado cristiano
establecido por los cruzados, a una pequeña franja de tierra
entre Sidón y Acre. La paz era mantenida por los esfuerzos del
rey Eduardo I, apoyado por el Papa Nicolás IV.

El equilibrio que mantenía la región bajo control era frágil. Ese


equilibrio se demoronó cuando un grupo de soldados italianos
católicos degollaron a un grupo de campesinos musulmanes y
en su confusión también dierón cuenta cristianos sirios.
Cuando la historia de la matanza llegó a los oídos del sultán
egipcio al-Ashraf Jalil, él inmediatamente exigió la cabeza de
los asesinos. Cogida en medio la una diputa por la sucesión del
trono de Jerusalén, Acre dijo no al sultanato. En abril de 1291,
la ciudad se despertó cercada por más de 200 mil soldados
musulmanes. La cristandad corrió en socorro de uno de sus
puntos más estratégicos en la Tierra Santa. Caballeros
hospitalarios, teutónicos y templarios, sumados a las tropas
inglesas e italianas, partieron para defender el puerto de Acre.
El 18 de mayo, las fuerzas turcas y egipcias tomaron
oficialmente la ciudad. Caía el último bastin de los europeos
en Tierra Santa.

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