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UN DIOS QUE SABE

PERDONAR...¡Pero con
Condiciones!
Todos los Hombres son Pecadores

¿Quién no recuerda que muchos de los dioses mitológicos griegos


se les contemplaba como deidades con personalidades severas y
vengativas, poco capaces de perdonar a sus criaturas mortales?.
Para el hinduismo hay una infinidad de dioses, desde los más
buenos hasta
los más malos. Por otro lado, en el budismo no se concibe a un
Dios con un carácter definido, que siente ira y misericordia, alegría
y tristeza, amor y odio, etc. Básicamente el budismo carece de un
Dios personal revelado a los hombres.

Cuando Jesús vino al mundo, él mostró el carácter del Dios Único


que él personalmente representaba. Él dijo que quien lo veía a él,
veía a Dios mismo (Juan 14:9,10). No que Jesús fuera el mismo
Dios Padre, sino que él---como Hijo de Dios--- pudo revelarnos,
con su conducta y palabras, cómo era Su Padre y Dios. Esta
magnífica presencia de Cristo en la historia era la presencia de Dios
mismo en la historia de la humanidad. De modo que Jesús, por sus
palabras y obras, reveló cómo Dios piensa y qué exige de nosotros
en las diferentes circunstancias críticas de nuestras efímeras
existencias.

Veamos el caso de aquella mujer que se le había sorprendido en


pleno acto sexual inmoral. El pueblo la acusaba de ser adúltera, y
por tanto, era una pecadora. Se le exigía que muriese por su delito,

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y todos estaban pidiendo que la ejecutaran. Pero, ¿qué hace
Jesús?¿Acaso conciente su muerte porque efectivamente había
violado la ley de Su Padre y Dios? Cualquiera hubiera esperado que
Jesús, como judío, y en razón de la ley judía, asintiera
inmediatamente a su ejecución. No había duda que la adúltera
merecía su castigo. Pero aquí aparece Cristo mostrando el
verdadero carácter de Su Padre Dios. Él va enseguida a dar una
lección del profundo amor de Dios para con ella, y por extensión,
para cualquiera que haya pecado. Aquí Jesús quiere dejar asentada
las bases del amor y perdón de Dios para con los pecadores. ¿Acaso
sería él mismo quien levantaría la primera piedra para
lapidarla?¿Cualquiera hubiera creído que él tenía toda la autoridad
moral para hacerlo por ser santo y perfecto ¡Pero no lo hizo! Al
contrario, Jesús reta a los acusadores a que lancen la primera
piedra si es que en verdad estaban libres de pecado. ¡Pero ninguno
lo hizo! ¡Todos eran pecadores¡ ¡Todos estaban en falta! Y ¡Todos
eran hipócritas!

El Perdón de Dios

Veamos ahora el amor de Dios en acción. Jesús lo va a poner en


práctica en esta particular situación bochornosa. Aquí hay un
pecado de inmoralidad sexual, un pecado muy común entre los
seres humanos, y en el cual todos podemos caer en algún momento
de nuestras vidas. ¿Cómo se tratará este problema o pecado
llamado adulterio? (Juan 8:3). Por otro lado, aquí Jesús no sólo
enseña cómo Dios ve y trata el problema del adúltero, sino también
cualquier otro pecado diferente como el robo, el asesinato, la
mentira, la idolatría, etc. Aquí hay una lección del amor de Dios
hacia el pecador en general. En este ejemplo Jesús trata el asunto
de una pecadora adúltera, trato que pudo ser también para el caso
de una fornicadora soltera, una idólatra, etc.

Perdón con Exigencias

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Ahora vemos a Jesús hablándole a la pecadora y le dice: “Ni yo te
condeno; vete y no peques más” (Juan 8:11). Pero notemos
que Cristo no la condena, aunque le requiere que no peque más.
Esta es la condición o requisito para escapar de la condenación de
Dios. ¡No volver al pecado cometido! Es decir, el perdón se logra
por la gracia de Dios, y de nuestra parte, por la obediencia a Dios.
Por consiguiente, el arrepentimiento debe ser real, veraz, y del
corazón.

Algunas personas aún piensan que Dios es “infinitamente


misericordioso” y que siempre sabrá comprender al pecador, y
consentir su pecado “indefinidamente”. No nos engañemos, los que
ya han sido salvos por la gracia de Dios, están impedidos de vivir
bajo el pecado. Cualquier pecado resulta en un acto contranatural
en todo creyente sincero y convertido (Romanos 6:1,2). Realmente
el converso detestará el pecado con todo su ser.

Hay personas que aún están esclavizados a cualquier vicio de la


carne. Para algunos el sexo es su aguijón, y para otros, el alcohol,
las drogas, el juego de azar, etc. Todas estas personas necesitan ser
liberadas por Cristo. Unos podrán ser más fuertes y valientes
contra su “aguijón” en la carne, y otros serán más débiles. Para
algunos su conversión será inmediata, pero para otros será un
proceso lento y con altibajos. Algunos se levantarán, caerán y se
levantarán; otros simplemente no vuelven a caer. Si Dios nos exige
perdonar a nuestro hermano 70 veces 7, ¿Cómo no lo va a hacer
Dios con nosotros cada vez que le fallamos? Dios lee nuestros
corazones, y conoce nuestras debilidades. Sólo Él es el justo Juez
de vivos y de muertos. Pero aquellos que quieren burlarse de Dios y
fingir que son “justos”, están andando por el sendero de su
perdición eterna.

El Arrepentimiento Verdadero

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Para que haya arrepentimiento sincero debe existir remordimiento
y complejo de culpa por haber pecado. Hay personas que no
sienten culpa alguna debido a sus “conciencias cauterizadas”.
Esto quiere decir que llega un momento en que el pecador no
siente ya más culpa al cometer el mismo pecado “n” veces.
Prácticamente se convierte en algo “normal” y rutinario en su vida,
o como algo natural en él como es el comer o el dormir. Ya me
imagino lo que habrá sentido Judas Iscariote por haber vendido a
su Señor. Un complejo de culpa tremendo que le impulsó al
suicidio en vez que al arrepentimiento sincero. En cambio San
Pedro, el irresoluto, negó a su Señor tres veces. Tres veces
consecutivas que le hicieron sentirse tan vil y pecador, pero que
supo acudir a la fuente de vida para recibir el perdón
misericordioso del Hijo de Dios.

Si nos remontamos al Antiguo Testamento, tenemos varios


interesantes ejemplos de pecados graves y del consecuente perdón
de Dios. El famoso rey David, quien había sido ungido por Dios
como Su príncipe predilecto de entre los hombres, pecó al cometer
asesinato y adulterio. Sí, aunque tenía el Espíritu de Dios en él,
cayó en desgracia, desgracia que casi le cuesta, no sólo el trono,
sino también su propia vida. Una vez que es denunciado su pecado
por Natán, y declarada su sentencia por sus propios labios reales, él
procede a humillarse y reconoce su pecado ante Dios con
lágrimas.

Frutos de Arrepentimiento

Cuando Juan el Bautista llamaba al arrepentimiento, decía:


“Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Mateo 3:8).
Según el verso siguiente, el 9, Juan decía a sus oyentes claramente
que no debían justificarse diciendo: “A Abraham tenemos por
padre”. Es decir, Juan exigía el arrepentimiento sincero de los
pecadores. El creerse justos porque eran los hijos de Abraham, el

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padre de la fe, y amigo de Dios, no los salvaría en absoluto sino sólo
si se arrepentían primero de sus pecados.

Pero nótese que Juan habla de hacer frutos dignos de


arrepentimiento. No es una cuestión sólo de decir: ‘Me arrepiento’,
es básicamente arrepentirse de los pecados cometidos a fin de
producir frutos dignos de ese arrepentimiento. Un cambio radical y
dramático de vida: de las tinieblas a la luz; del error a la verdad; de
la injusticia a la justicia; del egoísmo al altruismo; del diablo a
Dios. Por ejemplo, si antes mirábamos morbosamente a una mujer,
ya no lo hacemos; si antes hacíamos bromas en doble sentido, ya
no lo hacemos; si antes hablábamos malas palabras, ahora ya no lo
hacemos; si antes nos embriagábamos, ahora ya no lo hacemos; si
antes metíamos, ahora ya no lo hacemos; si antes odiábamos, ya no
lo hacemos, si antes fumábamos, ahora ya no lo hacemos; si antes
nos drogábamos, ahora ya no lo hacemos. El cristiano es ahora luz
del mundo, no tinieblas como lo son los inconversos.
La Biblia dice que si el mundo nos ama, estamos en problemas con
Dios. El creyente ya no es amigo de los incrédulos o mundanos,
pues no hay comunión entre la luz y las tinieblas, ni el agua con el
aceite. Lea en su Biblia los siguientes pasajes: 1 Pedro 1:18; 2 Pedro
2:9-19; Santiago 1:26; 1 Pedro 3:10,11; Santiago 4:4; 2 Corintios
6:14; Hechos 26:18; Romanos 13:12; Lucas 11:34-36).

Los Frutos de la Carne y los Frutos del Espíritu

El apóstol Pablo habló de los frutos del Espíritu Santo en


contraposición con los frutos de la carne. Ambos son
diametralmente opuestos y antagónicos, y jamás podrán ir de la
mano. El que vive para la carne, muere para el Espíritu; y el que
vive para el Espíritu, muere para la carne (Romanos 8:1—14).
Definitivamente el hombre que vive satisfaciendo los deseos de la
carne no puede agradar a Dios. Por cierto que esto no significa que
el sexo sea malo, o el comer ricas viandas sea pecado. Todo esto es
bueno si se hace con la bendición de Dios. El sexo es bueno dentro

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del matrimonio, pero es malo fuera de él. El comer es una
bendición para el cuerpo siempre y cuando no se exceda demasiado
en él (gula), y no se ingiera animales inmundos como el cerdo,
pato, conejo, mariscos, etc. Beber vino es bueno para la salud, pero
siempre y cuando no se exceda de él, y no se caiga en la borrachera.
En cuanto al tabaco y a las drogas alucinógenas, está probado que
hacen daños irreparables a la salud de los individuos que los
consumen, así sea en pequeñas cantidades. En fin, todo aquello
que va contra las normas de Dios se llama: “Deseos carnales”.

Ahora bien, San Pablo define los frutos de la carne de la siguiente


forma: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son:
adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías,
enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías,
envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a
éstas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho
antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de
Dios.” (Gálatas 5:19-21).

Hay que destacar el hecho de que las prácticas carnales no nos


conducen a la herencia del reino de Dios, sino a la perdición eterna.
Aun el solo hecho de sentir celos y envidia no nos permitirán
heredar el reino de Dios. Parecería injusto que por el solo hecho de
sentir esos sentimientos comunes podríamos perder el reino de
Dios, pero es así. Es por eso que debemos tener cuidado con
nuestros sentimientos ruines. Incluso el solo hecho de mirar con
malos deseos a una mujer ya estaríamos adulterando en nuestro
corazón (Mateo 5:28). De igual naturaleza es el odio, pues para
Dios el odio es como el asesinato (Mateo 5:22). ¡Realmente es el
precursor del asesinato!

Caminando hacia la perfección

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El creyente debe ahora andar hacia su perfección moral y espiritual
( Mateo 5:48, Hebreos 6:1). Es decir, la meta del cristiano es llegar
a ser cada vez más perfecto en su carácter y conducta imitando el
modelo dejado por Jesucristo (1 Pedro 2:21). Esto no quiere decir
que el cristiano será completamente perfecto, pero al menos
andará perfeccionándose día a día (Filipenses 3:12, Efesios 4:13).
Por eso es que es necesario que el creyente se empape de la Biblia,
pues las Escrituras lo pueden hacer sabio y perfecto para ganar la
salvación (2 Timoteo 3:16,17).

Lamentablemente hay siempre “cristianos” que en lugar de


“evolucionar” hacia a perfección, involucionan para su
condenación eterna. Esto sucede cuando son atraídos por el
mundo, y por las cosas que en él hay. Pero el genuino convertido
deja atrás la vida imperfecta y carnal para vivir la vida perfecta y
espiritual a fin de agradar a aquel que lo llamó (Hechos 10:35,
Romanos 8:8).

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Para Mayor Información Escribir a:

Ing°. Mario A Olcese, CIP 23641, Diplomado en Teología,


Instituto Baxter, Honduras.
e-mail: olcesemario@latinmail.com ó
molceses@hotmail.com
Miguel Aljovín # 179
Lima 18,
Perú
Tél. 4473028

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