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El propósito de las páginas que siguen es el de situar la opción por una pedagogía de la
unidad en el contexto de la actual situación cultural y social de Occidente, para poder calibrar el
alcance de una opción como la que se propone.
Entendemos como pedagogía de la unidad la que busca, en la formación de las personas, dar
la primacía y optimizar todo lo posible el universo de relaciones de los que participan en la acción
pedagógica, estableciendo, mediante dinámicas de reciprocidad y de articulación complementaria,
el tipo de relación armónica no uniformista que permite tanto el desarrollo de los individuos como
de la comunidad educativa en sus diversos niveles.
Esta tesis exigiría una fundamentación tanto antropológica como pedagógica, pero, por el
momento, se presenta hasta qué punto resulta imprescindible hoy. De hecho, la UNESCO en el
Informe Delors, ha presentado como programa educativo el lema “Aprender a vivir juntos”.
1. Mirando nuestro contexto social.
1.a) El multiplicarse del pluralismo. Las sociedades occidentales se están convirtiendo en
un crisol multirracial, multicultural, multirreligioso. Fundamentalmente a causa de la emigración, la
movilidad social, los refugiados, los matrimonios mixtos, etc... Esta situación constituye todo un
reto para los pedagogos.
→ Porque cambian los parámetros clásicos de la convivencia y muchas de las coordenadas
habituales que regían nuestras conductas y criterios pedagógicos, con frecuencia se quedan
estrechas o resultan inservibles ante las nuevas situaciones (ej: clase de religión en Bélgica: 60% de
musulmanes).
→ Porque culturas muy diversas que hasta hace poco habían permanecido recíprocamente
impermeables y con toda una carga de prejuicios seculares (Islam y Cristianismo) se ven obligadas a
convivir, a compartir vida, a entenderse. Y esta diversidad, afecta no sólo al universo religioso, sino
también a lo que los sociólogos entienden como “definiciones de realidad”, que son comunes para
todos los alumnos: comer, vestir, divertirse, hablar. Es preciso dialogar, ser creativos, afrontar
problemas nuevos.
→ Porque, al afrontar problemas comunes, como la educación, desde esta diversidad de
partida, no podemos seguir viviendo como si los otros no existieran o pedir, simplemente, que se
adapten a nuestro estilo peculiar, so pena de condenarles a reprimir elementos fundamentales de sus
raíces culturales y costumbres, generando así la situación de no inserción, de no integración, la
promoción de ghettos, de barrios ‘raciales’, etc...
1.b) La situación de creciente planetarización. Se habla de la globalización a todos los
niveles: económica, cultural, política. Esto se traduce en:
→ Una creciente complejización de los problemas. Ya no hay malos y buenos, superiores
o inferiores, o, simplemente izquierdas/derechas. Los problemas tienen muchas ramificaciones,
consecuencias impensadas, adherencias... No hay soluciones simples.
→ Una creciente interdependencia. Que se percibe en lo económico: la Bolsa y su
dependencia de crisis aparentemente lejanas (cuando Wall Street se acatarra, es Europa la que
estornuda...); en lo ecológico: la salud del planeta tierra depende tanto de las masas de bosque del
Amazonas, como del agujero en la capa de ozono en la Antártida o de la desertización del Sahel…
Pero también alcanza a lo político: los principios nacionalistas que estuvieron vigentes
durante siglos, como la independencia de los estados en asuntos propios, o el respeto del
autogobierno o la inviolabilidad de las fronteras, se están viendo desbordados por el proceso
histórico de multinacionales, injerencia humanitaria, ninguna nación puede sobrevivir en el
aislamiento… Incluso en la caída del muro ha tenido más parte el proceso de globalización que
otras cosas.
Pero donde quizá despliegue un tipo de influencia más profunda aunque quizá menos
visible es en lo cultural: aún no nos hacemos una idea precisa de la enorme influencia, de lo que
está suponiendo para esta mutua interacción de culturas, la aldea global de los MCS o las
consecuencias de Internet, probablemente, con consecuencias tanto positivas como negativas.
→ El mundo tiende irremisiblemente a la unidad: Protagonismo de la ONU, el
multiplicarse de las organizaciones internacionales, mercados continentales. Planetarización ya no
es una palabra utópica o fuera de contexto.
1.c) Esto se traduce en tensión: Entre lo general y lo particular.
La globalización está provocando una reacción defensiva, tendente a salvar las
particularidades: nacionales, regionales, de etnia, de tradición, de cultura, de religión.
⋅ Frente a la tendencia a la generalización que en la práctica supone la imposición de la
cultura dominante que tiende a aplanar las diferencias en un uniformismo empobrecedor.
⋅ Frente al pluralismo sin criterio, que equipara las diferencias como simples variaciones del
mismo tema.
Se origina así la defensa numantina de la propia identidad, por miedo a que en el proceso de
generalización, lo particular quede engullido, y se pierda la propia riqueza.
Por doquier surgen dialécticas: nacionalistas, racistas, religiosas, tribalismos culturales de
diverso corte. Hay una fuerte reivindicación de los derechos de las minorías ante la avalancha de
una cultura generalizadora que no tiene en cuenta las peculiaridades y se percibe como invasora. Por
desgracia, este talante también se está proyectando sobre la actividad pedagógica y, a menudo, se
observa en los niños la afirmación de la propia identidad social de tipo defensivo, por
contraposición a los otros.
Y aunque esta reacción sea lógica, lo malo del talante defensivo es que suele bloquear el
diálogo, incapacita para reconocer lo distinto con objetividad, porque da más relieve a los rasgos del
otro que suscitan inquietud o que se perciben como posible fuente de amenaza (aquí influyen
notablemente los prejuicios seculares), mientras deja en la penumbra los valores con que el otro
puede enriquecerme.
El reto del presente es lograr suscitar las actitudes que superen tanto el talante defensivo ante
lo distinto, como los prejuicios que nacen del desconocimiento, para intentar coordinar unidad y
pluralidad. Estamos en la confluencia de un creciente e irreductible pluralismo y, al tiempo, de una
insuprimible necesidad de convergencia y coordinación ante el hecho de la interdependencia.
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1.d) Estas tensiones se traducen en una doble tentación, en ambos casos negativa: la
tentación maximalista y minimalista.
Bajo la denominación de "tentación maximalista" se retrata la emergencia de los
fundamentalismos: secular, moral o religioso como reacción a la cultura moderna, a ese pluralismo
sin norte, al relativismo donde todo vale porque nada vale de verdad.
Se caracterizan por una defensa radical del propio punto de vista, de la propia identidad, de
las propias costumbres ante la llegada o presencia de otros estilos, perspectivas, costumbres que se
entienden como una amenaza.
Su desarrollo en el mundo árabe procede del rechazo de la increencia e irreligiosidad de la
cultura secularizada occidental, que se percibe como una agresión por parte de una tradición en la
que religión y cultura forman un todo homogéneo.
Su desarrollo en Occidente origina, en unos, el fundamentalismo moral de la desazón y
desconcierto ante el progresivo derrumbamiento de las certezas que sirvieron de punto de referencia
para la formación de la sociedad occidental y la progresiva sensación de que la cultura occidental ha
perdido el rumbo. Es el fundamentalismo moral que reclama un Estado fuerte, moralizador,
intolerante hacia las manifestaciones más negativas de descomposición (drogas, inmoralidad,
pornografía, aborto, disolución familiar...) que la sociedad de la libertad ha permitido que se
desarrollen en su seno y manifiesta un rechazo visceral hacia la cultura de la tolerancia moral.
En otros, origina el fundamentalismo secular (cabezas rapadas, neonazis,…) por la
percepción de que las costumbres, creencias y diversidad racial, que caracterizan a los que emigran
a las ciudades de Occidente suponen una amenaza latente o manifiesta para los usos y creencias
tradicionales de esta sociedad. Su rechazo se extiende hacia costumbres, estilos y modas que
consideran herencia perniciosa de ideologías dañinas (desde el comunismo, al movimiento ‘hippie’)
y aquí conectan con el conservadurismo moral.
En los tres casos, el gran riesgo es que la autoafirmación sin concesiones al diálogo, la
intolerancia radical que les caracteriza, identifica a los que son distintos como enemigos que
desarrollan una estrategia de desestabilización y, por tanto, como objetivos a combatir. Esto se
traduce en el intento de imposición por la fuerza: las conductas violentas, que, además, quedan
justificadas desde Dios, desde la moralización de la sociedad ante la dejadez de los políticos, o
desde la necesidad de abrir un futuro para los propios hijos.
Por otro lado está lo que se denomina la "tentación minimalista". Con ella se indica el
intento de respuesta que desde las claves de la modernidad se pretende dar a los problemas
emergentes. Se podría sintetizar así: Dado que estamos en una cultura donde todo es posible, donde
no hay canon ni norma y donde todo es cuestionable, basta con establecer un marco de tolerancia y
libertad para afrontar con solvencia los problemas de la globalización y el pluralismo. Es la aparente
solución que tiene más vigencia y aceptación entre nosotros. Mas no basta.
Si se califica como "tentación" es porque, aunque en apariencia sea intachable, tiene truco.
La tolerancia, siendo una palabra cargada de prestigio en nuestra sociedad, es ambigua. Porque
puede proceder de la acogida y aceptación del otro y entonces sí es valiosa, o puede tener como
raíz la simple indiferencia, el "pasar" del otro mientras a mí no me afecte. En este último caso, se
revela completamente ineficaz cuando aparecen los problemas. Porque no arranca de la aceptación
del distinto como distinto sino del desinterés y el olvido ("Mientras no moleste, que haga lo que
quiera"). Una tolerancia así entendida sólo establece un marco formal, una "comunión de mínimos",
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un mínimo común denominador, que reduce el ámbito del contacto o encuentro a un simple roce
superficial. Pero que aboca al conflicto cuando, por los problemas comunes sea preciso ir más allá.
1.e) Conclusión:
Se comprende entonces el reto que esto supone para la sociedad y la necesidad de afrontarlo
desde la pedagogía. Para que la identidad no se afirme desde el individualismo de la contraposición,
sino desde la apertura y la reciprocidad. Para que la distinción y el pluralismo presente no se perciba
como amenaza, sino como fuente de enriquecimiento. Para que se suscite la mentalidad de que sólo
aprendiendo a “formar sistema” unos con otros, a integrar las diferencias sacando partido de ellas,
se puede crecer, se pueden abrir perspectivas nuevas. Para que el respeto no sea fruto de la mera
indiferencia, sino de la aceptación del otro como diverso, pero del que necesito para ser yo mismo.
2) Mirando nuestra sociedad esquizoide.
La nuestra es una sociedad burguesa. Y este apellido, en su acepción más precisa, no
equivale a decir que es una sociedad acomodada, sino, más bien, que nuestra sociedad es
esquizoide. Es decir, se caracteriza por una neta escisión entre vida pública y vida privada. Como si
fueran dos mundos aparte, con reglas de juego diversas y criterios de actuación independientes y,
con frecuencia, opuestos.
Explicar con detenimiento esta configuración de nuestro sistema social nos llevaría mucho
tiempo. Baste reseñar algunos rasgos significativos. Mientras que en la vida pública reinan la
exigencia de la eficacia, el control legal, la determinación precisa de derechos y deberes, una moral
amparada por la ley y defendida por el derecho penal; la vida privada se considera un ámbito de
libertad donde no hay más reglas que las que uno mismo quiera asumir y donde el único límite
estriba en no afectar a la libertad de los demás. Basta mirar la regulación legal del uso de algunas
drogas para hacerse cargo: consumir no está penalizado, traficar sí.
Aunque esta distinción existe fundamentalmente en toda sociedad, la escisión entre ambas
dimensiones es tan fuerte en Occidente que está repercutiendo muy negativamente en algunos
campos que atañen al problema que abordamos. Como muestra valgan tres ejemplos:
2.a) Distancia entre lo ideal y lo real.
Lo Ideal. En el terreno intelectual, de las ideas que se abren paso y se van instalando en
el ideario social mayoritario, estamos asistiendo, en coherencia con el progresivo proceso de
globalización, al despertar de una serie de conciencias, de mentalidades acordes con la situación
objetiva que se nos viene encima: Conciencia ecológica, Conciencia antiarmamentista (pacifismo,
soluciones dialogadas a los conflictos), Conciencia antirracista, Conciencia solidaria (voluntariados,
ONG’s), Conciencia del creciente papel de la mujer y Conciencia democrática. Todo eso es positivo,
un signo que apunta hacia el futuro.
Sin embargo, a causa precisamente de la enorme esquizofrenia entre vida pública y vida
privada, se produce la extraña convivencia de estos principios con unas carencias de base que,
instaladas en la vida diaria de una mayoría de los ciudadanos, y promovida desde la cultura del
consumo que mayoritariamente se orienta hacia los individuos y su vida privada más que facilitar
la respuesta a estos desafíos, la pueden bloquear.
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Y es que la cultura vigente, postmoderna, es bastante contradictoria respecto de las
actitudes, los valores y las opciones que se requieren para que estas nuevas conciencias emergentes
se puedan desarrollar.
Lo real.
Una cultura individualista: poco abierta a las necesidades, urgencias y llamadas de los
otros, demasiado egocéntrica (propias necesidades y deseos).
Una cultura materialista: demasiado dependiente del consumo, de la satisfacción de las
propias necesidades, del bienestar, del "pasarlo bien", de la propia imagen, como para compartir o
cuestionar su riqueza.
Una cultura relativista: que, si bien es refractaria a las posturas absolutistas y esto puede
ser positivo, socava la firmeza de los valores, la continuidad de las actitudes, la consistencia de las
opciones morales y no proporciona las convicciones personales que se requieren para afrontar los
problemas y, sobre todo, para superar con constancia las dificultades inherentes a todo proyecto que
tenga que bregar con la diversidad.
Una cultura que desconfía de la razón y promociona las experiencias: Aunque haya
razones para desconfiar de los grandes discursos por el uso ideológico que de ellos se hace la
razón y los instrumentos teóricos son los medios indispensables para justificar (es decir, hacer
razonable) y universalizar (es decir, hacer accesible a otros) las nuevas opciones que se precisan.
Una cultura que se desentiende de lo social y no cree en las instituciones públicas: se
produce un refugio en lo privado, en el pequeño rincón, deja sin horizonte y sin la perspectiva
necesaria el abordaje de los problemas globales.
Es decir, todo lo que rodea a la "postmodernidad" y su materialismo lúdico y vivido sin mala
conciencia, no parece la base más adecuada para desarrollar la respuesta adecuada a los problemas
inherentes a la globalización y el pluralismo.
Así se cae en la típica esquizofrenia burguesa: aunque se aspire a sanar teóricamente las
fracturas heredadas en todos los ámbitos (y no es la menos importante la fractura Norte/Sur que no
cesa de agrandarse) esto es puro idealismo, pues la mayoría carece en realidad del horizonte mental,
de los recursos morales, de los valores elegidos y de la capacidad de esfuerzo y sufrimiento para
afrontar el reto.
Conclusión: Existe un riesgo cierto de que los dinamismos inherentes a la globalización se
manipulen para servir exclusivamente al servicio de los intereses egoístas de los países más ricos y
poderosos. Y todas las protestas en torno al G7 (más Rusia), aunque se hayan convertido en el
paraguas que esconde también a anarquistas, ácratas, marginales, y demás tipos de gente que
sistemáticamente propugnan la violencia etc... nos hablan de este riesgo. Riesgo que puede llevar a
demonizar la globalización, presentándola como si fuera una estrategia provocada por los más
grandes en su propio beneficio, cuando se trata simplemente de un hecho evolutivo de la
humanidad, de enormes consecuencias, pero no fruto de estrategia alguna.
Por otro lado, esta esquizofrenia entre lo ideal y lo real es leída desde las otras culturas como
la hipocresía de Occidente que se llena la boca de grandes principios, de derechos humanos, de
libertad, democracia y solidaridad, pero que, en realidad, sólo interviene eficazmente cuando está
en juego la defensa de sus intereses políticos, económicos y estratégicos.
El desafío pedagógico que aquí se esboza es mucho más profundo. Porque en todos se halla
esa esquizofrenia entre el ideal/teórico y lo real/cotidiano, expresión entre otras cosas del corazón
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humano herido por el pecado. Sin embargo, la posibilidad de una formación integrada, en la medida
en que se incluya en la comunidad educativa, no sólo a los alumnos, y en la vida diaria de los
educandos puede ayudar a caminar tanto en la integración de los principios ideales como en la
superación de la dicotomía.
2.b) La transmisión de los valores.
Donde esta esquizofrenia repercute con más fuerza es, precisamente, en la educación de los
niños. Siendo la familia el lugar de la primera socialización, donde se aprenden valores, principios
de conducta, criterios básicos de actuación, los niños se ven involucrados enseguida en este sistema
de vida. Porque los padres se ven abocados a orientar, guiar, y proponer a los hijos valores y
principios que, o bien ellos mismos no viven, o que no están presentes en su medio ambiente, o que,
incluso, son abiertamente cuestionados o criticados en los mensajes que les llegan a través de la
televisión o los medios de comunicación (todo el mundo de los anuncios y el consumo).
La consecuencia pedagógica es que, aunque se les propongan verbalmente una gama de
valores o principios, los niños carecen de experiencia de los mismos como valiosos, porque no
llegan a experimentarlos como tales; no encuentran apoyo social, que proporcione consistencia y
validez social a la propuesta y lo van a comprobar en cuanto vayan al colegio; y, finalmente, entran
en ese juego de la aceptación de valores o principios que deben ser creídos, porque todos parecen
creer en ellos, y los mayores, con su autoridad, así se los proponen, pero que no cuentan para la vida
cotidiana, y se reducen a meros ideales tendenciales, hacia los que no se sabe cómo dar pasos
concretos.
Y suele ocurrir que, cuando llega la etapa crítica de la adolescencia, los jóvenes se
desprenden de ese universo de valores que han aceptado sólo superficialmente, sin verdadera
personalización, junto con sus actitudes infantiles o incluso se revuelven críticamente hacia ellos,
denunciando la falta de autenticidad.
Así, desde el punto de vista pedagógico, este sistema social resulta ser una paradoja
sangrante; porque nació como alternativa crítica al sistema tradicional. De hecho, los adultos que lo
han defendido y promovido, fueron socializados de forma distinta, según el método clásico, en una
sociedad en la que aún existía una cierta moral ambiental que estipulaba lo que era bueno y lo que
era malo, aun con todas sus trampas e hipocresías y apenas había presencia de los MCS. Y lo han
elaborado precisamente para evitar todo ese tipo de manipulación e hipocresía que subyacía en el
sistema clásico. Pero no han tenido en cuenta que, eliminar de un plumazo el sistema moral
ambiental para la vida privada deja a los niños a la intemperie, cuando, en realidad, siempre
necesitan un sistema moral de referencia. No ha tenido en cuenta que no basta el núcleo familiar
para inculcar de forma consistente esos valores. No ha contado con que, en la crisis de la
adolescencia, se reacciona críticamente contra la herencia familiar y se toma como modelo lo que
existe fuera de la familia y del mundo adulto.
El resultado manifiesto es la incapacidad para transmitir esos valores en cuyo nombre se
organizó este sistema, y contemplar a tantos jóvenes que, sin criterio ni norte, son carne de cañón
para los peores dinamismos seductores de nuestra sociedad: drogas, alcohol, grupos violentos,
consumismo puro y duro.
⋅Conclusión: De aquí la urgencia de la pedagogía de la unidad. Porque al contar con una
estructura social suficiente, el grupo de alumnos y la comunidad educativa que dura una serie de
años decisivos la escuela goza de la posibilidad de proponer valores, principios, criterios de
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conducta, pero también de permitir experimentar su validez. Sin embargo esto va a depender de que
se trabaje en la dirección pedagógica propuesta, pues sólo si se logra cohesionar suficientemente el
grupo, la unidad se convierte en la posibilidad real del acceso a valores que la sociedad sigue
marginando o ridiculizando y que quizá no existe en la propia familia.
2.c) La cuestión religiosa.
En realidad no es sino una aplicación concreta del problema anteriormente descrito. Nuestra
sociedad ha secularizado y privatizado la dimensión religiosa. Con lo cual, aunque los padres se
esfuercen en transmitir una educación en este terreno, la falta de apoyo social hace que en cuanto los
chicos llegan a una cierta edad, la iniciación en la fe que han recibido se cuestione, se oculte y se
vaya desvaneciendo.
No sólo. Como esto sucede en el momento más importante de personalización, en muchos se
da que, aun teniendo algún conocimiento, carecen de experiencia religiosa personal, sólo gozan de
la experiencia familiar durante su infancia, que es más bien experiencia social que personal.
Si consideramos el choque cultural que representa para las gentes de otras religiones en las
que la cultura es un todo homogéneo con la religión, vivir en esta sociedad secularizada, donde la
religión no cuenta para la vida pública, este problema se suma al primero, generando distancia,
sentido de amenaza o de rechazo.
Por lo mismo, la pedagogía de la unidad se vuelve imprescindible para crear ese ámbito de
convivencia en que se pueda aunar las creencias de cada uno, el respeto mutuo y la colaboración de
base.
Cabe añadir que, por la peculiaridad de la experiencia religiosa cristiana, la experiencia de
unidad se convierte en mediación privilegiada para el encuentro con Dios (Jesús en Medio) para
quienes no lo tienen.
Conclusión: La pedagogía de la unidad se muestra como una gran posibilidad para afrontar
con garantías los problemas derivados del pluralismo social, cultural y étnico; para superar los
déficits estructurales de la sociedad occidental burguesa y para plantear un itinerario formativo que
posibilite el acceso y la comprobación de la validez de ciertos valores morales así como de los
principios religiosos.
3. Mirando el contexto natural
Presentar la pedagogía de la unidad como opción de supervivencia, no es sólo una figura
retórica. Puede parecer algo exagerado, pero en el fondo, se trata de un problema evolutivo. Plantear
la comunión como un modelo global de enfocar las relaciones entre los seres humanos, sus pueblos
y sus culturas tiene una base biológica.
La evolución, en todos sus niveles, se ha regido por una constante: el mantenimiento de la
complejización. La evolución ha ido siempre de lo más simple a lo más complejo, desde los átomos
elementales a las macromoléculas, desde las formas más simples de vida hasta los organismos
superiores o esas complejas y delicadas redes de equilibrio vital que son los ecosistemas. Lo
característico del proceso evolutivo es que los seres que han tenido éxito y han sobrevivido son los
que han logrado integrarse armónicamente con los otros seres vivos y su ambiente, formando
sistema. Los seres que, por las causas que sean, no han llegado a integrarse en un sistema ecológico,
se han degradado y extinguido.
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Ahora bien, cuando la evolución ha alcanzado el nivel del pensamiento, de la mente y del
espíritu; la ley de complejización se ha mantenido, pero trasladándose al nuevo plano, el plano de
las conciencias. Así la complejización biológica se ha transformado en complejización social y se
ha acelerado muchísimo: en pocos milenios hemos pasado del clan a la tribu, al pueblo, a las
naciones y a la actual sociedad de naciones y ahora está emergiendo lo que podríamos llamar el
"sistematierra"; es decir, estamos llegando a una fase evolutiva en la que todos estamos implicados,
el sistema social es global.
¿Cuál es el reto evolutivo? lograr encontrar el tipo de relación que consiga la libre
articulación de la diversidad en un sistema unitario, permitiendo que se mantenga el equilibrio vital,
que se forme un "sistema vivo de conciencias", articulado a su vez, con el mundo limitado en que
habita.
La ley evolutiva se cumplirá, pero su realización positiva o negativa depende ya de nosotros,
de nuestras libres opciones. Pues el sistematierra puede derrumbarse arrastrando tras de sí más de
3.500 millones de años de evolución. Hay riesgo de involución y de extinción como certifican los
tiempos en que la amenaza de la guerra atómica era algo real.
Pues bien, la unidad aparece como el tipo de relación socialmente más cibernética, es decir,
más capaz de articular en unidad las diferencias de forma libre y creativa, como integración, para
crecer juntos, enriquecerse recíprocamente y formar sistema, incluso para postular un posible nuevo
salto evolutivo. Porque la evolución demuestra que, cuando se llega a una fase crítica de
hipercomplejización, es cuando se producen los saltos evolutivos. De aquí que, incluso desde el
punto de vista biológico, la necesidad de la comunión y su pedagogía aparece como una necesidad
de supervivencia.
4. Horizonte
Lo que la situación que se nos viene encima parece requerir es lo que los científicos
denominan un "cambio de paradigma", es decir, un cambio radical del modelo clásico de concebir
una realidad; en el caso que nos ocupa, las relaciones humanas.
No basta sólo con aprender a tolerar o respetar las distintas costumbres, razas, estilos,
creencias. El reto que la globalización y la interdependencia plantean es aprender a articularse, a
complementarse, a "formar sistema", es decir, coordinar la diversidad en unidad esforzándose por
encontrar un significado común que permita crecer juntos hacia algo nuevo.
Es así como se perfila en el horizonte que la única respuesta adecuada a la necesidad de
conjugar unidad y pluralidad va en la línea de la comunión. La única relación que puede ayudar a
superar los prejuicios, el único diálogo que ayuda a crecer es el que se establece desde el don
recíproco integral. No basta pues la pasividad del dejar espacio, del tolerar; hay que pasar a la
actividad de la entrega, de la acogida y de la comprensión recíproca. Enseñar cómo se puede
aprender a vivir así es preparar a los ciudadanos para el futuro inmediato.
Carlos Luis García Andrade, cmf.