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Clínica psicoanalítica
en institución: la psicosis
ALFREDO ZENONI
[traducción: Ricardo Rojas G.]

Especificidad de la psicosis

La psicosis constituye a primera vista una desmentida a la eficacia de la palabra sobre el síntoma, es decir, de eso,
que incluso estuvo en el origen de la práctica del psicoanálisis*.

Si hablar de su síntoma puede tener un efecto sobre el dicho síntoma cuando el sujeto quien habla es un
neurótico, nada de eso parece producirse cuando aquél que habla es un sujeto psicótico. Y así mismo, va de suyo,
incluso si consideramos lo que complementa la eficacia de esta práctica de palabra, al menos hasta un cierto punto de
elaboración, es decir, la interpretación analítica.

En la psicosis, los presupuestos, las coordenadas, las condiciones de la relación al Otro son muy diferentes. Para
decirlo rápidamente: el síntoma es en primer lugar el síntoma del Otro y el reencuentro del sujeto-supuesto-saber es un
reencuentro desencadenante, si al menos nosotros nos referimos a lo que constituye el núcleo teórico de la psicosis y
una de sus formas, posiblemente la más frecuentemente encontrada, es decir la paranoia. Las otras formas, como la
melancolía o la esquizofrenia, no son, por otra parte, menos inaccesibles a una práctica de palabra que se estructuraría
según el vínculo o lazo social que es aquél que un analista establece con un sujeto neurótico.

La «Cuestión preliminar» de Lacan es entonces también una advertencia: reconozcamos que la palabra no tiene
en la psicosis la función de «simbolización», es decir de sustitución y negativización del goce por el significante, que ella
tiene en la neurosis, porque el estatuto del Otro, y por el hecho mismo, de que el sujeto no es el mismo en los dos casos.
Incluso si en un segundo momento de su enseñanza Lacan hará valer, a partir de la psicosis, en particular, otro estatuto
del significante que el de su definición, que implica el reenvío al Otro, es decir un estatuto que lo asimila a lo real (y ya
en la «Cuestión preliminar» indica esta posibilidad para la cadena significante de pasar a lo real – será suficiente para
esto que ella se presente bajo la forma de una cadena rota) (1), inicialmente pone sobre todo en evidencia el estatuto
diferente del Otro, lugar de la palabra y del lenguaje, en los dos destinos subjetivos, neurosis y psicosis.

Recordemos aquí que un tal abordaje de la psicosis conlleva el no considerarla como una forma primitiva,
«arcaica», de la condición humana (como el develamiento de lo que sería el mundo interior del niño en los linderos de
su desarrollo), sino como una forma de subjetividad «contemporánea» de las otras formas de subjetividad, de las que
difiere por otra disposición, otro estatuto de los mismos elementos y las mismas dimensiones que la constituyen. No
podría en ningún caso pues ser cuestión de concebir una eventual modificación de la subjetividad psicótica en términos
de evolución hacia la subjetividad neurótica sino solamente en términos de modificación interna en su propia lógica.

Con la psicosis, reencontramos un sujeto que en primer lugar está en relación a un Otro bizarro, irregular, y
especialmente interesado en el sujeto por razones que, por ser enigmáticas y oscuras, no son menos malévolas o más
perversas. Algo cojea en el Otro, contrariamente a lo que se produce para el sujeto neurótico. Éste encuentra algo que
no va, él no sabe porqué ni lo que eso quiere decir, en su conducta o en su experiencia: se plantea una cuestión a sí
mismo. En la psicosis es siempre en el Otro que eso cojea. Esta es la razón por la que el síntoma no se presenta al sujeto
por su cara de opacidad subjetiva (al contrario, el sujeto se siente más bien «transparente»: se lo manipula, se le adivina
su pensamiento, se le ordenan sus gestos), pero como una opacidad del Otro (2).

*
Publicada en Feuillet du Courtil Nº 7 Juin 1993 Publication du Champ Freudien en Belgique, p. 77-92. Continuación de la exposición
publicada en el numero 4 de Feuillets du Courtil bajo el titulo «Clinica psicoanalitica en institución»

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Este otro estatuto del síntoma en la psicosis traduce una modificación de la naturaleza del efecto de significación
como consecuencia de la forclusión de la función de metaforización que asegura el Nombre-del-Padre. Sin desarrollar
aquí la formalización lacaniana del complejo de Edipo y de la causalidad de la psicosis, retengamos sobre todo esta
perturbación del efecto de significación que se presenta en forma de un enigma hasta cierto punto absoluto, presente
en el mundo, como una significación que va dirigida, aun más ciertamente al sujeto, en la medida que es vacía. Es la
significación reducida al hecho de que «eso quiere decir», que «eso habla» en la realidad, mientras que no se sabe de
que, sólo que eso se refiere al sujeto.

En el neurótico, el sujeto desconoce que la significación como producto terminado de una secuencia significante
es el resultado del paso por el lugar del Otro, por el lugar del código; el desconoce el hecho de que cualquiera que sea la
intención de significación, el efecto de significación se hace bajo la dependencia del Otro. Este desconocimiento tiene
sin embargo como correlativo que el lugar del Otro permanece mudo (3), sigue siendo el lugar del código y no del
mensaje. La significación se efectúa como una escansión, en sí misma inaudible, puesto que no es un elemento del
código, un significante. En que ella esta fundamentalmente hecha de falta. El significante es, por lo tanto, lo que
representa esta falta para otro significante. Y la falta de un significante es la definición del sujeto, el efecto sujeto
determinado por la estructura de reenvío del significante. Esta es la razón por la que también el estatuto del sujeto es un
estatuto de indeterminación: separado de su real de goce por la barra paterna referida al deseo del Otro primordial, el
sujeto es, en su raíz, en el lenguaje, el polo que falta en todas sus determinaciones. «¿Quién soy yo?», «Estoy yo muerto
o vivo?», «Soy hombre o soy mujer?»: el estatuto del sujeto es sobre todo de pregunta, de no-saber.

En la psicosis, el rechazo del goce del orden simbólico implica su retorno deslocalizado, fuera de lo simbólico. El
real del sujeto, «la vivencia primaria de goce», porque no se admite en el simbólico como un elemento elidido, es decir
como inconsciente («amnesia» histérica o «auto reproche» obsesivo), hace irrupción como una significación en la
realidad, con un grado de certeza que toma un peso proporcional al vacío enigmático que se presenta, en primer lugar,
en el lugar de la significación misma (4). La x del deseo, en vez de ser lo que se desliza entre los significantes, entre las
líneas, como causa del deseo, porque se rechaza de lo simbólico a causa de la ausencia de la metáfora paterna, se
transfiere a lo real con el sentimiento, para el sujeto, que eso que pasa en el mundo es un signo que se dirige a él,
incluso, si en primer lugar, él no sabe el que ni el porqué. El lugar del Otro, el lenguaje, se impone por lo tanto como
travesía de una significación que es ya hostil, del hecho mismo que su carácter es enigmático: certeza que viene al lugar
de la indeterminación neurótica, y que es la contrapartida de lo que Freud aisló como la «incredulidad» paranoica.
Puesto que el goce no tiene lugar en el sistema de la subjetividad, en tanto que momento de no-sentido, con el cual
juegan tanto la metáfora como la ocurrencia del chiste, el sujeto no reencuentra o no se acerca a eso que hace la
discontinuidad en el sentido - lo aleatorio, lo sin explicación o la dimensión literal incluso del significante - sino como
rechazado en lo real y, por ello mismo como apuntándole. A causa de la forclusión de la estructura de la «extimidad», el
sujeto del goce, el objeto (a), no es una intersección vacía con el conjunto del sentido, con el Otro del saber, sino es un
elemento de este conjunto mismo. O para decirlo aún diferentemente, la intersección del sujeto con el Otro implica el
elemento que es el propio sujeto como no eclipsado. Por ello, el no-sentido, en vez de ser la propia parte del eclipse del
sujeto, se sitúa en el Otro como un elemento oscuro del Otro que al mismo tiempo lo persigue. Y por eso el sujeto
psicótico está inmediatamente en una posición de escucha o de descifrado frente a un efecto de significación que se
efectúa en el Otro – sea tanto bajo la forma inicial de un enigma absoluto, signos que el mundo le envía, como bajo la
forma de la injuria alucinatoria. En el lugar del «código» él tiene que vérselas con un Otro emitidor de mensajes - del
cual él es el complemento o la referencia.

Esta estructuración de la relación del sujeto al Otro va por lo tanto a implicar una modificación específica de este efecto
de significación mayor que su estructura de reenvío del significante como tal implica, es decir la significación del sujeto-
supuesto-saber que es el pivote de la transferencia. El sujeto-supuesto-saber es una equivocación, la equivocación
espontánea (de la neurosis) que restablece un sujeto allí donde, en vez del saber, sólo hay un agujero; este saber no se
sabe. Se trata de una suposición precisamente, de una creencia, por que en el lugar donde se supone que un sujeto sabe

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el saber de que se trata, no hay sino una hiancia. Ahora bien, en la psicosis es la dimensión incluso de la suposición o de
la creencia la que no es operativa, ya que es del reencuentro de lo que se trata: el lugar del Otro, el lugar del saber, no se
limita a este saber, sino que incluye la significación que es el sujeto, en tanto que él lo haría gozar. Rechazado de lo
simbólico en tanto que teniendo ahí el lugar de una falta, en tanto que castrado, el sujeto como goce hace irrupción en
el Otro, en el lenguaje, como uno de sus elementos, como su elemento más precioso y que prosigue de sus asiduidades.
En tanto que sabe, en tanto que él sabe, el sujeto, o que él se completa del sujeto, el Otro goza. Y es como esta parte en
el saber que está del orden de los residuos del saber, pero es también el goce que le da consistencia, que el sujeto es
designado, aprehendido, integrado al lugar mismo del saber. Básicamente, el núcleo del saber, del saber que cuenta
verdaderamente, puesto que el Otro no cesa de reclamarlo - es el sujeto que lo es: con la doble cara, perseguida y
megalómana, que la forclusión de la castración implica para su posición (la «erotomanía» no siendo ya sino un avatar
delirante, un ensayo de interpretación).

¿ Qué institución para el sujeto psicótico?

Algunos de estos recordatorios de la estructura freudiana y lacaniana de la psicosis pueden ya, permitirnos
desprender una orientación para la práctica que una institución establece con sujetos que, en la crisis o después de la
crisis, piden, o son llevados para ser allí acogidos. No mencionaremos aquí, por el momento, la situación del sujeto
psicótico que, antes de la crisis o el desencadenamiento, se dirige a un analista con el fin de hacer un análisis, aunque
algunos elementos teóricos que acabamos de mencionar no estén ahí sin incidencia sobre la dirección de la cura
eventualmente emprendida con él.

Previa, o preliminar, a toda respuesta institucional, el debate clínico debe constituir ahí su condición de
posibilidad. El primer momento de una orientación psicoanalítica en el campo psiquiátrico es la apertura en primer
lugar en el colectivo institucional de un espacio clínico que sea a la vez interrogación de la teoría por la diversidad de las
fenomenologías de la psicosis y la localización de una posición subjetiva que difiere de la de la neurosis y de la
perversión, a partir de un logificación de esta diferencia. Cualquier otra orientación de la práctica institucional se deriva
en efecto de la importancia que el momento clínico tiene o no tiene en el colectivo respecto a la terapéutica, como ya
tuvimos ocasión de desarrollarlo en la primera parte.

En el primer caso, antes de plantearnos la cuestión de saber, cuál entre nosotros garantizará la función de la
psicoterapia, nos preguntaremos en primer lugar sobre la posición subjetiva y el modo de la transferencia de tal sujeto,
en el marco de una puesta en el trabajo en común de las cuestiones que sin cesar nos plantea la clínica de lo particular.
Tal actitud preliminar no estará por otra parte ahí sin repercusión sobre el modo mismo de respuesta que será puesto
en práctica, puesto que es muy diferente la posición que tiene en cuenta el hecho de que operar a partir del sujeto-
supuesto-saber es precisamente lo que debe evitarse cuidadosamente con un sujeto psicótico y aquella que consiste en
aplicar una terapéutica «para todo», ignorando con ello, las diferencias clínicas.

El «rechazo del inconsciente», entendido, en el mismo sentido como Freud hablaba de inconsciente «a cielo
abierto» en la psicosis, es decir, como eyección de lo simbólico hacia lo real, determina un otro estatuto cualquiera del
saber-supuesto en la psicosis. En la psicosis este saber no es supuesto porque él esta, hasta cierto punto, ya realizado
en su referencia propia. Ahora bien, si en la neurosis esta referencia tiene fundamentalmente una estructura de vacío, y
en consecuencia de cuestión, de suposición, en la psicosis toda presentificación del Otro del saber, que a la ocasión, el
sujeto mismo llama, es presentificación de un Otro que, de este saber, goza por el ser mismo del sujeto. La donación del
significante en el punto dónde el saber acerca del ser del sujeto falta, cualquiera que sea la forma, educativa o
interpretativa, lugar del sujeto con respecto de la x del goce del Otro, una x que no esta incluida en lo simbólico y
reprimida - teniendo la significación última de la castración - sino una x cuya «resolución» es el ser no barrado del
sujeto. Una tal donación confirmaría el lugar del saber como existente, es decir, como saber cuyo goce se abastece, en
particular, de lo que pasa en el cuerpo o en el pensamiento del sujeto.

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La respuesta que es una proposición sobre el ser del sujeto, sea como explicación (la historia clínica de muchos
sujetos psicóticos esta marcada de interpretaciones del género «homosexualidad reprimida») o como exhortación («si
usted sigue así, se va a cronificar») es una respuesta persecutoria, porque ella presentifica un Otro cuyo goce no es
precisamente un vacío, cubierto por la pura suposición, sino que es proporcionado por el propio sujeto. Es del lado del
sujeto que se encuentra en definitiva el saber último y es por eso que el Otro del saber puede ser reencontrado tanto
bajo la forma de una transferencia erotomaníaca («él me ama») como bajo la forma de una alternativa en sí-misma, de
una confrontación agresiva.

Si esperamos que emerja la significación del sujeto-supuesto-saber, es decir un fenómeno del que el sujeto se
queja, tome la forma de una manifestación sintomática del inconsciente, para autorizar la tarea analizante en el caso del
neurótico, es más bien para apartarnos de tal hipótesis que nos debemos preparar cuando se trata de la psicosis. El
delirio, las voces, el paso al acto no son «formaciones del inconsciente», retorno de lo reprimido, sino retorno en lo real
de lo que «no se ha admitido al interior», para retomar una formulación freudiana. De ahí, por otra parte, la ineficacia si
no es la nocividad de un recurso a la interpretación que reenviaría «a otra cosa», que dejaría entender otro sentido, que
remitiría al sujeto a la tarea del descifrado. Ya que eso volvería a infligir, vanamente, al sujeto la dimensión literal de
significante, cuya opacidad semántica inmediatamente se correlaciona para él a su ser de objeto, a su estatuto de
referencia y residuo del sentido (5).

Más bien intentaremos, en un estilo de presencia que orienta el conjunto de la respuesta institucional, no ocupar
la posición del tercero, del Otro - sino, colocándonos del mismo lado que el sujeto ante este Otro, de ser para él un otro
Otro, hasta cierto punto: un Otro que sería a la vez simplemente testigo, y apoyo del significante ideal que es el propio
sujeto, en tanto que él se plantea como garante de un orden y de un límite frente al Otro intrusivo y sin regulación que
lo acosa.

Testigo: «es poca cosa y es mucho, porque un testigo es un sujeto que se supone no sabe, no goza, y en
consecuencia presenta un vacío donde el sujeto va a poder colocar su testimonio» (6). Consentir a este lugar de testigo,
es también permitir que el significante que se exterioriza, y se impone en su literalidad, que no puede articularse a los
otros y es dirigido, pueda ser entendido y reunir la dimensión de la palabra - más bien que aquella de la lectura y del
descifrado (7).

Esta maniobra inspirará por lo tanto la disposición del colectivo de los «que se ocupan» del paciente, con vistas a
evitar colocar en posición de excepción, a nombre del saber, a una persona, a la cual se aconsejaría vivamente, o incluso
se impondría, al sujeto de ir a hablar, para dejarle más bien la elección del partenaire que él quiere tomar como testigo.
Distribución en red, más bien que centralizada, que puede permitir una dispersión, una relativización y finalmente una
puesta a distancia de la significación «sujeto-supuesto-saber», que es desencadenante para el sujeto psicótico, y
contribuir así a proporcionar el momento de la confrontación con lo que, debido a la forclusión de la paternidad, se
presenta como encuentro intrusivo de Un-padre. Tal disposición del colectivo hace valer una incidencia del psicoanálisis
que es menos la de una identificación jerarquizante del que se ocupa del paciente que aquella de una responsabilidad
de cada uno frente a la especificidad de la transferencia psicótica.

Cortado del saber, es decir, del punto mismo dónde el lenguaje se cierra sobre su falta interior, el significante
puede por lo tanto limitarse a la función de identificación, de insignia o de ideal, de ahí el sujeto puede verse. Función
que le permite también imaginarizarse con relación al vínculo o lazo social según una identificación que está en las
márgenes o en suspenso, con relación a este mismo vínculo o lazo social: trabajador en licencia o pensionado, artista o
terapeuta benévolo, inventor o veterano de la institución, escritor en potencia o especialista de las enfermedades
psiquiátricas... - en alternativa, pero a veces en continuidad, con una identidad o una misión delirante.

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A este respecto es importante que sea apartado todo proyecto educativo o reeducativo (por parte de la
institución), ya que se traduce en prescripciones o consejos que no solamente vuelven a poner el sujeto en presencia de
una voluntad del Otro que los concierne, sino que compromete la posibilidad de una autoelaboración de lo que hace
retorno en lo real para el sujeto. ¿En nombre de qué empujar el sujeto hacia un alojamiento independiente, un trabajo
en buena y debida forma, una relación amorosa o, al contrario, en nombre de que impedir, si el lo prevé - si no es en
nombre de una concepción de la psicosis en términos de regresión o bloqueo sobre la escala que lleva a la edad adulta, a
la autonomía, a la madurez, en resumen al Edipo?

Ahora bien la psicosis es una condición subjetiva que es del mismo nivel, que es «contemporánea» de la neurosis.
Difiere no por el menor grado o por el subdesarrollo de aptitudes del hombre normal, sino por el rechazo en la
dimensión incluso del Otro, de su falta constitutiva, del lugar del goce. Es a otro «trabajo» que se dedica el sujeto
psicótico, en la vía de una «curación» que es en primer lugar tentativa de reconciliar el real del goce con el «orden del
mundo» y con los ideales, antes de ser una «reinserción social» que no puede ser ahí sino una consecuencia (y de la que
se puede por otra parte facilitar la instauración).

Dos características del dispositivo institucional van por lo tanto a traducir la consideración de esta estructura.

En primer lugar, se trata de barrer la motivación pedagógica, readaptativa, terapéutica de normas y obligaciones
destinadas «a hacer avanzar», «hacer evolucionar», «acostumbrar a la realidad», - cuando no es a... aceptar la ley y a
asumir la castración! - en favor de algunas normas que son inherentes al funcionamiento «hotelero» de la institución y a
un umbral de convivencia mínima, simples «reglas del juego» (es así y con eso no podemos hacer nada) y no expresión
de una intención que quiere el bien del sujeto. Se sabe por otra parte que en este caso las normas institucionales dejan
rápidamente de ser normas puesto que su aplicación o su suspensión estan en función del saber de los terapeutas sobre
los «progresos» del sujeto: en un caso está bien para él, en el estado donde se encuentra, que no sea despertado a la
misma hora que los otros o que tenga una experiencia sexual, o que le esté prohibido salir el fin de semana; en otro esta
bien que sea lo contrario; situación que, a la larga, hace surgir la dimensión de un despotismo terapéutico que da
consistencia a la voluntad del Otro, y compromete las virtudes pacificadoras, aliviadoras de una simple norma. Esta es la
razón por la que conviene también que la existencia de la norma sea lo más posible desprendida de la enunciación de
uno sólo, en favor de una enunciación transindividual, aquella del colectivo del equipo.

En segundo lugar, se trata de poner a disposición de los residentes una gama de «posibilidades» tanto sobre el
plano del alojamiento como en cuanto a la distracción, de la ocupación o la creación (biblioteca, juegos, periódicos,
distintas artesanías, talleres, deportes, música, etc.) sin excluir, obviamente, todo lo que el sujeto podría querer
considerar hacer fuera de la institución - para que cada uno pueda servirse como él lo entiende y si eso le suena: vía
posible de un ideal identificatorio o incluso embrión de una elaboración de eso que el goce es para el sujeto antinómico
del semblante. Se tratará pues, no de actividades terapéuticas que traducirían el programa de rehabilitación al cual el
sujeto debe someterse a cambio del alojamiento, sino de una serie de direcciones ofrecidas al trabajo espontáneo de la
psicosis.

El trabajo de la psicosis

En una estructura donde es el sujeto quien descifra y el Otro quien es interpretado, ¿qué lugar queda para el
psicoanálisis? Ya que incluso para el psicoanalista el lugar que puede ocupar en la transferencia está designado,
prescrito por las posibilidades de la estructura. Y la maniobra que se espera de él no estará bien orientada, sólo si él
tiene una idea de la estructura donde él encuentra su lugar (8).

Ahora bien, tener una idea de la estructura, y en consecuencia de los lugares posibles que el partenaire puede
ocupar en un vínculo o lazo con el sujeto psicótico, es también exigido a los partenaires que lo acogen y que marchan al

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lado en la institución. Ya que pasa, y más frecuentemente de lo que se cree, que sujetos psicóticos se dirigen
espontáneamente o por el consejo de un tercero a un analista, les sucede también que hasta se niegan a considerar la
posibilidad, que prorrogan indefinidamente, el primer contacto telefónico o que ellos estén presos de pánico el día de la
primera cita. En cualquier caso, que se dirijan o no a un analista, cuando residen en una institución, ellos reencuentran
también otros partenaires.

¿ Cómo pues, éstos piensan orientarse en la respuesta que establecen colectivamente, delante de modalidades
tan distintas de la psicosis como el tormento y la perplejidad ante un enigma que invade, la resignación inerte ante una
realidad extranjera a todo sentido, la alucinación, el paso al acto?

El vínculo o lazo social con el sujeto psicótico implica en primer lugar que toda idea de una modificación del sujeto
sea excluida de sus presupuestos. Ya que si lo que modifica el sujeto es la interpretación, en la psicosis es del sujeto que
ésta emana, como lo recuerda C. Soler (9). Sin embargo, aunque se excluye apuntar modificar el sujeto, so pena de
presentificar un Otro persecutorio, sucede que la psicosis, se modifica. Sucede que el sujeto asuma, elabore, invente
soluciones destinadas a tratar los retornos a la Cosa, el retorno de un «más allá del principio de placer» que se rechaza
del proceso metafórico de la sustitución-simbolización. Es con respecto a estas soluciones que Colette Soler habló en un
texto reciente de trabajo de la psicosis (10).

El «trabajo de la psicosis» es un trabajo en primer lugar solitario, espontáneo, por el cual el sujeto intenta
remediar los efectos del rechazo del goce del campo simbólico, en el hilo de la idea freudiana de considerar la
producción delirante hasta la constitución de una interpretación sistemática como una tentativa de curación de la
psicosis,Colette Soler extrae de la enseñanza de Lacan elabanico de posibilidades de este “trabajo”.

La elaboración delirante

Lo primero, por haber sido desprendido por Freud mismo y por ser lo mas corrientemente encontrado en la
clínica, es precisamente esta tentativa de reconciliar los signos absurdos y los fenómenos intrusivos - que ponen en la
mira malignamente al sujeto hasta en su pensamiento, su cuerpo y su sexo - con una razón y un sentido. Conciliación
que tiene como efecto el de reducir la dimensión persecutoria y aniquilante de lo que se impone al sujeto sin legalidad
ninguna.

Ciertamente, el sujeto explota entonces los recursos de un simbólico y de un imaginario que no implican la
función de negativización del goce, la metáfora constituyente del inconsciente. Pero si ella no reconcilia el sujeto con el
sentido común o con sus semblantes, la elaboración de esta «conciliación» (conciliación del goce con lo simbólico y lo
imaginario y no negativización que está por definición forcluida) permite al menos al sujeto alejarse del paso al acto, del
tormento de las voces y del desamparo en el cual lo lanza la significación enigmática que lo pone en la mira..

Se trata en definitiva de elaborar otro principio, otra ley para el sujeto del significante que aquélla que permite un
anudamiento de lo simbólico y del goce por la inclusión de éste como vacío central (lo que responde al principio de la
ficción, del semblante). A falta de la función de excepción que le asegura el padre, como nombre de una pura
imposibilidad (traducida a términos míticos en el asesinato del padre originario), el sujeto inventa otra ley, otra
modalidad de la relación lenguaje - goce. Implica, en el horizonte, como el delirio acabado del Presidente Schreber lo
muestra, la substitución de una nueva metáfora radical por la metáfora radical del padre: el significante de la excepción
será ahora que el significante de «La mujer», que el sujeto se dedica desde ahora a ser como el efecto de significación
último. La inclusión de «La mujer» en el campo del Otro como contrapartida de la forclusión del Nombre-del-Padre no
se evoca aquí sino como el horizonte teórico del éxito de esta metáfora de suplencia. Por supuesto que todas las
elaboraciones delirantes no alcanzan el grado de terminación que presenta la interpretación final de toda su experiencia

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por Schreber. Sin embargo, bajo formas imaginarias diferentes, la nota de ese «empuje-a-la-mujer» podrá dejarse
entender ya en tal momento de la elaboración delirante en curso de construcción, o incluso bruscamente, como una
intuición, una fascinación identificatoria o una amenaza. Y es como siendo propiamente un síntoma articulado a su
proceso y no como su causa determinante, que la homosexualidad en la psicosis deberá ser entendida, señala Lacan
(11).

La instauración de esta metáfora de suplencia dista mucho de ser el caso en todos los sujetos que se
comprometen en una elaboración delirante. (Y todos los sujetos psicóticos no se comprometen, por otra parte, en tal
elaboración, algunos permaneciendo incluso clavados a una pura posición persecutoria, tal como esta joven mujer
saliendo de su silencio para declarar «yo padezco»). Para muchos, esta suplencia metafórica permanece solamente en
el horizonte de un proceso que llega a una relativa estabilización pero con soluciones más restringidas.

Tal sujeto encontrará como salida para tratar su posición excepcional el de hacerse el detentor de una solución
para la crisis ambiente de la filosofía, o incluso hacerse el «supervisor» del medio psicoanalítico. Tal otro desarrollará
una interpretación de su nombre propio, recortado en sílabas de distintos nombres comunes, haciendo a continuación
derivar la lógica de lo que pasa con él. Un joven hombre redacta un manuscrito que informa de la guerra de los
«feminusianos» contra el resto del cosmos cubriéndose al mismo tiempo él mismo de armas pseudo-electrónicas que le
atraen, con el interés divertido del ambiente, el apodo de «cachivaches<gadget>». El desdoblamiento del Otro, por
ejemplo en un Dios regular, conforme al orden del mundo, y en un Dios pernicioso, que viola las leyes del universo,
como esos producidos por Schreber, pueden también constituir una interpretación que limita la invasión del capricho
del Otro.

Otro sujeto, que es cruzado por fenómenos corporales extraños y asediado por las voces, se sujeta a la palabra
«electrónica» y desarrolla toda una actividad nocturna destinada a recoger ondas vacías o en lengua extranjera para los
circuitos eléctricos complicados. Desarrolla un «plan secreto» cuya primera consecuencia, muy prosaica, consiste en
proponerse simplemente para reparar los aparatos electrónicos de los vecinos. Pero él encontrará también una solución
para hacer frente a la feminización, anunciada en las voces que murmuran: «mariquetas, niña», inventando una
condición para abordar las mujeres: estar revestido de una combinación de la marca Sony (12).

En este caso, por otra parte, la elaboración delirante no será incompatible con la perspectiva de una formación
profesional en electrónica. En otros casos, más modestamente, permitirá, a un sujeto que no se atrevía a salir más de la
institución, desplazarse en ciudad siguiendo un trayecto cuidadosamente balizado por los significantes de las estaciones
y de los lugares, extraídos de su construcción.

Sería un poco precipitado considerar estas «soluciones» o estos bricolajes con un simbólico que no implica la
significación de la castración como tantas formas de «suplencia» a la función paterna de la metaforización. Digamos
más bien que se trata de modalidades parciales, no acabadas, no sistematizadas, de una elaboración de los retornos del
goce que sólo alcanza a una verdadera función de suplencia de la metáfora paterna forcluida, sólo si otra,
«equivalente», se coloca en su lugar: aquella con la que el sujeto hace de la identificación por la cual él pudo asumir el
deseo de la madre (13), un significante - aquel que no existe - que viene, en lugar y al lugar de aquel del padre que hizo
defecto, a metaforizar la madre. La inclusión de «La mujer» cubre entonces la falta del Otro pero mediante el desarrollo
de otro mito del origen, en el lugar de aquel del «padre muerto» que no pudo tener lugar para el sujeto.

El lugar del partenaire de esta elaboración será en primer lugar aquel precisamente del partenaire, del testigo: el
que no descifra, interpreta, sino que ofrece a ese ciframiento del goce, en ausencia de la cifra fálica de la castración, el
campo que hace con ello de la palabra, posibilidad de conexión con el sentido y lo imaginario.

Eso no implica en ningún caso, ni que se trate de empujar al sujeto en la vía de una elaboración delirante (aún que

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tal producción pueda venir a veces a ser alternativa a un paso al acto, por ejemplo a una modificación quirúrgica del
sexo anatómico (14) ), ni que tal elaboración coloque al sujeto al abrigo de un reencuentro develando su ser de residuo,
ni que ella lo coloque en condiciones de asumir una responsabilidad social o profesional sin «descompensarse». Prestar
su presencia con vistas a soportar una tal elaboración puede, por el contrario, permitir acompañarlo en el sentido de
orientar las exigencias en las vías de lo soportable. No es el mismo modo de devenir «La mujer», por ejemplo, cuando la
interpretación erotomaníaca de tal paciente se orienta hacia devenir la mujer que falta a la empresa donde ella está
empleada, más bien que devenir la mujer de este hombre allí, ya que en este caso tendríamos que temer que termine
por golpear al objeto de su elección (15). Asimismo, como para un sujeto que desarrolla dos «hipótesis» para explicar lo
que le pasa, aquella del modelo «científico» que él llama del «subconsciente» y aquella del «resentido» vinculado a la
radioestesia que su padre practicaba, eso no tendrá los mismos efectos de invención estabilizadora que sea
acompañada sobre la vía de la segunda mas bien que sobre aquella de la primera.

El objeto y la letra

Distinta de la vía de la conciliación delirante con el sentido, la imagen del cuerpo o un ideal, otra vía puede ser
emprendida por el trabajo de la psicosis, que no es por otra parte incompatible con la primera. Se trata de la vía, más
rara, de una operación que Colette Soler llama operación de lo real sobre lo real del goce, y cuya forma paradigmática es
la creación de un objeto de arte. Es importante aquí tener en cuenta, para captar la especificidad de esta operación, que
el objeto de arte debe ser concebido no como un efecto de sentido - un sueño, una formación del inconsciente, como
eso fue a menudo el caso en el psicoanálisis - sino precisamente como un objeto, fuera de la dimensión del sentido y de
la interpretación. Un objeto, en el sentido radical, no es algo que viene al lugar de otra cosa, - características del
símbolo - sino algo nuevo, al lugar de nada: se impone como real fuera de todo reenvío a otra cosa. Es por otra parte, la
misma dimensión de objeto que puede ser aislada en el mismo significante, siempre que se lo despoje de su función de
reenvío al Otro significante, en resumen de su definición, y se lo considere en su literalidad material, en lo que no es
pertinente para la dimensión del sentido.

El objeto de arte es un efecto, en primer lugar, de goce, como ya se ve al observar simplemente su estatuto de
valor de mercado. El arte comienza, observaba J.-A. Miller, en el punto dónde lo que no puede decirse puede ser
mostrado (17). Es precisamente del orden de esta dimensión que Freud llamó «sublimación», o sea de un goce que
puede estar satisfecho fuera de la «represión y el retorno de lo reprimido», fuera del falo. En tanto que no pasa por el
lenguaje y por el sentido, en tanto que él hace pues abstracción del Otro, el objeto de arte es localización del goce más
bien que su identificación al lugar del Otro o su retorno en el cuerpo. El objeto de arte puede, entonces para el sujeto
psicótico ser una alternativa al tratamiento metafórico por la función fálica – forcluida - o por la función «La mujer». El
suple: a la ausencia de metáfora paterna y a la necesidad de una elaboración delirante.

Aquí encontramos la solución, excepcional, de Joyce, de la cual Lacan extraerá la lógica, al mismo tiempo que ella
lo acompañará en una revisión radical de la concepción del síntoma y de la articulación de los tres registros: imaginario,
simbólico, real (18). La paradoja de Joyce es el haber conseguido esta operación en el elemento mismo de lo simbólico,
con la literatura, que más que cualquier otro arte depende del campo del efecto de sentido. Joyce llega hasta reducir al
fuera del sentido el elemento mismo dónde se efectúa el sentido, produciendo el escrito literario como objeto plástico,
ininterprétable, inanalizable. Hace pasar a lo real, fuera del sentido, el registro del lenguaje, el registro del sentido. No
rectifica al Otro, como Rousseau, sino que, él se sirve del Otro. Empuja al querer-decir del lenguaje hasta lo real de su
letra, allí donde eso no quiere ya decir nada, hasta la opacidad absoluta: el simbólico se vuelve real. Allí donde Rousseau
es atormentado por el enigma, Joyce al contrario trata al significante hasta volverlo perfectamente enigmático, fuera del
sentido (19). Y al mismo tiempo hace pasar al lenguaje a una dimensión de parálisis, de una impotencia, de una idea
obsesiva, en resumen hace pasar al lenguaje a la dimensión del síntoma, la dimensión del significante reducido a la letra
de goce (20).

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En vez de identificarse al Otro, como en la paranoia, o hacer el retorno en el cuerpo, como en la esquizofrenia, el
goce se localiza en esta letrificación de lo simbólico: estrategia de composición del enigma (21) que pone el sujeto Joyce,
podemos suponerlo, al refugio del reencuentro con la dimensión enigmática del campo del Otro - puesto que el campo
del Otro es evacuado como tal. Es Joyce más bien quien deviene enigma para los otros.

Por excepcional que ella sea, la solución joyciana - que nosotros no podemos aquí sino mencionar rápidamente -
puede sin embargo aclarar otras formas de solución, distintas de la elaboración delirante, y destinadas a tratar el goce
en la ausencia del operador lógico de su negativación. La solución de Wolfson, en particular, puede compararse a la de
Joyce siempre que opere también con el lenguaje, de tal suerte que el Otro se encuentre evacuado. Su primer libro «El
esquizo y las lenguas» son una verdadera empresa de forclusión del sentido de la lengua materna, a través «de un
montaje translinguistico encaminado a excluir de la lengua inglesa toda remembranza de la lengua del Otro». Se
convierte en el objeto de una traducción simultánea que consiste en hacerla oír en los fonemas que pertenecen a otras
lenguas, de manera que los sonidos de la lengua inglesa sean percibidos inmediatamente como los fonemas de las
palabras de una de las cuatro lenguas restantes que él practica, el sentido de la frase permaneciendo a salvo. Gracias a
esta copulación translingüística, crea una confusión de las lenguas que tiene indiscutiblemente una función de
suplencia» (22): «le permite compensar a la barra paterna sobre el deseo de la madre por el abarramiento del mensaje
materno en tanto que intrusión objetiva del Otro en sus orejas. Por el artificio de la escritura, la lengua materna se
vuelve indescifrable, fuera del sentido, como un objeto.

Observemos sin embargo, para concluir este apartado, que la invención de esta literatura-síntoma para Joyce sólo
se sitúa en su valor de suplencia siempre que permita al imaginario de anudarse a lo simbólico y a lo real. Es en la
medida en que el escrito joyciano se publica, se convierte en una obra, que Joyce llega a producirse como un hombre
eminente, una excepción en la literatura, es decir, a constituir un ego, un narcisismo vinculado o ligado a su escritura, allí
donde su imagen del cuerpo estaba más bien a la deriva, desanudada (23)

Pasos al acto

Los efectos de estabilización que pueden resultar de una modificación de la psicosis, según los dos procesos que
acaban de ser evocados, no están garantizados sin embargo sino dentro de los límites de su realización. Es el caso, en
particular, cuando la elaboración delirante puede alcanzar la forma «parafrénica»: el sujeto consiente entonces al goce
con el Otro por una interpretación que testimonia tanto más una connivencia o tolerancia con el Otro que se desarrolla,
en adelante, fuera de toda semejanza o preocupación de demostración, en la pura construcción significante. El Otro ya
no se encarna en un personaje real o una parte de la realidad, permitiendo así a la certeza delirante desplegarse sin
repercusión sobre el comportamiento social, y dar la impresión que se confina en adelante al registro de lo «fantástico».

Pero, fuera de esta forma extrema de recurso a las fuentes de un simbólico retocado, el momento de reencuentro
con el deseo del Otro, con el punto donde en la trama de la realidad humana un eslabón falta, este momento corre el
riesgo siempre, incluso al interior de una interpretación en curso de construcción, de recordar realmente, fuera del
delirio, expulsado del lugar del Otro, lo que el sujeto psicótico es como objeto de goce. Es el momento en que la
separación del sujeto de la cadena significante, a falta de efectuarse por intermedio de la excepción paterna, arriesga
hacerse por su realización, por una irrupción en el actuar.

Allí donde el sujeto neurótico puede responder al enigma del deseo del Otro, a su falta de garantía, por la
maniobra de su fantasma – sobre el plano del semblante- el sujeto psicótico arriesga el responder por una realización de
su ser objeto: salir de la escena, salir de los límites - necesidad de un acto inaudito, sin contexto significativo - o
desaparecer, eliminarse. Separado del Otro del significante, no se conecta ya a su voluntad de goce; pero esta
«desconexión» lo expone, al mismo tiempo, a un desgarramiento interno, a la extracción de un elemento que hace
cuerpo con el Otro. La dimensión de separación del objeto, porque el objeto (a) no se extrae previamente de la

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realidad, puede realizarse por actos que afectan al propio cuerpo o al cuerpo especular del semejante. El efecto de
estabilización que puede a la ocasión resultar, no solamente no es compatible con el vínculo o lazo social, sino que
constituye también un límite, o incluso una detención, del «trabajo de la psicosis».

De esta inminencia del paso al acto deriva la necesidad, por una parte, de evitar infligir al sujeto el reencuentro
con el momento dónde para responder de su propia existencia no hay ya más en el Otro, identificación o ideal posible
(ya que este momento no es en la psicosis temperado, mediatizado, por la castración simbólica); y, por otra parte, de
proporcionar la posibilidad de una «reconexión» siempre posible sobre un otro ideal, lugar de dirección o interlocutor,
en los momentos en que la coyuntura puede exponer al sujeto a traducir en actos su estatuto de separación.

En el marco de una estancia en institución, es conveniente, en particular, estar atento a todos los momentos en
que la «separación» puede ser solicitada. No es raro, por ejemplo, que el riesgo de paso al acto suicida o agresivo,
aumente con el retorno definitivo o puntual al medio de vida familiar - incluso si el sujeto no puede prever vivir o pasar
el fin de semana en un otro lugar que allí. De ahí también, la oportunidad de la instauración de un lugar de dirección
regularmente accesible, fuera del marco institucional donde el sujeto reside actualmente, a fin de que pueda con ello
tener un recurso independiente y más allá del período limitado de su estancia.

Lo que no excluye, incluso debe hasta favorecerse, la formación de insignias y de identificaciones que serían
tom adas de la estancia efectuada en la institución,a titulo del“ex”,por ejem plo.Sin ser de la m ism a naturaleza que lo
que se elabora en la interpretación que el sujeto intenta de relación real con el Otro, ellas pueden constituir una marca o
señal imaginaria que contribuye a orientarlo en la vida cotidiana manteniendo un polo de alteridad alternativo a aquel
dónde el goce del Otro esta en causa.

NOTAS

(1) J. Lacan, Ecrits[Escritos], Paris, Seuil, 1966, p. 535.


(2) J-A. Miller, Cours inédit de [Curso inedito de ]1982-83, leçon du 20 avril 1983.
(3) J.-A. Miller, cours inédit de [Curso inedito de ]1991-92, leçon du 4 décembre 1991.
(4) J. Lacan, op. cit. , p. 538.
(5) cfF.Leguil,« L’instance de la lettre dans la psychose » *La instancia de la letra en la psicosis+,L’im prom ptu,nº 7
(Secrétariat de l’E.C.F.‘a Reim s),p.64-7 1.
(6) C. Soler. « Q uelle place pour l’analyste ? » [¿qué lugar para el analista] , Actes de l’E.C.F.,vol. XIII, 1987, p. 30.
(7) F. Leguil, op. cit.
(8) C. Soler, «Le sujet psychotique dans la psychanalyse » [el sujeto psicótico en psicoanalisis], Psychose et création,
GRAPP, Paris, Navarin, 1990, p. 28.
(9) tbid.
(10) C. Soler, « Il Lavoro della psicosi », La psicoanalisi, Roma, 1989, nº 6.
(11) J. Lacan, Ecrits[Escritos], p. 544.
(12) J.Borie,« Construction de la réalité dans la cure d’un psychotique » *Construcción de la realidad en la cura de un
psicótico], Actes de l’E.C.F.,nº 19, 1991, p. 51.
(13) J. Lacan, Ecrits [Escritos, p. 565.
(14) cf. par exemple, F. Gorog, « «Jane», un cas de schizophrénie» [Jane, un caso de esquizofrenia], Quarto, 42, 1990,
p. 47-51.
(15) E.Laurent,« D iscipline de l’entretien avec le sujet psychotique»*D isciplina de la entrevista con elsujeto
psicotico], Quarto, 28/29,1987, p. 18-20.
(16) cf« La clinique de l’objet dans la réalité psychique » *La clinica delobjeto en la realidad psiquica], Actes de
l’E.C.F.,nº 19, 1991, p. 99.

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(17) J.-A. Millet, Cours inédit de [Curso inedito de ]1986-87, leçon du 29 avril 1987.
(18) A ce sujet,voir l’exposé de G .M orel,« Sym ptôm e et N om -du-père » [Síntoma y Nombre-del-Padre], La Cause
freudienne, XXI, 1992.
(19) C. Soler, « Rousseau le symbole » [Rousseau, el simbolo] , Ornicar ?, 48, 1989, p. 30-57.
(20) J. Aubert (sous la direction de), « Joyce le symptôme I » [Joyce, el sintoma I]. Joyce avec Lacan, Navarin, Paris,
1987, p. 27.
(21) D. Cremniter et J.-C. Maleval, « Contribution au diagnostic de la psychose» [Contribución al diagnostico de la
psicosis] , Ornicar ?,
48, 1989, p. 69-89.
(22) S.Cottet,« Je suis un corps d’officier» *Soy un cuerpo de oficial+,Actes de l’E.C.F,vol. XIII, Paris, 1987, p. 12.
(23) « Joyce le symptôme I » [Joyce, el sintoma I], op. cit., p. 33, 48.
(24) J.-C.M aleval,« L’excellence de la m aladie m entale » *La excelencia de la enferm edad m ental+,La cause
freudienne, nº 22, Paris, 1992, p. 92-98.

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