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«Escuchad. Cuando oréis, decid: “Padre nuestro que estás en los Cielos, santificado sea tu Nombre,
venga tu Reino a la tierra como está en el Cielo, hágase tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo.
El pan nuestro de cada día dánosle hoy, perdónanos nuestras deudas así como nosotros se las
perdonamos a nuestros deudores, no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del Maligno”»
Jesús está de pie. Se había levantado para decir la oración. Todos le han imitado, atentos y
emocionados.
«No hace falta nada más, amigos míos. En estas palabras está encerrado, como en un aro de oro, todo
lo que el hombre necesita, para el espíritu y para la carne y la sangre; con estás palabras pedís cuanto
les es útil al espíritu, a la carne y a la sangre, y, si hacéis lo que pedís, obtendréis la vida eterna. Tan
perfecta es esta oración, que no será menoscabada ni por el tempestuoso oleaje de las herejías ni por
el paso de los siglos. La mordedura de Satanás fragmentará el cristianismo; muchas partes de mi
carne mística sufrirán la separación, para formar células aisladas en el vano deseo de constituirse en
cuerpo perfecto, como será el Cuerpo místico de Cristo (el formado por la totalidad de los fieles
unidos en la Iglesia apostólica, que será la única verdadera Iglesia mientras exista la tierra). Estas
partículas, separadas, privadas por tanto de los dones que habré de dejar a la Iglesia Madre para
nutrir a mis hijos, se llamarán de todas formas cristianas, pues darán culto a Cristo, y, a pesar de su
error, siempre recordaran que de Cristo han venido. Pues bien, también ellos dirán esta oración
universal. Recodadla bien. Meditadla continuamente. Aplicadla en vuestras acciones. Basta para
santificarse. Si uno estuviera sólo, entre paganos, sin iglesias, sin libros, tendría ya en esta oración
todo lo cognoscible para meditar y una Iglesia abierta en su corazón para esta oración; tendría una
regla segura y una segura santificación.
El padrenuestro
Poema del Hombre – Dios (fragmento)
“Padre nuestro”
Yo le llamo “Padre”. Es Padre del Verbo, Padre del Encarnado. Así quiero que le llaméis vosotros,
porque vosotros sois uno conmigo, si permanecéis en mí.
El hombre debía echarse rostro en tierra para exclamar, suspirando, envuelto en los temblores del
miedo, la palabra “Dios”. Quien no cree en mí y en mi palabra está todavía inmerso en este temblor
paralizador… Observad lo que sucede en el Tempo: no sólo Dios, sino incluso el recuerdo de Dios,
están celados tras triple velo a los ojos de los fieles. Separaciones de espacio, separaciones con velos,
todo se ha tomado y aplicado para decir al que ora: “Tú eres fango; Él, Luz. Tú, abyecto; Él, Santo.
Tú, esclavo; Él, Rey”.
El padrenuestro
Poema del Hombre – Dios (fragmento)
¡Mas ahora!... ¡Alzaos! ¡Acercaos! Yo soy el Sacerdote eterno, puedo tomaros de la mano y deciros:
“Venid”. Puedo descorrer el velo del Templo y abrir de par en par el inaccesible lugar que ha
permanecido cerrado hasta ahora. ¿Y por qué cerrado?... Por la Culpa, sí; pero aún más clausurado
por el pensamiento degradado de los hombres. ¿Por qué cerrado, si Dios es Amor, si Dios es Padre?...
Yo puedo, debo, quiero elevaros al azul del Cielo, no rebajaros al polvo; no que estéis lejanos, sino
cerca; no como esclavos, sino como hijos que se reclinen sobre el pecho de Dios.
“¡Padre! ¡Padre!”, decid. No os canséis de pronunciar esta palabra. ¿No sabéis que cada vez que la
decís el Cielo resplandece por la alegría de Dios? Aunque no expresarais otra palabra, diciendo ésta
con verdadero amor ya haríais una oración grata al Señor. “¡Padre! ¡Padre mío!”, dicen los
pequeñuelos a sus padres. Ésta es la primera palabra que dice: “Madre, Padre”. Pues vosotros sois
los pequeñuelos de Dios. Yo os he generado: con mi amor he destruido el hombre viejo que erais,
haciendo nacer así al hombre nuevo, al cristiano. Invocad, pues, al Padre santísimo que está en los
Cielos con la primera palabra que aprenden los niños.
¿Teméis no ser escuchados? ¡Oh, no! Considerad esto: si uno de vosotros tiene un amigo y ve que no
tiene pan y debe dar de comer a otro amigo o pariente que ha llegado a su casa al final de la segunda
vigilia, irá al primero y le dirá: “Amigo, préstame tres panes, porque tengo un huésped que ha venido
ahora y no tengo qué darle de comer”, ¿podrá, acaso, oír como respuesta desde el otro lado de la
puerta: “No me molestes, que ya he cerrado la puerta, la he trancado, y mis hijos duermen a mi lado;
no puedo levantarme a darte lo que me pides”? No. Si es un verdadero amigo al que se ha dirigido, y
si insiste, recibirá lo que pide. Lo recibiría incluso aunque el amigo fuera poco bueno, por su
insistencia, porque aquel a quien se lo pidieran, con tal de que no le molestasen, se apresuraría a
darle cuantos panes quisiera.
El padrenuestro
Poema del Hombre – Dios (fragmento)
Más vosotros, cuando dirigís vuestra oración al Padre, no os dirigís a un amigo de este mundo, sino al
Amigo perfecto que es el Padre del Cielo. Por tanto, os digo: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis,
llamad y se os abrirá”, pues a quien pide se le da, quien busca halla, y a quien llama se le abre la
puerta.
¿Qué padre, a su propio hijo que le pide un pan, le pondrá en la mano una piedra?, ¿qué padre dará a
su hijo una serpiente en vez de un pez asado? Un padre que se comportase así con su prole sería un
sinvergüenza. Ya lo he dicho, pero lo repito para moveros a sentimientos de bondad y confianza. Así
pues, si uno que estuviera en su sano juicio no daría un escorpión en vez de un huevo, ¡cómo no os va
a dar Dios con mucha mayor bondad lo que pidiereis!, en efecto, Él es bueno, mientras que vosotros,
por el contrario, en más o en menos, sois malos. Pedid, pues, con amor humilde y filial vuestro pan al
Padre.
Vosotros, sin embargo, que no estáis acorazados dentro de infaustas doctrinas y aún más infaustas
pasiones, orad así. Orad con humildad para que Dios impida las tentaciones. ¡Ah, la humildad!
¡Conocerse como uno es! Sin deprimirse, pero conocerse. Decir: “Soy juez imperfecto de mí mismo y,
aunque no me lo parezca, podría ceder. Por tanto, Padre mío, tenme, si es posible, libre de las
tentaciones; tan cerca de ti que no permitas al Maligno que me dañe”. Debéis recordar, en efecto, que
no es Dios quien tienta al Mal, sino que es el Mal el que tienta. Rogad al Padre para que sostenga
vuestra debilidad, de forma que no pueda el Maligno introducirla en la tentación.