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1ª ACTITUD EMPÁTICA
b) Respuesta empática.
A menudo tenemos la tentación responder queriendo resolver los problemas del
otro, evitándole todo sufrimiento, dándole nuestras opiniones, juicios o
valoraciones. Paro lo que debemos hacer es buscar juntos, comprender juntos,
razonar juntos, contrastar las distintas posibilidades, ayudar a descubrir los recursos
que se pueden movilizar.
A una escucha activa le corresponde una respuesta que consiga comunicar
comprensión. El arte está en construir una repuesta de manera sencilla, centrada en
la persona, que le permita experimentar que lo que está viviendo es precisamente lo
que el acompañante está comprendiendo.
2ª ACEPTACIÓN INCONDICIONAL
3º CONGRUENCIA
La congruencia se refiere a la coherencia de cada persona, a la buena comunicación
consigo mismo y con los demás. En primer lugar la congruencia se daría en el acuerdo
entre nuestra expresión verbal y la no-verbal: mirada, gestos, tono de voz, postura
corporal...; si no existe ese acuerdo transmitiremos un doble mensaje que provocará
ambigüedad y desconcierto en la persona que nos escucha.
En segundo lugar al acuerdo interno de la persona de modo que la conciencia esté
abierta a percibir todos los sentimientos y vivencias importantes que me afecten en la
relación. Es necesario que el acompañante sea una persona psicológicamente sana a este
nivel ya que cualquier ambigüedad o incomunicación interior se mezclará en la relación
con el muchacho (en este sentido aparecen peligros: las contratransferencias, la
posibilidad de lanzar al muchacho mensajes dobles, la exageración de las normas o
requisitos a cumplir... todo ello motivado por la no resolución de conflictos
subconscientes del acompañante).
Definir el perfil del acompañante hoy día es complejo ya que en seguida nos vienen a
la mente figuras de guía, director, colega, terapeuta, técnico, testigo... Es cierto que el
acompañante roza o se nutre de algunas de estas figuras pero no acaba de encajar en
ninguna de ellas dado el perfil actual de nuestra juventud y la misión que se pretende
llevar a cabo:
El acompañante no es el guía que abre caminos al muchacho, ya que es el propio
muchacho el que debe ir descubriendo la senda que el Espíritu le marca y esta no
tiene por qué ser la misma que en su día recorrió el acompañante.
El acompañante no es el director que marca el ritmo, sino más bien se mantiene fiel
al ritmo que se va suscitando en el muchacho.
El acompañante no es un colega al mismo nivel que el muchacho, la empatía y la
cercanía son imprescindibles en la relación de acompañamiento pero la perspectiva
con que se ve el camino recorrido y sobre todo por recorrer, hace distintos los roles
y las percepciones de ambos.
El acompañante no es el psicólogo que escucha y resuelve los problemas, sino
alguien que se pone en situación de construir en compañía del chaval.
El acompañante no es el técnico que enseña contenidos con una gran argumentación
sino alguien que testimonia con su vida que se puede vivir en “abundancia” (Jn
10,10) y que convence por lo que hace y es, no por lo que piensa y dice.
El acompañante no es mero espectador de las cosas que pasan en el muchacho sino
que tiene que ayudar activamente a éste, para esto hace falta discernir lo que va
pasando en el muchacho y saber cooperar con la Verdad de la llamada que cada uno
recibe.
¿Cuál es pues la figura del acompañante?: la de ser maestro: «Hoy los jóvenes
reclaman, efectivamente, no tanto valores cuanto modelos visibles y concretos que
encarnen los valores... Necesitan un modelo de vida del que aprender y con el que
caminar.» (Urbieta J. R., Acompañamiento de los jóvenes, p.31).