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Sue Wright

Lenguaje en la era posnacional: ¿hegemonía o trascendencia?


Este capítulo se centra en la aceptación aparentemente consensual del inglés como lengua franca
y examina su papel como medio de la globalización. Incluye un análisis de la globalización que considera
hasta qué punto se la puede tomar como un fenómeno nuevo que nos conduce a un período posnacional
en el que las estructuras supranacionales y trasnacionales van a reemplazar a las nacionales. Se llevará a
cabo además una breve consideración acerca de las posturas que resisten todos los movimientos hacia el
posnacionalismo. Por último, se discutirán la resistencia intelectual a la difusión del inglés y las
dificultades para oponerse a los aspectos negativos de la difusión del inglés reteniendo, al mismo tiempo,
un idioma que puede cumplir el papel de lengua franca.

1. El fenómeno de la globalización

Tal vez la primera tarea de cualquier discusión sobre la lengua y la globalización sea establecer si
hay alguna razón para creer que estamos en el comienzo de un nuevo período posnacional global y llegar
a un entendimiento de lo que es realmente la globalización. Investigar el fenómeno presenta una cantidad
de dificultades. El primer obstáculo es decidir qué perspectivas acerca de la globalización adoptar puesto
que es un concepto muy discutido en las ciencias sociales. El segundo obstáculo es evaluar los datos,
puesto que la globalización ha generado una gran cantidad de ensayos, algunos de los cuales han sido
ampliamente atacados por:

(estar) llenos de simplificaciones, exageraciones e ilusiones […] (ser) conceptualmente inexactos,


empíricamente débiles, desconocer la historia y la cultura y (ser) normativamente superficiales y
políticamente ingenuos. (Scholte 2000:1)

Entonces, con tan poco consenso y tantos artículos políticos y económicos especulativos, no es una
tarea sencilla llegar a una definición de la globalización que nos ayude a comprender el paradigma en el
que se desarrolla el problema de la lengua en el siglo XXI. Sin embargo, nos parece esencial intentarlo
porque el fracaso al tratar en profundidad las dimensiones políticas y económicas en desarrollo de la
globalización es lo que ha socavado algunos de los trabajos sobre el inglés global en el pasado.
La divergencia de puntos de vista en lo que pueda ser realmente la globalización es extrema. Un
grupo de teóricos de las ciencias sociales plantea la globalización como una fuerza civilizatoria que
promete modernidad y prosperidad (cf. Levitt 1983; Ohmae 1990 y 1995; Wriston 1992; Guéhenno
1995). Otro grupo la retrata como una fuerza destructiva nacida de un capitalismo descontrolado y una
tecnología deshumanizada (cf. Callinicos 1994; Greider 1997; Rodrik 1997; Mittelman 2000). Algunos
economistas adoptan un punto de vista extremo y sugieren que el mundo tiene ahora la capacidad de
actuar como una sola unidad económica (cf. Luard 1990; Ohmae 1995; Castells 1996; Albrow 1997).
Otros son escépticos y nos recuerdan que la historia es cíclica y que el comercio internacional ha
representado una gran proporción de la actividad económica de los estados tanto en 1900 como en 2000
(cf. Gordon 1988; Hirst y Thompson 1996; Wade 1996; Weiss 1998). Algunos sociólogos sostienen que
los grupos de presión actúan hoy de una forma completamente trasnacional por medio de organizaciones
ambientalistas, grupos de derechos humanos, movimientos de liberación de las mujeres, que no están
limitados por fronteras (cf. Robertson 1992; Albrow 1997; Guidry, Kennedy y Zald 2000). Otros nos
recuerdan que esto no es nuevo: la lucha por el sufragio femenino, la abolición de la esclavitud y los
derechos de los sindicatos fueron llevados adelante por movimientos internacionales (Keck y Sikkink
1998). El debate acerca de los efectos a largo plazo también está dividido y no hay consenso acerca de si
la globalización será perniciosa o beneficiosa en términos políticos y económicos. Todavía no se puede
tomar una decisión y puede ser que el resultado final de la globalización sea juzgado como una mezcla
compleja de perjuicio y beneficio.
Sin embargo, un aspecto de la globalización no ha sido cuestionado. El grupo que caracteriza el
fenómeno como la conquista del espacio geográfico y la interacción en tiempo real a escala global (cf.
Giddens 1990; Mittelman 1996; Held et al. 1999) tiene evidencias claras para ilustrar que la circulación
multidireccional de bienes, servicios, dinero, personas, información y cultura a través de las fronteras se
produce cada vez más rápidamente y llega más lejos que nunca antes. La diferencia entre la velocidad y el
tipo de contactos que acompañan la globalización y los provocados por el imperialismo y el comercio

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internacional en el pasado son evidentes. La circulación de una parte del globo a otra es casi instantánea.
Todos los que poseen el equipo necesario y tienen acceso a la electricidad que permite el uso de la
tecnología informática y audiovisual están constantemente informados de lo que pasa en otras partes del
mundo. Es esencial enfatizar la necesidad de esta condición. Al discutir los intercambios y las redes de la
globalización que las tecnologías informáticas y audiovisuales han hecho posible, es conveniente recordar
el reclamo que surgió a finales de la década de 1990: había tantas líneas telefónicas en Manhattan como
en toda África. La globalización, por lo tanto, es una cuestión que afecta a las elites mucho más que a
otros grupos. Tener acceso a la tecnología divide al mundo entre los que la tienen y los que no. Pero, hoy
en día, para los primeros, los que tienen acceso, los sentimientos de participación son crecientemente
globales; las imágenes de hambrunas, sequías, inundaciones, terremotos y guerras en todos los
continentes están en nuestras casas y las noticias se presentan como de la aldea global. El conocimiento
inmediato de los acontecimientos en otras partes del mundo nos cambia psicológicamente y es difícil ser
indiferente cuando vemos conflictos, protestas o desastres en tiempo real. Esto no es historia; estamos
dentro de un marco temporal en el que nuestra reacción podría, concebiblemente, afectar los
acontecimientos.
En los programas que promueven la fantasía antes que el mundo real, los espectadores también
comparten la experiencia. Las telenovelas de una parte del mundo pueden ser vistas en otro, llevándonos
a resolver algunos de nuestros dilemas y a revisar algunas de nuestras emociones a través del filtro de la
ficción compartida. Los programas de deportes a menudo tienen una audiencia global. Tal vez no
sabemos nada más de nuestros vecinos, pero conocemos sus equipos deportivos.
Y además, el grupo involucrado en la globalización está creciendo rápidamente. La expansión de la
disponibilidad de tecnología informática es enorme. Encuestas recientes sugieren que una de cada cinco
de las poblaciones del mundo pronto tendrá acceso a Internet (NUA 2002) y que 514 millones de
personas ya tienen una dirección de correo electrónico (NUA 2002). En partes del mundo donde hay una
baja participación (i.e. África y América del Sur), el acceso a Internet está aumentando a alrededor del
20% anual (NUA 2002). Esto sugiere que las disparidades se podrían estrechar, si no acercar. Sólo las
comunidades más aisladas no han sido afectadas para nada por este fenómeno. Los cyber-cafés han
penetrado incluso en lugares remotos y la proporción de humanidad no afectada para nada por el cine o
la televisión está formada por minorías cada vez más pequeñas. Por lo tanto, nuevas ideas, nuevas teorías,
nuevas propuestas, nuevas técnicas, tanto útiles como dañinas, pueden diseminarse en enormes cantidades
muy rápidamente. Brevemente, con las condiciones mencionadas más arriba, estas tecnologías redefinen
las comunidades imaginarias que construimos. La idea de Anderson (1983) de que nos percibimos como
parte de un grupo nacional en tanto leemos los diarios nacionales o el último libro de ficción en lengua
nacional podría no ser válida durante mucho tiempo más, al menos con el mismo alcance que tuvo en el
pasado reciente. Podríamos estar igualmente dispuestos a construir nuestras identidades en relación con
las redes trasnacionales a las que pertenecemos en tanto cruzamos antiguas fronteras para obtener
información, establecer contactos y realizar intercambios. Los canales de televisión satelital que miramos,
las páginas web a las que entramos, los grupos de correo electrónico a los que pertenecemos podrían
también influir en la construcción de la identidad grupal de la misma manera que nuestros medios de
comunicación nacionales. Una vez que hay acceso a las tecnologías informáticas y audiovisuales, sólo la
lengua restringe la elección de la fuente de noticias y el grupo virtual. El viejo sistema por el que los
medios de comunicación nacionales diseminaban noticias nacionales en la lengua nacional está
desapareciendo lentamente y, a medida que lo hace, desaparece también un poderoso medio de formación
de identidad nacional.
Otro aspecto no cuestionado de la globalización es la difusión del modelo económico neo-liberal
que comentamos en el capítulo anterior. Como consecuencia de la caída del comunismo, la presión
política y económica ha llevado a los estados a aceptar la adopción de este modelo y se ha producido una
(re)estructuración global tanto de las empresas privadas como públicas dentro del paradigma del
capitalismo. Sin embargo, la globalización económica no significa necesariamente la convergencia
económica. La brecha entre los estados más pobres y los más ricos se ha ampliado considerablemente a
pesar del movimiento general hacia un solo sistema económico; la disparidad en el ingreso per capita era
cinco veces más grande en 1990 que en 1870 (Guillen 2001). Las crisis financieras del sureste asiático en
los últimos años del último siglo y en América del Sur en los primeros años de éste han producido críticas
al modelo del desarrollo occidental y a las políticas llevadas adelante por Estados Unidos, a las que
caracteriza como “insensibles, cuando no malévolas” (Gordon 2001: 129). Sin embargo, a pesar de que el
campesinado está lejos de desaparecer, alrededor de 50000–60000 corporaciones y empresas
multinacionales dan ahora cuenta de entre el 20% y el 30% de la producción mundial y, tal vez, de hasta
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el 60% del comercio internacional. Para algunos, esto es históricamente único; no son firmas nacionales
que trabajan internacionalmente, sino organizaciones que coordinan producción y distribución
trasnacionalmente sin que esto repercuta en el beneficio exclusivo de ningún centro en particular (Held et
al. 1999). La globalización no significa que el sistema económico nos trata a todos con igualdad, sino que
un sistema global afecta a la amplia mayoría de la humanidad.
La globalización ocasiona algunas convergencias en las expectativas políticas (Meyer et al. 1997).
Hoy en día, en la mayoría de las sociedades, la gente espera que exista un esfuerzo estatal para proveer
algún tipo de educación a los jóvenes, alguna clase de provisión de asistencia social, que incluya la salud
y un sistema provisional para los ancianos, un grado de respeto por los derechos humanos básicos y el
cumplimiento de la ley. En los lugares donde esto todavía no existe, hay grupos de presión que los
reclaman. En los lugares donde las sociedades no tienen representación democrática, esto también se
reclama con más frecuencia; en los lugares donde todavía hay autoridades oligárquicas o autocráticas,
éstas son cada vez más cuestionadas. Hay un fuerte debate sobre la capacidad de la globalización y las
economías de mercado para alcanzar estas expectativas (Rodrik 1997; Mishra 1999; Guillen 2001).
Algunas autoridades afirman que la capacidad para proveer la asistencia social esperada actualmente
depende de un cambio al modelo liberal y otros sostienen que las economías de mercado restringen los
sistemas de asistencia social. Por un lado, se alega que son los únicos sistemas que generan suficiente
riqueza para hacerlo; por otro lado, se afirma que no promueven la solidaridad social necesaria para la
aceptación general de la responsabilidad de la asistencia social. Sin embargo, la divergencia no resulta
aquí de una falta de información. Los avances de las tecnologías informáticas y audiovisuales y su
continua difusión por las sociedades propician la circulación de ideas y saberes de formas que modifican
tan profundamente la sociedad como la invención de la escritura y la imprenta lo hicieron en el pasado.
La globalización se define, además, como una erosión a la soberanía de los estados y un
crecimiento de organizaciones internacionales. Hay una tendencia hacia un núcleo común acordado de
derechos y deberes que gobierne las relaciones individuales con el estado y una creciente tendencia a
apelar a cortes, organizaciones e instituciones internacionales para imponer estándares internacionales en
la vida política (Sorenson 2002). Al aceptar los derechos y el cumplimiento de la ley como una
plataforma común, los estados que no respetan los derechos de las minorías en su territorio, o que
contravienen los estándares mínimos de la comunidad internacional en términos del cumplimiento de la
ley, son cada vez más pasibles de ser sancionados de alguna manera (Jett 1999). Sin embargo, el proceso
no es aún uniforme y algunos estados permanecen indisciplinados mientras otros están obligados a
obedecer. Las discrepancias están relacionadas con el poder del estado en cuestión y si los principales
jugadores políticos ven el castigo como un recurso político o no (Richmond 2002).
Durante una época al final del último siglo, la globalización con la apariencia del capitalismo global
parecía no tener contendientes. La desaparición del comunismo y la aparente victoria de la cosmovisión
occidental llevaron al reclamo de que no había alternativas al libre mercado neo-liberal y al paradigma
democrático. Este era un estado del que la raza humana no podría progresar y contra el que no había
fuerzas opositoras. En la década que pasó, este análisis se reveló como un punto de vista simplista puesto
que existen claramente visiones alternativas al capitalismo norteamericano. Sin embargo, los
contendientes que han aparecido hasta ahora (el islamismo militante, el nacionalismo balcánico) han sido
derrotados por el “mundo occidental”, ya sea bajo la forma de acción de Estados Unidos apoyado por
algunos de sus aliados o por acciones tomadas bajo la égida de la NATO o los grupos de presión
occidental de las Naciones Unidas.
A la luz de estos distintos desarrollos, es difícil estar de acuerdo con esos escépticos que cuestionan
la globalización como fenómeno. Puede no estar tan desarrollada como algunos cronistas hiperglobalistas
imaginan; sin embargo, es una fuerza más grande que la que postula la posición minimalista. Y a pesar de
que todavía no se puede decidir qué grupos se beneficiarán realmente con la globalización, no hay dudas
de que la extensión de las redes globales, la intensidad de la interconexión y la velocidad de los
intercambios se han incrementado enormemente durante las últimas décadas. El teórico político David
Held lo expresó de la siguiente manera:

Se puede comprender mejor la globalización como un proceso o un conjunto de procesos que como una
condición singular. No refleja un simple desarrollo lógico lineal, tampoco prefigura una sociedad mundial o
una comunidad mundial. Refleja, más bien, la emergencia de redes interregionales y sistemas de interacción e
intercambio. (Held 1999: 27)

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Sin considerar otros resultados que pueda producir la globalización, podemos estar bastante seguros
de que uno de los principales e indiscutibles efectos del fenómeno es un contacto más grande entre grupos
lingüísticos.

2. El debilitamiento del estado

Entonces, habiendo aceptado que hay un aumento de actividad en el nivel tras- y supranacional
que podría tener un efecto lingüístico, ¿hay alguna evidencia de que haya un debilitamiento paralelo del
sistema estado nación, que contribuiría a semejante cambio de abajo hacia arriba así como de arriba hacia
abajo? Se observa una clara señal de posnacionalismo en las numerosas presiones que socavan la
soberanía absoluta del estado.
Scholte (2000) resumió cómo parecía estar evolucionando la situación a comienzos del siglo XXI.
Afirmaba que, a pesar de que los gobiernos nacionales retienen un importante papel en el gobierno, la
globalización ocasiona varios cambios en cómo lo ejercen. En primer lugar, el apoyo afectivo del estado
sobre sus ciudadanos se debilita en un mundo en donde la radio, la televisión satelital, los teléfonos y el
contacto por Internet no se detienen en las fronteras estatales. Estos contactos permiten que diversas
identidades y comunidades no territoriales se desarrollen junto con la nacional. En segundo lugar, este
proceso se exacerba con la aceptación de la filosofía del libre mercado y el concepto de responsabilidad
individual debilita la relación entre ciudadano y estado, puesto que el último deja de ser el protector grave
y el proveedor de salud, educación, nutrición, ingreso mínimo y otros tipos de asistencia social. En
tercero lugar, el control legal de los estados sobre sus ciudadanos se atenúa en un mundo donde los
ciudadanos pueden apelar a cortes e instituciones internacionales para que estos den cuenta de crímenes
contra la humanidad cometidos en su territorio soberano. En cuarto lugar, el estado ya no protege tanto su
mercado doméstico, puesto que la presión general por el libre mercado y el poder de las corporaciones
trasnacionales hace imposible el proteccionismo. En quinto lugar, es más probable que las guerras sean
guerras civiles dentro del estado que conflictos entre estados. Esto ocurre, en parte, a causa de la
interconexión de la economía global que es un gran desincentivador para los conflictos interestatales para
los grupos de poder y, en parte, a causa del poder y la destructividad de las armas de los arsenales
estatales.
Los acontecimientos desde la publicación del libro de Scholte indican que esta última afirmación
tiene que ser reformulada o, al menos, recalibrada. Ciertamente, el poder armamentístico que exhibió
Estados Unidos en las guerras en Afganistán e Irak confirma una parte de la tesis. Sin embargo, incluso si
sólo una parte del análisis de Scholte sigue siendo válido, estamos presenciando una pérdida de la
naturaleza distintiva del estado nación. Dentro de poco, este ya no será la fuente de identidad, el primer
proveedor de asistencia social para sus ciudadanos, un territorio soberano donde no puede intervenir
ninguna fuerza exterior, un mercado doméstico cerrado con altas cercas fronterizas y el principal
protector de su pueblo en un conflicto interestatal.
Parece razonable afirmar que el mundo está yendo hacia un período posnacional donde los
sistemas y las relaciones sociales están configurados crecientemente en una escala supranacional en lugar
de nacional. Por eso debemos esperar cambios más importantes en el uso de la lengua, puesto que la
necesidad de medios de comunicación está aumentando más en el nivel trasnacional o supranacional que
en el nacional.

3. Las excepciones al posnacionalismo

Por supuesto, hay excepciones a esta tendencia hacia estos patrones posnacionales de gobierno,
interacción, orientación y asociación y una comunidad global de comunicación. Los distintos aspectos
cultural, político, económico y científico comentados más arriba no penetran en todas las sociedades a la
misma velocidad.
Hoy en día hay muchos grupos buscan conformar una nación con el mismo impulso que en otros
momentos del pasado. Después de la división de la Unión Soviética, sus partes constituyentes se
comprometieron en la conformación de naciones de formas muy parecidas a las descritas en la parte I del
libro. Gran parte de la fractura en estados se realizó siguiendo criterios de nacionalismo étnico y, en los
lugares donde las políticas propuestas no siguieron estas líneas, hubo conflictos. Grupos que no ven su
hogar natural en el estado en el que se encuentran luchan para separarse, ya sea para reunirse con grupos
con los que sí se identifican (i.e. los armenios de Nagorno-Karabaj) o para ser completamente

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independientes por su cuenta (i.e. los chechenos). En la antigua Yugoslavia, ambiciones parecidas
llevaron a la guerra puesto que el estado se fracturó a lo largo de límites étnicos pero el poder central se
oponía a su desmantelamiento. En la Europa occidental, este proceso ha sido menos violento pero no
menos significativo. Viejos estados nación centralizados como España y el Reino Unido aceptaron altos
grados de autonomía de grupos dentro de las fronteras estatales. La gran diferencia entre esta
construcción de nación a fines del siglo XX y comienzos del XXI y la de épocas anteriores es que tiene
lugar en un contexto macro mucho menos favorable a tal empresa. El fenómeno de pequeñas autonomías
y nuevas conformaciones de nación es un tema que retomaremos en la parte III de este libro.
Pero antes de dejar el tema de las excepciones al posnacionalismo, es preciso mencionar una
anomalía más. Irónicamente, la pérdida de identidad nacional distintiva y soberanía estatal parece
aplicarse menos a Estados Unidos que a otros estados. ¿Se puede afirmar que Estados Unidos está menos
afectado por la globalización que el resto de nosotros? Algunas de las resistencias más fuertes a la
globalización vienen del interior de Estados Unidos. En tanto único superestado que permanece, Estados
Unidos domina al resto en una cantidad de áreas claves pero no es recíprocamente dominado. El gobierno
de Estados Unidos puede mantener su soberanía y autonomía a la manera clásica del estado nación. El
grupo nacional ejerce presión sobre sus miembros para generar patriotismo de una forma que es difícil de
invocar hoy en día en muchos otros estados occidentales. Incluso el debate de “solo inglés” parece evocar
una época pasada. Si volvemos a algunos de los datos presentados para sostener los argumentos del
capítulo 7, podemos confirmar la tesis de que Estados Unidos no ha sido profundamente afectado por la
globalización tanto como otros grupos, ya sea que el fenómeno se interprete como “circulación y
contacto” o como “obligaciones y presiones”.
En primer lugar, la preeminencia norteamericana en las redes de medios de comunicación y la
industria cultural hace que la circulación sea hacia fuera y no hacia adentro de los Estados Unidos. Los
productos de la cultura norteamericana son una de las principales exportaciones pero ésta no se equipara
con el volumen de importaciones. La mayoría de los norteamericanos no está expuesta regularmente a los
productos culturales de otros grupos lingüísticos, ni siquiera doblados o traducidos. Los patrones
norteamericanos de identidad no están, por lo tanto, muy influidos ni por ver las creaciones culturales del
Otro ni por el hecho de verse reflejados en los ojos del Otro.
En segundo lugar, Estados Unidos parece protegerse de algunos de los efectos materiales de la
globalización económica. Las grandes compañías fuera de Estados Unidos tienden a ser compañías
trasnacionales porque el tamaño de sus mercados domésticos las lleva a cruzar las fronteras. Las grandes
compañías con base en Estados Unidos tienen un mercado doméstico enorme para explotar antes de
necesitar considerar actividades trasnacionales y, por lo tanto, una gran proporción de las compañías no
tiene que expandirse a mercados extranjeros para sobrevivir. El mercado doméstico recibe ayuda, además,
de una determinada presión sobre los consumidores domésticos para elegir productos norteamericanos
antes que importaciones extranjeras como una señal de patriotismo. Incluso, el gobierno norteamericano
legisla el proteccionismo de una cantidad de industrias. Entonces, con grandes ventas dentro del mercado
doméstico y un gobierno que protege ciertas industrias, la economía doméstica norteamericana exhibe
muchas de las características de una economía nacional pre-globalización.
En tercer lugar, Estados Unidos es la única súper-potencia, el miembro dominante de alianzas y
agrupamientos políticos y el actor más poderoso en instituciones internacionales. En el papel de ejecutor
de la ley global, Estados Unidos, con sus aliados, desafía la soberanía de aquellos que actúan contra los
intereses globales pero no hay ningún poder hoy en día que pueda desafiar la soberanía norteamericana.
Tal como lo vimos en el capítulo 7, el gobierno norteamericano resiste cualquier intento de disminuir su
libertad de actuar como poder soberano y esto ha sido muy evidente en el debate sobre el crecimiento
industrial descontrolado y el consumo irrestricto. Estados Unidos no ha aceptado de buena gana las
limitaciones instituidas por el consenso construido alrededor de varios temas ecológicos que afectan a
toda la humanidad.
En cuarto lugar, los desarrollos en la esfera política podrían muy bien estar causando un
aislamiento creciente. El ataque del 11 de septiembre de 2001 y el miedo creciente al terrorismo en el
período subsiguiente han aumentado el patriotismo y podrían haber cerrado más aún a los
norteamericanos. La disminución de viajes al extranjero como resultado de miedos por la seguridad
personal sólo puede exacerbar la retirada de lo internacional y global.
En quinto lugar, la reticencia de los norteamericanos a experimentar la gobernación regional
supranacional forma parte de las actuales actitudes hacia la independencia política. La Asociación Libre
Mercado de América del Norte (NAFTA) sigue siendo sólo económica, sin ninguna dimensión política, y
estudios sobre la opinión norteamericana han expuesto que:
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La subordinación europea de la identidad y los valores nacionales para buscar mayores ventajas económicas
parece no ser necesaria ni deseable en Estados Unidos. (EKOS 2003)

En consecuencia, Estados Unidos podría estar en contra de esta tendencia puesto que todavía
mantiene muchos de los atributos del estado nación. Es interesante que en el marco del debate actual
sobre el “inglés solo”, Estados Unidos, principalmente las elites institucionales, han tomado una clara
postura dentro del modelo de formación de nación del siglo XIX puesto que se han declarado en contra de
cualquier espacio público para las lenguas de otros grupos constituyentes (cf. González 2001). Parecería
que somos testigos de desarrollos asimétricos dentro de la globalización: pérdida de autonomía
económica y soberanía política para muchos estados; continuidad de la autonomía económica y soberanía
política, junto con la supervivencia de algunos elementos del tradicional nacionalismo “una nación, un
territorio, una lengua”, para Estados Unidos.

4. Oposición a la difusión del inglés: cuestiones de equidad y justicia

Por lo tanto, en los primeros años del siglo XXI encontramos una situación en la que un mundo
que se globaliza usa el paradigma norteamericano y el idioma inglés, pero en el que los norteamericanos
parecen participar sólo cuando esto es claramente ventajoso para ellos y optan por no hacerlo cuando no
lo es. No es sorprendente que esta situación de predominio y desequilibrio haya llevado a una intensa
irritación y sentimientos anti-norteamericanos. Lo hemos analizado aquí porque, sin dudas, es una de las
causas de las fuertes reacciones a la difusión del inglés en muchos ámbitos. Una creciente cantidad de
textos académicos se propone demostrar que el idioma inglés se impone a través de un complejo proceso
ideológico de discursos dominantes unidos a la persecución del interés propio anglosajón (i.e. Tollefson
1991; Phillipson 1992; Calvet 1993; Pennycook 1995; Hagège 1996) e incentivados por una hegemonía
que mira hacia adentro y que rechaza comprometerse con el resto del mundo de manera multilateral, y
que da como resultado la imposición de prácticas lingüísticas desventajosas sobre países más pobres
(Tollefson 1991 y 1995; Blommaert 1999; Skutnabb-Kangas 2000). Consideraremos estos discursos
opositores ahora y evaluaremos si tienen efecto en una comunidad más amplia.

4.1 Teoría crítica

Dada la asociación del inglés con el colonialismo británico y con el capitalismo de libre mercado
extremo norteamericano, no es sorprendente que muchos de los textos que se oponen o cuestionan la
difusión del inglés provengan de la tradición del marxismo y la teoría crítica.
La teoría crítica, que se originó en la Escuela de Frankfurt, adopta la posición de que la
investigación no puede ser neutral. Desde esta perspectiva, los teóricos críticos se proponen unir el
empirismo de las ciencias sociales con la moralidad. Su principal contribución ha sido, primero, clarificar
el carácter socialmente construido de la sociedad, revelando cómo los grupos sociales en el poder
propagan su cosmovisión para justificar desigualdades en divisiones sociales y, segundo, identificar y
reclutar en la sociedad a aquellos cuyos intereses podrían servir para el cambio social. La teoría crítica
puede aportar mucho al área de la lengua; esta dimensión ha sido desarrollada en el trabajo de Jürgen
Habermas. La teoría de la acción comunicativa de Habermas presenta al capitalismo contemporáneo
como un conjunto de sistemas que coloniza la vida de las personas. Los sistemas son políticos y
económicos. El sistema económico está mediado por el dinero y el político, por el lenguaje.
Otros de los principales teóricos sociales, como el filósofo posmodernista francés Michel
Foucault, desarrollaron teorías basadas en premisas similares. El trabajo de Foucault busca revelar la
construcción histórica de determinados discursos y descubrir las conexiones entre estos y las “realidades”
políticas. Foucault señaló la creciente importancia de la ideología como un mecanismo de poder en las
sociedades donde el control manifiesto ya no es posible y atribuye un papel central al discurso como la
herramienta principal de persuasión que asegura formas modernas de poder. Este desarrollo estaba en
directa contradicción con los lingüistas de la corriente dominante cuyos partidarios consideraron durante
largo tiempo que pertenecían a una disciplina apolítica. El legado del enfoque saussureano había sido
estudiar la lengua como un sistema independiente; el legado de los conductivistas había sido asociar el
estudio del lenguaje al individuo y a lo psicológico antes que al grupo y a la sociología.

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Los fundamentos filosóficos tanto de la teoría crítica como del posmodernismo parecían ofrecer
un enfoque más penetrante para una cantidad de lingüistas conscientes políticamente que reaccionaron
contra los enfoques apolíticos. A fines de la década de 1980, la cantidad de teóricos trabajando dentro del
paradigma influido por la teoría crítica era tan grande que se podía comenzar a hablar de la escuela de
Lingüística Crítica. Los lingüistas críticos se volcaron hacia una consideración de “las relaciones entre
lengua, poder y desigualdad, conceptos centrales para comprender el lenguaje y la sociedad” (Tollefson
2002: 4). Querían comprender los efectos sociales y políticos de políticas y prácticas particulares de la
lengua, para aclarar cómo estas políticas y prácticas eran presentadas a menudo como inevitables por
elites que se beneficiaban del status quo y para investigar cómo quitaban ventajas a individuos y grupos
que tenían poca influencia sobre la dimensión lingüística de la vida pública y que tenían que funcionar
dentro de sistemas donde su propia lengua no era válida. La lingüística crítica requería activismo: los
lingüistas eran vistos “como responsables no sólo para comprender cómo grupos sociales dominantes
usan el lenguaje para establecer y mantener jerarquías sociales, sino también para investigar formas de
modificar esas jerarquías” (Tollefson 2002: 4). Los principales académicos reunidos bajo esta postura se
ven a sí mismos como involucrados e implicados. No creen en el valor, o ni siquiera en la posibilidad, de
informar desapasionadamente los acontecimientos. Están comprometidos en los procesos que estudian y
analizan.
El primer trabajo publicado dentro este paradigma de investigación se concentró en lo nacional y
examinó las conexiones entre políticas y prácticas lingüísticas y desigualdades de clase, región y
nacionalidad/etnia. Se concentraba en la distinción dentro del estado nación entre elites que sabían y
usaban versiones estándar prestigiosas de la lengua nacional y grupos que dominaban menos esa
variedad. Pierre Bourdieu, el sociólogo francés, estuvo entre los primeros en examinar cómo las elites
practican una suerte de cierre social weberiano en el uso de la lengua y protegen el capital cultural que
aumenta para ellos a través del conocimiento y el uso de la lengua estándar (Bourdieu 1982, 1991, 2001).
Norman Fairclough y Roger Fowler, bajo la inspiración general del trabajo de Halliday, encabezaron el
enfoque de la lingüística crítica en el Reino Unido, diseccionando la forma en la que se emplea la lengua
para producir, mantener y cambiar las relaciones sociales de poder y para permitir el dominio de algunas
personas por otras (Fairclough 1989). Fairclough se concentró, en primera instancia, en la reproducción
de relaciones de clase dentro de la sociedad pero su trabajo más reciente examina cómo los discursos que
reproducen ideología circulan globalmente (Fairclough 2002). Jim Tollefson, en Estados Unidos, estaba
primariamente interesado en la situación de las minorías lingüísticas producida por políticas que
preservan una sola lengua nacional en un estado pero luego extendió su trabajo para examinar el papel del
inglés en el mundo en desarrollo. Atacó la teoría de la modernización en su afirmación de que las
“sociedades occidentales proveen el modelo más efectivo para que las sociedades ‘subdesarrolladas’
reproduzcan los logros de la industrialización” (Tollefson 1991: 82). Al evaluar la exportación del modelo
como problemática y como contribuyente a las desigualdades políticas y económicas, se volvió hacia la
lengua en la que ese proceso tiene lugar. No afirma que la difusión del inglés sea responsable de las
desigualdades pero sostiene que institucionaliza la brecha entre sectores y establece una barrera práctica
significativa para todos los que buscan trasladarse de uno a otro. Por lo tanto, ataca a aquellos que
sostienen que el inglés es solamente “una herramienta práctica para el desarrollo antes que un mecanismo
para establecer e institucionalizar relaciones sociales desiguales” (Tollefson 1991: 85).
Robert Phillipson (1992), siguiendo esta tradición, describe el poscolonialismo como un proceso
en el que el colonialismo real ha sido reemplazado por un colonialismo virtual basado en la lengua y
expresa una clara desaprobación del papel del inglés como lengua franca. Junta extractos de resúmenes de
políticas y campañas del British Council y otros promotores del inglés para revelar los propósitos
económicos y políticos del centro angloparlante de promoción de la lengua. Llega a la conclusión de que
la globalización es una forma de imperialismo que sólo se diferencia por el alcance en el que los
dominados son engañados para ver algunos beneficios para ellos mismos y no rebelarse contra el sistema.
Mantiene que los estados de la “periferia” están uniformemente sofocados por los centros de poder de la
globalización.
No es sorprendente que, junto con otros lingüistas críticos que han seguido su liderazgo, haya
basado gran parte de su pensamiento en el análisis de la hegemonía descrito en el trabajo del comunista
italiano Gramsci. Gramsci identificaba la hegemonía como un proceso en el que la clase gobernante tenía
éxito en persuadir a las otras clases de la sociedad para que aceptara sus propios valores culturales,
políticos y morales. La política que se presenta como por el bien de todos permite a las elites conseguir el
consentimiento para su dominio y así obviar la necesidad de que la hegemonía se tenga que sostener por
medio de la coerción y la fuerza (Gramsci 1971; Joll 1977; Sassoon 1980; Bellamy y Schechter 1993). El
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análisis de Gramsci se concentra en los trabajadores de un estado capitalista que aceptan su propia
explotación evidente y su posición económica precaria dentro de ese sistema porque la sociedad civil ha
obtenido el consentimiento general de la población en la dirección general impuesta por los grupos
dominantes. Los trabajadores se han convencido de que en un determinado punto el sistema también los
beneficia:

Este consentimiento está causado “históricamente” por el prestigio y la consecuente confianza que disfruta el
grupo dominante gracias a su posición y función en el mundo de la producción. (Gramsci 1971: 13)

El concepto de hegemonía nos permite explicar por qué el cambio lingüístico ocurrió tan fácilmente
dentro del nacionalismo. El deseo de unirse con grupos prestigiosos con la esperanza de compartir sus
ventajas coadyuvó, junto con todas las otras presiones, a cambiar al estándar nacional.
La hegemonía parece funcionar de la misma forma que la globalización. El concepto explica por
qué el inglés se está imponiendo como el medio principal de todos los dominios políticos trasnacionales
sin coerción. Hay pocas obligaciones reales o compulsiones, excepto el rechazo de los grupos dominantes
para comunicarse por cualquier otro medio. Hablantes no nativos del inglés creen que pueden compartir
las ventajas al adquirir esa lengua. Los datos muestran abrumadoramente que los grupos están
modificando prácticas lingüísticas y que crecientes cantidades de no hablantes de inglés están sumando el
inglés a su repertorio para asegurar su participación y su inclusión en nuevos desarrollos.
Muchos lingüistas críticos ven la confianza, el prestigio y el poder de persuasión de los grupos
dominantes hablantes de inglés en la globalización como una forma de atraer al resto del mundo. Para
ellos, la globalización sólo difiere en grado y no en sustancia con el imperialismo y caracterizan a ambos
como explotación (Phillipson 1992). Para este grupo, el concepto de hegemonía y el consenso que ha
obtenido explican por qué los no hablantes de inglés aceptan el paso al inglés para permitir la actividad
global incluso cuando los ubica en una relativa desventaja en la comunicación. Tienden a ver a aquellos
que no aceptan que son explotados como ingenuos.
Otros rechazan la idea de que todos aquellos que eligen usar el inglés para entrar en las
estructuras, tráficos e intercambios de la globalización sean víctimas. Phillipson ha sido atacado por ser
excesivamente determinista y reduccionista con respecto a los problemas de la lengua, y por no poder
reconocer que los que usan la lengua no son víctimas eternas y, con el tiempo, se apropian del lenguaje
que adoptan (Brutt-Griffler 2002; Canagarajah 1999). Según Canagarajah, los discursos del inglés están
lejos de ser unitarios y si el lenguaje es apropiado, el poder del “centro” se diluye o se usurpa. En una
lectura optimista de la globalización, podría haber democratización y el inglés podría tener un papel que
representar en este proceso. Holborow (1999), desde una perspectiva marxista, sostiene que es
simplemente inadecuado retratar a los estados que emplean el inglés en algunas funciones como
ingenuos, puesto que las elecciones que hicieron les permitieron darse cuenta de sus propios proyectos, a
veces en abierta contradicción con los intereses del centro angloparlante. La Junta Económica de Asia del
Este (EAEC) es un ejemplo de un grupo donde una decisión utilitaria de usar el inglés para planificar y
negociar ha permitido ampliar sus intereses, principalmente a expensas de Estados Unidos. A pesar de
algunos reveses entre los miembros, la EAEC ha podido claramente aumentar el estándar de vida que
puede ofrecer a los ciudadanos a partir de una cooperación regional y una entrada en el sistema global
(Gordon 2001). Los críticos responden que esto no modifica el razonamiento. Una elite que habla inglés
puede trabajar en conjunto con instituciones y negocios globales, ayudar a su difusión y penetración y
aumentar los beneficios para sí misma. Las grandes masas no se benefician y son víctimas. La dificultad
es saber adónde lleva esto en la cuestión de la lengua. ¿Puede la participación aumentar dentro de la
sociedad mientras el inglés se expande verticalmente o debería insistirse en usar la lengua nacional en
instituciones y negocios para permitir una mayor participación? (Tollefson 1991)
Los lingüistas críticos creen que la política y el planeamiento lingüísticos pueden ayudar a
recalibrar el poder dentro de la sociedad. Gran parte del trabajo desde la tradición (i.e. Phillipson 2000)
provee un análisis perspicaz sobre la forma en la que el inglés se asocia con la reproducción y la
legitimación del poder, tanto como el lenguaje de una comunidad de habla dominante internacionalmente,
como la lengua de elites en contextos nacionales. Sin embargo, avanzar en la tradición de la lingüística
crítica y afirmar que esto se puede modificar por medio de una política parece insostenible. Esta
afirmación se disgrega frente a uno de los principios de su libro: que el éxito de una lengua franca se basa
en factores ampliamente fuera del control de los gobiernos individuales y ciertamente fuera del control de
las industrias de la lengua. Phillipson sostiene, por ejemplo, que para que

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el inglés sea una fuerza para la democracia y los derechos humanos tienen que cambiar muchas cosas en los
países del norte así como en los del sur y en las relaciones norte-sur. La política lingüística podría y debería
representar un papel importante en una transición de este tipo. (Phillipson 2000: 102)

Sin dudas, Phillipson tiene razón acerca de las relaciones norte-sur; discutimos, sin embargo, que la
política lingüística pueda ser un agente de cambio. Sostenerse contra las fuerzas de la globalización
rechazando el idioma inglés nos parece absurdo. Y toda la evidencia hasta la fecha sugiere que los
gobiernos no pueden legislar de arriba hacia abajo sobre la adquisición de lenguas francas. A pesar de que
el aprendizaje lingüístico sobre una base ideológica se logró en la formación de las naciones, esto fue
posible porque los movimientos coincidieron de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba: la difusión de
la lengua nacional fue central para formación de las naciones; adquirir la lengua fue útil para el éxito
individual y la movilidad social. Esta presión dual no está presente en ninguna política que intente limitar
la difusión del inglés. Muchos creen que la posibilidad que uno tiene de beneficiarse en el mercado
global, de conseguir empleo dentro de una corporación trasnacional, de informarse a través de noticias
globales, de participar en una cultura global o de influir en instituciones regulativas globales o alistarse en
sus organizaciones de ayuda depende, en primera instancia, de la habilidad que uno tenga para
comunicarse en las lenguas dominantes en sistemas, instituciones, relaciones y contactos globales.
Cualquier política nacional que intente limitar la adquisición de la competencia del inglés por parte de sus
ciudadanos, el prerrequisito “necesario pero no suficiente” para acceder a influyentes redes de poder,
estructuras económicas globales y nuevos desarrollos científicos y tecnológicos, sería burlada. Ya sea que
el deseo de aprender inglés sea el producto o no de procesos hegemónicos o el resultado de una elección
racional, será imposible desviar la determinación de la gente por medio de legislaciones o políticas. Los
europeos ya lo han demostrado.
No es sorprendente que los lingüistas críticos se opongan al argumento de que el inglés puede
considerarse como utilitario, simplemente un bien público que permite el progreso. En un texto capital
para profesores de inglés a hablantes de otras lenguas, Alistair Pennycook (1994) examina el discurso que
ha construido el inglés como un lenguaje internacional neutral, beneficioso y natural. Examina cómo
incorporar el inglés afecta a los estudiantes, ubicándolos en una nueva posición dentro del orden social.
Las relaciones personales con el capitalismo, la modernidad, la democracia, la ayuda internacional y la
educación están mediadas mayormente por el inglés. La crítica de Pennycook al papel del inglés en el
sistema capitalista se opone a la visión optimista de que el inglés podría ser un medio neutral para la
modernización, el progreso y la prosperidad. Demuestra que el inglés “ayuda a legitimar el orden mundial
contemporáneo” y es usado como “guardián” de los relucientes premios del capitalismo. Pennycook
adopta una postura principalmente foucaultiana de estos problemas, puesto que considera las prácticas
discursivas como constitutivas de sistemas sociales y objeto mismo de conflicto (Foucault 1972). Por esta
razón, suele subestimar la dimensión socio-político-económica de formación de poder (Holborow 1999).
No negamos que las prácticas discursivas y la elaboración de ideología sean constitutivas de la presente
situación lingüística, pero creemos, junto con Holborow, que esto es sólo una verdad parcial. Las
relaciones de poder están constituidas a través de fuerza y dinero, así como a través de discurso. Estos tres
elementos se enlazan, de hecho, de una forma compleja. El modelo discursivo posmoderno tiende incluso
a llevar a los autores a concentrarse en la imposición de arriba hacia abajo de la ideología y a relegar la
muy fuerte y expandida demanda de abajo hacia arriba para entrar y ser parte del proceso. Para considerar
a aquellos que quieren ser parte de redes, estructuras e intercambios globales como completamente
engañados por la manipulación hegemónica desde el centro del capitalismo hay que negar
representatividad a la amplia mayoría. Es difícil aceptar que los sujetos individuales nunca son
competentes y que sus motivaciones y razones no se desarrollan a veces a partir de una evaluación
desapasionada de las oportunidades abiertas ante ellos y las limitaciones que operan sobre ellos.
La limitación de estos enfoques opositores es clara desde las soluciones sugeridas. Phillipson
parece proponer un nacionalismo lingüístico como una estrategia para combatir el neo-imperialismo
lingüístico de centros angloparlantes. Esto, sin embargo, falla al no tomar en cuenta cómo se ha
desarrollado la formación de naciones en los últimos años. Sorenson (2002) reconoce que los problemas
de los estados recientemente constituidos deriva en parte de la dependencia en el mercado mundial, pero
además hace una lista de los problemas internos que contribuyeron a esto: administración e instituciones
débiles, gobierno basado en la coerción más que en la ley y bajos niveles de cohesión social. Sorenson
dirige nuestra atención a los fracasos de los nuevos nacionalismos y nos recuerda que, incluso cuando el
nacionalismo ha tenido éxito en sus propios términos, como en el nacionalismo del siglo XIX, el
resultado ha estado lejos de ser universalmente beneficioso. En la disputa entre los males del

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nacionalismo (lingüístico) y los males de la globalización (lingüística), la elección no parecería ser tan
clara como lo sugieren las soluciones de Phillipson.
Pennycook (1995, 2000b), por otra parte, afirma que el inglés no puede extirparse. Es realista en
su evaluación de las limitaciones de aquellos que quieren afectar prácticas y relaciones lingüísticas, y
perspicaz en su insistencia de que el lenguaje no puede ser reificado. Propone un “posmodernismo de
principios” que pueda responder a los problemas políticos y éticos que el presente estado de hechos
lingüístico produce. Su tesis es que, si bien el uso del inglés no puede ser neutral, puesto que participa en
el mantenimiento de las elites, tampoco tiene ninguna característica esencial (Pennycook 1994). Uno
puede apropiárselo y convertirlo en la propiedad de aquellos que lo usan. Afirma que “el inglés ofrece una
comunidad de hablantes a través de la cual pueden ser discutidas posiciones opositoras” (1994: 326). Al
posicionarse a sí mismo en la tradición de la pedagogía crítica (la idea de Freire de que la educación
puede funcionar para el cambio social), llama a que la profesión de la enseñanza combata los sistemas
perniciosos:

El inglés es la lengua principal a través de la que operan las fuerzas de la explotación neo-colonial, pero es
además la lengua a través de la cual pueden proponerse, tal vez con mayor efectividad, las contra-
articulaciones más comunes. (Pennycook 1994: 326)

Sin embargo, a causa de su reticencia a tratar con el contexto político y económico, no confronta todos los
factores constituyentes identificados por algunos comentadores (Holborow 1999). Su enfoque relativista
ha sido incluso considerado como un freno a la acción y su plan para resistir en las aulas, para luchar en
“contextos locales”, no apunta realmente al problema principal: la necesidad de una lengua franca para un
mundo globalizado y para el intercambio, las redes y las estructuras de un sistema crecientemente
posnacional. A pesar de esta crítica, el trabajo de Pennycook ha abierto el debate en el sector de los
profesores de inglés y hay un influyente grupo que podría ser considerado como pennycookiano.
Canagarajah, otro teórico clave, reflexiona a partir del concepto de apropiación y muestra los procesos
por los cuales una lengua llega a pertenecer tanto a los hablantes de nuevos ámbitos como a los hablantes
de los ámbitos tradicionales (1999).
Otros teóricos no son tan optimistas. Se concentran en las dificultades que presenta un medio de
educación de lengua segunda al estudiante individual (Tollefson 2002; Skutnabb-Kangas 2000) y resaltan
la injusticia inherente a las relaciones de lengua franca, puesto que la lengua del grupo más poderoso se
impone sobre el menos poderoso. Postulan que la educación necesaria para usar esa lengua no llevará
forzosamente a los estudiantes de la lengua segunda a una posición de igualdad con respecto a aquellos
para quienes es una lengua primera y, al competir por trabajo o acceso a la educación, no tendrán el
mismo nivel de oportunidades (Tollefson 1991). Sostienen que el uso del inglés en la educación puede
dificultar el aprendizaje, porque los estudiantes no lo dominan lo suficientemente bien y esto contribuiría
al fracaso escolar (Skutnabb-Kangas 2000). Muestran cómo el medio inglés en la educación secundaria
actúa como un filtro efectivo de clase y asegura que sólo un grupo de la elite complete la escolaridad
(Mazrui y Mazrui 1998). Sin embargo, este argumento no reconoce el hecho de que la educación ya está
siendo impartida a través de una lengua segunda para enormes cantidades de personas. Como la mayoría
de las lenguas del mundo no tienen una forma escrita, los hablantes de estas lenguas siempre reciben
educación en otra lengua, si reciben alguna educación o alfabetización. El problema de los derechos
lingüísticos en la educación es, por lo tanto, más complejo que la simple elección de lengua franca global
versus lengua materna, por lo que volveremos a este tema en la parte III.

5. La necesidad de una lengua global

En otras disciplinas de la academia, se ha discutido el dilema fundamental de la justicia, puesto


que los sujetos de un mundo multilingüe quieren trascendencia y canales para la comunicación. El trabajo
de Van Parijs (2002) y Pool (1991) sobre justicia lingüística se nutre del concepto rawlsiano de
imparcialidad. Creemos que remontarse al marco filosófico básico es útil porque allí se encuentran
expuestas elecciones que no son siempre aparentes en los pormenores del estudio de casos. Pool sostiene
que sólo hay dos alternativas para asegurar una igualdad de oportunidades en una situación multilingüe y
formar una comunidad de comunicación. La primera es que todos aprendan la lengua de todos los otros.
La segunda es que todos aprendan una lengua que sea ajena al grupo.
Los estudios bilingües (Appel y Muysken 1987; Hamers y Blanc 1989; Romain 1995; Li Wei
2000) han consistido en mostrar que el mutuo aprendizaje de lenguas nunca es el camino elegido; el
1
bilingüismo social siempre es asimétrico, puesto que el grupo de aprendizaje más débil aprende la lengua
del más poderoso por las razones de fuerza, dinero y prestigio ampliamente comentadas más arriba.
Los estudios de lenguas artificiales muestran que también difícil es lograr la solución neutral. En
las cinco décadas anteriores a la Primera Guerra Mundial, la comunidad científica europea debatió las
alternativas para la comunicación una vez que las lenguas nacionales reemplazaron al latín como medio
para la investigación científica. La solución favorecida durante este período fue una lengua franca
planificada que pudiera actuar como un lenguaje auxiliar para el intercambio entre los científicos. De
hecho, se inventaron varios lenguajes internacionales desde sus principios. El movimiento tuvo mucho
apoyo entre científicos prominentes (i.e. Ostwald) y lingüistas (i.e. Jespersen) pero con el tiempo no se
llegó a nada. Hoy en día las lenguas artificiales, como el esperanto, son descartadas, como lo ha
demostrado el rechazo de los intentos a favor de adoptar una lengua para la Unión Europea (Wright
2000a).
En la globalización, las necesidades de comunicación no pueden lograrse por medio de la primera
solución de Pool, el aprendizaje de todas las otras lenguas, y es poco probable que se resuelvan por medio
de la segunda. La adopción de una lengua artificial fracasó al intentar ser puesta en práctica incluso en el
momento más propicio, cuando la idea tenía amplio apoyo. Una tercera alternativa, la traducción
mecánica, tampoco provee una solución. La empresa ha probado ser mucho más difícil de lo que sugerían
las primeras predicciones. Los resultados han sido hasta ahora decepcionantes y sería optimista creer que
los avances necesarios para resolver los problemas de comunicación intergrupales se resolverán en el
futuro cercano (Schwatzl 2001).
La cuestión lingüística está, actualmente, resolviéndose por sí misma a través de los principios de
la adopción de una lengua franca, discutidos en capítulos anteriores, y el inglés es la solución para el
presente y el futuro cercano. Los argumentos de los artículos especializados que lamentan el dominio del
inglés son comprensibles pero el hecho mismo de que esta oposición se presente en inglés para una
audiencia que usa el inglés muestra que su existencia como medio común no está irrevocablemente unida
a ninguna perspectiva mundial. De hecho, es posible construir un argumento fuerte de que una lengua
común, si fuera necesario el inglés, es fundamental para el desarrollo de futuros planes políticos.
En los lugares donde las estructuras de producción, conocimiento, finanzas y seguridad están
organizadas en el nivel global (Strange 1996) y donde las relaciones económicas, políticas y sociales no
están limitadas por fronteras, uno puede sostener que la existencia de una lengua franca ampliamente
difundida es un bien público. Todos reconocemos que terminar con la corrupción política, refrenar
prácticas injustas, nivelar evidentes desigualdades con algunas redistribuciones o proteccionismos,
proteger los bienes públicos como los recursos no renovables y el medio ambiente, o reforzar el
cumplimiento de la ley equitativamente es inmensamente difícil de lograr, incluso dentro de las
comunidades nacionales, donde hay estructuras políticas de asistencia social e interconexión para alentar
el esfuerzo. Lograr justicia a nivel global parece incluso más problemático, principalmente porque estas
estructuras y la interconexión que promueven no están presentes y esta ausencia de control político es la
que han condenado justamente los opositores y críticos de la globalización. Para llenar este vacío, es muy
útil tener una lengua que permita un foro donde el intercambio, el desafío y la condena puedan comenzar
a tener lugar. Construir una superestructura política dependerá de la existencia de una comunidad de
comunicación, sin la que no habría círculos internos de inclusión ni círculos externos de exclusión. Los
agentes morales que podrían empezar a constreñir los excesos del capitalismo de libre mercado y la
competición despiadada dependen del lenguaje. Mientras que la fuerza sostenida por el poder y el dinero
puede funcionar sin el lenguaje, la fuerza y el control a través del consenso necesitan de la comunicación.
Para humanizar la globalización económica, necesitamos una fuerte y creciente interconexión,
con la esperanza de que podamos reproducir en el nivel global algo de la integración vertical y cohesión
horizontal de la sociedad, que fue uno de los resultados positivos del nacionalismo. Es difícil concebir
cómo esto podría ocurrir sin conocimientos e intercambios mutuos y esto sería un hecho poco sistemático
sin el desarrollo de una comunidad de comunicación. Es difícil concebir cómo el lado inaceptable de la
globalización política y económica podría ser contenido nunca si las víctimas siguieran separadas
lingüísticamente e no pudieran construir redes globales de resistencia.
La escuela de pensamiento que ataca a aquellos que ven el inglés como capaz de cumplir este
papel como neo-colonialistas, pro-capitalistas y triunfalistas tiene que recurrir a alguna otra cosa, y no
sólo a una retirada a las “zonas de silencio” de Steiner. Si la difusión del inglés es, además, el medio de
contra-discursos para contener los aspectos no deseados de la globalización, como lo sugirieron
Pennycook y Canagarajah, entonces puede convertirse en el medio por el que la regulación y la
redistribución podrían negociarse y construir un consenso que ponga límites. Su uso como un medio para
1
un foro nos permite comenzar a construir las estructuras necesarias para un control democrático. Una
lengua siempre tendrá asociaciones ideológicas, pero esto deriva de la forma en la que es empleada por
sus hablantes. Pensar de otra forma sería determinístico y podría malinterpretarse la naturaleza misma del
lenguaje. No deberíamos reificar la lengua en este debate. Sólo es un medio para sus hablantes.
En esta posición, una lengua común es un bien público del que todos se benefician. Van Parijs
(2002) sostiene que, en un mundo ideal, los costos para este bien público universal deberían ser
compartidos más equitativamente. Actualmente, el sistema es asimétrico. Tanto los costos de oportunidad
involucrados en la adquisición de una lengua segunda, como los costos financieros de profesores, libros y
espacios de clase, son costeados por los que aprenden inglés como lengua franca. Aquellas sociedades
cuyos ciudadanos la adquieren en la socialización durante la niñez se ahorran la carga de la adquisición
formal. Van Parijs sostiene que esta asimetría no es inevitable y hace una sugerencia radical, que es
extremadamente idealista pero muy defendible en términos de justicia. Sostiene que como todas las
sociedades se benefician de una lengua común, aquellos que ya poseen esa lengua deberían ayudar a
financiar los costos de su adquisición en otras sociedades. En tanto una estrategia redistributiva, se dirige
a la explotación inherente a la necesidad de otros de aprender inglés, expuesta por Phillipson, pero es
poco probable que encuentre mucho apoyo en un mundo regido por el mercado, en general, y el agresivo
medio comercial de la enseñanza de la lengua inglesa, en particular.

6. ¿Una lengua o varias?

Parece claro que planificar estatus y lengua franca no es compatibles; ha sido imposible promover
o limitar la difusión de lenguas francas en cualquier sociedad, excepto en sociedades totalitarias.
Entonces, ¿es también cierto que cualquier tipo de corpus de planificación para mantener la naturaleza
unitaria del lenguaje es igualmente ineficiente? Hay un tensión clave aquí puesto que la naturaleza del
desarrollo lingüístico irrestricto es centrífuga y lleva hacia la heteroglosia, pero la utilidad del inglés
como lengua franca es justamente que su enorme cantidad de hablantes puede comunicarse. Esta sección
considerará brevemente cuán cohesiva puede esperar ser la comunidad de comunicación y cómo
problemas sobre propiedad y apropiación pueden hacer la lengua más aceptable para usuarios
individuales pero con menor utilidad para ellos y otros hablantes. Hay que mencionar los problemas de
estándar y pluricentrismo.
Kachru (1985) creó un marco teórico de tres círculos concéntricos para categorizar a los usuarios
de inglés. El círculo interno está formado por sociedades en las que el inglés es el medio de la vida
pública y privada y donde el inglés es abrumadoramente la lengua primera de los hablantes. El círculo
exterior representa sociedades donde el inglés es usado por el estado como una lengua oficial, a pesar de
que puede no ser la lengua primera de todos los ciudadanos, o donde el inglés tiene un papel significativo
como lengua adicional, en la educación, por ejemplo. En muchos de estos estados, se desarrollan formas
distintivas del inglés por lo que se aceptan crecientemente como la norma local apropiada (i.e. el singlish
[el inglés de Singapur], el inglés nigeriano). Pakir (1999) ha llamado a este proceso lingüístico
globalización. El tercer círculo de Kachru, que está expandiéndose rápidamente, consiste en aquellos
estados cuyos miembros usan el inglés para la comunicación internacional.
Leitner (1992) es sólo uno entre los muchos lingüistas que han discutido el modelo de Kachru.
Identifica las tensiones dentro de cada una de las categorías y se pregunta si hay diferencias sistemáticas
entre los hablantes de los diferentes círculos. Yano, al llevar a cabo una revisión similar de las categorías
de Kachru diez años después, confirmó el análisis de Leitner. Estas divisiones pueden ser inútiles puesto
que la metáfora asigna a los hablantes a una jerarquía que puede no existir. Los científicos de un país
categorizado en el círculo exterior pueden estar trabajando y publicando en inglés en el nivel más alto de
competencia lingüística; el agricultor rural de un estado donde el inglés es extensivamente usado en sus
instituciones y en sus ciudades puede tener un conocimiento mínimo o no tener ningún conocimiento. La
imagen de los círculos concéntricos sugiere, sin embargo, penetración y concentración dentro de una
sociedad como un todo que tal vez sí es útil. La clasificación en círculos concéntricos nos advierte incluso
dónde puede haber apropiación y, por lo tanto, elaboración de normas diferentes. En el círculo exterior,
donde el inglés es aprendido como lengua extranjera y usado intergrupalmente, raramente hay formas de
la lengua que se diferencien claramente (Yano 2001), excepto en el caso de aprendizaje imperfecto e
interferencia, cuando surgen formas diferentes de interlengua. Esto ocurre, tal vez, como un fenómeno de
corto plazo. Más adelante, algunos aspectos de la interlengua podrían fijarse y generalizarse,
particularmente donde es menos probable, estadísticamente, que los profesores del círculo que se expande

1
sean hablantes nativos del inglés y donde el inglés es usado principalmente en la interacción entre
aquellos para quienes es una lengua adicional.
No hay, por lo tanto, garantías de que los usuarios del inglés mantendrán una inteligibilidad mutua,
menos aún normas comunes. De hecho, las variedades del círculo exterior ya están exhibiendo un alto
grado de divergencia. La apropiación de la lengua que Pennycook y Canagarajah consideraron como la
forma de reconciliar a los estudiantes con la necesidad de adquirir el inglés lleva a la domesticación y, en
última instancia, a la división, particularmente donde el lenguaje se convierte en un medio de creatividad.
Es poco probable que intentos de imponer estándares del círculo interno sean universalmente aceptables.
Cuando la corriente conservadora de lingüistas británicos propuso aceptar una sola norma lingüística, la
del inglés británico (Quirk 1985), había una fuerte resistencia en esa dirección. Kachru resumió la
posición del círculo externo:

En mi opinión, la difusión global del inglés ha tomado un vuelco interesante: los hablantes nativos de esta
lengua han perdido la prerrogativa exclusiva de controlar su estandarización; de hecho, si las estadísticas
actuales son una indicación válida se han convertido en una minoría. Este hecho sociolingüístico debe ser
aceptado y sus implicaciones reconocidas. (Kachru 1985: 30)

Svartvik (1985) hablando como miembro del círculo expandido de los usuarios del inglés como lengua
extranjera desechó la tesis de Kachru:

La gigantesca inversión actual en el idioma inglés en países como el mío (Suecia) es realmente defendible
sólo mientras la habilidad adquirida pueda ser usada como medio de comunicación internacional (…) No
puede hablarse de una comunidad o asociación angloparlante entre los suecos hablantes de inglés (…) Su
norma es la norma del hablante nativo (…) No son grupos productores de normas (…) El fuerte argumento a
favor del inglés como un medio internacional es que es la lengua más ampliamente usada pero seguirá siendo
útil sólo mientras siga siendo intercomprensible. (Svartvik 1985: 33)

Esta posición sigue estando fuertemente representada en los países donde el inglés sólo tiene
funciones de lengua franca. La conferencia de profesores de inglés a hablantes de otras lenguas de 2002
en París trató el problema del imperialismo lingüístico como punto de partida para una discusión de una
mesa redonda y se reveló un muy fuerte apoyo por el modelo estándar del centro. Estos profesores
informaron que sus estudiantes sólo querían una herramienta y que cualquier proceso de apropiación
estaría en contra de sus intereses puesto que los privaba de algunos de los hablantes con los que contaban
poder comunicarse.
Sin embargo, la situación puede ser diferente en donde el inglés tiene un papel tanto intra como
intergrupal. Los hablantes de la India del inglés, sobre los que nos informa Berns (1992), han aprendido
inglés para hablar principalmente con otros indos y para conseguir acceso a una educación superior
dentro de su propia sociedad. Berns discute las razones profundas de este grupo para desarrollar una
variedad que los marca como distintos y contribuye a la cohesión e identidad intragrupal. Sin embargo,
este punto de vista se remonta al pasado del estado nación y de la construcción de identidad enraizada en
el territorio. De ahora en adelante, es probable que la identidad derive de las redes trasnacionales que se
sostienen en el interés y el trabajo y que cruzan las fronteras territoriales. Esto puede generar variedades
socio-profesionales que trascienden la ubicación geográfica. De hecho, en la perspectiva de Jenkins
(2000) y Seidelhofer (2000), las variedades profesionales trasnacionales del inglés ya pueden ser
identificadas.
Ahora bien, si un grupo internacional, económicamente poderoso e influyente, ve la necesidad de
promover una norma para mantener la inteligibilidad, existe la posibilidad de que la proveniencia de la
estandarización pueda hacerla más aceptable. El inglés estándar internacional podría desarrollarse en una
comunidad de comunicación que no derivaría exclusivamente de un solo grupo nacional o
exclusivamente de uno de los tres círculos concéntricos.

7. Conclusión

La evidencia esbozada en este capítulo determina que el papel del inglés en la globalización
deriva de muchas razones además de las habituales para ser adoptado como lengua franca. No es
aprendido sólo porque da acceso al poder y el prestigio de un centro, sino porque permite los
intercambios, las redes y las estructuras de un sistema posnacional creciente. Es el medio que permite a

1
los individuos trascender su pertenencia grupal y parece que esto es lo que quiere hacer la gente. Lo
segundo es que hay poco espacio para maniobrar. Uno puede ver la difusión del inglés como un proceso
hegemónico en el que aquellos que están desvalidos contribuyen a sus propias desventajas al aceptar
unirse a la comunidad de la comunicación. O uno puede ser optimista en que la difusión del inglés pueda
proveer los medios para construir los foros en los que el control político de los nuevos sistemas pueda ser
negociado. O uno puede ver los límites de la difusión como la creación de una división global entre
aquellos que participan en la estructura, los intercambios y las redes de la globalización y aquellos que
no. No importa qué postura se tome, una cosa es clara. La elección de la lengua está dictada por fuerzas
exteriores al control de los legisladores nacionales y no puede ser resistida por ningún bloque anti-
globalización. Intentar oponerse a un consenso que se ha construido mundialmente no es posible desde
ningún ámbito. Planificar el estatus en el nivel global no parece, desde ninguna de las evidencias
disponibles, una actividad útil ni razonable. Como dijo Kachru: “el inglés… viene desde canales que
evitan las estrategias concebidas por los planificadores de la lengua” (Kachru 1994: 137).
La difusión del inglés claramente tiene lugar, pero quiénes ganarán y quiénes perderán en este
proceso no está tan definido como pretenden los teóricos críticos y los marxistas. Puede haber cierta
verdad en la descripción de Fishman de la actual difusión del inglés como la “democratización de un
recurso antiguamente elitista” (Fishman 1996: 7) si lo vemos desde la perspectiva de la longue durée de
Braudel. Actualmente, Fishman parece optimista puesto que los hablantes y estudiantes de inglés todavía
no son las masas del mundo no hablante de inglés, sino sus elites y las que quieren ser elites. La difusión
del inglés se parece mucho a la globalización, un fenómeno que sólo ha afectado y beneficiado hasta
ahora a las clases urbanas y medias del mundo en desarrollo. Sin embargo, Grin (1999) puede muy bien
ser profético cuando afirma que en algunos escenarios el inglés está camino a convertirse en una
habilidad banal e irrelevante como la alfabetización. Sostiene que la competencia en inglés ya no es un
capital cultural exclusivo puesto que ahora lo poseen muchos. Comenta un tipo de democratización en el
contexto europeo en el que el inglés como competencia lingüística se ha convertido en “necesaria pero no
suficiente, un requisito básico para un montón de profesiones, actividades y asociaciones”. No puede ser
una herramienta para una clausura social puesto que está muy extendido, pero provee un medio con una
base común que la humanidad necesita para desarrollarse en este mundo interconectado. Y su misma
banalidad y generalización tiene que sugerir un cambio en el equilibrio de poder en tanto los hablantes
nativos del inglés monoglotas se convierten en un grupo minoritario en una comunidad de comunicación
donde la amplia mayoría usa el inglés como lengua franca.

Traducción de Paulina Bettendorff, realizada para la cátedra Sociología


del Lenguaje, FFyL, UBA, 2007.

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