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Pascale Leray
Para testimoniar aquí mi experiencia, voy a partir de los puntos que fueron más vivos en lo que aislaré
como siendo la prueba del pasador.
La prueba, es a la vez "lo probado" en singular que capta a este pasador en su función, pero son
también las pruebas en plural, pruebas de pase, que por presentes que ellas sean en el testimonio del pasante
deberán ser de una cierta manera imprimidas por el pasador en tanto que él sería «la placa sensible» del
dispositivo del pase. Imprimirlos quiere decir escucharlos para poder extraerlos y luego transmitírselos al
Cartel del pase.
En esta experiencia compleja, examinemos en primer lugar lo probado. La prueba, en tanto que
probada, es en primer lugar una sorpresa, aquella que surge en el momento en que usted sabe
telefónicamente por el pasante, que usted va a ser su pasador ya que él acaba de escogerle a la suerte. Es una
sorpresa en tanto que ustedes no habian previsto absolutamente esta posibilidad.
El efecto de real reencontrado podría dar lugar a un momento de extravío si no apareciera muy
rápidamente la idea que lo que les llega no se rechaza, porque en el fondo usted lo quiso, incluso
precisamente lo buscó, al haber persistido en la vía analizante hasta el punto allí donde usted está; puesto que
el el punto donde usted está, eso no puede llegar mejor, usted va a ser activado en su propio pase/paso, por
lo que usted querría hacer algo en la comunidad analítica.
Querer lo que se desea, he aquí la primera confrontación por donde se resuelve para el pasador su
toma de posición en el pase.
Por haber sido sorteado, he aquí lo que lo hace a usted súbitamente, en tanto que pasador, un
elemento contingente en el dispositivo.
No se les escapa a ustedes tampoco que la contingencia que les afecta va a repercutir en el encuentro
con el pasante, para quien usted es también un desconocido.
Luego viene para asociarse, con esta dimensión de la contingencia, una constatación también viva: no
hay ninguna identificación posible que les guíe en esta función. Por otra parte, cómo podría haber allí una, ya
que eso con lo cual usted hizo la experiencia en su análisis va contra esa posibilidad. Así como tampoco hay
identificación al analista, no puede haber allí identificación al pasador. Entonces no hay en el momento de
reencontrarse allí en esta función sino la cuestión del deseo y del acto.
El encuentro con el pasante (a menudo diré "la pasante" porque me apoyaré en el pase de una
pasante), este encuentro entonces está marcado en primer lugar por un sobrecogimiento; el cual está ligado al
encuentro de una radicalidad en acto, aquella del pasante quién les entrega sin restricción lo más íntimo de su
experiencia de analizante. Y resulta que eso se produce de una manera diferente de la que se efectua en la
cura ya que va, de un momento inédito cuando esta intimidad les es entregada fuera del marco transferencial
y confidencial de la cura, a una operación de reducción de un largo recorrido. El pasador asume aquí un cierto
franqueamiento del pudor, no para desbordarse, sino porque lo impúdico está allí al servicio de una ética,
para lograr bien‐decir a propósito de algo difícil que concierne a la confrontación con el agujero de la
castración.
Es la novedad de ese modo de dirigirse, en la qué usted no es sino el testigo, lo que destaca la posición
asumida por el pasante. No es evidentemente más la transferencia sobre el sujeto supuesto saber, el cual se
deshizo en el pase. Lo que queda y que hace su fuerza soporta una transferencia sobre la que sería demasiado
vago decir que es una transferencia al psicoanálisis, incluso si fuere el caso.
Me parece que puedo avanzar que, en este modo de dirección al otro, hay allí instantáneamente una
emergencia de un lazo social sorprendente, con novedad para el pasador. Su novedad es que se regla no sobre
el amor de transferencia sino sobre un punto que hace subversión. Me parece a mí que este punto de
subversión venía de la relación del pasante a un punto de real no taponable en su testimonio. La consecuencia
de eso es que el Otro cambio de estatuto, el pasante no podría esperar ya más ni seguridad ni garantía. De ahí
lógicamente que el pasador puede estar sólo en posición de testigo.
En él après‐coup, comprobé el alcance de lo que nos dice Lacan en su texto sobre la experiencia del
pase: « los que se vieron ocupar la posición del pasador se plantearon en ciertos casos en posición de
analistas. No es absolutamente eso lo que esperamos de ellos. Lo que esperamos de ellos es un testimonio, la
transmisión de una experiencia 1. »
Esta experiencia les invita a ustedes a dejarse guiar muy rápidamente como pasador, a dejarse hacer
por este inconsciente, del cual ciertos enunciados los impactan. Al mismo tiempo, esta manera de ustedes
dejarse hacer no les impide intervenir, muy al contrario, es incluso lo que constituye otra forma de la actividad
del pasador. Así, usted interroga los enunciados enigmáticos, usted vuelve sobre dichos que permanecen
oscuros, a veces usted interroga enunciados que tienen un carácter de certeza antes de confirmarlos.
La fuerza del testimonio hace del pasante aquel que desprende la estructura de su análisis para
entregársela al pasador. La tarea del pasador se aplica entonces para que el testimonio sea lo más posible del
lado de la demostración.
Pero hay otra dimensión en la experiencia del pasador y se tradujo por mi parte, en momentos de viva
interpelación, como efectos del testimonio del pasante. Estos efectos son unos efectos de verdad para el
pasador. Es de estos de los que voy a tratar de dar cuenta porque son ellos quienes produjeron cambios para
él en su relación a la experiencia analítica.
Voy a ser llevada a hacer referencia a ciertos puntos de elaboración del pasante, sin entregar sin
embargo el contenido del pase. Se trata de desprender lo más agudo del testimonio.
En la densidad del testimonio se extraían con fuerza dos momentos de discontinuidad en el análisis de
la pasante.
El primero es un momento de vacilación subjetiva mayor que tiene por efecto develarle a la pasante el
objeto que hacía funcionar su fantasma. Entonces el montaje de este último pudo aparecerle.
Es el primer momento de pase que viene para poner en movimiento la seguridad que le daba este
fantasma.
El segundo punto concierne a la modalidad por la cual accede a la última separación con el objeto
permitiendole la separación de su analista que hacía las veces de eso. Allí se sitúa el pase como siendo el
momento cuando se resuelve el punto crucial de su análisis, lo que le permite entrever en ello el fin y le hace
demandar el pase.
Entre estos dos momentos‐claves hay un despliegue de una experiencia comportando momentos
cruciales.
En tanto que pasador, usted es sensible a ese primer viraje importante de la cura donde la pasante
reparó que ella sostenía su ser por una fijación, ocupando un lugar para el Otro.
Este trozo de saber que se transmite no es sin retornar al pasador a su experiencia cuando él estuvo
confrontado en su análisis con tal estremecimiento subjetivo, en el corazón del cual la aparición de la angustia,
en tanto que signo de lo real, venía para desalojar al sujeto del lugar que ocupaba en su fantasma y que regía
su relación al Otro. Este Otro, en tanto que él no responde, se había encontrado allí activado, reenviando al
analizante a la obligación de consentir finalmente a ese real. De su primer momento de pérdida de la
seguridad del fantasma, la pasante enuncia: « sabía que más allá del dolor, era una operación subjetiva
necesaria. »
El pasador reconoce, en esta manera de decir, cuánto lo probado de esta rasgadura constituía un
franqueamiento en el análisis. Lacan nos da una indicación concerniente a estos momentos de
franqueamiento: « hay una emergencia del discurso analítico en cada franqueamiento de un discurso a otro »2
Necesarios pero no suficientes, estos momentos de paso/pase actúan abriendo una puerta al pasante
que continúa su trabajo analizante, hasta una pérdida decisiva que permite el desenlace de la cura y de
golpe su legibilidad. Usted aprende del pasante cómo la angustia y el desamparo encontrados participaron en
esta mutación de su deseo cuando él se confrontó con el horror de saber.
El pasador es reenviado de nuevo a su experiencia singular que puede formularse así: confrontarse con
el horror de saber, es afrontar esta verdad de reconocer por cuál goce se encontraba rellenado el agujero de
la castración y esto para no saber nada de ello.
Otro enunciado de la pasante señala cuánto su lugar y el deseo del analista que le sobrevino hoy son
cuadriculados por el desvelamiento de un punto de horror con respecto al cual se había mantenido durante
todo un tiempo en una ignorancia suprema. De golpe, lo que había sido terrible en esta prueba se transformó
en un punto, permitiéndole no recubrir más la castración, la suya y aquella del otro. Lo que se transmite aquí,
es que el pasar del horror de saber a asumir ese saber de la castración produce una posición deseante nueva
con respecto a ese saber que la humanidad no desea saber. El pasador verifica aquí que, en el progreso lógico
de la cura, momentos cruciales pueden conducir súbitamente a momentos de pase que no son, no obstante,
el equivalente del pase/paso final.
Así es como la pasante transmite que, en el momento en el que descubría el montaje de su fantasma,
ella estaba aún lejos del final del análisis, aunque era un descubrimiento importante. Descubrimiento que le
permitía tomar la medida de la manera en la que ella se hacía objeto agalmatico para el otro.
Pero no es en este hallazgo que ella puede terminar su análisis. Le fue necesario en un tiempo segundo
reencontrar una dimensión de imposible haciendo irrupción en el lazo transferencial al analista para que fuese
promovido el vacío del objeto. Es por otra parte un hecho contingente, tocando el marco de la cura, el que va
a permitirle caer de ese fantasma y separarse del resto de goce que se alojaba allí.
La dimensión imposible surgió en una formulación contradictoria que le sobrevino y que concernía a su
lazo al analista. La extracción de esta contradicción va a reenviarla al objeto que era ella para el analista en su
fantasma. La relación del analizante a la verdad es radicalmente cambiada con ello. Un cambio de este orden
vivamente interpela al pasador porque alcanza irremediablemente el engaño de la transferencia, y de manera
concomitante báscula el estatuto de la verdad por el cual se abre, dice la pasante, « un lugar vacío ». Un lugar
vacío para la verdad, vaciado de las últimas fijaciones de goce que continuaban alimentándole la transferencia
al psicoanalista que permanecía aún causa del deseo del analizante.
Este cambio de estatuto de la verdad provoca la demanda de pase, y esto porque el saber probado
como nuevo se desprende. Es nuevo en tanto el tiene en cuenta lo real como lo imposible de saber. « No
habré sido aquella que lo salvó », dice la pasante. Este enunciado es el efecto de un saber en lo real donde se
verifica que no hay Otro del Otro, ninguna verdad sobre la verdad.
Hay este agujero en el saber que permanecerá intaponable pero de donde puede activarse el S de A
tachado.
Para el pasador se esclarece este enunciado de Lacan: « la verdad sirve sólo para hacer el lugar donde
se revela este saber. » Este saber en juego, nos dice Lacan, « es que no hay relación sexual, entiendo, que se
pudiese poner en escritura ».
Este reencuentro con un real como imposible, el pasador lo anuda con la cuestión del deseo del
analista. En cuanto a la cuestión « ¿hay analista? », me sobrevenía esta observación: no es sin duda posible
responder a esta cuestión desde el lugar del análisis cuando éste llega al final.
El dispositivo del pase es ese otro lugar para intentar responder a eso. Lacan nos dice en su texto sobre
la experiencia del pase: « es una experiencia radicalmente nueva que hemos implementado, el pase no tiene
nada que ver con el análisis»3. Esta formulación es sorprendente, pero ella puede esclarecerse si se plantea
que el analizante hace el paso porque, a partir de un punto de certeza que lo separa de su fantasma y que
hace el deser del analista, le parece indispensable esclarecerlo, en un dispositivo que hace la oferta. Esclarecer
es, me parece, pasar de ese trozo de saber de la cura al saber que hace transmisión a otros.
El pasante transmite lo que hace la verdad debidamente probada y reúne así el decir de Lacan: « La
verdad, no podemos decirla toda, es imposible y es incluso por este imposible que ella sostiene a lo real »4.
Para el pasador, hay un encuentro del punto de límite al saber directamente transmitido por el
pasante. Es un punto de imposible, un punto de real que resiste al saber, que va a contar para él como resto.
Es asumir en lo sucesivo la existencia de ese resto que hace del pasante un sujeto que finalmente puede
sostener su división y lo que lo causa, más bien que de obturarla con todos los objetos que se presentan en la
realidad. Esto implica un duelo particular, aquel sobre el que Lacan nos dice que « es el duelo alrededor del
cual está centrado el deseo del analista » y que hace que « no hay objeto que tenga más precio que otro »5.
Lo que enuncio se produjo en él après‐coup de la experiencia del pase que incluye el encuentro con el
Cartel del pase. Cuando he estado confrontada con la transmisión al Cartel, no me formulaba las cosas así.
Hablaré de la preocupación del pasador que quiere hacer pasar el testimonio sin truncarlo. Tenía en
efecto la preocupación de olvidar algo, tal elemento que podría ser importante para el Cartel. Haciendo esto,
había cargado la transmisión de un demasiado, de un demasiados detalles, biográficos particularmente,
mientras que precisamente, no siéndome privada de interrogar a la pasante, había sido conducida a captar las
grandes trazas del fin de la cura. Pues bien, a pesar de eso, este exceso que intentaba yugular el miedo de
olvidar era de hecho como un resto de posición sintomática que me concernía a mí, con relación a lo que se
había abierto como agujero en el saber y que como tal actuaba.
Esto no es sin reenviar a la cuestión del no‐todo en el pase. En la invención por Lacan de este
dispositivo, esta dimensión del no‐todo es central. No‐toda la presencia del pasante que no encuentra el
Cartel. No‐toda la presencia del Cartel, que está ausente del encuentro pasante‐pasador. No‐toda la presencia
del pasador, de una parte ya que hay dos, lo que atenta contra uno que sería todo el testimonio, y por otra
parte porque el pasador está ausente del debate del Cartel que resuelve sobre el nombramiento. Pero el
no‐todo, es sobre todo la presencia no‐toda de cada uno de los que participan en eso. Esto implica para el
pasador no ser demasiado en tanto que sujeto.
Esta pasante me decía en su testimonio que, después de haber escrito su carta de demanda de pase,
realizaba la dimensión de no estar allí. No estar allí en la transmisión al cartel, no ser allí ni con la mirada, ni
con la voz. Concluye que aceptar este modo de transmisión, era consentir al no‐todo.
De ahí me vino la idea que la confianza para aquel que se ofrece al pase era poder confiar a otro el
testimonio del cual él no tendría más ningún dominio. Aceptar el abandono de este dominio tiene una
afinidad con el hecho de asumir el sin seguridad, el sin garantía, incluso el muy poca de retorno.
El pasador también está confrontado con esta ausencia de garantía en su transmisión al cartel. Sin
embargo él se compromete, entusiasmado por el coraje de aquel que aceptó soltar su testimonio, dejarlo
trabajar por y para los otros, sin ser allí, mientras que se trata de la prueba que transformó su vida.
Para el pasador, el encuentro con el pasante permanece inolvidable. Y el encuentro con el Cartel
permanecerá como algo muy notable. Retengo la actitud de cada uno como siendo de una extremada
atención al testimonio. Me dieron el tiempo necesario para llegar hasta el fin de lo que tenía para decir en
este encuentro. Pero sobre todo lo que más me impactó, es que el Cartel también me pareció estar en una
prueba.
¿Aquella de probar las pruebas? Lo que me tocó, más allá de las personas, es cómo este pequeño
grupo de trabajo estaba animado por la preocupación de resaltar lo que podía autentificar el pase, con
cuestiones que me hacían volver a puntos del testimonio donde era más bien lo que escapa, lo que hace
agujero, lo que es interrogado y por este hecho se vuelve central.
De lo que puede autentificar el pase, Lacan nos da alguna indicación: « un deseo inédito, cuya marca el
analista debe portar. A sus congéneres el saber encontrarla. » Me parece que con esta cuestión de la marca
que porta el analista, marca a encontrar por los congéneres, comenzando entonces con los congéneres del
dispositivo del pase, comenzando por poder reconocer en ello ese deser en tanto que, impactando al
analista, alcanza con su marca al pasante destituido como sujeto, resuelto desde entonces a hacer el desecho
del saber que él se sabe ser. Allí adviene el analista en tanto que el puede inventar con este saber atravesado
y no aprendido ni sugerido por el otro.
Para el pasador, reencontrar el pase de otro produce efectos sobre su fin de cura. Lo inesperado de la
salida del análisis que permite al pasante cortar, hacer dar cuenta al pasador hasta dónde van las
consecuencias de la destitución subjectiva que su cura le hizo encontrar.
En este final de cura donde el pasador se encuentra, se trata de apresurarse a partir de lo que el
inconsciente impone como siendo el corte. En su proposición sobre el psicoanalista de la Escuela, Lacan nos
dice a propósito del pasador: « otro que como él, está aun en este pase, es decir en quién está presente en
ese momento el deser donde su psicoanalista guarda la esencia de lo que le paso como un duelo 6. »
Si en tanto que pasador él está aun en el pase, le queda franquear a su vez este pase/paso. La
transmisión del saber salido del pase/paso de un otro es tan vivificante en la fuerza de ese deseo que lo anima
que se vuelve para el pasador que lo recibe una experiencia muy estimulante en ese trabajo de
franqueamiento.
NOTAS:
1.J. Lacan, « A propósito de la experiencia del pase y de su transmisión », Ornicar? N ° 12‐13, p. 123.
2.J. Lacan, El Seminario, Livre XX, Aun, París, Seuil, 1975, p. 21.
3.J. Lacan, « A propósito de la experiencia del pase y de su transmisión », art. Cit ., nota 1, p. 120.
4.J. Lacan, Televisión, París, Seuil, 1974, p. 9.
5.J. Lacan, El Seminario, Livre VII, La Transferencia, París, Seuil, 1991, p. 460.
6.J. Lacan, « Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela », en Otros escritos,
París, Seuil, 2001, p. 255.