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Mandalas del mundo - vol II

© Rodolfo Román, 2006

Primera edición, primavera 2006.

Redacción y edición: Francesc Miralles, Mónica Campos, Teo Gómez, Esther Sanz.
Ilustraciones mandalas: Carles Baró, Xavier Bou, archivo Rodolfo Román.
Fotografías: Corbis, P&M, HiRes Photo, archivo Océano.
Edición digital: José González.

© Editorial Océano, S.L., 2006 - Grupo Océano


Milanesat, 21-23-08017 Barcelona (España)
Tel.; 93 280 20 20* - Fax: 93 203 17 91
www.oceano.corn

Impreso en España - Printed in Spain


9001402010/06
¿Por qué pintar
mandalas?

TERAPIA PERSONAL, AVENTURA INTERIOR

¿Por que los mandalas tienen el don de fascinar a tantas personas? Se dice que por
el don de acercarnos al Centro más intimo. Por ese lenguaje aparentemente tan sen-
cillo con el que pueden susurrar sin palabras el misterio de la vida y el cosmos. O
también por su invitación a interrogarnos y dialogar sobre el orden y el caos. Y, en
general, por su poder para explicarnos mucho sobre nosotros mismos y sobre la
forma en que nos relacionarnos.
Los mandalas encierran una fuerza increíble para llevarnos de nuevo «de regre-
so a casa».
Según la tradición del budismo tibetano, el mandala es un diagrama circular sim-
bólico de todo el Universo. La morada de signos y símbolos para meditar. De lo di-
vino entendido como la emanación de la sabiduría. Hace referencia a un universo
puro, original, primigenio. Cada mandala rebosa señales que suelen ser un reflejo
del estado de la mente de uno mismo.
Recordemos que, en sánscrito, «mandala» significa circulo, pero también centro.
Arriba: Fractal simétrico
Alrededor de un punto central se dibujan formas y estampados. Y bien sean espi-
rales o pétalos, en conjunto abren puertas al palacio del conocimiento. Sobre estas líneas- bordado
Como vimos en el primer libro de esta serie, los mandalas existen, con diferen- sobre un tapiz tradicional
de los amish.
tes nombres, desde la Antigüedad en todas las culturas del mundo, y no sólo en
Oriente. Hacen referencia al sol, a la luna, a las flores... pero también expresan, de
manera simbólica, toda una serie de reflexiones sobre tiempo y espacio, sobre el
Universo o sobre toda una serie de símbolos y arquetipos, a menudo emparenta-
dos con los mismos límites del pensamiento. En todas las culturas el círculo tiene
mucho que ver con el devenir de la vida.
Este libro es la segunda parte de un trabajo continuado que comenzó de forma
casi casual hace algo más de ocho años y que el paso del tiempo estimula a prose-
guir con creciente pasión e interés. Presentamos de nuevo mandalas de todas par-
tes del mundo junto a nuevas visiones, por ejemplo las originadas por fractales: un
pequeño reconocimiento de la importancia del universo cuántico tan de actuali-
dad últimamente. No deja de ser también un reconocimiento de los nuevos cami-
nos científicos y su relación con el misterio.
Otra de las aportaciones está relacionada con la geometría secreta de la vida, un
mágico enigma cuyas primeras explicaciones ocupan varios libros. Aquí presenta-
mos algunas, poco conocidas hasta ahora en español.
Finalmente, la selección de mandalas para colorear se rige una vez más por la
Rueda tradicional. Se incluyen también algunos algo más heterodoxos, incluso al-
guno asimétrico, pero no por ello menos interesante y útil, por ejemplo, en algu-
nas prácticas de psicoterapia. Este viaje global contiene además algunos mandalas
profanos en sus múltiples formas: bien se trate de logotipos de empresa o de tatua-
Arriba:
jes, puesto que no dejan de ser un recordatorio de lo enraizado que está el círculo,
dos Tatuajes actuales (Canadá) o determinadas simetrías o representaciones, en el alma humana.
y el anagrama de la empresa
Petrolera BP.

VOLUNTAD DE PERFECCIÓN
Página siguiente: dieciséis
mandalas, dieciséis mundos
(ver relación en pág. 96) En la cultura budista e hinduista los mandalas se usaban para meditar, y aún hoy
ésa es una de sus funciones: en una primera fase nos valemos de mandalas para re-
lajar y aquietar la mente, preparándola para la meditación y la posibilidad de ir al
encuentro de una experiencia realmente cósmica.
Los mandalas tienen el don de preparar al espectador sensible. ¿Qué tienen los
restos del conjunto monumental de Stonehenge para hechizarnos con su sola mi-
rada? En la elección del círculo se aprecia la voluntad de perfección de ese home-
naje astronómico a las estrellas.
Este mandala budista de una
pared de un templo de Butan
ilustra la creación del cosmos
por el movimiento circular
de las fuerzas primarias.
Por esta acción los elementos
dan vueltas en la existencia
y los cuerpos celestiales son
puestos en movimiento.
Doce círculos astrológicos con
los colores del arco iris más el
negro y el blanco describen
las órbitas del sol, la luna
y las estrellas a través de las
estaciones.

Se considera, por otra parte, que la cultura cristiana incorporó los primeros man-
dalas en la Edad Media. Dante Alighieri describió su visión de la divinidad: «un
dios en el centro, y ángeles y santos en circulo a su alrededor». En el siglo pasado,
Carl G. Jung, el estudioso de la influencia de los signos y símbolos en los humanos,
consideraba que esta fascinación se originaria por la correspondencia entre las for-
mas que sugieren los dibujos de un mandala y la energía de la psique. Jung redes-
Arriba: «Divino protector»,
diagrama sobre salud holística
cubrió sus virtudes para el mundo contemporáneo, como comentamos en el volu-
y el 5er (Hildegard von Bingen). men 1. En la pág. 87 pueden verse dos mandalas atribuidos a C.G. Jung.
Debajo: restos del círculo ¿Y lo divino? En todo el mundo existe la tendencia a representar la divinidad en
mágico de Stonehenge y mapa
términos de luz radial, aunque también pueda percibirse en cada brizna de hier-
de la zona.
Al lado: pintura tántrica sobre ba, en cada suspiro, en cada destello. En el infinito por grande y en el infinito por
la experiencia de lo absoluto. pequeño. En el macro y el microcosmos.
En palabras del estudioso taoísta, los mandalas
son como «mosaicos bizantinos que cubren la su-
perficie interna de una cúpula, pétalos radiantes
de algunas flores, el diseño de los cristales de nie-
ve, una corona, rosetones en las iglesias de Occi-
dente. Los auténticos, los tibetanos: jardines para-
disiacos de árboles y plantas enjoyados a punto de
circundar un círculo interno de Dhyani Budas con
sus sirvientes boddhisatvas».
En este libro se presenta un mosaico lo más vivo
posible de las obras de arte que sugieren una inda-
gación de retorno a la unidad. Incluimos desde un
dibujo de Hildegard von Bingen a imágenes de las
catedrales cristianas, el calendario maya, el sopor-
te que enmarca el símbolo sagrado taoísta, los he-
xagramas del I Ching e incluso el Eneagrama que
nos llegó del Oriente más cercano.
Es una mirada a vista de pájaro que incluye
también diseño de joyas, de cerámicas... De las
arenas coloreadas de los monjes tibetanos y sus
mandalas sagrados a las arenas de los indios norte-
americanos y el «Sol en los ojos» de las pupilas.
Esta es una invitación al descubrimiento a través
de la pintura que vale la pena aprovechar.
Arriba, «Purple splendor»
y «Unfolding path»,
dos atrapasueños de los indios
norteamericanos,
recreados por Jay Mohler.

Izquierda: pintura de Vincent


Liebig, artista alemán cuya obra
sigue esquemas visionarios de
los mandalas tibetanos.

Página anterior, arriba: serie de


fractales en forma de mandala,
generados por ordenador.

Abajo: grabado vikingo


sobre piedra
La prueba del laberinto

EL HILO DEL LABERINTO

En tiempos remotos vivía en China un rey llamado Yin.Tuvo un hijo a los sesenta Laberinto gótico (Catedral de
Chartres Abajo: el nudo de
años, tras largo tiempo de espera. Un hijo prodigioso; al nacer tenia ya veintiocho Leonardo da Vinci
dientes y los adivinos del reino profetizaron que sería un temible conquistador. El
principe, al que llamaron Yang, fue educado por el arquitecto Lao, un hombre sa-
bio de valiosas palabras. Cuando el rey murió, Yang tenia quince años; ante el ca-
dáver de su padre, se despidió de la corte y marchó a la conquista del mundo.
Caminando a través de pueblos y culturas, su imperio se extendió por todo el
mundo conocido. Al cabo del tiempo, y sintiéndose fatigado, el arquitecto Lao
construyó para su reposo una ciudadela tan espléndida como una montaña neva-
da. En este lugar perfecto, Yang acabó harto de los placeres de la vida mundana y
descubrió la melancolía y el aburrimiento. Convocó a su ministro Lao y se quejó
de su malestar y de sufrir por el hastío.
Lao no respondió. Yang dio un puñetazo en la mesa y gritó: «¡Te ordeno cons-
truir el más formidable laberinto jamás imaginado! En siete años quiero verlo edi-
ficado en este llano, ante mí, y luego marcharé a conquistarlo. Si descubro el cen-
tro, serás decapitado. Si me pierdo en él, reinarás sobre mi imperio».
Dijo Lao: "Construiré ese laberinto». Sin embargo, e! arquitecto reemprendió el
curso de sus actividades habituales y pareció olvidar el encargo.
El último día del séptimo año, el emperador Yang llamó al anciano y le pregun-
tó dónde estaba aquel laberinto, el más formidable nunca soñado. Entonces Lao le
tendió un libro, diciendo: «Hélo aquí. Es la historia
de tu vida. Cuando hayas encontrado el centro, po-
drás descargar tu sable sobre mí cuello».
Asi fue como Lao conquistó el imperio de Yang,
pero, evidentemente, rehusó el cetro y el poder,
pues poseía ya algo más preciado: la sabiduría.
Por eso se dice que El Laberinto alberga en sí
mismo un poder tan increíble como
el de los mandalas.

MEDITACIÓN EN EL LABERINTO

Si consideramos el laberinto como un


mandala iniciático que se puede recorrer en la
En el primer libro nos hicimos eco del mito del práctica, veremos que es posible también adentrar-
Minotauro Teseo supera una prueba innato y vence al nos y meditar en él, dentro de un proceso personal
monstruo del oscuro laberinto del palacio del rey Minos de aprendizaje y autodescubrimiento. El laberinto
y escapa gracias al hilo que le presta su amada, Ariadna.
suele ser una buena herramienta de conocimiento,
Es el laberinto de Cnossos de Ia isla de Creta (Grecia),
sencilla y eficaz, para reflexionar y para meditar. Si
descubierto en 1902; uno de los más legendarios de
entre los del mundo antiguo que se pueden visitar hoy
nos adentramos a caminar por un laberinto com-
en día. Este laberinto se llamaba «Absolum», que probaremos la facilidad con que se puede lograr un
coincide con el nombre con que los alquimistas estado de concentración interior.
designaban a la piedra filosofal. Tanto en los laberintos que se hallan en iglesias o
La vivacidad y riqueza cultural de la civilización cretense en lugares cerrados, como en los que se han cons-
precedió a la griega y en algún aspecto pareció incluso truido en un jardín, al aire libre, lo ideal es recorrer-
llegar más lejos. En ella, las cavernas, otro espacio
los en silencio o, como mucho, con una música muy
profundamente simbólico, mantenían un cometido
suave. Se medita al caminar. Sentir el frescor del
religioso desde tiempo inmemorial El laberinto toma,
ampliada, esta misma función. Salir de la caverna
aire, la respiración, los propios pasos... El riesgo es
equivale a renacer, tras una muerte ritual de tipo pequeño y, si uno se equivoca, sólo tardará un poco
iniciático. más en llegar al centro, o en salir de él... sin que el
rey le corte el cuello,,.
Hay quien sigue el llamado «paso del peregrino» (dos
pasos adelante y u n o airas), pero recordad que, además
de reeducar la paciencia, se necesita bastante más tiem-
po para ello. En todo caso, caminando de una u otra for-
ma, conviene estar atento a los mensajes de nuestro in-
terior sin confundirlos o mezclarlos con los propios
pensamientos. Durante el recorrido suele ser de utili-
dad tararear en silencio una canción, un aforismo, un
mantra o un poema. Y, por descontado, se desaconseja
la práctica de meditar recorriendo el laberinto en caso
de que se estén atravesando momentos o sentimientos
negativos.
Lo ideal es que se realice este pequeño viaje en tres
dimensiones, pero, puesto que no siempre es posible,
también se puede meditar en casa o con un grupo de
amigos que estén interesados en estos temas. Es muy fá-
cil, sólo se necesita una hoja gruesa de papel o cartulina con un pequeño agujero
para que pueda pasar por él un bolígrafo o un lápiz holgadamente. Es un pequeño
juego, de algo más de una hora de duración, que suele hacerse en determinados ta-
lleres de psicología humanista.
Colocaremos la cartulina agujereada sobre un laberinto-tipo, por ejemplo el de
la catedral de Chartres (ver pág. 73), pero puede ser cualquier otro. Si se necesita
más de uno, podéis hacer una fotocopia —incluso es mejor que sea un poco am-
pliada—. Las frases que aparecen detrás pueden ayudar al proceso de indagación
interior. Dichas frases, junto a otros consejos, son lo que entre pausas y muy suave-
mente suele comentar el monitor o terapeuta mientras se resigue el camino sobre
el papel.
Así que colocaremos el agujero de forma que quede sobre la entrada del labe-
rinto, que podemos dejar previamente marcada con un punto de color. Luego todo
consiste en seguir con el lápiz un camino incierto, del que no se sabe a dónde con-
duce. Poco a poco, y mejor si es con seguridad y confianza, vamos avanzando con
la ayuda del lápiz. Conviene recorrerlo por completo hasta llegar al centro: enton-
ces se separa la hoja agujereada para mirar el camino recorrido. Es curioso obser-
var esa linea que a veces choca en los límites, como en aquella vieja prueba médi-
ca para el permiso de conducir. Una linea a veces vacilante o temblona, pero a ve-
ces también clara y segura.

LLEGAR AL CENTRO

O, como se suele decir: «centrarse». El laberinto de la vida nos acompaña siempre;


vale la pena recordarlo a menudo y observar o descifrar sus claves y su mensaje.
Aparecen recuerdos del pasado y aspectos del carácter que son menos habituales;
hay quien visualiza la fábula de la liebre y la tortuga, por ejemplo. Otros pierden
ligeramente la noción del tiempo o del recorrido. Y hay quien descubre que, como
en el juego hindú del Lilah (o de las «Serpientes, espadas y escaleras», ver pág. 88),
cuando más cerca creemos estar de la meta, rnás nos estamos alejando (para ir al
encuentro de lo sagrado se necesita, ante todo, mucha humildad).
Pero también hay quien siente empatia y unión con el centro, y luego está el des-
cubrimiento de que el laberinto es también un gran juego colectivo.
El laberinto es un mandala muy arraiga-
do en nosotros mismos. Sus giros simboli-
zan el camino cambiante de nuestro peri-
plo vital; aparecen errores e inseguridad,
pero también la valentía y tenacidad nece-
sarias para obtener el logro, junto a la ale-
gría de conseguirlo. Y la esperanza de en-
contrar la salida permite el regreso a casa.
El laberinto: un mandala que ayuda a
entrenar la propia atención y capacidades,
una aventura para llegar al centro y poder
salir por el propio pie. Y una metáfora del
juego del universo para redescubrir nues-
tra esencia más íntima.
Fractales: geometría del caos
y quizá también una nueva alquimia

EL ORIGEN

El término «fractal» fue introducido en 1964 por Benoït MandeIbrot, derivado del
adjetivo latino fractus (interrumpido). Para poder adentrarse en este nuevo cam-
po, el matemático francés de origen polaco separó la geometría fractal de las ma-
temáticas tradicionales.
El pintor alemán Fritz Hundertwasser ya había intuido una década antes la re-
volución que iba a suponer el descubrimiento de los fractales:
«La línea recta es un trazo cobarde, dibujado con la ayuda de una regla, sin senti-
miento y sin reflexión. La línea recta no existe en la naturaleza. (...) Cualquier di-
seño que comience con una línea recta esta muerto antes de nacer.»
Mandelbrot creía que debía existir algún principio general en la naturaleza que ex-
plicara ciertas figuras geométricas anómalas muy recurrentes. Tras arduos años de
estudio, en 1975 pudo esbozar una hipótesis en su obra Les objectes fractals.

¿QUÉ ES UN FRACTAL?

Un fractal es una figura geométrica con una estructura compleja que se repite a
cualquier escala. Esto sucede porque los íractales son «autosemejantes», es decir,
una sección de un fractal —por pequeña que sea— puede ser una réplica a menor
escala de todo el fractal.
El ejemplo clásico que se suele citar es el llama-
do «copo de nieve», la curva que se obtiene a par-
tir de un triángulo equilátero a cuyos lados se
colocan sucesivos triángulos, cada vez más pe-
queños, operación que se repite hasta el infinito.
De este rnodo obtenernos una figura de superfi-
cie finita pero con un perímetro y un número de
vértices infinito.
Existen muchas otras de estas figuras repetiti-
vas, a medio camino entre la geometría aparente-
mente caótica de la naturaleza y la geometría tra-
dicional de Euclides.

LOS FRACTALES EN LA NATURALEZA

Por esta capacidad de repetirse infinitamente, el


litoral de un fractal tiende hacia una longitud in-
finita y, por tanto, inconmensurable, como suce-
de con el «copo de nieve».
Mandelbrot consideraba que las montañas, las
rocas de agregación, las nubes y las galaxias son si-
milares a los fractales por su autosimilitud: cada
una de las partes —a mayor o menor escala— se
parece al todo. Estudios posteriores han demos-
trado que en la naturaleza abundan los cuerpos
que pueden representarse matemáticamente a
través de los fractales, como la superficie rugosa
de algunos materiales, las rocas porosas o las es-
tructuras vitreas.
A menudo se utiliza el ejemplo del árbol para
explicar los fractales. Cuando cortamos una rama
y la plantamos en el sucio tenemos la impresión de es-
tar ante un nuevo arbolito. Dicho de otro modo, la
rama reproduce —a una escala menor— la forma del
árbol original. La relación entre la rama y el árbol, en-
tre las partes y el todo es lo que se conoce como «di-
mensión fractal».
En 1984 Mandelbrot escribía sobre este particular:
«La naturaleza no es únicamente un nivel superior de
complejidad, sino un nivel distinto. La existencia de
estas estructuras nos anima a estudiar las formas que
Euclides pasó por alto, y a investigar la morfología de
lo amorfo. Pero los matemáticos han huido de la natu-
raleza ideando teorías que no están relacionadas con
nada de lo que vemos o sentimos.»

LA DIMENSIÓN FRACTAL

Por sus especiales características, al medir el tamaño de un fractal hablamos de di-


mensión fractal. Esto es: en lugar de determinar si un cuerpo tiene una, dos o tres
dimensiones—como sucede con los cuerpos geométricos tradicionales—, los frac-
tales deben manejarse matemáticamente como si tuvieran una dimensión fraccio-
naria.
Por ejemplo, la curva del «copo de nieve» tiene una dimensión fractal de 1,2618.
Lo más fascinante es que la dimensión fractal es independiente de la escala de ob-
servación.
La medición de los fractales ha obligado a introducir conceptos nuevos que su-
peran los conceptos de la geometría clásica. Puesto que un fractal se compone de
elementos cada vez más pequeños, el concepto de longitud no resulta operativo,
ya que siempre habrá cuerpos más pequeños que escaparán a la medición, Ade-
más, a medida que aumenta la sensibilidad del instrumento, aumenta la longitud
de la línea o perímetro.
APLICACIONES

La enigmática belleza de los fractales ha hecho


que sean un recurso constante en los gráficos ge-
nerados por ordenador. Asimismo, la informática
los utiliza actualmente para reducir el tamaño de
fotografías e imágenes de vídeo. Esto ha sido posi-
ble gracias al matemático inglés Michael F. Barns-
ley, que en 1987 descubrió la denominada «trans-
formación fractal», un proceso útil para detectar
fractales en fotografías digitalizadas. Esta nueva
técnica ha supuesto un avance muy importante
en todas las aplicaciones basadas en la imagen.
La geometría fractal, junto con la teoría del
caos, han permitido comprender sistemas que an-
tes se consideraban caóticos y aleatorios. Los frac-
tales permiten hacer aflorar patrones predecibles
en procesos naturales como los fenómenos at-
mosféricos, las formaciones geológicas, las nubes
o el mundo vegetal.
Asimismo, el descubrimiento de los fractales
ha influido en mayor o menor medida en campos
como la lingüística, la psicología o la supercon-
ductividad.
Phi: el número
más bello del Universo

Kepler dijo: «La Geometría tiene dos grandes tesoros: uno de ellos es el teore-
ma de Pitágoras; el otro, la división de un segmento en media y extrema ra-
zón. El primero lo podemos comparar a una medida de oro; el segundo lo po-
dríamos considerar como una preciosa joya.» Me limitaré a decir que
«división en media y extrema razón» es el nombre con el que se conocía des-
de la antigüedad a la sección áurea.

CARI. B. BOYER, HISTORIA DE LA M A T E M Á ' I I C A

LA PROPORCIÓN AÚREA:TERAPIA PERSONAL, AVENTURA INTERIOR


El número Phi —no confundir con Pi— fue definido así por Euclides hace más de
dos mil años por su papel crucial en la construcción del pentáculo, al que se atri-
buían propiedades mágicas. Al trazar la estrella de cinco puntas, que simboliza la
belleza y la perfección divina, las lincas se dividen en segmentos que se correspon-
den con la «divina proporción»: 1,6180339887 exactamente.
Esta cifra parece ordenar la naturaleza y el universo con una frecuencia asom-
brosa, y la encontramos desde en el caparazón de los moluscos hasta en la forma
de galaxias con millones de estrellas, pasando por cristales como el cuarzo.
Está presente también en construcciones tan antiguas como las pirámides de
Egipto o el Partenón, donde fue utilizado para corregir un leve defecto de la visión
humana y lograr una simetría más armoniosa. También Leonardo da Vinci amaba
la «divina proporción» —ejemplificada en su Hombre de Vitrubio, enmarcado en
el pentáculo—, y se cree que llegó a exhumar cadáveres para demostrar que el
cuerpo humano está formado de bloques constructivos regidos por Phi.
En la época moderna, el también llamado «número áureo» ha sido utilizado por
músicos —está muy presente en la Quinta Sinfonía de Beethoven—, poetas y pin-
tores, como Dalí en El sacramento de la última cena.
Stradivarius lo utilizaba para ubicar con precisión las llamadas efes, u oídos, de
sus célebres víolines. En el campo del diseño industrial, por poner sólo un ejemplo,
las latas de refrescos suelen fabricarse según esta misma proporción: la altura por
el diámetro lateral da 1,618.
Algunos analistas económicos incluso han sugerido que Phi está relacionado
con el comportamiento de los periodos y ciclos dala bolsa, y que por lo tanto ayu-
da a prevenir las fluctuaciones.

PHI EN LA NATURALEZA Y EL CUERPO HUMANO

A lo largo de los últimos dos milenios, numerosos científicos han buscado el 1, 618
en el mundo natural y en la anatomía humana con resultados sorprendentes. Re-
cordemos algunos de ellos:

• En el caparazón de moluscos como el nautilo, la razón entre el diámetro de cada


tramo de espiral y el siguiente es 1,618. Las pipas de girasol crecen en espirales
opuestos que se rigen por esta misma cifra.
• Si contamos el número de espirales de una piña, veremos que siempre es un
múltiplo del número de oro, o lo que es lo mismo, un número de la serie de Fi-
bonacci, que conoceremos enseguida.
• Las segmentaciones de la mayoría de insectos siguen la proporción áurea.
• En una persona bien proporcionada, la altura dividida por la distancia entre el
ombligo y el suelo da Phi.
• Igual resultado se obtiene al medir la distancia entre el hombro y la punta de los
dedos, dividido por la distancia entre el codo y la punta de los dedos.
• La distancia entre la cadera y el suelo dividida entre la existente entre la rodilla
y el suelo da también 1,618. Puede efectuarse la misma operación con las arti-
culaciones de las manos y pies o con las divisiones vertebrales.
• Incluso las tarjetas de crédito están diseñadas según la proporción áurea, por-
que de ese modo son más agradables a la vista.

¿UN CÓDIGO DIVINO?

Cuando en la antigüedad se descubrió la desconcertante presencia de Phi en la bo-


tánica, la biología, la física y las matemáticas, llegaron a pensar que habían dado
con la fórmula que Dios usó para crear el Universo. De alguna manera era la de-
mostración de que bajo el aparente caos del mundo subyace un orden y una inten-
ción. Pitágoras y sus seguidores estaban convencidos de que tras la proporción áu-
rea estaba la mano de Dios, y por lo tanto merecía que se le rindiera culto.
Por su parte, el astrónomo Johannes Kepler consideraba Phi como uno de los te-
soros más preciados de la geometría.
El matemático Leonardo Fibonacci, que vivió en Pisa en el siglo XIII, encontró
esta misma cifra en su célebre sucesión numérica. La secuencia es: 1, 1, 2, 3, 5, 8,
13, 21, 34, 55, 84, 144, y asi hasta el infinito, donde cada número sucesivo es la
suma de los dos números anteriores. Comenzando la serie por 1, se obtiene:
0+1=1; 1+1=2; 1+2=3; 2+3 = 5; 3+5=8; 5+8= 13...
Lo más curioso de esta sucesión es que si dividimos dos números consecutivos
entre sí, el resultado tiende a la proporción áurea; por ejemplo 5/3 = 1,666;
13/8=1,625; 233/144=1,618056; 377/233=1,618025. Cuanto más nos adentra-
mos en la sucesión de Fibonacci, más cerca estaremos del número de oro. Esto quie-
re decir que si multiplicamos cualquier número de la serie por 1,618 obtendremos
el siguiente, que es por tanto 1 , 6 l 8 veces mayor. También hay relaciones maravillo-
sas entre la suma de los números impares o de los cuadrados y además, los números
de Fibonacci son primos entre sí. En resumen, cuanto más sabemos del universo,
más omnipresente y enigmática se hace la influencia del número Phi, tal vez la prue-
ba más patente de que —corno afirmaba Einstein— «Dios no juega a los dados».
Mandalas en la
naturaleza y en la vida

LA FLOR DE LA VIDA: EL OJO DE LA CREACIÓN

El mandala ancestral conocido corno «La Flor de la Vida» es un símbolo sagrado


para muchas tradiciones. Esta composición geométrica se ha encontrado en pun-
tos muy diferentes del planeta —dibujada, en mosaicos o tallada en piedra— y está
presente en culturas que en su época no tenían ninguna conexión entre sí.
La Flor de la Vida más antigua se descubrió en el templo medio de Osirión, en
Egipto. También se han encontrado diseños de gran antigüedad en Israel, China,
Japón e India. Simboliza la conexión de toda la vida y del espíritu dentro del Uni-
verso. Para los egipcios La Flor de la Vida era una forma sagrada y desempeñaba un
papel fundamental en las enseñanzas de la escuela de Misterio del Ojo Derecho de
Horus, iniciación que duraba 12 años. Está formado por 19 círculos superpuestos
que forman lentes o pétalos, y en los que se pueden encontrar todos los sólidos pla-
tónicos: el tetraedro, el cubo, el octaedro, el dodecaedro y el icosaedro.
En su libro The Ancient Secret of the Flower of Life, Drunvalo Melchizedek habla
así de este mandala sagrado:
«Contiene todas las fórmulas matemáticas, toda ley física, toda armonía musi-
cal, todas las formas de vida biológicas que van desde la mas baja hasta especí-
ficamente vuestro cuerpo. Contiene cada átomo, cada nivel dimensional, todo lo
que se encuentra dentro de las frecuencias vibratorias del universo.»
Aunque existen versiones tridimensionales, en este caso el mandala se denomina
"El Fruto de la Vida» y su representación plana replica el circulo 19 veces, quedan-
do todos ellos encerrados por dos círculos externos. De no ser así, se trataría de una
matriz de crecimiento ilimitado.
Este límite exterior se creó de buen principio intencionadamente, ya que al ce-
rrar la proliferación de círculos, las antiguas escuelas de misterio —en especial la
pitagórica y la hermética— creían que se mantendrían bien guardados los secretos
del origen de la vida. Para ellos, este mandala encarnaba la matriz geométrica de la
que surgen todas las formas vivas, incluyendo nuestro planeta y las galaxias.
UNA AYUDA VALIOSA

En la época moderna, y en nuestra cultura occidental, los mandalas estudiados por


C.G. Jung le sugirieron que éstos, como expresión de la psique, ayudan en el des-
bloqueo de situaciones de caos psíquico.
Se dice que el mandala es un signo de los tiempos, revelador de momentos de
crisis y cambio: el esplendor de los rosetones de una catedral gótica construido en
momentos de zozobra social, por ejemplo.
El interés creciente hacia los mandalas hoy en día pone de manifiesto su valio-
sa ayuda como herramienta para profundizar en uno mismo. Permiten el estable-
cimiento de analogías constantemente y a menudo ayudan a reflejar asuntos per-
sonales y ternas generales comunes a muchas personas. No pocas veces parece que
quieren «hablarnos». Basta con probarlo: a medida que alguien elige unos elemen-
tos gráficos, los coloca sobre el papel y procura que reflejen alguna de sus viven-
cias comprobará que está abriendo un camino sin límites para viajar a su propia
alma, al interior de si mismo.
Colorearlos es sin duda el mejor modo de iniciar ese camino. Podéis comenzar
con algunos mandalas sencillos, como por ejemplo los mandalas 26, 30, 3 1 o 48 (o
bien los mandalas número 5, 13, 58 y 60 del tomo I) y luego seguir con mandalas
tradicionales. Recordad que se trata de un camino de regreso a casa (a ese «centro
perdido en el mundo de los 10.000 objetos materiales»), pero también de una
oportunidad para reflexionar sobre el espacio y los límites, o sobre uno mismo y
los demás, o sobre todo lo que pueda contener el círculo: un puente, un espacio va-
cío, una relación, un jardín, un mundo.

DE LO PEQUEÑO A LO GRANDE

Podemos ver mandalas en las formas del átomo y de una galaxia, de nuestras pupi-
las al sol, de lo más grande a lo más pequeño. También podemos percibirlos en ple-
na naturaleza, entre flores y frutos, o en casa, al conectar una simple lamparita y
notar el halo de luz que proyecta. Un mandala también puede ser la imagen de una
persona en un determinado contexto de tiempo y es-
pacio, que, a la vez, nos habla de los porqués de ese es-
pacio-tiempo sobre la persona. Y también permite
relacionar, y hasta vincular —de ahí su fuerza repara-
dora— lo personal con lo transpersona), espíritu y
materia, lo finito con lo infinito.
Al colorear mandalas podernos comprobar tam-
bién tanto la fuerza de una geometría casi desconoci-
da, entre sagrada y secreta, como las asombrosas coin-
cidencias de la numerologia, que ayudan a establecer
unas curiosas analogías; bien sea entre los 64 hexagra-
mas del I Ching y los 64 caracteres del código genéti-
co, ambos moviéndose en un sistema ternario, o bien
comparando el principio dual del Yin y el Yang con el
mismo código o principio binario en el que se basan
los ordenadores.
Los seres humanos disponemos de una percep-
ción intuitiva que conoce algunas misteriosas analo-
gías entre macrocosmos y microcosmos, entre mate-
ria y energía, entre procesos corporales y espirituales.
En círculos esotéricos o de filosofía hermética se re-
cuerda el aforismo: «Como es arriba, es abajo».

TRES ELEMENTOS, MUCHOS MENSAJES

En cada mandala tradicional se puede distinguir un


punto central, la influencia —o lo que sucede— ha-
cia y desde el centro y la propia delimitación del cir-
culo. El punto central sería el núcleo de energía, de
donde nace tiempo y espacio. La influencia que pro-
cede de ese centro o núcleo tiene que ver con un diá-
logo hasta los límites. Con el enlace entre lo interno y
lo externo, con u n a irradiación que viaja para regresar
de nuevo al centro más íntimo. A veces se os aparece-
rán sugerentes mensajes, como que «la esencia del
centro está en todas partes». O bien la celebre refle-
xión sobre lo divino; «Dios es un círculo cuyo centro
está en todas panes y la circunferencia en ninguna».
Todo mandala se concentra en el núcleo, del que
parte todo movimiento y al que todo conduce. Ese
centro aparece como principio y fin de todos los ca-
minos posibles.
Casi todos los mandalas conservan una simetría y
se construyen con los símbolos más sencillos y a la vez
más potentes. Detrás del mundo fenoménico y sus
imágenes externas pueden descubrirse unas relacio-
nes más profundas y espirituales, ya que, como se
sabe, no comprenderemos la totalidad del hecho vital
si no dirigimos nuestra conciencia hacia ámbitos más
trascendentales de la vida.

EL ENTORNO

Como se sabe, los mandalas ayudan a armonizar o


ecualizar los hemisferios cerebrales, lo cual es otra de
sus valiosas aportaciones. Junto a la satisfacción de
hacerlos o colorearlos podemos disponer de su poder
terapéutico, que puede ampliarse con otros aspectos
que lo estimulan, como la meditación. También la
música, y su conocido don favorecedor del hemisfe-
rio cerebral derecho, ayudará a equilibrar el predomi-
nio del hemisferio izquierdo de los mandalas. Se
Yantras: ventanas
al universo energético

En la India a los mandalas se les suele llamar «yantras». Un yantra es un diagrama


cósmico de origen hindú —se utiliza en la tradición sadhana o tántrica— que pue-
de estar compuesto de una o varias figuras geométricas. Generalmente los encon-
tramos dibujados sobre papel, madera, metal o incluso sobre tierra o arena. Tam-
bién existen versiones tridimensionales.
Las primeras civilizaciones del valle del Indo —hace cinco milenios— ya los uti-
lizaban con fines mágicos. Les otorgaban el poder de devolver la salud, vencer los
peligros, provocar la lluvia, aumentar la fertilidad de la tierra o asegurar el éxito en
la caza.
Muchos orientales los siguen utilizando corno amuleto o talismán, ya que po-
pularmente se cree que ofrecen protección contra las malas energías y favorecen
la fortuna. Asimismo, los astrólogos védicos los emplean para llevar a cabo sus adi-
vinaciones.
Más allá de estas aplicaciones —y de su belleza y armonía formal—, el yantra es
una llave que nos permite sintonizar con las energías sutiles del macrocosmos. Los
hindúes consideran que estas figuras geométricas tienen la capacidad de ponernos
en contacto con energías y entidades superiores, por lo que les confieren gran im-
portancia en el desarrollo espiritual.
La contemplación de un yantra favorece la calma y la concentración, por lo que
promueve el bienestar físico, psicológico y espiritual. Por eso existen especialistas
que los consideran precursores de una nueva terapia vibracional, emparentada con
la medicina de tipo «cuántico» que promueve, entre otros, Deepak Chopra
LOS COMPONENTES DEL YANTRA

La palabra «yantra» proviene de la raíz sánscrita yam que, significa, entre otras co-
sas, «dirigir». Cada yantra es un campo espiritual autónomo, un reino completo y
cerrado, protegido contra las interferencias externas. Está delimitado por una línea
—o grupo de lineas— exterior que tiene la función de retener y conservar la ener-
gía que emana del núcleo de la composición. Este punto energético central cons-
ta de una o varias figuras, como círculos, triángulos o lincas. Cada una de ellas re-
presenta un tipo de energía diferente:
El punto (bindú), que podemos ver también en la frente de muchos hindúes,
significa la concentración de la energía. La tradición tántrica relaciona el punto con
Shiva, señor de la creación.
El círculo (chacra) representa la rotación, el cambio y la renovación. A su vez,
esta figura geométrica expresa la perfección en la senda espiritual. Se relaciona con
el elemento aire.
El cuadrado (bhupura) suele ser el límite exterior del yantra y simboliza la tie-
rra, elemento con el que está relacionado.
El triángulo (trikona) simboliza el poder femenino y se asocia a Shakti, la ener-
gía femenina de la creación. Cuando apunta hacia arriba, encarna la aspiración es-
piritual y se relaciona con el elemento fuego. Cuando apunta hacia abajo, encarna
la fuente creadora del Universo y se relaciona con el elemento agua.
La estrella de seis puntas (shatkona) —la intersección de dos triángulos— es
una combinación clásica, ya que aúna la energía espiritual y creativa.
El loto (padma), aunque no es una figura geométrica simple, es muy utilizada
en los yantras. Simboliza la pureza y la variedad —los diferentes pétalos del loto,
la libertad de interaccionar con el exterior
Al combinarse diferentes figuras se produce una interacción energética alta-
mente poderosa. Asimismo, los espacios que quedan vacíos pueden generar nue-
vas formas con energía propia,
Además de figuras geométricas simples, en los yantras encontramos otros ele-
mentos simbólicos como flechas, picos o tridentes, que suelen indicar el sentido en
el que fluyen las energías del yantra.
CENTROS DE PODER

El yantra se utiliza en la India como instrumento para la meditación, ya que opera


como punto focal hacia lo absoluto. Está diseñado para elevar la conciencia y acer-
car al contempladora un grado superior de espiritualidad. Esto se consigue gracias
a su capacidad de atraer el ojo hacia el centro de la composición, que suele ser per-
fectamente simétrica.
Cuando la atención del practicante se deposita en el yantra, el ruido mental cesa
progresivamente y la mente puede fluir sin esfuerzo abrazando el vacío, un estado
no condicionado de conciencia. Al ser una representación microcósmica del uni-
verso, estos diseños son al mismo tiempo una puerta interior —hacia el fondo de
uno mismo—y exterior—hacia la inmensidad del cosmos.
Los hindúes tienen yantras específicos para diferentes deidades. Estas figuras
geométricas les permiten, por tanto, sintonizar con la divinidad elegida y su fuer-
za característica. Entre todos ellos el más apreciado es el Tripura Sundari, que sim-
boliza el universo y recuerda al practicante que no hay diferencia entre el sujeto y
el objeto, entre el observador y lo observado.
Sólo los maestros yántricos de mayor jerarquía pueden aportar un nuevo yan-
tra al mundo. La confección de estos mandalas se inicia por el centro —a menudo
un punto— y suele terminar con un cuadrado exterior.
Estos poderosos diagramas trabajan a partir de la idea de que cada forma emite
una frecuencia y energía concreta. Esto no es exclusivo de las tradiciones hindús,
ya que la cruz de los cristianos, la estrella de David o incluso las pirámides egipcias
se basan en este mismo principio: formas geométricas a la que se atribuye una ener-
gía determinada para promover el desarrollo espiritual.
Cuando el practicante conecta con la energía del yantra se produce lo que los
maestros llaman «resonancia»: la mente sintoniza con la naturaleza de la forma; flu-
ye con ella y recibe la energía sutil y transformadora del Universo. Por eso podemos
compararlo con un mantra, ya que armoniza la energía del practicante con la del
yantra, que a su vez vibra con la energía infinita del Universo. La diferencia es que
el primero utiliza símbolos verbales, y el segundo se sirve de dibujos geométricos.
En meditación a menudo se utilizan ambos instrumentos simultáneamente.
DIOSES EN LOS YANTRAS TÁNTRICOS

Para la unidad completa con Shiva


no hay amanecer, ni ¡una nueva, ni mediodía,
ni equinoccios, ni crepúsculos, ni lunas llenas...
(DEVARA DASIMAYYA)

El mandala o yantra más importante y universal del


hinduismo es el Sri-yantra, una compleja disposición
de triángulos y hojas de loto que expresan toda la ener-
gía motriz del universo y el delicado equilibrio de los
principios masculino y femenino. Los bellos triángulos
que señalan hacia abajo simbolizan Shakti, el principio
femenino, que representa todo lo que es activo y crea-
tivo en el cosmos; los cuatro que señalan hacia arriba
simbolizan a Shiva, el principio masculino y la con-
ciencia suprema.
Cómo se intersectan los triángulos está claramente
abierto a la interpretación, y el iniciado puede leerlos
de varías maneras distintas. Sin embargo, el dualismo es
más aparente que real: lo que expresa este yantra es la
unidad de la conciencia cósmica con la que la persona
puede identificarse.
Veamos ahora algunos mandalas o yantras dedica-
dos a otras deidades relevantes del panteón hindú:
Como gran dios del amor de la India, la figura de
Krishna representa un papel central en la literatura y
arte autóctonos hindúes. Sus apareamientos con Gopis
eran legendarios y se consagraban frecuentemente en
representaciones de tipo mandala de la danza circular
de la primavera, la ras-lila, en la que las Gopis se unían
sexualmente con el todopoderoso dios, reflejo terres-
tre de la unión cósmica de los principios masculino y
femenino.
Se dice que la diosa Kali nació de la frente de otra
gran diosa, Durga, durante una batalla entre dioses y
demonios. De entre las divinidades del panteón tántri-
co, Kali es una de las más veneradas, aunque aparente-
mente parezca cruel y terrorífica. Se la suele represen-
tar con aspecto terrorífico y engalanada con cabezas
seccionadas, con una espada en una mano y una cala-
vera en la otra. Pero aunque esa imaginería sugiera
muerte y destrucción, también implica lo contrario;
creación y vida. En el centro del yantra, Kali es la fuer-
za creativa del mundo, la encarnación de los ciclos in-
cesantes de destrucción y renovación que trascienden
el mundo cotidiano de apariencia frivola o superficial.
Mediante la meditación y con la ayuda del manda-
la-yantra de Kali, el neófito penetrará en una realidad
más verdadera.
Vishnu, una de las grandes divinidades superiores
del hinduísmo, aparece en distintas encarnaciones, in-
cluidas las de Krishna, Rama y el Buda. Es una deidad
a la que rinde culto una de las mayores tendencias tán-
tricas, los vaishnavas -las otras son los Shaivas (adora-
dores de Shiva) y los Shaktas (los de Shakti, el princi-
pio femenino). Según la leyenda, los lugares sagrados
del culto tántrico se establecieron en los emplaza-
mientos donde cayeron al suelo las partes de Shakti
después de que Vishnu la descuartizara.
Más al norte, en el Nepal, cada mes se celebra un im-
portante ritual budista: el culto de la diosa Vasundha-
ra (Tierra), responsable del bienestar y la prevención
de la pobreza.
Shiva Nataraja, señor de la Creación y de la Destrucción (ver imagen), baila una
danza cósmica para simbolizar el eterno movimiento del universo en transforma-
ción continua.
En los Upanishad, textos sagrados tradicionales, aparecen consideraciones sobre
tiempo y espacio que aún hoy asombran a los estudiosos: por ejemplo, nociones so-
bre el No- Tiempo, que explican una época «anterior al sol», o la presencia de Atman,
el «océano del aliento puro». Aparece una segunda etapa, la del Tiempo y lo Divisi-
ble, que produce el océano sonoro (ondas sonoras] y se convierte en «cuna y resi-
dencia del sol y los planetas». De ese conjunto astral nace finalmente nuestro mun-
do, apenas una emanación sonora (Nada Brahma). Determinadas prácticas, como el
canto de mantras, los mudras o el yoga, acompañan el mundo de los yantras.
mandalas en Oriente
y Occidente

Deja atrás el pasado, deja atrás el futuro,


deja atrás el presente.
Entonces estarás preparado para ir a la otra orilla.
Nunca más volverás a una vida que acaba en la muerte.
DHAMMAPADA

Busco un centro de gravedad permanente,


que no varíe lo que ahora pienso de las cosas, de la gente,
yo necesito un centro di gravita permanente
che non mi faccia mai cambiare idea sulle cose, sulla gente.
Over and over again.
FRANCO BATTIATO, Ecos de danzas sufi (Emi, 1985)

EL CÍRCULO Y EL CENTRO

Los yantras y el mandala —como dijimos: «circulo» en sánscrito—, se relacionan


con la vida interior y el ceremonial sagrado de la India y el Tíbet, pero son uno de
los símbolos más potentes de la humanidad. Su forma circular y su estructura con-
céntrica reflejan la forma del universo por fuera y el sentido de perfección por den-
tro. La concentración en su forma y contenido es una ayuda a la interiorización y
la meditación, en el sendero para recomponer la unidad original. Por eso se dice
que son tanto un símbolo universal como un símbolo del universo.
Su uso, tanto si es sagrado, en rituales, como si es una herramienta para el mun-
do profano en psicología, responde a algo más trascendente: el plan esencial de
todo el universo, que equilibra las fuerzas centrifugas y centrípetas, que combina
principio y fin. Es el símbolo definitivo de la totalidad; su centro es unidad, equi-
distante de todos los puntos de la curva externa del círculo.
Al captar toda la trascendencia de este símbolo, la persona —cualquiera que sea
su cultura— experimenta la sensación de liberación que proviene de la realización
de la unidad de todos los fenómenos y experiencias. Como afirma Giuseppe Tuc-
ci, un gran estudioso de los mandalas: «Asi, el mandala ya no es un cosmograma, sino
un psicocosmograma, el esquema de la desintegración desde el Uno hasta el Muchos y
de la reintegración desde el Muchos hasta el Uno, hasta esa Concienda Absoluta, en-
tera y luminosa...»

CARTOGRAFÍA CÓSMICA

Como vemos en bastantes imágenes a lo largo de este libro, la representación del


universo como una serie de anillos concéntricos es un elemento común a muchas
culturas, dándose una y otra vez en el arte y los rituales. Así, el mandala puede ver-
se como una evocación de! universo, de galaxias que se mueven en torno a un cen-
tro, de planetas que giran alrededor del Sol.
Al mismo tiempo, es un modelo del viaje que el alma emprende desde la peri-
feria al centro de todo entendimiento. Es un viaje común a los iniciados en ritua-
les o cultos tántricos, a los aborígenes de Australia, a personas que siguen algún tipo
de terapia en psicología e incluso a determinadas personas que buscan la totalidad
en un mundo fragmentado.
La imagen del cosmos como un punto quieto alrededor del cual giran varios gra-
dos de creación se puede aplicar a otros contextos.
En la cultura tibetana, por ejemplo, puede convertirse en algo extremada e in-
finitamente complejo, ya que el centro está ocupado por una potente imagen reli-
giosa: Buda, un templo u otro elemento sagrado, con otros santos e iconos en los
puntos cardinales.
El centro del mandala hindú y budista es un
principio divino (derata) que une objeto y sujeto
alrededor del centro, un centro que puede ser cós-
mico, pero que igualmente puede ser el del cuer-
po humano.
En el Tantra, los yantras son una especie de cos-
mograma, una forma de organizar el conocimien-
to que se tenía del Universo. Suelen centrarse en
un único punto, en este caso en el mítico monte
Meru, a cuyo alrededor está la Tierra, con círculos
concéntricos que representan campos cósmicos,
esferas y zonas atmosféricas dentro de la esfera
que separa el mundo visible del invisible.
El monte Meru —el Centro— puede identifi-
carse también con el punto central del cuerpo hu-
mano; de este modo, la persona llega a ser una con
el Universo, que irradia luz como un círculo plano
desde su tubo vertebrador, el Sushumna.

LA ENTRADA AL PALACIO DEL REY

La potencia de los círculos concéntricos agrupa-


dos alrededor de un punto central, expresión más
intensa de lo divino, domina todas las culturas y
religiones.
Entre las tribus huicholes de California y Mé-
xico, una visión semejante de los circuios, el nieri-
ka, es una oración votiva, un reflejo de la faz del
dios y un medio de llevar a cabo la experiencia
más concentrada de lo sagrado, simbolizada por el
punto central.
El mandala se convierte pues en un diagrama místico compacto que concentra
energía espiritual en el camino hacia los dioses. Es un icono de experiencia religio-
sa y, a la vez, una manifestación visible de divinidad. Es el lugar en donde residen
las grandes y pequeñas deidades.
En los mandalas budistas, suele aparecer un Buda revestido como Rey Univer-
sal; en cambio, entre los cultos tántricos, la deidad puede representarse por un di-
bujo lineal, el yantra, más cercano al hinduísmo y que ya hemos visto anteriormen-
te. En mandalas dedicados a deidades concretas, el dios reside en el centro, también
conocido como el «palacio». Se dice que esta forma la
inspiró originalmente el zigurat mesopotámico, que en
sí mismo era un cosmograma del universo.
Según sea la práctica de meditación, las ceremonias
y ritos hindúes para invocar una esencia divina impli-
can la colocación de un receptáculo redondo en el cen-
tro del mandala o yantra. Se llena de varias sustancias y
es el receptáculo en el que la deidad se alojará primero
antes de llegar a quien invoca.
De todas formas, el camino es largo; una vez que se
logra atravesar la primera puerta del Palacio del Rey,
aparece ante el practicante la visión de una nueva y am-
plia panorámica; el Reino- Puede leerse una brevísima
pincelada sobre el reino trascendente más adelante, en
el despertar de la energía kundalini.

BINDU

El punto de vista tántrico encuentra el punto de mayor


concentración del universo y la meta definitiva del in-
dividuo en el bindu. El bindu es el centro del círculo, el
punto irreducible desde el que todo se mueve y al que
todo se dirige; es una de las dos claves para acceder al
mandala; la otra son las polaridades.
El bindu no tiene ni principio ni fin, no es positivo
ni negativo; encarna la totalidad psíquica y espiritual.
También sugiere las ondas vibratorias del centro; cuan-
to más está la forma en el flujo, más llega a ser un todo.
«Más allá de los elementos está el bindu. Corno centro,
el punto controla todo lo que se proyecta a partir de él;
tal centro se llama mahabindu o Gran Punto y significa
el punto de partida en el despliegue del espacio interno,
así como el último punto de su integración definitiva».

BUDAS

La correspondencia entre el macrocosmos y el micro-


cosmos en los mandalas del budismo tántrico se expre-
sa a menudo con representaciones figurativas. Al igual
que la visión hindú del universo, el budismo veía tanto
los fenómenos externos corno la experiencia interna de
manera quíntuple: cinco elementos, cinco colores, cin-
co objetos de los sentidos, los cinco sentidos mismos.
Una tendencia budista nos habla de la Vajrasattva,
la conciencia suprema original, dividida en cinco bu-
das: Vairocana, «Brillante», Absobhya, «Inquebranta-
ble», Ratnasambhava, «Matriz de la Joya», Amitabha,
«Luz Infinita» y Amoghasiddhi, «Realización Indefecti-
ble». Cada uno se asocia con un determinado color, un
tipo de personalidad y una pasión o un defecto huma-
no.

TRÁNSITOS

Existe toda una serie de mandalas que representan divinidades del otro mundo y
están destinados, en consecuencia, a instruir al fiel en las maneras de morir y ayu-
darlo a prepararse por su cuenta. Según el Libro tibetano de los muertos, el recién fa-
llecido pasa por un periodo preliminar de examen durante el cual debe enfrentar-
se a las «Luces de los Seis Lugares de renacimiento», que finalmente determinarán
su destino. Durante este periodo, el muerto afronta en primer lugar los Budas be-
nignos durante siete días, y luego los iracundos.
Al iniciado se le invita a reflexionar sobre el juicio del decimocuarto día: «Ahora
estás ante Yama, Rey de los Muertos. En vano tratarás de mentir y de negar u ocultar las
acciones malvadas que has cometido. El Juez sostiene ante ti el espejo brillante de Kar-
ma, donde se reflejan todos tus actos. Sin embargo, nuevamente has de tratar con imáge-
nes oníricas, que tú mismo has hecho y que proyectas al exterior sin reconocerlas como tu
propia obra. El espejo en el que Yama parece leer tu pasado es tu propia memoria, y tam-
bién su juicio es el tuyo propio. Eres tú mismo el que pronuncia tu propia sentencia, que,
a su vez, determina tu próximo renacimiento» (Libro tibetano de los muertos).
En el Tantra y en otras prácticas, como el Zen, se reflexiona sobre la provisiona-
lidad de esta vida representando formas efímeras, sobre arena o barro, por ejem-
plo. En parte, todo el complejo ceremonial y la laboriosísima realización de un gran
mandala con arena de colores para su posterior destrucción al cabo de pocas horas
explica con elocuencia este mensaje.
En resumen, todo fenómeno o diagrama que suscite las oportunas formas de
meditación puede resultar útil sí contribuye a lograr la totalidad en el centro de
cada persona. Incluso en el tantra, los procesos creativos del culto pueden concen-
trarse a veces en formas diagramadas inicialmente concebidas con otro fin. Pero
tanto si son permanentes o fugaces —para ser destruidas después de su uso inme-
diato como iconos de meditación—, se considera que un diagrama de poder que
se usa por un largo periodo de tiempo acumula una potencia y trascendencia es-
peciales por sí mismo.

DE LA OSCURIDAD A LA LUZ

Como venimos diciendo, el mandala es un apoyo externo para meditar; ayuda a


provocar los sentimientos y visiones por los que puede llegarse a una sensación de
unidad dentro de uno mismo y con el universo por fuera. Este impulso hacia una
sensación de fusión con la totalidad de la naturaleza puede guiarlo favorablemen-
te la disposición en forma sólida de rayos, flores, círculos, cuadrados —y, según
cómo, las representaciones de dioses y diosas—. Así, el impulso original para en-
contrar un apoyo a los sentimientos espirituales más profundos puede llegar a ser
por sí mismo un medio de conducir a la persona total hacia el descubrimiento de
su realidad secreta e iluminación verdadera.
Buda, hijo de un príncipe vecino del Nepal, fundador mientras vivía de una or-
den, se convirtió, después de su muerte, en el dios de una práctica religiosa. Más
allá de doctrinas, aportó un método basado en una verdad inexcusable, el Dharma,
que parte de la evidencia del mal y del dolor. «Sólo enseño una cosa —decía— el
origen y el fin del dolor». Combate el dolor en su causa; la acción, que nace del de-
seo, que depende a su vez de la ignorancia. Los mandalas ayudan a descubrirlo.
MANDALAS PARA MEDITACIÓN

Leer el mandala suele ser una progresión, un pro-


ceso por etapas para iluminar zonas de la concien-
cia que corresponden a partes del diagrama del
mundo. Paso a paso, el neófito se va moviendo a
partir del círculo externo de su ser hasta estados
interiores sucesivos, ayudado por el movimiento
desde el perímetro del mandala hasta sectores
más cercanos al punto central.
No obstante, si bien la experiencia producida
puede variar de mandala a mandala o de yantra a
yantra, el punto central de catarsis no puede re-
presentarse de manera diferente a lo que es. El es-
tudiante medita sobre una serie de mandalas y se
va percatando de las verdades expresadas por mo-
delos distintos, siempre moviéndose hacia un
cumplimiento espiritual del centro.

EL YOGUI Y SUS SÍMBOLOS

El iniciado dispone de un conjunto verdaderamente amplio de ayudas que lo con-


ducirán a la comprensión total del cosmos, desde mandalas o yantras de compleji-
dad diversa hasta pentágonos, esvásticas tradicionales y diagramas caligráficos.
Una vez que el neófito ha alcanzado la catarsis, unido a todo tipo de representa-
ción cósmica que esté utilizando, tiene acceso al conocimiento total, aunque sólo
sea por un momento.
Más allá y por encima del plano terrestre está el Vajradhara, el Absoluto, en
cuyo punto el mandala puede transferirse al propio cuerpo del místico. El futuro
yogui avanza en su camino. Tanto el budismo como el hinduísmo hacen gran hin-
capié en la unidad persona-cosmos, en el aspecto de autorrealización cuando el
mandala o yantra del mundo exterior conduce al mandala del individuo. Los sím-
bolos del mandala original están dispuestos ahora de manera similar dentro del
cuerpo.
Lo ideal seria que el nuevo centro del mandala fuera la brahmarandhra, la «ca-
vidad de Brahma» (que está encima de la cabeza), la terminación del canal medio
que recorre la columna vertebral. Esta estructura de la columna es el equivalen-
te de la montaña central del universo en torno a la cual están dispuestos los dis-
tintos planos celestes, equivalentes de los distintos centros o «chacras» del cuer-
po humano.

CHACRAS Y CUERPO SUTIL

Según las enseñanzas budistas, somos «esencia de Buda»; para los hindúes, nos di-
rigimos directamente a Shiva, la «Conciencia Suprema». La fuerza que se mueve
a través de nosotros, el principio del despertar, se ve como un punto luminoso que
asciende, pasando por cinco etapas, desde el perineo a la brahmarandhra. Esta luz
es equivalente a la Luz del Mundo, el origen imperecedero de todas las cosas. Se
mueve en el centro del individuo, al igual que el centro del mandala externo sim-
boliza el primer principio del cosmos.
El objetivo del kundalini yoga es la fusión de cada persona con el universo, el
despertar de todo el cuerpo como reflejo del mundo del tiempo y el espacio. Esta
disciplina de meditación se concentra en el despertar de la energía kundalini en-
roscada en nuestro interior, la poderosa energía femenina que debe despertarse
para unirse finalmente con Shiva, la Conciencia Pura de todo el cosmos.
Cuando la kundalini está despierta, avanza como una serpiente por los siete
chacras, los centros de conciencia del cuerpo que pueden funcionar como manda-
la-yantras internos hasta que alcanza el séptimo, el chacra Sahasrara, la sede del
Absoluto.
A medida que la fuerza de la energía Kundalini asciende por los siete chacras
del cuerpo sutil, el fiel puede meditar sobre cada uno de los centros de poder, solo
o con ayuda de un mandala o yantra. El sexto chacra, que se aloja entre las cejas,
se conoce como Ajña; su elemento asociado es la propia mente, representada
como un circulo con dos pétalos y un triángulo invertido. De especial importan-
cia es su mantra iniciador, la vibración primigenia OM, el más poderoso de todos
los sonidos.
Ni que decir tiene que, en las iconografías hindú y tántrica, la representación
gráfica de esos centros o puntos de energía sutil llamados chacras no es otra cosa
que mandalas muy visuales por derecho propio; desde esos centros o círculos de
energía del cuerpo sutil se extiende una compleja y delicada red de canales y cen-
tros de energía.

MEDITACIÓN Y MANTRAS

A la vez que medita sobre el mandala, la persona practicante entona un sonido


mántrico, silabas basadas en vibraciones sonoras que son análogas a las etapas de
conocimiento del cosmos y al despertar de los chacras del cuerpo sutil. Como he-
mos recordado, el más potente de todos los mantras es el sonido OM, representa-
ción universal del conocimiento. Con dos silabas más, AH y HUM, asociadas res-
pectivamente con la garganta y el corazón, forma las tres Semillas
Diamantinas, que introducen la esencia divina en el cuerpo. Esta
transferencia se realiza colocando la mano en la parte adecuada
del cuerpo al entonar la sílaba.
Pero bueno, ¿por qué meditar?, ¿por qué entonar esos cánticos
de países tan remotos? Hemos elegido, a modo de respuesta, unos
escritos de un filósofo de Baviera sobre la magia. Karl von Eckarts-
hausen (Alemania, 1754-1803), escribió, en su libro «De las fuer-
zas mágicas de la Naturaleza»: "La Magia es una Fuerza de Atrac-
ción, una Obra interior en la que se pone en juego lo Natural y lo
Sobrenatural, una Fuerza que tiene su efecto en el interior de los
seres y que se exterioriza tanto en los Espíritus corno en los Cuer-
pos. (...) La magia se encuentra en la capacidad de unir Fuerzas se-
paradas, y en la de separar Fuerzas unidas».
LOS INDIOS DE NORTEAMÉRICA

El desarrollo espiritual de los indios americanos se pone de manifiesto en una ac-


titud de estrecha relación y respeto por la naturaleza y en su forma estricta de se-
guir muchos ritos y símbolos de origen sobrenatural, alguno de gran compleji-
dad. A través de tales ritos llegan a comprender, conocer y buscar esos valores
reflejados en el gran espejo de la naturaleza. Y algo de todo ello se puede obser-
var en su hogar, el tipi —circular, por supuesto— en el Inipi, su rito de purifica-
ción de «la cabaña de sudar» o en sus pinturas sobre la arena.
En los ritos de los indios intervienen
tierra, aire, fuego y agua; cada ele-
mento contribuye ala purificación fí-
sica y espiritual. Cada rincón posee
un simbolismo propio y en relación al
Gran Espíritu. Los indios tradiciona-
les de Norteamérica poseen una per-
cepción sofisticada de la realidad.
«MANDALAS» OCCIDENTALES

El círculo como imagen del pensamiento y sentimiento espirituales concentrados


está omnipresente en la mística del cristianismo. Aparece en forma de rosetones y
laberintos, y es una manera de conectar los puntos de la cruz, el símbolo básico. La
propia cruz está fuertemente asociada con la idea de encrucijada en la que se con-
centra energía esencial.
Es también el Árbol de la Vida, con sus connotaciones de decadencia, muerte y
renacimiento (y todos los procesos y tránsitos correspondientes: fermentación-
aprendizaje / floración-expresión...). También la «Opus» de los alquimistas.
La experiencia de la unidad
esencial del cosmos y, por tanto, de
lo divino, es un concepto compar-
tido por místicos de todas las gran-
des religiones del mundo.
Sin embargo, en los rituales de
Occidente esa experiencia ha te-
nido un papel menor, seguramen-
te por el papel de interposición de
la Iglesia entre la persona y la ex-
periencia directa de la ilumina-
ción. Aún asi, se pueden encontrar
símbolos y arquetipos similares o
equivalentes a los mandalas entre
los cabalistas, los alquimistas y los
practicantes de la tradición her-
mética. A menudo esos gráficos
muestran una voluntad de ir en
pos de la Perfección, la Infinitud o
lo Absoluto. O, como en Oriente:
la Realidad última.
mandalas
del Cercano Oriente

LOS VOLADORES SUFÍES

En todas las épocas han aparecido personas que


buscaban una mayor presencia o afirmación del es-
píritu, huyendo de las frivolidades de la vida coti-
diana convencional. En Oriente Próximo, la vía de
los ascetas y las personas con una actitud de espe-
cial sensibilidad espiritual constituye una corrien-
te conocida en el mundo islámico como sufismo.
La búsqueda mística de los sufíes determinó, dado su carácter libre y el ascen-
diente de grandes maestros, la aparición de un número considerable de congrega-
ciones y pequeños grupos practicantes. Se cuentan hasta 124, de entre ellas seis de
importantes y una muy popular en Occidente, la «Mawlawiyya» o Mevleva, una
orden fundada por Jalal alDin Rumi, muy conocida en Occidente por el semá que
bailan los «derviches giróvagos», que favorece una especie de comunión mística
con lo divino a partir de un tipo de danza especial circular a través del propio eje,
que participa simultáneamente de una forma superior de danza, en sintonía con el
Universo.
Rumi fue un místico persa del siglo XIII, uno de los grandes clásicos del sufismo
y su mayor poeta. Nació en el Turquestán afgano y murió en Turquía, en donde ha-
bía fundado la orden derviche. Rumi fue contemporáneo del maestro Eckhart, y en
cierta forma expresó ideas que no difieren de las
del místico católico germano, aunque lo hizo de un
modo mucho más audaz y menos trabado por el
tradicionalismo. Por ejemplo, cuando manifiesta
que el ser humano debe trascender la unión con lo
divino mediante el logro de la unión con la vida
misma.
Según el sufismo, quienes permanecen atentos
y enamorados no tienen descanso. Su exaltación
les da energía para una mayor contemplación y les
prepara para el encuentro con el verdadero ser. Así
ocurrió con Rumi: «La razón es la cadena de los via-
jeros y amantes; rompe la cadena, en adelante el ca-
mino es claro y obvio, hijo mío».
Corno camino espiritual, el sufismo —sufí sig-
nifica «puro»— puede ser considerado como la
esencia de la tradición islámica, en su vertiente
más esotérica o interior. Su sentido último es la ob-
tención de la Gran Paz: la presencia divina en el
centro del Ser. Cosa que se encuentra siempre
«más allá del espejo y más allá del dualismo del que
no podemos escapar sobre la tierra».
Los maestros sufíes ponen de manifiesto, en un
tiempo y en un lugar determinados, una manera de
expresar lo que se conoce como «verdad univer-
sal» a través de los senderos que aproximan al «co-
nocimiento puro».
En su arte, y en el arte islámico tradicional, apa-
recen impresionantes muestras de «embriaguez
de lo divino». Parece que cada cenefa, fuga geomé-
trica o derroche decorativo nos inviten a viajar di-
rectamente del centro al infinito y viceversa.
El eneagrama
como mandala de la personalidad

El término «eneagrama» deriva del griego ennea [nueve] y grammos (modelos). Se


refiere a la estrella de nueve puntas, que puede utilizarse para cartografiar la per-
sonalidad.
Este mandala formado por una circunferencia con nueve puntos de referencia
tiene su origen en el misticismo sufí, que lo empleaba para analizar tanto la con-
ciencia humana como los procesos cosmológicos. Este sutil instrumento que inte-
gra la psicología y la espiritualidad fue popularizado en Occidente por Georges
Ivanovitch Gurdjieff y su discípulo Piotr D. Ouspensky, a partir, como decimos, de
antiguas enseñanzas de los maestros sufíes: se considera que nació en zonas del ac-
tualAfganistán.
El eneagrama nos permite descubrir nuestros puntos fuertes y débiles para lle-
var a cabo un trabajo interior consistente. De manera similar al psicoanálisis, per-
mite al consultante conocer rasgos de su personalidad que suelen pasarle inadver-
tidos. En el eneagrama se distinguen nueve tipos de personalidad diferentes y su
relación, lo cual resulta muy útil para comprendernos. Permite descubrir la forma
de encarar los problemas y de entender mejor a los demás tanto si son compañe-
ros de trabajo, pareja o amigos. También ayuda a valorar la predisposición de cada
uno en determinadas cualidades humanas, como la empatia, el amor o aspectos
más elevados de conciencia.
El eneagrama parte de la existencia de tres centros de energía diferenciados:
cabeza, corazón y entrañas.
Cada individuo se rige por una energía determinada. Las personalidades —o
eneotipos— del tipo 1, 8 y 9 tienen energía de las entrañas. Las del tipo 7, 6 y 5, la
de la cabeza. Las del 4, 3 y 2, la del corazón.
Asimismo, además de poseer una energía propia, cada individuo recibe la in-
fluencia de las denominadas «alas» del eneagrama: nuestra personalidad colindan-
te. Por ejemplo, una persona puede poseer los rasgos de la personalidad 9, pero te-
ner características y energía de otras áreas.

LOS NUEVE ENEOTIPOS

• 1. El perfeccionista. Incluye a las personas de carácter tranquilo cuyo principal


temor es perder la compostura. Su punto débil es la excesiva autoexigencia,
• 2. El que da. Se trata de personas cariñosas, atentas y generosas. Su punto débil
es que se preocupan demasiado por las necesidades básicas.
• 3. El ejecutor. Engloba a los individuos orientados al éxito por encima de todo.
Su principal defecto es que les cuesta admitir sus errores.
• 4. El romántico. En este grupo entran aquellos que se sienten incomprendidos.
Su punto débil es la envidia y el complejo de inferioridad. Creen que todo el
mundo lo hace mejor que ellos.
• 5. El observador. Comprende a las personas introvertidas e intelectuales. Su
punto débil es que les cuesta comunicarse, aunque a menudo tienen cosas inte-
resantes que decir.
• 6. El que duda. Pertenecen a esta categoría las personas de naturaleza temero-
sa que buscan refugio en el seno de un grupo.
• 7. El epicúreo. Las personas de este tipo suelen ser positivas y aparentemente
idealistas. Entre sus virtudes está el que son capaces de encontrar el lado bue-
no de las cosas.
• 8. El jefe. Son las personas justicieras que siempre defienden lo que piensan. Su
punto fuerte es la valentía.
• 9. El meditador. Agrupa a las personas pasivas que evitan enfrentarse al mundo
y rehuyen cualquier tipo de conflicto. Su defecto es la pereza.
MANDALAS EN LA PANTALLA

La naturaleza de las imágenes realizadas por ordenador convierte la recreación


electrónica del mandala en algo especial. Por una parte se pueden transmitir fácil-
mente a todo el mundo esos mensajes simbólicos sobre el yo y el cosmos. Por otra
parte, aunque es cierto que pueden colorearse con gran rapidez y vivos colores vir-
tuales, la inmediatez del resultado perturba el camino, por lo general más lento y
complejo. De todas formas no debe desdeñarse, ya que si cada persona que colo-
rea un mandala siente el impulso de profundizar más y más en las técnicas de con-
centración, de relajación y, sobre todo, de meditación, el resultado puede ser es-
pléndido.
MANDALAS Y PSICOLOGÍA
La flor dorada

Como medio de curación interna y autoorientación, la forma man-


dala ha pasado de Oriente a Occidente. Jung dijo que era uno de
los símbolos arquetípicos que surgen del inconsciente colectivo;
como representación de la necesidad de totalidad, de perfección,
que experimenta la persona, podría usarse como instrumento te-
rapéutico en la reintegración de personalidades desestructuradas.
Los símbolos y las visiones individuales podrían adaptarse dentro
de la forma para concentrar la meditación provechosa, conducien-
do a una conciencia adecuada del yo en relación con el mundo que
carece de ella.
Hoy en día existen un buen número de artistas, sobre todo en
Norteamérica, dedicados a pintar mandalas, tanto tradicionales
como de nueva creación. Y además algunos psicólogos han desa-
rrollado allí una terapia con mandalas que consiste en darle al
paciente o estudioso una hoja en blanco con una circunferencia
impresa para que dibuje allí lo que sienta en un momento deter-
minado. Luego se interpreta y se estudia la evolución personal
durante el proceso.
La utilización del arte como recurso terapéutico sí es en gene-
ral útil, contando con la habilidad, experiencia y cualidades de la
persona que dirija el proceso. Pero es conveniente distinguir entre
lo que podamos garabatear, con más o menos fortuna, dentro de
una circunferencia, del hecho de colorear a mano, o incluso redi-
bujar, los mandalas tradicionales. Del mismo modo, la valoración
de la obra gráfica de cada uno de esos artistas no puede ser homo-
génea dado que se trata de resultados, efectos e incluso objetivos
bastante dispares. En todo caso, si que está bien demostrado el po-
der regenerador, equilibrador y relajante de pintar o colorear man-
dalas tradicionales.
UN LARGO VIAJE

Repetiremos la pregunta inicial: «¿Por qué pintar mandalas?» ¿Por qué los mandalas
poseen ese misterioso poder para captar nuestra atención? Seguramente tiene
que ver por su proximidad con ciertas estructuras íntimas de los seres humanos: se
trate de la Rueda, y hasta de la Espiral, que encadenan encarnaciones en nuestro
transitar por este planeta y enmarcan nuestras vidas, o bien de la Esfera que brilla
en las pupilas, o del anhelo de recuperar el Centro, de regresar a casa, lo cierto es
que encontramos «mandalas» en casi todas las culturas, como veremos.
En este libro hemos podido ampliar la información facilitada a Shia G. para el
volumen primero de mandalas del Mundo de forma rnás exhaustiva y no menos
sorprendente para nosotros mismos, a medida que avanzábamos en ese pequeño
gran viaje de aprendizaje, descubrimiento y autodescubrirniento personal. Tanto
es así que en estos momentos estamos ya completando
una próxima entrega de bellísimos mandalas recogidos de
todas partes del mundo. Nos sentimos pues profunda-
mente agradecidos y encantados ante los hallazgos de es-
tos últimos cuatro años; casi cada día nos han ido asom-
brando las coincidencias que aparecían en «mandalas»
procedentes de lugares geográficamente muy alejados en-
tre sí. Y, aunque no todo lo encerrado en un círculo sea un
mandala —en el sentido de que posea su propio poder de
transformación personal— según sea la práctica indivi-
dual los resultados son realmente sorprendentes.
Como decimos, sólo en los últimos veinte meses, cuan-
do nos planteamos el inicio de la ordenación del material
para dar forma a este libro, hemos podido recorrer bastan-
tes kilómetros (Egipto, Francia, Grecia, Guatemala, India,
Inglaterra, Irlanda, Italia, México, Turquía...) Y en todas
partes certificábamos la sugerente presencia del «circulo que habla», y que a la vez
suele plantear sus interrogantes, en forma de pregunta abierta. Y su poder incues-
tionable para codificar fenómenos vitales.
Sea como arte popular o suntuario, tradicional, profano o sagrado, esos diagra-
mas mágicos suponen una mirada que unos artistas casi siempre anónimos nos sue-
len proponer —por lo general con la ayuda de símbolos muy sencillos, pero de gran
fuerza— para influir favorablemente de piel adentro.
Tomemos por ejemplo el símbolo sagrado taoísta. Quien no recuerde ahora
mismo el símbolo del yin y del yang puede observarlo en la página 58: ¿un mandala,
tal vez una alegoría sobre la plenitud sexual, o ambas cosas?
Y en todo caso recordemos de nuevo que los mandalas son también un mapa.
Un mapa que ayuda a encontrar el Camino del Tesoro al buscador espiritual. El
mapa que susurra cuestiones secretas o esotéricas, la vía hacia una Alquimia de
auto transformación personal. El desafio, como siempre, recae en nosotros mis-
mos, al adentrarnos en ese misterioso Laberinto, al cruzar la entrada a lo divino,
la puerta al Palacio Cerrado del Rey.
Nuestra es, pues, la tarea de desci-
frar y atravesar los caminos inextri-
cables, los azares y misterios del pe-
riplo vital. El paso, desde cualquier
punto de la circunferencia, al centro
primordial, al principio, a través de la
práctica (¿los radios de la circunfe-
rencia?).
Como dicen los sufíes: «Romper
el cascarón para llegar al fruto».
Comprender la sonrisa divina. Re-
gresar a casa. Llegar al Centro.

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