Cuentos para hombres que son todavía niños
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Cuentos para hombres que son todavía niños - Teresa Wilms Montt
Cuentos para hombres que son todavía niños
Copyright © 1919, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726641080
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
Mahmú
Mi muñeca, fea, desgarbada y triste, es una figura soñada bajo la influencia del hachish.
Es de esas muñecas, que arrancan de los labios infantiles una risa acariciadora, y el mejor sentimiento de bondad a sus almas puras.
Los niños quieren a sus juguetes feos, los compadecen; presienten ellos que la fealdad es un defecto inexcusable en la vida...
Mi muñeca larga, larga, como el bostezo de un hambriento, se llama Mahmú.
Sus anchos pies están calzados por lindos borceguíes castaños; dos poemas de zapatero viejo, que al coser los botincitos hilvanó en ellos sus últinías ilusiones...
Apoyada en el espejo del tocador me mira la muñeca, con sus ojos de jirafa mansa, fijos y brillantes como si llorasen silenciosamente.
—¿Qué tienes muñequita mía? ¿Por qué se humedecen tus ojicos?
Pobrecita, la traigo a mi cama, apretada entre los brazos, le arrullo, le canto, juego con su cabecita, destrenzando sus sedosos cabellos color de avellana.
Mi Mahmú es la única figura que, como yo, se asemeja a un ser humano; la única que conoce mi soledad.
De tanto mirarla, en mi ansia de ser comprendida, he traspasado un soplo de entendimiento a sus miembros de trapo. Me habla y dice: —Hace frío,¿verdad?
–Sí, hace frío —respondo.
—¿Y no hay sol? ¿Dónde estamos, Teresita?
—¡Ah muñequita! Este es tu país natal; no lo recuerdas porque al salir de aquí no tenías pensamiento. Reposabas muy tiesa dentro de una caja de cartón, acuñados los brazos con pajitas de arroz.
—Entonces ¿estaba muerta? —me dice con su vocecita nasal.
—Sí, muñequita, guardabas frío silencio; eras el ídolo de muchas criaturas que vislumbraron tu carita en las vidrieras de un almacén. Tú esperabas, sin imaginarte, que manecitas infantiles vendrían a darte calor, animación.
—Entonces ¿tú eres una niña?
¡Pobre Mahmú! No sabe cuánto me duele su pregunta, ni se ha fijado que vuelvo la cara para que no vea mi angustia.
—No muñeca mía; no soy una niña. Las chiquillas no conocen las miserias, no han penetrado la vida, y tienden una madre que las besa protegiéndolas, como yo a tí.
Guardamos silencio, ella en su corazón de, estopa, yo en el mío de piedra.
Nieva; el cisne, caballero del invierno, deja las heladas plumas de su pecho en mi balcón.
Yo pienso, recuerdo...
—Oye, Teresita —me