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Mario Heler (comp.), Jorge Manuel Casas, Alejandro Cerletti, Patricia


Digilio
Filosofía Social & Trabajo Social.
Elucidación de un campo profesional
Buenos Aires, Editorial Biblos, Agosto de 2002

Y el poder?

[…]

7. Como apuntábamos antes, dentro de la mentalidad mítica el modelo de todo orden es


el orden social. Pero ya habíamos visto que cada comunidad modela este orden de
diferente modo. El mito produce, codifica, reproduce y perpetúa ciertos órdenes
sociales, fijando posiciones y obligaciones. Los hermanos emancipados del Padre
Mítico no quedan en una situación estrictamente igual: instituyen ordenaciones en
función de lo que cada uno puede. Estas ordenaciones son formas de equilibrio que no
se conformarían sin la concurrencia de todas las fuerzas, pero que no por ello anulan sus
disparidades evidentes.
2

La humanidad no progresa lentamente, de combate en combate, hasta una


reciprocidad universal en la que las reglas sustituirían para siempre a la
guerra; instala cada una de estas violencias en un sistema de reglas y va así
de dominación en dominación.1

La división del trabajo y la apropiación diferencial de valor que ésta supone se hallan a
la base de este proceso.2 Así el mando queda ligado a ciertos actores (familias, por
ejemplo) que por lo general también monopolizan la gestión de la tradición mítica
(como sacerdotes), aunque a veces estas funciones corresponden a distintas “fuerzas”.
Hacia el siglo IX antes de Cristo, en el Peloponeso, los mitos consagraban ciertas
relaciones sociales vinculadas con ciertos órdenes jerárquicos basados en la apropiación
desigual de recursos tecnológicos. Lo que muchas personas no dudan hoy en ver como
una pura ficción, como algo increíble –a saber: que un sólo héroe venza a una multitud
de enemigos sin sufrir un solo rasguño– era entonces –como ahora– algo perfectamente
corriente. Y es que una persona bien alimentada desde la infancia, entrenada en deportes
y en las últimas técnicas de combate, orgullosa de sí misma y dotada de un armamento
superior confeccionado con materiales más nobles, puede vencer ejércitos completos de
gente que no cuenta con los mismos recursos sin experimentar el menor inconveniente.
Recordemos que hasta el siglo XII a.C. la península griega estaba dominada por los
Aqueos, unos guerreros implacables que primero imitaron y luego destruyeron a los
antiguos pobladores Cretenses, y que desde Micenas y Tirinto desplegaron vastas
campañas militares –entre ellas la que sirvió de escenario a la Ilíada: la toma de Ilión
(Troya) para destrabar el comercio con el Mar Negro. Estos Aqueos sólo conocían la
metalurgia del bronce (fundición de cobre y estaño) y cuando hacia el año 1200 llegaron
desde el norte los Dorios nada pudieron hacer con sus pesadas espadas y carros contra
estos guerreros a caballo que dominaban el hierro y usaban corazas impenetrables. Las
armas de hierro de los Dorios literalmente cortaban las de los aqueos y, además, eran
mucho más livianas. Un puñado de señores con una tecnología superior reducían a la
servidumbre a otros señores y a una multitudes de pobladores, que ya estaban en esa
situación. Igual había sucedido antes, con las anteriores “revoluciones” metalúrgicas y
con los otros señores, los jonios, los eólios y los aqueos.
Los mitos consagraban estas relaciones de dominación, que podemos volver a encontrar
en otras manifestaciones culturales: en la planta ciudadana (con un castillo central para
el señor, rodeado de sus subordinados), en la distribución de la riqueza (que fluía hacia
1
FOUCAUL,M: “Nietzsche, la genealogía, la historia”, en Microfísica del Poder; Madrid, La Piqueta,
1992
2
Cfr. MARX-ENGELS: La ideología alemana; varias ediciones.
3

el centro: los subordinados debían entregar al señor la sexta parte de su producción) y


en la guerra (que se desarrollaba fundamentalmente entre señores, a tal punto que si dos
ejércitos iban muy parejos se detenía el combate y se batían a duelo los señores, que
eran los únicos que lo decidían en última instancia)3.
Pero después del siglo VII tanto los griegos del Peloponeso como los que se habían
instalado en el Asia Menor para sustraerse a la supremacía Doria, se encontraron con
enemigos insólitos, provenientes del Oriente: los persas y los medos. En líneas
generales, estos enemigos estaban organizados igual que los griegos, de un modo
“feudal”, pero eran mucho más numerosos. De manera tal que ese señor que podía
vencer un ejército no representaba ningún obstáculo: solo le enviaban otros diez
ejércitos más. Los griegos vieron amenazadas sus existencias.
Al margen de la dominación de los señores terratenientes, por entonces en Grecia se
había desarrollado ampliamente el comercio y florecía una nueva clase de comerciantes
y armadores de barcos con recursos que contrapesaban el poder de los señores y que les
permitía influir políticamente. Así, bajo la presión de las circunstancias y con la llegada
de nuevos poderes económicos, los griegos encontraron la forma de combatir a esos
enemigos que los superaban ampliamente en número. Inventaron un dispositivo militar
que hoy llamamos “falange” basado en la eliminación del guerrero profesional en favor
de milicias “populares” integradas por los ciudadanos que se podían costear su

3
Cfr. Ilíada; Canto III.
4

armamento.4 Las falanges literalmente aplastaban las líneas enemigas destruyendo todo
a su paso, y sufrían poquísimas bajas.5
Pero todas estas circunstancias alteraron la distribución del poder (la configuración de
la fuerza). La falange no incluía a ningún señor y en cambio necesitaba que cada uno de
sus integrantes conservara su puesto por igual: si alguno desertaba, la formación se
rompía y todos morían. Ahora “alguno” no significaba “alguien”, con cierto rango o
cierto honor propio de su casta, sino “cualquiera”, uno más entre otros como él. Pero
entonces, si cada uno era igual, ya no había por qué darle la sexta parte de lo propio a
nadie, cada cual exigió una participación en las riquezas generadas, y todos aspiraron a
tomar parte por igual de las decisiones en la guerra y en la paz. A la monarquía le
sucedieron formas democratizadas de gobierno, que se hicieron necesarias en medio de
cruentas guerras civiles motivadas por este desequilibrio entre las fuerzas, por un lado, y
las configuraciones sociales y culturales que hasta ahora las habían encauzado, por otro.
A la planta urbana con centro en el palacio, siguió la distribución en “cuadras” idénticas,
repartidas por igual entre iguales, y así sucesivamente en todos los ámbitos de la
cultura. Y tampoco el principal vehículo de saber, el Mito, quedó exento de esta
catástrofe política, económica, social, militar y cultural.

4
Las falanges estaban construidas segun un diseño riguroso. Dos protóstatas (filas impares) y dos
epistatas (filas pares), formaban la enomotia. Cuatro enomotias, una hilera; dos hileras, una diloquia; dos
diloquias, una tetrarquia; dos tetrarquias, una taxiarquia; dos taxiarquias, un sintagma. Éste era un
batallón que se alineaba en formación cuadrada de dieciséis hombres por cada uno de sus lados. Dos
sintagmas formaban una pentacosiarquia; dos de éstas, una chiliarquia; dos chiliarquias, una merarquia; y,
por último, dos merarquias, formaban la falangarquia, cuerpo compuesto por cuatro mil noventa y seis
hombres, divididos en doscientas cincuenta y seis hileras de dieciséis hombres, es decir, dieciséis
sintagmas, cada una con dieciséis hileras de dieciséis hombres. Su alta jerarquía era muy sencilla y
contaba con escasos grados. Según Jenofonte, no había más que tres clases: el general en jefe o estratego,
que gobernaba la falange; el taxiarca o centurión, es decir, el oficial fuera de fila, que mandaba sobre dos
tetrarquias (ciento veintiocho soldados); y el hoplita o soldado raso. Los soldados que formaban el nervio
o centro de la falange eran los hoplitas. Éstos llevaban casco de metal, gran escudo y, según las épocas,
coraza o loriga de cuero con mallas, espada corta y pica (llamada sarisa) de seis y siete metros, con el fin
de que las filas centrales sobresalieran sobre las primeras. Los hoplitas ocupaban al parecer unos dos
metros dentro de la formación de la falange e iban acompañados de sirvientes que les seguían en la
carrera, portando las armas y demás bagaje. Estos escuderos se llamaban peltastas (por su escudo
característico, la pelta). Más abajo en el escalafón se encontraban los verdaderos soldados rasos, llamados
psilites, que no portaban armas defensivas y constituían la infantería ligera de primera línea, actuando
como tiradores o jaculadores. El cometido de las hileras de psilites era proteger y cerrar el nervio de la
falange formado por los hoplitas. Del botín conquistado por las falanges se hacían tres partes: una para el
estratego, otra para la hacienda pública, y otra para quienes mayor fiereza hubieran mostrado.
5
Pensemos, por ejemplo, que en la Segunda Guerra Médica los Persas contaban con unos 300.000
hombres y 1.200 barcos y la liga Panhelénica de 35 ciudades que terminó venciéndolos, sólo con 70.000
soldados y 378 barcos en total. Para una descripción más compleja de la revolución hoplita y de se
relación con el origen de la filosofía: Vernant, Pierre: Los Orígenes del pensamiento griego; Bs. As.,
EUDEBA, varias ediciones. Y especialmente: VERNANT, Jean-Pierre (éd.): Problèmes de la guerre en
Grèce ancienne, Paris-La Haye, 1968.
5

Los mitos no concordaban con las nuevas prácticas y se vaciaban de sentido. Pero esa
discordancia sólo podía significar que algo andaba mal en ellos, que algo fallaba. Ese
fallo hacia que el mundo que construían y delineaban rimando significados en el interior
de un relato dejara de servir para interpelar las experiencias que se imponían a diario.
Las historias de dioses y diosas, de héroes y de monstruos ya no exteriorizaban la
configuración de la fuerza y simplemente se constituyeron en algo exterior, extraño a
ella. Empezaba a parecer que el lenguaje6 no era lo mismo que la “realidad” que
designaba (algo que no estaba pensado como tal en el mito). Y si el mito no servía para
explicar el modelo del orden (el orden social) con más razón había que desconfiar de
ellos en su explicación de los fenómenos naturales (¿Acaso será por Él que llueve?).7
Ahora bien, como lo que se ponía en duda era la pertinencia misma del lenguaje mítico,
ya no bastaba con encontrar un nuevo profeta o cambiar de creencias.8 Entonces una
nueva práctica sustituye el veredicto unilateral de los señores y de los sacerdotes
señalados por los relatos tradicionales: la asamblea celebrada por los iguales en el
campo de batalla o en la ciudad. Allí cada cual lucha pacíficamente por imponer su
punto de vista sobre los asuntos que ahora atañen a todos: cada cual debe asentir y
participar de las decisiones. Sin embargo, este sistema no constituye por sí mismo una
panacea que altera el orden de los relatos míticos: algunos tienen la posibilidad de
contratar costosos cursos para hablar en público, litigar ante la justicia y argumentar en
las asambleas. Así lo señala, por ejemplo, un personaje del comediógrafo Aristófanes,
Estrepsíades:
Es una escuela de almas sabias. Allí habitan unos hombres que meditan
sobre el cielo [...] Pagando, enseñan a ganar todas las causas, buenas o
malas.9

6
“Mito” en griego significa simplemente “palabra”. Cfr. OTTO. W.: Teofanía; Bs. As., EUDEBA, 1978;
pp. 24 a 30.
7
Cfr. VERNANT, P.: Mito y pensamiento en la grecia antigüa; Barcelona, Ariel, 1973; cap. V.
8
Por ejemplo, cuando la distribución del poder cambia con la invasión de los Dorios, la estructura social
se reorganiza y los mitos se transforman desplegando un saber a partir de la nueva circunstancia. Una de
las diosas griegas más veneradas, Hera de Árgos, es forzada a casarse con Zeus que, armado con el Rayo
de los pueblos arios invasores (los Dorios), relega a Poseidon, señor de los mares griegos, a un segundo
plano. El dios Pan, de los pastores, simplemente muere. Apolo, por su parte, toma como apodos los
nombres de varios dioses tutelares a los que sustituye. Y así en todo el Olimpo. Una situación homóloga
ya se había producido cuando cayó el matriarcado. Cfr. GRAVES, J: Los mitos griegos; Madrid, Alianza,
1980; introducción.
9
A lo que su hijo, Fidípides, contesta. “Los conozco. Te refieres a esos charlatanes de rostros amarillos,
pordioseros como ese pobre petate de Sócrates”. Esta obra, Las nubes, se estrenó en el 425 a.C..
ARISTÓFANES: Comedias Completas; Barcelona, Iberia, 1976; Vol. 1.
6

Pero si todas las causas, buenas o malas, se pueden ganar gracias a la retórica, el nuevo
dispositivo no pasa de constituir un sucedáneo del poder de los señores, impuesto no ya
por vía de la tradición sino por medio de la persuasión.10
Para “controlar” la pertinencia de los discursos se hace preciso entonces “salir” del
lenguaje y comparar lo que nuestro lenguaje designa (por ejemplo “unicornio”) con lo
que está más allá de él: la realidad. Para eso hay que suponer que la realidad se dice en
un lenguaje independiente del lenguaje humano corriente. La suposición de que los
fenómenos estaban organizados como un lenguaje “superior” ya se había hecho, aunque
en otro sentido. Los adivinos oscultaban las entrañas de los animales, los sedimentos de
las infusiones, la dirección del vuelo de los pájaros, los excrementos y el movimiento de
los astros como si se tratara de otras tantas inscripciones divinas, o de escrituras que
revelarían premoniciones sobre acontecimientos y estructuras humanas.11 Casualmente,
quien es considerado el primer filósofo, Tales de Mileto, había estudiado con los
sacerdotes babilónicos que desarrollaban este tipo de prácticas. Él hace lo mismo que
ellos, pero con una importante diferencia: anula la hipótesis de la intervención divina,
personal.12
Lo decisivo, sin embargo, fue el hallazgo de un hecho sorprendente: la proporcionalidad
de los fenómenos. La tradición atribuye a Pitágoras el descubrimiento de que los
principales intervalos musicales pueden expresarse como relaciones numéricas simples
entre los primeros cuatro números enteros.13 De modo que hay una proporción
“natural”, una razón, según la cual están constituidas las cosas más allá de nuestros
designios. Los Pitagóricos inventaron un nuevo lenguaje para hablar de estas
proporciones, de esta razón con la cual parece estar construido el cosmos: las
Matemáticas.
Si la escala musical depende simplemente de la imposición de definidas
proporciones sobre el indefinido continuo de sonido entre lo alto y lo bajo
¿no podrían los mismos principios, el Límite y lo Ilimitado, subyacer a todo
el universo?14

¿No serán todas las formas determinaciones numéricas de la indefinida realidad? Se


trataría, entonces, de encontrar la proporción entre los fenómenos, la verdadera Razón
10
Para una genealogía del discurso filosófico que lo vincula con sus raíces místicas, mágicas y agónicas
cfr. COLLI, G.: El nacimiento de la Filosofía; Barcelona, Tusquets, 1994.
11
GINZBURG, C.: “Morelli, Freud y Sherlock Holmes: Indicios y Método Científico” en ECO-SEBEOK
(eds.): El signo de los tres; Barcelona, Lumen, 1989
12
Cfr. VERNANT, P.: Mito y pensamiento en la grecia antigüa; Barcelona, Ariel, 1973; cap. V.
13
Si divido una cuerda en dos obtengo un sonido una octava superior (½); si la divido en tres y pulso en
una de las divisiones, obtengo una quinta (2/3); si lo divido en cuatro y pulso en la tercera, una cuarta (¾).
14
KIRK-RAVEN: Los filósofos presocráticos; Madrid, Gredos, 1985; pp. 322.
7

de que las cosas sean como son, el lenguaje en el que está escrita esa realidad. Este es el
lenguaje que hubiera querido “descubrir” la primera filosofía, un lenguaje que podemos
denominar genéricamente “Razón” y que aspira a constituirse como un tribunal ante
quien debería comparecer toda locución del lenguaje “ordinario” para que le sean
atribuidos su justo valor y precio, por comparación.

[...]

10. Podríamos no dudar de la honestidad de estas empresas filosóficas. Sin embargo, es


la variedad de descripciones de la realidad que aportan lo que genera cierta
desconfianza. Después de todo, si la verdad está allí, delante nuestro, disponible para
todos ¿por qué cada uno la ve de una manera distinta? ¿por qué tantas teorías filosóficas
mutuamente incompatibles?
La respuesta a este interrogante se encuentra en el seno mismo del concepto de
“verdad”. Dijimos antes que la verdad es la operación por medio de la cual comparamos
los seres que crea el lenguaje con la realidad. La proposición “la nieve es blanca”,
entonces, será verdad si y solo si la nieve en realidad existe y, además, es blanca. Ahora
bien, ¿cómo podríamos describir esa “realidad” si no es por medio de un lenguaje? Si
consideramos con más cuidado las cosas deberemos aceptar que la oración “la nieve es
blanca” es verdadera porque hay otra oración que dice: “la nieve es blanca”.15 Luego “la
nieve es blanca” porque “la nieve es blanca”, y así hasta el infinito. No podemos salir de
nuestro lenguaje para ver el mundo: solo disponemos de un mundo por mediación
simbólica. Luego la “verdad” es un mito: el mito del fin de los mitos. Es un relato que
dice “podemos comparar las entidades lingüísticas con el mundo (o el lenguaje
ordinario con el filosófico”) y deshacernos de esos “mitos” que proyectan nuestro
mundo fantasmático sobre los fenómenos. Pero eso es un mito, porque no podemos salir
del lenguaje, y todo lenguaje está sujeto a las mismas condiciones de formación
enraizadas en el poder que hemos venido describiendo hasta ahora.16
De allí que no sorprenda descubrir que la verdad de los filósofos sea una verdad
imaginada, como toda verdad, y termine respondiendo a pretensiones de poder
específicas. Esto se ve claramente en Platón, el “padre” de la filosofía:

15
Cfr. TARSKI, A.: La concepción semántica de la verdad y los fundamentos de la semántica; Bs. As.,
Nueva Visión, 1972.
16
Cfr. ADORNO-HORKHEIMER: La dialéctica de la ilustración; Bs. As., Sur, 1948; Introducción.
8

Terminé por adquirir el convencimiento, con respecto a todos los estados


actuales, de que están, sin excepción, mal gobernados; en efecto, lo referente
a su legislación no tiene remedio sin una extraordinaria reforma,
acompañada además de suerte para implantarla. Y me vi obligado a
reconocer, en alabanza de la verdadera filosofía, que de ella depende el
obtener una visión perfecta y total de lo que es justo, tanto en el terreno
político como en el privado, y que no cesará en sus males el género humano
hasta que los que son recta y verdaderamente los filósofos ocupen los cargos
públicos, o bien los que ejercen el poder en los Estados lleguen, por esencial
favor divino, a ser filósofos en el auténtico sentido de la palabra.17

Por supuesto, sería ingenuo ver en esto una reivindicación corporativa de los filósofos
profesionales. Platón está pensando que la “verdadera” filosofía es aquella que legitima
su propio ideal oligocrático y su admiración por el modelo Espartano. Es decir, aquella
que acuerda con el mundo tal como éste es imaginado, bajo la presión de ciertas
circunstancias, por el patriciado ateniense del siglo IV a.C.. La verdad depende de la
configuración de la fuerza tanto como cualquier otra forma. Tal vez a eso se deba la
actitud del porquero que comparece junto al rey de los Aqueos en el acertijo del poeta
apócrifo que imaginó ser Machado:
La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero
Agamenón: Conforme
El porquero: No me convence18

Si en cuanto conjunto de enunciado (es decir: actos de habla), pero también en cuanto
lenguaje (es decir, familia de esquemas de formas), la filosofía es una consecuencia de
ciertas condiciones de igualdad, el tema de la filosofía consiste precisamente en fijar las
proporciones, las razones, según las cuales se articula el Todo. En los términos que
venimos manejando hasta aquí diríamos: pretende una estabilidad para la fuerza,
intentando fijar circuitos últimos para administrarla y reproducirla. En este sentido la
filosofía constituye un medio de poder: una herramienta de combate y también un
ámbito específico que impone ciertas marcas y ciertos esquemas a lo que se produce a
partir de él. La filosofía nace del diálogo, pero apunta a la cancelación del diálogo por
medio de la determinación de la verdad. Para Platón esa verdad está en el más allá y
tiene una función diacrítica en relación con nuestro mundo; para Aristóteles hay que
aprender a ver la verdad en la carne del mundo, en la disposición de las cosas. De allí en
adelante, los demás sólo tienen opiniones subjetivas: lo objetivo es lo que queda cuando
eliminamos a todos los sujetos, excepto al filósofo, que se las arregla para tener un
acceso no subjetivo a “Ello” –lo cual, bien pensado, resulta al menos curioso.

17
PLATÓN: Carta VII; 326a-b.
18
MACHADO, A.: Juan de Mairena; Bs. As., Losada, 1943; p. 7.
9

Desde la antigüedad el portavoz de la prima philosophia se ofrece,


triunfante, como aquel que lo tiene todo en su morral y que todo lo sabe.
Frente a los muchos que liga a sí mismo a través del desprecio, eleva una
pretensión de soberanía que en Platón ya se manifestaba en la
recomendación de los reyes-filósofos.19

[…]

19
ADORNO, Th.: Sobre la metacrítica de la Teoría del conocimiento; Barcelona, Planeta-De Agostini,
1986; p. 24.

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