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“La construcción social del conocimiento” parecía ser una gran idea al principio
para salir del atolladero del “naturalismo” y ligar la ciencia a la sociedad y la
cultura. Pero pronto todo se volvió desagradable. Tanto debido a una mala
interpretación de lo social como a una concepción peor aún de construcción.
Para no caer en la perversa dicotomía entre “realidad o construcción” y salvar
al constructivismo es fundamental revisar a fondo qué es lo que entendemos
por tal. No es una tarea menor si queremos tener alguna chance frente al
fundamentalismo (declarado o no). Una negociación en torno a un mundo
viable es posible entre “constructivistas” pero radicalmente imposible entre
fundamentalistas.
2da confusión: El planteo no es, ni ha sido nunca, que los “hechos” están
realmente hechos del delicado material que proveen los vínculos sociales, sino
que estos livianos y superficiales lazos provistos por las leyes, cultura, medios
de comunicación, creencias, religiones, política y economía están “en realidad”
constituidos por el “duro material” provisto por el marco social de relaciones de
poder. Esta es la forma estándar que en las ciencias sociales y los estudios
culturales se explica todo. Como vemos aquellos que se enorgullecen de
presentarse como relativistas son, en la mayoría de los casos, realistas
sociales.
Los dos peligros que los science studies tienen frente a sí son: por un lado la
creencia en una naturalizada, sobrevaluada e indisputable “sociedad” –cuyos
voceros son los sociólogos críticos- y por el otro el de una “naturaleza” siempre
allí, indisputable y no construida –aclamada y proclamada por los
fundamentalistas “naturalistas”.
“Creadores” y “Criatura”:
Tanto los “constructivistas sociales” como los “filósofos realistas” llevan dobles
contabilidades muy extrañas.
Un arquitecto constructor, urbanista si quiere hacer un balance de su actividad
habrá de considerar el trabajo realizado como una de las razones por las
cuales el edificio que ha diseñado, construido o planeado está bien provisto.
Por lo tanto, para ellos, trabajar duro y lograr construir un edificio que se
mantienen en pie independiente de ellos de allí en más, son una y la misma
cosa. En su contabilidad implícita ellos tienen una columna para los créditos
que incluye su propio trabajo y la solidez autónoma del edificio y una columna
de débitos en la que figura todo aquello que está mal diseñado, planeado o
construido y que por esa razón puede haber dejado aspectos mal resueltos,
mal terminados o desagradables. ¿cómo reaccionarían ellos ante el pedido de
algunos constructivistas que les demanden una contabilidad totalmente
diferente? ¿una en la cual todos los ítems que muestran que el edificio se
mantiene sólido e independiente entren en la columna de los créditos mientras
que los que muestran que el trabajo ha sido realizado entran en la de los
débitos? Parece absurdo, pero es exactamente lo que sucede cuando pasamos
del lenguaje práctico de la construcción a un lenguaje teórico: entramos en una
doble contabilidad.
Está claro que los arquitectos están solamente interesados en diferenciar entre
una construcción buena y una mala y no entre una construcción cualquiera y
una realidad independiente.¿Por qué no es este también el caso entre los
científicos y los “hechos”? Debido a otros dos rasgos que parecen condenar al
lenguaje del constructivismo. Cuando los arquitectos, ingenieros y demás
constructores construyen un edificio que logra mantenerse luego por “sí
mismo”, a nadie se le ocurre engancharse en un tramposo debate metafísico:
todo el mundo está de acuerdo en que sea lo que fuere la autonomía, el edificio
no estaba allí antes de ser construido. Pero cuando se usan las palabras
“construcción” o “fabricación” para los “hechos” la cuestión ya no es tan
evidente. En estos caso el vocabulario construccionista falla totalmente en
capturar la clase de autonomía que suponemos en los “hechos duros”. La
autonomía y el trabajo de construcción parecen en estos caso contradictorios.
¿Implica esto la extremaunción del constructivismo?
Probablemente, especialmente cuando agregando el insulto a la injuria la
sociología crítica escoge la cuestión metafísica más dificultosa y la trivializa en
un juego de preguntas y respuestas como muestra el siguiente ejemplo de
tomado de un curso: “¿la “realidad construida” es construida o real? Y da como
respuesta “ambas”. Agregando el comentario ¿somos tan ingenuos de pensar
que tenemos que elegir? ¿no sabemos que aún la más loca de las ideologías
tiene consecuencias reales? ¿no sabemos que vivimos en un mundo que es
nuestra propia construcción y que no es menos real por ello? Cómo desprecio
este pequeño término “ambos” que obtiene a tan bajo costo una chapa de
profundidad que pasa actualmente por ser la “esencia” del espíritu crítico.
Nunca fue la crítica menos crítica que cuando aceptó como una respuesta
obvia a una que debería haber sido, por el contrario, la fuente de una total
perplejidad. “Nosotros” nunca hemos construido el mundo a partir de nuestras
puras ilusiones puesto que no existe este “creador libre” en “nosotros” y porque
tampoco existe el material suficientemente plástico para retener las marcas de
nuestros juegos. “Nosotros” nunca hemos sido engañados por un “mundo de
mera fantasía” porque no existe fuerza suficientemente fuerte como para
transformarnos en meros esclavos de poderosas ilusiones. Estas absurdas
creencias son el resultado de la utilización de unas definiciones de construir,
crear, influir, engañar que son las menos apropiadas. Transforman en una cosa
simple aquello que es precisamente la más misteriosa conjunción de agencias.
Una vez más el constructivismo es la víctima de los que aparentan ser sus
amigos: esta creencia en las “creencias ingenuas” es la única “creencia
ingenua” que sólo se adquiere después de obtener un doctorado en “teoría
crítica”. Estamos verdaderamente en problemas. Si ahora nosotros nos
negamos a tener que elegir entre “realidad” y “construcción” y también
contestamos la pregunta por el estatus de los hechos con un “ambos”, nuestra
respuesta puede confundirse con la respuesta “barata” de la crítica y los
“deconstructivistas” más voraces que las termitas reducirán todo a polvo sin
dejar lugar alguno para la solidez, autonomía, durabilidad o necesidad. El
constructivismo sociológico es demasiado frágil y no parece haber un
tratamiento anti-termitas.
Una escala para calificar la cantidad adecuada de constructivismo
Tercera garantía: El mundo común no está allí “de una vez para siempre”. Pero
cuidado con esta garantía: se ve totalmente embarrada cuando se la
transforma en una argumente del tipo “contingencia vs. necesidad” (Hacking
cae en este punto). La oposición legítima es entre aquellos que quieren un
orden único y estático y aquellos que están dispuestos concebirlo en términos
de procesos.
Estas garantías podrían crear una nueva arena común en la que disputar
(acordar-disentir). Yo quisiera retener el término constructivistas para los que
estén dispuestos a firmar la constitución y usar “naturalistas” y
deconstructivistas a los que no. Constructivismo designaría entonces a
aquellos que aceptan que: