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Actitudes del acompañante.

En este proceso de acompañamiento es imprescindible una actitud empática, de


escucha y de espera atenta a la comunicación del muchacho, pero esto no es suficiente
ya que hay que saber comportarse de manera diferente según la necesidad y la situación
del muchacho (no basta sólo con saber escuchar), hay que entender y acoger la
experiencia del otro, pero al mismo tiempo tomar perspectiva de modo que el muchacho
pueda responder con suficiente seguridad pero sin bloquear su desarrollo (sin crear
dependencias).
Por otro lado lo fundamental no son las técnicas que utilice el acompañante sino sus
actitudes personales; como dice Rogers, el problema en esta labor es que no es un modo
de actuar sino un modo de ser. Carl Rogers señala tres actitudes básicas en toda relación
de ayuda: la empatía, la aceptación incondicional y la congruencia. Estas actitudes no
son técnicas o acciones esporádicas que utilizo, sino tendencias constantes de la propia
personalidad, ejes que estructuran la personalidad del acompañante a la hora de situarse
frente a sí mismo y frente a los demás.

1ª ACTITUD EMPÁTICA

La empatía se refiere a la capacidad de captar el mundo del otro desde el otro,


desde su marco de referencia, desde su perspectiva, ser capaz de salir de mí mismo para
situarme en el otro en actitud de escucha a su mundo interior. El muchacho debe ser el
principal artífice del cambio y por tanto todas sus opiniones y sentimientos deben ser
tomados en cuenta, el acompañante tiene que situarse en la misma longitud de onda que
el chico y ser capaz de seguir su línea de pensamiento. No se trata de imponer o
demostrar nuestra línea de pensamiento sino de situarse en la perspectiva del muchacho
y desde ahí facilitarle el cambio desde lo que cada muchacho es, sin tratar de acomodar
al muchacho al pensamiento del acompañante.
Para que un diálogo, un encuentro entre personas sea de ayuda debe darse en él
la comprensión. Comprensión como capacidad de captar el significado de la experiencia
ajena y como capacidad de devolver este significado a quien lo vive, para que él sienta
realmente que está siendo comprendido.
La empatía es pues:
• Una actitud, una disposición interior de la persona que se despliega en
habilidades concretas.
• La posibilidad de asimilar la persona del otro, de penetrar en su afectividad, de
sentir con él (no como él).
• Es un movimiento unilateral hacia el otro.
• Es fruto de una disposición interior.
• Lleva a la comprensión de los demás, a un conocimiento íntimo y concreto de la
personas, nacido del verdadero interés y de la inteligencia. Es un conocimiento
que va más allá de las apariencias y de las manifestaciones de la conducta del
otro.
• Una percepción particularmente fina y sensible a las manifestaciones del otro.
• Un esfuerzo por sintonizar con él: ¿qué significan para él sus manifestaciones?
¿qué siente el otro?.

Esta actitud empática ha de traducirse en habilidades de comunicación:


a) Escucha activa
• Exige disposición a acoger el mundo exterior, el mensaje que se nos envía.
• Es mucho más que oír, requiere atención.
• Significa, sobre todo, querer comprender.
• Supone tener en cuenta que hay un mundo más grande detrás de las palabras y es
querer penetrar en su opacidad.
• Es centrarse en el otro.
• Supone hacer callar al conjunto de voces que murmuran dentro de nosotros y
que se llaman recuerdos, remordimientos, alegrías, preocupaciones, sentimientos
diferentes...
• Supone un cierto “vacío de sí”, de las cosas propias y de los prejuicios.

b) Respuesta empática.
A menudo tenemos la tentación responder queriendo resolver los problemas del
otro, evitándole todo sufrimiento, dándole nuestras opiniones, juicios o
valoraciones. Paro lo que debemos hacer es buscar juntos, comprender juntos,
razonar juntos, contrastar las distintas posibilidades, ayudar a descubrir los recursos
que se pueden movilizar.
A una escucha activa le corresponde una respuesta que consiga comunicar
comprensión. El arte está en construir una repuesta de manera sencilla, centrada en
la persona, que le permita experimentar que lo que está viviendo es precisamente lo
que el acompañante está comprendiendo.

La respuesta empática supone:


• La aceptación de la comunicación del otro, de su personalidad, de su historia,...
sin juzgar.
• No desdramatizar. Desdramatizar es quitarle algo, en calidad o en cantidad, a lo
que afirma la otra persona. Lleva a quitar importancia emotiva a lo que el otro
comunica.
• No comparar con otras situaciones o con otros que estén en situaciones
parecidas.
• No generalizar ya que elimina la singularidad y excepcionalidad de lo que el
otro comunica.

2ª ACEPTACIÓN INCONDICIONAL

La aceptación incondicional se refiere a la neutralidad e imparcialidad en relación


con el otro, de modo que a la hora de situarme frente al muchacho tengo que prescindir
de cualquier juicio de valor respecto a su persona o a sus actitudes, constatando y
haciéndome cargo de su realidad sin tomar postura. No se trata de situarse ante el
muchacho y aceptar su realidad de manera fría e impersonal, sino de manera cálida y
cordial de modo que el muchacho se sienta libre de elegir lo que él quiera, sin sentir la
amenaza de un juicio o una evaluación por nuestra parte (esto podría provocar que el
muchacho respondiese según las expectativas que él cree que nosotros tenemos sobre
él).
La aceptación incondicional no significa estar de acuerdo con el muchacho o tener
los mismos valores y referencias que él, sino permanecer en una disposición tranquila y
comprensiva sin condicionar lo que el otro está diciendo, valorar al otro porque es
persona y no analizarlo como si fuera un objeto, no discriminar ninguna experiencia y
acogerlas todas por igual (buenas o malas, de nuestro agrado o no). Esta actitud crea un
espacio y un ambiente propicios para que se dé la auténtica libertad y para que el otro
descubra desde sí mismo cómo es y desde ahí decida cómo quiere ser. A la hora de
hacer propuestas vocacionales, nuestra misión es sólo ofrecer lo que creemos que da la
Vida, pero siempre habrá que respetar profundamente la libertad y la responsabilidad de
cada persona y creer en sus posibilidades a pesar del error que pueda cometer según
nuestro parecer (su vida es suya y nadie tiene derecho a decidir por él). En cualquier
caso la propuesta, el consejo, la sugerencia vendrán siempre después de que en la
relación se haya creado ese clima de respeto y libertad.
Presentamos esta aceptación personal en tres direcciones:

a) Ausencia de juicio moralizante, respeto total.


Esto se traduce en la inicial suspensión por parte del acompañante de todos aquellos
sentimientos, actitudes y juicios nocivos en toda la relación significativa con la
persona. Se trata de considerar a la persona digna de un respeto sagrado, por encima
de sus comportamientos, aunque el acompañante no los considere válidos o
correctos. La ausencia de juicio moralizante no implica que se apruebe toda la
conducta como buena, sino que se evita proyectar sobre el otro la propia escala de
valores.
Esta disposición se traduce en modalidades de intervención que pueden expresarse
de la siguiente manera:
• Evitar dar órdenes y directrices.
• No exhortar o moralizar.
• Evitar dar consejos y soluciones hechas.
• No expresar juicios positivos o negativos.
• No poner en ridículo o ironizar sobre las cosas que le cuentan.
• No utilizar etiquetas.
• No imponer el propio criterio sobre lo que es bueno o malo.
• Evitar emitir un veredicto sobre la persona y sus comportamientos.

b) Confianza y consideración positiva.


La consideración positiva supone fiarse del otro, de sus recursos para afrontar su
situación.
El acompañante debe descubrir al otro como valioso, percibir sus potencialidades y
depositar en él una fe incondicional. Esta consideración positiva no cae en el error
de la ingenuidad. Es capaz de ver también los límites y las dificultades, y
precisamente por eso confía en que hay posibilidades de afrontarlos.

c) Acogida de toda su persona especialmente del mundo emotivo.


El mundo de los sentimientos es central para esta relación de crecimiento porque
son una dimensión fundamental en la situación que vive la persona y por el influjo
que esto puede tener en el acompañante.
En nuestra cultura se nos invita muchas veces a no experimentar ciertos
sentimientos (no estés triste...no sientas ira...) esto puede generar sentimientos de
culpa y llevar a la persona a una marginación emotiva o de incomprensión que no
favorece el crecimiento.
Tenemos que tener claro que los sentimientos no son ni buenos ni malos, no entran
en el terreno de lo moral, lo importante es lo que la persona hace con esos
sentimientos.
En el proceso de acompañamiento hay que ayudar al acompañado a que acoja sus
sentimientos, a que no se avergüence de ellos, a que no se sienta culpable por sentir.
Muchas veces, la labor es ayudar a que el acompañado ponga nombre a esos
sentimientos. Para hacer esto, el acompañante tiene que integrar su propio mundo
emotivo ya que en la medida que uno es capaz de integrar los propios sentimientos
será capaz de comprender los de los demás.

3º CONGRUENCIA
La congruencia se refiere a la coherencia de cada persona, a la buena comunicación
consigo mismo y con los demás. En primer lugar la congruencia se daría en el acuerdo
entre nuestra expresión verbal y la no-verbal: mirada, gestos, tono de voz, postura
corporal...; si no existe ese acuerdo transmitiremos un doble mensaje que provocará
ambigüedad y desconcierto en la persona que nos escucha.
En segundo lugar al acuerdo interno de la persona de modo que la conciencia esté
abierta a percibir todos los sentimientos y vivencias importantes que me afecten en la
relación. Es necesario que el acompañante sea una persona psicológicamente sana a este
nivel ya que cualquier ambigüedad o incomunicación interior se mezclará en la relación
con el muchacho (en este sentido aparecen peligros: las contratransferencias, la
posibilidad de lanzar al muchacho mensajes dobles, la exageración de las normas o
requisitos a cumplir... todo ello motivado por la no resolución de conflictos
subconscientes del acompañante).

 PAPEL DEL ACOMPAÑAMNTE

Definir el perfil del acompañante hoy día es complejo ya que en seguida nos vienen a
la mente figuras de guía, director, colega, terapeuta, técnico, testigo... Es cierto que el
acompañante roza o se nutre de algunas de estas figuras pero no acaba de encajar en
ninguna de ellas dado el perfil actual de nuestra juventud y la misión que se pretende
llevar a cabo:
 El acompañante no es el guía que abre caminos al muchacho, ya que es el propio
muchacho el que debe ir descubriendo la senda que el Espíritu le marca y esta no
tiene por qué ser la misma que en su día recorrió el acompañante.
 El acompañante no es el director que marca el ritmo, sino más bien se mantiene fiel
al ritmo que se va suscitando en el muchacho.
 El acompañante no es un colega al mismo nivel que el muchacho, la empatía y la
cercanía son imprescindibles en la relación de acompañamiento pero la perspectiva
con que se ve el camino recorrido y sobre todo por recorrer, hace distintos los roles
y las percepciones de ambos.
 El acompañante no es el psicólogo que escucha y resuelve los problemas, sino
alguien que se pone en situación de construir en compañía del chaval.
 El acompañante no es el técnico que enseña contenidos con una gran argumentación
sino alguien que testimonia con su vida que se puede vivir en “abundancia” (Jn
10,10) y que convence por lo que hace y es, no por lo que piensa y dice.
 El acompañante no es mero espectador de las cosas que pasan en el muchacho sino
que tiene que ayudar activamente a éste, para esto hace falta discernir lo que va
pasando en el muchacho y saber cooperar con la Verdad de la llamada que cada uno
recibe.
¿Cuál es pues la figura del acompañante?: la de ser maestro: «Hoy los jóvenes
reclaman, efectivamente, no tanto valores cuanto modelos visibles y concretos que
encarnen los valores... Necesitan un modelo de vida del que aprender y con el que
caminar.» (Urbieta J. R., Acompañamiento de los jóvenes, p.31).

Hay tres formas de afrontar un acompañamiento según en quién o en qué nos


centremos:
1. Centrarse en el acompañante. El acompañante es el que sabe y el chaval va en
busca de respuestas. De esta manera el acompañamiento se trasforma en un
conjunto de recetas, consejos y respuestas que el acompañante da al chaval. El
peligro de esta forma de afrontar un acompañamiento es que el acompañante le
dice al acompañado lo que tiene que hacer y esto no le ayuda a crecer en
libertad.
2. Centrarse en la metodología. Lo importante es el método o los recursos para
afrontar las necesidades del chaval. En esta manera de acompañar lo importante
se centra sólo en la forma y en la técnica. El Chaval pasa a un segundo plano y
el acompañamiento deja de ser algo al servicio de la relación de ayuda
transformándose en un fin en si mismo.
3. Centrarse en el acompañado. Lo importante no es tanto lo que le tengo que
decir sino como voy a tratar al chaval (fomentando la confianza, evitando la
manipulación, fomentando el diálogo, y usando más la escucha que la
palabra…). Lo más importante es la relación que se crea entre el acompañante y
el acompañado, donde este último tiene un espacio de libertad para poder crecer.

Aunque hay que centrarse en el acompañado, no debemos olvidar que la formación


y las técnicas usadas por el acompañante son también importantes y necesarias.

ALGUNAS CUESTIONES PARA AYUDAR A LA


PUESTA EN COMUN
Después de profundizar en la figura del acompañante:
1. ¿Has tenido alguna vez experiencia de hacer acompañamiento o de
ser acompañado?. Coméntala.
2. ¿Qué cualidades ves que tienes para hacer acompañamiento?
3. ¿Qué dificultades crees que puedes encontrar?
4. De lo dicho anteriormente ¿Qué actitudes crees que te pueden
servir en tu labor como profesor o tutor? ¿Por qué?.
5. Fijándonos en el “perfil del acompañante”, ¿nos situamos ante los
chavales como “maestros” o estamos educando desde otro rol
(psicólogos, guías, colegas…)?
6. Reflexiona acerca del papel que tiene un acompañante personal en
la educación de un chaval y en especial en su función dentro un
colegio.

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