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Al filozafando

Diego González
diego.esmir.gonzalez.morales@gmail.com
P RÓLOGO
Al filozafando
I: Un simple viaje

Son las seis menos cuarto de la mañana y un sonido taladrante me despierta.


Manoteo el despertador y lo apago con furia. La escena se repite, y me pregunto
qué es lo que me mueve a levantarme todos los días a esa hora, pero estoy
demasiado dormido como para pensar. Me siento en la cama y con la vista recorro
mi cuarto; agarro mis cosas y me dirijo al baño. Una vez allí me cepillo los dientes y
me meto en la ducha. Aún dormido veo a través de la banderola como apenas se
empieza a aclarar el horizonte. Salgo casi que corriendo del baño y me calzo, trago y
casi me olvido de la mochila por salir apurado, pero es que sino pierdo el ómnibus.
Camino hasta la parada y observo: me abstengo todavía a pensar qué hago allí a esa
hora de la mañana. Así que decido ponerme los walkman, pero no puedo, esa
preguntita seguía rondando en mi cabeza.
Subo y justo agarro un asiento al lado de una ventanilla, y esta vez no puedo
evitarlo: ¿qué carajo hago despierto a esa hora de la mañana? ¿qué me mueve a mí y
a esas personas que viajan conmigo?... Presto atención y trato de ver que pasa a mí
alrededor: nada. Solo caras de sueño y ronquidos. Sube más gente y el ómnibus se
llena hasta ambas puertas. Ahora sí, hay mas gente parada que sentada, pero solo
veo lo mismo que antes: caras de sueño y una sinfonía de ronquidos. De a poco esos
sonidos se parecen mas a los animales, y de pronto, este ómnibus se parece mas a
un camión de carga con asientos poco
cómodos. ¿Será eso lo que me mueve a mí y a
esas personas? ¡Naaa...! Tiene que haber algo
más importante. Apenas pienso esto, un
señor de traje se baja y entra en una casa de
cambio, ¿será que trabaja allí? No sé, pero de
pronto las cosas empiezan a verse mas
claro... eso es lo que nos mueve a levantarnos
tan temprano y a viajar en ese camión de
carga: el dinero.
De pronto esa idea me asusta: ¿será que
me dormí y lo soñé? No creo, recuerdo cada
lugar que recorrí. Seguro que lo que ocurre es
que es una buena hipótesis. Veamos: yo voy
a estudiar, para luego poder trabajar y de esa
manera, alguien me pague el tiempo
"perdido". ¡No! No puede ser eso, sin dudas...
¿y el resto de las personas que viajan
conmigo? Seguro van a trabajar... ¡Oops!
¡Están un paso mas adelantados que yo!
Entonces eso es... no hay otra motivación para aguantarse este viaje de una hora
parado, con sueño, y -seguro- muy, pero muy cansado. Pero si es así, ¿qué es lo que
nos lleva a no matarnos entre nosotros para llegar "más lejos"?
A pesar de que ahora sí los pensamientos corrían desenfrenadamente dentro
de mí, me detengo: acabo de ver un bebé hermoso que se subió con su mamá al
ómnibus. Sin dudas que esa mujer no puede viajar parada, mejor será que le de mi
asiento. Una vez que ella acepta el lugar miro el bebé desde arriba. ¡Claro! ¡Ahí
estaba la respuesta! El que somos humanos. Quizá allí deba residir la confianza
nuestra para no desgarrarnos con uñas, dientes y golpes para conseguir un poco de
dinero mas. Ahora la idea de "civilizados" no me parece tan clara.

Recuerdo un libro que leí: un hombre que cansado de la vida de todos los días
se larga a mudar a una isla con su mujer. Creo que en este momento esa idea no me
parece tan loca: nada de ruidos, nada de ronquidos, nada de gente apretada y
agolpada para ver si logra llegar un centímetro mas allá que su vecino. Quizá la
idea de desconectarse un poco no sea nada mala. Descontaminarse del vertiginoso
avance de lo que nos bombardea todos los días, de lo rápido que van las cosas,
donde un año puede ser una eternidad. Pensar un poco en qué estamos entregando
nuestra vida, o, si es que seguimos acá, para qué nos está pagando nuestro jefe la
vida.
El ómnibus dobla: ¿ya se pasó una hora? Va a ser mejor que me acerque a la
puerta sino no llego a la parada. Apenas me muevo y la marea de gente me arrastra
hasta donde quiero estar -¿o no?-. Comienzo a caminar y siento como todavía está
fresco. ¡Uy!, ¡son las siete! Mejor me pongo a escuchar el informativo para saber qué
está pasando alrededor mío. Ya voy a tener tiempo para pensar...

Diego González
diego.esmir.gonzalez.morales@gmail.com
Pocas veces nos dedicamos a pensar en las cosas que nos rodean. A veces, comenzamos
a hacerlo sin que ésta fuera nuestra intención, y nos encontramos con cosas como estas, que
nos "vuelven a la realidad" y nos deja con ese gustito de que "pronto tendremos tiempo para
pensar" aunque, en lo más profundo de nosotros mismos, sabemos que ese momento no
vendrá hasta pasado un muy buen tiempo.

Es así que vivimos en nuestras vidas, apurados por llegar, apurados por tragar más que
comer, apurados por estar y no por ser. Por momentos puede que queramos escapar, pero
inmediatamente nos volvemos a hundir en excusas como "no tengo tiempo para esas cosas" o
"estoy muy cansado"... prendemos el televisor y nos quedamos pasmados mirando el
informativo, pensando que ésa misma es nuestra realidad, aunque las cosas más profundas de
nosotros hay que buscarlas en nuestra esencia, en lo que somos, y no en lo que un señor de
traje nos dice por TV sobre la desgracia de nuestros pares ciudadanos.

Desde niños nos enseñaron que lo que nos diferencia de los animales es nuestra
capacidad de razonamiento, sin embargo, desde mucho antes que el hombre pudiera controlar
el fuego, éste ya se maravillaba de lo que lo rodeaba; y antes de construir grandes ciudades y
edificios, éste ya estaba pensando en lo que somos en esencia. Esto es una sencilla prueba de
que, además de seres razonables, somos seres sensibles... capacidad que parece subestimarse y
olvidarse en el ajetreo diario.

Ya no pensamos en nosotros, en lo que realmente nos hace felices, en la persona que se


encuentra sentada a nuestro lado sin hablarnos en el ómnibus -aunque a ella le debamos la
confianza de nuestras vidas cruzarse en ese momento-. Ya no pensamos en lo que queremos
hacer de nuestras vidas, porque ya nos marcaron el sendero a recorrer. Ya no pensamos en
crecer y mejorar como personas. Ya no pensamos en cuán real es lo que nos rodea. Ya no
pensamos en querer, sino cuánto nos retribuirá esa relación, más que cuánto puedo crecer en
ella. Ya no pensamos en pensar, queremos y tenemos todo hecho, listo para ser usado,
"empaquetado": "Abra aquí", "Tire", "Empuje", "Mire a la derecha", "Mire a la izquierda",
"Pare", "Cruce", "No cruce"...

Nos preocupamos mucho por saber más técnicas, pero cada vez tenemos menos
inquietudes por conocer más. El "amor a la sabiduría" se ha dejado de lado, muchas veces se
ve como algo más ajeno que cercano. Pero esto no es así, hacemos filosofía desde que nacemos
hasta que morimos, en todo momento, con el simple hecho de preguntar "¿Por qué?".

Porque lo hacemos toda la vida, porque es nuestra esencia, porque no debemos dejarnos
engañar sino que debemos pensar, porque cuanto más conozcamos de nosotros mismos más
podemos mejorar... por todas razones invito a continuar con "Al filozafando", una serie de
cuentos sobre lo que somos y sobre cuánto podemos "crecer" al conocernos, sacando lo mejor
de cada experiencia, por sencilla o complicada que sea.
C APÍTULO I

LA DEMOSTRACIÓN
PERFECTA DE LA
IMPERFECCIÓN
Al filozafando
II: Cara a cara

Hace mucho tiempo que no estaba en ese lugar, y a decir verdad, lo extrañaba.
Es una de esas cosas que lo hacen a uno y a la cual uno pertenece. Volver ahí es
mágico: como volver a un instante pasado pero sin dejar de estar en el presente.
Y allí estaba: todavía con la boca abierta mirando aquel lugar, escuchando
aquel lugar y tratando de sentir como él. ¿Dónde estoy parado? Bueno, la respuesta
mas lógica es, esta vez, la mas sencilla: en el medio de una calle de pedregullo ya
casi tapada por los yuyos, en el medio de lo que una vez supo ser una quinta llena
de durazneros que florecían en primavera, en el día de mi cumpleaños... Pero ahora
no es mas que una cantidad de pradera descampada, y frente a mí, unas ruinas que
de a poco se van transformando en lo que yo sentía que era... y que no lo veí a.
La escalera de mármol de tres escalones que lleva a un pequeño balcón, la
puerta principal a la que entrabas a una pequeña sala de estar que anticipaba al
comedor, lleno de viejos y robustos muebles de madera, con una enorme araña que
colgaba del alto techo... pero no es un comedor como los de ahora: antes allí supo
haber un piano en lugar de un televisor, supo haber un estante enorme lleno de
libros viejos y empolvados en lugar de una mesa con un teléfono... Más allá del
comedor se encontraba otra especie de comedor más (¿glotones acaso?) con una
mesa larguísima y una estufa a leña. A la izquierda, una cocina sin microondas,
pero con una cocina de metal que funcionaba a leña. Luego, el fondo de la casa, un
parque que servía de rotonda para que las cachilas dieran vuelta a su alrededor y
dejaran a las personas en frente a la entrada del fondo de la casa. Un aljibe, una
mesa con sillas de material para pasar las interminables tardes sobre la loma en la
que estaba la casa, bajo un pino enorme y mirando hacia las vías del tren, que se
situaban justo detrás de un viejo gallinero que ahora debe ser resguardo para varias
comadrejas.
Si, ahora no sentía como
aquel lugar, y la imagen que mis
ojos apreciaban de a poco iban
ganándole a mi mente... aquello
no eran mas que ruinas: un
tornado había pasado por allí
hacía un año y a nadie le
importó, todo quedó así: roto.
Rodeo lo que queda de aquella
casa y me acerco a un viejo árbol
que quedaba sobre el punto mas
alto del terreno, desde donde se
veían todas las colinas del lugar.
Busco la hamaca que tanto tiempo supo entretenerme en mi
niñez, pero solo quedan los pedazos de cadena enroscados de
alguna rama... Necesito tratar de poner un poco de orden.
Vuelvo a la "entrada" de la casa, y me siento en la
escalera. Corro las plantas rastreras que taparon el primer
escalón y veo que todavía estaba el mármol, a pesar que ya
había desaparecido de los otros dos escalones. Me apoyo en él
y mi vista se pierde en el horizonte. ¿Será que todas las cosas
que queremos se pierden? Quiero creer que no. En aquella
casa yo pasé mi infancia, hasta que me mudé a Las Piedras, lugar en el que resido
ahora. En aquella casa, pasó una niñez feliz, en la que la principal diversión no
estaba con los videojuegos o en la televisión, sino en trepar el árbol más alto o en
salir a enchastrarse al arroyo luego de que la lluvia lo hubiese desbordado. Sin
embargo, ahora solo quedan las ruinas y los matorrales que la cubren. Pienso que
todo lo que queremos siempre se va, y solo quedan las
ruinas. Mis ojos se humedecen. Inmediatamente me doy
cuenta de que mas que las ruinas, estaban los matorrales
tapando todo, como sanando las heridas. Me doy cuenta
que el lugar está vivo, no solo por las plantas y las
garrapatas del lugar, sino también por los sentimientos allí
guardados. Quizá no todo se pierda.
A uno muchas veces le pasa, que quiere volver para
atrás y agarrar a alguien o algo bien fuerte para no soltarlo
nunca, pero inmediatamente se da cuenta que queda
sumergido en la realidad, se acerca hasta un álbum de fotos y busca aquella foto
que le recuerda a esa persona o un regalo que le hicieron... A veces podemos
sentirnos así, y está bien, al fin y al cabo, somos producto de las cosas que nos
pasaron y de cómo las enfrentamos. Ver aquella foto, aquel regalo, o aquella casa, es
la motivación y la ayuda para tomar nuevas decisiones, es el aliento aquel que de
repente necesitamos para que nos caiga la ficha de lo mejor
que podemos hacer, de lo que nos prometimos a nosotros
mismos o a alguien alguna vez... ¡Cuántas veces nos
sentimos perdidos y recurrimos a aquellas cosas que
extrañamos para sentirnos "cuerdos" otra vez! ¡Cuántas
veces encontramos alguna de esas fotos sin querer y nos
quedamos mirándola como tarados, tratando de darnos
cuenta de algo nuevo cuando quizá ya no tenemos nada
mas que descubrir!... El peligro sería sumergirse en
aquellas cosas y no encontrarles salida, no cerrar etapas, y
no darse cuenta de que las cosas continúan y que uno debe sacar lo mejor de lo que
pasó, y pensar de ellas de vez en cuando (y sólo de vez en cuando)...
Ahora abro los ojos. Ya no están húmedos, y un gesto de sonrisa estúpida se
dibuja en mi rostro. Veo lo que queda del camino de pedregullo y decido caminarlo.
Cruzando el puente de aquel arroyo que me acompañó tantas tardes de juego,
encuentro un membrillo, "debe ser el última que queda de la quinta", pensé. Lo
corto y lo agarro bien fuerte en mi mano. Es el último fruto que me llevo de aquel
lugar; ahora, solo me quedan unos metros para llegar al pueblo.

Diego González
diego.esmir.gonzalez.morales@gmail.com
Al filozafando
III: En un instante

Una banda sonora toca frenéticamente una canción en mi cabeza, una canción
que no puedo sacarme, de esas que se le pegan a uno y las tararea todo el día y no
sabe cómo hacer para olvidarla. Mientras esto ocurre, voy caminando no muy
rápido, aunque siento que voy corriendo... debe ser porque mi corazón late fuerte.
Veo la gente que pasa sonriendo, seria o enojada al lado mío, y tengo ganas de
abrazarlos a todos. Siento que con cada paso que doy puedo llegar lejos, puedo
incluso, si me lo propongo, cruzar el Atlántico para llegar a otro continente, y solo
con dar un paso... siento que la luna me sonríe y siento que puedo llegar hasta
donde yo quiera, no hay barreras que me lo prohíban ni órdenes que me frenen, es
ahora que esta ciudad me queda chica.

Es raro, fue en un lugar extraño, en un momento extraño. Bajo la tenue luz de


una lámpara me miró a los ojos, mientras un brillo se reflejaba en su mirada, y
aunque podría ser el de la luz de esa lámpara, yo sabía que no lo era, esa luz venía
de su interior. Fue en ese momento
en el que me dijo eso que todos
queremos escuchar. En el momento
en el que menos me lo esperaba. ¿Es
eso para lo que vivimos? ¿Para un
simple instante en el que alguien se
entrega completamente?

Es increíble como entre tantas


personas, entre tantos lugares, visitas
y momentos fugaces podemos dar
con una persona así, con la que no
tenemos que mentir en lo más
mínimo, con la que no tenemos que
ser otra cosa que nosotros mismos.
Podemos pasar semanas, meses o
años mirando alrededor, pero a veces
es igual de sorprendente que esa
persona que buscamos pueda estar
allí, justo en frente de nosotros... ¡y ni
siquiera nos damos cuenta! Es en ese
instante es cuando todo parece
verdad, no hay mentiras ni engaños,
y en ese momento es que vamos
rápido, sentimos rápido y cruzamos
rápido el Atlántico.
Muchas novelas se escribieron, muchas películas se hicieron, y es ésta la razón,
la bendita razón. La razón por la que podemos correr de alegría para sentir el
viento en nuestros rostros, o la razón para dejarnos llorando días enteros sin
siquiera ver la luz del sol. Pero no es así: este no es mi momento, este es nuestro
momento. ¿Qué será que nos hace estar de a dos para sentir tal completitud? ¿Qué
será lo que nos hace reír tanto sin siquiera mover los labios? ¡Cuanta gente pasa su
vida sin siquiera experimentarlo! ¿Será que no tuvieron suerte? ¿O será que no
tuvieron el valor suficiente? Hemos visto lugares y gente devastada por el destino:
la pérdida de un ser querido en manos de la naturaleza (o, lo que es peor, en manos
de otro ser humano), el desgaste de la sociedad por la mezquindad que nos
caracteriza, el hambre y las guerras... Pero aún así hay algo mas fuerte que eso y nos
sigue salvando, ese sentimiento de sentir que somos hermanos... eso de que todavía
hayan encuentros y entregas como esta en esos momentos. Quizá sí vivamos para
ese instante, ¿o no? Ya ví que no todo se pierde, por lo que ahora entiendo: ¡No
vivimos para ese instante, sino que ese instante vive en nosotros!

Diego González
diego.esmir.gonzalez.morales@gmail.com
Al filozafando
IV: Para continuar

No fue en una tarde lluviosa, ni en un callejón oscuro. Es mas, ni siquiera fue


premeditado. Ella me llamó y yo fui a la casa. Me
dijo que teníamos que hablar; me invitó a pasar a
su cuarto y me dijo eso que siempre tenemos
miedo de escuchar... Todo quedó quieto: no
habían ruidos ni movimientos. Éramos solo
nosotros dos; y luego yo... mis ojos vidriosos y
curiosos la miraban, preguntaban si alguna vez
me había imaginado eso. ¡Claro...! ¡Si hasta
nuestro encuentro fue casual, ¿cómo poder
predecir eso?! Una tormenta de ideas azota mi
cabeza, que trabaja rápidamente para poder
entender lo que acababa de suceder. De pronto
me paso las manos por la cara. Ahora sí: todo ese
tiempo en el que las cosas se habían detenido
volvía a correr, y esta vuelta mas rápido. Sentía
que giraba, y ella movía sus brazos gesticulando
mientras hablaba bien rápido. Ya no daba para
más. Salgo de la habitación caminando, lo
suficiente como para disimular mi angustia
frente a su familia. Llego hasta la puerta, donde
había dejado el auto. Entro y agarro lo que
siempre llevo por las dudas. Sin más, le disparo.
Sin remordimientos, sin pensarlo, sin siquiera
asustarme. Tomo el arma y disparo. Ahora ella
yace allí: en el suelo. Ya no importa lo que dijo,
ya no importa lo que diga. Todo se acaba allí. Me
voy.

Llego a mi casa y me emborracho lo suficiente como para convencerme que


me olvidé de lo ocurrido, y entre vaso y vaso me duermo en el suelo. La mañana
siguiente me encuentra en uno de los estados más deplorables en los que una
persona puede estar. Intento incorporarme, pero la resaca me confunde. Lanzo bien
fuerte el vaso contra la pared: fué inútil, ahora recuerdo. Voy al baño e intento
esquivar el espejo, da hasta vergüenza intentar mirarse. Me doy un baño y pretendo
que nada sucedió. Mientras me ducho pienso en todas las cosas que hicimos, y que
hice. Me siento mal, soy un maldito asesino. Pero no me quedaba otra: o la mataba,
o me hundía con ella. Salgo de un eterno baño y me dispongo a desayunar para
darme cuenta que no tengo nada, por lo que decido ir al supermercado para
comprarme aunque sea un café.
Salgo caminando sin pensar, entro al supermercado y siento que todos me
miraban amenazantes, lanzando mensajes de "Asesino, ayer te ví; das asco...". Pero
seguro era fruto de mi imaginación. Camino rápido hacia la góndola de alimentos
no perecederos. Tomo un bollón grande de café, cosa de no tener que volver allí por
un buen tiempo. Me pongo en la fila mas corta y la veo. Allí estaba: no era un
fantasma, era ella misma en persona. Me mira y se hace la distraída. No me animo a
acercarme, tengo miedo de lo que pueda suceder. Solo me basta con pagar y
alejarme del lugar.

Es extraño como a veces creemos haber encontrado esa persona que nos hace
sentir tan completos y de repente verla alejándose por la puerta de un
supermercado haciéndose la que no nos vio, la que poco le importamos. ¿Cómo
puede ser que a veces nos entreguemos tanto a alguien para que nos olvide? Pienso
que a veces podemos ser importantes para las personas, e incluso, podemos llegar a
formar parte de ella aunque al final todo termine así: indiferente. Da lástima que sin
quererlo tengamos que matar a alguien a sangre fría para poder continuar con
nuestras vidas, da lástima que luego nos la crucemos y parezca que nunca nada
pasó, aunque el fantasma de un pasado no tan lejano esté todavía presente. Quizá, a
veces, incluso hasta sabemos que podemos contar con esa persona, aunque ya no
esté a nuestro lado. ¿Ocurrirá esto realmente cuando mueren las personas que
queremos? Descubrí que ese
instante mágico en el que somos
completos no es para el que
vivimos, sino que él vive en
nosotros, ¿será, entonces, que esas
personas viven en nosotros y por lo
tanto nunca dejaron de existir? Si
estas cosas ocurrieran, entonces, la
vida misma no sería más que un
conjunto de sensaciones
"imaginadas", creadas por nuestra
mente para hacer de la vida algo
mas placentero.

Un fuerte ruido me saca de mi trance. "Ese maldito teléfono, voy a tener que
cambiar el timbre" pienso. Atiendo y saludo. Es su voz... ¿o es mi imaginación?

Diego González
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Al filozafando
V: El otro estado

Era un poco temprano, pero no tenía ganas de ponerme a hacer las tareas
impuestas por la rutina diaria. Estaba cansado, y solo quería disfrutar de un
momento íntimo con la naturaleza, con lo que una vez fuimos, hace millones de
años atrás... cuando los hombres-mono se maravillaban de un trueno, de la lluvia, y
hasta de una flor... Así quería sentirme yo, hoy no quería ligarme con las
computadoras, con la televisión o con la radio; hoy quería ligarme con la esencia de
lo que somos.

Caminé hasta la rambla. Llegué a un banco vacío desde el que se contemplaba


el mar. Decidí sentarme allí para, simplemente, mirar las olas. "¡Buenos días! Fría
mañana para estar acá... Se le ve cansado. ¡Jajaja!, no se preocupe, yo lo entiendo.
Acabo de llegar de un viaje de 11 horas en avión desde Italia. ¡Ah! La bella Italia...
La Fuente de Trevi, las montañas del norte, el Mediterráneo, Sicilia... ¿Sabe qué? No
ví a ningún mafioso por allí, pese a que dicen que Sicilia es la capital de la Mafia
mundial. ¿Conoce Sicilia usted?".

Su presencia me asustó. ¿Quién era esa persona que ahora me intimaba a


responder sobre Sicilia? ¡Ni que él hubiese llegado desde allí! ¡Si estaba harapiento
y olía mal! ¿Quién le iba a creer que llegaba desde Sicilia? "¿Y? ¿Fué o no fué?"
preguntó impaciente. "No" respondí intentando pararme para escapar de aquella
ridícula situación. "No se preocupe, es feo Italia. Me gustó mas Amsterdam".
Confirmado. Definitivamente estaba loco. Me hablaba bien de Italia y luego me
decía que era una porquería. Ahora me causaba intriga... era una mezcla de miedo
por lo que puediera hacer e intriga por lo que me contaba. Decidí quedarme, total,
aquella mañana dije que me conectaría con lo que somos, y parece que este hombre
me lo está mostrando: ¡la gente miente en tantas pavadas! ¿Porqué no mentir en que
visitó a Italia cuando ni siquiera tiene dinero para darse un baño?
"¿Visitó Amsterdam también?" pregunté. "Si. Muy buen lugar... callejuelas
perdidas, ¡parecen hasta pasadizos secretos en una ciudad! Y los bares... nada que
ver con los de acá, ¿sabe? Allá podés fumar lo que sea, tomar todo lo que quieras y
nadie te mira mal por eso. ¡Y ni le cuento de la zona roja! ¡Cada nenita hay por allí!
¡Jejeje!". "Mire usted, nunca lo hubiese imaginado. ¿Y visitó alguna vez Hawaii?"
pregunté tratando de despistarlo y probar sus conocimientos de geografía. "¡Pues
claro! Pero ¿sabe qué? No me gustó mucho. El lugar mas lindo que visité fue el
desierto de Gobi". Listo. Está mas chiflado que una cabra. ¿Cómo puede gustarle
mas un desierto que Hawaii?

"Pero la mejor anécdota fue cuando me perdí en Groenlandia con Susana, mi


esposa". "¿Se perdieron?, ¿qué les pasó?" pregunté intrigado. "Era nuestra luna de
miel. Nos casamos con ella hace poco, casualmente ayer..." Bien, todo dicho. Se casó
ayer, visitó Italia y Groenlandia el mismo día. ¿Y dónde estaba Susana? Me decido a
preguntarle pero inmediatamente continúa: "..., alquilamos una cabañita en el sur.
Queríamos conocer la nieve y la tundra, perdernos en los bosques y bueno... todo
eso que hacen las parejas de recién casados.
Usted me entiende. La cosa es que fuimos a
explorar un bosque cercano, y nos perdimos.
Llegó la noche, y Ana me dijo..." "¿Ana? No
me dijo que se llamaba Susana?" "No, no,
Ana... ¿Ya le está fallando la memoria joven?"
"Perdón... es que estoy un poco dormido" dije
tratando de dejar el tema de lado. "Como
decía, nos perdimos en el bosque con Leticia
cuando nos agarró la noche. De repente ella
mira al cielo y dice: '¡Mirá Roberto!, ¡Una
aurora boreal!' Fue increíble... era como una
sábana de color azul en el cielo y de fondo
toda la Vía Láctea... Hermoso" "Mire usted...
¿y porqué volvió a Uruguay?" "Estoy de paso, ya mismo me estoy yendo a
Australia" "¿Australia?, ¿Cómo?" Ya era demasiado y quería ver cómo es que esta
persona, posiblemente escapada del manicomio, explicaba sus viajes.

"Fácil, con la imaginación. Con ella puedo hacer lo que quiera. Con ella soy lo
que quiero ser, con ella no tengo barreras de ningún tipo y soy completamente libre.
No me pierdo en una oficina, no me encierro en mi casa con la televisión como hace
la mayoría de la gente. Solo cierro mis ojos y estoy donde quiero estar, hablo con las
personas que no conozco de aquellos lugares..." "¿Como conmigo ahora?" "Como
contigo ahora; de ustedes aprendo, con ustedes observo, y con ustedes mismos
descubro el odio y el amor. Con ustedes, las personas mismas, veo un reflejo de mí
mismo, veo lo que quiero ser, mis sueños y mis desazones. Veo que pasan todas sus
vidas en el mismo lugar, con las mismas cosas... solo deseando renovarlas y no
renovarse a sí mismos. Por eso imagino, voy y vengo, conociendo y renovándome".
Ya no sabía si estaba loco o si era mas cuerdo que yo, pero venciendo mis
miedos debidos a los prejuicios, le respondo: "¿Sabe qué? Hace unos días me pasó
algo muy importante. Tuve que matar a alguien con mi mente para poder continuar
mi vida tranquilo. Me puse a pensar y descubrí que la vida misma puede ser no mas
que una imaginación...", no me deja terminar la frase cuando dice: "¡Y lo bien que
hiciste! Ahora solo le falta algo: si puedes destruir, puedes crear."

Mira mi reloj y dice apurado: "¡Uy! ¡Son las nueve y diez! Llevo diez minutos
de retraso en mi viaje a Perú!" "¿No era Australia?" "La verdad que me preocupa
usted, joven" "Disculpe, es que fue demasiado ya por hoy". Le doy un abrazo. Ya sin
miedos, sin prejuicios, solo con un gracias enorme. "Me voy, ¡nos vemos!", y se aleja
corriendo por la vereda, mirando hacia atrás y haciendo dedo a los autos que por
allí pasaban.

"¡Que raro!..." digo en voz baja, "...pero tiene sentido".

Cierro los ojos. Y allí estoy: en Gondwana, durante la deriva continental, con
los hombres-monos metido en una caverna, mirando una tormenta furiosa desatar
sus enojos con rayos enormes y grandes bolas de fuego que de un volcán salían a lo
lejos. De repente, adentro de esa caverna y con las caras de mis pares asustados,
Platón, parece tener sentido.

Diego González
diego.esmir.gonzalez.morales@gmail.com
Al filozafando
VI: Ser o no ser

La noche se acababa de instalar, y pese a eso, todavía me encontraba sudoroso,


producto del agobiante calor de la tarde. Estaba cansado y soñoliento, solo deseaba
caminar las cinco cuadras restantes que me distanciaban de la casa. A paso
acelerado llego en pocos minutos para golpear la puerta un tanto violentamente,
olvidando su edad avanzada y que, por lo tanto, aquel no era un buen trato para tal
objeto. Una vez que Martina, mi esposa, me abre, entro y me encuentro a Lorena, mi
madre. Sorprendido de su presencia me acerco a darle fuerte abrazo para repetir el
gesto con Martina, que me miraba un tanto extraño desde la puerta, lugar en el que
la había abandonado por instante. Luego, me siento, me saco la corbata, dejo el
maletín sobre la mesa, y tan pronto me dispongo a una conversación me percato de
que mi madre me miraba serio. Por un instante pensé que podría tratarse de un
enojo o de una mala noticia. "¿Te pasa...?" No puedo terminar de formul ar mi
pregunta cuando alguien más toca la puerta. Martina se levanta a abrir. Era el Dr.
Peña, el doctor de la familia desde hace una veintena de años. El Dr. Peña saluda
efusivamente, como siempre hacía. Todos le respondemos de la misma manera;
todos, excepto mamá, quien apenas atinó a decir bajito "Hola" sin que siquiera su
rostro -serio- se inmutase. Extrañado me limito a observar la escena, por un
segundo tuve la extraña sensación de que iba a ser más útil callado que
cuestionando todo lo que veía. Martina, inmediatamente, con sus escasos
conocimientos de medicina le detalla el problema al Dr. Peña, detalles de los que
recién yo me estaba enterando.

"Sucede que Lorena hoy se levantó normal, pero luego, a eso de las cinco de la
tarde sintió un escalofrío por todo el cuerpo y luego quedó así, sin poder siquiera
sonreír". Ya no me quedaban dudas, era lo que yo, en lo más profundo de mi ser
sabía, mi mamá no estaba bien, algo le había sucedido. "Tuve miedo, por lo que me
vine para acá a esperar a Martina, que salía a las seis, capaz ella me podía decir
algo" dijo mamá. El Dr. Peña inmediatamente se mostró preocupado, le hizo los
clásicos exámenes de boca y pecho, pero luego de percatarse de que nada de eso
tenía un desorden procedió a mirarle los ojos, encandilándola con una pequeña
linterna de potencia para nada despreciable. Luego, se sentó en el sillón que se
encontraba a mi lado y dijo: "Temo que esto es una pequeña parálisis facial, no sé de
qué se trata, pero presumo que es virósico y, por lo tanto, temporal. Pero para estar
más seguros de todo esto le vamos a hacer unos exámenes lo antes posible. ¿Podrías
llevarla ahora al sanatorio?" Preguntó mirándome. "Por supuesto que sí", "Mejor"
responde. Luego, escribió algo en el recetario, algo que nunca podría descifrar, no
por nada los doctores tienen fama de tener una letra desastrosa. Terminado este
procedimiento casi de rigor, se despide tras un fuerte abrazo, algo extraño, pues, a
pesar de estar siempre de buen humor y de conocerlo de tantos años, nunca nos
había abrazado.
Una vez que se retira, mi madre se abriga con ayuda de Martina mientras yo
saco el auto de mi esposa para irnos al sanatorio. Una vez en el auto le pregunto los
detalles de lo acontecido, pero no había mucho más que eso: un simple escalofrío y
luego nada mas atragantarse levemente con la saliva y no poder sonreír. El resto del
camino fue tan silencioso como el campo que bordeaba la ruta.

Una vez en el sanatorio la vuelve a revisar el médico de guardia, quien no


pronostica nada distinto al Dr. Peña y procede a llevarla a otra sala donde le harían
diversos estudios. Dos horas más tarde, estaba internada en una camilla,
durmiendo a causa de los sedantes.

La siguiente semana nos encontró en esas condiciones: mamá en una camilla


mirando el cielo raso y levantándose únicamente para más estudios e ir al baño.
Recuerdo una de las interminables noches en la que estaba a su lado, tratando de
dormir en vano, mirando por la ventana la ciudad y su costa, su rambla, mientras
pensaba en todas aquellas cosas que mi madre solía hacer: le gustaba leer, caminar,
y siempre, siempre, tenía una palabra de aliento acompañada de una sonrisa para
cualquier situación. Pero ya no podía hacer esas cosas: no por estar postrada en una
cama, sino por su maldita y -todavía- inexplicable "parálisis facial", como el Dr.
Peña había dicho. Ella ya no sonreía, ella ya no tenía aquel brillo en sus ojos,
aquellas fuerzas interminables pese a su avanzada edad. Ahora, en parte por el
susto y en parte por atragantarse con la saliva, apenas hablaba.

Lentamente la semana llegó a su fin, y con ella el alta. A las ocho de la mañana
había pasado la doctora de turno, la Dra. Fernández, que con un aire de jurado
dando su veredicto dijo: "Quédese tranquila, luego del mediodía ya puede irse a su
casa. La parálisis facial que el Dr. Peña pronosticó es causa de un pequeño infarto
cerebral, y por ello esto es atemporal. La sacó barata. Los exámenes le dieron bien,
todo está en orden, pero debe cuidarse de los nervios, que le hacen subir la presión.
Si Ud. no hace caso es probable que repita el episodio, así que cuídese: nada de sal,
nada de fritos... en fin, todo aquello que Ud., como hipertensa, sabe. Aquí le damos
las radiografías..." dijo alcanzándole un enorme sobre inmaculadamente blanco "...,
y aquí tiene todas las indicaciones de la nutricionista junto con un resumen clínico.
A las doce le traerán el almuerzo, y luego de la una pase por la ventanilla de
'Informes' de este piso y entregue este sobrecito. ¡Suerte y cuídese!".

Los días siguientes se presentaron tristes. Si bien había salido todo bien, ella
ya no era la misma; la energía que siempre irradiaba, que le daba un brillo especial
en los ojos, esa mismísima energía que tantas veces me había dado la tranquilidad
de una madre cuando me miraba fijamente y sonreía, como siempre sabía hacerlo
en el momento justo, había desaparecido. Su enérgico "¡Buenas tardes!" cuando
entraba a casa a saludarnos a todos un sábado ó un domingo por la tarde... todo eso
había desaparecido, ahora miraba seriamente, y a pesar de haber recobrado esas
ganas de hacer todo, de leer, de investigar, ella ya no sonreía, y esa chispa de sus
ojos había desaparecido.

Una noche, mientras hablaba con Martina en la cama antes de dormir, le dije
que extrañaba a mi madre, la de antes, la que me preguntaba cómo me había ido en
el trabajo, la que me preguntaba cómo podía hacer para buscar tal información en
Internet, y ella me respondió: "No te preocupes, mi amor, es natural, mírala... ella
está mejor, hoy estuvo leyendo el libro de Historia Universal que hay en la
biblioteca, ¡ni que se le acabaran las fuerzas a esa mujer! Es más, cuando llegué del
trabajo me encontré que se había limpiado todo, ¿podés creerlo? ¡Dos días después
del alta! No te pongas mal..." me decía suavemente al oído mientras me acariciaba el
pelo, gesto que hacía solamente en momentos especiales "...vas a ver que todo va a
salir bien, ella está con fuerzas para vivir, que es lo más importante".

En ese momento, aparto sus manos de mi rostro con los ojos ya húmedos, y,
de manera inexplicable, recordé lo que me había pasado en un banco de la rambla
hace unos meses. Miro a los ojos a Martina y le digo: "Me hiciste acordar a Roberto,
si es que ese era su nombre" "¿Quién es Roberto, mi amor?" "Ps... Hace unos meses
fui a la rambla a descansar un rato, a no pensar; y de pronto apareció un viejo que
presumiblemente estaba loco, olía mal y tenía feo aspecto... pero luego de hablar un
rato me dijo algo: 'Si puedes destruir con la imaginación, puede crear con ella'. Y
puede que tenga razón, quizá ella sí sonría después de todo..." "Como sea, siempre
que entiendas que Lorena está bien... Buenas noches" dijo apagando la luz y
abrazándome bien fuerte en la oscuridad.

En los últimos minutos antes de dormirme, estando en lo que vulgarmente se


conoce como el "entresueño", veo a Roberto, y luego a mi mamá... Pienso por un
segundo que quizá las cosas puedan y no puedan darse al mismo tiempo... quizá
ella sí pueda sonreír mientras no lo hace... Quizá, si ella sonriera, entonces, podría
ocurrir que dos cosas, incompatibles en la lógica, fueran reales y demostradas por
ese simple contraejemplo. Inmediatamente descarté la idea... era el clásico momento
en el que ya dormía y todo aquello que en la vida real parece absurdo tiene sentido
y es, no solo coherente, sino que además, incuestionable.

Al día siguiente me levanto temprano, casi al amanecer. Y allí estaba mamá,


mirando a través de la ventana y de espaldas a mí. "Buenos días" le digo. Ella se da
vuelta con la cabeza gacha, no permitiéndome ver su rostro, pero sí permitiéndome
ver que, entre sus manos tenía una bandeja con el desayuno preparado. "Es para
vos" dijo levantando la cabeza.

Yo sonreí. Ella sonrió.

Diego González
diego.esmir.gonzalez.morales@gmail.com
Al filozafando
VII: La demostración perfecta de la imperfección

Llorando me abrazó. Llorando me besó. Llorando se despidió. No era un


llanto de tristeza, era un llanto de alegría. Ella sabía que lo tenía que hacer. Yo sabía
que lo tenía que hacer. Luego, abracé a mi padre, a mi madre, y a mi amigo más
íntimo que, como era de costumbre, casi llega tarde a despedirme. ¡Era una suerte
que me hubieran considerado! Era una suerte que por fin la empresa para la que
trabajaba me hubiera elegido para supervisar aquel maratónico proyecto del otro
lado del mundo, en otro continente. En un lugar extraño, sí, pero en un lugar que la
magia se veía desde las fotografías del terreno todavía no trabajado, donde yo
debería de modelar aquel paisaje agreste para que se asemeje a un hotel de siete
estrellas, el segundo en el mundo. ¡Que honor! Por suerte mi familia lo entendía,
entendía que esos meses que iba a estar fuera de mi casa era por el trabajo que había
soñado toda mi vida.

Así es que, mientras las promesas de escribir y llamar se acumulaban, el


último anuncio era dado por los parlantes de aquel lujoso aeropuerto. Nunca había
viajado en avión. Sí lo había hecho en barco, cuando visité Europa. Pero ahora era
distinto. El lugar de destino apenas si tenía un aeropuerto en una remota isla del
Pacífico. Era la única manera de llegar. El nerviosismo se notaba, pero el deber y los
sueños llamaban. Así que me dirigí a dónde me esperaban para los procedimientos
de abordaje de rutina... Por fin es que saludando con la mano, saco la última
fotografía mental de mi familia, la que no vería por meses.

Una vez en el avión me siento nervioso. Ese gustito único de la primera vez;
esa primera vez que a uno lo puede marcar para todas las otras veces; "si la primera
no es buena, probablemente las siguientes no lo sean también" pensaba para mis
adentros mientras pedía un vaso con agua sin gas -ya estaba demasiado nervioso
como para sentir burbujas en mi garganta-. Miro por la ventana y observo los
carros, las personas allá abajo, chiquitas, tratando de poner todo en orden para el
despegue. Pocos minutos más tarde el Capitán se anuncia por el altavoz, dando la
bienvenida y explicando, junto con la azafata, algunas normativas de seguridad
ante cualquier eventualidad. Luego, casi instantáneamente finalizado el proceso,
siento un leve frío que me corre por la espalda, miro por la ventana y observo lo ya
inevitable: el avión comenzaba a moverse. Me hundo en el asiento. Cuento hasta
tres y trago una enorme bocanada de aire. Cierro los ojos. No pienso.

La sensación es similar a la de una montaña rusa para niños. Levemente siento


como mi estómago comienza a subir, nada doloroso, más bien lo calificaría como
cosquillas en la panza. Miro por la ventana y ya estaba todo dicho: las personitas,
los árboles, los autos a lo lejos, los aviones, el aeropuerto, los cerros en el horizonte...
todo, todo empieza a verse más chiquitito. Ya estábamos volando. Ya estaba más
tranquilo.
Le hago señas a una azafata y le pido un vaso con agua, esta vez con gas. Ya
estaba mejor, ya podía respirar tranquilo. Observo por la ventanilla y miro el
paisaje: era hermoso, las nubes bajo mío, el atardecer a lo lejos, el océano... sentía
que realmente volaba, y que aquel avión no era más que una extensión de mi
cuerpo, una extensión de mí ser. Deleitado por el paisaje me duermo... el viaje era
largo y estaba nervioso por el proyecto, ya había atravesado
algunas de mis tensiones con las despedidas, pero otras más
me esperaban al llegar, tras trece horas de viaje. Mejor era
descansar...

Tres horas más tarde me despierto. Ya era de noche,


sea donde sea que nos encontráramos, ya era de noche. Casi
todo el avión parecía dormido, a no ser por una azafata que
todavía se encontraba sirviendo a algunos sonámbulos que
no habían podido conciliar el sueño. Un poco más
descansado y ya no tenso, decido abrir la carpeta donde se
encontraban las fotografías del lugar, los documentos,
algunos bocetos y planos preliminares. "¿Es Ud.
arquitecto?" Me pregunta una mujer joven, que se
encontraba sentada a mi lado; pese a que sus palabras se
dirigían hacia mí, ella no me miraba, intentaba observar la
noche despejada por la ventanilla. "Si, lo soy" le respondo.
"Debe ser interesante, ¿Sabe? Yo siempre quise ser
arquitecta, por eso le preguntaba", "Ahá. ¿Y por qué no lo
fue?", "Me anoté en la Facultad de Arquitectura, pero luego
de unos años descubrí que lo que más me gustaba era cómo funcionaban las cosas,
más que cómo modelarlas. Por eso es que decidí dejar la carrera y hacer
Licenciatura en Física. Mire ese paisaje..." dijo mientras señalaba la ventanilla,
"...¿no es hermoso?", "Ciertamente". "Pensar que todo es un caos" me dijo
inesperadamente, "¿Un caos? A qué se refiere", "A que no sabemos nada... mire las
estrellas, ese mosaico de puntitos blancos en el cielo negro. Pensar que lo que vemos
no es más que una parte de lo que una vez fue, mezclada con lo que es, y con lo que
seguro será, el cosmos. Por cierto, mi nombre es Francisca" dijo extendiéndome su
delicada mano, "Ruperto" le respondo. "Bueno, Ruperto, disculpe si lo molesto, no
fue mi intención aburrirlo con esto. Y más cuando parece que Ud. va a tratar con un
proyecto serio.", "No te preocupes, Francisca..." dije tuteándola "...y no me trates de
Ud."; ella tendría aproximadamente mi edad, seguramente era de mi país (por su
forma de hablar), era ridículo tutearnos, podría habérmela encontrado en un bar
dos noches atrás cuando mis amigos me prepararon una despedida, y en ese caso,
seguro no nos hubiésemos tratado con tanto respeto. "¿Y por qué viajás?" le
pregunto. "Voy a dar una conferencia sobre física llamada 'Demostraciones del
pensamiento'", "¿Y de qué se trata, específicamente?" pregunté intrigado. "Es sobre
varios temas aparentemente desenganchados pero que están íntimamente
relacionados. Comienzo hablando de Física cuántica, del Principio de
incertidumbre, de Lógica y por último de cómo esto afecta nuestras vidas..." dijo
seriamente sacando unos documentos de su carpeta, "Es interesante", le respondo.
"¿Sabés? Soy aficionado a la física, es un tema que realmente me apasiona. ¿Pero
qué es lo que te traés entre manos? No entiendo cómo es que decís poder relacionar
tantos conceptos tan aislados...".

"Aquí tiene su jugo de naranja, señorita. ¿Desea algo más?" dijo la azafata sin
percatarse de interrumpir una conversación. "No, gracias", responde Francisca, que,
acto seguido, toma un poco de jugo para refrescar su garganta, como preparándose
para practicar su conferencia conmigo, "Mirá,
¿recordás algo de física cuántica?" me pregunta
incisivamente, dudando de mis conocimientos.
"Si... de algo me acuerdo..." dije imaginando que
prontamente aquella conversación iba a escapar a
los límites de mi entendimiento. "Bueno, como
imagino recordarás sabemos, porque se ha probado
tanto teóricamente como en la práctica, la dualidad
onda-partícula, en la que todo objeto, cualquiera
sea su masa, tiene una onda de probabilidad de
existencia asociada con determinada longitud y,
por lo tanto, frecuencia; esta onda, indicada por la ecuación de Schrödinger explica
cuál es la probabilidad de que exista en determinado lugar y momento...", "Pará,
pará, pará..." le digo suavemente riéndome, "...explicame mejor y un poco más
despacio". Riéndose, se disculpa y comienza: "Como alguna vez habrás leído todo
es masa y todo es energía... digamos que todo lo que vos tocás o ves son dos cosas
distintas al mismo tiempo...", por alguna extraña razón la miré fijo a los ojos,
intrigado, algo intuía, algo yo de esto ya sabía, aunque no lo pudiera explicar; algo
me estaba viniendo a la mente... "...la materia puede desintegrarse convirtiéndose
en energía, como en la bomba atómica; o la energía puede transformarse en materia,
como en el comienzo del Big bang, o en el hipotético 'agujero blanco' todavía nunca
observado". "Entiendo..." ya empezaba a recordar algunas cosas que había leído.

"Bien, bien... Bueno, a su vez, como capaz leíste, y según se ha demostrado, la


materia puede comportarse como tal (ya sea en energía o en el estado de materia
mismo) o puede comportarse como una onda", "Pero esa es la conocida 'dualidad
onda-partícula'" digo desilusionado y temeroso de no entender nada. "Exacto, he
ahí la primera conexión: la materia, ya sea como energía o como materia que
conocemos en nuestra vida diaria, se puede comportar como tal y como una onda",
"¿Pero qué indica esa 'onda'?" pregunto intrigado. "Esa onda indica cuál es la
probabilidad de la posición exacta de la materia", "¡Cierto!..." digo contento de
empezar a recordar con más exactitud aquellos artículos que había leído en una
revista de divulgación científica, "...¿eso mismo no tiene relación con el Principio de
incertidumbre?, ¿el que dice que hay dos datos que nunca se pueden conocer al
mismo tiempo, la posición de una partícula y su velocidad?". "Exacto, y lo que
ocurre es que cualquier objeto, incluso nosotros mismos en este avión, en realidad
no conocemos nuestra posición ni nuestra velocidad con precisión infinita". "Y por
tener una velocidad es que tenemos una onda de probabilidad que nos indica
dónde estamos probablemente". "Sí, y que por ello nos comportamos como tal,
como partícula y como onda". "¿Y qué tiene que ver esto con nuestra lógica?"
pregunto creyendo haber llegado a un punto sin retorno en la conversación.
"Supongo que alguna vez escuchaste hablar de la prueba de las dobles rendijas, en
las que se hacen dos rendijitas muy pequeñas una al lado de la otra y se bombardea
con electrones para ver qué figura aparece del otro lado", "Sí, lo recuerdo. Aparece
como franjas llenas de electrones y otras vacías, que era señal de que los electrones,
y en general cualquier cosa, puede pasar por dos lugares al mismo tiempo. Para
formar tal figura, los electrones 'saben' los caminos que tomaron los electrones
anteriores. Es decir, pasan por las dos rendijas al mismo tiempo" dije entusiasmado
y contento por lo que me acordaba de haber leído. "Eso mismo. Como los
electrones, que no son más que materia, pueden hacerlo, entonces, nosotros, si
tuviéramos dos agujeritos semejantes, podríamos estar en dos lugares al mismo
tiempo". Nunca lo había pensado así, pero ahora sí que esta conversación se ponía
extraña.

Ya sin poder parar de preguntar qué era lo que


se traía entre manos Francisca, pregunto: "Pero eso es
imposible, ¡no puede ocurrir que las cosas estén en
dos lugares al mismo tiempo!, ¡para eso ni siquiera
viajaría en avión!" digo riéndome a carcajadas.
"Ssshhh... vas a despertar a todos", me dice Francisca
riéndose bajito; continua: "Sí es posible, y está
demostrado en la teoría para cualquier objeto, y en los
experimentos ara ciertos objetos pequeños, como los
electrones, para los que se puede fabricar rendijas tan
pequeñitas. Es verdad, para humanos no se ha podido
hacer, ése es el único punto débil de mi exposición". "Bien, bien..., ¿Y la lógica?",
"Bueno, la lógica tiene que ver justamente con todo esto. Vos mismo lo dijiste
cuando no podías creer lo que te estaba contando, entra en conflicto con todo lo que
siempre hemos creído". Desconcertado, bajo la cabeza, esta conversación había sido
inútil... "Pero tengo la explicación a todo esto" dijo de pronto Francisca como
tirándome un salvavidas mientras me ahogaba en mis pensamientos. "Puedo
demostrar teóricamente por qué es difícil concebir que podamos estar en dos
lugares distintos al mismo tiempo, pese a que no lo he podido demostrar con
ejemplos...", "¿Cómo?" pregunto más intrigado que nunca. "¿Conocés la Paradoja de
Russell?", "No", "Es fácil, prestá atención: suponete el conjunto de todos aquellos
elementos que cumplen la propiedad de no pertenecer a ningún conjunto. Pues
bien, cualquiera de esos elementos no pertenecen a ningún conjunto, por definición;
sin embargo, como no pertenece a ningún conjunto, también, por definición,
pertenecerá a aquel conjunto compuesto por todos los elementos que no pertenecen
a ningún conjunto. Listo, esta es mi demostración teórica de que no podamos
concebir por qué dos cosas pueden estar y no estar en dos lugares al mismo tiempo:
no porque no se pueda, sino que porque nuestra mente está limitado a que 'no se
puede', y, por lo tanto, no podamos comprenderlo de buenas a primeras".

"Demasiado..." pensé. Quedé estupefacto, realmente no podía dejar de


mirarla, a ella, a sus documentos, a los míos, a la gente, a la azafata, al avión, a las
estrellas, a la noche... ¿alguien de allí alguna vez imaginaría todo esto? ¿Alguien
sería realmente consciente de que el universo se comporta de forma realmente muy
extraña?... "Ésa es, en resumidas cuentas, mi exposición de mañana. Como te decía,
mi único problema es que no he podido encontrar un ejemplo en la vida real,
porque no se pueden fabricar rendijas tan pequeñas como para demostrar que una
persona puede estar y no estar en dos lugares al mismo tiempo, y eso es un punto
fundamental".

La miro fijamente por un instante. ¿Y si yo tuviera la solución a aquel


problema?. "Creo que te puedo ayudar" le digo inesperadamente... Ahora
empezaba a recordar, empezaba a recordar lo que al comienzo de la charla se me
venía a la mente y no podía saber qué era. Ahora veía todo claramente, ahora
recordaba cosas que los libros nunca me dijeron, ni a mí, ni a ella seguramente...
Ahora recordaba algo que podía explicar muchas cosas, y que podía, incluso,
terminar de demostrar lo que ella misma me explicaba... "¡Ojalá!, ojalá..." dijo
Francisca apagando la voz. "No, en serio te digo. Mirá; te explico..." le digo casi
temblando, "… hace un mes mi mamá sufrió un pequeño infarto cerebral; para mí
fue como si se me hubiese derrumbado el mundo, estaba realmente muy triste
porque mi madre no tenía las mismas energías,
ella ya no sonreía... Pero una noche, mientras
estaba casi dormido, pensé que quizá ella sí podía
sonreír, eso dependía de mí: puedo destruir y
crear con la imaginación, y como la imaginación es
lo que vivimos realmente, también, como me
explicó Roberto...", "¿Quién es Roberto?",
"Perdoná, es que estoy un poco nervioso por todo
esto. Lo que te quiero decir es que era imposible
que mi madre sonriera, debido a su infarto. Sin
embargo, si ella sí sonriera, entonces, dos cosas
incompatibles en la lógica realmente tenían cabida
en la realidad, ¿y sabes qué?", "¿Qué?", "Al otro
día, cuando me levanté, mi madre me sonrió".
Luego de unos segundos digo casi
imperceptiblemente: "Así afecta nuestras vidas...".
Francisca bajó la cabeza, como si la hubiese regañado. Yo continúo mirándola
fijamente, asustado por mi propia conclusión. Le pido a la azafata un café. Francisca
continúa mirando sus documentos mientras juega con una lapicera.

Estuvo así por un momento, mientras yo esperaba mi café repasando la


conversación, mientras me distraía mirando las estrellas. La azafata llegó, y con ella
mi café. Comienzo a beberlo cuando Francisca me dice: "Tiene sentido, realmente
tiene sentido. ¡Acabamos de demostrar que dos cosas imposibles en nuestra lógica
ordinaria tiene cabida en el mundo real! ¡¿Te das cuenta?, la demostración perfecta
de la imperfección, Ruperto! ¡Lo hicimos!, ¡¡Lo hicimos!!" dijo sumamente exaltada.
La azafata se acerca a pedirnos silencio. Reímos bajito. Nos dimos un fuerte abrazo.
Nos apreciábamos, pese a que nadie contó nada de su vida íntima, pero sentíamos
que lo habíamos hecho de todos modos. Quizá, porque ambos estuvimos allí al
mismo tiempo.

Diego González
diego.esmir.gonzalez.morales@gmail.com

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