Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
Algunos conceptos elaborados por la tradición filosófica tienen la virtud de resistir el desgaste
del tiempo y volver a cobrar vitalidad en las discusiones del presente. Uno de esos conceptos
es el de phrónesis (prudencia), cuya determinación terminológica fue establecida por
Aristóteles en los escritos sobre ética. En tiempos de ostensible complejidad e incertidumbre,
como los nuestros, es un síntoma destacable del pensamiento actual, la preferencia por el
concepto de phrónesis en lugar del concepto más orgulloso de epistéme, para dar cuenta de
los desafíos que plantea el conocimiento y la acción.
La división que Aristóteles establece dentro de la diánoia entre un logos teorético y un logos
práctico, ayudó a acentuar una ambiguedad ya latente en el concepto de phrónesis: la de
representar tanto un conocimiento éticamente desinteresado, como también incluir en su
significación un conocimiento "interesado" de carácter utilitario y pragmático. Así, por
ejemplo, ophélimos y symphéron, como adjetivos que suelen acompañar el uso de phrónesis,
poseen un significado ambiguo, pues ya expresan lo que es conveniente en sentido egoísta,
como lo que es moralmente beneficioso. Esta circunstancia oscurece la transparencia
semántica de phrónesis: ¿es un saber práctico-moral o es un saber práctico egoísta-
pragmático?. Esta posibilidad exegética de phrónesis vuelve interesante su interpelación
dentro de las teorías actuales sobre la racionalidad de la acción.
Dos tradiciones en las que hunde sus raíces la conceptualización de phrónesis como
racionalidad práctica -la tradición platónica y la popular-literaria- subyacen en el fondo de
esta cuestión. Como mostró muy bien Aubenque, las fuentes de la doctrina aristotélica de
phrónesis hay que buscarlos, más que en la Academia platónica, en la tradición prefilosófica
popular, sobre todo en la tragedia griega, la que "posiblemente disimula, en sus sentencias,
más verdad sobre el hombre, el mundo y los dioses, que la antropología, la cosmología o la
teología sabia de los filósofos" (Aubenque, 1986, p. 25-26).
La síntesis que Aristóteles había hecho entre una phrónesis como capacidad intelectual
(socrático-platónica) y una phrónesis eminentemente práctica y pragmática (tradición
popular y literaria) no deja de ser más que una síntesis conflictiva, y es observable que
Aristóteles no logró conciliar satisfactoriamente ambos elementos de la tradición: por un
lado, rehabilita la noción tradicional de phrónesis a través de las metáforas de “medida”,
“equilibrio” y “moderación”referidas a la práxis-; por otro lado, no abandona del todo la
inspiración platónica de phrónesis como capacidad del intelecto: la phrónesis no es epistéme,
pero por ello no deja de ser un conocimiento, ya no de las cosas más elevadas, aunque en
los asuntos humanos, es el conocimiento mejor posible.
De acuerdo con los análisis de la acción en el libro III de la Ética nicomaquea, corresponde a
la phrónesis una función de deliberación y selección (“adaptación”)de medios (acciones) para
alcanzar un fin propuesto. Explícitamente se afirma que el saber fronético no es
determinante de la rectitud del fin o del bien a realizar en la acción, sino la disposición ética.
De este modo, la rectitud de la acción (o de la vida en su conjunto) depende de la inclinación
del carácter, pues sólo un carácter bien dispuesto asegura el deseo de un fin recto; la
cuestión de la eficacia y rectitud de los medios para alcanzar el fin queda como la función
exclusiva de la phrónesis. Se corre el riesgo, así, de concebir al saber práctico como un mero
cálculo eficaz ejercido sobre los medios, indiferente a la calidad del fin perseguido. Tal
reducción "técnica" de phrónesis -apoyada
Si bien es posible compatibilizar los dos esquemas de acción, con lo cual esta diferenciación
no puede llevarse demasiado lejos, esta duplicidad es importante pues nos da un indicio de
que la racionalidad práctica de la phrónesis parece operar en dos sentidos: como una
racionalidad de medios para fines y como una racionalidad de aplicación de lo universal a lo
particular (tal es el caso de la epiekeia).
Cuando Aristóteles delimita el saber fronético del saber científico, del saber técnico y,
también, del saber filosófico-especulativo, no hace otra cosa que reconocer la singularidad de
un saber que rige la acción, no a espaldas de ella, sino en medio de ella. En función de su
objetivo como areté dianoetiké -decide aquí y ahora cómo actuar para realizar el bien
humano- incluye en su contextura el deseo y la disposición ética, es decir toda la
complejidad del ser moral o êthos del hombre. Este entramado entre la phrónesis, el deseo
y la disposición ética, parece ser el recurso extremo al que apela Aristóteles para neutralizar
el riesgo de una racionalidad orientada más hacia la adecuación de medios a fines, que a la
elección de los fines mismos de la acción.
IV. El desafío de la Ilustración: prioridad del deber.
Como es bien sabido, Kant excluye la prudentia de la moralidad. Bajo el peso de la tradición
kantiana, el principio de la prudencia se expone como “el amor de sí mismo ilustrado”
(Frankena, 1965). El punto de vista moral se separa del punto de vista de la prudencia.
Aunque la prudencia como conocimiento práctico no necesariamente es inmoral, puede llegar
a serlo. En definitiva, representará en lo sucesivo una capacidad intelectual amoral.
Como resultado del proceso de racionalización, se produce ese fenómeno que Weber
denominó el "desencantamiento" del mundo, metáfora que da cuenta sugestivamente del
estado de ánimo del hombre moderno frente al avance de la racionalización de los ámbitos
de existencia. La declinación de las imágenes filosóficas y religiosas que en el pasado
cumplían una función vinculante en la vida social se constata como el hecho sociológico más
relevante de la modernidad (Weber, 1978).
Otra consecuencia: el monoteísmo axiológico ha dado lugar al politeísmo axiológico en el
cual cada uno tiene su propio dios. Esto significa que en materia de valores y/o fines rige un
relativismo axiológico en el que opera otra forma de acción y racionalidad: la accción
racional-axiológica. En El político y el científico (1967), Weber se refiere a las "éticas de la
convicción" de cuño kantiana y protestante, a las que distingue de una "ética de la
responsabilidad".
Según la "ética de la convicción" hay actos que deben realizarse porque encierran valores
intrínsecos, sin que importen las posibles consecuencias que se sigan. Los valores últimos
orientan la intención de la acción, haciendo abstracción de los medios y, sobre todo, de las
consecuencias probables. Esta ética se configura como un rechazo explícito del mundo
empírico, es una ética de otro mundo. Aquí domina el valor que como tal se resume en una
creencia subjetiva imposible de objetivar. Frente al valor, la argumentación cede su lugar a la
fe. Por esto se explica, también, que la racionalidad de medio-fines sea para Weber la única
que posibilite un conocimiento objetivo, en tanto excluye de su dominio las valoraciones. La
racionalidad teleológica a diferencia de la racionalidad axiológica toma en cuenta las
consecuencias de la acción y es valorativamente neutral.
En Tras la Virtud, Alasdair MacIntyre afirma que la visión contemporánea del mundo es
predominantemente weberiana, en tanto esta concepción -la del politeísmo axiológico- es
responsable del triunfo de la cultura emotivista. Desde el punto de vista del emotivismo, la
práctica social moderna exhibe lo siguiente:
? la pregunta sobre los fines son preguntas sobre los valores y la razón calla ante el intento
de justificarlos. Los valores descansan en una elección o decisión cuya justificación es
puramente subjetiva.
De acuerdo con esto, Weber se presenta como un emotivista que ha borrado la distinción
entre poder y autoridad. En efecto, según Weber, ninguna autoridad puede legitimarse en
criterios racionales (autoridad religiosa, política), con excepción de la autoridad burocrática
que apela a su propia eficacia; y es en esa apelación donde se ve que la autoridad
burocrática es el poder triunfante. En oposición a ello, MacIntyre apela al modelo aristotélico
de las virtudes éticas, en el que destaca: 1) que la pericia burocrática del experto que
conecta medios y fines de manera valorativamente neutra no encuentra lugar en una cultura
en donde la racionalidad de la phrónesis esté firmemente vinculada a las virtudes éticas
(1987, p.195-6); 2) que la visión aristotélica de las acciones prohibidas u obligatorias es
teleológica, aunque no consecuencialista (1987, p.190) y 3) el carácter contextual del
ejercicio de la phrónesis asociada a las virtudes éticas.
Pero, buscar el bien tanto como ejercer la virtud es una tarea imposible de realizarse
individualmente. Uno pertenece a una familia, a una ciudad, a un país, de cuyas tradiciones
hereda "una variedad de deberes, herencias, expectativas correctas y obligaciones" (1987,
p.271), que en su conjunto conformarán la substancia de la vida moral. De este modo, tanto
la práctica de las virtudes éticas como de la virtud intelectual de la phrónesis se ejercen
dentro de un marco contextual que es la tradición.("Una tradición es una discusión que se
desarrolla a través del tiempo...") La identidad moral que el yo encuentra en su tradición no
implica que el yo no pueda cuestionar las limitaciones morales de esa tradición. Ocurre que
"sin esas particularidades morales de las que partir, no habría ningún lugar desde donde
partir; en el avanzar desde esas particularidades consiste el buscar el bien, lo universal"
(1987, p.272). La conclusión de MacIntyre es que el yo reforzado por la identidad que le
presta la unidad narrativa de una historia, que en el fondo se entronca en la historia de las
tradiciones, es en gran parte lo que ha heredado del pasado. El yo forma parte de una
historia que le escribe parte de su guión. Por eso, le guste o no le guste, el yo es soporte de
su tradición.
VII. Phrónesis como racionalidad hermenéutica.
Ahora bien, la función de aplicación dentro del ámbito de la práxis ético-política corresponde
al saber práctico o prudencia que Aristóteles tematiza con la palabra phrónesis. La prudencia
se refiere tanto a los hechos singulares y cambiantes, como a las reglas universales de
acción. La presencia en la elaboración aristotélica de un lenguaje silogístico -por ej. el
razonamiento práctico del acrático- confirma esta función de aplicación, según la cual la
acción se representa como una relación entre lo universal (principios o reglas) y lo particular
(descripciones de hechos y situaciones). Tambien en la tradición medieval se atestigua la
asignación a la prudencia la capacidad de aplicar el conocimiento universal a las cosas
particulares: "prudentia applicat universalem cognitionem ad particularia" (St.Th.II,
II,49,1ad1). La prudencia tiene, entonces, la función de llenar la distancia infinita que existe
entre los principios demasiados generales y la diversidad de las situaciones particulares
opaca al pensamiento racional o, lo que es igual, la distancia también infinita entre la real
eficacia de los medios y la realización del fin. Esta distancia infinita, que se expresa en el
nombre "contingencia", exige ser llenada por mediaciones laboriosas e inseguras,
corriéndose siempre el riesgo de fracasar. Una cosa es segura: si el bien o lo mejor posible
no puede concretarse, hay que seguir el ejemplo del piloto avisado que para llegar al
objetivo "adopta como segunda navegación el menor mal" (Et.nic.1139a34-35).
De esta manera, en la concreción del saber práctico se efectúa una aplicación hermenéutica:
si el saber práctico fuera un conocimiento científico o técnico, lo justo en general sería
determinado objetivamente y conocido previamente a la situación de acción. En este sentido,
la aplicación consistiría o bien en el reconocimiento de una acción como un caso particular de
ejemplificación de una ley universal, o bien en la configuración de la vida humana de acuerdo
a un modelo. En ambas alternativas, la aplicación es determinante, pues las acciones son
determinadas ya por principios objetivos ya por reglas técnico-prácticas. Difieren sólo en la
forma de la relación entre lo universal y lo particular, pues en la primera alternativa la
relación es de "ejemplificación" y en la segunda, la relación conduce a la "imitación" (la vida
humana como obra de arte). Pero, la aplicación del saber práctico es hermenéutico, lo que
implica una mediación heurística: lo justo aquí y ahora debe ser descubierto en la mediación
del saber práctico universal y la situación particular, a través de un proceso deliberativo que
es también autodeliberativo en tanto implica al que debe actuar. Esto supone que el saber
práctico no es completo por sí mismo, sino que necesita de la situación para completarse y
adquirir un
contenido. Uno debe ser capáz de ver en cada situación, lo que ésta exige de uno a la luz de
lo que es justo en general (Gadamer, 1989, p.25-26). En la forma de operar de la conciencia
moral del agente, como también en la conciencia del jurista por la epikeia, se pone en juego
una racionalidad que debe calificarse de "hermenéutica", y esa racionalidad corresponde a
ese singular conocimiento que la tradición denominó phrónesis y prudentia. En este sentido,
es necesario preguntarse sobre el alcance de la observación que Vattimo realiza cuando
afirma que en Verdad y Método no se discute nunca a fondo sobre la cuestión de la
"racionalidad" de la hermenéutica (Vattimo, 1994, p.149-151).
Por su parte, Apel -el otro principal referente junto con Habermas de la ética comunicativa-
a partir de la teoría comunicativa de la acción y su racionalidad propuesta por Habermas
introduce algunos elementos que para nuestro objetivo son de suma importancia. En primer
lugar, Apel reconoce la vigencia hasta hoy de la racionalidad teleológica técnico- instrumental
como standard de racionalidad de la acción social. Esta racionalidad incluye a) la teoría
matemática de la elección racional, b) de la decisión racional y c) de la teoría estratégica de
los juegos. Es particularmente esta última teoría la que aclara la estructura de la racionalidad
de la interacción como una racionalidad estratégica: "reciprocidad reflexionada de la
instrumentalización" (los actores aplican un pensamiento instrumental a objetos que se sabe
hacen lo mismo con esos actores) (Apel, 1986).
Esta distinción, aclara Apel, sólo puede hacerse desde la racionalidad consensual
comunicativa y no desde la racionalidad estratégica. Sólo desde la racionalidad comunicativa
puede pensarse una racionalidad ética, es decir "una razón práctica legisladora en el sentido
de Kant" (Apel, 1991).
http://www.favanet.com.ar/ratio/pub7.htm
"no actuar conforme a ninguna otra máxima que la que pueda tenerse también a sí misma por
objeto como una ley general". (...) Cada sujeto particular, al examinar sus propias máximas para
ver si son idóneas como principio de una legislación universal, tiene que suponer esas mismas
máximas de acción a todos los demás sujetos como máximas igualmente obligatorias para ellos.
Las leyes morales son abstractamente universales en el sentido de que, al valer para mí como
generales, eo ipso tienen que ser pensadas como válidas para todos los seres racionales. De ahí
que bajo tales leyes la interacción se disuelva en acciones de sujetos solitarios y autosuficientes,
cada uno de los cuales tiene que actuar como si fuera la única conciencia existente, y sin
embargo, tener al mismo tiempo la certeza de que todas sus acciones, que se sujetan a leyes
morales, concuerdan necesariamente y de antemano con todas las acciones morales de todos los
demás sujetos posibles.7
Según Kant, la estructura racional, común a todos los hombres, posibilitaría encontrar en todos ellos la máxima del
imperativo categórico.8 La norma, si es verdadera norma, ha de valer para todos.
Sin embargo, aquí mismo encontramos implícito el mismo mecanismo relativista del que hablábamos, que no es otro
que el péndulo de la razón instrumental a la razón instrumentada. La búsqueda de autonomía total de las normas sólo
es válida si dicha autonomía disfruta de las libres realizaciones que permite el contexto. De este modo, la falta de
autonomía puede consistir en la uniformidad abstracta que supondría una ley general que tuviera validez en todo
caso, o la aceptación acrítica de cualquier forma cultural como válida.
Esto significaría una aplicación del funcionamiento deductivo de la razón al campo de la normatividad moral de las
acciones, por el cual una norma de valor universal, al ser aplicada al caso concreto, puede encontrar una justificación
en el terreno de la praxis y puede aislarse incluso de la condición moral de los agentes, posibilitando la cohesión
política y social. De esta manera se conseguiría lo siguiente:
"(...) disponer unas contra las otras fuerzas de las distintas inclinaciones egoístas, de modo que las
unas detengan los efectos destructivos de las otras o los neutralicen: de esta suerte el resultado
para la razón es como si esas fuerzas no existiesen, y así el hombre, aunque no sea un hombre
moralmente bueno, se ve, sin embargo, obligado a ser un buen ciudadano. El problema de la
erección del Estado, por arduo que pueda parecer, es resoluble, incluso para una raza de diablos
(con tal de que tengan entendimiento), y es el siguiente: "Supuesta una multitud de seres
racionales que necesitan para su preservación leyes universales, pero cada uno de los cuales se
siente secretamente inclinado a eximirse de ellas, organizarlo de tal forma y darles una
constitución de tal suerte, que aunque en sus intenciones secretas tiendan a destruirse los unos a
los otros, se vigilen y neutralicen mutuamente de modo que en su comportamiento público el
resultado sea el mismo que si no tuvieran esas malas intenciones".9
Lo incondicionado de esta obligatoriedad podía transformarse en lo condicionado de las formas históricas, o bien las
formas históricas transformarse en un incondicionado, que por el hecho de llevar el sello del factum, de lo que se da
de hecho, de lo cultural dado -pero en cuanto dado, natural, hecho primigenio- ha de aceptarse. En cualquier caso se
juega con un factor incondicionado: en el caso de la posición universalista, la autonomía de la conciencia libre de las
determinaciones y de la casuística de lo empírico, y en el caso del relativismo, el factum de lo dado, de la
determinación histórica como válida en cuanto meramente histórica.
http://www.ucm.es/info/especulo/numero19/univers.html
Racionalidad Comunicativa- Habermas.
Habermas y Apel han construido, sobre bases kantianas, un concepto de racionalidad práctica que intenta
subsanar las dificultades derivadas de la racionalidad deontológica de Kant, la cual ha merecido justamente
las críticas elevadas por MacIntyre. Asumen el proceso weberiano de "racionalización", es decir, la
emergencia de una racionalidad burocrática empeñada en armonizar medios con fines predeterminados y su
consecuencia -el politeísmo axiológico-, pero lo incluyen en el marco de un proceso más vasto que coincide
con la realización del programa de la Ilustración 1[7].
El concepto de una acción comunicativa, diferente de la acción racional-teleológica, hace posible la idea de
una racionalidad práctica, ella misma normativa, pero, a diferencia de la racionalidad práctica kantiana, no
será monológica (paradigma de la conciencia), sino dialógica o discursiva (paradigma del lenguaje). Estamos
ante una racionalidad que hunde sus raíces en el lenguaje humano, más precisamente, en su dimensión
pragmática. Tanto Habermas como Apel reconocen que el uso lingüístico está orientado originalmente a
producir entendimiento, al acuerdo entre los interlocutores. Como afirma Habermas en Teoría del Obrar
Comunicativo, "el acuerdo es inherente como "télos" al lenguaje humano" 2[8]; de allí que por acción
comunicativa se entienda, finalmente, las interacciones en que "todos" los participantes concilien sus
intereses individuales y sigan "sin reservas" sus metas ilocucionarias. La ética del discurso tomará en cuenta,
entonces, la consideración pragmática del lenguaje en tanto privilegia la concepción del lenguaje como
proceso de comunicación. De todo ello, se sigue una reorientación general de la filosofía entera hacia la
filosofía del lenguaje.
. Autonomía y eticidad.
A partir de la teoría comunicativa de la acción y su racionalidad propuesta por Habermas, Apel introduce
algunos elementos que para nuestro interés son de suma importancia. En primer lugar, Apel entiende la ética
del discurso como una mediación entre la demanda kantiana de autonomía y la demanda hegeliana de
inserción en una eticidad sustancial. Una consecuencia metodológica será: "la ética discursiva, a diferencia de
una pura ética deontológica de principios proveniente de Kant, no puede partir de un punto de vista abstracto
ajeno a la historia...Más bien, tiene que considerar que la historia humana - también la de la moral y la del
derecho - ha comenzado desde siempre, y la fundamentación de normas concretas (por no hablar de su
aplicación a las situaciones) puede y debe conectarse, también ya siempre, a la eticidad concretada
históricamente en las correspondientes formas de vida. Sin embargo, la ética discursiva no puede ni quiere
renunciar al punto de vista universalista del deber ideal que Kant alcanzó" 4[10]. Aclaremos: la autonomía del
individuo se conserva totalmente en relación con el consenso de una comunidad ideal de comunicación;
puede comparar y cuestionar los resultados de un consenso real de acuerdo con su concepción de un
consenso ideal; pero no puede renunciar al discurso apelando al punto de vista subjetivo de su conciencia,
pues si lo hace, no responde a su autonomía, sino a su idiosincrasia. Pero, por otro lado, la ética del discurso
reconoce la necesidad de los discursos reales para la formación de consenso, discursos que están siempre
condicionados por la pertenencia a una fuerte tradición de valoración en el sentido de una determinada
forma de vida sociocultural. Pero este reconocimiento no significa negar al individuo el derecho a una
reserva moral respecto de la eticidad. Se trata de alejar la tentación de una posible regresión por debajo del
nivel alcanzado por la Ilustración.
http://www.salvador.edu.ar/vrid/publicaciones/revista/varela.htm
1
2
3
4