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DE LA VERDRÄNGUNG
A LA FORCLUSION (1ª parte)
Sol Aparicio

1. LO REPRIMIDO, LO RECHAZADO Y LO RENEGADO O DESMENTIDO: EL PROBLEMA DE LA PSICOSIS EN


LOS ESCRITOS DE FREUD

Cierto es, como tanto se ha dicho, que la psicosis no fue nunca el tema principal de los escritos de Freud;
sin embargo, está presente a lo largo de toda su obra. Tanto en los dos artículos dedicados a las neuropsicosis
de defensa, en los años 1894 y 1896, como en el texto inconcluso que pone fin a su obra, Compendio del
psicoanálisis, redactado cuarenta años después, descubrimos la misma preocupación, el mismo intento por
determinar qué mecanismo psíquico se halla en el origen de la psicosis y en qué se diferencia de la represión
que caracteriza a la neurosis. En otras ocasiones, el tema aparece considerado a través del estudio de diversos
síntomas o manifestaciones psicóticas (así por ejemplo, la alucinación, el delirio paranoico o las alteraciones
del lenguaje en la esquizofrenia) o desde el punto de vista de la teoría de la libido y el narcisismo, a través del
análisis de las relaciones que el sujeto establece con la realidad circundante y de la aparente ruptura de esa
relación en el caso de la psicosis.
Un recorrido, incluso superficial, de sus escritos, muestra así claramente que Freud dedicó buena parte
de sus esfuerzos al problema de definir un mecanismo de defensa propio de las psicosis; lo plantea, bajo
distintas formas, en numerosos textos: los dos artículos tempranos ya citados, los escritos de los años 1911-15
y los textos tardíos posteriores a la elaboración de la “segunda tópica”. Q uizás sea éste el punto m ás
importante de los tratados por Freud en relación con la psicosis, pues lleva implícito el problema de
diferenciación entre neurosis y psicosis y apunta hacia una distinción estructural de ambas. La represión, como
es sabido, no es sólo un mecanismo de defensa que como tal influye en la organización de las relaciones del
individuo con el mundo tanto interno como externo, sino también aquello que se halla en el origen mismo de
la división entre la conciencia y el inconsciente y que determina la particular estructuración de lo psíquico en
elser hum ano.(Véase alrespecto,la diferencia que Freud establece entre “represión originaria” y “represión
propiam ente dicha” en elensayo dedicado a este tema en la Metapsicología.)
Una de las primeras alusiones de Freud a la necesidad de distinguir la represión de lo que ocurre en la
psicosis,se encuentra en elcom entario sobre un caso de paranoia crónica (“N uevas consideraciones sobre las
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neuropsicosis de defensa”, 1896). “Peculiar a la paranoia debe ser una vía o m ecanism o especial de la
represión...”,vía que Freud cree encontrar en la proyección.
Poco después descubrirá que la proyección es insuficiente para caracterizar la psicosis, pero aquí ya está
presente el elemento fundamental de los desarrollos ulteriores: la solución del enigma que representan los
reproches, las alucinaciones y las voces, se halla en el retorno de un fragmento, hasta entonces olvidado, de la
vida infantil.
El papel que la proyección juega en la paranoia vuelve a ser discutido en el estudio sobre el caso de
Schreber. Como punto de partida, Freud retorna su definición de la proyección, mecanismo que debía explicar
la formación de los síntomas paranoicos: una percepción interior, previo proceso de deformación, llega a la
conciencia como percepción proveniente del exterior. A través del examen de la idea delirante de fin del
mundo del Presidente Schreber, Freud llegará a la conclusión de que no se trata de la proyección de una
percepción interior (en este caso, el deseo homosexual que constituye una representación insoportable para
el yo), sino de algo de mucho mayor alcance: la representación insoportable internamente percibida, sufre
una abolición (das aufgehobene) y vuelve desde afuera, en el seno de una construcción delirante que
corresponde a un intento de recuperación, a un esfuerzo por restablecer los lazos con el mundo externo, lazos
bruscamente rotos al haber sido retirada la libido de todos los objetos. De este m odo había sido “destruido” el
mundo de Schreber, habiendo quedado privado de toda significación; la proyección de esta catástrofe interna
tuvo por resultado la idea delirante de fin del mundo.
Otras referencias al problema aparecen en textos posteriores, en relación con el estudio de la formación
de síntomas en la esquizofrenia, por ejemplo. Finalmente, Freud lo formula con todas sus letras:
“preguntém onos cuálpuede ser elm ecanism o análogo a una represión por elcualelyo se separa delm undo
exterior”. La respuesta a la pregunta así planteada en 1924 (“N eurosis y psicosis”) pero insistentem ente
presente, como hemos visto, desde mucho antes, se encuentra en cierto modo dispersa en diversos escritos
de Freud, bajo los dos términos siguientes: rechazo (Verwerfung) y renegación o desmentida (1)
(Verleugnung). Su uso, como veremos, no siempre es inequívoco; la dificultad obedece en parte a que a la
distinción de los campos de la neurosis y la psicosis, será necesario añadir el de la perversión.
La primera aparición del término Verwerfung (rechazo) es incluso anterior al nacimiento del concepto de
represión, que tiene lugar a partir de los Estudios sobre la histeria. Anteriormente, Freud hablaba simplemente
de “defensa”, entendiendo por ello la tendencia normal del aparato psíquico a evitar toda catexis que pueda
ser fuente de displacer; a partir de una separación entre la idea y el afecto al que va unida, se puede mantener
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alejada de la conciencia a la idea que está en el origen del conflicto neurótico. Para la psicosis Freud concibe
entonces un m odo de defensa “m ás enérgico y eficaz”: “elyo rechaza la representación insoportable a la vez
que su afecto” y puede asícom portarse com o sinunca la hubiese recibido.Elprecio pagado por esta defensa
tan bien lograda es el estallido de una psicosis; en el caso que aquí sirve de ejemplo, un estado de confusión
alucinatoria. En los dos ejemplos propuestos queda claro que lo rechazado es un hecho real o un estado de
cosas de la realidad externa: en un caso se trata de la madre cuyo hijo ha muerto y que mece incansablemente
en sus brazos un trozo de madera; en el otro, de la joven que cree tener a su lado al amado que nunca vino.
Este mismo tipo de defensa ante un hecho afirmado por la realidad es analizado años más tarde en el
breve ensayo que Freud dedica al problema de la pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis. Para poner
de manifiesto la diferencia entre los mecanismos utilizados en una y otra afección, Freud presenta el ejemplo
de una paciente histérica: enamorada de su cuñado, en el momento de la muerte de su hermana la estremece
la idea de que él está ahora libre para casarse con ella. (2) El acceso de esta representación a la conciencia
provoca un conflicto que la paciente elude olvidando la escena y reprimiendo el amor que siente por su
cuñado; la reacción psicótica, en cambio, hubiese consistido en la renegación o desmentida (el término aquí
utilizado por Freud es Verleugnung y no Verwerfung) de la muerte de la hermana, es decir — retomando los
términos del ejemplo anterior cuyo sentido nos parece ser el mismo— , en lugar del alejamiento de la
conciencia de un elemento perteneciente a la realidad psíquica, el rechazo de un fragmento de la realidad
externa.
El concepto de renegación o desmentida reaparece luego en repetidas ocasiones, referido a un
problema totalmente distinto, el del complejo de Castración. El peso adquirido por esta nueva noción de la
terminología psicoanalítica sólo se entiende al recordar que surge dentro del marco de una reconsideración de
la sexualidad infantilque lleva a Freud a descubrir que elperíodo correspondiente a la llam ada “organización
genital infantil” está m arcado por una prim acía del falo (y no de los órganos genitales). Es el órgano sexual
masculino el que constituye el centro de interés tanto del niño como de la niña, y alrededor suyo irá
adquiriendo significación la castración, a partir del descubrimiento de la diferencia anatómica de los sexos. Las
repercusiones psíquicas de esta experiencia son considerables: el niño, dice Freud, en un principio “no ve
nada, o, por medio de una renegación o desmentida, atenúa el efecto de su percepción”. N os encontram os
pues, de nuevo, con una reacción de rechazo ante un hecho que se impone desde el mundo externo, en este
caso, el ver que el pene está ausente del cuerpo femenino. Sin embargo, la observación no queda por ello sin
efecto y elniño, buscando una salida alconflicto, llega “a esta conclusión de un gran alcance afectivo: antes,
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en todo caso,(elpene+ síestaba allí”,la niña ha debido ser despojada de élposteriorm ente...conclusión que
“enfrenta alniño a la relación de la castración con su propia persona”.
Comienza pues a perfilarse una definición de la Verleugnung (renegación o desmentida) como
mecanismo por el cual el sujeto rehúsa aceptar un hecho, definición que adquiere su forma acabada poco
después, a partir de un estudio sobre el fetichismo: el niño rehúsa reconocer la percepción (de la ausencia de
pene en la mujer) porque reconocerla lo llevaría a aceptar la posibilidad de su propia castración. Freud añade
aquí algo importante con lo cual precisa la naturaleza del mecanismo en cuestión: el proceso defensivo no
implica en este caso una anulación de la percepción (cosa que parece resultar del rechazo psicótico, como se
ve en los ejem plos antes citados), sino m ás bien “una acción sum am ente enérgica” para m antener renegada
una percepción que sigue presente. En el caso del fetichismo, el fetiche (que representa el sustituto del falo
materno en cuya existencia el niño no pudo dejar de creer) permite la creación de un compromiso por el cual
la creencia en que la mujer sí tiene pene es, a la vez, abandonada y conservada. Nos encontramos así ante una
paradójica coexistencia de la antigua creencia con el saber que ha venido a desmentirla.
El fetichista establece, pues, un compromiso entre el reconocimiento del peligro de la castración que la
realidad afirma, y la renegación o desmentida de la castración con que satisface su deseo. Esta posibilidad de
tomar simultáneamente dos vías opuestas de resolución de un mismo conflicto, exige la introducción de una
nueva noción en la teoría, la de una escisión del yo, proceso que se presenta como corolario lógico del
mecanismo de renegación o desmentida. Pero sería un error creer que se trata de categorías que sólo son
aplicables en el estrecho marco del fetichismo; de hecho, Freud las pone inmediatamente a prueba para
explicar elcaso de dos niños, uno de dos y elotro de diez años, que habían “rehusado reconocer” la m uerte
de su padre. ¿Cómo explicar que tan grande negativa pudiese darse sin desembocar, en ninguno de los dos
casos, en una psicosis? Sólo suponiendo que existe una escisión: en la vida psíquica de estos sujetos dos
“corrientes” subsisten una al lado de la otra: una permanece ligada a la realidad externa, la otra toma en
cuenta las exigencias pulsionales y se separa de ella.
Conviene quizás recordar aquí que la idea de que varias “corrientes” psíquicas separadas e incluso
contradictorias, coexisten, había sido presentada ya en el caso del Hombre de los Lobos — en el que Freud
había introducido también una distinción entre represión y rechazo (Verwerfung), distinción sobre la cual se
apoyará luego Lacan para introducir el concepto de forclusión-— . El tema de la escisión vuelve a aparecer en
los escritos posteriores al ensayo sobre el fetichismo, prolongando una línea de pensamiento, presente en
Freud desde el comienzo, que bajo diversas formas introduce siempre un elemento de ruptura, de división,
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como inherente a la estructura misma de la subjetividad humana. Aludimos a ello ya, a propósito de la
represión originaria. Otro ejemplo lo ofrece la hermosa comparación hecha en la Conferencia XXXI (titulada.
justam ente,“La división de la personalidad psíquica»’) entre elenferm o m entaly elcristalque,alrom perse,lo
hace siguiendo las líneas de fractura que, invisibles, preexistían en su estructura. La posibilidad de una
fragmentación semejante era fácilmente inferible mucho antes de la elaboración del esquema de la segunda
tópica a partir de observaciones clínicas que ponían de manifiesto la oposición entre el yo y una instancia
crítica interna, por ejemplo. Finalmente, es coherente también con la concepción freudiana de un aparato
psíquico que se forma como por estratificación, por diferenciación progresiva de sus partes.
Volviendo a la renegación o desmentida, es evidente que en la medida en que concierne a un elemento
de la realidad externa y que por ello provoca siempre en cierto modo, una ruptura con la realidad, se trata de
un m ecanism o “psicótico”.Para entender que aun siendo así,no nos hallam os en elterreno de la psicosis, es
quizás necesario insistir en el hecho de que la renegación o desmentida es una “defensa” que no logra sino a
m edias su objetivo: lo “renegado o desmentido” nunca perm anece deltodo inactivo. Aunque elfetichista no
reconozca haber percibido la ausencia de pene en la mujer, tampoco afirma haberlo visto. Y no sólo no afirma
haberlo visto,sino que crea un “sustituto”,aceptando asíque está altanto de esa falta (a lo cualse agrega el
que, en la mayoría de los casos, no se ve libre de la angustia de castración). Retomando el ejemplo del niño
que recurre a la creación de un fetiche para resolver el conflicto que la amenaza de castración le plantea,
Freud indica luego (en “Escisión del yo en el proceso de defensa”) en qué se diferencia esta renegación o
desmentida de la realidad, de lo que hubiese podido ocurrir en una psicosis: “el niño no contradijo sus
percepciones y creó la alucinación de un pene donde no lo había; sólo realizó un desplazamiento de valores:
transfirió la importancia del pene a otra parte del cuerpo , procedimiento en el que fue ayudado por el
m ecanism o de la regresión”.
Vemos entonces, que no basta con tomar en cuenta el mecanismo en si sino que es necesario considerar
también lo que le sigue. En Compendio del psicoanálisis, Freud apuntará hacia una diferenciación de la psicosis
a partir de lo tópico y lo económico.
En primer lugar, señala que la escisión y la oposición que en la neurosis tienen lugar entre una y otra
instancia, ocurren en la psicosis en el seno de una de ellas, el yo. El valor de esta hipótesis explicativa se halla
sin embargo moderado inmediatamente: “no siem pre es fácil decidir ante cuál de am bas posibilidades nos
encontram os en un caso determ inado”, nos dice, previniéndonos así contra una concepción dem asiado
simplista y esquemática de la segunda tópica. (Q uizás no esté de m ás recordar aquí que “a la peculiar
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condición de lo psíquico no corresponden contornos lineales como en el dibujo o en la pintura de los


primitivos sino difuminaciones análogas a las de la pintura m oderna”.) (3) En segundo lugar, dado el carácter
general de la escisión en varias “corrientes” psíquicas, hay que pensar que “el resultado dependerá de su
fuerza relativa”;las precondiciones para una psicosis estarán dadas cuando prevalezca la “corriente” que,bajo
la influencia de la pulsión, se aleja de la realidad externa.

Intentemos recapitular lo que llevamos dicho. Partiendo de la idea de que uno de los puntos
importantes tratados por Freud en relación con la psicosis es la elaboración en términos teóricos de lo que la
diferencia de la neurosis, hemos visto que esta búsqueda está centrada especialmente en el esfuerzo por
definir un mecanismo análogo al de la represión. Convertido el concepto de represión en la piedra angular de
la teoría de la neurosis, y por ende, de la teoría psicoanalítica, resultaba lógico y necesario preguntarse qué
concepto podría ocupar este lugar en el campo de la psicosis. Así fueron surgiendo proyección, abolición,
rechazo, renegación o desmentida; de ellos sólo los dos últimos fueron retomados por Freud en ocasiones
sucesivas.
La renegación o desmentida, utilizada primero para designar el mecanismo psicótico — en el mismo
sentido en que había aparecido anteriormente rechazo (véanse págs. 94-95) — , adquiere luego la definición
precisa a la que nos hemos referido en relación con el problema de la castración. El término rechazo, por su
parte, también aparece ligado a la castración en un momento dado (en el caso del Hombre de los Lobos), con
lo cual nos topamos con una especie de entrecruzamiento o superposición de ambos términos. Surgen así
varias preguntas: ¿significa esto que son intercambiables y que se los puede reducir a uno solo? Los dos
contextos a los cuales aparecen referidos, castración y psicosis, ¿tienen alguna relación entre sí o se trata de
dos cuestiones sin conexión alguna? Finalmente, ¿ofrecen o no los textos de Freud el perfil de un mecanismo
radicalmente distinto de la represión y capaz de dar cuenta de la psicosis?
Se puede decir, sin tem or a aventurarse dem asiado,que la pregunta planteada en “N eurosis y psicosis”
queda abierta. Freud indica varias vías, propone varias respuestas, sin que ninguna de ellas sea
verdaderamente concluyente (sin duda, llegados a este punto, sentimos la falta de un texto. en el que la
cuestión haya sido tratada más a fondo).
A nuestro modo de ver, este lugar aún vacío de la teoría psicoanalítica vino a ocuparlo el concepto de
forclusión, elaborado por Lacan a partir de las semillas que Freud dejó.
Trataremos de señalar ahora cuáles son esas “sem illas”,subrayando algunos puntos ya mencionados en
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esta exposición.
Aunque la distinción entre Verwerfung y Verleugnung no sea tan nítida como podríamos desearlo, queda
claro, a través de lo que Freud plantea, que tanto lo rechazado como lo renegado o desmentido poseen un
rasgo esencial que los opone a lo reprimido: se refieren, para decirlo en términos freudianos, a la realidad
externa, y por consiguiente, su retorno es radicalmente distinto del retorno de lo reprimido. Si el retorno de lo
reprimido provoca el síntoma o los síntomas neuróticos, el retorno de lo rechazado o renegado o desmentido
parece darse bajo formas totalmente distintas: el delirio, la alucinación.Para lograr concebir cuáles el“lugar”
del retorno en cada caso, la oposición entre realidad psíquica y realidad externa parece, pues, insuficiente.
“Los tres m íos no son los suyos”, dijo Lacan en Caracas refiriéndose a la segunda tópica freudiana y a las
nociones de lo real, lo simbólico y lo imaginario, por él introducidas. Intentaremos, pues, en la segunda parte
de este trabajo,poner de relieve la im portancia y la utilidad de la diferencia entre “lo real” y “la realidad” para
el problema que nos ocupa.
En lo que respecta a lo que opone al rechazo y a la renegación o desmentida, si aceptamos que este
término designa el mecanismo descrito en el ensayo sobre el fetichismo, y que rechazo corresponde más bien
a lo dicho a propósito de la psicosis alucinatoria y la paranoia, resulta que la creencia que en el primer caso
aparece mitigada por el saber recientemente adquirido (véase pág. 99), no acepta, en el segundo caso,
contradicción alguna; no se puede hablar en este caso de “com prom iso” entre lo consciente y lo inconsciente.
Por otra parte, tomando en cuenta el papel que el complejo de castración desempeña en la disolución del
complejo de Edipo y la íntima relación existente entre éste y la particular organización de lo psíquico en cada
sujeto, se ve que el tema del Edipo y la castración, y el de la distinción, desde un punto de vista estructural, de
neurosis y psicosis, no son sino el haz y el envés de un mismo problema. El hecho de que Verwerfung y
Verleugnung parezcan confundirse en los textos de Freud, más que ser causa de sorpresa, indica entonces la
necesidad de proseguir, de llevar adelante aquello que está implícito en la investigación freudiana sobre los
diversos mecanismos que operan en la neurosis o en la psicosis: la discusión sobre cómo se constituye el
sujeto neurótico o psicótico.

II. LA EXCLUSION DE UN SIGNIFICANTE PRIMORDIAL

La introducción del término forclusion (recusación) (4), llevada a cabo por Lacan, se da de un modo
progresivo. Es posible distinguir en ella dos etapas, a través de las cuales puede verse que no se trata de la
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mera traducción de la Verwerfung freudiana, sino de la creación de un concepto nuevo, aunque heredero de
una larga historia.
La primera de estas etapas sería aquella, anterior a la aparición de forclusión, en que Lacan da un
sentido más preciso y un contenido más pleno a la Verwerfung de que nos habla Freud. Tomando en cuenta,
por un lado, el uso de este término en el caso del Hombre de los Lobos y la noción de abolición a la que se
alude en el caso Schreber,y por otro,la nueva lectura que,con ayuda de H yppolite,hace de “la denegación”,
Lacan presenta una primera definición de la Verwerfung com o “abolición sim bólica”, la sitúa en los orígenes
de la vida psíquica, es decir, en un primer tiempo (lógico) del proceso de estructuración del sujeto, y la
identifica con elm om ento de exclusión que constituye “lo real”,territorio extranjero a la sim bolización.
Lo que el examen del mecanismo de la denegación pone en evidencia, es que lo reprimido inconsciente
ya pertenece al universo simbólico del sujeto; dicho de otro modo, ya existe, y es por eso que, bajo forma de
denegación, puede aparecer en su discurso. Si ese “no querer saber nada de ello” en que se resum e la
represión es posible, es porque ya hay un mundo simbólico (y el sujeto ya sabe algo sobre lo reprimido). De
aquí deriva la necesidad de concebir un proceso primario de afirmación, de admisión, esa Bejahung que,
según Freud, representa “el equivalente de la unión”, es decir, de la acción de Eros, pulsión primaria que,
junto a Thanatos, gobierna la vida psíquica.
A este proceso de admisión o introyección se le opone el de expulsión fuera del yo (Austossung aus dem
ich), en el que se identifican lo malo y lo extraño, el yo excluye de sí todo lo que le es extraño. Quedan así
delimitados dos campos: el de aquello que gracias a la Bejahung adviene al ser para el sujeto, y el de aquello
que queda fuera de esta sim bolización, a saber, “lo real”, desde ahora claram ente diferenciado de “la
realidad”.
Vemos así que la Verwerfung adquiere un carácter que va más allá del de un simple mecanismo
defensivo; al situarla junto a la Bejahung primordial que inaugura el advenimiento del mundo para el ser
humano (y que puede no darse), se le otorga a esta “abolición sim bólica” una función constitutiva. Podría
objetarse que también la represión, típico mecanismo de defensa, ejerce esta función estructurante, pero lo
hace, recordém oslo, en tanto “represión originaria”, concepto que Freud se preocupó por diferenciar de las
represiones “defensivas” ulteriores. Adem ás, a pesar de estar en el origen de la separación
conciencia/inconsciente — de la escisión del sujeto— , la represión originaria (Urverdrängung) presupone la
Bejahung (en efecto, sólo a partir de la constitución de un primer núcleo de lo reprimido son posibles las
represiones posteriores y el retorno de lo reprimido en el seno de lo simbólico). Es evidente que con la
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Verwerfung nos encontramos ante otra cosa: Lacan la sitúa como equivalente de la expulsión (Austossung),
con lo cual subraya una fundamental diferencia de niveles entre este proceso y el de la represión. Si en la
neurosis se trata de un proceso que se pone en marcha con el retorno de lo reprimido y que conduce a la
revelación de lo inconsciente por medio de la denegación,en la psicosis lo “abolido” (Verworfen) reaparece en
lo real y encuentra al sujeto incapaz de “lograr la Verneinung respecto a lo que ocurre”. (5) Resulta claro
pues, que aunque cum plan “funciones defensivas”, estas dos operaciones poseen un alcance mayor y
funcionan, cada una, a niveles distintos. Tocamos aquí la cuestión tratada por Lacan bajo la denominación de
“oposición en la localización subjetiva” de la represión y la abolición o el rechazo, remitiéndonos a lo que
Freud había esbozado: lo que en la neurosis se da entre una instancia y otra, ocurre en la psicosis dentro del
yo,“la diferencia entre am bos casos,es,en esencia,topográfica o estructural” (Compendio del psicoanálisis).
La oposición entre lo real y lo simbólico — que en cierto modo viene a reemplazar la del adentro y el
afuera, aunque ambas no sean equivalentes— permite entonces una nueva traducción del enunciado con que
Freud había descrito el m ecanism o característico de la paranoia; el “lo que ha sido abolido adentro vuelve
desde afuera” delcaso Schreber,se explica así: “lo que queda preso de la Verwerfung, lo que queda fuera de
la sim bolización generalque estructura alsujeto,vuelve desde afuera real,bajo form a de alucinación”.Pero es
sobre todo el caso del Hombre de los Lobos el que ofrece a Lacan la ocasión de ilustrar su concepción de la
Verwerfung.
Freud había planteado que en lo que respecta a la castración, elH om bre de los Lobos “no quiso saber
nada”, “en el sentido de la represión”, que ello no suponía “juicio alguno sobre su existencia” pero que las
cosas ocurrían como si no existiese. El sujeto, colocado ante el descubrimiento de la diferencia sexual, había
“rechazado” la significación genital, prefiriendo conservar su antigua teoría sexual anal. Y Freud aclara el
sentido de su explicación afirmando que “una represión es algo m uy distinto de un rechazo [Verwerfung]. Era
pues necesario concebir un mecanismo, distinto de la represión, anterior a todo juicio y consistente en una
exclusión de lo rechazado del campo mismo de lo existente. Es aquí donde Lacan ubica la Verwerfung, por
m edio de la cual el sujeto “rehúsa el acceso a su m undo sim bólico de algo que sin em bargo, ya ha
experim entado”, en este caso, la am enaza de castración. Se trata entonces de una ausencia en el registro
simbólico, de una no-admisión, una falta de Bejahung que se halla confirmada por lo que sigue: la alucinación
deldedo cortado que sum e alniño en un terror paralizante.“La castración,que es precisam ente lo que para él
no existe, se m anifiesta bajo la form a de lo que se im agina”; en otras palabras, aquello que no había sido
reconocido irrumpe en la conciencia bajo la forma de lo visto. Una significación hasta entonces desconocida se
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impone así al sujeto en el seno de lo real, es decir, en una absoluta exterioridad: allí donde ocurre una
Verwerfung, el sujeto no está; aquello que es objeto de tal proceso, queda fuera del campo de la palabra.
De este modo, se da una especie de re-definición de las nociones de lo exterior y lo inconsciente: la
represión se sitúa “en lo m ás interno de aquello que el sujeto puede sentir del lenguaje sin saberlo” (un
inconsciente que en cierto modo le pertenece, que ha sido admitido, en el sentido de la Bejahung); la
Verwerfung en cambio, también tiene que ver con un significante inconsciente, pero se trata de un
inconsciente externo al sujeto, exterioridad a la que, sin em bargo, “el sujeto perm anece ligado”, nos dice
Lacan. ¿Se trata acaso, entonces, de intentar concebir una relación del sujeto con lo excluido de su universo
simbólico, una relación del sujeto con lo que, en cierto modo, no existe para él (¡ menuda paradoja!), a la vez
que por otro lado, se da una ruptura en su relación con el mundo externo?
A través de la referencia a la denegación, Lacan logra determ inar la “localización subjetiva” de la
Verwerfung y con ello le otorga todo su peso de elemento capaz de provocar una profunda alteración de la
organización psíquica. Por otra parte, nos muestra también que, desde el momento en que se plantea la
pregunta sobre cóm o funciona el lenguaje, es inevitable rem itirse a este “m ito de los orígenes” de la
subjetividad humana. Eso era lo que preocupaba a Freud en su texto sobre Die Verneinung, tema ya tratado
mucho antes en la correspondencia con Fliess y subyacente a toda su obra. ¿Las dos tópicas no tienen acaso,
como punto de partida común, el estudio de los sistemas de memoria?

NOTAS:

(1) Nos atenemos aquí a la traducción de la terminología psicoanalítica propuesta por la versión castellana del Diccionario de psicoanálisis
de Laplanche y Pontalis
(2) Véase al respecto “Lo inconsciente” (1915),ensayo en que,partiendo delpredom inio de la analogía entre las palabras sobre la relación
entre la palabra y la cosa, observado en la formación de síntoma en la esquizofrenia, Freud termina planteando la división de toda representación
consciente en representación de cosa y representación de palabra, distinción ya tratada en 1891 (cf. su monografía sobre las afasias, de la que J.
Strachey tradujo una parte). Puede establecerse un paralelo entre la ruptura del vínculo entre representación de cosa y representación de palabra
que Freud describe y lo que Lacan perm ite entender com o la ausencia delnecesario “cruce” entre los dos niveles delsignificante, eldeldiscurso
consciente y el del inconsciente, que producen el efecto de sentido, de significación. Si la representación de palabra es un significante cualquiera
del discurso, quizás sea legítimo situar a la representación de cosa (retomando el algoritmo saussuriano que Lacan modifica en La instancia de la
letra) debajo de la barra,en ellugar a donde “cae” todo significante reprim ido,donde queda oculto a seguidas de esa sustitución m etafórica que es
el síntoma.
(3)“La división de la personalidad psíquica”.
(4) Adoptam os aquíeltérm ino “recusación” com o traducción de la forclusión francesa, coincidiendo con la propuesta por Tomás Segovia
en su versión de los Escritos. Quizás vale la pena recordar que el térm ino escogido por Lacan, sinónim o caído en desuso de “exclusión”, halla su
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origen en el voluminoso ensayo de gramática de la lengua francesa titulado Des mots á la pensée y redactado por J. Damourette y E. Pichon a
principios de siglo. Véase a este respecto el capítulo que dedican a la negación, donde el elemento forclusif de la negación es definido como aquel
que, en la frase, “excluye elhecho subordinado de las posibilidades futuras" o incluso “*excluye+ delpasado, un hecho que realm ente existió”. El
inconveniente que plantea “recusación” es la existencia en francés deltérm ino equivalente, récusation, en el sentido con que se usa en derecho.
Entre los restantes sinónim os castellanos de “exclusión”, el m ás apropiado para traducir forclusión seria quizás el de “preterición”, que cuenta
entre sus sentidos uno caído en desuso,que indica la “circunstancia de no existir pero haber existido” (cf. Diccionario de uso del español, de María
Moliner).
(5) Esta y las siguientes citas, a menos que se indique lo contrario, corresponden al Libro III del Seminario de Jacques Lacan, Las psicosis,
cuyo desarrollo corresponde al capítulo de los Escritos, “D e una cuestión prelim inar a todo tratam iento posible de la psicosis”.

DE LA VERDRÄNGUNG
A LA FORCLUSION (2ª parte)
Sol Aparicio

Lo que se trata pues de considerar, es el problema de la constitución de la realidad humana, de la


entrada del ser humano en el mundo de la realidad y de — cuestión correlativa— las diversas formas en que
estas relaciones se estructuran en la neurosis y en la psicosis. Para el psicoanálisis, la realidad representa el
lugar donde se anudan el deseo y el lenguaje, que constituyen a su vez las vías por las que accedemos a ella.
Nacido de la hendidura abierta entre la pura necesidad y la demanda dirigida al Otro — demanda que es
inseparable de la necesidad en el hombre, pues toda necesidad ha de ser articulada para poder ser satisfecha
— , el deseo marca la realidad humana y la distingue de la del animal, inmerso en un mundo del cual no parece
separarlo distancia alguna. El examen de las relaciones del sujeto con la realidad se desdobla entonces en el
de sus dos vertientes: el deseo, que surge y se configura en el seno de esa experiencia simbólica que es el
complejo de Edipo y que ha de acudir a la palabra para ser reconocido, y el lenguaje, que precede al
advenimiento del sujeto y le impone tanto su estructura como sus leyes.
Resulta entonces que lo que la observación del fenómeno psicótico revela es que aun disponiendo del
mismo lenguaje que los demás, el sujeto psicótico hace de él un uso muy distinto. Sabemos que el lenguaje se
halla definido por la ausencia de relación biunívoca entre el significante y el significado, y por el hecho de que
toda significación remite siempre a otra significación, lo que otorga a la palabra su poder de evocación. Este
continuo deslizamiento metonímico se encuentra detenido en la psicosis; lo mismo ocurre con el movimiento
de sustitución metafórica, indispensable a la producción de significaciones (la metáfora, indica Lacan, es la que
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“arranca” alsignificante de sus conexiones lexicales.) A veces elsujeto se hallará confrontado súbitam ente a
una significación que aparece en lo real(“una significación enorm e que no puede vincularse con nada puesto
que nunca entró en el sistem a de la sim bolización”); otras, el que lo escucha parecerá toparse con palabras
cuya significación no remite a nada más que ella misma.
La tesis fundamental es aquí la siguiente: el significante precede siempre al fenómeno; la aprehensión
de lo concreto de la experiencia no va seguida del recurso al significante que nombrará la cosa, sino lo
contrario, el significante es anterior, está siempre ya allí, y lo empírico es aprehendido luego, convirtiéndose
en su “correlato im aginario”.Com o ejem plo,Lacan da el del día y la noche: no son fenómenos, dice, sino algo
que implica desde el comienzo una connotación simbólica (la de la presencia y la ausencia, que Freud había
descubierto en el juego del carrete de su nieto y que calificó de momento inaugural en la relación del niño con
el mundo del lenguaje), concepción que estaba presente en el Discurso de Roma y que, según nos parece,
Lacan resume allí de un modo especialmente rico en el enunciado siguiente: “el concepto, salvando la
duración de lo que pasa,engendra la cosa”.
El acceso primordial del ser humano a la realidad, Lacan lo concibe pues, según sus propios términos,
com o m arcado desde un principio por la “nihilización” o nadaización (néantisation) simbólica. Paralelamente
— al menos en esta etapa de su pensamiento— , Lacan otorga al significante un carácter y un valor
ontológicos; habla en un m om ento dado de los significantes com o de “registros del ser” y establece una
cierta equivalencia entre el plano del significante y el del ser del sujeto. Ahora bien, al postular el significante
como anterior y primero, no se logra sino desplazar la pregunta por el origen, pregunta que partiendo de
una especie de continua necesidad de representación, siempre puede volver a plantearse: ¿de dónde salen
los primeros significantes? Surge asíla concepción de un m om ento correspondiente a “la prim itiva aparición
delsignificante”,ese que Freud sitúa antes de la represión,en elque se constituyen los prim eros “nudos de
significación”. Es dentro de esta “prim era selección de significantes”, dice Lacan, donde Freud supone la
Constitución del mundo de la realidad; la separación por él descrita de lo bueno y lo malo, hay que
concebirla como un rechazo de una parte del significante primordial.
La definición algo breve de la Verwerfung como falta de Bejahung o “abolición sim bólica”,recibe ahora
una form ulación m ás acabada: consiste en un “proceso prim ordial de exclusión de un adentro prim itivo que
no es el adentro del cuerpo, que es un primer cuerpo de significante, una primera colocación de un sistema
significante com o aquelque se supone es prim ordiale indispensable”. Algo es excluido en elm om ento de la
organización primordial (es decir, lógica y estructuralmente primera, fundadora) del orden simbólico:
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comienza a perfilarse aquí la hipótesis de una falta (en el sentido de carencia o supresión) en relación con la
Verwerfung, una falta relativa a ese primer nudo significante, idea a partir de la cual Lacan llega a una
descripción la psicosis corno “un agujero, la falta a nivel del significante com o tal”, y por consiguiente, a la
necesidad de determinar cuál es la estructura del significante en tanto tal en la psicosis y de concebir el
estallido de una psicosis com o algo que se m anifiesta de repente “en las relaciones del sujeto con el
significante com o tal”.
Pero,¿qué es un “significante en tanto tal”? Se trata aquíde intentar concebir alsignificante en estado
puro, distinto y separado de toda significación, como signo que no remite a ningún objeto, signo de una
ausencia que, en este sentido, caracteriza de modo esencial, dice. Lacan, todo lo perteneciente al orden de lo
inconsciente. Este significante que nada significa, atrae hacia sí a todas las significaciones, crea un campo de
significaciones, constituye la base sin la cual “el orden de las significaciones hum anas, el orden de sus
prohibiciones,no podría establecerse”;es élquien sostiene al ser humano en el mundo.
Lo que antecede nos acerca a lo que podríamos llamar la concepción lacaniana de la realidad como
“sostenida por esta trenza de significantes que la constituye”. (La im agen de la realidad com o tela o tejido
reaparece varias veces a lo largo del Seminario sobre las psicosis; se la puede relacionar también con la noción
de “cadena significante”, puesto que chaîne en francés es cadena, pero también significa la urdimbre de un
telar. Obtendríamos así la idea de que el tejido de la realidad está formado por el entrecruzamiento de la
trama de los significados con la urdimbre de significantes.) Este papel de soporte que juega el lenguaje en el
mundo humano, es uno de los puntos subrayados por Lacan con particular insistencia; como ejemplo
recuérdese elpasaje en que alude a la relación delhom bre con elsignificante com o a “las am arras de su ser”
(Escritos, 1, 211).
Pero el lenguaje es también su límite en la medida en que todo lo concerniente a la realización del sujeto
se halla inevitablemente sometido a las leyes de la palabra. Tomemos como ejemplo la función paterna a nivel
simbólico (dejando de lado el personaje real que la encarna en cada caso y las relaciones imaginarias que el
sujeto establece con él): lo que la funda y la sostiene es el nombre del padre. El padre, señala Lacan, no es, se
llama el padre, y sobre la existencia de este nombre se funda en las sociedades humanas — en ello
radicalmente distintas de toda sociedad natural— el orden de las generaciones y se instaura la ley,
identificada luego con su persona. En el principio era, pues, el nombre; el nombre está en el origen de ese
sistema simbólico dentro del cual toda vida hum ana se desarrolla, sistem a “superpuesto” y subsistente
independientemente de cada sujeto particular. Esta total independencia del nombre respecto de la existencia
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concreta del sujeto se hace patente por ejemplo en las sepulturas, donde el nombre se perpetúa más allá de la
vida (ejemplo que Lacan propone en el capítulo VII del Seminario citado).
El nombre, que existe antes, después, más allá y al margen del sujeto al que otorgará una individualidad
particular, representa una de las formas del significante, una de las maneras en que penetra el significado y
organiza las significaciones. Entre estos significantes, el del Nombre-del-Padre, fórmula con que Lacan resume
las enseñanzas de Freud, ‘que descubrió en elcentro de lo que élm ismo había llamado el inconsciente, una
estructura — la del complejo de Edipo— de la cual dependen las leyes que organizan el conjunto de relaciones
de que están hechas las sociedades humanas.
Llegamos así a lo que quisiéramos llamar la segunda etapa del análisis de la Verwerfung llevado a cabo
por Lacan, etapa en que el concepto de forclusión va a ser introducido, en estrecha relación con la teoría sobre
el complejo de Edipo.

III. EL COMPLEJO DE EDIPO Y LA RECUSACION DEL SIGNIFICANTE DEL PADRE

La pieza más afortunada de todas las que componen la teoría psicoanalítica que Freud nos legó es sin
duda la represión, concepto central en la conceptualización de las neurosis que pasó rápidamente a formar
parte del lenguaje común. No puede decirse que el complejo de Edipo, pieza esencial al psicoanálisis, haya
corrido la misma suerte.
En efecto, el complejo de Edipo y el complejo de castración que lo acompaña han sido los objetos
privilegiados de las controversias y críticas surgidas en torno al psicoanálisis, e incluso para sus “partidarios”
constituyen uno de los puntos en los que la interpretación del texto freudiano sigue resultando problemática.
Sin embargo es evidente que si el psicoanálisis tiene algo que decir sobre el sujeto y su relación con el
mundo de los objetos, algo que es distinto de lo que plantean la psicología, la psiquiatría o la filosofía, ello está
íntimamente ligado con el complejo de Edipo. Del mismo modo, sólo en relación con esta estructura
fundamental adquieren sentido conceptos como el de represión, por ejemplo, o cuestiones tales como la de la
distinción entre psicosis y neurosis. Uno de los méritos quizás más evidentes de la relectura de Freud llevada a
cabo por Lacan es el haberse detenido en este punto para poner de relieve la importancia, la complejidad y el
enorme peso de lo que Freud elaboró a este respecto. Y ello no sólo por el hecho de haber puesto el acento en
la cuestión del Edipo, sino también gracias a la introducción de la diferencia entre significante y significado, y
de la distinción entre los tres registros desde los cuales puede ser examinada toda cuestión psicoanalítica —
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simbólico, real e, imaginario— , elementos sin los cuales el Edipo y la castración corren el riesgo de verse
reducidos al nivel de lo más trivial y anecdótico.
Lejos de ser el síntoma de patología alguna, como suele creerlo el profano, el complejo de Edipo
representa en realidad el precio pagado por el hombre al orden simbólico por su entrada en el reino de la
cultura. Condición de posibilidad de todo sujeto, el complejo de Edipo constituye a la vez sus fronteras y sus
límites. Basta con dirigir la mirada hacia las obras maestras de la literatura para encontrar la estructura
esencial del drama de Edipo presente en el núcleo de cada relato. (Es por ello seguramente que el psicoanálisis
no puede prescindir de las referencias a la literatura. ¿Lacan no llega acaso a decir que “las creaciones
poéticas,m ás que reflejar,engendran las creaciones psicológicas”? Véase El deseo y su interpretación.)
Es, en efecto, en el seno de esa red inter e intrasubjetiva que es el Edipo, donde se lleva a cabo la
primera elección de objeto, objeto del primer amor, aquel cuyas consecuencias pesarán más largamente en la
vida del sujeto. Allí también tiene lugar la primera y más difícil renunciación, el enfrentamiento entre el
narcisismo y el deseo, provocado por la amenaza de castración y seguido de la instauración del superyó, esa
instancia a la que se le atribuye los más altos progresos de la civilización. Más que momento histórico de toda
infancia, el complejo de Edipo es el gran mito sobre el que se sostiene la teoría psicoanalítica, entendiendo
aquí por mito aquello que revela esa verdad que, por ser tal, no puede enunciarse (véase Lacan, El mito
individual del neurótico). Todo lo que la noción de imaginario resume (constitución del yo con arreglo al otro
en una relación básicamente narcisista, carácter narcisista, especular, de toda relación erótica o de rivalidad),
todo lo referente a la inserción, a la captura del sujeto en lo simbólico (adquisición del lenguaje, sumisión a la
ley, asunción de los ideales y funciones correlativas a cada sexo), así como lo tocante a lo real (donde el deseo
halla su causa y su objeto) encuentra en el Edipo su punto de partida.
De esta experiencia inevitable que todo hijo está condenado a vivir según decía Freud, conviene destacar
dos elementos estrechamente ligados entre sí: el complejo de castración y la llamada disimetría del Edipo, es
decir, la primacía del símbolo fálico.
“El traum a m ás severo” de la infancia, que Freud descubrió y al que dio el nom bre de “com plejo de
castración”,no es la supuesta existencia en toda biografía de un episodio en elque habría sido proferida una
amenaza de castración. Como lo dice Freud muy claramente, por lo general las amenazas destinadas a
impedirle el onanismo no hacen efecto alguno en el niño hasta que sobreviene una experiencia crucial: la
visión de la zona genital femenina, que le revela de golpe la posibilidad de ausencia del pene. Entonces sí, la
amenaza se carga de sentido y el niño, se ve enfrentado al problema de su propia castración, en otros
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térm inos y de acuerdo con una “traducción” lacaniana, el sujeto tropieza con el enigm a de la falta y con la
necesidad de aprehender eso que la realidad le presenta. Eso que la realidad le presenta se presenta primero
como falta en el Otro, como falta en ese Otro primordial que es la Madre. Freud ya había señalado que buena
parte de la vida infantil está dominada por la creencia, difícilmente abandonada, en que la madre es portadora
de un falo (véase el caso citado en “La organización genital infantil”); hay así una relación posible entre la
m adre y el hijo, que enm ascara la falta, una “com ún ilusión de recíproca falización” gracias a la cual el niño
completa a la madre y logra escapar al peligro de perder lo que tiene, siéndolo. Sin embargo, esta relación
madre-hijo es de hecho triangular, desde el momento en que interviene en ella el falo, que significa tanto el
objeto de deseo de la madre, como su falta. La función paterna introducirá una distancia entre estos términos
y conducirá la falta de objeto a un nivel simbólico, el de la castración propiamente dicha (véase el Seminario
sobre las relaciones de objeto, en el que Lacan introduce la distinción entre los tres tipos o niveles de falta: la
privación, la frustración y la castración).
Es necesario pues preguntarse qué es el falo y qué representa dentro del complejo edípico. El problema
se le planteó a Freud en el momento en que se dio cuenta de que, al contrario de lo que él había creído hasta
entonces, el desarrollo sexual de la niña estaba muy lejos de ser simplemente paralelo al del niño. El falo
resulta tener un papel prevalente en ambos sexos, de ahí que se postule una fase fálica como característica de
la organización genital infantil.
Pero, ¿cómo entender esta primacía del falo? La distinción entre lo simbólico y lo imaginario se revela en
este momento indispensable. El que lo simbólico represente la armazón del mundo, no debe hacernos perder
de vista el papel no menos importante que juega lo imaginario en la estructuración del sujeto. La tesis sobre el
estadio del espejo presentada por Lacan, puso de relieve las implicaciones de la teoría freudiana sobre el
narcisismo; el ser humano se halla en cierto modo preso de la imagen del otro y este apresamiento en lo
imaginario otorga a su ser una alienación y una hendidura que le son consustanciales. ¿Cómo asombrarse
entonces del significado especialísimo adquirido por eso que lo imaginario presenta coma “un sím bolo
prevalente” allí donde, en las m ujeres, sólo se encuentra una ausencia? Esta ausencia que sólo es tal en
relación con la presencia de la Gestalt fálica, posibilita al mismo tiempo la primacía de dicha forma;
establecida así la oposición inherente a lo simbólico, queda introducida una disimetría del complejo de Edipo
en los dos sexos, a - nivel del significante (el varón encontrará la salida al callejón edípico en una identificación
con el padre, mientras que a la niña le hará falta desviarse, dar una vuelta que la lleva a identificarse con él
padre antes de llegar a su propio sexo).
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Puede decirse entonces que hay una especie de pasaje que conduce de lo im aginario a lo “sim bólico.La
importancia del símbolo fálico es debida en primer lugar a la función que desempeña el falo en el plano de lo
imaginario, y es a partir de allí que el niño entra en el complejo de castración. No otra cosa significaba Freud al
subrayar que para comprender cuál es la significación del complejo de castración, es indispensable tomar en
cuenta que su origen se halla en la fase fálica. Por otra parte, el aspecto simbólico parece estar implicado
desde el comienzo; el niño ha de resolver el conflicto a ese nivel, asumiendo el falo en tanto significante —
dice Lacan— , lo cual supone confrontar la función del padre. En este sentido también, nos parece poder
entender que “elcom plejo de Edipo es la introducción delsignificante”.
Pero la castración sólo es posible,sólo será “vivida” una vez que la intervención de la instancia paterna
produzca la ruptura de la especial relación entre la madre y el hijo a la que hemos hecho referencia más
arriba. Para decirlo en otros términos, más abstractos pero más precisos, la significación del falo no aparece
sino cuando el significante del Nombre-del-Padre pasa a ocupar el lugar antes ocupado por el deseo de la
madre (deseo que el niño desea e identifica con su objeto imaginario, el falo). Se descubre, pues, en lo
inconsciente de la relación edípica, una auténtica sustitución significante, operación que Lacan denomina la
metáfora paterna, m etáfora que sustituye, pues, este N om bre “en ellugar prim eram ente sim bolizado por la
operación de la ausencia de la m adre” (Escritos, II, 243).
Este recorrido algo somero por los temas y problemas que la noción de complejo de Edipo abarca,
debería al menos servirnos para vislumbrar por qué Lacan se refiere al complejo de Edipo como a una
estructura significante esencial. Teniendo esto presente, es posible enunciar la diferencia entre neurosis y
psicosis del modo siguiente: en la neurosis el sujeto tiene que habérselas con una relación que se halla
“significada dentro de las estructuras significantes existentes”,m ientras que lo que se produce en una psicosis
es el “encuentro del sujeto en condiciones electivas, con el significante”. Para ilustrar esta definición, nos
detendremos un momento en un pasaje del caso Schreber, cuyo estudio sirve de base a la elaboración de la
distinción a la que acabamos de aludir y luego, a la introducción del término forclusión.
El estallido psicótico del Presidente Schreber ocurre en el preciso momento en que, a petición de los
m inistros,es nom brado “presidente de cám ara” en la Corte de Apelación,o dicho de otro m odo,se lo llam a a
ejercer una función que no es ya legislativa, sino legisladora, junto a un grupo de hombres todos veinte años
mayores que él. Lo que Lacan señala a este propósito, es que debido a la imposibilidad de abordar el
significante en tanto tal, este ascenso, este llamado de un nuevo significante, le impone al sujeto una
exigencia a. la cual no puede responder. El proceso psicótico se desencadena entonces. Esta imposibilidad es
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la que Lacan intenta definir recurriendo al concepto de forclusión, imposibilidad hermosamente descrita por
medio de una comparación que vale la pena citar: “Todos los taburetes no tienen cuatro pies (...) Puede que
en un comienzo, el taburete no tenga suficientes pies, pero que se sostenga de todos modos hasta un
determinado momento cuando el sujeto, en una determinada encrucijada de su historia biográfica, se halla
confrontado a este defecto que existía desde siem pre”.
El cataclismo imaginario y la profunda perturbación del discurso que conocemos como manifestaciones
típicas de la psicosis, aparecen como consecuencia de esta falta de uno de los pies del taburete. El hecho de
que lo recusado (forclos) sea un significante primordial, lleva al sujeto -a poner en duda el conjunto del
sistema significante, a tener que remodelar, reconstruir el orden significante.
Nos acercamos aquí a la espinosa cuestión de la creación del símbolo, del acceso del sujeto al símbolo en
tanto éste juega un papel significante, el problema ya mencionado de la relación del sujeto con el significante,
presente a lo largo de todo el Seminario sobre las psicosis. Retomando los versos del Fausto citados por Freud
— Lo que de tus padres has heredado, adquiérelo para que sea tuyo— , Lacan dirá que es necesario que el
orden delsignificante sea adquirido por elsujeto,que éste “lo conquiste,quede colocado respecto a élen una
relación de im plicación que toque a su ser”,es decir,que lo afecte,que lo ataña.Esta “relación de im plicación
que toque a su ser”,de la cualderivará elsuperyó, la plantea Lacan más adelante como la pregunta, inevitable
para el psicoanálisis y de difícilrespuesta, sobre la m anera com o la verdad “entra en la vida delhom bre”; la
solución freudiana se halla en la idea de la existencia del padre com o “verdad espiritual”, verdad que no
encuentra apoyo sino en el mito, en el mito del asesinato del padre en los orígenes de la humanidad. La
muerte del padre constituye así, dice Lacan, en el pensamiento freudiano, la representación dramática
fundamental por medio de la cual queda introducido en el ser humano algo que lo trasciende, el símbolo del
padre. Vemos con ello cuáles son el haz y el envés de la relación del sujeto con el significante, por una parte la
necesaria relación de implicación, por otra ese ir más allá del ser indispensable al surgimiento del símbolo, de
la metáfora también, creadora de las significaciones que dan vida a cada lengua.
La fenomenología de la psicosis revela, como lo escribía Freud a Fliess en una- de sus cartas, que los
psicóticos “am an a sus delirios com o a sí m ism os”. ¿Q ué conexión puede haber entre este intenso apego
narcisista del sujeto a su delirio y la cuestión recién planteada? Si el acceso del ser humano al símbolo exige en
el m ito freudiano la m uerte del Padre, de ese “Padre sim bólico en cuanto que significa la Ley” (6) presente
como lugar vacío, cabría decir que en la psicosis no hay Padre porque no ha muerto: falta el significante del
Padre. Queda claro pues que existe una carencia simbólica, una falla en esa relación al orden de la ley que el
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Nombre-del-Padre representa, y que es esta carencia la que se intenta remediar en el plano imaginario. Falto
de una relación con el significante que toque a su ser, el psicótico se agarra firme a esos juegos de significantes
vaciados de significado que son sus delirios.
Podemos ahora formular que el momento en que se desencadena una psicosis no es sino el resultado de La
recusación de un significante primordial, cuando el sujeto se ve enfrentado a una situación que le exige algo
m ás que las “m uletas im aginarias” con que hasta entonces logró suplir dicha falta. La paternidad es una
situación de este tipo; no hay modo de acceder a ella por vía imaginaria, es una función eminentemente
simbólica, efecto del significante del Nombre-del-Padre. De hecho, en lo que respecta al papel estructurante
del complejo de Edipo, no es la ausencia del padre real sino la carencia del significante, la que tiene
consecuencias nefastas.

NOTAS:

(6) Escritos II, 242.

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