Вы находитесь на странице: 1из 21

ADVERTENCIA

El texto que publicamos de la "Mónita Secreta" de los jesuítas fué coleccionado sobre el
manuscrito latino de los sucesores del padre Brothier, último bibliotecario en París de los jesuítas, que
estuvo en funciones antes de la Revolución. También está conforme con la edición de Paterborn, de 1661,
y en fin, con el manuscrito perfectamente auténtico que se encuentra en los archivos del reino de Bélgica
(Palacio de Justicia de Bruselas), con el título: “Secreta Mónita ou avis de la Société de Jesús”. (Mónita
Secreta o advertencias de la Sociedad de Jesús)”.
Por otra parte, he aquí la historia de este último manuscrito, al que se le encuentra a faltar una hoja
y que está catalogado con el número 730:
"Cuando en 1773 se suprimieron los jesuítas, poseían éstos diversas propiedades
importantes en los Países Bajos y un colegio en Ruremonde, del Limburgo holandés.
"Para intervenir legalmente en la liquidación de aquellos bienes, se nombró una comisión
del seno del Gobierno.
"El consejero real Zuytgens fue delegado por sus compañeros de Comisión para que fuera
al Colegio de Ruremonde y formara el inventario de los bienes de la Compañía. Poco
después, la Comisión, sabedora de que los padres podrían tener algún documento que les
perjudicara, pensaron que éste podría perderse con la benevolencia de Zuytgens, catequizado
por los avisados padres; y con el fin de que nada se perdiera, oficialmente se dirigió aquella
comisión al mencionado consejero exigiéndole que el inventario se hiciera con absoluta
escrupulosidad y sin dejar de mencionar ni una hoja de papel. Zuytgens no tuvo más remedio
que cumplir la orden al pie de la letra y remitir a la Comisión todos los documentos que halló
en la casa. Entre ellos estaba el presente texto de la "Mónita Secreta".
Para comprobar cumplidamente cuanto dejamos transcrito, pueden consultarse en los
archivos de Bruselas dos obras que están a mano de quien las solicite: una es el "Protocolo de
las deliberaciones del Comité fundado para los asuntos relativos a la supresión de la Sociedad de
los Padres Jesuítas en los Países Bajos". Lo que dejamos afirmado más arriba se hallará en la
deliberación de fecha 25 de octubre de 1773 y está firmada por los consejeros Leclerc, el
conde Felipe Neny, Cornet de Grey, Limpeaux. y Turck.
La otra obra es el "Inventario de los archivos de Bélgica", y se habla del hallazgo de la
"Mónita Secreta" en su página 250, capítulo VII. Esta obra ha sido publicada por orden
expresa del Gobierno.
Consúltense estas dos obras y se tendrá la evidencia de cuanto decimos.

PRÓLOGO

Los superiores deben guardar y retener en sus manos, con sumo cuidado, estas instrucciones
particulares, de las que darán conocimiento solamente a algunos profesos; algunas de estas
instrucciones las comunicarán a los no profesos, pero siempre cuando ello redunde en beneficio
de la Compañía, y aun esto, del modo más callado y reservado posible, dándoles siempre el
carácter de máximas emanadas de la experiencia personal del que las dicta y jamás como si
estuviesen escritas por otro.
Como muchos de los profesos están ya instruidos en estos secretos, la Compañía tiene
ordenado que los profesos que se hallen en la plena posesión de aquéllos no puedan nunca, por
ningún concepto, formar parte después de otra orden, excepción hecha de la de los Cartujos, que viven en
completo aislamiento y por el silencio inviolable que guardan para todo; todo ello confirmado ya por la
Santa Sede.
También es necesario que los superiores tengan el mayor cuidado en que estas instrucciones no
caigan en manos de personas extrañas a nuestra Compañía, que por envidia a ella podrían emplearlas en
contra de aquélla. Si esto sucediere alguna vez — ¡lo que no permita Dios!—a pesar de todos los
cuidados y reservas, debe negarse rotundamente que sean los sentimientos de la Compañía los que
aparecen en el espíritu general de estas instrucciones.
Los superiores tienen la ineludible obligación de investigar con gran cuidado y mucha prudencia, si
alguno de los profesos ha descubierto estas instrucciones a algún extraño. No hay que olvidar que estas
instrucciones no se pueden copiar jamás ni para sí ni para nadie. En todo caso, cuando se haga alguna
copia, ésta ha de ser autorizada por el padre provincial o general.
Cuando se comprenda que uno de la Compañía no tiene la suficiente capacidad para guardar tan
grandes secretos, se le debe instruir contrariamente a ellos y despedirlo de la Compañía.

CAPITULO PRIMERO

Cómo debe proceder la Compañía para organizar una fundación


cualquiera

1.º Para captarse la voluntad de los habitantes del país, importa mucho manifestar el intento de la
Compañía en la manera prescrita en las reglas, donde se dice que la Compañía debe trabajar con tanto
ardor y esfuerzo por la salvación del prójimo, como por la suya.
Para hacer arraigar más fuertemente esta idea en la mente de las gentes, es preciso que los
nuestros cumplan y trabajen en las labores más humildes, visitando, al tiempo, a los pobres, a los
enfermos y afligidos y a los encarcelados.
Es muy conveniente confesar con dobles intenciones, y oír las confesiones aparentando indiferencia y
siempre sin apurar a los penitentes. Así, los habitantes más ricos admirarán a nuestros padres por
la gran caridad con que aparecerán envueltas sus confesiones y por la novedad del
procedimiento.
2.º Téngase presente que es necesario pedir con religiosa modestia los medios para ejercer
los cargos de la Compañía, y que es precisa procurar adquirir la benevolencia, principalmente de
los eclesiásticos seculares y de las personas de la autoridad que se conceptúen necesarios.
3.º Conviene ir a los lugares más lejanos y apartados, explicando siempre las grandes
necesidades de los nuestros y aceptando en su nombre todas las limosnas que se den, aun las más
pequeñas o insignificantes.
Una vez en nuestro poder las limosnas, es preciso entregarlas a los pobres, haciéndolo de
modo que se enteren las gentes, con el objeto esto de que los donantes se muestren en lo sucesivo
más liberales con nosotros. Esto es muy necesario para la edificación de los que no tienen exacto
conocimiento de la Compañía.
4.º Todos debemos obrar como inspirados por un mismo espíritu, y cada uno de nosotros
debe estudiar concienzudamente la manera de adquirir hasta los mismos modales, con objeto de
que la uniformidad en tan gran número edifique a todo el mundo.
Los que no sean aptos para esta labor importantísima, deben ser expulsados como
perjudiciales para la comunidad.
5.º En un principio no conviene que los nuestros compren propiedades o fincas allí donde
piensen establecerse; pero en el caso de que hubiesen adquirido algunas de aquéllas,
cuid arán, siempre de que sean las que estén mejor situadas, debe decirse que aquéllas
pertenecen a otras personas, usando al efecto los nombres de amigos fieles a la casa o a la
Compañía que sepan guardar el secreto para acabar de aparentar una completa pobreza, hay que
tener cuidado de decir que si se poseen fincas o propiedades, están distantes al Colegio presente o
actual y que pertenecen a otros colegios de la Compañía. Así se conseguirá que los gobernantes
en general ignoren a cuánto ascienden en total las rentas de la Compañía.
6.º Cuando los nuestros quieran organizar un colegio, han de hacerlo en las grandes
poblaciones o ciudades y nunca en las pequeñas, tomando en esto el ejemplo de Jesucristo, que se
detuvo en Jerusalén y nunca en las poblaciones menores, por las que sólo estuvo de paso.
7.º Es preciso que los nuestros presenten con insistencia el cuadro de nuestras miserias a
todas las viudas que conozcan, con el fin de sacarles toda la mayor cantidad de dinero posible.
8.º El padre superior de cada provincia es el único que debe conocer con toda certeza las
rentas del departamento afecto a su mando. En cuanto al tesoro de Roma, es y será siempre un
misterio impenetrable.
9.º Los nuestros han de predicar siempre y repetir constantemente en sus conversaciones
particulares que nuestro único objetivo es la educación de las infancias y la caridad hacia los
pobres, todo ello sin interés de ninguna clase y sin hacer excepción de clase alguna de personas,
cuidando de añadir que nosotros no somos gravosos a los pueblos, como las otras órdenes
religiosas.

CAPITULO SEGUNDO

Cómo deben conducirse los padres de la Compañía para ganar y


conservar el aprecio e intimidad de los príncipes, magnates y personas ricas
y poderosas

1.º Es necesario que hagamos todo lo posible por ganarnos completamente el afecto de los
príncipes y personas de más consideración, para que, sean quienes fueren, no se atrevan nunca a
proceder contra nosotros, sino, por el contrario, que se constituyan defensores y dependientes de
nosotros.
2.º La experiencia nos enseña que los príncipes y potentados se inclinan en favor de los
eclesiásticos, tanto más cuanto más éstos saben disimular las acciones odiosas o culpables de
aquéllos; cuando los eclesiásticos asienten a lo que ellos piensan o desean, como puede verse,
por ejemplo, en los casos en que los primeros contraen matrimonio con parientas o aliadas suyas.
De tal suerte es esto así, que nos es muy conveniente animar a dichos sujetos en esos casos
particulares, asegurándoles el feliz éxito de su empresa si se proveen de las dispensas que concederá el
Papa por mediación de nuestros padres. Esto es muy bueno argumentarlo con la cita de otros casos
análogos, cuidando siempre de demostrar que nuestra intervención sólo tiene la finalidad del bien común
y la mayor gloria de Dios, que es el objetó de nuestra Compañía.
3.º Del mismo modo hay que proceder cuándo un príncipe trate de hacer algo que no fuese del
agrado de 1a nobleza, contra la cual se le animará, al tiempo que se aconsejará á ésta que se conforme
con los deseos del príncipe.
Se ha de cuidar en todo esto de no descender jamás a particularidades y detalles, por si el asunto
para mal y pudiera imputarse su fracaso o su maldad a los manejos de la Compañía, para cuyo caso se
han de tener ya preparados otros padres, ignorantes de las instrucciones secretas, que puedan afirmar bajo
juramento que la Compañía nada tiene que ver con todo aquello malo que sé le imputa.
4.º Otro medio de ganarse el afecto dé los príncipes y reyes es saber insinuar, con exquisita destreza
y discreción—siempre empleando para ello terceras personas—, que nuestros padres son muy a
propósito para desempeñar dignamente toda clase de cargos honoríficos cerca de otras cortes extranjeras
y sobre todo cerca del Vaticano. Por la extraordinaria gravedad que tiene este procedimiento ya de sí,
de él se ha de encargar a personas muy celosas y muy versadas en los procedimientos de nuestra
institución.
5.º Hay que procurar ganarse la buena voluntad de los príncipes y sus criados, haciéndoles todo
género de regalos y oficios piadosos, con objeto de que informen a nuestros padres sobre el carácter y
modo de ser de sus superiores y compañeros. Con esto nuestros padres conseguirán tener en sus
manos a unos y a otros.
6.º Repetidos y felices experimentos nos dan a conocer las grandes ventajas que nuestra
Compañía ha obtenido interviniendo en los matrimonios de las familias reales. Tales, entre otros, el de la
casa de Austria, Francia, Polonia, etc. Por lo tanto, conviene proponer— siempre con gran prudencia —
enlaces de personas escogidas entre los amigos, parientes y familiares de los verdaderos afectos a
nuestra Compañía.
7.º Será fácil ganar a las princesas y grandes señoras valiéndose de sus camareras; para ello
conviene entablar con ellas relaciones de amistad; de este modo se logrará entrar en todas partes y
se poseerán los más íntimos secretos de familia.
8.º En cuanto a la dirección de conciencia de los grandes señores y magnates, nuestros
confesores deberán seguir los consejos de los escritores eclesiásticos más liberales en este sentido. Así se
conseguirá que los penitentes nos hallen mejores que los otros religiosos, de suyo ordenancistas, y se
decidan a dejarlos por nosotros, sometiéndose completamente a nuestra dirección y consejos.
9.º Es preciso hacer que consten todos los medios de la Sociedad nuestra a los príncipes y prelados
y a cuantos puedan prestar mucho auxilio a la Sociedad, después de haberles manifestado la
trascendencia de sus grandes privilegios.
10. También será útil demostrar con prudencia y destreza el poder tan amplio de que dispone la
Compañía de Jesús para absolver aun en los casos más reservados; dispensar del ayuno y de los
derechos que se deben pedir y pagar en los impedimentos matrimoniales; todo ello comparado con el
mediano poder de los demás religiosos, y se verá que ello hará que recurran a nosotros muchas
personas que nos quedarán agradecidas.
11. Es también muy útil convidar a las gentes a los sermones, cofradías, arengas y
declamaciones, etc., componer odas y alabanzas en honor suyo, dedicarles actos literarios y festejos, y si
se ve que puede dar provecho, ofrecerles comidas y agasajarlos de distintos modos.
12. Será muy conveniente tomar a nuestro cuidado la reconciliación de los grandes en las riñas y
enemistades que los dividan, pues de este modo entraremos, poco a poco, en conocimiento de sus más
íntimos amigos y secretos y luego serviremos a aquel de los partidos que más en favor nuestro se
presente.
13. Si al servicio del monarca estuviese algún enemigo o extraño de nuestra Compañía, hay
que procurar por nosotros mismos, o mejor aún, por terceros, que se vuelva aliado nuestro,
empleando para ello toda suerte de promesas y regalos que deben ser recibidora por aquél de
manos mismo de su príncipe o monarca.
14. Nadie que haya pertenecido a la Compañía y que haya salido voluntariamente de ésta,
debe ser recomendado por ninguno de nosotros a ningún príncipe, monarca u hombre grande.
Ese ente, por más que lo disimule, lleva siempre un odio inextinguible hacia nosotros.
En fin, procure cada uno buscar los medios para granjearse el cariño y favor de los
principales y poderosos y de los magistrados de cada población, para que cuando se ofrezca una
ocasión a propósito hagan cuanto puedan con eficacia y buena fe en beneficio nuestro, aun
contra sus parientes, aliados y amigos.

CAPITULO TERCERO

Cómo deberá conducirse la Compañía con los de grande autoridad en el


Estado y que en caso de no ser ricos podrán prestarnos buenos servicios

1.º Queda consignado que se debe hacer todo lo posible para conquistar y catequizar a
los grandes; pero es preciso también ganar su favor para combatir a nuestros enemigos.
2.º En primer lugar hay que inducirles religiosamente hacia el desprecio de los bienes y
pompas terrenales. Hacer como que aprendemos de su autoridad, prudencia y consejos; y
finalmente, tenemos que valernos de sus nombres—si para ello nos inspiran suficiente confianza
— para la administración de bienes temporales.
4.º Es necesario utilizar en todo lo posible a los obispos, prelados y demás superiores
eclesiásticos, según la manera de ser de cada uno y según las inclinaciones que cada uno enseñe.
5.º En algunos puntos será suficiente conseguir de los prelados y curas que hagan lo posible
por que sus súbditos respeten a la Sociedad, y que no estorben el ejercicio de nuestras funciones, en
aquello en que tengan mayor poder, como en Alemania, Polonia, etcétera.
Será preciso manifestarles las más distinguidas atenciones para que, mediante su
autoridad y la de los príncipes, los monasterios, las parroquias, los prioratos, los patronatos,
las fundaciones de misas y los lugares piadosos, puedan venir a nuestro poder, lo que
conseguiremos con mayor facilidad allí donde los católicos se hallen mezclados con los herejes.
Es necesario hacer ver a tales prelados la utilidad y mérito que hay en todo esto y que nunca
se saca tanto de los clérigos ni frailes, para provecho de todos. Si se portan cual nosotros
queremos, es preciso alabar públicamente sus nombres y aún por escrito, y perpetuar la
memoria de sus acciones.
6.º Para esto es preciso trabajar con el objeto de que los prelados echen mano de nuestros
padres para hacerlos servir como confesores o consejeros. Y si los prelados aspirasen a
mayores cargos en la corte de Roma, hay que apoyarlos con todas nuestras fuerzas y con todas
nuestras influencias.
7.º Cuando los prelados y los príncipes instituyan colegios o iglesias parroquiales, los
nuestros han de cuidar de que la Compañía tenga facultades para nombrar en aquellos
establecimientos vicarios con cargo de curas y que el superior de la Compañía lo sea también
de aquellas instituciones. De este modo el gobierno de dichas iglesias nos pertenecerá y serán
sus feligreses nuestros súbditos, pudiéndose entonces lograr todo de ellos.
8.º Donde los de las academias nos fuesen, contrarios, donde los católicos o herejes estorben
nuestras organizaciones, conviene valerse de los prelados y hacernos dueños de las primeras
cátedras, pues así impondrá la Compañía sus necesidades.
9.º Sobre todo, será muy acertado procurarse la protección y afecto de los prelados de la
Iglesia para los casos de beatificación o canonización de los nuestros, en cuyos asuntos
convendrá, además, alcanzar cartas y recomendaciones de los poderosos para que la
tramitación de aquéllas no sufra dilación alguna en la corte católica.
10. Cuando los prelados o magnates religiosos o políticos tengan que enviar
representantes suyos a alguna corte o Gobierno, los nuestros pondrán todo su ahínco y valer en
que los favorecidos no sean enemigos nuestros, que irían desacreditándonos por todas partes y
ante el mundo. Si los comisionados pasasen por ciudades o provincias donde haya colegios de
los nuestros, serán recibidos en éstos con afecto y agasajo, y serán tan espléndidamente
tratados como permita la modestia religiosa.

CAPITULO CUARTO

De lo que se debe encargar a los confesores y predicadores de los grandes de la tierra

1.º Los nuestros dirigirán a los príncipes y hombres ilustres, de modo que aparenten
propender únicamente a la mayor gloria de Dios y procurando con su austeridad de conciencia
que los mismos príncipes se persuadan de ello: la dirección, en un principio, no debe
encaminarse al Gobierno exterior o político. Esto se hará gradual e imperceptiblemente.
2.º En este sentido es oportuno y conducente advertir repetidamente a los grandes que
éstos pueden ofender gravemente a Dios si no verifican el reparto de honores y beneficios
en sus estados, y se entregan a sus vicios y pasiones. Los nuestros protestarán a menudo y
con relativa severidad si se les invita a formar parte de las organizaciones administrativas,
cuidando mucho de decir que sienten mucho expresarse así, pero que no tienen más remedio
que hacerlo para cumplir su misión. Una vez que se esté seguro que los soberanos están
convencidos de todo esto, será muy conveniente darles una idea de las virtudes con que deben
adornarse los que están escogidos para los grandes cargos y principales puestos públicos,
procurando entonces recomendar a los amigos verdaderos de la Compañía; sin embargo, esto
no debe hacerse abiertamente por nosotros mismos, sino por medio de los amigos que
tengan intimidad con el príncipe, a no ser que nos coloque en disposición de hacerlo.
3.º Para esto cuidarán nuestros amigos de instruir a los confesores y predicadores de la
Compañía cerca de las personas hábiles para el desempeño de cualquier cargo y que sean al mismo
tiempo generosas con la Compañía. También deberán conocer sus nombres para poderlos insinuar con
maña y en ocasión oportuna a los príncipes, bien sea por ellos mismos o por segunda persona.
4.º Los predicadores y confesores tendrán siempre presente que se deben comportar con los
príncipes amable y cariñosamente, sin chocar jamás con ellos ni en sermones ni en conversaciones
particulares y procurando que desechen todo temor y exhortándoles en particular a la fe, la esperanza y
la justicia.
5.º Ninguno de los nuestros admitirá jamás el menor regalo para sí mismo solamente. Antes al
contrario, cuidarán de pintar constantemente la gran estrechez de la Compañía o del Colegio,
como así consta a todos. Cada una de nosotros se contentará con tener en la casa un solo cuarto,
modestamente amueblado. Los vestidos han de ser también sencillos. No han de olvidar de acudir con
prontitud al auxilio y consuelo de las personas más miserables del palacio, para que no se diga de
ellos que sólo les agrada servir a los poderosos.
6.º Cuando ocurra la muerte de algún empleado de Palacio, se debe tener cuidado de hablar con
anticipación para que recaiga el nombramiento de sucesor en un afecto a la Compañía, pero
siempre procurando evitar el menor indicio o sospecha que delate que se intenta usurpar el
Gobierno al príncipe. Como ya queda dicho en otros lugares, para la feliz realización de estos
procedimientos conviene que los nuestros no obren directa y personalmente, sino moviendo a los
afectos o íntimos de la Compañía.

CAPITULO QUINTO

Cómo hay que conducirse con los demás religiosos quee tienen los mismos
cargos que nosotros en la Iglesia

1.º Es preciso proceder con energía, pero cautelosamente con estos religiosos, y vigilarlos
cuando estén próximos a los príncipes, que son nuestros y son los que tienen toda la fuerza.
Hay que poner todo el empeño en demostrar que nuestra Compañía tiene en si todas las perfecciones
de las demás Órdenes religiosas, exceptuando solamente que nosotros no tenemos el canto y la
austeridad exterior de aquellas, y que si en esto nos ganan, en cambio nosotros brillamos
como soberanos en la iglesia de Dios.

2.º Averigüense y anótense los defectos de todos los otros religiosos, y cuando se hayan
divulgado entre nuestros fieles amigos, haciéndolo esto como si nos condoliéramos al
tiempo que los señalamos, hay que demostrar sobre ello que los tales no desempeñan, con el
acierto que nosotros, las funciones que se les tienen encomendadas.
3.° Es preciso que los padres se opongan con todo su poder a que otros religiosos funden
colegios para los jóvenes y niños, precisamente en aquellas poblaciones en que ya existan de los
nuestros con el aplauso y agrado que sepan conquistarse sus merecimientos: Así, será muy
conveniente indicar a los príncipes y magnates que aquellos religiosos no llevan otro intento
que el de perturbar y que van a producir hondas conmociones si no se les prohíbe enseñar, cuyo
ultimo resultado recaerá en los alumnos, que ya tienen suficiente instrucción con la que les da la
Compañía. Para el caso en que aquellos religiosos pudieran apoyarse en cartas del papa o
recomendaciones de los cardenales, tenemos que obrar entonces en contra de ellos, haciendo
que los príncipes grandes pinten al papa los méritos de la Compañía y su especialidad para
educar a las infancias, a cuyo fin deberán tener imprescindiblemente certificaciones de las
autoridades que confirmen dichos extremos.
4.º No obstante esto, nuestros padres tendrán gran interés en organizar muy a menudo fiestas escolares
en donde sus alumnos diviertan con aplauso de todos; todo ello, claro está, hecho a presencia de los
grandes magnates magistrados y también de gentes de otras esferas.

CAPITULO SEXTO

Del modo de atraer a las viudas ricas

1.º Para visitar a estas señoras deberán elegirse padres ya entrados en años, de viva penetración
y conversar agradable, quienes si ven en dichas mujeres inclinación hacia nuestra Compañía, les
ofrecerán todo lo bueno de ésta en servicios y demás. Una vez que ellas hayan aceptado estos
prolegómenos, hay que poner a su alcance un confesor hábil y concienzudo que las guíe en el camino de
conservar su viudez, enumerándoles las bienandanzas de tal estado, y prometiéndoles, como cierto, que
ello les servirá para ganar más fácilmente la gloria y la vida eterna, y librarse del purgatorio y de
sus penas.
2.° Este mismo confesor propondrá a su viuda que haga y adorne en su casa una capilla u
oratorio para en él celebrar ejercicios religiosos; de este modo se cortará mejor toda comunicación
con el exterior, evitando, al mismo tiempo, que la visiten gentes extrañas. Si ella tuviese ya capellán
particular, hay que apurar todos los medios para que éste sea nuestro.
3.° Poco a poco, y con exquisito cuidado, hay que hacer mudar todo el orden particular de la
casa, siempre teniendo en cuenta las circunstancias de la vida, sus propensiones, su piedad, y aun el
lugar y situación del edificio.
4.° No debe olvidarse que es absolutamente necesario alejar o hacer despedir de la casa a los
criados que no nos pertenezcan en cuerpo y alma, substituyéndolos por otros que nos sean afectos. De esta
guisa estaremos siempre al corriente de las intimidades de la familia.
5,º La mira principal del confesor ha de ser el hacer que la viuda dependa de él totalmente,
representándole sus adelantos en la gracia como necesariamente ligados a esta sumisión.
6.º El confesor empujará a su penitente a la presencia de los sacramentos, en especial al
de la penitencia, y ya en éste hacerla dar cuenta minuciosa hasta de sus más recónditos
pensamientos e intenciones. La invitará a escuchar predicaciones solamente de su confesor;
prometiéndole oraciones particulares y recomendándole igualmente la recitación cotidiana de
las letanías y el examen de conciencia.
7.º Será también muy del caso una confesión general, aunque ya la hubiese celebrado en
otras manos, con el fin de tener noticia completa de sus inclinaciones.
8.º. Debe insistirse en las ventajas de la viudez y en los graves y peligrosos de las segundas
nupcias, sobre todo en lo que atañe a sus bienes particulares, de los cuales hay que estar enterado en
detalle.
9.º Se le deberá hablar también de hombres que le disgusten, y si se tiene noticia de alguno que
le agrade, se le representará como hombre de mala vida, procurando por estos medios que se
disguste con unos y con otros y que repugne el unirse con ninguno.
10. Cuando el confesor estuviere ya convencido de que ha decidido seguir aquella mujer
en la viudez, convendrá que le aconseje dedicarse a la vida espiritual, pero nunca a la
monástica, cuyas incomodidades le pintará a lo vivo; en una palabra, conviene que se le hable
de la vida espiritual de Paula y Eustaquio, etc. El confesor debe conducirse en términos que
después de prometer la viuda un voto de castidad por lo menos de dos o tres años de duración,
la haga renunciar para siempre a unas segundas nupcias. Llegado este caso, ya no se le debe
permitir ninguna clase de relaciones con los hombres, ni diversiones entre sus parientes y amigos,
pretextando siempre que debe unirse cada vez más estrechamente con Dios. Respecto a los
eclesiásticos que la visiten, cuando no sea posible separarlos y apartarlos a todos, se hará todo lo
posible porque los que trate sean recomendados por nosotros y por los que nos son fieles y
adictos.
11. En este estado y siempre, desde luego, bajo la dirección de su padre espiritual, hay que
excitarla a que haga limosnas, empleando éstas juiciosamente y siempre en beneficio nuestro; mas
cúidese de que haya discreción en el consejo, haciéndole ver que las limosnas desacertadas son
con frecuencia causante de muchos pecados, o sirven para fomentarlos en contra de sí mismos.

CAPITULO SEPTIMO

Continúa sobre las viudas, y además, sobre los medios a emplear para disponer de sus
bienes
1.º Se las deberá excitar de continuo a perseverar en su devoción y ejercicio de las buenas
obras, sin que transcurra una semana en la que no se desprendan de alguna parte de su peculio
para darlo por conducto de nuestra Compañía, en honor de Jesucristo, de la Virgen Santísima y
del santo que hayan elegido como patrono suyo; o bien, para, ornamento de nuestras iglesias.
Esto debe hacerse hasta que queden completamente despojadas de sus bienes, como en otro
tiempo sucedió con los egipcios.
2.° Cuando las viudas, además de practicar las caridades y las limosnas en general, se
inclinasen a favorecer con mayor liberalidad a la Compañía, hay que asegurarlas que por ellos
participan de todos los méritos de aquélla y de las indulgencias particulares del padre
provincial. Y para el caso en que dichas viudas fuesen personas de alta consideración, que
ganan, además, las indulgencias del general de la Orden.
3.º Las viudas que hubiesen hecho voto de castidad, deben ser apremiadas para que lo
renueven dos veces al año, conforme a la costumbre que tenemos establecida; pero
permitiéndoles, no obstante, alguna honesta distracción con nuestros padres.
4.° Deberán ser visitadas frecuentemente, entreteniéndolas con agrado, refiriéndoles historias
espirituales y divertidas, conforme al carácter e inclinación de cada una.
5.° Para que no se aflijan demasiado, no deberá tratárselas con excesivo rigor en el
confesionario, como no sea que, por haberse apoderado otros de su benevolencia, se desconfíe de
su fidelidad y adhesión. Pero en todo esto ha de precederse con gran maña y cautela, teniendo
siempre en cuenta la inconstancia natural de la mujer.
6.° Es menester emplear toda la habilidad en evitar que las viudas visiten otras iglesias que
no sean las nuestras, sobre toda las de los conventos, cuidando de decirles constantemente que en
las nuestras están reunida todas las indulgencias que parcialmente han ido consiguiendo las
demás órdenes religiosas.
7.° A las que se hallen en el caso de vestir luto, se les aconsejará que usen trajes de corte
agraciado, que reúnan a la vez el aspecto de la mortificación y el del adorno, con objeto de
distraerlas de la idea de que están dirigidas por un hombre extraño al mundo. Con tal de que no sea
muy peligroso o expuesto a la volubilidad, podrá concedérseles, siempre que mantengan su
liberalidad para con la Compañía, lo que en ellas exija la sensualidad, y ello, claro está, con
moderación.
8.º Deberá procurarse que en casa de las viudas haya doncellas honradas, de familias ricas
y nobles, que poco a poco se acostumbren a nuestra dirección y método de vida, y a las
cuales se dará una directora, elegida por el confesor de la familia, para que siempre
permanezcan sumisas a todas las represiones y hábitos de la Compañía. Y si no quisieran
avenirse a todo esto, deberán ser devueltas a casa de sus padres o de quienes las trajeron,
acusándolas de extravagantes y díscolas.
9° El cuidar de la salud de las viudas y de proporcionarles algún recreo, no es de menor
importancia que el cuidar de su salvación. Si se quejasen de alguna indisposición, se les
prohibirá el ayuno, los cilicios y la disciplina, no permitiéndoles tampoco que vayan a la
iglesia. Pero continuará la dirección cauta y secretamente en casa; se les dará entrada en el
huerto y edificio del colegio, con tal de que se verifique con sigilo, y se les consentirá
conversar y entreterse secretamente con los que ellas prefieran.
10. Con el fin de que las viudas empleen sus caudales en beneficio de la Compañía, se les debe
hablar al detalle de la vida de perfección de los santos, que, renunciando al mundo extrañándose de sus
padres y desprendiéndose de sus fortunas, se consagraron entera resignación y contento al servicio del
Ser Supremo. Se les dará noticia con el mismo objeto de lo que valen y representan todas las
organizaciones de la Compañía, con relación al abandono de todas las cosas. Se citarán también
ejemplos de viudas que han alcanzado la santidad en poco tiempo; y si su perseverancia y
fidelidad no se enfría ni decae, prométaseles la canonización para plazo breve ofreciendo el influjo de
la Compañía para con el Santo Padre.
11. Se deberá imprimir en sus ánimos la persuasión de que si desean gozar completa tranquilidad
de conciencia, es preciso que sigan sin repugnancia, sin murmurar, ni casarse, la dirección del confesor
tanto en lo espiritual como en lo material, pues para eso las escogió Dios mismo.
12. Cuando sea oportuno, hay que decirles que Dios no quiere que hagan más caridades; ni aun a
aquellos otros religiosos de vida manifiestamente ejemplar; y que en todo caso, antes de que hagan nada,
que lo consulten al padre confesor nuestro, sometiéndose previamente a sus dictados.
13. Los confesores pondrán el mayor cuidado en que las viudas y sus hijas de confesión no vayan
a ver otros religiosos, bajo pretexto alguno, ni tengan tratos con ellos. Para esto, alabarán a nuestra
Compañía como que es la más esclarecida del mundo; la que mayor utilidad presta a la iglesia, la que
goza de mayor ascendiente cerca del papa y de los príncipes; que es perfectísima en sí misma, pues
despide de su seno a los que pueden dañarla y no encuadren en sus reglas. En una palabra, que en
nuestra Compañía no hay espuma ni heces, como entre los monjes, que cuentan en sus conventos
con muchos ignorantes, estúpidos, holgazanes e indolentes respecto a la otra vida, y entregados en
ésta al desorden, etc.
14. Los confesores aconsejarán y obligarán a la viudas a que asignen pensiones o cuotas a los
colegios y casas profesas de la orden, sobre todo a la de Roma, sin olvidar de hacer presente, de vez en
cuando la necesidad de adornar los templos, reformarlos y adquirir el vino y la cera y cuanto se
precise para celebración de la santa misa.
15. A la que no hubiere hecho dejación de sus bienes en favor de la Compañía, hay que hacerle
presente en determinadas ocasiones, como por ejemplo, cuando existiese peligro, de muerte, que hay que
fundar muchos colegios, excitándosela con dulzura y entereza a que haga algunos desembolsos, como
mérito para con Dios, en el que pueda ella fundamentar la esperanza de gozar la gloria eterna.
16. Del mismo modo se procederá respecto a los príncipes y otros bienhechores, haciéndoles
ver que tales fundaciones han de perpetuar su memoria en este mundo y granjearse la
bienaventuranza eterna; y si algunos malévolos adujesen contra eso el ejemplo de Jesús, que no tenía
una piedra donde reclinar su cabeza, hay que contestar a esos y a todo el mundo que los tiempos son
totalmente diferentes, que la Iglesia ha cambiado y que necesita ostentar autoridad y glandes medios
para luchar y vencer contra sus enemigos, que son muy poderosos; al igual de aquella piedrecilla de
que habla el profeta, que, dividida, devino una gran montaña. Incúlquese constantemente a las
viudas que se dedican a la limosna y ornamento de los templos, que la mayor perfección está en
despojarse de la afición de las cosas terrenas, cediendo su posesión a Jesucristo y a sus compañeros.
17. De las viudas que educan a sus hijos para el mundo, muy poco debe esperarse. Esto hay que
arreglarlo convenientemente.

CAPITULO OCTAVO

Medios para que los hijos de viudas ricas abracen el estado religioso o el de
devoción…

1.° Para conseguir nuestro propósito debemos hacer de modo que las madres traten a sus hijos con
rigor, y nosotros manifestarnos con ellos amorosos. Convendrá inducir a las madres a que les quiten
sus gustos desde la más tierna edad y les regañen, coarten, etc., en especial a las niñas, prohibiéndolas
las galas y adornos a medida que van entrando en años; que les inspiren vocación por el claustro,
prometiéndoles una dote de consideración si abrazan semejante estado; representándoles las desazones
que acarrea el matrimonio, y los disgustos que las madres mismas han experimentado en el suyo,
significándoles su pesar por no haber permanecido en el celibato.
Ultimamente, hay que proceder de tal manera, que las hijas de las viudas sientan por sus
madres tan gran horror y repugnancia que ansíen entrar en un convento.
2.º Nuestros padres tratarán con intimidad a los hijos de las viudas, si parecen a propósito para la
Compañía, se les hará penetrar de intento nuestros colegios, cosas que por cualquier motivo puedan
cautivar su ánimo. Se les mostrarán nuestros jardines, viñas y casas de campo donde los nuestros van
de recreo. Se les hablará de los viajes que los jesuitas hacen a diversos países, sus tratos con los
príncipes y de cuanto pueda cautivar a los jóvenes. Hay que hacerles notar también el aseo del refectorio,
la comodidad de los aposentos, la agradable conversación que tienen los nuestros entre sí, la
suavidad de nuestra regla y que todo ello no tiene otro objeto que la mayor gloria de Dios. En fin,
se les demostrará la preeminencia que nuestra orden tiene sobre todas las demás y cuidando que las
conversaciones en que se les entretenga sean piadosas siempre, y, a poder ser, divertidas.
3.° Al proponerles, el estado religioso, cúidese, al hacerlo, que aparezca como si fuera una
revelación divina y en sentido general, insinuándoles luego, con sagacidad, la bienaventuranza y
dulzura de nuestro instituto sobre todo otro. En el curso de las conversaciones sobre este punto hay
que hacerles ver que renunciar a la vocación despertada por el Altísimo es cometer un gran pecado.
Finalmente, se les aconsejará que hagan ejercicios espirituales para que se iluminen sobre la elección
de estado.
4.º Se hará lo posible porque los maestros y profesores de los indicados jóvenes sean de la Compañía,
con el fin de poder sostener perfecta vigilancia sobre lo que queda dicho y que se les pueda
aconsejar con mayor frecuencia y más eficacia. Si no se les puede reducir así, procúrese que
se vean privados en la familia de algunas cosas y que sus madres les hagan ver los apuros y
estrecheces de la casa, para que se cansen de ella e ingresen en la Compañía por su libre
voluntad, y si, en fin, no se avinieran todavía a ello, deberá trabajarse por que sean enviados
a otros colegios de los nuestros que estén lejos, con el pretexto de estudiar y procurando que sus
madres no les den ninguna prueba de cariño, al tiempo que procuramos nosotros atraérnoslos por
medios suaves.

CAPITULO NOVENO

Sobre el aumento de rentas de los colegios

1.º Se hará todo lo posible por que el novicio o el profeso que esté a punto de heredar no se
ligue con el voto de pobreza, a no ser que tenga en la Compañía un hermano más joven o por
otra razón de mucho peso. Ante todo, debe procurarse por los aumentos de la Compañía, con
arreglo a los fines que acordaron sus superiores, que deben estar unánimes para que la Iglesia
vuelva a su primitivo esplendor, para la mayor gloria de Dios, de suerte, pues, que el clero todo
esté animado de un espíritu único. A este fin, debe decirse, por todos los medios, que la
Compañía se compone, en parte, de profesos tan pobres que carecerían de lo más necesario, a
no ser por la caridad de los fieles, y que otros padres son también pobres aunque vivan del
producto de algunas fincas para no ser gravosos al país en el ejercicio de su profesión, como
lo son las otras órdenes mendicantes.
Los directores espirituales de grandes hombres, príncipes, viudas acomodadas y demás, de
quienes podemos esperar algo, les aconsejarán que den a la Compañía las cosas temporales que
puedan, en cambio de las espirituales que aquélla les ofrece. Si se viera que se hacen los
duermes, hay que recordarles con gran prudencia lo hablado, pero siempre cuidando mucho que
no se note la codicia por las riquezas. Cuando algún confesor de personajes u otros agentes
no fuese apto, o careciese de la sutileza que en estos asuntos es indispensable, le será
retirado con oportunidad, escogiendo con gran tino otro mejor para reemplazarle. Y hasta si
fuese necesario para el mejor éxito de la empresa, a los destituidos se les sacará del colegio
enviándolos a colegios distantes, dando a entender que allí son más necesarios. Pues hemos
sabido que habiendo fallecido de improviso unas viudas jóvenes, no ha tenido la Compañía
un legado de muebles muy preciosos por no haber sabido aceptarlos a su debido tiempo. Para
recibir cosas así, no ha de atenderse al tiempo, sino a la buena voluntad del penitente.
2.° Para atraernos a los prelados, canónigos, deanes y demás eclesiásticos ricos, es preciso
emplear mucha maña, y al fin se logrará aquel intento procurando que practiquen en nuestras
casas ejercicios religiosos, y valiéndose gradualmente del afecto a las cosas divinas, se les irá
aficionando a la Compañía, que pronto tendrá prendas de su adhesión.
3.º Nuestros padres confesores no olvidarán de preguntar a sus penitentes de ambos sexos,
sus nombres, familias, parientes, amigos y bienes; informándose más adelante de sus
sucesores, estado, intención en que se hallan y resolución que hubieren tomado; y que en el
caso de no haber sido ésta concretada, harán por que así se efectúe, siempre en provecho de
la Compañía. No es conveniente preguntarlo todo de una vez, y por lo tanto, cuando se juzgue
que de ello ha de obtenerse alguna utilidad, se aconsejará a los penitentes que hagan
confesión general, con pretexto de que así se les aligerará en mucho el peso de la conciencia
y podrán adoptar un género de vida que les reformará. Sobre aquello en que el confesor no
hubiese visto bastante claro en un primer interrogatorio o examen, debe volverse a insistir,
pero sin demostrar jamás la insistencia y valiéndose al efecto, para con las mujeres, de la
confesión, y en los hombres haciéndoles visitar nuestros colegios y hacerles intimar con los
nuestros.
4.° Lo que se ha dicho respecto a las viudas ricas, debe aplicarse igualmente a los
comerciantes y particulares de todas clases en cuanto sean ricos y casados sin hijos, de
modo que la Compañía pueda llegar a heredarlos si se ponen en juego los medios
indicados; pero, sobre todo, es muy conveniente tener presente lo dicho respecto a las devotas
ricas que traten a los nuestros y de quienes puede el vulgo murmurar, cuando más, si ya no es
que son de clase muy elevada.
5.º Los rectores de los colegios procurarán enterarse por todos los medios de las casas,
parques, sotos, montes, prados, tierras de labrantío, viñas, oliveras, caseríos y cualquier
especie de heredades que se encuentren en el término de su rectoría; si sus dueños pertenecen
a la nobleza o al clero, o son negociantes, particulares o comunidades religiosas; inquirirán las
rentas de cada una de aquellas, sus cargas y lo que por ella se paga. Todos estos datos o
noticias se han de buscar con gran maña y estar ciertos sobre su veracidad, pudiendo obtenerlo
valiéndose de la confesión, de las relaciones amistosas o de las conversaciones accidentales
sobre cualquier cosa insignificante. Y el confesor que se encuentre con un penitente de posición
lo pondrá en conocimiento del rector, procurando por todos los medios el conservarlo.
6.° Nuestro fin primordial es que los nuestros empleen todas sus mañas y artes en ganarse
la buena voluntad y el afecto de los penitentes, acomodándose al modo de ser y aficiones de
éstos, si ello lo creen necesario. Los principales cuidarán de mandar padres de los nuestros
a puntos en que residan nobles y pudientes; y para que los provinciales lo hagan con
oportunidad, los rectores deberán comunicarles con la debida antelación las cosechas que en
sus departamentos van a realizarse más próximamente.
7.° Cuando nosotros recibamos a hijos de casas ricas, hay que manifestar si será fácil
adquirir contratos y títulos de posesión de la parte de aquéllos; y si así pudiera ser, es
preciso enterarse si la cesión sólo abarca algunos de los bienes, si es por usufructo, o por
alquiler, o en qué forma, y si con el tiempo pueden aquéllos ir a parar a manos de la
Compañía. Para lograr esto, hay que recordar que es muy conveniente hacer presente a los
grandes y pudientes la gran estrechez en que vivimos y las muchas deudas que nos agobi an .
8.º Cuando nuestras devotas, viudas o casadas, no tuviesen más que hijas, las persuadirán los
nuestros a que abracen la misma vida de devoción o la del claustro, para que, excepto el dote que
haya de darles, puedan entrar sus bienes en la Compañía paulatinamente; mas cuando los hijos sean,
así, varones, si son buenos para la Compañía, se les catequizará para que ingresen en ella, y a los que
no nos conviniesen se les hará entrar en otra orden religiosa con promesa de alguna suma reducida.
Cuando se trate de un hijo único, se le atraerá a toda costa, convenciéndole que Jesucristo le llama
por dicho camino, haciéndole perder en absoluto el temor a sus padres, y persuadiéndole de que hará
un sacrificio muy estimado por el Omnipotente, si se somete a sus designios, abandona la casa
paterna y entra en la Compañía. Lo que, llegándose a realizar, se participará al general y después se
enviará al novicio, para su educación como padre, a una casa distante.
9.° Los superiores tendrán al corriente a los confesores de las circunstancias de estas viudas y
casadas, para que ellos las aprovechen en todas las ocasiones en beneficio de la Compañía; y cuando por
medio de uno no se sacare partido, se le reemplazará por otro, y aun si ello se hiciese necesario, se
le mandará a mucha distancia, de modo que no pueda seguir entendiéndose con dichas familias.
10. Se procurará convencer a las viudas y personas devotas que aspiren con fervor a una vida
perfecta, que el mejor medio de conseguirla es ceder todos sus bienes a la Compañía, viviendo sólo de
sus réditos, que les serán religiosamente entregados hasta su muerte y conforme al grado de necesidad
en que se hallen.
El argumento a emplear para convencerlas sobre esto es que de tal manera podrán dedicarse
exclusivamente a Dios, sin ser molestadas por nada, siendo ese el único camino que existe para
alcanzar el más alto grado de perfección.
11. Para persuadir más eficazmente al mundo de la pobreza de la Compañía, los superiores
tomarán dinero prestado de las personas ricas que nos son adictas, firmando recibos (de su puño y letra),
cuyo pago se retardará de a propósito. Después, sobre todo, si el que ha prestado el dinero se ve
atacado de una enfermedad grave, con peligro de muerte se le visitará asiduamente y se empleará toda
suerte de razonamientos para obligarle a que devuelva el recibo, porque así no se mencionará a los nuestros
en el testamento y ganaremos sin que nos odien sus herederos.
12. También será conveniente tomar dinero, prestado a interés anual, y colocarlo en otra parte a
mayor rédito, compensando así con usura el que se paga, pudiendo también suceder que los amigos que
nos presten dinero nos tengan lástima, y no nos cobren interés, ya declarándolo en testamento, ya cual
donación entre vivos, al ver que lo empleamos en fundar colegios y construir iglesias.
13. También podrá la Compañía negociar con provecho, sirviéndose de la firma de comerciantes
ricos que les sean adeptos; pero en este caso habrá que asegurarse un lucro cierto y copioso, aunque
sea en las Indias, que hasta ahora, con la ayuda Dios, no sólo han producido almas para la fe, sino
también grandes riquezas para la Compañía.
14. Los nuestros, donde quiera que residan, deben procurarse un médico fiel a la Compañía,
que recomendarán a los enfermos, presentándolo como muy superior a todos los otros, a fin de que él
a su vez recomiende a las nuestros, colocándolos muy por encima de los religiosos de las otras
órdenes, y hagan de modo que seamos los llamados por las personas principales cuando estén
enfermas, y sobre todo moribundas.
15. Los confesores visitarán a los enfermos asiduamente, sobre todo cuando están en peligro; y
para eliminar a los otros eclesiásticos, los superiores harán que cuando un confesor tenga que
separarse del enfermo, otro lo reemplace, siempre con el fin de conservarle en sus buenas intenciones.
Con prudencia, hay que infundirle miedo al infierno, o cuando menos al purgatorio, haciéndole
presente que, así como el agua apaga el fuego, la limosna apaga el pecado, y no se puede emplear
mejor la limosna que en alimentar y vestir a las personas que, por su vocación, están consagradas
a alcanzar la salvación del prójimo, y que por la virtuosa práctica el enfermo tendrá parte en sus méritos
y encontrará satisfacción para sus propios pecados. También puede pintárseles la caridad como el
vestido nupcial sin el que nadie podrá sentarse a la mesa del Paraíso. En fin, deberá alegar los
pasajes de la Escritura y de los Santos Padres que, teniendo en cuenta la capacidad y hábitos del enfermo,
sean más eficaces para conmoverle.
l6. A las mujeres que se quejan de los vicio de sus maridos y de los disgustos que les causan, les
enseñarán que pueden secretamente tomarles algún dinero para expiar los pecados de aquéllos sus
maridos y obtener su salvación.

CAPITULO DECIMO

Del especial rigor en la disciplina de l a C o m p a ñ í a

1.º Con un pretexto cualquiera debe ser expulsado por enemigo de la Compañía, sin tener en
cuenta condición ni edad, el que aparte a los devotos y devotas de nuestras iglesias, o del trato con los
nuestros, o que dirija las limosnas a otras iglesias y otros religiosos, o que haya disuadido a
algún hombre opulento, bien dispuesto a favorecer la Compañía, de que la ayude. Lo mismo debe
hacerse con el que, al disponer de sus bienes, manifieste más afecto a sus parientes que a la
Compañía, porque esto prueba que su espíritu no está mortificado, y es preciso que los profesos lo
estén por completo. También será expulsado el que dé a sus parientes pobres las limosnas de los
penitentes o de los amigos de la Compañía. Para que no se quejen de la causa de su expulsión, no
se les despedirá en seguida; primero se les mortificará y fatigará, haciéndoles desempeñar las
faenas más viles; se les obligará además cada día a hacer las cosas que les causen más repugnancia;
se les apartará de los estudios elevados y de los cargos honrosos; se les reprenderá en los capítulos y
en censuras públicas; se les excluirá de las diversiones y del trato con extraños; se suprimirá en
sus vestidos y en cuanto usen todo lo que no sea absolutamente necesario, hasta que se aburran,
murmuren y se impacienten; entonces se les despedirá como a gente poco sufrida y que pueden ser
perniciosa a los otros por su mal ejemplo. Si hay que dar cuenta a los parientes y a los prelados
de la Iglesia del por qué se les ha expulsado, se dirá que no hubo medio de inculcarles el
espíritu de la Compañía.
2.º También se deberá expulsar a los que tengan escrúpulo de adquirir bienes para la
Compañía y que sean demasiado adictos a su propio criterio. Si éstos quieren explicar su acción
ante los Provinciales, no se les debe escuchar, sino someterlos a observar la regla que obliga a
todos a una obediencia ciega.
3.º Se deberá tener en cuenta quiénes son, desde el principio y desde la juventud, los más
adelantados en su afecto hacia la Compañía y los que manifiesten afecto hacia las otras órdenes,
a los pobres o a sus padres, para preparar poco a poco, como se ha dicho, su salida, dándoles por
reconocidamente inútiles.

CAPITULO ONCE

Cómo se portarán los nuestros de común acuerdo respecto de los que


hayan sido despedidos de la Sociedad

1.° Como aquéllos que hayan sido expulsados de la Compañía saben algunos de sus secretos,
suelen ser frecuentemente perjudiciales a la Compañía, he aquí la manera de oponerse a sus
posibles maquinaciones. Antes de expulsarlos se les obligará a prometer por escrito y a jurar que
no dirán ni escribirán jamás nada desventajoso para la Compañía; los superiores guardarán nota
de sus malas inclinaciones, sus defectos y sus vicios, descubiertos por ellos mismos en descargo
de su conciencia, según costumbre de la Compañía, y de ella se servirán, en caso necesario,
cerca de los grandes y de los prelados para impedir su avance.
2.° Se escribirá inmediatamente a todos los colegios, participando los nombres de los expulsados,
exagerando las razones generales de su alejamiento; como el poco espíritu de mortificación, la
desobediencia, la repugnancia a los ejercicios espirituales, la terquedad, etcétera, prohibiendo a todos
tener correspondencia con ellos, y si se habla de ellos a los extraños, el lenguaje de todos será el
mismo, diciéndose que la Compañía no expulsa a nadie si no por graves motivos, y que, como el mar,
rechaza los cadáveres, etc. Insinúense también hábilmente razones semejantes contra lo que se dice para
inspirar odio contra nosotros, a fin de que su alejamiento sea más plausible.
3.º En las exhortaciones domésticas se hablará de los expulsados representándolos como personas
inquietas que quisieran ingresar nuevamente en la Compañía, y se ponderarán las desgracias de los que
han muerto miserablemente después de haber salido, de ella.
4.° Conviene adelantarse a las acusaciones que los expulsados de la Compañía puedan hacer,
anteponiendo la autoridad de personas graves que aseguran que la Compañía no expulsa a nadie si no
por causas gravísimas, que no rechaza a miembros sanos, lo que puede probarse por el celo con que
procura la salvación de las almas de los que no son miembros de ella, y que, por lo mismo, más se
preocupará de la salvación de los suyos.
5.° Después la Compañía debe prevenir y obligar por todos los medios a los grandes y prelados con
quienes los expulsados adquieran autoridad o crédito, haciéndoles comprender que el bien de una orden
tan célebre como útil a la Iglesia debe merecerles más consideración que un simple individuo, sea el
que fuere. Si todavía conservan algún afecto por el expulsado, exagerándolas, aunque no sean ciertas,
con tal de obtener resultados.
6.° De todos modos, habrá que impedir que los que por su voluntad se salgan de la Compañía no
adelanten en cargos ni dignidades en la Iglesia, a menos que no se sometan y den cuanto tengan a la
primera, y que todo el mundo sepa que ellos mismos han querido volver a ella.
7.º Debe procurarse, desde luego, que no adquieran cargos importantes en la Iglesia, como son
los facultados de predicar, de confesar, de publicar libros, etc., para evitar que se atraigan así la
simpatía y el aplauso del pueblo.
Para esto hay que investigar mañosamente su vida y costumbres, las compañías que frecuentan,
sus ocupaciones, etc., y descubrir sus intenciones, para lo que será conveniente ponerse en relaciones
con alguno de su familia con quien vivan después de ser expulsados. Cuando se descubra algo
indigno y censurable en su conducta, deberá publicarse por medio de gentes de menor categoría, para
que llegue a oídos de los grandes y prelados favorecedores de los expulsados, a fin de que éstos los
repudien, temerosos de que su infamia recaiga sobre ellos. Si no hacen nada censurable, y antes
bien se conducen honradamente, habrá que atenuar con sutilezas y palabras ambiguas las virtudes y
acciones suyas que son alabadas, para amenguar, hasta donde se pueda, el afecto y la confianza que
inspiren. Porque importa mucho a la Compañía que los expulsa, y sobre todo a los que voluntariamente la
abandonan, que sean del todo suprimidos.
8.° Hay que divulgar incesantemente las desgracias y tristes accidentes que les sobrevengan
implorando, no obstante, las oraciones de las personas piadosas, para que no se crea que los nuestros
obran por pasión, y en nuestras casas se exagerarán esos relatos, de todos modos para contener a los
otros.

CAPITULO DOCE

Quiénes deben ser conservados en la C o m p a ñ í a


1.° Los buenos obreros deben ocupar lugar preferente, a saber: los que no adelantan menos el bien
temporal que el bien espiritual; tales suelen ser los confesores de los príncipes y de los grandes, de las
viudas y de los devotos ricos, los predicadores, los profesores y todos aquellos que saben sus secretos.
2.° Aquellos a quienes faltan las fuerzas y que hayan llegado a una extrema vejez, si han
empleado sus talentos para el bien temporal de la Compañía, en consideración a los buenos
servicios prestados, y también porque son a propósito para referir a los superiores los defectos
ordinarios que observen en los criados, a causa de permanecer siempre en la casa.
3.º No conviene despedirlos, siempre que pueda evitarse, para que no adquiera la Sociedad
mala reputación.
4.º Aparte de esto, conviene favorecer a todos aquellos que sobresalen en talento, en
nobleza y en riquezas, particularmente si tienen amigos y parientes poderosos y adictos a la
Compañía, y si ellos mismos tienen hacia ella un afecto sincero, como queda indicado; se les
enviará a Roma o a las universidades más célebres para estudiar; si han estudiado en alguna
provincia, conviene que los profesores les hagan adelantar con afecto y favor particulares, hasta
que hayan cedido sus bienes a la Compañía; no se les debe negar nada, pero en cuanto hayan
hecho la cesión, se les mortificará como a los demás, aunque teniendo con ellos alguna
consideración en atención a lo pasado.
5.º Los superiores guardarán también atenciones particulares hacia los que hayan atraído a
nuestras casas jóvenes escogidos, toda vez que no han dado escasa muestra del afecto que le
profesan; pero mientras no hayan hecho profesión, conviene no manifestarles demasiada
indulgencia, a fin de que no se lleven consigo a los que han traído.

CAPITULO TRECE

De la elección que debe hacerse de los jóvenes para admitirlos en la


Sociedad y del modo de retenerlos en ella

1.º Hay que trabajar con mucha cautela en la elección de los jóvenes de talento,
hermosos, nobles o que sobresalgan.
2.º Para atraerlos más fácilmente es preciso que mientras hacen sus estudios, los rectores
y los maestros les muestren particular afecto, y fuera de clase les hagan comprender cuán
agradable es a Dios que se consagren a él con cuanto posean, y particularmente en la
Compañía de su Hijo.
3.º Cuando la ocasión sea propicia, se les paseará por el colegio, por el jardín, y algunas veces
por la casa de campo, mezclándolos con los maestros, para que insensiblemente se vayan
familiarizando con ellos, cuidando, no obstante, de que la familiaridad no degenere en desprecio.
4.º Estará prohibido a los maestros castigarlos ni hacerles seguir la misma disciplina que a
los demás discípulos.
5,° Hay que halagarlos con varios regalitos y con privilegios, conforme a su edad, y
animarles en conversaciones espirituales.
6.º Se les debe hacer comprender que sólo por gracia manifiesta de la Providencia, ellos
son los escogidos entre cuantos frecuentan el colegio.
7.º En otras ocasiones, sobre todo en las exhortaciones, se les debe espantar, amenazándoles
con la eterna condenación si no obedecen a la vocación divina.
8.º Si piden con insistencia entrar en la Compañía, se diferirá la admisión mientras se les
vea constantes; pero si parecen vacilar, hay que inducirlos a que entren pronto.
9.° Hay que advertirles eficazmente que no descubran su vocación a ninguno de sus
amigos, ni siquiera a sus padres, antes de que sean admitidos; porque si les viene alguna
tentación de decidirse, la Compañía y ellos estarán en estado de hacer lo que les plazca; pero si
se vence la tentación, habrá siempre ocasión de animarles, recordándoles lo que se les ha
dicho, si ocurriese en el tiempo del noviciado o después de haber hecho los primeros votos.
10. Siendo muy difícil atraer a los hijos de los grandes, de los nobles y de los senadores
mientras están con sus padres y teniendo éstos el propósito de que los sucedan en sus empleos y
dignidades, convendrá persuadirlos, no por miembros de la Compañía, sino preferentemente
por amigos, de que los envíen a otras provincias o a Universidades lejanas donde enseñan los
nuestros, enviándose instrucciones a los profesores respecto a su calidad y condición para que
puedan ganar su afecto hacia la Compañía más fácil y seguramente.
11. Cuando lleguen a una edad más madura, se les inducirá a hacer ejercicios espirituales, que
frecuentemente tienen buen éxito entre alemanes y polacos.
12. Es preciso consolarlos en sus penas y aflicciones, según la calidad y las condiciones de
cada uno, empleando reprensiones acerca del mal uso de las riquezas y exhortaciones a no
despreciar la felicidad de una vocación, bajo pena de los suplicios del infierno.
13. Para inclinar a los padres y a las madres a que condesciendan más fácilmente al deseo de
sus hijos de entrar en la Sociedad, se les manifestará la excelencia de su Instituto en comparación
con las otras Ordenes, la santidad y el saber de nuestros padres, su reputación en todo el mundo,
el honor y los aplausos universales que reciben de grandes y pequeños, se les hará la
enumeración de los príncipes y de los grandes que, con gran satisfacción y consuelo, han vivido
en esta Compañía de Jesús, han muerto y los que viven aún, demostrándoles cuán agradable es a
Dios que los jóvenes se le consagren, sobre todo en la Compañía de su Hijo, y cuan bueno es que un
hombre haya llevado en su juventud el yugo del Señor; y si opusiesen dificultad fundándose en su tierna
edad, hágaseles ver la facilidad de nuestro instituto, que nada tiene de molesto, excepto la observancia
de los tres votos, y, lo que es muy notable, que ninguna regla obliga ni aun bajo pena de pecado venial.

CAPITULO CATORCE

De los casos reservados y de los motivos por que se debe expulsar a los miembros de
la Compañía

1.º Además de los casos expuestos en las Constituciones, y de los cuales el superior solo, o el
confesor ordinario con su permiso podrá absolver, hay la sodomía, la holgazanería, la fornicación, el
adulterio, los tocamientos impúdicos de un varón con una hembra, y, sobre todo, el que alguno, bajo
cualquier pretexto, por celo o de otro modo, haga algo grave contra la Compañía, su honor o su provecho:
estas son causas justas de expulsión.
2.º Si alguien declara en confesión algo semejante, no se le deberá dar la absolución antes de que
prometa revelarlo al superior fuera de la confesión, por sí mismo o por su confesor. Entonces el superior
hará lo que mejor le parezca en interés de la Compañía. Si se tiene alguna esperanza de poder cubrir
el crimen, habrá que imponer al culpable la penitencia conveniente; de otro modo, se le despedirá. Sin
embargo, que el confesor se guarde de decir a un penitente que está en peligro de ser expulsado.
3.º Si alguno de nuestros confesores ha oído decir a persona extraña que hizo algo vergonzoso con
alguno de los nuestros, que no le absuelva antes de que le haya dicho fuera de la confesión el nombre del
otro pecador. Si lo declara, se le hará jurar que no se lo revelará sin consentimiento especial.
4.º Si dos de los nuestros pecaran casualmente, al que lo confiese el primero se le retendrá en la
Compañía y el otro será expulsado; pero al que se quede se le mortificará y maltratará, hasta que,
aburrido e impaciente, dé pretexto a que se le eche.
5.º Siendo la Compañía en la Iglesia un cuerpo noble y excelente, podrá separar de sí a los que
no le parezcan propios para el servicio de su Instituto, a pesar que estuviera al principio satisfecho de
ellos, y se hallará con facilidad ocasión para hacerlo, si se les maltrata constantemente y se hace todo
contra su inclinación, sometiéndoles a superiores severos que los alejen de los estudios y de las
funciones honrosas, etc., hasta que lleguen a la murmuración.
6.° No se retendrá en manera alguna a los que abiertamente se declaren en contra de los
superiores, o que se quejen en público o en privado de sus hermanos, ni a los que con los nuestros o
con los extraños, condenen la conducta de la Compañía, respecto de la adquisición o administración de
los bienes temporales o sus diferentes maneras de obrar; por ejemplo, si veja u oprime a los que no le
quieren o a los que ha expulsado, etc., y aún a los que en las conversaciones toleren o defiendan a los
venecianos, a los franceses u otros por quienes la Compañía ha sido expulsada y ha sufrido grandes
perjuicios.
7.º Antes de expulsar a un individuo, es preciso maltratarlo mucho, alejarlo de las funciones a
que estaba acostumbrado y aplicarle a cosas diferentes, y aunque las haga bien es preciso censurarle,
sirviendo esas censuras para dedicarle a otra cosa por la más ligera falta que cometa se le impondrá
grandes penas, avergonzándole en público hasta impacientarle, para que sea preciso expulsarle como
peligroso para los otros; y aún esto escogiendo una ocasión que no pueda sospechar.
8.º Si alguno de los nuestros tuviera esperanza cierta de obtener un obispado o alguna otra
dignidad eclesiástica, contra los votos ordinarios de la Compañía, oblíguesele a hacer nuevos votos
prometiendo tener siempre buenos sentimientos hacia la Compañía, que hablara siempre bien de ella, que
no tendrá confesor que a ella no pertenezca y que no hará nada de cierta importancia sin haber oído el
juicio de la misma. Por no haberse conformado a esto el Cardenal Tolet, la Compañía obtuvo de la
Santa Sede que no fuera admitido quien no hiciera semejante voto, y que por célebre y prestigioso que
fuese, se le expulsaría como un violento enemigo de la Compañía.

CAPITULO QUINCE

Cóm o hay que proceder con las religiosas y las devotas

1. Los confesores y los predicadores se abstendrán de ofender a las religiosas o de indicarlas nada
contrario a su vocación, antes al contrario, habiendo ganado el afecto de los superiores, tratarán de recibir
al menos las confesiones extraordinarias, entreteniéndolas si esperan obtener algún reconocimiento
para sí, porque las abadesas, principalmente las ricas y las nobles, pueden servir mucho a la Compañía
por sí y por sus parientes y amigos, de modo que por el conocimiento de los principales monasterios, la
Compañía puede llegar al conocimiento y a la amistad de casi toda la ciudad.
2. No obstante, convendrá prohibir a nuestras devotas que frecuenten los conventos de mujeres, por si
acaso aquel género de vida les agradare, y la Compañía se viera frustrada en su esperanza de heredar sus
bienes. Debe instárseles a que hagan voto de castidad y de obediencia en manos de sus confesores,
mostrándoles que este método de vida está muy conforme con las costumbres de la Iglesia primitiva,
puesto que así brilla la mujer en la casa, en lugar de estar oculta en el claustro, dejando a obscuras las
almas; además, que a ejemplo de las viudas del Evangelio, harán bien a Jesús haciéndolo a sus
compañeros. En fin deberán decirles cuanto puede decirse contra la vida claustral. Se darán estas
instrucciones en secreto, para que no lleguen a oídos de las monjas.
CAPITULO DIECISEIS

De la manera de profesar el desprecio de las riquezas

1. Para que no pueda nadie atribuirnos pasión por las riquezas, convendrá rehusar algunas veces
las limosnas de poca importancia, ofrecidas cual recompensa de servicios prestados por la Sociedad,
aunque se acepten otras menores para que no se nos acuse de avaricia si sólo recibimos las más
considerables.
2. A las personas obscuras se les negará sepultura en nuestras iglesias aunque hubieran sido muy
partidarias de la Compañía, para que no se crea que buscamos las riquezas en la multitud de los
muertos, y que no vean los beneficios que obtenemos.
3. Con las viudas y otras personas que hayan dado sus bienes se procederá resueltamente, y en
igualdad de circunstancias, más rigurosamente que con las otras, por temor de que no parezca que, por
consideración de los bienes temporales, favorecemos a unos más que a otros. Con los que están dentro
de la Compañía debe observarse la misma conducta, después de haber cedido y resignado el usufructo
de sus bienes. Si por acaso fuere necesaria su expulsión, se efectuaré, pero con toda prudencia, a
fin de que dejen al menos una parte de lo cedido a la Compañía, o que lo leguen a su muerte por
testamento.

CAPITULO DIECISIETE

Procedimientos para ensalzar la Compañía

1. Procuren todos principalmente, aun en las cosas de escasa importancia, ser del mismo parecer,
o al menos manifiéstenlo exteriormente; porque de ese modo, a pesar de las perturbaciones que
ocurran en el mundo, la Compañía se aumentará y afirmará necesariamente
2. Esfuércense todos en brillar por su saber y por su buen ejemplo, para que excedan a todos
los demás religiosos y particularmente a los pastores, etc., y el vulgo exija que los nuestros hagan
todo. Dígase hasta en público que no es necesario que los pastores sean sabios, con tal que cumplan bien
sus deberes, para que necesiten servirse del consejo de la Compañía, la cual, a causa de ésto, debe
recomendar mucho a los suyos los estudios.
3. Es preciso enseñar a los reyes y a los príncipes la doctrina que afirma que la fe católica no
puede subsistir en el presente sin política, pero ésto debe hacerse con mucha discreción. Por esto los
nuestros se harán agradables a los grandes y serán recibidos en los consejos más secretos.
4. Se podrá sostener su benevolencia transmitiéndoles de todas partes noticias importantes y seguras.
5. Será ventajoso sostener secretamente y con prudencia las divisiones de los grandes, aunque a
causa de ello se arraigue mutuamente su poder. En el caso de que se vea tendencia a la reconciliación,
la Compañía tratará de concordarlos, para que no sea adelantada por otros.
6. Se necesita en gran manera persuadir al vulgo principalmente y a los grandes de que la Sociedad
ha sido establecida por usa providencia divina, conforme con las profecías del abad Joaquín, para que la
Iglesia, humillada por los herejes, sea glorificada.
7. Después de haber ganado el favor de los grandes y de los obispos, es preciso obtener el de los
párrocos y el de los canonicatos, para reformar más exactamente el clero, que vivía antes sujeto a
cierta regla con sus obispos y tendía a la perfección. Es preciso aspirar a las abadías y a las prelaturas,
lo que es fácil de alcanzar si se considera la holgazanería y la estupidez de los frailes, cuando queden
vacantes; porque sería ventajoso para la Iglesia que todos los obispados fuesen desempeñados por la
Sociedad, y aun la misma silla apostólica, principalmente si el Papa llega a ser príncipe temporal de
todos los bienes. Para esto es necesario poco a poco, mas con prudencia y secreto, extender el poder
temporal de la Compañía, y no hay duda de que así se conseguiría una edad de oro en que se gozaría de
una paz continua y universal y en que la bendición divina acompañaría a la Iglesia.
8. Si no se espera llegar a la consecución de este ideal, puesto que es necesario que sobrevengan
escándalos, se cambiará de política según los tiempos y se excitará a todos los príncipes amigos de los
nuestros a hacerse mutuamente terribles guerras, para que por todas partes se implore el socorro de la
Compañía y se la aplique a la reconciliación pública como la depositaría del bien común y que sea
recompensada con los principales beneficios y dignidades eclesiásticas.
9. Por último la Compañía, después de haber ganado el favor y protección de los príncipes, tratará
al menos de ser temida por los que no la aman.

Вам также может понравиться