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La sombra del relámpago

1
G. Cebrián y E. Zapiola

© STALKER, 2000.
info@editorialstalker.com.ar

www.editorialstalker.com.ar
Ilustración de tapa: “Autorretrato con máscara”,
Toto Montaldo.

Fotografía: Mario Ruiz.

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La sombra del relámpago

GABRIEL CEBRIÁN – EDUARDO ZAPIOLA

LA SOMBRA

DEL

RELÁMPAGO

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G. Cebrián y E. Zapiola

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La sombra del relámpago

“Mucho antes de Valéry, la in-


tuición aceptaba que toda obra
escrita, ni hablar publicada,
significaba la muerte de su in-
tención, de la visión conceptual
que la había originado.”

George Steiner

A John Lennon

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G. Cebrián y E. Zapiola

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La sombra del relámpago

Dossier:

Making off

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G. Cebrián y E. Zapiola

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La sombra del relámpago

Recuerdo que una vez fui poeta. Quizá no es-


cribía muy bien, pero vivía como tal. Quiero decir,
nada de desmanes ni de grandilocuencias, que sólo
tienden a apuntalar obras insuficientes por sí mis-
mas. En cambio, era mirar el agua y licuarme, mirar
el fuego y arder, mirar la tierra y sentir mis raíces
móviles acariciándola con cada paso, beber el aire e
intoxicarme de altura. Sabía entonces que la vía
láctea cabía en mi mano y quizás por ello podía yo
escupir ideas cuyo significado era asequible única-
mente en sueños, allí donde las frases más inocentes
suelen cobrar resonancias apocalípticas y donde las
más crueles expresiones a menudo nos acarician el
alma. ¿Es que acaso no resulta evidente el desme-
dro de la semántica que en favor de la sensación
pura opera en los sueños?
El lenguaje poético inevitablemente descansa
en pautas oníricas. El resto, es sólo autorreflexión
tautológica del concepto, que es lo que estoy ha-
ciendo ahora y lo que vengo haciendo desde que
dejé de poetizar. No fue una decisión fácil, ni si-
quiera estuvo en el campo de mi discrecionalidad.
Simplemente sentí que mis versos se volvían más y
más teoréticos, a tal punto que bastardeaban lo que
debía ser su esencia. Así que una vez más quemé las
naves y proseguí en pos de nuevos rumbos, tentando
esta vez historias cuasi ficticias en las que podía
explayar mis inquietudes filosóficas y descriptivas
sin lesionar los sacrosantos estadios supraterrenos
que corresponden a LA POESÍA.

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G. Cebrián y E. Zapiola

-LA POESÍA es algo grande, Gabriel, dejáte de jo-


der –me decía cierta noche Renato desde atrás de su
vaso de fernet con coca en el living de mi casa. –LA
POESIA, vos mismo me lo dijiste, es Rilke, es Eliot,
qué sé yo, no es una cosa así nomás. Vos seguí con
los cuentos, que andás bien.
-¿Te parece, loco? ¿Y qué carajo hago con las poe-
sías ésas que vengo escribiendo desde que era chico?
¿Las tiro a la mierda?
-Y, no sé, boludo, qué querés que te diga. Capaz que
si agarrás chapa con los cuentos después en una de
esas las podés vender, viste que la gilada compra
cualquier cosa, una vez que conseguiste tener marca
registrada. Pero no te vayas a pensar que porque
vendés son POESÍA, eh.
-Tá bien, tá bien, pero se me hace que sos un poco
duro, che, hay algunas que no son tan malas, –ar-
gumenté, mientras hojeaba nerviosamente un volu-
men de mis “Eufonías Rioplatenses” en busca de al-
gún poema que me permitiese reverdecer un poco
aunque sea mis mustios laureles. Me planté en “An-
fisbena” y me pareció que había encontrado un ale-
gato –artero y falaz, aunque alegato al fin- para con-
traatacar y recuperar un poco de autoestima.
-Ves, ésta me gusta. ¿La leíste?
-Sí, creo que sí –me contesto, acusando desinterés y
cierto fastidio.
-Sabés, lo que es una anfisbena, ¿no?
-No, la verdad que no.

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La sombra del relámpago

-¿¡Entonces cómo carajo hiciste para evaluar la


poesía, la reputa que te parió!?
-Bueno, pelotudo, no sé, la cuestión es lo que te de-
ja.
-Lo que te deja, la pindonga. ¿Qué carajo te va a de-
jar, así? Es como leer una carta en alemán sin saber
alemán, forro. ¿Querés que te documente un poco, y
la volvés a leer?
-No, Gabriel, dejame de hinchar las pelotas. Haceme
caso, seguí con los cuentos, dejáte de joder. Tomate
tu tiempo, madurá un poco, y vas a ver cómo más a-
delante vas a escribir POESÍA COMO DIOS
MANDA.
-No sé, loco, la verdad es que no me parecen tan
chingadas. Ya sé, Renato, no es Rilke, pero qué sé
yo, mejores que las de algunos cuantos giles...
-Ya sé, nabo, pero todo depende del punto que quie-
ras matar. Podés ser un POETA o el rey de los poe-
tas boludos, ¿no? Si te conformás con eso... mirá, yo
que vos todavía no las mostraría.
-Tarde.
-Pero la puta que te parió, viejo, no te puedo dejar
solo que hacés cagadas. ¿A quién se las mostraste?
-No sé, armé unos cuantos volúmenes y los repartí
por ahí.
-Y bue´, ya está. A lo hecho, pecho.
-Ahora te digo, ¿vos sabés que varias personas me
dijeron que les gustaban más mis poesías que mis
cuentos?

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G. Cebrián y E. Zapiola

-Seguro que son de la caterva ésa que la va de in-


telectual y que encuentra todo tipo de disparates in-
terlineados.
-Loco, sos un prejuicioso de mierda. Dame una o-
portunidad, o, aunque más no sea, leélas de nuevo
con el Larousse a mano.
-¡Andá a la puta que te parió, forro! ¡Lo único que
faltaba! ¡Porque no conocía una boludez de ésas que
andá a saber de dónde las sacaste te hacés el fino,
ahora! ¿Ves lo que te digo, chabón? La poesía no se
escribe con el diccionario en la mano.
-¿Y quién dijo que no?
-Cualquiera, boludo, cualquiera que le preguntes te
va a decir lo mismo.
-Bueno, me chupa un huevo. Yo escribo poesía con
diccionario enciclopédico, diccionario de filosofía,
diccionario de sinónimos y mirando televisión. Y
andá a la puta que te parió, vos también.
-Y bueno, loco, jodete. Todavía que me preocupo
por tu carrera... flaco favor te hiciste mostrando esos
“apuntes”.

FLACO FAVOR

Flaco favor
A resultas de un regreso tan pedestre y
compulsivo

Duermevelas manuscrito
Que tan sólo en éxtasis puede ubicar su
sombra

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La sombra del relámpago

La sombra de una mano y de una pluma


Que casi siempre se muerden
Entretejidas de dolor
Mientras sostienen las muñecas
Del odioso compañero de trapecio
Sin red
Ahogadas sus mientes en océanos parvularios

Aleladas
Por el murmullo de sus vientres
Tan sacudidos de gestas y de ingestas.

Pues bien,
Futuro ripio de generaciones altoparlantes:

Sumemos aire sobre aire


Aguas sobre aguas
Sangres sobre almas
¿No ven acaso que ascuas de sentido
Mueren irremediablemente
Junto a las últimas atrocidades
Mientras interpretan
El NO
Como bastardas marionetas de su propia
especie?

Llegó Chicho con un par de botellas de Gam-


ba di Pernice tinto y diciendo que tenía buenas nue-
vas, pero que iba a dejarlas para el momento del
brindis. Agarramos los vasos y nos fuimos para el
balcón. La noche era cálida y un aire fresco nos re-
cordaba la inminencia del invierno

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G. Cebrián y E. Zapiola

-Sabían que estuve en Cafayate, ¿no? –Preguntó Re-


nato.
-Sí, nos dijiste.
-Pero hete aquí, hermano, que tú te subes a Cafayate,
entre Cafayate y Tolombón... a las tres de la madru-
gada...
-¿Tolombón?
-Sí, un pueblito que está atrás de Cafayate. Huís, vis-
te. Ves las piedras y las palpitás, salís cagando a lo
primero que se te ocurre. Te agarra un terror... un
terror... que suele pasar, en esas circunstancias...
-Decís que el terror no salía de vos sino que estaba –
sondeó Chicho
-¡Entré en una zona de terror! Porque aparte estás
solo, y encima con esa desaprensión que te agarra en
esos lugares... y atiendan, que estando solo te desa-
fectás más rápido de lo humano.
-Sí, sí.
-Sí. Mirá, es así: tres y media salís...
‘Tres y meeedia... –Interrumpió Chicho, mientras
llevaba su índice a la frente .-Perá, perá que tengo
que grabar.
-Así te da justo el amanecer en la mitad del camino,
y ahí te pega todo, ya antes de estar arriba es como
que estás reloco, mirás las nubes allá abajo, estás
revolado y decís “Huy, loco ¿eso que fue?” Porque
los indios sí, vos ves indios, viste... las piedras... hay
un montón de valles que ves indios por el costado.
Pero después cuando empieza ¡CHHHH- CHHHH!
y vos decís “la puta madre qué será eso”... ¡un pá-

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La sombra del relámpago

jaro! Y después ¡PIÚ-PIÚ! Y te acordás de tu abuelo


que te contó que iban los duendes por ahí y vos decís
“no, no existen, esas cosas” y te vas aterrorizando,
viste, como en la infancia. Y después las piedras,
que bueno, pueden ser un indio como pueden ser un
puma, loco, y ahí con un puma no se juega.
-Y, seguro –concedí.
-Entonces tengo que anotar –dijo chicho: -entre Ca-
fayate y Tolombón, enero, tres y media de la ma-
drugada... desafectación humana.
-Algo así. No es México, pero casi. Y a ver vos, que
venís de chistín, ¿Por qué no descorchás el Gamba y
te dejás de misterios?
-¡Qué decadencia! –Exclamó Chicho, y entró a bus-
car el tirabuzón. Se le había roto el corcho. Entonces
Renato me dijo:
-Loco, no sé, aparte casi dejo los huesos, en To-
lombón.
-¿Y cómo fue, esta vez?
-Bueno, había una bandita de pendejos discutiendo
en una esquina. Uno decía que el arquero que atajó
para la selección en Kiev por allá por el '72 era Fi-
llol. Otro decía, con toda razón, que era el loco Ga-
tti. Cuando iba pasando, me miraron con una cu-
riosidad agresiva, viste, y yo les dije: “Era Gatti, bo-
ludo” y seguí como si nada.
-Gabriel, ¿dónde está el tirabuzón? –Preguntó Chi-
cho a los gritos.
-No sé, por ahí, hacete cargo –le contesté, y tras car-
tón inquirí a Renato:

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G. Cebrián y E. Zapiola

-Loco, ¿sabés algo de filología?


-¿De fillología...? No... –respondió, algo confuso.
-¡No, pelotudo! ¡De filología!
-¡HÁ HÁ HÁ HÁ HÁ HÁ! –Rió Renato.
-¡HÁ HÁ HÁ HÁ HÁ HÁ! –Rió Chicho desde el
living.
-Claro, boludo, -explicó Renato.- Le estoy hablando
de Fillol y me pregunta al toque si sé algo de filo-
logía. ¡Qué sé yo, me vas a volver loco!
-¡Pero mirá si será pelotudo! –Le dije a Chicho, que
volvía con el sacacorchos.
-¡HÁ HÁ HÁ HÁ HÁ HÁ! –Seguía Chicho.
-Sí, boludo, la filología es la ciencia que estudia las
lenguas, estructural e históricamente.
-Tomá –dijo Chicho.
-Por eso le pregunto, fiera. Está loco, pero sabe. Es
como trabajar con una computadora sobrecargada,
mientras no se te cuelga zafás.
-Andá a la concha de tu hermana –me espetó Re-
nato.
-¡HÁ HÁ HÁ HÁ HÁ HÁ! –Chicho otra vez.
-¡EEEH! ¡EEEH! –Exclamé, mientras daba un no
tan suave gancho de izquierda al hígado de Renato.-
¿No se le puede hacer un chiste? ¿Qué pasa que está
tan susceptible?
-Pará, pelotudddo, ¿qué hacés? ¿Y a qué viene eso
de la filología, che? –me preguntó, con cierta sorna.
-Nada, nada, che. Simplemente una pregunta.

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La sombra del relámpago

-¡Clop! –Hizo el corcho, y Chicho sirvió los vasos.


El de Renato tenía aún una buena dosis de fernet con
coca.
-¡Boludo, estás mamado! –grité.- ¡Le estás echando
vino al fernet!
-Y bueno, loco, si no me avisa... –se excusó Chicho.
-No, al boludo éste le digo.
-Pará un cachito, ¿quién se lo va a tomar, vos o yo?
-Qué, ¿te lo vas a tomar?
-Claro, qué te pensás.
-Loco, este chabón es como Woody Allen. Es capaz
de seguirlo mezclando y diciendo que le gusta de
orgulloso, nomás.
-Y, es leonino –acotó Chicho.
-Sí, mucha jodita, vos también, pero... ¿por qué era
que teníamos que brindar, al final? -Preguntó Re-
nato.
-Mirá que casualidad –respondió Chicho, tratando de
seguir con la marea de la incertidumbre a su favor.–
Precisamente tiene que ver con la astrología.
-Cagamos. Te compraste el libro de Lili Suyos –dijo
Renato.
-¡Eeeeh, pará un poquito, che. No todos los astrólo-
gos son tan patéticos. Algunos ni siquiera necesitan
hablar con acento europeo –aclaró Chicho.
-Nadanadanadanada, chabón. Son todas minas que la
van de pitonisas y lo único que hacen es preparar un
material endeble pero que seduce a la gilada.
-Hijo de puta, lo mismo dijiste de mis poesías.– Se-
ñalé.

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G. Cebrián y E. Zapiola

-No, no dije lo mismo. Aparte, tendrías que traves-


tirte, ¿no? No tenés pinta de mina, y menos de eu-
ropea.
-Seguí, seguí tomando la mezcla de mierda ésa y
calláte.
(Antes de entrar en el tema astrológico
propiamente dicho, me gustaría poner en conoci-
miento del amigo lector las circunstancias que
motivaron mi repentino interés por la filología.
Digo, ¿no?, para que después no me ande repro-
chando la profusión de informaciones irresueltas
con que suelo atosigarlo, a partir de mi estilo difícil-
mente extrapolable del tiempo real.
Unas noches atrás soñé que estaba sentado
en una vieja galería, oyendo a las ratas juguetear
en un cantero a pocos metros frente a mí, y vién-
dolas correr por encima de una medianera bastante
alta. No me producían miedo ni impresión alguna;
sólo unos pequeños mamíferos roedores. En cambio
sí experimentaba una aguda zozobra respecto de
una presencia nefasta que intuía en un baño a mis
espaldas. No sé cómo sabía que era un baño, mas
lo sabía. Tal vez fuera por el goteo que resonaba en
su interior, tan musical como inquietante. Preferí
concentrarme en las ratas, así que a poco pude per-
cibir su algarabía, su exaltada vitalidad despilfa-
rrándose en esos juegos propios de las apacibles
saciedades.
“¿Sabes por qué están tan vivaces las ratas? –Atro-
nó una voz desde el baño. Sus resonancias en la
oscura noche adquirieron un extraño delay grave y
distorsionado. Los pelos de mi nuca fluctuaron en
su frecuencia.

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La sombra del relámpago

“¿Quién es usted?” -pregunté entre alarmado e in-


cipientemente conciente de la condición onírica de
aquella experiencia. Entonces, un hombre calvo, de
unos cincuenta años, corpulento, con un parche
sobre su ojo derecho y una mirada terriblemente
potente en el otro, se dirigió hacia mí desde el baño
y se paró al lado de mi silla, mirando también hacia
el cantero de las ratas.
“Están verdaderamente excitadas, ¿verdad?” –me
dijo, haciendo caso omiso de mi pregunta. Era ob-
vio que estábamos en su terreno. “Están así– pro-
siguió- porque se alimentan de los últimos despojos
de una humanidad abyecta que finalmente consi-
guió autodestruirse”
“¡A la perinola! ¿Quiere decir que lo que estoy vien-
do es un futuro de ratas comiéndose los despojos
de nuestro género?”
“Estás por recibir nuestro primer mensaje”
Y en eso escuché un ruido al lado de mi
cama y me desperté recagado: la impresora se ha-
bía echado a andar, sola. Soy muy cuidadoso de mi
equipo, así que por más en pedo que esté, siempre,
absolutamente, me cercioro de apagarlo y cortar el
flujo de corriente. No obstante allí estaba ella, tra-
bajando muy ufana. Escupió un papel con la si-
guiente inscripción:

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G. Cebrián y E. Zapiola

“Estás por recibir nuestro primer mensaje”,


había anunciado el inquietante tuerto del sueño. Y
justo ahí no va que la máquina arranca y escupe
ese papel con una especie de inscripción arcaica
cuyos caracteres me eran desconocidos. ¿Qué era
todo aquello? ¿Acaso no había despertado, y se tra-
taba de un sueño de esos que van atravesando es-
tratos como capas de cebolla? En fin, se notaba que
había vuelto acá. La acidez estomacal confería enti-
dad al extraño mensaje, así que me levanté y, papel
en mano, me dirigí a la cocina a tomar un uvasal.
Arrojé el contenido del sobre, dejé eclosionar un par
de segundos la efervescencia –porque un día el Dr.
Dickinson me dijo que si seguía tomándolo en plena
ebullición me iba a reventar el esófago- y lo engullí.
Aguardé unos instantes y solté un soberano eructo.
Eso estuvo bien. Encendí el televisor y me acordé
con amargura que me habían cortado el cable. Puse
a mi inconciente a conversar con lo único que da-
ban –una estúpida película nacional- mientras con-
centraba mi atención en el papel.

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La sombra del relámpago

Qué joda. Parecía responder a un patrón,


había signos repetidos con una frecuencia que se
me antojaba plausible, aún a pesar de mi casi nulo
bagaje técnico en tales sentidos. Además, ¿en qué
idioma estaba escrito? ¿Tendría algo que ver con el
anuncio del tuerto en mi sueño? Preferí no ahondar
en esta última cuestión, ya que me iba a alarmar y
no iba a poder pegar un ojo. De repente, otro so-
bresalto: la puerta de planta baja, que queda en-
trecerrada nomás, fue abierta de golpe y ruidosa-
mente. “Habrá sido el viento”, me dije a mí mismo,
tratando de no entrar en pánico. Miré el reloj de
arriba de la heladera, deberían ser las cinco AM.
Unos pasos perfectamente rítmicos y pesados as-
cendían por la escalera. El otro departamento es-
taba desocupado, así que... bingo, otra vez. Los oí
subir hasta el descanso y luego parecieron de-
tenerse en la oscuridad frente a mi puerta. A esa
altura yo estaba tieso en la silla, aunque recuperé
parte de mi motricidad para encender un cigarrillo.
El mínimo ruido que hice me pareció un estruen-
do, tal el nivel de intimidación que observaba en mi
propia casa. Lamenté verdaderamente no tener un
revólver. Al parecer el tipo seguía ahí, aunque no se
oyó más nada. De pronto advertí que experimenta-
ba la misma sensación de angustia que en el sueño
me había producido la presencia del baño. Tuve la
certeza que era el tuerto quien estaba al otro lado
de mi puerta. Me fastidié. No podía ser tan pusi-
lánime como para comportarme como un conejo en
la trampa, y encima de local. Así que me levanté de
la silla, saqué cubitos del congelador –ruidosamen-
te-, los arrojé en un vaso y me serví un buen
whisky –ruidosamente también, qué joder-.

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G. Cebrián y E. Zapiola

Mientras bebía y fumaba, aguzaba el oído,


aunque no me atrevía a bajar el volumen del tele-
visor. Cuando terminé el vaso estaba lo suficien-
temente entonado como para enfrentar la situación.
Me acerqué a la puerta y dije “¿Quién es?”, mas no
obtuve respuesta. Como en el sueño. Encendí la luz
del descanso, abrí la mirilla con un nudo en las tri-
pas y miré: nadie. ¿Se habría apartado hacia la es-
calera, donde no alcanzaría a verlo? ¿O era mi
locura, lisa y llana? Me volví hacia la mesa, el papel
con la inscripción aún estaba allí.
Ya que no iba a dormir, me serví otra copa
y agarré el cuaderno y la birome. Antes de escribir
siquiera la primera línea, oí los leves correteos que
habitualmente ejecutan las ratas en el entretecho.
Como casi todos los días, bah. Solo que esta vez
esos sonidos como de desparramo de pequeños gui-
jarros tuvieron para mí resonancias tenebrosas.
“Parece que la cosa viene de fantasmas”, me dije, y
apuré el trago y la escritura.)

Ahora estaba todo bien, en esa apacible no-


che, tomando un buen tinto espumante, riendo de las
ocurrencias de Renato y esperando las buenas nue-
vas anunciadas por Chicho. El sueño apocalíptico y
las experiencias posteriores no tenían pertinencia;
hubiera estado tentado a creer que habían sido sólo
unos cuantos ensueños enfermizos, de no ser por a-
quel desconcertante mensaje que había guardado en
el cajón de mi escritorio. Aunque ésta no es la parte
en la que debo contarles acerca de estas cuestiones.
Estábamos en el balcón prestando atención a Chi-

22
La sombra del relámpago

cho, que decía haber conocido una astróloga muy


virtuosa que le había confeccionado una carta astral.
-Y parece que te fue bien, por lo visto –me adelanté.
-Y sí, –se entrometió Renato- para eso pagó.
-¿Ves que hablás al pedo? No pagué una mierda, bo-
ludo. Me la hizo gratarola, así que...
-Algo te habrá pedido, a cambio.
-No, te digo que no. Al contrario, me ofreció.
-Loco, debe ser un bagayo terrible.
Chicho me miró sonriente, meneando la ca-
beza como diciendo “no emboca una”.
-Si te digo que está buenísima no me vas a creer,
¿verdad? –Desafió a Renato.
-Y, tío, ponete en mi lugar. Tengo un prestigio, de-
trás de mí. El “aguilucho de Las Quintas” no puede
ser tomado para el churrete, a estas alturas.
-¡El aguilucho de Las Quintas! ¡Las cosas que hay
que oír!
-Bueno, “aguilucho”, te guste o no te guste, la astró-
loga está buenísima.
-Y dale, desembuchá -lo conminó Renato con cara
de estar buscando dónde estaba la tramoya. –Qué te
dijo?
-Primero, adivinó que yo escribía. Te juro, boludo,
yo no le dije nada.
-Ya sabría.
-Pará, chabón, te digo que no sabía. Te das cuenta,
¿o no? cuando te chamuyan. Decime una cosa, ¿me
creés tan ingenuo?

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G. Cebrián y E. Zapiola

-Mire, don Zapiola, si hay algo que usted no es, es


ingenuo.
-Doy fe que así es, don aguilucho –asentí.
-Bueno, entonces dénme un crédito, che. La mina
dijo que lo mejor de mi carrera literaria va a ocurrir
después de los cuarenta años.
-O sea, ahora –precisé.
-O sea, ahora repitió Chicho.
-Brindo por eso –me serví un buen vaso.- Aunque a-
hora que lo pienso, lo siento por vos.
-¿Por qué me decís eso?
-Bueno, porque se supone que la culminación de una
obra poética deja al creador navegando en los in-
mensos maremágnums de la incertidumbre.
-Yo no sé si serán inmensos maremágnums, pero
certidumbres, lo que se dice, nunca tuve muchas.
-Claro, tenés razón –terció Renato.- La poesía de
Chicho es la expresión de la incertidumbre, de la
maravilla inefable que entrevé el poeta, sea plácida o
convulsiva. –Se dirigió a mí: - El loco la exhibe, vos
pontificás.
-Nada que ver –lo corrigió Chicho.- Son estilos dis-
tintos, pero a mí me encanta la poesía de Gaby.
-No, si tiene razón Renato. Filosofía barata y zapatos
de goma, che. No me den bola. Supongo que estoy
tratando de socializar mi pesimismo. No estoy en mi
mejor momento, ¿saben?
-Bueno, pero capaz que vienen buenos vientos. No
te terminé de dar las novedades. La mina ésta, digo,
la astróloga, aparte de estar buenísima tiene mucha

24
La sombra del relámpago

guita. No sé muy bien qué mano tiene en el Con-


greso, pero la cuestión que tiene las dos cosas: filo e
influencias.
-Ufa, loco –protesté,- ese ambiente no me resulta
muy potable, ¿vos sabés?
-¿A mí me lo vas a decir? Yo personalmente lo de-
testo. Pero no se trata de meternos en ese ambiente.
La cosa es que la mina medio como que no sabe que
hacer con la guita...
-¿Cómo? –Interrumpió Renato.- ¿No era adivina?
¿Cómo es entonces que no sabe qué hacer con la
guita? Chamuyo, papá, ya te dije.
-Es una forma de decir, boludo. Sabe muy bien que
hacer con la guita. Y precisamente, a tenor de lo que
vio en mi carta astral, me ofreció financiarme la pro-
ducción de una revista.
-¡La Bitácora! –exclamé. Un viejo proyecto que nos
fracasó por cuanto nunca pudimos realizar más que
unos cuantos ejemplares blanco y negro (fotodupli-
cados).
-Exacto. La Bitácora. Pero esta vez con producción
y difusión en La Plata y Capital Federal.
-Bué, eso ya es algo –observó Renato y extendió su
brazo en un brindis. –Me parece que al final voy a
terminar creyendo en la bruja ésa.
-Más te vale –le aseguró Chicho. –Mirá, te voy a
contar lo mejor, que me lo tenía guardado para darte
changuí y que sigas haciéndote el escéptico.
-¿Escéptico? ¿Yo solamente planteo dudas; y dudas
más que razonables, ¿o no?

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G. Cebrián y E. Zapiola

-Sí, escéptico y misógino. Vos sabés que en la car-


peta tenía una foto del staff de la vieja Bitácora.
Bueno, se la mostré, ¿y adiviná con quién se engan-
chó, onda ‘que lo tengo que conocer porque es mi
hermano etérico’ y qué se yo cuánta otra gilada?
Renato perdió repentinamente su aplomo y
preguntó con aire trémulo:
-¿Conmigo?
-Exacto –dijo Chicho, con un brillo de malicia en
sus ojos verdes. – Tuve el honor de presentarte como
el Profesor Renato Troiszist.
-¡Vamos, el aguilucho de Las Quintas, carajo! –Gri-
té.- ¡Al fin mi perro cazó una mosca!
-Eh, bueno, pero estoy en desventaja. Ella vio una
foto mía, pero yo no vi ninguna suya. Vos me decís
que está bárbara porque te querés asegurar el billete,
pero no será una vieja gorda y bigotuda, ¿no?
-No, forro, no seas boludo. Dios le da pan al que no
tiene dientes... igual organizó una cena para mañana
con nosotros tres, en el centro. Así que vení y te
sacás la duda.
-Acá en La Plata, me imagino.
-No, en Capital, en el microcentro. ¿Qué pretendés,
que encima se venga hasta acá?
Así las cosas, arreglamos para la noche si-
guiente y se fueron. Yo me tomé un antiácido y me
dispuse a dormir.

26
La sombra del relámpago

(“¿Sos capaz de soñar? ¿Sos capaz de so-


ñar?” Francamente insidioso me puse a destripar
terrones de tierra a puras patadas, sujetando mi
conciencia de su evidente materialidad. El cielo rojo
del amanecer era contundente, no era solamente
un área que iba en degradé hacia colores fríos, era
todo rojo.
No muy lejos, sobre unas lomitas que me hi-
cieron acordar a San Luis, se veía una mesa de
jardín -cuya sombrilla parecía reflejar sangre del
cielo- con dos personas debajo. Conversaban ani-
madamente, distraídas por completo del entorno a-
pocalíptico que sugería el otrora azur, ahora onda
efecto invernadero. También bebían como al des-
cuido, con la naturalidad de esa burguesía que
nunca estalla de gozo al contacto de las mucosas
con el fino champagne. Sentí que debía dar a la be-
bida aquella –fuera la que fuese- los honores que
merecía, así que me aproximé silbando bajito y co-
mo quien no quiere la cosa. A poco advertí que uno
de los contertulios era el tuerto de las otras noches,
pero esta vez no me pareció tan guarro. A su lado,
una gorda de unos sesenta años emperifollada y
fumando de una boquilla exageradamente larga.
‘Estoy haciendo unas investigaciones’ dije, mientras
me sentaba a la mesa con un desparpajo impropio
respecto de mi personalidad habitual. ‘Me gustaría
ver si el champagne en sueños sabe tan bien como
el otro’
‘Te estábamos esperando, ¿no es así, querida Hele-
na?’
‘Oh, sí, oh sí, tenía muchas ganas de conocer a este
joven, estimado Maurice. ¿Gabriel, no?’
‘Sí, Gabriel. ¿Y quiénes coño son ustedes? Digo, si
se puede saber. Maurice y Helena, ya. Maurice,
eche un poco de escabio.’

27
G. Cebrián y E. Zapiola

El tipo me hizo caso. Mientras servía, me se-


ñaló:
‘Quizás no hayas reparado en la relevancia de tu in-
terlocutora.’
‘No parece gran cosa’ –respondí, mientras pala-
deaba un exquisito y helado champagne ligera-
mente dulce. ‘¡Aaaaaahhhhh, así se hace! Loco, esto
no es verso. Soñando a veces gozás más que en
vigilia, ¿no?’
‘¡Pero claro!’ –Asintió Maurice.
‘¡Brindo por la señora gorda aquí presente!’
Exclamé, mientras elevaba mi copa hacia el rojo
firmamento.
‘La señora gorda aquí presente, no es otra que la
mismísima Madame Blavatsky. Madame Helena
Petrovna Blavastsky’ La gorda sonreía, al parecer
muy ufana y segura de sí misma.
‘Ta en pedo, maestro, la Blavatsky murió a fines del
siglo XIX, y ya casi estamos en el XXI.’
‘¿Y?’
‘Bué, y yo qué se... falta algo acá... ¡música! ¡Eso!
¡Falta música!’
La gorda chasqueó los dedos y arrancó el
scherzo nº 2 de Chopin.
‘¿Cómo hiciste eso?’ Pregunté.
‘¿Cuántos megabytes tiene tu sueño?’ Inquirió a su
vez.
‘Ahá. Es una buena pregunta. No sé, la verdad...
¿seis millones?’
‘No, querido, infinitos. Ésa es la esencia de la cre-
ación’
‘Decí que el champán está bueno, que si no....’
‘Por eso aún puedo estar aquí’
Miré a Maurice y le dije:
‘Diga, don, ¿no se está poniendo un poquito me-
tafísico, ésto?’

28
La sombra del relámpago

‘Tienes que entender. Tienes que entender.’


‘¿Qué mierda es lo que tengo que entender? ¿El
mensaje de la impresora, de las otras noches?’
‘Bueno, también. Pero es más amplio, a lo que me
refiero. Tenga, fúmate un buen puro’
‘La cosa parece marchar sobre ruedas, por aquí,
¿no? Lástima el cielo, tan rojo’ dije, mientras
chupaba de aquel habano que sabía a magias ca-
ribeñas. No tardé en mezclar su bouquet con el del
champagne.
‘¡Ése cielo’ sentenció Madame Blavatsky ‘no es más
que un signo del fin de los tiempos que yo misma
he presagiado, y para ello estoy aquí: para asistir a
la realización de mi profecía, burdo escritorzuelo de
pacotilla! Puedes contar que te lo he dicho, más allá
de los inmensos pasillos del tiempo etérico.’
‘¡Pero andá, gorda new age! ¡Al final tiene razón
Renato, son todas unas chantas!’
‘Podés decirle eso de parte mía a Renato. Que se
acuerde de eso, precisamente. Que somos todas u-
nas chantas.’
Tras lo cual, se levantó de su silla y me-
neando el cuerpo al son de Chopin, procedió a
desnudarse sin preámbulos ni afectación alguna.
Su cuerpo se transfiguró en un esbelto ejemplar fe-
menino en su punto. Tuve una reminiscencia de
una película de Buñuel. ‘¡Somos todas unas chan-
tas!’, repetía, entre carcajadas cada vez más his-
téricas. Me volví hacia Maurice y vi con sorpresa
que se estaba masturbando, y también reía.
‘Con que ésas tenemos’ dije, mientras trasegaba
todo el champagne que podía. El Rojo era como que
se me estaba metiendo dentro del cuerpo. Traté de
distinguir el sol, pero no pude. Supuse que estaría
por allí, detrás de toda esa rojez. El sol, nada me-
nos. Mme. Blavatsky dejó de reírse, me miró fija-

29
G. Cebrián y E. Zapiola

mente con la autoridad de su agresiva y bella des-


nudez, y volvió a espetarme:

‘¿Cuántos megabytes tiene tu sueño?’

TODO ES UNA EXCUSA

Una mujer desnuda


El scherzo nº 2 de Chopin
Finos decorados
La champaña
El puro
Los ojos
Eternamente persiguiendo al sol

El aire
Que sustenta pero que hace como que no está
Los grillos
Dedicándole a la oscuridad
Su ríspida mensura inútil pero inclaudicable
Como cada bocanada de aire
La tarjeta de plástico que dice quién sos
(Y que es una bomba de tiempo atada a tu
muñeca)
La madera que arde y la que sostiene
La sangre seca en tu nariz
El fatuo sombrero de fieltro
La memoria
Cuya eficacia depende del nivel de oxígeno
Tu sigilo
Siempre solapando extrañas debilidades

El aire de la noche
Que hace como que está pero que no está

30
La sombra del relámpago

Vos

Y los ojos

Eternamente persiguiendo al sol

Y caminé, caminé, detrás de una poesía, su-


pongo que en un trance parecido al de una regur-
gitación ácida y de pronto la noche era noche otra
vez y caminaba por Parque Alberti, medio para-
noico por unos perros que parecían andar de bardo
entre ellos sólo por no tener un perejil a mano y
bueno, ahí estaba yo. Apuré el paso tratando de no e-
mitir frecuencia cerebral alguna, ya que la con-
ciencia del dolor y de la mutilación son tremendas a
cualquier nivel, y ya no estoy tan despierto como an-
tes. Pero el palo, como corresponde, vino de otro
lado: En los banquitos dispuestos circularmente en el
centro del parque había dos jóvenes visiblemente ca-
renciados, observándome concentradísimos. Uno de
ellos, sentado sobre el respaldo del banco, sobaba u-
na navaja en la pernera de su pantalón. Tuve miedo.
Pero por más que me veía compelido a huir sin más,
simplemente me enfrenté a ellos y esperé su mo-
vimiento.
‘¿Vos querés dar miedo?’ Me preguntó el de la na-
vaja. El otro tenía un toque de oligofrenia, labio le-
porino y mocos sobre el pelusón del bigote.
‘¿Vos querés dar miedo?’, repitió.
31
G. Cebrián y E. Zapiola

‘No, yo...’
‘Sí, vos querés dar miedo. Pero ¿sabés qué?, acá, los
que damos miedo somos nosotros.’
‘Tá bién, entendí. Y la verdad es que tenés razón.’
‘No, no entendiste una mierda. Estoy hablando de
ahora, ahora. Somos nosotros los que damos miedo.
Los que muchas veces no tenemos qué morfar.
‘Ah, ya caigo. Entonces no es conmigo.’
‘Pará, no seas cagón, dejame terminar. Damos mie-
do sobre todo cuando nos ven a través de vidrios po-
larizados o de cámaras de seguridad. Damos miedo
porque saben que no podemos imaginar nada peor,
así que sus puniciones apestan. Damos miedo por-
que somos el excremento de su sistema que, o lo ha-
cen desaparecer, o termina apestando sus pulcras ba-
nalidades.
‘Tengo el punto.’ Afirmé, pensando que ya era todo.
‘No, esperá. El punto te lo tengo que dar. Te decía
que nosotros damos miedo, también, porque a veces
la necesidad nos empuja a tomar encargos que no
nos gustan, ¿entendés?’ Se incorporó y se paró fren-
te a mí. Su aliento a cerveza rancia era real, pero
más me preocupaba la navaja. ‘En sueños también
podés morir, vos sabés... de miedo. Los Luditas me
encargaron que te pusiera los puntos.’
‘¿Quiénes?’ Pregunté, ahora sí alarmado.
‘Los Luditas, o Lulitas, algo así, deben ser trolos,
con ese nombre. Me encargaron que te diera esto de
parte de ellos.’

32
La sombra del relámpago

Sentí el acero hundiéndose en mi plexo so-


lar. Boqueé, transido de dolor y me incorporé en la
cama. Miré hacia todos lados, alguien me había apu-
ñalado. Después pensé que si era mi estómago, debía
tener úlcera perforada. Mientras iba a por los antiá-
cidos, medio dormido y conmocionado aún, supuse
que debía dejar el alcohol por unos días.)

A eso de las seis de la tarde llegó Renato y


qué iba yo a hacer sino ir a buscar unas cervezas. Si
no le daba algo para mojar el gaznate se ponía agre-
sivo, el hijo de mil putas, y yo bastante sensible es-
taba después de la descalificación airada que había
hecho de mis poesías. Tá bien que un poco de razón
tenía, ¿no?, pero era indudable que había cargado un
poco las tintas. Después del segundo vaso se largó a
contarme una anécdota que tenía que ver con De-
leuze.
-¿Delés? Me suena, un poco –le contesté, tratando
de no mostrarme del todo ignorante al respecto.
-Deleuze, Gilles Deleuze. De-e-ele-e-u-zeta-e –me
informó.- Un filósofo francés contemporáneo que
delineó su pensamiento a través de comentarios
acerca de otros filósofos, especialmente de Niet-
zsche, Kant, Bergson; e incluso de literatos como
Proust, entre otros. Un poco fue como que atomizó
los sistemas, dado que suponía que determinados
conceptos servían solamente para atender pro-

33
G. Cebrián y E. Zapiola

blemáticas puntuales, o situaciones locales. Bueno,


el caso es que fui a visitar a una amiga que tenía que
preparar una tesis sobre Deleuze o Foucault. Yo em-
pecé a tomar vino y vino...
-Como siempre –acoté.
-Bueno, che. Al final me conminó a que la ayudara y
le dije ‘Bueno, poné: como bien dijo el extinto filó-
sofo francés Deleuze...’ entonces ella me inte-
rrumpió y me dijo: ‘No, boludo, el que se murió fue
Foucault,’ ‘Bueno’, le contesté, ‘entonces poné Fou-
cault y dejate de joder’. No llegamos a mucho, des-
pués de todo. Al otro día iba a tomar la clase y del
otro lado del pasillo la vi venir corriendo y a los gri-
tos pelados: ‘¡Renato, sos brujo! ¡SE MURIÓ DE-
LEUZE!’ Qué lo parió, resulta que se había sui-
cidado. Se arrojó desde una ventana.
-¡Qué loco, en serio! El loco tal vez iba en el aire y
se percató de que ya lo consideraban extinto.
-¡Otra que Macedonio!
-La cosa es que el chabón se la jugó y fue coherente,
¿no? Cuando los conceptos no le cerraron agarró y
cabeceó las baldosas.
-Al contrario. Se suicidó de cagón. Le diagnostica-
ron una enfermedad incurable y no se la bancó.
-Bueno, más coherente todavía. Consideró que una
sobrevida de dolor y miseria sería algo delés-nable.
-¡Há há há! ¿Ves? Ahí sí estamos de acuerdo. Le
voy a decir a la mina ésta que lo ponga en la tesis.
Que lo parió.

34
La sombra del relámpago

Serví más cerveza. Entonces me acordé de


los sueños extraños que estaba teniendo y consideré
que tal vez fuera demasiado para mí sólo. Aparte me
habían dado un mensaje para él, qué joder. Le conté
todo y exigió ver el criptograma. Se lo alcancé justo
cuando Chicho golpeaba la puerta.
-¿Qué andan haciendo? –Preguntó.
-Acá estoy, consultando con el “fillólogo”-respondí.
-Ah, ahora te hacés el vivo –me dijo Renato, y luego
se dirigió a Chicho: -resulta que recién estaba todo
cagado; parece que la impresora se le encendió sola
y escupió este mensaje.
-¡No digas! ¿Y qué había tomado, antes?
-Nada, boludo –contesté airado. –Bah, lo mismo de
siempre. Ningún alucinógeno, y todavía no llegué a
la etapa de delirium tremens. No jodan che, es en se-
rio.
-¿Tenés internet? –Me preguntó Chicho.
-No, ¿por?
-Porque si tuvieras podría haber sido algún hacker
que entró en tu sistema, lo encendió y de alguna ma-
nera se las arregló para enviarte el mensaje. Pero i-
gual no es el caso. Qué cosa rara... ¿y esos signos
existen?
-No sé –admitió Renato, -parecen caracteres feni-
cios, pero no estoy seguro. Aunque se agrupan en un
patrón similar al de las lenguas modernas. Capaz que
es castellano, pero andá a descifrarlo. ¿Quieren que
lo lleve a la facultad y lo consulte con algún espe-
cialista?

35
G. Cebrián y E. Zapiola

-Sí, si tenés a bien –accedí.


-No será una joda tuya, ¿no?
-Pero no, boludo. ¿Qué gano yo con hacerte una joda
así?
-Bueno, ¿vamos? Se va a hacer tarde. No querrán
llegar tarde a la cena con nuestra benefactora... –nos
apuró Chicho.

Un par de horas más tarde nos encontrá-


bamos en el microcentro porteño evaluando la fla-
grante incongruencia de nuestra indumentaria res-
pecto del lujo que desbordaba nuestras retinas a tra-
vés de las vitrinas del restaurante estipulado para el
encuentro. Yo, personalmente, estaba tentado a dejar
todo allí e irme a morfar una pizza a “Las Cuarte-
tas”, mas finalmente accedí, cuando Chicho me ase-
guró que éramos invitados.
Entramos, y una especie de maître nos encaró
con cara de oler mierda. “Somos invitados de la se-
ñorita Casandra Delfos”. “Ah, sí, adelante, por fa-
vor”, manifestó, sin abandonar su aire de desprecio
hacia nuestras humildes humanidades. Mientras nos
conducía hacia la mesa, Renato le decía a Chicho:
“¿Casandra Delfos? No puede ser, es un seudónimo”
mientras el otro lo codeaba para que se calle. Nos
ubicó en una mesa con manteles bordados e im-
polutos, varias copas para cada uno y vajilla y
cubiertos que seguramente valían más de lo que
gano en un mes.

36
La sombra del relámpago

-No pueden decir que no los traigo a lugares finos –


dijo Chicho, al tanto de mis maquinaciones, y ha-
ciendo caso omiso de un fulano de chaqueta roja, ca-
misa blanca, guantes y pantalón y moñito negros que
se había quedado plantado al lado nuestro.
-Casandra Delfos... -comencé, y luego me dirigí al
fulano: -por favor, ¿nos dejaría hablar un momento
en reserva? No es por nada, vio, pero...
-Señor –me respondió, -le garantizo la mayor dis-
creción. Me pagan por estar al lado de los clientes,
para asistirlos en forma permanente. Hable tranqui-
lo, señor. –Tras lo cual se dirigió hacia el mostrador.
-Loco, qué chabón –dijo Renato, refiriéndose a mí.-
Dejalo tranquilo, al tipo. No seas paranoico.
-Sí, puede ser. Pero esa mina que nos invitó no se
puede llamar “Casandra Delfos”. Sin duda es un seu-
dónimo.
-¿Y? ¿Qué tiene de raro?
-Y, qué se yo... la mina anda en política...
-Ah, bueno, ¿y? Qué, Fernando Siro también.
-No sé, loco; qué se yo, esto no me gusta nada.
-Cortala, James Bond, relajate y gozá.
Volvió el fulano de la chaqueta roja con una
botella de vino blanco, sirvió un poco en mi vaso y
esperó que lo probara. Le dije que estaba bueno, y
procedió a la escancia general y generosa. Después
se quedó paradito ahí al lado, con la botella en sus
manos.
-Ejemmm... bueno, ¿en qué estábamos? –Pregunté
nerviosamente.

37
G. Cebrián y E. Zapiola

-Que estás un poco paranoico –recordó Renato.


-¡Mirá qué vino, Cebrián, salud!
Levantamos las copas y brindé por la Bitá-
cora, mientras llegaba una joven agradable con unos
entremeses tan sabrosos como exóticos. Me concen-
tré en un platito de algo que parecían ser mariscos en
una salsa oscura. Estaban buenos, un gusto real-
mente delicado. Terminé mi copa y el fulano de la
chaqueta roja dio un paso adelante, volvió a llenarla
y fue a por más.
-Qué loco, el tío éste –observó Renato. -¿No me lo
podré llevar a mi casa?
-Sí, qué bueno –asintió Chicho. -Se queda paradito
ahí, y cuando terminás el vaso te sirve.
-Sí, pero en la casa de él va a servir vino de caja –
comenté. Chicho se cagó de risa.

De repente llegó una mujer imponente, tanto


en su presencia física como en la anímica. Saludó
con la mano a Chicho, nos incorporamos mientras
llegaba y lo saludaba. Éste intentó presentarnos y
ella sacudió una mano y le dijo que ya nos conocía
por fotos. Nos dio un beso a cada uno y nos senta-
mos. Se disculpó por la demora, aduciendo que
había tenido que terminar unos estudios astrológicos
para el Canciller, encomendados a último momento
en vistas a un viaje presidencial cuya comitiva él in-
tegraría. Era una morocha despampanante, grandes
ojos castaño claros, frente amplia, fina nariz y ge-
nerosa boca. Se quitó el abrigo y dejó ver su esplén-

38
La sombra del relámpago

dida figura a través de un ajustado vestido azul cla-


ro, que exhibía la casi integridad de un busto espec-
tacular. Renato estaba demudado. Entonces supuse
que Chicho le había tomado el pelo.

-¿Que les pareció el Sauvignon Blanc de Burdeos


que indiqué? –Preguntó con gracioso desenfado.
-Bárbaro –dije.
-Excelente –dijo Chicho.
-Bar... –intentó decir Renato, y perdió el impulso.
Chicho y la tal Casandra rieron levemente y se mi-
raron, como compartiendo un secreto.
-Muy bueno todo, Casandra. –Dijo Chicho. –Sobre
todo la atención –y cabeceó en dirección al fulano de
la chaqueta roja.
-Ah, si –respondió ella. –Es muy piola, acá.
-Nos hubieras avisado –le comenté, -mirá cómo nos
vinimos. –E hice un gesto de referencia a nuestra
indumentaria.
-Nada que ver, che, a quién le importa.
-Qué bueno, esto -dije, mientras me llevaba a la bo-
ca otro de esos moluscos. -¿Qué es?
-Escargots.
-¿Qué?
-Caracoles –aclaró, mientras yo tragaba lo que tenía
en la boca con un trago de vino. La puta que lo pa-
rió. Tosí un poco y no pude evitar que las lágrimas
inundaran mis ojos. Todos reían, mientras yo, ya en
evidencia, ahogaba las náuseas en Sauvignon Blanc.
Chaqueta roja volvió a llenar la copa.

39
G. Cebrián y E. Zapiola

-Bueno, aguantá un poco, que ya traen el plato prin-


cipal –me dijo ella. Chicho se sirvió escargots y yo
miré hacia otro lado. -Eduardo querido –continuó. -
¿Cómo andan tus cosas?
-Y, ahí vamos –respondió Chicho. -No es fácil, ¿vis-
te?
-Aguantá, un poco, vos también. Acordate de lo que
te dije.
-A propósito, vinimos a hablar de la revista, ¿te a-
cordás? –inquirió Chicho.
-¿Qué revista? –Preguntó ella.
-La revista, la revista que nos ibas a financiar,
-Ah, la revista. Pensaba hablar de ello más tarde, pe-
ro si están tan ansiosos... bueno, no hay ninguna
revista. Era una excusa- “Todo es una excusa”, ¿no,
Gabriel?
-¿Cómo? –Pregunté, conmovido tanto por lo incon-
gruente de la situación como por el sondeo psíquico
del que parecía haber sido objeto.
-Aflojen, che, no hay ningún proyecto de revista. Era
una excusa para traerlos hasta aquí. ¿O me van a de-
cir que si Eduardo les decía que vinieran para con-
sultar a una pitonisa hubieran venido?
-Sabiendo que eras tan hermosa, sí –Respondió Re-
nato, aparentemente envalentonado por las circuns-
tancias o quizá por el vino.
-¡Ése es mi héroe! –Exclamó Casandra, y le besó la
mejilla.
-¿Cómo es eso que no hay revista? –Preguntó Chi-
cho. -¿Entonces para qué vinimos?

40
La sombra del relámpago

--Ustedes, Eduardo querido, vos y Gabriel, vinieron


para escuchar lo que tengo que decirles. Para él –se
refirió a Renato- tengo otros planes.
-Todos los sinvergüenzas tienen suerte –observó
Chicho.

Algo como una niebla se había cernido sobre


nuestros ánimos, abrumados además por lo absurdo
de la situación. La mina aquella nos miraba alter-
nativamente y sonreía, despreocupada.
-¡Hey! ¡No se depriman! –Dijo al cabo. –Ustedes no
necesitan esa revista.
-¿Ves algo en mi futuro? -Pregunté, entre irónico y
ansioso.
-Veo, por ejemplo –me respondió con aplomo, -que
tenés ganas de mear y no vas; un poco porque no te
querés perder detalle y otro por tu resistencia incon-
ciente a preguntarle algo al señor –señaló a chaqueta
roja. –Es por ahí, a la derecha.
-Gracias. Tocado –respondí, mientras me incorpora-
ba. –Y hagan el favor, no sigan sin mí.
-Andá tranquilo –dijo Chicho mirándome desde un
plano contrapicado con sonrisa insidiosa y un brillo
en su mirada. Creo que no sabía de qué se trataba to-
do aquello, pero el loco igual estaba copado.

Entré en un baño reluciente, y pasé frente a


una mesita con un recipiente repleto de propinas. Se
notaba que los habitués del lugar no eran la clase de

41
G. Cebrián y E. Zapiola

gente que afana las propinas. Estaban allí solas, mi-


rándome. Me dirigí a los mingitorios y procedí.
Luego, cuando iba a lavarme un poco la cara,
lo ví: allí sentado, en la silla al lado de la mesita,
sonriente y fumando un puro. El tuerto Maurice, que
esta vez parecía haber atravesado la puerta de la vi-
gilia. Continué sin acusar nada. Me lavé con agua
fría, para despejar cualquier cota de somnolencia.
Mientras me secaba percibí el aroma del puro. El
viejo puto estaba ahí. Me hice el sota y salía sin de-
cir esta boca es mía, cuando lo oí:
-¿No vas a darme una contribución?
-Vea, maestro, yo soy invitado, acá. ¿Acaso no se
nota?
-Vamos, Gabriel, necesito que me des una moneda,
al menos.
-¿Cómo sabe mi nombre?
-Ya nos hemos visto, creo que deberías acordarte.
-No, pero yo a usted lo vi en sueños, solamente.
-Estás abriendo muchas líneas, ahora deberías estar
hablando con Casandra. A mí solo me corresponde
recibir una moneda.
Hurgué en mi bolsillo y extraje una de veinti-
cinco centavos. La arrojé en la caja sobre la mesita y
el viejo me entregó una tarjeta doblada, dio una chu-
pada al cigarro y fijó su vista en un punto al frente.
Yo en tanto salía, ligeramente mareado. Antes de ce-
rrar la puerta oí que preguntaba: “¿Cuántos mega-
bytes tiene tu sueño?”, y luego estallaba en risota-
das.

42
La sombra del relámpago

-“...tiene mucho que ver con el advenimiento de los


ciclos de la espiritualidad, por eso. –Concluía Casan-
dra cuando regresé a la mesa. Me senté y vacié la
copa. -¿Te pasa algo?- Me preguntó.
-No, nada, un viejo ahí en el baño... –respondí, como
si ello justificara mi actitud.
-¿Qué, te quiso “manosear”? –Me preguntó Chicho,
y rieron.
-No, me pareció que lo conocía. –Volví a beber de
mi copa irremediablemente llena. Entonces advertí
que aún tenía la tarjeta en mi mano izquierda. –Me
dio esto –continué, mientras la desplegaba y leía en
su interior: “Marte, Mercurio y la Luna en conjun-
ción.” -¿Qué pasa, son todos astrólogos en este boli-
che? –Inquirí.
-¿Qué dice? –Preguntó Renato.
-“Marte, Mercurio y la Luna en conjunción.” –Releí
en voz alta. Tuve un flash, pero la mina no me dio
tiempo.
-¿Me darías, por favor –pidió a Renato, -el papel que
tenés en el bolsillo interior del saco?
Éste, en completo estado de estupor, extrajo
el papel con el criptograma y se lo tendió. Chicho y
yo observábamos conmocionados, con la boca abier-
ta. No necesitábamos cotejarlos, sabíamos que se co-
rrespondían. Casandra, exultante, lo arrojó sobre la
mesa.

43
G. Cebrián y E. Zapiola

-¿Maurice trabaja para vos? –Pregunté, bien en claro


que eso solamente explicaría una ínfima parte de la
situación.
-Bueno, digamos que es mi aliado.
-¿Vos decís –le preguntó Chicho –“espíritu aliado”,
“espíritu auxiliar”?
-Aliado, boludo. Vos leíste a Castaneda.
Pensé en volver al baño a cerciorarme que el
viejo estaba aún allí, en su materialidad, mas ella
volvió a mover primero:
-Ni el humo de su habano. –Dijo respondiendo una
vez más a mis pensamientos. Había impuesto abso-
lutamente su dominio psicológico a fuerza de prodi-
gios. Los tres estábamos prácticamente mesmeriza-
dos.
-Es lo que tenía para decirles a ustedes, par de zo-
pencos. Esta conjunción astral, va a darse entre el 2
de julio y el 1º de agosto de este año.
-El mes entrante –observó Chicho.
-Exacto.
-¿Y eso qué tiene que ver con nosotros?
-Bueno, revisando tu carta astral –dijo a Chicho-
encontré una presencia muy fuerte que tenía que ver
con el proceso de tu obra, en lo inmediato. Hice al-
gunos estudios más y enseguida advertí que eras vos
–me señaló. –Ahondando en el tema y luego de un
par de visitas etéricas, el asunto surgió con toda cla-
ridad. La conjunción astral que les comenté es óp-
tima para que vuelvan a escribir juntos una obra. Esa

44
La sombra del relámpago

obra está llamada a ser un hito en la literatura de


estas tierras.
-¿Escribir juntos otra vez? –Preguntó Chicho, deno-
tando una total incredulidad. –No, imposible. Hace
más de veinte años que no lo hacemos, y nuestros
estilos se han vuelto sumamente distintos, yo diría
que inconciliables, quizá.
-Sí, tiene razón –terció Renato. –Es el agua y el acei-
te, hoy día.
-Y vos, Gabriel, ¿qué opinás? –Más que preguntar-
me, sentí que Casandra me impulsaba a dar voz a
pensamientos que ella ya conocía.
-Yo no estoy tan seguro. Me gustaría mezclar las
diversidades y ver qué sale.
-Voy a decirles una cosa –anunció ella, con tono
conminatorio; -hace bastante tiempo que estoy abo-
cada al tema de ustedes dos y los signos son muy
claros: no pueden esquivar su responsabilidad. Están
aquí para cumplir los designios de lo Alto, y más les
valdría no haber nacido que incumplir semejante
mandato. Si proceden de acuerdo a lo que se espera,
contribuirán en forma determinante al Plan Maestro
y generarán una corriente de conciencia en un todo
acorde con el movimiento evolutivo del espíritu en
autorreflexión. Caso contrario... oyeron hablar del
infierno, ¿no?
-Bué, esto parece un chantaje –observé.
-Querido, estoy aquí para ayudarlos, para presionar-
los en el buen sentido. O acaso creen que todos los

45
G. Cebrián y E. Zapiola

escritores tienen oportunidad de contar con un apoyo


esotérico semejante, che.
-No, qué va –respondí. A continuación le pregunté:
-Y digo, si se puede saber, ¿qué ganás vos con todo
esto?
-Gabriel, te hablé de un Plan Maestro. Aunque temo
lesionar tu ego, debo decirte que mi papel en dicho
plan es mucho más importante que el de ustedes. Lo
mío no es tirar mensajes apocalípticos desde atrás de
una botella de Legui. Yo debo luchar cada momento
para sentar las bases de una nueva humanidad.
Como hizo en su momento Madame Blavatsky –
aclaró, y soltó una risilla. –En fin, si quieren apro-
vechar la energía que fluirá en breve, deben ponerse
a trabajar cuanto antes.
-Una pregunta más. ¿Y éste que pito toca? –Pregun-
tó Chicho.
-A éste lo hice venir porque me gustó. La excusa de
la revista resultó de amplio espectro; aunque ahora
está pensando si le conviene engancharse con la loca
ésta, creo que todos conocemos la decisión que fi-
nalmente adoptará –aventuró, mientras sacaba pecho
y se pavoneaba.
-Sí, ya sabemos –asentí.
-Más vale, Casandra –dijo Chicho. –Éste ni soñó que
iba a pegar alguna vez una hembra semejante.
Siempre le toca a él, la mejor parte.
-Sí, ya me decidí –concedió, se inclinó hacia Casan-
dra y la besó en la boca. Ella respondió de muy buen
grado.

46
La sombra del relámpago

-Bueno, creo que los autores de la Obra Magna


estamos de más, ¿no es así? –Pregunté a Chicho.
-Sí, así es.
-Antes de que se vayan –dijo Casandra, -un bonus
más para cada uno: Eduardo, vos sabés, todos sabe-
mos, que sos poseedor de un estilo pétreo y acabado,
de profunda inspiración metafísica. Quiero decirte, o
más bien pedirte, que no te encierres en él. Hay un
montón de géneros y posibilidades esperando por tu
talento.
-Veré qué puedo hacer, no te prometo nada.
-No necesitás prometerme nada. El compromiso es
con vos mismo. Y vos, Gabriel, hacete un gran fa-
vor: escribí pensando en términos estéticos, dejá por
favor de hacerlo tratando de salir de ese trabajo de
mierda que tenés. Así conseguirás salir más rápido.
-Vale. Bueno, ¿vamos?
-Vamos. Bueno, loco, suerte. Nos estamos viendo.

Nos empinamos el último vaso y salimos al


húmedo e incipiente invierno porteño. El Sauvignon
Blanc había atenuado el impacto de semejante expe-
riencia. Colegimos que debía ser cierto cuanto aque-
lla adivina nos había vaticinado, ya que sobradas y
contundentes pruebas de su arte acompañaron cada
uno de sus movimientos a través de las ruedas del
tiempo. Una vez más nuestro destino, al menos en lo
que hace a la psique, dejaba de responder a nuestra
voluntad. De cualquier manera lo incierto del derro-

47
G. Cebrián y E. Zapiola

tero que se abría ante nosotros resultaba excitante, y


nos asistían inmejorables perspectivas astrológicas.
Compramos una botella de Legui, como en
los viejos tiempos. También un cuaderno y una biro-
me. Nos sentamos en un banco de la Plaza San Mar-
tín, esperando el puntapié inicial de algo que prome-
tía ser un clásico. Bebimos en silencio. La noche era
fría, pero solo periféricamente. Nuestro interior, bu-
llía en un magma que creíamos perdido. La botella
fue y volvió un par de veces. Entonces, pusimos ma-
nos a la obra.

48
La sombra del relámpago

Parte I

Autoevocación
Mecánica
Reiterativa

49
G. Cebrián y E. Zapiola

50
La sombra del relámpago

Soy
el condenado a la eternidad, el que vaga por infier-
nos ateridos con la expresión vacía. Abstracción. I-
dealización de tiempo. Lo único eterno es el pasa-
do. Estos ríos que circundan mi soledad han guar-
dado mi nombre tantos años que hoy sólo una triste-
za profunda me acompaña. Siento vertiginosidades
que no se resuelven, que continúan dentro de un
caos metafísico expulsado por la garganta del silen-
cio que mueve montañas de placer y de dolor.
Confundo los términos-rayo que caen sobre mí, que
me dejan como ciego.
Cuerdas que son campanas
Fuegos que son tormentas
Leves resplandores que intentan la belleza.
Caliento el café. Fumo. Proyecto sombras tal cual el
sol lo haría. Muecas de silencio que hienden el cielo,
muecas de angustia que hieden a nostalgia, que eleva
sus cuchillos tornasolados y busca los senderos en
donde verter su luz, que en remolinos inquietos azo-
ta mi alma que se mueve indecisa por los pasillos del
sueño, cuyo fluir moja mi rostro, y permanecerá así,
y me hará escribir cosas horribles encerradas como
un dios.
Si concluyo entonces que todo tiempo es presente,
pasado y futuro pasan a ser parte de una realidad
obviada, irrealidad al fin flotando en el suscitar de e-
ternos pensamientos. Las nubes pasan rápidas tras la
copa de los árboles, un esplendor súbito movió mis
impresiones, que se mezclan en un tronar detenido.

51
G. Cebrián y E. Zapiola

Espero poder decir algún día, de mí, que sólo poseo


vagos recuerdos, mientras la arena caliente cree el
espejismo deseado y la tarde comience a evaporarse
a manos del silencio, que cae como dulces rayos de
pesar.

Chasqui de lo improbable, también yo, busco y re-


busco mensajes y anudo los quipus que ya nadie va a
comprender, y si digo que en ello me va la vida
supongo que al menos simpatizarán con esta endia-
blada carrera hacia el sinsentido final, el caos rep-
tante intuído por Lovecraft a través de catexias tri-
bales transmitidas de cara al insondable, motor de
toda teoría (aunque también lo es al mismo tiempo
de toda incertidumbre), desmayo ferviente del se-
men que hace su ilusa apuesta a la continuidad de
vaguedades antropomórficas debatiéndose a tenor de
pasiones groseras e irresolutas por su propia e-
sencia. La magia se desliza impalpable por las su-
perficies desacompasadas de nuestro género, y sólo
la risa (a veces) puede tocarla. Descalibro y descala-
bro abracadabras, onomatopeyas infecundas de man-
tras perdidos para siempre y que doblan la esquina
veinte segundos antes o después que las bolsas de
tripas anudadas pero que cada tanto despliegan las
heces del error, alejan el horizonte en una mecánica
casi digital.
Fasto, hediondo y tenaz, repliego cada una de mis
células, las que asumen con vago terror su impronta
autodestructiva, arañas macho dispuestas a copular y

52
La sombra del relámpago

más luego servir de aperitivo a la hembra multi-


plicadora, cáncer gramático, cirrosis estructuralista
cebada de vagas promesas grandilocuentes, grandi-
locuentes, baile de puntillas super grácil sobre el
exhausto cadáver de la lógica deóntica. Fuck.
Los nudos de aquellos quipus contables aprietan mi
cuello también, y de repente cojo el pasamanos y
chequeo que el saldo de mi cuenta es levemente fa-
vorable, así que tal vez pueda quedarme parlotean-
do un poco más, ustedes saben.

AFANADO EN UNA SALA DE CHAT t

“Es tan fácil mirar


que todos lo hacemos
espontáneamente
soslayando el fondo
que configura los claroscuros multicolores
y nos arroja una y otra vez
gemas
tan lejos de nuestro alcance

Es tan fácil hablar


que todos lo hacemos
y rara vez tocamos
siquiera tangencialmente
un ápice de significado

Es demasiado fácil, digo,

53
G. Cebrián y E. Zapiola

hablar
y sin embargo casi ninguna palabra
encuentra su sentido
en tanto que no responde a un sistema
real
que la contenga
y lo gutural
cacofónico
y arrítmico
va surgiendo como boyas de un trance
que intenta bailotear
universales frecuencias

Algunos miran
otros hablan y suman desconcierto,
sustratos y substratos de silencio
debajo de viejas pátinas semánticas

Otros oyen
y dejan que la profusión vaya estableciendo
los estrechos límites de su prisma

Mirar, oír y hablar


parpadear, interrumpir
construir atalayas
que sólo permiten ver el estrecho panorama
en un plano picado
que tanto se parece al vértigo que llama
desde las profundidades
desde la oscuridad

54
La sombra del relámpago

(que sabe simular contundentes fantasmas)

Ojos y lenguas confabuladas


con ciertos oídos serviles y maliciosos
jamás preteribles en cuanto al meollo
y no obstante arremetiendo
famélicos de finas impresiones

Si una sola de estas patas se quebrase


tal vez caería el cielo y así veríamos qué hay detrás
o sinó, por qué no,
arderíamos en inútiles hogueras de indiferencia
quiero decir:
tal vez hayamos equivocado –entre otros-
el concepto de “discapacidad”
a través de estos “hábitos”
que alcanzan a ojos, oídos y lenguas
liados entre sí
por los ingentes yugos del sentido común,
o sea... ”

Hoy llovió. En mi corazón llovió. El problema es


que quise vivir al natural mi sueño, pero oí rostros
que reían tras los árboles. Soy quien abre la ventana
cuando llueve, el que más amó. Atardeceres se desli-
zan y no volverán a mí. Escucho el canto de pájaros
escondidos. Cielo y corazón son uno al fin. Llévame
oh en tu celeste alma, dame los cuchillos de la noche

55
G. Cebrián y E. Zapiola

para arrojarlos sin piedad sobre los buenos, dame un


verso más y sobre todo, eternidades a los sueños
muertos.
Me tranquilizo pensando que hay un dios detrás de
cada vicisitud, detrás de cada célula o de cada molé-
cula tal vez, suerte de panteísmo ciego que exige op-
timismo y cierta fe que más parece ingenua ilusión
sin fundamento.

(Cualquier jocundidad que pudiere suponerse en mi


palabra, es tan solo sarcasmo liso y llano, artífice y
producto de una asumida condición del condenado
que revuelve el caldo de sus tripas, y de vez en
cuando halla lípidos saturados que promueven re-
tortijones gestuales, y un dejo como de relax, en me-
dio de contritas angustias, tan amplias como sólo el
abismo puede serlo.)

Las Niñas de Ayohuma vendan mi mano y me inci-


tan a rehabilitar mis fueros gramáticos para una
nueva debacle, azuzando otra vez el frondoso com-
pendio de contradicciones que jamás bastará para
disimular siquiera mi ostensible cobardía, que corre
a ocultarse tras las ideas inútiles, puente fantasma
tendido hacia un espejismo poético que justifique su
existencia. Todo, absolutamente todo se me antoja a-
hora como una paráfrasis del concepto de condición
humana.

56
La sombra del relámpago

Y ustedes saben, en un sentido amplio, esto supone


varias pinceladas de estiércol sobre un andrajo espi-
rituoso. Huele mal aún después de un baño de sales.
Así que
despejo cosmos en franca lucha contra los radicales
libres y sus aliados enzimáticos, y me complazco re-
gurgitando caldos primigenios de mundos que nunca
serán fuera de mí, a no ser que... deje de combatir
los ultraísmos y me llame a sosiego con la deses-
peranza, que asuma al final el filoso temple, o abre-
ve el ansia en el silencio, tal vez, ¿por qué no?

Un regusto gris por las sinestesias


enardece el conjuro
que invita a bailotear a espaldas de uno mismo
a tantear
sonidos
glissandos de inenarrables fantasmas
escapando siempre de la trama de mis redes
ocultándose
tras el alféizar tan rústico de mi ideario
tras blasones aún tibios y que ya pesan como el
mármol.

Hare Krishna
morituri te salutant

Doy vuelta mis sesos y me veo a mí mismo


dado vuelta

57
G. Cebrián y E. Zapiola

y dando vuelta
mis sesos
que apestan

Y acá sí
puedo perseguir íncubos
y lejos de las asechanzas
puedo colegir intrínsecas senectudes
ácidas e impertérritas
dubitativas y enhiestas como un símbolo
inhóspitas de sí mismas y a ultranza
algo así:

como de lástima
arrojando escupitajos de lástima
sobre los transeúntes del cataclismo.

Maníacas aprehensiones modulan mi voz,


escarpada por los ásperos sujetos
que pulsionan cíclicamente en su gobierno.

Podría contar
flores muertas como cuentas de un rosario
o como piezas de un ábaco
mas mi multitud las acoge
con caricias de viento
y albricias alucinadas de nuevo día.

58
La sombra del relámpago

Hilvano retazos de Novalis en la impronta y por


suerte he bebido lo suficiente como para poder so-
portarlo.
El deshielo abarca el whisky y mi personalidad; am-
bos necesitamos suavizar nuestro bouquet para
clasificar quizá como clásicos –un whisky, una pala-
bra, un billete y todos contentos- eso sí,

Latrocinios y adulterios, pueden esperar,


las parcas rascan el vidrio con sus finos
metacarpianos.
Pueden seguir frotando inútiles lámparas
subidos a fatuos pedestales de aire
que aquí está nuestro hielo
y nuestro whisky
para soportarlos

Deambulando memorias
aliento al fin el sentido de lo fugaz
y atestiguo los breves relámpagos
que articulan toda historia

Retazos
jirones de hielo que desnudan ignominias
y cuyo mayor oprobio
quizá sea
no poder dejar de sollozar hipotenusas

59
G. Cebrián y E. Zapiola

Soy capaz de blandir mis propios huesos en el asal-


to final a la balaustrada olímpica, mas es mera pre-
sunción brujeril producto de magias irredentas, de
una fraudulenta omisión del yo que sin embargo
fisgonea a los terribles ángeles de Duino.
Simplemente devuelvo al cadáver su pluma con la
mera esperanza que sirva para cosquillear en su va-
cío forzado, para trenzar pelambre de momias, para
urdir finalmente tramas con las que trapichar dilectas
sequedades a manera de responsos, con las que ate-
sorar silencios cual presagios de neurálgicas indi-
gencias.
Estoy en la esquina de 19 y 42 mirando en dirección
sur. En los espejos, el cielo de la tarde serpentea
sobre la copa de los árboles. Escribo ejercicios que
siempre me llevan a un final ilimitado, mientras cada
cosa a mi alrededor, sangra.

SOY UN POETA MODERNO

Soy un poeta moderno


sin alcance metafísico
los contenidos ya no interesan
puedo rimar azul con tul
Puedo hablar de la realidad ordinaria
-que es lo que hacen todos-
y dar pobres imágenes
y pobres conceptos

Como Dadá

60
La sombra del relámpago

abogo por la instauración del idiota


en todas partes

(Encadenados a una rueda de fuego que gira eterna-


mente, los poetas, sin elementos, apelan a la memo-
ria. Al volver del trance sólo quedan partículas de
memoria atomizada, y bajan las palabras que perma-
necen, y luego vuelven a encadenarse.)

MISIVA ANGELICA

El que suscribe
pero habiéndole dictado
dios o el diablo
en el oído
palabras infernales
tiene a bien comunicar
que el cielo está al caer
y que de la tierra surgirán
pestes horribles
y seres como El Momo
que comerán en vuestras mesas
y os indagarán
y enmudeceréis al no entender la cuestión
y las babas
y los desechos
cobrarán entonces
vida

Por tanto

61
G. Cebrián y E. Zapiola

y ante la abolición de toda voluntad


yo declaro
el caos
sin otro particular.

Quizá esté subiéndome a dislexias que tienden a lo


inorgánico, arropando mi paisaje con pétreas intui-
ciones fileteadas de luna y saturadas de profecías,
para atravesar las magnitudes desérticas del antes y
el después. ¡Que nadie extraiga una gota de jugo de
mis uvas pasas! ¡Que nadie vendimie las trazas de
mi dolor afónico! Y si es posible, que me sea perdo-
nado el entretanto.
Uñas de cuarzo arañando la solitaria escena noc-
turna, ansias megalíticas de un guijarro, etnogeolo-
gía disparada por la propia rigidez, albores radio-
activos intentando vasos comunicantes entre losas
infecundas, flores de jade tan informes como su pro-
pia sombra por siempre sepultada, cieno pedregoso
apenas amasado por lágrimas mercuriales.

Mi estrategia se ha extraviado
entre las páginas de un libro que aún no ha sido
escrito,
tan difíciles de enmendar son las inscripciones
talladas en mármol
y tan pesadas
como ciertos lamentos consuetudinarios

Mis ángeles empetrolados

62
La sombra del relámpago

arrojan molotovs al rostro del eterno beligerante


encaramados a esta encrucijada kármica
tan unívoca como irrelevante
suerte de glorias minerales
repujadas por un scat de saxofones
que atravesarán los confines del olvido
como las cuñas de nada que deliran
arbitrariamente
mientras insuflan cíclicos e inútiles oxígenos
(aunque en términos de combustión
el óxido atesora
melodías vírgenes e inauditas para siempre)

Nada me aprisiona cuando me desnudo


y me quito la piel, los huesos y la carne
y me voy volando a inferir tonterías
carentes de alma pero volátiles y en llamas
de modo que los cielos lejanos ya no me parecen
tanto

(Los cerdos alucinan luces en la trastienda


tan acostumbradas sus narices al guano)

Ahora sí, sereno e informe


rebusco entre las piedras mi vieja noche
sedienta de alcoholes y suicidio
ningún argot seduce a mi desidia
afásica
y bordeando siempre las mejores claves sin poder
tocarlas

63
G. Cebrián y E. Zapiola

asumo esta extensión como el costado maléfico


e inorgánico que escapa
a través de los mares de la ambigüedad
que intento tan sólo para no ahogarme
mientras el dios hebreo sonríe
y me muestra a su abuelo iconoclasta.

La datura chillaba dentro de mí, era como haberse


tragado un monstruo que en contacto con los inte-
riores cobraba vida, y urdía su propio destino con-
forme pasaban los minutos. Sabiendo que todo dura
unas pocas horas, la feroz planta se apoderaba de mí,
y era apresado por pseudorrealidades comprometidas
con el abismo que buscaba en verdad, pero el mío.
He visto otros mundos paralelos, tan sólo los he vis-
to
-¿Cómo era el preparado que según Carlos, Don juan
hacía con las raíces?
-No lo recuerdo. Deberíamos buscarlo en “A Separa-
te Reality”.
Ahora recuerdo: un día mi soledad y yo nos senta-
mos en una murallita en la isla de Mar Grande, Sal-
vador. Había allí como a diez metros un joven quien
con una voz agradable se dirigió a mí:
-¿Você leiú a herva do diabo?
-Nâo...
-Você deve leé-la.
Dicho esto se levantó, comenzó a caminar y no lo vi
más. Conseguí el libro. Y me jugué al resto.

64
La sombra del relámpago

En el filo de la comprensión vibran otros mundos,


que son remolinos intangibles para los cuales siem-
pre hay una llave, siempre una cerradura por donde
mirar, mundos envueltos que se desperezan cuando
en rigor los llamamos, mundos giratorios, éxtasis u
horror, dependiendo de nuestra capacidad de sosla-
yo. Si vemos la inmensidad en un cielo estrellado
cuánto más un cielo gris nos hace desearla.

Me volví y me dí de bruces con un fantasma, que


ahogaba latidos en sombras nada más que para fasti-
diar a mi estragado ánimo. El pulso de su bravura,
acompasado con su recia pestilencia, diseñó demo-
nios como guirnaldas en mi sueño, y me dije “No o-
tra vez. No otra vez correr entre frascos llenos de
vísceras en formaldehído. No otra vez la disección
longitudinal de cerebros en mis narices. No. Antes
prefiero salmodiar sordas imprecaciones desde los
mundos voluntariamente subterráneos, asirme de
mis inicuos fetiches y desandar los caminos del ab-
surdo como muestra de donaire y delicadeza. Correr
entre cadáveres esgrimiendo tan sólo un falo es idio-
ta, es como decir misa en el prostíbulo, como dis-
traer el ansia abrazado a la cruel imagen del sexo
que me cautiva.”
Otra vez la sed desata su danza de imágenes, cuer-
pos atornillados y agitándose en efímera fiebre, am-
biguas muecas de sufrimiento que hacen hervir la
sangre, gemidos que tratan vanamente de asirse a la
materia en los afanosos espasmos que musicalizan,

65
G. Cebrián y E. Zapiola

anguilas sorbiéndose la propia cola e intercambiando


viscosidades como alegres subterfugios, ámbar que
se va opacando de tanto restregarse, sórdidas gotas
que inevitablemente, a la larga, socavarán cualquier
templo.

Tímidas angiospermas vuelven a por mí


y se ríen de mi muerte eyaculando esporas
que nada saben de los cerrojos genéticos de
Afrodita

Los cerdos se desangran mientras por aquí


se respiran aires vampirescos
enhebrando orejas como macabra estadística
saboreando cojones con sabática determinación
asumiendo animalidad por vía digestiva
e impregnando
de grasas saturadas
el impulso que desova en cada plenilunio
con bucólica necedad.

PARA UNA HIPNOPEDIA CÓSMICA

Vuelvo a desenmarañar palabras


a buscar en el cieno el sentido perdido
presurizadamente exógeno
románticamente desnaturalizado
por aluviones de sin sentido
brasas de la nada que emerge

66
La sombra del relámpago

en futuros de crueldad infinita

qué yérguese contra lo aún no nacido


cacofónico anatema
circunloquio de la pasión prohibida
que araña una vez más los ciclos inconclusos
de esta vana materialidad dialéctica.

Una vez más a cada palabra sucede un silencio


a cada silencio otro silencio que es palabra
y así
transfigurando karma
seguimos hablando de infinitos
que por sí solos no se sostienen
fruto de un devenir cósmico errado
en el pensamiento que aniquila.
Cyberinmensidades nos proyectan
hacia espacios encerrados
donde la sombra del relámpago
es lo único que ilumina.

Y cuando por fin los infinitos vuelvan a envolverse,


no habrá humanidad; no habrá este sol sino lo no
pensado. Nadie reirá. Y el llanto y los anocheceres
no serán, ni lo precioso ni lo preciado, ni el canto del
pájaro sobre el tejado, y la poesía misma será todo el
silencio, todo ese movimiento silencioso de los as-
tros, dentro de una mente lucífuga que no tendrá
pensamiento, pero que sufrirá de inmensurable eter-
nidad.

67
G. Cebrián y E. Zapiola

Comprendo perfectamente que lo no demostrable no


sea creíble. ¿Puede el escéptico darle entidad a lo
posible?
Encerrado intento ilimitar mi sistema de pensamien-
to, moverlo de manera que los ejes actúen. La si-
quiatría, la poesía, el pensamiento mágico (o subli-
me) son sólo partes del sistema de la mente humana,
que es parte de otros sistemas que se desenvuelven,
sin razón aparente, como en una dramática algarabía
pictórica de Vincent.
El espíritu pertenece a un sistema.
Lo que más allá de nosotros se agita pertenece a un
sistema
y la metafísica
y la intelección de infinito
pertenecen al sistema de la mente humana
único punto de oscuridad que atestigua
un ir perpetuo a ningún lado.

LAS ENDECHAS DEL DIABLO

Ascuas sin aire solubilizan el entorno mientras el


diablo reza endechas que trasuntan cierto aire de ar-
gucia emocional, noción del límite espejando tinie-
blas en tétricos nocturnos. No sé si es lícito pero es-
toy tratando de escupir desequilibrios, de adorar i-
deas y enarbolarlas como banderas revulsivas. ¡Sal-
gan, palabras, de mí, para atormentar despiadada-

68
La sombra del relámpago

mente a la periferia de mi sistema! ¡Salpiquen el


frondoso fondo del misterio con sus grises paleonto-
LOGÍAS! Mero anhídrido carbónico con vahos de
fiebres estomacales acariciando la Nave de la Alian-
za, mas sólo en sueños. Basta de aquelarres, me dis-
pongo a leer los diarios con la mínima congruencia.
La libido es buena señal pero acaban de tocar a la
puerta.

“Vendo vísceras, señor, y libros religiosos,


mi familia tiene la fea costumbre de comer.
Y el paraíso difícilmente nos facilita las cosas,
vea,
siquiera me favorecen las narcosis terapéuticas
así que vendo
buenas vísceras
y los mejores libros sapienciales,
mas nadie los quiere.
Tristemente, señor, entonces
celebro mi ambigüedad encefalorraquídea
y me alegro al menos
de poder seguir sintiendo hambre,
señor.

Vuelvo a tejer telarañas entre vistazos que pretenden


mantener alejado al numeral, mientras el sistema so-
lar articula sus entropías decimales y agrega descon-
cierto con las órbitas supernumerarias de segundo
orden; y yo espero otra vez mi lunático desequili-
brio, tan fatal en sus desacompasados ciclos. Dios,

69
G. Cebrián y E. Zapiola

en tanto, sólo escucha a los genuflexos y desoye a


los desesperados. Bienaventurados, pues entonces
los que manipulan los dogmas, porque de ellos será
el reino del libre mercado.

UNA DE PADRE Y SEÑOR NUESTRO


(O DE PUTA MADRE)

Tengo sólo ésto que está en mis puños


cerrados
aquí
justo debajo de los relojes
o debajo de mis ojos
(me amaño como puedo)
Tengo sólo estos diez
cerrados en un puño:

DECALOGO DEL BOHEMIO DIGITAL

1) Ave canora, déjate de gorjeos, que pronto van a


sacudir TU jaula.
2) No hables con fantasmas, de modo que los fan-
tasmas reales puedan darse cuenta.
3) No agites paradojas, suelen incomodar a la cleri-
galla.
4) Recuerda que cada uno de los componentes de tu
sistema, físicos o de los otros, responde siempre
a un molde predeterminado.
5) Y también que el sistema nervioso es sólo una
antena repetidora de señal.

70
La sombra del relámpago

6) No pierdas la perspectiva, por apasionado que


estés: el sexo es la llave, el espíritu la puerta.
7) Y cuando digo espíritu me refiero a eso que no
puede ser asequible ni conceptual ni emocional-
mente, y que por esta razón aparece también re-
fractario a mensuras éticas o a atributos sagra-
dos. (Aparte, la carne sin espíritu ya sabemos có-
mo huele al cabo de unos días)
8) Regla mnemotécnica: siempre que te refieras a ti
mismo di “nosotros”.
9) No des rienda suelta a tu lado perverso, pero
tampoco dejes de prestarle oídos.
10) Por último, ten en cuenta que los profesionales
del lenguaje son como los eunucos: sólo pueden
apelar a su lengua. Ciertamente pueden llegar a
producir algunos orgasmos, pero jamás podrán
gozar del propio.

Azuzado por las veintiún gotas en tres etapas de sie-


te de tintura madre de ginseng coreano, y la canna-
bis, es que escribo estas líneas, que no sé donde irán
después del primer punto. Invocaré quedamente al
semidiós del relámpago, que se despliega cuando
sale de sí mismo, cuando se vuelve irreal, puesto que
disloca sus parámetros conforme adquiere sombras
reales.

71
G. Cebrián y E. Zapiola

Oscura dentellada. Crepitar estéril sumergiéndose.


La automaticidad no da respiros en cada bocanada,
sueños que se vierten constantemente.
Todo es un maldito indicio. Las tres cuarenta A:M:;
estoy en mi horario de trabajo, me escapo, me oculto
en algún sucio rincón del mundo, y meto el dedo en
la llaga, y me vuelvo como ciego hacia adentro, y
entre el pensar y el no pensar existe una vasta noche,
un sucederse de explosiones, pero caray, aquí estoy
con este oscuro y difuso poema, instruyendo a los
senderos para que se multipliquen, ora aquí

EJERCICIO CON PREPOSICIÓN

qué noche lloró tras las puertas de la infancia


qué soledad transmigró bajo el mar de su silencio

ante los poemas que escribe


contra la pulsión de sus arterias
hacia los vientos que se anudan
según considera
desde las puertas salían las palabras

ora allá:

mi poema
posee un color
de profunda tristeza
y de angustia mayor

72
La sombra del relámpago

lo que deseo crear es


más allá de las palabras
una sensación
lo que queda de un poema
es el sentimiento real
del que engarzó significados
intentando expresar
ese eco inmaterial
en el filo de la comprensión

ENTRE DIOS Y YO

hay un sátiro iridiscente tamborileando delicias en su


ánfora, desorbitando así mi concentración con ca-
dencias de suaves ebriedades, desarticulando cual-
quier otra posibilidad de conexión magnética. “El vi-
no es rojo”, parece decirme. “La poesía debe escri-
birse con tinta roja, con sangre roja de vino rojo. Tan
roja como la última visión de cada avatar”. Todo
bien, mi querido fauno escanciador, mas me es
imposible dejar de evocar al eterno. La presión urá-
nica parece ser determinante en trances de ansiedad
terminal, y se me vuelve difusa la función de ebrios
semidioses a los que no obstante alimento con esos
hábitos paranoides comunes a todo fetichismo. De
cualquier modo los sirvo esperando que me favorez-
can con sus ligazones allá donde yo nada puedo
anudar, que sostengan mis ilusas pretensiones aún
más allá del lugar en que rompen las olas del enten-

73
G. Cebrián y E. Zapiola

dimiento, que acaricien símbolos con flamígeras y


desbocadas lenguas e interpreten mi bisoña encarna-
dura y sus deseos hacia instancias suprahumanas, és-
to es... lenguas amoratadas por uvas olímpicas inter-
cediendo por destinos tan espurios como ilusorios
pero suficientes para arrullar lo que reste de esta pe-
sadilla.
la idea de paraíso suele estorbar a veces
importunar otras
cuando no acicatear los diferendos con los estadios
intermedios
o transfundir todo
en las omnipresentes concomitancias de la nada
(que configuran el decorado en el que se desarrolla
el drama humano)

no es parafrasear vaguedades metafísicas


el atender al único problema planteable
en verosímiles términos:
por detrás de lo ilusorio
acecha el dios que con manos de hacha
pulveriza cada individuo
desde su magna indeterminación motora

no obstante

loco demiurgo de vejigas henchidas y rebosantes


he de tomar distancia de tu vorágine
anclada en el centro de la fantasía

74
La sombra del relámpago

mas no sé hacia dónde:

si hacia las heladas cumbres de lo unívoco


donde me tornaría inalcanzable
incluso para mí mismo

o hacia las dulces tenazas


que tensan la piel en miríadas de celos
no sé

no quiero en todo caso


dejar de sorber de tus uñas
los rezagos de las hierbas que desmenuzas
para hipnotizarnos

tampoco transfigurarte
detrás de odiosas jerarquías
sólo adorando los nexos
o al menos no soslayándolos

(ojalá un día el destino arribe


y dioses y hombres
estemos allí para atestiguarlo)

DICKINSON DIXIT

Ciudad de La Plata, un atardecer de julio de 2000: El


Dr. Dickinson accede a exponer en las oficinas de

75
G. Cebrián y E. Zapiola

Stalker algunas consideraciones acerca de la con-


ciencia humana. El resto del equipo aprovecha para
hacerle, de paso, todo tipo de consultas personales.
“...Gregory Bateson insiste en los dos conceptos: en
el concepto del sistema, en el sentido de que el chico
existe porque hay un grande, sino no podría existir, y
a esto le llama estructura sistémica, que a su vez va
acompañada del concepto previo de que la obser-
vación de un hecho modifica ese hecho. Solamente
el hecho de observarlo lo hace distinto, lo con-
diciona. Como cuando uno mira a su perro, el perro
no va a actuar como actuaría un perro normalmente
sino que va a actuar como un perro al que lo están
mirando.”
Chicho: -Pero un perro es un perro y una cosa es una
cosa...
“Las cosas son dinámicas, diría Bateson. Y fijate, te
voy a dar un ejemplo que va a poner a prueba tu
inteligencia: un tren sale de La Plata a Buenos Aires
cada hora; con igual frecuencia, sale un tren de Bue-
nos Aires hacia La Plata; el trayecto dura seis horas.
Yo tomo un tren en La Plata, ¿con cuántos trenes me
cruzo en el viaje?”
Chicho: -El trayecto dura seis horas...
“Exacto”
Chicho: -Vos salís en un tren, y vuelven uno cada
hora. O sea que a la primer hora te cruzás con uno, a
la segunda hora te cruzás con otro...
“Esa reflexión hacela vos. Yo lo que te pregunto...”

76
La sombra del relámpago

Gabriel: -No, cada media hora te cruzás con uno.


Menos de media hora...
Lucas: -Siempre y cuando haya corriente eléctrica.
“El concepto, es dinámico. Es decir, si vos pensás
las cosas quietas, me vas a decir incluso, con seis, si
sale uno por hora. Pero como van en marcha, te
cruzás con doce. Y éste es el concepto que no tuviste
en cuenta cuando dijiste “él mira una cosa”. No, las
cosas están en movimiento permanentemente por
más que sean cosas. Y si no lo concebís en esos tér-
minos... diría Gregory Bateson, no entendés nada.”
Gabriel: -Si no lo considerás en esos términos, de-
dicate a la poesía.
“Sí, pero no pretendas medir nada. Porque vas a me-
dir la altura con un termómetro y vas a tomar la
temperatura con un metro. Y así no se puede. Para
eso, dejá estos instrumentos y dedicate a escribir.”
Gabriel: -Y suscribite al intenciómetro que vale...
“Te vendo uno que vale ciento cincuenta pesos. Un
regalo”
Chcho: -Bueno.
“Además que sólo mide las intenciones. Hay inten-
ciómetros que por ahí mienten un poco. Si son más
pesados te dan más, y así. Éste no. Solamente mide
las intenciones. ¿Querés uno?”
Chicho: -Sí, sí.
“Ciento cincuenta, sale.”
Chicho: -Bueno, vos dameló y después vemos cómo
te pago.

77
G. Cebrián y E. Zapiola

Gabriel: -Mirá que se va a dar cuenta de la intención


que tenés de pagar.
“No, pero es que es cierto. Cuando uno vende inten-
ciómetros, toma poder, porque el intenciómetro en-
seguida delata. Si me vas a pagar, o te estás ha-
ciendo el vivo como ahora.”
Chicho: -No, ahora no lo quiero. Yo te decía que sí
por compromiso, para darte el gusto.
“Tengo un intenciómetro que me está delatando e-
xactamente qué es lo que vos querés. Y me dice ‘No,
Chicho se lleva el intenciómetro y luego no lo paga’
No contabas con eso.”

SIGILO

Camino con pasos suaves, apretarlos o enfatizarlos


suele producirme esguinces en la glándula pineal, y
mi conexión con los mundos superiores se enrarece
y hasta se interrumpe a veces. Tanteo, preferente-
mente sobre hierba o barro, luego piso quedamente,
tratando de absorber la humedad del humus y elevar-
la como savia hacia mis vísceras más críticas, que
desesperan de las áridas sequías en ciernes, sobre
todo ahora, que estoy siendo monitoreado por miría-
das de cables; yo, como todos, en especial los que
marcan el paso

¡IZQUÉRDA DOS, TRES, CUATRO!


¡IZQUÉRDA DOS, TRES, CUATRO!

78
La sombra del relámpago

¡AL-TÓ! ¡VISTA AL FRENNN-TÉK!

Piso suavemente los suelos de mi Patria, en rigor la


Patria de mis Padres (Pater) (Patrón) y hago bien en
ser cauto, incluso melindroso, ya que prefiero no ser
tan ostensible en los monitores, me siento acechado
por el águila guerrera que alta en el cielo se eleva
audaz en triunfal vuelo, qué cosa, ¿no?

Las formas desde su exasperante fluidez


claman por desconectar vínculos
y es vano su clamor
pero allí está
ya que si bien no hay conexión posible
nos afanamos
y ni siquiera el ocioso clamor
nos disuade
nos afanamos
¡y qué dulces son las formas
y los ilusorios triunfos
que sobre ellas creemos obtener!
¡y las lisonjas,
en un cosmos tan inestable!

(el mínimo mohín de entendimiento


solidifica peldaños superadores
de una crasa humanidad
pero al mismo tiempo
sacude los sensores,
así que hijos míos

79
G. Cebrián y E. Zapiola

evolucionad, sí,
pero sigilosamente)

Como un vándalo que huye de su propia desgracia,


ejerzo este catártico sistema, mezcla de razón y no,
reverberación de un espíritu anarquizado que no
comprende los solsticios (como un hecho del espíritu
y no del mundo físico)
Ahora estoy en este mundo sibilino y me veo no e-
xistiendo en él. Y la recurrente idea interna de vacío
es lo que, paradójicamente, me mueve:

MURO BLANCO

He tocado el corazón
de lo que existe
pero los ángeles no tienen fe
en mi perspicacia

sigo durando, nada más


ángeles derramados
nudos de palabras recogidas
atisban la posibilidad de crearse
ruinas de cólera agazapada
ángeles derramados
cuidan mi cuello

abismos de pensamientos
que

80
La sombra del relámpago

encaminados en una recta


esto es, al infinito
se niegan su mundo de posibilidad
posible esfuerzo
hacia la nada misma que es
un muro blanco
sin un poema ensangrentado
y sin la mano que lo escribió

Esta liturgia de entrecasa me permite derribar lo de-


rribable. LA REALIDAD que veo es como una agu-
ja en un pajar, que sólo se verá por contraste, sólo
existirá para quien la encuentre. Eslabonar cadenas
es adquirir oscuras costumbres. Silencios de plata
para hipnotizarnos. Disparar con pájaros hacia un
cielo en llamas.
Y cuando lo fatuo rebusca en el tiempo su sentido se
abre en mí un mar violado. Y entre cielo y mar está
mi abismo.

QUERIDO DR. DICKINSON:

El hecho “yo”, según considero (en este mo-


mento) es solamente la concepción occidental de
individuo. Así como un tibetano no necesita de un
terapeuta (occ.), pues sus antepasados se encargaron
de aniquilar ese principio que mueve a este lado del
mundo.

81
G. Cebrián y E. Zapiola

Así como bien mató mi curiosidad en lo respectivo a


la memoria y al sueño, lo cual agradezco, claro está,
me lo imagino diciendo en medio de mi diálogo:
“¿Qué mundo?”, tras lo cual reiríamos etc. etc.

-¿Quién es Dickinson?
-Un amigo.
-¿Qué hace?
-Psiquiatría.
-¿Está loco?
-Su locura es pendular.
-¿Cómo?
-Se hamaca en su locura
-Ah...

DESDE HACE UN AÑO tengo otro yo, y es bueno,


sabés, aunque los médicos digan lo contrario. La
magia no sirve; ergo, es bueno tener a mano alguien
a quien echarle las culpas. Por ejemplo: ahora mis-
mo, mientras estoy escribiendo esto, acabo de estru-
jar de un manotazo una drosophila melanogaster (las
mosquitas de la fruta, ¿viste?) y no fui yo. Fue el
otro. Vos dirás qué boludez, ¿no? Pero a todo evento
suele dar resultados impresionantes.

Me miro y estoy ahí


pero ahí no está mi hígado
y lo que es mejor
ahí

82
La sombra del relámpago

me basta con pensar en vino para degustarlo


hasta embriagarme

me miro y estoy ahí


sonriéndome
con dientes que no necesitan de tratamientos
ahí
nada necesita higiene
y sin embargo todo brilla
aún después de los ajetreos más malsanos

soy bravucón, ocurrente y vocinglero


y nunca un pusilánime
(así que no me molestéis
si no os las queréis ver
con el otro)

él grita cuando callo


y calla cuando grito
y no sé si es para bien
el que haya usurpado mi sentido
mas lo hizo
en todo caso
hablad con él

que yo en tanto
y mientras trato de recomponer mis metabolismos
procuraré seguir alimentándolo a través del sueño.

83
G. Cebrián y E. Zapiola

Arrecian otra vez los tam-tams en mi mente y em-


prendo enjundioso los pasos de baile que me de-
sembocarán sobre playas de éxtasis, vibrando los
parches de mis tímpanos en inusitadas cadencias que
corresponden al máximo volumen, el silencio explo-
sivo. Danzo entonces entre vorágines de luz, que de
cuando en cuando se aglutinan en un paisaje que a
poco vuelve a desmembrarse y así.

Entonces... ¿qué hay por aquí?

Una casa nueva. Gran cosa. Siempre estoy viviendo


en casas nuevas, al menos para mí. Pero hay algo
más, esta vez. El acabado es de una pulcritud exas-
perante. Todo parece ser nuevo. No parece, es nue-
vo: los muebles son nuevos, los cuadros son nuevos,
incluso mi ropa –cosa de lo más inusual- es de estre-
no. Todas las fotos son de ahora e incluso mi au-
torretrato al carbón parece haber sido hecho hoy
mismo, y tanto mis libros como mis discos tienen
© 2000 y no parecen haber sido siquiera hojeados o
retirados de su cajuela, según el caso. Lo peor es que
tampoco sé qué debería haber quedado respecto de
cualquier cosa, ya que no soy capaz de recordar na-
da. El pasado, tanto intra como extramental parece
haber sido abolido; como si la realidad hubiera su-
frido una nueva tabulación, como que de aquí hacia
atrás se hubiere resumido quién sabe respecto a qué
o en qué, algo así.

84
La sombra del relámpago

Me sirvo un taquito de Legui (botella nueva), me lo


clavo de un saque, abro una cajetilla de Gold Leaf y
enciendo uno. ‘Los hábitos permanecen’, supongo,
mientras gozo por vez primera el sabor del licor
combinado con el suave humo del cigarrillo “Fabri-
cado bajo la supervisión de British American Toba-
cco Co. Ud....”. Salgo a la calle y observo que todos
los automóviles son último modelo, pero nadie los
conduce. Simplemente están allí aparcados. Claro,
quién iba a conducirlos en medio de este sismo psi-
cológico que acabamos de sufrir. Todos experimen-
tamos esta actualización compulsiva y nos miramos
unos a otros con ojos de pez. Los mayores, por cier-
to. Los niños en tanto se embelesan con la novedad
de sus ropas, o de sus juguetes. Es obvio, cuanto me-
nos pasado se tiene menos se alucina en una cir-
cunstancia como ésta.
Una mujer anciana se acerca y me dice:
-Pero fíjese, joven, qué calamidad. Estoy a punto de
morir y no sé qué he hecho de mi vida.
-No se preocupe, señora –respondí con flamante sar-
casmo.- Algo me dice que suele ser así, de todos
modos.
Rato después decidí sin más dejar de interactuar con
mis congéneres, harto estaba ya de preguntas estúpi-
das que sin embargo era incapaz de responder y de
rostros desencajados de estupefacta zozobra. Caminé
pensativo y supuse que mis olvidadas experiencias
seguramente incluían varias quemas de naves; que
numerosas veces habré barajado y dado de vuelta, no

85
G. Cebrián y E. Zapiola

sé. En todo caso, sólo se trataba de meras presuncio-


nes, que quizá se debieran a la tranquilidad que ob-
servaba en la crisis. Miento, no se puede calificar de
“tranquilidad” al estado mental que me imbuía. Me-
jor debí haber dicho ataraxia maravillada, o algo así.
Todo estaba para verse por vez primera.
De pronto se me ocurrió algo: ‘Si me fuera posible
caminar hacia atrás, y retroceder al propio tiempo en
mis cavilaciones en fidedigna reversa, tal vez podría
de algún modo soltar el engranaje y recordar más a-
llá de la tabla rasa. Así lo intenté, mas nada parecía
ocurrir. En eso observé en la vereda de enfrente a un
hombre enjuto que me miraba y se sonreía, al pare-
cer al tanto de mi fallida maniobra. Tampoco parecía
turbado en modo alguno, pero lo que más llamó mi
atención fue su ropaje, cuyo deterioro y suciedad
contrastaban formidablemente con el pulcro univer-
so. Me dirigí hacia él.
-Parece que usted puede recordar –le dije.
-¿Y de ahí?
-No, nada. Simplemente supuse que podría usted de-
cirme algo del pasado, o en todo caso, ayudarme a
recordar.
Me miró insidiosamente durante un momento. Lue-
go me respondió:
-Solamente puedo decirte una cosa acerca del pasa-
do, mas estoy seguro que ya la sabes.
-¿Qué cosa?
-Que el pasado no existe -sentenció, y emprendió la
marcha. Unos momentos después estalló en llamas.

86
La sombra del relámpago

Continuó su camino, imperturbable, y luego desapa-


reció, o se consumió, no sé. Caminé tras sus pasos y
a poco comencé a incinerarme a mi vez. Apenas tu-
ve tiempo de desarticular aquel extraño cosmos, in-
sertado como una semirrecta ígnea en el tiempo eter-
no. Les escribo esto lo mejor que puedo, con mi ma-
no derecha ampollada. Mas lo peor, de todos modos,
quizá sea que mi chamuscado cerebro no me permi-
te, hoy día, encontrar una miserable prueba objetiva
de la existencia del pasado en ninguno de los mun-
dos que suelo frecuentar.
Incluso los fósiles rezuman una actualidad exaspe-
rante.

EJERCICIO SOBRE EL CONTROL DE LOS SUE-


ÑOS

Cuando nuestros sueños sean controlados no habrá


espuma sino algo blanco que alguna vez tuvo nom-
bre. Los hombres del futuro serán una manipulación
genética, ya nada obtendrán de la noche, los poemas
serán solo propaganda del sistema, correrán los ríos
azules pero no habrá nadie que los mire en llamas,
acaban de informar al mundo la clonación de anima-
les, eso quiere decir que ya han clonado humanos, en
las grutas habrá formas adivinables pero nadie sen-
tirá curiosidad, y habrá sólo un haz de luz enquis-
tado, la tierra no será recolectada, no habrá pen-
sadores pero aún habrá el baile del cisne sobre el a-

87
G. Cebrián y E. Zapiola

gua, el fragor de las hordas angélicas, y nadie verá


las maravillas, lo automático será lo pétreo, y habrá
el brillo y luego la sombra del relámpago y nadie pa-
ra registrarlo, no habrá vastedad ni ilusiones perdi-
das, no habrá devoción ni amantes en los balcones,
las águilas volarán sobre un mundo destrozado, no
habrá altamar, no habrá nadie que escuche el susurro
del viento, no habrá llanto al nacer, no habrá puertas
a la percepción, ni cobardes ni valientes, no habrá
margaritas que deshojar en la adolescencia, habrá a-
ún el murmullo del mar comiéndose a las rocas, no
habrá idea ni espíritu ni elegía ni tormento, ni dios ni
diablo sino otro, ni caminos que buscar ni caminos
que encontrar, no habrá ciervos bebiendo el manso
agua en el estanque, no habrá odio ni alma, violetas,
piedad, ciclotimia, razón, cántaros, fotografías de ni-
ños, recuerdos de amores perdidos, universos agitán-
dose afuera, ajo y zafiros sobre el lodo, animales do-
mésticos, altruismo, egolatría, violencia, bondad, e-
moción, idiosincrasia, anhelo, visión, maternidad,
astronomía, nada que imaginar en los ojos de otro,
no habrá luz en ningún rostro, hesitación o congoja,
ni yo, ni nada.

435 VIBRACIONES POR SEGUNDO

La rebumbante bola del diapasón en mi oído indica


la frecuencia a la que debo elevar el armónico que
tiro sobre la quinta. Mi cerebro, como un botón zum-

88
La sombra del relámpago

bador, asimila ambas impresiones y las equilibra con


la pericia propia de la tenaz ejercitación. Luego cada
cuerda restante es ajustada a escala y puedo gozar de
la dulzura de un par de acordes menores bien afi-
nados; a mi alrededor algunos gnomos ensayan me-
lodías que supongo sería bueno grabar antes que se
pierdan, pero ya sé como sigue: me engancharé a po-
co en la búsqueda de algunas tríadas innovadoras y
todo se irá al carajo, pues.

Guardo cenizas luego del destierro


la urna es mi guitarra
y el epitafio mi memoria
falible y falaz
pero dinámica

intento un poema con versos menores


y con sexta aumentada
pericias formales en armónica disposición
y luego cavilo
y me veo secuenciado y vibrando
a 435 por segundo
en todo cuanto hago
mi mundo oscila en esa frecuencia
mi mente
dentro o fuera de ese mundo
se incardina en ese parámetro
y lo refleja
hacia atrás y hacia delante
establece una rosa de los vientos

89
G. Cebrián y E. Zapiola

sináptica
mientras el otro
zangolotea tontamente sobre cualquier cifra
transportado por refusilos
subido a ellos desafiando cualquier becuadro
estragando reliquias metrológicas
vituperando los ecos concéntricamente temporales
blandiendo el caos en cada hirsuto golpe de vista

(Yo en tanto he aprendido a impostar


kilómetros de visibilidad sobre el cielo
tratando de minimizar lo aparente
de acotar el subjuntivo
con un par de acordes
y unas cuantas palabras
nada más ni nada menos
lo justo bah
435 vibraciones por segundo)

Bastardo hidalgo saboreando los agrios frutos de mi


irreductible soberbia, el desprecio camina a mi lado
intercambiando conmigo guiños y gestos de aliento.
La sanidad del error, la humanidad revistiéndose de
desidia terapéuticamente, eutanásicamente; entre
dios y yo hay un fauno iridiscente.
Déjalo, pues, proyectar el desparpajo.

Agito la manivela
suelto algunos escupitajos carbónicos
cual precio de las tempestades alguna vez aspiradas

90
La sombra del relámpago

cotejo la virtualidad del mutismo en ciernes


navego gaseoso hacia Timbuctú
hasta que la ansiedad contrabalancea este cuerpo
el pecho que duele
miríadas de cuchillos parduscos lo laceran
cuando bastaría uno solo de ellos para acuchillarme
a muerte

y sin embargo una retícula de filos morenos


se agolpa en mi esternón
y por ahora
un acceso de tos me basta para expulsarlos
unos minutos al menos
ahí vuelve
así que hago cruces y rezo
a veintiséis mil cien
vibraciones por minuto
(pluguiera el cielo darme precisiones menos
drásticas
en una respuesta virulenta e improbable
capaz de descorrer en algún modo los cerrojos
de mi senil cúmulo de limitaciones)

extraño esos suaves letargos


que entre las acacias
ajustaban a ritmos eólicos
mi pensamiento

mantos agrestes de sueños inducidos


transpirando al sol frías gotas

91
G. Cebrián y E. Zapiola

de anacrónico rocío
demudados en psicodélico llanto
ante un cosmos impresionista
como tenazas de luz
que balanceándose
centrifugan mis ojos atornillados sin aliento

esgrimo el pincel de luces


mas mis trazos son torpes
conspiran contra todo posible trance
así que por favor
dejemos al ser comunicarse
cada idea
es un mantra hacia la nada
así que por favor
dejemos al ser comunicarse
y seremos dioses
aún ardiendo en la pira funeraria.

BREVÍSIMO TEXTO ACERCA DE LOS PLANOS


DE LA RAZÓN.

Endemoniada o divina
la razón nos da el poder de imaginar.
el pájaro y el lobo
imaginan y razonan
como tales.
La razón humana origen del mal.
Estricto punto de vista humano.

92
La sombra del relámpago

No pueden el lobo volar


o el pájaro embriagarse por las noches
con arduos aullidos lapidarios.

LAZOS DE LUNA

Era tarde, no sé respecto a qué, pero sentía que era


tarde (no lo digo en un sentido moral, sino estric-
tamente atenido a husos horarios). Intenté correr,
mas la pesada rigidez de mis componentes orgánicos
me recordó sensorialmente la falta de ejercicios físi-
cos y el exceso de disipaciones. Trastabillé y me de-
tuve a recobrar el aliento tan velozmente perdido,
entre columnas de humo generadas por exhalaciones
a veces convulsivas. Las pulsiones en mis sienes da-
ban ciertamente marco para un concierto de hip-hop.
Era tarde para correr, además.
Rebusqué en mis bolsillos y extraje $ 3.10. Paré un
taxi y mientras subía caí en la cuenta que no sabía
aún hacia donde me compelía la urgencia. De a-
cuerdo al dinero disponible pedí al chofer que me
condujera a Plaza Moreno. Vi las flamantes torres de
la catedral y me pregunté si dios estaría de acuerdo,
aunque no fui capaz de dilucidar la cuestión. Evi-
dentemente la noción de dios me exorbitaba.

Lazos de luna
trenzan al silencio con fibras ópticas centelleantes
para arrojar férvidos latigazos de conciencia

93
G. Cebrián y E. Zapiola

restallando en luces
que ávidamente busco con mi lengua
pepitas de dios
tan reacias a la densidad de mucosas y meninges

es tarde ya
y no sé para qué vine hasta aquí
nada me es revelado

asumiré de buen grado los azotes


y tal vez pueda recordarlos burdamente
en otro poema
otro más, que me arroje lejos
allí donde las dimensiones no son pertinentes
y nunca es demasiado tarde

la luna entre las torres


sostiene las estructuras genéticas del Tao
lo masculino por sí solo
jamás abrirá una brecha en el cielo
mas seguirá pujando
sumergido en la caverna egolátrica
aterido y sin un oasis hacia el cual retraerse
seguirá procesando tautológicos espasmos
latiendo según el compás ciego e irresuelto
de los muérdagos parasitarios
que estrechan el círculo de lo improbable.

94
La sombra del relámpago

HAMBRE DE LÍQUENES

El viento del norte levanta volutas de fina arenisca,


produciendo pequeños torbellinos que se elevan cí-
clica y simétricamente con una precisión exasperan-
te. Trato de no respirarlos, parece haber algo malig-
no en esa pulcra disposición de elementos que se
presuponen caóticos. Mas la posición de loto me re-
sulta harto incómoda al cabo de un tiempo, mis ar-
ticulaciones comienzan a convulsionar al ritmo de
los minúsculos remolinos, así que me acuesto y los
dejo penetrar mi sistema respiratorio.
Géisers de ideas
expulsan sus humeantes paradojas
desde el árido desierto de mi mente
ventosidades telúricas
que ganan cielo con nímbea determinación
mientras vuelvo a atizar el volcán
que es el cuenco de la pipa
que ahuma mis laxas dendritas
otra vez
el humo venenoso dando alas a mi desconcierto
y como siempre las preguntas fatales
formuladas entre escupitajos amargos:
¿hay vida después del pensamiento?
¿hay pensamiento después de la vida?
¿y qué hay del antes?

“toda biografía es eterna,


si no es incompleta y arbitraria”

95
G. Cebrián y E. Zapiola

me digo mientras observo trémulo de insignificancia


mi pipa y mi lápiz tan inútiles
ejerciendo combustiones que tan sólo servirán
para amortiguar el impacto del insondable

pero aún
puedo amar sanguíneamente el fenómeno y las
formas
puedo gozar del dolor y de la angustia
con paso de miriápodo sobre todo embelesamiento
entonces el cielo recepta mi nube
siento a mi humo diluirse en la inmensidad
que habita tras ambos extremos de lo eterno

sólo otra calada


y mis risotadas de dolor
serán proferidas hacia donde jamás producirán
resonancias

(hambre de líquenes
dispara tremebundas arborescencias
dispuestas en luminosa opacidad
y es álgido cada uno de sus senderos
y es efímero el rastro del fuego
y es insidioso cada equinoccio
cuando esculpe sicalípticas analogías
sobre la noche indeterminable)

96
La sombra del relámpago

SANTA TERRA VERMELHA

Caminos que se abren como heridas tintas en sangre


sobre las laderas de los lujuriosos morros del Macizo
de Brasilia. Impregnado hasta las muelas de cachaça
y maconha pienso obsesivamente una canción para
Celso, a la que finalmente llamo “Paracelso” y creo
que hubo alquimia.
Entre torpes pasos y ardientes pensamientos encuen-
tro el camino que corresponde a cada uno. No queda
otra que ser auténtico, e incluso auténticamente falaz
a veces; por cada interpretación se abren tres líneas a
desentrañar gnoseológicamente, y estas arduas rami-
ficaciones me retrotraen al rojo, caminos hacia el
cielo del crepúsculo que son pisados con suavidad
devocional, el amor más puro es por la tierra. La sel-
va madre acuerda y me reconforta nuevamente con
sus cálidos efluvios narcotizantes.

Parado sobre esta Santa Terra Vermelha


agonizo cada segundo renazco cada segundo
la delgada cuerda bordonea en mi espinazo
entonces apuro el trago
(la plenitud es algo agobiante
y yo sólo tengo mi sed que entregar
como ofrenda)

vuelco unas gotas sobre el arrebolado polvo


y unos cuantos miles de voltios
suben desde mis talones hasta la coronilla

97
G. Cebrián y E. Zapiola

recordaré por siempre esta sintonía

mientras, el silencio me llama


disfrazado de marinas resonancias

DIBUJO DE UN BARCO CORRUPTO

-¿No te acordás? Fue en la época que habíamos con-


seguido ingerir una botella de Legui cada uno y no
caer, por allá por 1980. Fue una noche de ésas, que
volvimos a tu casa y yo intentaba que escribiéramos
una poesía juntos, pero vos te quedabas dormido.
Escribía unos versos y cuando me parecía que lle-
gaba tu turno, advertía que te habías dormido, así
que te despertaba y decías tu parte. A partir de allí
cada vez que te tocaba, te tenía que despertar. El re-
sultado fue esto:

“Espacial
la música se confunde
con los gastados tritones
burla
bufonesca misión anonadada
risas como pilas de leña esperando al invierno
se arquean los dibujos
trato:
destellos llanto
mi amarillo se deleitaba en la oscuridad

98
La sombra del relámpago

uno de estos días


sabré que pude optar por el verde
diluyendo mi estridencia
en el sagrado silencio
de tartamudas puertas elípticas que
siendo infinitas
sólo una es tuya
sólo una te espera
y se renueva el hábito del buscador enceguecido
por gemas que aún no estarán
a su alcance

pequeños hombres vi
y también mujeres que
mientras limpiaban sus enseres
cambiaban continuamente sus rostros

cayó un trueno
despidiéndolas
de rojos de ojos
y aquí estamos buscando sabinas
para el saqueo
trato: rojo-mujer-gema
dibujo de un barco corrupto”

99
G. Cebrián y E. Zapiola

DICKINSON DIXIT

“Y lo dejaste encendido” dijo Dickinson, refiriéndo-


se al grabador.
Gabriel: -Y, quería tener grabado algo de cuando
hablás de Bateson, ya que decís que nunca hablás de
él...
“Siempre, no, ¡eh, cómo no! Si ha condicionado ab-
solutamente mi manera de pensar. Creo que fue el
último atisbo que he tenido de revelación, cuando lo
conocí a Gregory Bateson. Absolutamente. Me pare-
ce que es verdaderamente una forma distinta, que te
tenés que soltar del pasamanos, librarte un poco a tu
suerte y lograr agarrarte de otro, distinto. Sincera-
mente, eso es, me da esa impresión. Él insiste en los
términos que el pensamiento...”
Gabriel: -Lo que pasa es que salió de California en
la época que tomaban mucho ácido.
“Bueno, hay muchos autores que dicen... ¿sabés
quién es Don Juan, el de Castaneda, sabés quién es?
¿Querés que te lo diga? Alguien que vive encerrado
en un departamento y jamás vio la luz. Algunos in-
sisten con este concepto.”
Gabriel: -Es un disparate, eso.
“Que alguien fue –pero no a Méeexico; fue a un de-
partamento en New York. Y se encontró con una
persona que le reveló un montón de cosas.”
Gabriel: -¡Pero eso es insostenible!
“¿Por?”
Gabriel: -Porque sí.

100
La sombra del relámpago

“Hay un libro que se llama ‘Cambio’, es un libro es-


crito por un psiquiatra yanqui, Steve de Shazer, es
un instructor de médicos residentes de psiquiatría en
el Hospital de la Universidad de Oxford. Tiene im-
presos unos cuatro o cinco libros, que son libros que
se encuadran dentro de en lo que en psiquiatría se
llama ‘terapia sistémica’, que toma como fundamen-
to a Erickson... ¿lo conocés?”
Gabriel: -No sé. ¿Fabrica teléfonos?
“Erickson era un viejo médico que hacía terapias no
psicofarmacológicas. Por ejemplo, te cuento una a-
nécdota: Uno de sus pacientes es un borracho, ex
combatiente de Viet Nam. Entonces el tipo va y le
dice ‘yo vengo porque soy un borracho, estoy perdi-
do’ y paralelamente empieza a mostrar fotos, recor-
tes de diario, todos elementos que dan constancia
que él es un ex soldado. Entonces Erickson agarra
todo lo que él le da, lo rompe todo y lo tira a la ba-
sura y le dice ‘ahora andá, y brindá, ¿a ver?’ y el
tipo, no tomó más. Implementaba...”
Gabriel: -Se suicidó.
“...implementaba terapias que tenían que ver con la
vida de la persona e ingresaba a su sistema de vida,
rompiendo acá o rompiendo allá, o juntando esla-
bones o soltándolos, en esa cadena, que él diría ‘¿es
el huevo o la gallina?’ cuando hay un problema cual-
quiera. ¿Es el huevo o la gallina? Nadie lo sabe. Lo
único que sabemos es: no queremos algún huevo,
cortamos antes del huevo o antes de la gallina.”

101
G. Cebrián y E. Zapiola

Gabriel: -Yo creo que por ahí hay un montón de


gente que más o menos se maneja con un cierto gra-
do de lo que se puede suponer “sanidad mental” y
eso lo hace espontáneamente.
“Claro. Es lo mismo que sucede con Bateson. ‘Na-
die necesita que yo le enseñe nada’ diría él si estu-
viese aquí.”
Gabriel: Lo mismo decía Don Juan, pero estaba en
México, eh.
“En el Libro ‘Cambio’, Steve de Shazer –iba a decir
eso y me fui al carajo, después- lo único que hace es
tomar las Enseñanzas de Don Juan ¡párrafo por pá-
rrafo! (risas). Obsesivamente lo desmenuza y te de-
muestra... no es que te lo demuestre, sino que te de-
ja muy claro el concepto de que están muy cercanos,
Gregory Bateson y Castaneda. Que Don Juan es un
personaje que bien podría haber sido Gregory Bate-
son. Y muchos insisten en que él toma los conceptos
de Bateson y gracias a eso, logra Castaneda una for-
ma de pensar...”
Gabriel: -Pero esto es novela.
“Igual, pero ¿por qué se sienten atraídos sus lec-
tores? ¿Por qué? ¿Por la novela, precisamente?”
Gabriel: No, yo creo que se sienten atraídos porque
tiene penetración metafísica, y no porque tiene pe-
netración psiquiátrica.
“No, no psiquiátrica. No es psiquiátrica, es una for-
ma de pensar.”

102
La sombra del relámpago

Gabriel: -Claro, pero una cosa es por ahí la sistema-


tización que tiene la ciencia y otra cosa es el pensa-
miento mágico.
“Si Gregory Bateson estuviera acá diría: ‘la causa y
el efecto que fue la forma de pensar la ciencia, está
equivocada. Está equivocada. Te fuiste al carajo.’
No es porque el avión tiene hélice que vuela. Tam-
bién porque tiene alas, una estructura, una forma,
etc. Son ‘sistemas’. Entonces si vos pensás en causa
y en efecto, ya estás partiendo de un punto equivo-
cado.”
Gabriel: -Tiene que ver con la idea de Heráclito, de
que todo está en constante movimiento.
“Bueno, el ejemplo del tren tenía que ver con tratar
de generar ese concepto, de que todo siempre está en
movimiento. Por más que sea un objeto. Entonces no
me digas ‘esto es una piedra’, porque la misma pie-
dra que es hoy mañana es distinta, porque pasó el
tiempo; porque yo crecí y la veo de otra forma. Y la
piedra a su vez cambió.”
Gabriel: -Pero y respecto de sí, ¿qué pasa con la pie-
dra? No es conciente de esos cambios.
“No importa, no importa, Yo lo que digo es que la
forma de observarlo...”
Gabriel: -¿Vos no creés que un paisaje puede estar
vivo, por ejemplo? Un paisaje en el desierto, Cas-
taneda vuelve obsesivamente al desierto; el desierto
de noche es una cosa que parece... por lo menos ahí
en Sonora, dice la gente que va que el desierto de
noche es una cosa este.. qué se yo... mágica, de al-

103
G. Cebrián y E. Zapiola

guna manera. Como que ‘el lugar’ está vivo, que el


lugar tiene un sentimiento y una determinación, di-
gamos.
“¿Como que es un ser vivo y por lo tanto ser diná-
mico, y tener movimiento?”
Gabriel: -No sé, por qué.
“Bueno, pareciera que el desierto... yo no sé, no lo
conozco, si bien ahora que lo decís puede ser, nunca
había prestado atención a ese aspecto de cómo vuel-
ve a los desiertos.”
Gabriel: -Por ejemplo, desde un punto de vista de
experiencia de sistema, vos por ejemplo te tomás un
ácido y te vas a 7 y 50, o te tomás un ácido y te vas...
que sé yo, a Punta Indio. Evidentemente, son lugares
que se puede decir que tienen espíritu distinto, por
mas que sean lugares.
“Bueno, pero esos son condicionantes que...”
Gabriel: -Pero todo eso es relativo a la siquis del
percipiente. Yo estoy preguntando si en esos lugares
no hay una siquis propia,
“No. Gregory Bateson diría que no.”
Chicho: -Don Juan diría que sí.
“Pero fijate, te doy este ejemplo: Watzlawick, que es
un seguidor de Bateson, en uno de sus libros, empie-
za con un ejemplo, diciendo que un grupo de expe-
rimentadores, consigue una sustancia que pone agre-
sivos a los seres vivientes. Para probarla se la dan a
unos monos, y en ese grupo de monos...”
Chicho: -¿Es cierto eso?

104
La sombra del relámpago

“-sí es cierto-, ...donde habitualmente había jerar-


quías, el mono al que se le suministraba esta sustan-
cia...”
Gabriel: -¿Desafiaba al poder?
“...siempre el mono agredía desde su nivel jerárqui-
co hacia abajo. Con lo cual demuestra él, y tiene esta
intención y por eso lo cuenta, que lo importante es el
sistema en donde eso sucede, y no lo que sucede. Lo
que sucede es producto de una droga, pero se maneja
en este sistema, entonces agrede desde su nivel jerár-
quico hacia abajo. Nunca hacia arriba. Jamás. Una
experiencia hecha y revisada infinidad de veces.”
Chicho: -Pobres monos...
“Tamos hablando de otra cosa. No me vengas aho-
ra...”
Gabriel: -Pobres monos, en serio.
“Los monos, luego, se decían: ‘Mirá como tengo
condicionado a este experimentador que cada vez
que reacciono para abajo, él escribe y se lo cree.”
Chicho: -Tá bien, bárbaro.
Gabriel: -Eso lo inventaste vos.
“Sí, la última parte es mía. Watzlawick no dice eso.
La cuestión es que todo depende de desde donde lo
mires, y que cuando vos estás mirando la experien-
cia estás modificándola.”
Gabriel: -¿Por qué no creés que un sitio tiene un de-
terminado espíritu? ¿O que el planeta mismo tiene
un espíritu? ¿Que el planeta tierra puede ser pensado
como un sistema orgánico viviente?

105
G. Cebrián y E. Zapiola

“Pero así tenemos que pensarlo, la ley de la ecolo-


gía. ‘Pasos hacia una ecología de la mente’...”
Gabriel: -Ya me lo prestaste, ese libro.
“Bueno, ¿pero entonces? Obviamente, lo que decís
es así. Sí.”
Chicho: -La ciencia utiliza sus propios términos, y
espíritu y sistema son dos cosas opuestas, tal vez.
“Espíritu no existe. Cuando metés la palabra espíritu
en esta conversación yo debo decir ‘no sé de qué es-
tás hablando’ (risas). En serio.”

106
La sombra del relámpago

Parte II

Pasos hacia una


entropía del lenguaje

107
G. Cebrián y E. Zapiola

108
La sombra del relámpago

SÓLO VINE A VER EL JARDIN DONDE AL-


GUIEN MORÍA

yo sólo vine a ver


adónde está el futuro muerto
quiero besarlo fríamente

recuerdo que venía pensando en alguien como él


un hermoso muerto para las flores

casi nunca he podido jugar con muertes pequeñas


siempre me tocan muertos añejos
han conciliado una estadística
muertos añejos 95 %
muertos nuevos 5 %
me dijeron las principales encuestadoras
que muerte es lo que más hay
y que siguiera adelante
que nadie me podría parar
y yo le dí para adelante
palo y palo
pero claro
tanto tiempo segando ilusiones
que se me pasa la muerte
y ni he hecho nada con Mi muerte
nada que guardar
sólo hermosas muertes presentes
queridas y devotas muertes
yo sólo pasaba por aquí

109
G. Cebrián y E. Zapiola

CACUMEN (FALTA)

Dejé la romántica desidia de los ’70 y asumí la


determinación de un yuppie. Son otros tiempos, es
verdad, es tiempo de pisotear cabezas. Así que amar-
tillé mi hipotálamo y lo puse a tono con la época. He
perdido la seriedad, mas parece que sólo a mí me
importa.
Aporreo las últimas vetas exhaustas de mis yaci-
mientos conceptuales en un punto y banca desespe-
rado y en completa contradicción con elementales
principios del espíritu, grotesco barbotar de banali-
dades saltígradas tratando de evitar sufrimientos,
perplejidades concéntricas ampliando el marco del
asombro, secretos demoníacos bajo las piedras del
templo, rencor disoluto por vaguedades antropomór-
ficas, oscilaciones de la fe que tiende redes lunares
que finalmente todo aglutinarán, sangre de infante
derramada en gotas de sol a sabiendas del escarnio,
ascuas de hielo en su punto crítico navegando en lo
ignoto, concientes de lo irreal encarnado en el ab-
surdo genético, svásticas giratorias segando las mie-
ses del alma, atolladero de ensueños tan cercados
por el HAMBRE.

Allí todo cobra sentido


el agua sube por las paredes
dios es una brizna en tu nariz
la arritmia sagrada restalla vértigos
y el universo exfolia significados

110
La sombra del relámpago

mientras el cacumen
descansa suave y refractario a nuestras lenguas
en su diamantina quietud

LIBERACION DE LA MATERIA VERBAL

No inventamos nada, y si bien esta obra se encuadra


dentro de pautas literarias, hemos intentado romper
la sujeción individual entre texto y autor primero y
entre texto y lector después, y esta acción disociado-
ra que actúa sobre la sensibilidad transforma a las
concepciones en acontecimientos perceptibles. Inde-
cible trama tiene la continuación del silencio. Expo-
nemos el quiebre de ese silencio, su sustitución por
lenguajes mortales comprensibles, librados más a un
azar interno que a las determinaciones precisas de
los conceptos. Además éstos adquieren otro signifi-
cado, que deseamos que el lector no pueda evitar, y
que es el de la propia capacidad lúdica ante límites
expansibles que le formularán un dominio extraordi-
nario para el lenguaje.

LA VIDA ES LA MUERTE

Yo conduje mi vida hasta este extremo


todos lo hacemos
el problema es que estoy en un límite
se acerca más a mí cada vez.

111
G. Cebrián y E. Zapiola

después, por suerte, ya no conduciré nada


el silencio se agota
el silencio se angosta como una bella cintura
que abracé desesperadamente

POEMA DE SILENCIO

escribir
es comprender
por qué el silencio se suicida

ESA HIJA DE PUTA MANÍA DE CONTAR

“La mano que narra, ¿vale lo mismo


que la mano que versea?”
Johnny Rambó

Odres de recuerdos pudriéndose en una retorta fil-


trada de angustia, éso es mi acervo. Es plácido pen-
sar, pausadamente; articular extravagantes silogis-
mos sobre cualquier ensueño y sostener con filigra-
nas estructurales los fantasmas del arquetipo. Nada
es casual, ya que tal vez nada sea.
Quizás tejer una corbata para Umberto Eco, ayuda-
ría. O cargar cartuchos para Hemingway. Divulga-
ción científica suena tan peyorativo… visualicemos:

112
La sombra del relámpago

“Después de un día de pesca en las canteras,


Marcus regresaba a su casa cuando en uno de los
taludes recién socavados vio unas superficies blan-
cuzcas que llamaron su atención. Escarbó cuidado-
samente con sus dedos y extrajo a poco un fragmen-
to de maxilar inferior humano, casi seguro. Lucía lo
suficientemente antiguo como para revestir algún
valor. Tal vez su mala estrella aflojara, y pudiera
venderlo a algún científico o coleccionista en unos
buenos mangos. La codicia lo impulsó a atacar a
mano limpia la zona del hallazgo, mas ese hueso
parecía ser todo.
Ya en su casa tomó el teléfono y llamó a su
tío, el Dr. Pickwell, distinguido antropólogo y pro-
fesor emérito de la Universidad Nacional de La Pla-
ta. Lo puso al tanto de la novedad, mas el científico
no pareció otorgarle importancia alguna; mas bien
pareció convencido a priori de la nulidad del objeto,
y era patente que apelaba a la mínima condescen-
dencia cuando le indicó pasar por su estudio un par
de horas más tarde.

∗ ∗ ∗
Así lo hizo Marcus, y poco después se encon-
traba presionando el timbre en el portón lateral de la
casa de su tío, ésto es, donde su tío tenía montado
esa suerte de biblioteca, banco electrónico de datos,

113
G. Cebrián y E. Zapiola

taller etnográfico, etc. Enseguida el viejo abrió y le


indicó pasar.
-Adelante, Marcus. Veamos qué es eso que traes
contigo –dijo el Dr. Pickwell, con el mismo tono li-
viano que había asumido por teléfono.
-Mire, tío, no lo quiero hacer perder su valioso
tiempo –ironizó Marcus, -mejor lo dejamos y ya.
-No, no, nada de eso. No perdemos nada con echarle
una ojeada.
Entonces el joven extrajo del bolsillo de su
chaqueta el trozo de maxilar, envuelto en un pa-
ñuelo, y lo tendió hacia su tío. Éste lo tomó y lo
escudriñó durante unos instantes. Marcus se regodeó
en silencio ante el cambio de actitud que observó el
Dr. Pickwell, quien con notoria ansiedad buscó una
lupa para analizar más en detalle la pieza ósea.
-¿Dónde dijiste que lo has encontrado? –Preguntó,
sin dejar ni por un momento el estudio del objeto.
-En las canteras de Hernández –respondió Marcus, -
a más o menos un metro de altura en el talud que da
hacia este lado. Parece antiguo, ¿no es así?
-Si. Parece antiguo en lo que hace a su estado. Aun-
que morfológicamente, a contrario, resulta en un to-
do análogo al correspondiente al hombre actual. Es
extraño, ciertamente. Si me permites, voy a someter-
lo a una serie de tests que nos indicarán su antigüe-
dad aproximada.
-Haga tranquilo, tío.
-Puede llevar algún tiempo…

114
La sombra del relámpago

-No importa, no tengo mucho que hacer. -Mientras


el anciano doctor colocaba la muestra en un reci-
piente, mezclaba unos líquidos en otro y manipulaba
mouse y teclado de una computadora, Marcus pro-
siguió: -En fin, si resulta ser algo tan raro así como
parece, ¿puede haber una moneda atrás? Digo, ¿no?,
algún par de billetes…
-Marcus, Marcus, ¿dónde está ese espíritu altruista
para con la ciencia?
-Estar, lo que se dice, no sé dónde está. Para usted es
fácil, con todo lo que estudió. Aparte tiene todos es-
tos aparatos, una flor de casa, un auto… yo tuve que
ir a ver si agarraba unas tarariras para la cena, que si
no… no, no es lo mismo.
-Ya, ya. Primero veamos de qué se trata. No debes
hacerte muchas ilusiones, de todos modos. Tú sabes
que en este país suelen encontrarse muchos huesos
humanos por ahí, desgraciadamente –le contestó su
tío, con aire ausente, absorto como estaba en el es-
tudio.
-Sí, tá bien. Pero me dijeron que en el mercado ne-
gro los yanquis pagan bien las cosas raras, así que
después no me venga con altruísmo ni nada de eso,
eh.

∗ ∗ ∗

El Dr. Pickwell miró el resultado en el mo-


nitor y meneó la cabeza como desconcertado.
115
G. Cebrián y E. Zapiola

-No puede ser. Debo haber programado mal algo.


-¿VIO? ¡LE DIJE, TÍO, LE DIJE!
-Espera, espera, déjame chequear el procedimiento.
-¿Cuántos años le dio?
-No, no puede ser –respondió Pickwell, mientras re-
pasaba febrilmente cada paso de la prueba.
-¡¿CUÁNTOS AÑOS LE DIO?!
El científico se dejó caer, laxo, sobre el tabu-
rete. Había concluido la revisión, y no parecía haber
error alguno en el procedimiento. Respondió a su so-
brino con aire abrumado:
-Ciento cincuenta mil años.
-¡¿VIÓ?! ¡¿VIÓ?! ¡YO LE DIJE! ¡VAMOS,
CARAJO Y LA RE MIL PUTA QUE LO PARIÓ!
¡VAMOS, Y LA RECONCHA PUTA DE LA
MADRE! ¿Y CUÁNTO VALE?
-No puede ser, Marcus querido. Debo haber come-
tido algún error.
-No, tío, ma qué error. Si ustedes los científicos se la
pasan laburando como negros en una teoría para que
venga otro y se la tire a la mierda.
-La verdad, no sé… tendría que llevarlo a la Uni-
versidad…
-Ni se le ocurra. Ni lo sueñe. Ahí son todos bucho-
nes. Seguro que al toque lo denuncian y chau nego-
cio.
-¿Quieres dejar de manejarte como si fueses un ara-
meo regenteando una tienda de antigüedades? ¿Aca-
so no adviertes lo que significa un hallazgo como
éste?

116
La sombra del relámpago

-La prueba está bien hecha, tío, ya la chequeó. Y su


estupor me anuncia que soy un hombre rico. Y dicho
sea de paso, ¿qué significa?
-Que todo lo que creíamos saber acerca del hombre
americano, y yo diría del hombre en general, queda
reducido a cenizas.
-¡Qué novedad! Usté por ahí porque leyó demasiado.
Nosotros, los comunes, sabemos que eso pasa siem-
pre.
-Bueno, dicho así, parece como que soy muy inge-
nuo.
-No, usté no, tío. Todos, los que son como usté.
-Lo tendré en cuenta –se levantó y fue hasta un mue-
ble. Sirvió dos taquitos de Ponche Capitán de Casti-
lla. –Creo que nos hace falta un trago.
-A usté le hace falta un trago. A mí me hacen falta
varios. Tengo que festejar.
-No te enloquezcas, Marcus. En todo caso, aún aquí,
me gustaría hacer varias pruebas más. Supongo que
vas a dejarme la muestra.
-Supone mal. Mire, tío, vamos a hacer una cosa: yo
me quedo acá, no lo jodo, duermo en el piso, lo que
sea. Y usté, entre tanto, le hace todas las pruebas que
quiera. Sin dañarlo, claro.
El Dr. Pickwell comprendió que no iba a po-
der librarse así nomás de aquel pelmazo. Mas el in-
terés desmesurado y la ambición profesional que ha-
bía excitado aquel prodigioso hueso obnubilaban
cualquier molestia colateral.

117
G. Cebrián y E. Zapiola

--Está bien. Como quieras. Pero te advierto que pue-


de resultar tedioso.
-Nada de eso. Estoy en el país de las maravillas.
¿Me puedo servir otro ponche?
-Sí, pero no abuses. Sírveme otro a mí, también.
-Oquéi, pero no abuse. Yo me puedo poner en pedo,
usté no, tiene trabajo que hacer –mientras servía,
canturreó improvisando melodías “estoy en el país
de las maravillas, estoy en…”
-Hablando de maravillas, puede que lo que hace este
programa te maraville. Es en realidad sorprendente –
interrumpió el Dr. Pickwell, mientras manipulaba la
computadora. Marcus le alcanzó su taco y preguntó:
-¿Y qué hace ese programa?
-Es un diseño de la Colbert-Gilliam Sistems Inc.,
que a partir de un minúsculo fragmento de tejido –
cuya señal ecografiada se transmite a un procesador
muy sofisticado, junto con algunas otras precisiones
químicas- es capaz de reproducir la forma exacta del
organismo que lo contuvo en vida.
-Á la mierda…
-Y eso no es todo. También proyecta una imagen ho-
lográfica de dicho organismo, a tamaño real.
-¿Holográfica?
-En tres dimensiones. Es una forma de visualizar
mejor al individuo, ¿no crees?
-Sí, sí creo. Hoy, creo en todo, vea. Déle, póngala,
póngala, así lo vemos.

118
La sombra del relámpago

-Habrá que esperar un buen rato. La data la copia en-


seguida, pero los procesos subsiguientes pueden lle-
var horas.
-Bueno, tío, ¿y qué le parece si en el interín lla-
mamos un par de putas? Yo todavía no tengo un
cobre, pero en cuanto venda el hueso...
-¡Fíjate lo que dices, zopenco! Aún en el caso que no
tuviera frente a mí un prodigio semejante, cuyas im-
plicancias totales quizá lleven muchos años de es-
tudio, jamás me entregaría a una práctica tan innoble
y degradante.
-Afloje un poco, tío. Conozco una agencia que tiene
cada hembra que va a ver cómo se le pasan los re-
milgos...
-¡Terminemos con esta cuestión! Si vas a quedarte
aquí, haz el favor de guardar silencio, de modo que
pueda concentrarme –lo conminó, mientras comen-
zaba a volcar apuntes en un notebook conectado al
sistema central. Marcus fue por otro ponche.
-Es rica, la porquería ésta, eh –comentó mientras
servía.
-¡Te dije que guardes silencio!
-Tá bien, viejo, qué carácter.

Mientras Pickwell reunía las bases documen-


tales que eventualmente le permitirían acotar un po-
co al menos las magnitudes desmesuradas de aquel
fenómeno, Marcus tomó del revistero un ejemplar de
la única publicación que el mismo contenía, ‘Ame-
rican Science’. La hojeó y se encontró con un mon-

119
G. Cebrián y E. Zapiola

tón de tecnicismos en inglés, obviamente fuera de su


alcance. Casi fastidiado iba a dejarla cuando pasó rá-
pidamente ante su vista un cuerpo desnudo de mujer.
Volvió hacia atrás con excitada presteza y se en-
contró con una foto en blanco y negro, de frente
(plano americano): una mujer de piel oscura y for-
mas casi exuberantes mas perfectamente armónicas,
finos rasgos enmarcados por una melena lacia y
oscura hasta los hombros, cortada perfectamente a
línea al igual que el frondoso flequillo sobre las ce-
jas. En su cintura se ceñía una especie de cordel, y
esa era toda su indumentaria. Por debajo se dis-
tinguía con toda claridad un adorable pubis afeitado,
y cuya codiciosa observación le provocó un cosqui-
lleo en el estómago y una profusa secreción salival.
-Déle, tío –insistió, -llamemos un par de putas.
Sorprendido en profunda concentración, el
Dr. se sobresaltó y respondió destempladamente:
-¡VOY A PEDIRTE QUE TE RETIRES!
-Si me voy, me llevo el hueso...
-¡Pero debes comprender que así no puedo trabajar!
– Argumentó, tratando de contenerse. Marcus sabo-
reó la cuota de poder que le daba la posesión de la
muestra.
-Bueno, siga, siga (que viejo ortiva)
-¿Cómo has dicho?
-Nada, dije. ¿Va a laburar o va a seguir hablando gi-
ladas?
El científico volvió a su tarea y Marcus fue a
por otro ponche. Regresó y se sumió nuevamente en

120
La sombra del relámpago

la contemplación de la morena. Le costó salir del


embelesamiento cuando intentó descifrar la leyenda
debajo de la foto. ‘A woman xavante’ lo entendió.
Después no cazó una. ¡Ah, sí! ¡Ésta sí! ‘beauty’
también la conocía. Era suficiente. Sí, era muy
beauty. De pronto pasó de hoja, al tiempo que se
concentraba en revertir el incipiente proceso de una
erección inútil.

∗ ∗ ∗
El Dr. Pickwell observó a su sobrino dur-
miendo en el sillón, con la boca abierta y levemente
babeado en la comisura correspondiente a la incli-
nación de la cabeza. Finalmente el ponche había
vencido a la excitación, varias horas después. Pensar
que ese energúmeno era capaz de interponerse entre
él y la celebridad tan merecida, a tenor de los larguí-
simos años de estudio y trabajo. No era justo. Debía
librarse de tamaño escollo. ¿Y si le administraba un
somnífero por inhalación y luego le inyectaba aire?
Podría simular un paro cardíaco –de acuerdo al es-
tado alcohólico y argumentando como voluntaria la
inhalación de depresores. Sí, era un buen plan. Fue
hasta la estantería, cogió un frasco, sacó un pañuelo
del bolsillo y lo embebió. Se volvió hacia su sobrino
y dudó por un instante. ¿Era un asesino? ¿Era capaz
de ultimar al hijo de su propia hermana para sa-
tisfacer sus ambiciones personales, por más justi-

121
G. Cebrián y E. Zapiola

ficaciones que se le ocurrieran? Miró el portaobjetos


y se respondió: sí.
Comenzó a caminar hacia el joven cuando su
siempre alerta espíritu analítico lo llamó a la re-
flexión. Evidentemente –pensó- el anuncio del por-
tento científico llamará la atención lo suficiente co-
mo para que a alguien se le ocurriera asociarlo con
esta muerte. Aparte, tal vez Marcus había comentado
con terceros su hallazgo. En fin, debía pensar otra
forma de sacarlo del medio.

∗ ∗ ∗
-¡CLANC!- Sonó la señal del sistema anun-
ciando que el proceso de reconstrucción había con-
cluido. Marcus se despertó sobresaltado y pregun-
tando qué había sido eso. El Dr. Pickwell le anun-
ció, lo más solemnemente que pudo debido a su es-
tado de ansiedad, que ya podían ver al antiquísimo
anfitrión del fósil. El joven se frotó los ojos y luego
los abrió desmesuradamente, mientras se acomodaba
para ver mejor. Su tío, en tanto, y con manos tem-
blorosas, manipuló cuidadosamente algo que parecía
un sofisticado proyector de diapositivas. Luego pre-
sionó una tecla y de repente allí estaba: tío y sobrino
quedaron estupefactos ante la imagen tridimensional
tan perfecta y real como si el individuo hubiese es-
tado allí, frente a ellos, de cuerpo presente. Un ejem-
plar de homo sapiens impecable en todos sus deta-

122
La sombra del relámpago

lles y con físico y rasgos de una belleza cautivante


aún para individuos heterosexuales como eran ellos.
-Oiga, tío, ésto no parece un indio. No conozco mu-
chos, pero los que vi son distintos. Les faltan dien-
tes, están regastados...
-¿Quieres cerrar la boca?
Pickwell comenzó a pensar que ese fragmen-
to de mandíbula debió corresponder a un organismo
absolutamente reciente, que algo en su sistema había
funcionado mal. Aunque la prueba química tradicio-
nal había corroborado los guarismos arrojados por la
computadora. Era muy raro, por cierto. La imagen
del espécimen no parecía ajustarse en nada a un pro-
totehuelche, por ejemplo. Marcus se incorporó con
la intención de observar detalladamente el fenóme-
no, y entonces ocurrió algo cuya enorme imposi-
bilidad congeló la sangre de ambos: la proyección
holográfica volvió su cabeza hacia el joven, quien
quedó inmóvil como lo había estado ella hasta en-
tonces. Pickwell, boquiabierto, caviló entre zozobras
que nada de eso podía estar sucediendo. Ya estaba
demasiado viejo, y tal vez Alzheimer le estaba ju-
gando una mala pasada.

∗ ∗ ∗
Marcus, en tanto, fascinado como una gallina
ante esa mirada intensa y gélida que lo observaba
desde los confines de la prehistoria, al tiempo que se
vaciaba de pensamientos caía en la cuenta de la fu-
123
G. Cebrián y E. Zapiola

tilidad de las ambiciones materiales que había a-


lentado hasta entonces. De algún modo, y pese a sus
limitaciones intelectuales, comprendía lo trascenden-
te de aquella experiencia. Al cabo de unos momen-
tos quedó sumido en una placentera lasitud. Fue
cuando llegó el turno de Pickwell. Encabritado como
estaba su ánimo, no tardó mucho sin embargo en
sentir análogas sensaciones respecto de las frívolas
pretensiones de reconocimiento profesional. Allí es-
taban ambos a merced –al menos psicológicamente-
de una aparición que, a resultas de la conjunción de
elementos fósiles y sofisticadas tecnologías, había
irrumpido quién sabe desde dónde y tomado abso-
luto control de sus mientes.
A continuación el visitante se concentró en el
hardware y quedó muy claro que aquella inteligen-
cia, aunque artificial, sufría los mismos procesos de
feroz sondeo e inducción hacia pautas objetivas.
De pronto el extraño ser abrió sus brazos
hacia atrás e inhaló lenta y profundamente, al tiempo
que la luz se iba apagando, como si estuviera siendo
tragada por su sistema respitarorio. Todo se sumió
en una total oscuridad. Al cabo de unos momentos,
en perfecto sincro con la exhalación del intruso, la
luz retornó gradualmente, y ya inmersos en un es-
tado de perplejidad total, Pickwell y Marcus advir-
tieron dos nuevos prodigios. Uno, que estaban en u-
na estancia completamente diferente, aunque a todas
luces parecía tratarse asimismo de un laboratorio
científico; su equipamiento lucía tan moderno y

124
La sombra del relámpago

superferolítico que parecía corresponder a futuros


remotos. El otro, y tal vez el más soprendente, era
que sus cuerpos no estaban allí. Solamente la per-
cepción de ambos, no sujeta a enclave material al-
guno, era testigo de la siguiente escena: el individuo
aquél, fuera lo que fuese, manipulaba unos huesos y
ponía en funcionamiento las complejas maquinarias.
Momentos después, los cuerpos desnudos e inmó-
viles de Picwell y Marcus eran proyectados, en aná-
loga e inversa situación, cual imágenes tridimensio-
nales a partir de aquellas muestras óseas. Se produjo
allí una suerte de contacto tubular entre las psiquis
descarnadas y las imágenes, y de pronto estuvieron
nuevamente dentro de sus organismos, sin advertir
diferencia alguna con la cotidianeidad de su expe-
riencia corporal. Tras lo cual el extraño volvió a in-
halar ese mundo y a exhalarlos en el de costumbre.

∗ ∗ ∗
De nuevo en casa, convinieron en que una
vez más necesitaban un trago, y volvieron a beber
ponche, esta vez pasándose la botella y sorbiendo
del pico. Mientras tanto, la presencia generada a par-
tir de aquel paradójico fósil del futuro caminó hacia
la pequeña cocina contigua al laboratorio, tomó una
manzana de la frutera y la degustó con gozosa cu-
riosidad. A Pickwell y a marcus su presencia ya no
les parecía tan desquiciante, algo se había soltado
definitivamente dentro de ellos.
125
G. Cebrián y E. Zapiola

Una vez acabada la fruta, se les acercó y es-


tiró la mano reclamando la botella. Marcus se la en-
tregó y lo observaron beber generosamente, con
inequívocas muestras de complacencia. El extraño
huésped se sentó en el sillón y continuó bebiendo,
dejando a su mirada posarse lúdicamente en cada de-
talle del entorno.
-Tío –preguntó Marcus- ¿usted se anima a pedirle la
botella?
-No, está bien, déjasela.
-Y digo yo, ¿tiene otra?
-No.
-Entonces habrá que ir a comprar.
-Como quieras. –Contestó Pickwell, hurgando en sus
bolsillos en busca de dinero. Estiró un billete de
cinco pesos. Marcus lo tomó y se dirigió hacia la
puerta. Entonces se volvió y consultó:
-Dígame, tío, estaba pensando... si uno consigue...
esteeee... un hueso de una mujer xavante, por ejem-
plo...
-No me preguntes nada, Marcus, por favor. Acabo
de tomar conciencia dramáticamente de la medida de
mi ignorancia. Aunque de todos modos sospecho el
trasfondo de tu pregunta.
-Obvio. Entonces, ¿qué tal si llamamos un par de
putas, ahora?
-Que sean tres. Parece que al fulano éste le gusta to-
do.”

126
La sombra del relámpago

EJERCICIO CON CONJUNCIÓN ADVERSATI-


VA

Buscábamos hacernos de nuevas formas


que rompieran
las antiguas

no encontramos nada
sino una inmensidad de contenidos

sino el cosmos descifrable


sino la vaguedad de lo eterno
sino lo ilimitado de la posibilidad
sino el sentido de la palabra ilimitado
sino el propio miedo a la propia libertad

EJERCICIO CON DEMOSTRATIVOS

Estos chasquidos de sometimiento


este borbotar de jeroglíficos
este sistema de pensamiento neutralizado
este ir y venir en oleadas de loco
este laberinto de la palabra síquica
esta hoguera de mala muerte
este bajar de cielos ateridos
este simulacro de poema
este conmutar pequeños dolores
este universo arrasado

127
G. Cebrián y E. Zapiola

este silencio traspasado


este vacío que es lo que no es
estas ideas que vuelven como un eco agonizante
esta concepción de lo efímero
este sol tísico que envenena
esta isla esta idea fija estos estertores
estos bronces que disuenan embriagando
estos ojos que ya no ven hacia el pasado

PROSAÍSMOS PROFANOS

“El honor es generalmente un desecho del poder”

Roland Barthes

Acallemos por fin cualquier reverberancia de obso-


letos parnasos. Que cada poema sea finalmente una
piedra y el pensamiento, firme como una catapulta
para arrojarlo; sobre las naderías que se entretejen
con traumas egolátricos, sobre las estructuras que los
alientan, sobre el plasma burgués que seduce y fa-
gocita cualquier intento de free lance, sobre las ma-
rionetas irremediablemente sujetas a los hilos de la
dictadura instaurada por la sempiterna kalokagathía.
Una puteada bien dirigida suele valer más que mi-
llones de obras ajustadas a pruritos formales, diri-

128
La sombra del relámpago

gidas al ombligo propio o de los eventuales con-


tertulios. Puaj.
El buen tono define los límites de nuestra debilidad.
Basta, pues entonces, de Vinos de Honor. Un poeta
con honor no es un verdadero poeta, sino alguien
que debe soportar sobre sus hombros esa pesada car-
ga. Es alguien que sopesa cada palabra en orden a no
zaherir sus bronces tan pulcramente cincelados a
golpes de clasicismo; es alguien acuciado por pesa-
dillas gramáticas, semánticas o estilísticas; es al-
guien capaz de humillar desde la fatuidad de sus pe-
destales a quienes no comulgan con su ideario, o que
no consienten su genialidad; es alguien que rei-
vindica el carácter original de los papeles perforados
que definen la melodía de su pianola; es alguien que
arroja una y otra vez paladas de tierra sobre el ataúd
de lo posible. Basta de Vinos de Honor. Comence-
mos a beber vinos de trance, así tal vez podamos un
día romper el círculo de la complacencia. Las Se-
cretarías de Cultura ya han pagado demasiado mu-
chos servicios de lunch, y las rubicundas mejillas de
los “bohemios” contrastan aviesamente con la pali-
dez de los niños pordioseros en la noche invernal,
siendo que un moco de estos párvulos vale más que
todos sus caros vinos y sus dudosos “honores”
He bebido varios Vinos de Honor y sólo me han pro-
vocado esta suerte de vómito revulsivo. He escrito
poemas pensando en las formas, y lo vivo con o-
probio. Mi karma está atestado de volutas aéreas, de
arabescos perfectamente equilibrados y de preci-

129
G. Cebrián y E. Zapiola

siones semióticas. Hoy tan solo, quizá tan sólo hoy,


quiero arrojar piedras. Una parafernalia geológica
para sus rollizos remilgos intelectuales.

He aplicado la misma férula conmigo


y aún no redimo los honores malhabidos
cada vino se vuelve agrio en mi boca
(syrah, malbeck, lambrusco)
y enjuago entonces mi deshonra con bebida blanca
a tono con el blanco de mi mente
con el blanco de mis versos
que son fragmentos marmóreos
desechos devastados liminares
de la verdadera imagen estatuaria
-jamás asequible-
que se proyectan hacia la médula de la pretensión
fríos adustos implacables
estallando entre flamígeras escarchas
contra el entrecejo de los adláteres del tirano.

THE WASTE MAN

Deshabitado
sin palabras
como un ave que otea el dulce lago
yo muero

130
La sombra del relámpago

llego a las 3 A.M.


muerto de morirme
los ojos a media asta
las piernas entumecidas
del otro lado
un poeta japonés escribe
que vuelve muerto del trabajo
y que ya no lo soporta más
que se siente vacío
que todo lo que escribe
no es más que palabras que no entiende
y piensa que en las antípodas
un poeta escribe
que está harto del hastío
del bien y del mal
de la vida y la muerte
pobre poeta lejano piensa
y un pájaro con plumas de turquesa
mira el lago mientras muere

HAY ALGUIEN QUE ESTA LOCO Y NO SÉ


QUIEN ES

-¿Qué es Dios?
-Dios es un macrosistema, al que no podemos acce-
der por cuanto aún no hemos podido resolver varios
escaños intermedios.
-¿Quién es Johnny Rambó?

131
G. Cebrián y E. Zapiola

-Yo diría que un comando simbolista, que existe so-


lamente en mi imaginación. Una sencilla sutileza fo-
nética en un apellido puede servir para construir un
personaje, ¿no creés?
-Como cualquier otra cosa.
-Exacto. Eso es lo bueno de los símbolos, ¿no? Que
los podés asociar con cualquier cosa.
-Bueno, pero así todo se torna muy difuso.
-Lo es. Como todo intento hacia instancias aún no
codificadas según clases sólo válidas respecto del en
sí, cuyo equilibrio homeostático depende de la fre-
cuencia cierta de algunas variables
-¡Cielos!
-¿Ves? Ésos son macrosistemas intermedios. ¡Con-
gratulations!

LUCES DE LA CIUDAD

Camino por la casa como un tigre encerrado y evi-


tando cualquier salida posible. El rocío de la hume-
dad llega desde un cielo encapotado gris oscuro ver-
doso. Es pasada la medianoche. El momento en que
los sonidos se escuchan. Un taconeo en la escalera,
un automóvil que detiene su marcha, un timbre que
no suena aquí. Quién vendrá a estas horas calcinadas
por silencio? El ruido de una puerta que se abre y se
cierra. Las sirenas de la pálida. Las motos de los chi-
cos de la pizza van y vienen entre los monoblocks.
Luces lejanas.

132
La sombra del relámpago

LA CAÑERIA DEL SILENCIO

El lenguaje usado como arma y herida a la vez, co-


mo silencio y movimiento. El lenguaje para alcanzar
el paso del presente: hechos que no pertenecen al te-
rritorio de lo analizable, sino que actúan desde su
encadenamiento, en la pausa que existe superpuesta
en cada uno. Alcanzar esa pasión que es el universo
del ángulo desasido de la palabra. Misteriosamente,
nuestra actuación en este campo se desarrolla. Des-
truir la oscuridad del silencio y su avatar deberá ser
visto como miedo o locura, o inclaudicable fiereza
del lenguaje para darse ante un paisaje interno en e-
bullición, que rompe las ataduras que lo condenan
para erigirse en centro. Todo ha sido hecho, lo físico
y lo que no, para permitir la realización de la pa-
labra, lo que dice y lo que deja de decir, y ese halo
incandescente que inexplicable la rodea. Esta tarea,
es el vaciamiento de nuestro espíritu, y a la vez la
compensación por lo que nos ha sido arrancado y
violado, y esta falta, que ya nada podrá subsanar en
nosotros, es aquello que se pronuncia en el destello y
su sombra y lo que entre uno y otro sucede. Esto es
lo único que importa. Lo que pasa entre el lenguaje y
su conceptualización, el momento anterior al que
nuestra mente subvierte sensación en significado, y
que, conforme a razón, trastoca lo excepcional en li-
mitación, lo etéreo en pétreo, lo enérgico en muerte
intempestiva. Nuestros espíritus corren por la cañe-
ría del silencio.

133
G. Cebrián y E. Zapiola

PAISAJE EN EBULLICION

Dénme las manos mojadas por los vidrios del invier-


no. Yo secaré tus manos y besaré tu frente. Recuerda
que las palabras están para que entre tus ojos y los
míos haya una flecha. Ingresa al mundo del silencio
que luego verás los significados, le dije, sabiendo
que sólo podría comprender la gravedad de mis pa-
labras, símbolo anunciatorio de una realidad es-
condida. Rojo, el cielo de la tarde se entrega. El opio
de los pueblos ha entrado en tu pequeño espíritu. Las
banderas no siempre vuelan al viento. El mástil del
silencio erigido como piezas contra aviones. En un
infierno de clemátide.

DIATRIBAS EXPONENCIALES

El centro de mi atención jamás puede reposar en plá-


cidas percepciones, atornillado y cercado por virus
aciagos que me acosan desde la idea de humanidad
post-decodificación del genoma. ¿Qué le digo a mis
plantas? Que he sido reducido a una ecuación y ello
supone que no soy perverso, que es sólo un gen dé-
bil, éso es todo.
La angustia rebosa en cada bocado que no puedo di-
gerir. Por eso conservo mi mirada mandrilesca, co-
mo un reaseguro existencial, que refleja hacia mí ú-
nicamente las percepciones atinentes al fenómeno,

134
La sombra del relámpago

dicho ésto no en un sentido husserliano, sino más


bien zen. La diferencia reposa entonces en la esencia
de la semiótica –creo que acabo de invertir el orden
de una inerte cacofonía.

Antros tapizados de gérmenes abstractos


resaltan la topografía actual de la crisis
como un eco
que en lugar de ir perdiéndose se agiganta

y sus ramificaciones rozan atávicos aires de


sacrilegio

en agosto el agua expandirá sus moléculas


ni ebrios ni dormidos
podremos soslayar el naufragio

todos los códigos serán reseteados


una vez más
por el agua

fluir en maremágnums
cual lamas tibetanos
es hoy
la única propedéutica indicada

desde aquí
intentando resumir todos los léxicos en un mantra
los invito a descalibrar sus opciones
a descategorizar los elementos

135
G. Cebrián y E. Zapiola

a desarticular los edificios del fresco acromegálico


tal vez así estemos mejor preparados
(la ferocidad está a la vuelta de la esquina)

Una suerte de despeje de componentes malignos tal


vez justificaría esta hipertrofia, mas para hacerlo de-
bería contarse con alguien que de antemano no los
posea. El símbolo del próximo mesías bien podría
ser una microjeringa, o algo así. Evito las sombras
que acometen en bandada con relámpagos cerebrales
espasmódicos pero afortunados; fortuitos, al menos
desde mi perspectiva. Sin embargo trazan un iti-
nerario que voy siguiendo sediento, febril de deseo,
enceguecido tanto de luz como de oscuridad. El paso
del esquizofrénico, quizás único salvoconducto váli-
do frente a tanta agresión logicista.

Nada redimirá mis gruesas contradicciones


y no me importa

en todo caso

es más ingente el anatema


que corresponde al rigor
en nombre del cual coqueteamos con el holocausto

y por más evidente que resulte


quiero dejar sentado
que reniego también
de esta última proporcionalidad establecida

136
La sombra del relámpago

BALANCE O

El reflejo de la luna en el agua es una luz bambo-


leante, aleteando sobre lo profundo. Una ventana de
claridad sobre abismos acuosos, fangosos, arcillosos,
graníticos, magmáticos; y por encima, el azur.
Habito esta lunática balsa. Cada partícula en cual-
quier dirección abre un espectro extravagante en tér-
minos de posibilidad, cada lustro depara un nuevo
ensueño. Debo seguir cada juego hasta el final, pre-
clusivamente, aunque el vaivén de la marea me ob-
nubile, aunque el frío estratifique mi matriz histó-
rica en esporas que serán dispersadas por los vientos
solares. Nada más determinante que las sutiles trans-
ferencias ocultas, ojos de neón atravesando la espe-
sura, rupturas reacias a ser reducidas a instancias
funcionalistas y aviesas en su gentil desaire, cuñas
de estupor servidas en su punto –en observancia de
sibaríticas componendas, epifanía sonora abrevando
en el flujo fatal de un inconciente atenazado por a-
nacronismos, sinceramiento hosco irremediablemen-
te condenado a operar cuando ya es demasiado tarde.
Tal vez exista una playa; tal vez haya que soñarla,
pero nunca consensuarla. De este modo se transfor-
maría en un concubinato con la Hidra en la ribera
del rigor mortis. Un hálito saturado de hormonas me
lleva a desplegar el celo por el verbo, cópulas lin-
guales derramándose en tinta que es a la vez sangre
y plasma, hemoglobina y ánima, caóticos paradig-

137
G. Cebrián y E. Zapiola

mas que expresan esa bipolaridad que genera todo


flujo y por ende, todo, que siempre es mucho más de
lo que parece.

Se afirma o se niega. La incidencia existencial del


par de monosílabos es total y permanente; el logos
es digital, aunque insista en camuflarse o diluirse en
interrogantes, sugerencias, incertidumbres o lo que
fuere. Lo tibio no es mas que más o menos frío o
más o menos caliente, según los términos relativos
que se utilicen. No existe lo tibio, dios se queda sin
escupitajo posible, a menos que asuma su esencia
maniquea, por otra parte insoslayable aún para ÉL.

Agnus Dei
fuego y diluvio
sacrificio y expiación
ablución y ofrenda
mito y realidad
cielo e infierno
yin y yang:

todo puede ser contenido


en la más pequeña ínsula de significado

el resto
la inmensidad de silencio expansivo que la rodea
solamente puede gratificarse
en un reticulado repliegue

138
La sombra del relámpago

hacia el archipiélago binario


donde encarnar el infinito
y encauzarlo
en los difusos licores de su éxtasis

toda eufonía es simplemente un andamiaje


incierto y tentativo
de la respiración del uno
arrojada a mansalva
sobre una feroz autocomplacencia

LA DISLEXIA COMO UNA DE LAS BELLAS


ARTES

“Possivelmente eu me consiga avacalhar, se escuto a


sua palabra.”

“...que no me entra la lectura...”


Ernesto Guevara

Una reflexión cejijunta arroja contextos en borboto-


nes; hay, no vayan a creer, determinadas combina-
ciones de elementos susceptibles de despojo, de des-
carne, de súbito canibalismo guarnecido por un *, o
por un ( ). Nada hay en el cielo que no haya pasado
primero por los sentidos, la religión está viciada de
impresiones sensoriales y las percepciones de dog-
ma, así pues, y un carajo.

139
G. Cebrián y E. Zapiola

Aquí
asiéndonos de la espuma deliberamos artilugios
mientras todo chorrea y lubrica lúbricas lucubracio-
nes con un gel de entendimiento que hace aún po-
sible el sexo, oral; esto es, la palabra cópula. ¿Po-
dremos descifrar lo no humano? ¿Atisbar el éter co-
mo emanaciones centrífugas de conciencia? La muer
te es en esencia el no significante, por eso su
carácter ominoso.
“Perder el sentido”, decimos mientras creemos te-
nerlo , inmersos en la dictadura del sociolecto, apa-
bullados electrónicamente y asidos con desespera-
ción a la cuerda del propio discurso difícilmente re-
flexivo. Un demonio eufemístico atraviesa su cola
con aires telúricos y la luna congela tanta delicadeza,
ejerce un parangón temporal estratégico, marcial y
perespiritualizado por Mercurio; acaricia nuestra
lengua y le recuerda que todo será perdonado allí
donde ya nada importa. La sobriedad no empece pe-
ro tampoco ayuda mucho. El viento “susurra”; su
mente volátil dificulta toda transliteración, a menos
que volatilicemos algunos peldaños y nos animemos.
¡WHUUUOOOOSSHHHH!
-“Planeta tierra: mota de polvo en las pelotas de un
demiurgo de tercer orden, el yo y la cosa.”

Palabra epicentro, por ejemplo (no arbitrario), “Con-


cúbito”: La raja implícita sugiere toda suerte de se-

140
La sombra del relámpago

mióticos émbolos, constituye un átman de infinitas


concatenaciones pasible de producir múltiples se-
cuencias argumentales: románticas, freudianas, béli-
cas o de cualquier índole que uno quiera tentar. Los
mensajes no lexémicos del jadeo nos acercan a la
muerte ritual con la inmediatez y la ajenidad del en-
sueño, establecen la dictadura del instinto que lastra
toda posibilidad de trascendencia, o sea de reposo en
la nadidad afónica, átona, ágráfa, inmaculada en la
aseidad de su aparente contradicción.

El mito de la caverna debe invertir su sentido


se habla de cavernas

de cavernas que hablan


de cacerías y de guerras casi animales aún

el paso a lo clásico no fue más


que un eslabón fatal en la cadena evolutiva
y también las rupturas
las negaciones
y todos los genocidios
aunque irrelevantes respecto de la magnitud
de Brahma Om

es preciso jugar a confundir


y que te descubran
para forzar la falacia de composición
universalmente aplicable
con el lógico e íncito margen de error

141
G. Cebrián y E. Zapiola

ya que también es preciso jugar a descubrir


para que te confundan

vos me ves
y tal vez puedas confundirte
yo te leo
con mirada logomántica
y no puedo sino asumir la esencia del desconcierto
desde que al otro se le ocurrió declarar el caos
(mas su vista adivina hiatos de silencio
en tremebundas palabras)

o por ejemplo (arbitrario) palabra “Poder”:

El enemigo es la medida de tu frustración


con acento

múltiples ausencias en la presencia de ánimo


del psicopompo
aterido de mesiánicas voluntades
enhebrando sombras chinescas

el frío pedestal rígido en su frente como una estaca

(glaciares ardiendo en una pasión creciente


y paralela al climaterio
coronan la altivez inicua de su impronta)

142
La sombra del relámpago

o por ejemplo final (aleatorio) palabra “Contexto”:

-¿Cómo es, el aliado de Casandra?


-¿Maurice? Es un viejo pelado, canoso, de bigotazo,
igualito a Gurdjieff, nada más que con un parche en
el ojo.
-¡Hijo de puta! ¡Lo llevé las otras noches en el taxi!
-¿Te dijo algo?
-Lo llevé hasta el Hotel San Marcos. Cuando me de-
tuve el taxímetro no marcó. Pensé que me había ol-
vidado de ponerlo en funcionamiento, pero el sensor
de seguridad bajo el asiento lo hubiera arrancado.
“Se habrá descompuesto”, comencé a decirle con la
intención de consensuar la tarifa. “Saludos a Ga-
briel”, me interrumpió; yo me desconcerté y el se
fue hacia el interior del hotel. Entonces supe quien
era.
-Y no te garpó, qué hijo de puta.
-...
-¿Y qué será de Renato?
-Le estará dando como Pacheco a las tortas.
-Psé... ¿escribiste algo?

EL CONFLICTO DEL BLANCO


(Ejercicio con repetición)

Una vaga reacción de los sentidos. Sobre el jardín


brillante la imagen de la tempestad volcada. Como

143
G. Cebrián y E. Zapiola

bandada de pájaros nos arrojamos con el coraje in-


tacto. Hoy, la lluvia resbalaba en las ventanas. For-
mas repentinas. Vacío el contenido de este presente,
la taza y su cuenco, que no es, pero que, inconciente-
mente, todo el mundo llena; y es este vigor que te-
nemos para saciar lo inexistente lo que nos hace acu-
chillar el velo del día:
Sobre el jardín brillante, sólo sobre este jardín, sien-
to una sensación plena. En qué parte de mí se origi-
na? Se siente como promovida por el aparato diges-
tivo. Sensación en la boca del estómago. Luego pasa
al respiratorio (pulmones). Sin embargo sólo puedo
identificarlo en estos órganos. Pareciera que no in-
tervienen ni bazo, ni hígado, ni corazón ni riñones.
Sólo estómago y pulmones. Otro sitio en el cuerpo
que recibe esta impresión sensorial, son las sienes.
Punto de opresión y de salida. Sobre el jardín bri-
llante metalenguaje y oposición. Fijación espontá-
nea. Cruzan las bandadas entre los edificios. Sale un
rayo de sol y ya se oculta. Tres segundos, duró. Si
cada día hubiese sólo tres segundos de sol en el
mismo lugar de la tierra se crearía allí un universo
supletorio e infinitesimal. Doy paso a la repetición.
Todo sucede en un jardín brillante. Tu vida es un jar-
dín brillante. Una daga puede ser un jardín brillante.
Sobre un jardín brillante
por última vez
se amaron
Sobre el jardín brillante de las ideas se columpia lo
aprehensible, una oleada que trae emanaciones mate-

144
La sombra del relámpago

riales subjetivas, propias del individuo que mira el


jardín.
Desde un jardín brillante miraba con sosiego cómo
la tarde moría. Devanaba la madeja de su pensa-
miento cortando el diálogo, en libre acceso al nudo
reflexivo. Otras veces miraba el cielo sin adivinar
nada. La mata vibraba en el silencio. Se levantó. La
noche había caído al fin con un frescor innato en su
acción mutiladora. La noche. Donde hórridos seres
abren nuevas puertas de universos de logomaquia,
mientras la realidad es proyectada en capas infinitas
de conciencia, para volver al lugar de donde jamás
se han ido. En el jardín brillante se esconden las pa-
labras, desde allí también emergen, ágrafas, como
preciosos vórtices que se diluyen con el ocaso. La
noche dispara sobre el mundo con la luz de sus es-
trellas. Ábrese la boca de presagio del tiempo y me
devora, devolviéndome a la visión del jardín de tin-
tes hindúes, y me veo resbalando por pendientes de
quietud, que se superponen y se con-centran, evi-
tando así cualquier disgregación posible.
Brillante y lejano. Como la órbita de un cometa con-
denado a inefable movimiento.
La voz del vendedor de pan me saca del ensueño. A-
bro la ventana. El mundo aún existe. Y es esta exis-
tencia derramada, este ahogar las olas los gemidos,
lo que vive incrustándose
en la noche oscura..

145
G. Cebrián y E. Zapiola

LA LIBERTAD NO ES

No temas. Crusoe ha vuelto a la isla. Ya podemos


respirar otra vez, escuchar los gorjeos internos y los
externos, lo diáfano que paradójicamente abre las
puertas al mayor desafío, una ventana hacia el vér-
tigo de la posibilidad absoluta. Está listo el sedal pe-
ro nunca más lejos la “carnada”, la sal es lo azaroso,
la vuelta de campana, el latigazo en los ojos del cie-
go, la mecánica elemental de la supervivencia.
Un momento, y luego otro y otro más transcurren en
proporción inversa a tus procesos creativos, que van
retrayéndose hacia lo indiferente, donde no existe a-
premio alguno, donde el ello dulcifica su discurso y
lo imbrica en retazos de azarosa gracia, atenidos
simplemente a su índole libertaria –único valor de-
mostrable en términos de estética.

La libertad no es automática ni primaria


ni catártica ni nada
es simplemente un pasamanos
que se bifurca sobre cualquier universo
se disyunta

aquí y ahora
incontables rieles nos atraviesan de eternidad
“aquí y ahora” sin embargo prevalece
y no obstante
acusa el sentido que le da lugar

146
La sombra del relámpago

ora asceta, ora hedonista


martillando las paredes del entorno
redescubriendo la selva madre
con tam-tams sincopando el ritmo de lo celeste

estás en condiciones de profetizar

es muy simple
lo infinitamente posible ya se ha cumplido:
la libertad no es
por eso existe

PERROS

Flagelos de trineo
el celo del despojo aullando a la luna
cada día
babel de ladridos danzando con las llamas
y no es obsceno
pensar
entre ladridos
consustanciales con el asombro
que el instinto cabalga
montado como anteojos
sobre tus orejas
y el puente de tu nariz

husmeando resortes ajustados a clave


fisgando con paciencia

147
G. Cebrián y E. Zapiola

para contradecir a Pavlov


lo más posible
en el corredor secuenciado por antorchas
que difícilmente dejan estallar oscuridades
entre fantasmagorías móviles
como narcóticas
solamente dignas de una buena orina
de patas arriba

El quid parece ser lo atroz del gruñido y lo trivial del


ladrido, lo hosco y determinante y lo presuntuosa-
mente vocinglero; sólo se ama en silencio. El ladrido
se cierra sobre sí mismo, el gruñido crece y decrece
según ímpetu y jamás sabemos cuándo se resolverá
en un mordisco reforzado con oriental onomatopeya.
Así también encadenadas languideces promueven
ensueños que proyectan tirones nerviosos, recordán-
donos los vasos comunicantes de la psique en sus di-
versos grados de condicionamiento, mientras fagoci-
tan las distintas instancias alimentarias con la avidez
propia del guerrero.
Vuelos de pradera y lengua al viento, huesos de án-
geles siempre un palmo por delante.

LLENAR CON AUSENCIA

Como un poseso
evoco el lugar deshabitado.
lo que sufrió modificaciones en su estar.

148
La sombra del relámpago

Fuga.
Dejar yermo un lugar
para que se llene
nuevamente
de sin
sentido.
Absurdidad de poemas clavados a mí con un rayo.

POSICIÓN INFUNDIBULIFORME

Miríadas de corpúsculos se agolpan y ejercen pre-


sión mientras sólo puedo dar paso a unos pocos, en
tanto clasifico el azar con la minuciosidad de un
maestro joyero, procurando servir un suculento plato
de nimiedades.
Lo nimio, respira lento y acompasa el quántum, mas
lo exuberante empuja y nada más queda que seria-
lizar el caos con ornamentales disposiciones tanto
más graciosas cuanto inesperadas:

Ventiscas de perdigones azotando un único cuerpo


nebulosas gravitando sobre un único satélite
once mil falos para un único orgasmo
preñado de inútiles protozoarios genéticos
todo el océano para mi clepsidra humana
trescientas cosechas para este mendrugo
efímera piel tapizando la esencia de la incertidumbre
que gotea
saturada de ansias comprimidas por el afán de un

149
G. Cebrián y E. Zapiola

chorro
que finalmente solubilice los moldes
y así dé un continuum a la forma
precipitándose hacia las procelosas superficies
volátiles
de la topografía irremediablemente dinámica
del absurdo
por defecto.

de todos modos
fastos atardeceres llegarán
gota a gota
es tan fácil así sorberlos
como escupirlos luego
entre cualquier intersticio o vericueto de las noches
para salir del individuo-cuello de botella
que soporta la marea
hasta que un día estalla
y se licúa
y comienza a presionar
para ejercer al menos un goteo
que le devuelva
un mínimo desahogo lineal y equidistante
de sentido
que lo sumerja poco a poco
en la inmensa cascada de lo humano
y lo cristalice nuevamente como un grifo
apenas susceptible de insignificante tránsito

(-¿Qué quisiste decir con ésto?


-¿Por qué? ¿Hay que decir algo? Algo concreto, digo.

150
La sombra del relámpago

-Bueno...
-No, te digo en broma. Mirá, quise tejer una hibri-
dez entre el Juego de Abalorios imaginado por
Hesse y la Psicohistoria, ciencia delineada por Asi-
mov en “El ciclo de Trántor”, que permitía prever el
futuro en base a la proyección de los contenidos
psíquicos de una humanidad futura, difundida en
toda la galaxia y escandalosamente numerosa. Las
magnitudes estadísticas le conferían carácter de in-
falible. Eso, hasta la aparición de un mutante.
-Ah, mirá vos. (?).)

ESCALERA SIN LUZ

La noche fluye intensamente sobre los tejados. Apa-


rece la luna semioculta entre negras nubes que rápi-
das pasan. Detrás, en el horizonte estelar, Venus, y
mucho más allá Mercurio el ígneo. Subo por la es-
calera sin luz. Introduzco la llave. Giro. Me imagino
sentado en Mercurio mirando el sol enorme. Todo es
fuego. Entro. Enciendo la luz. Tiro sobre la mesa lo
accesorio. Tomo el puñal y escribo la noche fluye
intensamente sobre los tejados. Argucia del que de-
sencuentra. Episodio calcinado.

A POR UNA RECUPERACIÓN ESCLERÓSICA


DE LA ALEGRÍA

Ultimamente comenzó a ocurrirme. Es aparentemen-


te sólo un síntoma minúsculo contenido en una etio-

151
G. Cebrián y E. Zapiola

logía frondosa, una llama congelada en la máxima


expresión de la multiplicidad, ésto es, el infierno
(quizá no esté de más aclarar, respecto de este últi-
mo término, que excluyo aquí toda cualidad escato-
lógica)
Así, este pequeño elemento denota al propio tiempo
su pertenencia a un síndrome, al que me gustaría a-
legorizar como “de la lámpara casi agotada”. Las
lámparas que se queman de un golpe, generan una
suerte de estallido leve e instantáneo que como todo
mérito, exiguo si se quiere, produce un quiebre psi-
coemocional que parte del sobresalto (igualmente le-
ve) para desembocar casi inmediatamente en el sin-
sabor de la molestia (leve también) de tener que sus-
tituirla. Una progresión tan llana como previsible en
todas sus implicancias.
En cambio hay otras bombillas, menos usuales, que
se niegan a este final pretensiosamente restallante.
Son ésas que se resisten a la fragmentación de su es-
píritu de volframio, que intentan sostener a todo e-
vento su ardor brillando en el vacío. ¿Qué hacen en-
tonces? Comienzan a parpadear, a modular su radia-
ción según variables tan imprevisibles como sujetas
a ignotos tropismos de tolerancia.
En tren alegórico, de Edison para acá fue inevitable
el símbolo de la lámpara encendida figurando la bri-
llantez de pensamiento tanto como la “idea”, tributa-
rio de asociaciones vinculadas a los iluminismos de
toda índole, sea francés, délfico, relativo a los cultos
de Agni o la adoración más primal de la llama. El

152
La sombra del relámpago

pensamiento entonces, en un todo análogo a estas


categorías “fotológicas”, por desgaste natural o in-
ducido, ingresa en una zona de claroscuros anárqui-
camente dispuestos en una línea temporal que parece
no obstante fluctuar en frecuencias igualmente si-
nuosas. La historia deja de ser pertinente en esta área
de turbulencia previa al cataclismo. “Adivinar el
parpadeo”, mal que le pese a Gardel, no es más que
una mera casualidad, como ya lo demostrara oportu-
namente Stéphane Mallarmé. Por lo tanto, volver es
imposible, siquiera de modo fortuito. Es ocioso que-
mar las naves en esa banda intermedia donde el or-
den temporal está enajenado.
Esta intermitencia azarosa de ascuas socioculturales,
proyectando arrítmicos fulgores sobre la eterna os-
curidad subyacente, alumbrando espasmódicamente
un caos de apabullante profusión, es, desde siempre,
un atalaya hacia la angustia –para quienes pierden la
ilusoria seguridad de las certezas- o un puente hacia
las más originales y desopilantes falacias de compo-
sición –para quienes han aceptado previamente lo
hórrido de la contingencia y echan mano al humor
como única posibilidad catártica o, al menos, balsá-
mica (ante lo esencialmente inmenso, incluso, com-
portan una mayor posibilidad de aserto respecto de
los primeros, debido a su flexibilidad constitutiva.)
Hubo una época en que la humanidad (vaya entele-
quia) creyó en una develación progresiva y final-
mente total de lo real a través del pensamiento me-
diante la vía racional. Toda teoría, por supuesto, deja

153
G. Cebrián y E. Zapiola

tarde o temprano de ser sostenida, por imperio de


esa impronta genérica tan necesitada de “vanguar-
dias”. Pero esto no constituye sino una arborescencia
fantasmática que brota de un tronco ya virtual; el
dogma subsiste, disfrazado de estructuralismos, re-
latividades, pretensas espiritualizaciones, etc.
En tiempos en que los soportes tecnológicos permi-
ten desentrañar las inconcebibles magnitudes numé-
ricas del molde humano, o almacenar todos los li-
bros del mundo en un disco, reivindico el entorpeci-
miento que reduce mis entendederas a instancias a-
donde aún son pasibles de causar placer los guiños
breves pero contundentes, como por ejemplo los gra-
ffiti de los baños públicos, en una reducción metó-
dica análoga a la cartesiana, pero planteando fáusti-
camente la risa como fundamento sésil de la existen-
cia.
Subido a esta jocundidad, respetuosa de los argonau-
tas y sólo de ellos, me permito colegir que luego de
una desarticulación de los acervos como la plantea-
da, tal vez sería posible articular una nueva cosmovi-
sión, sin tropezar ya con galimatías formales o de
fondo, elaborada esta vez por filósofos que serían el
orgullo de Nietszche, ésto es, vitales y fastos, mas
por sobre todo, carentes de prejuicios.

154
La sombra del relámpago

POR DETRÁS DE TODA MOCIÓN DE ORDEN,


O MEJOR (BEHIND THE CLOISTERS OF THE
GRAVITY’S GRAVE)

Todo es lo mismo: una excusa. Si eres un buen lec-


tor sabrás a qué me refiero. Compartir interioridades,
nada más ni nada menos; el punto “g” del estamento
intelectual, erotismo cuya virtualidad lo despoja de
pruritos sexistas o morales a secas.
Ahora bien, mantengamos la dignidad, dejemos de
masturbar topos uranós bipolares. ¿Acaso sabías que
Platón es un apodo? Aristocles, se llamaba el cha-
bón. A eso, me refiero. Borges y Rimbaud parecen
arrepentirse de haber perdido algo precioso por deli-
cadeza o comedimiento, así que... glosar los bronces
devenidos en clarín o en monedas, es algo que me
puede. Los laberintos o la alquimia siempre se
resolverán quiméricamente, o sea que jamás, a costo
de perder su condición esencial, cajas chinas hacia y
desde el infinito.
Hordas al acecho de una mínima luciérnaga
hachas de pasión desgarrando texturas
deshilachando códigos para remendar retazos

con el azar y los astros


cotejando potencialidades

y más allá
reactores ajenos a todo orden
que las compelen

155
G. Cebrián y E. Zapiola

a acuclillarse en devota unción


sólo por un momento

(la percepción difícilmente acepta un paréntesis)

Deambulo cotidianamente por los pasillos de la bu-


rocracia y cualquier referencia a Kafka resulta hoy,
en este contexto, tan automáticamente lineal como
trivialmente referenciada a partir de una escucha ca-
sual de quincuagésimo orden; la iteración, a veces
genial, a menudo linda con la oligofrenia. Pero
hablaba de polvo sobre los biblioratos o biblo-
El orden de los factores parece no contar mientras no
lo planteemos en términos de conducta social –por
otra parte perfectamente “contable”, de entidad nu-
mérica. Ésto, teniendo en cuenta que las aporías del
conocimiento sencillamente tientan a la aporía pri-
maria, la mente. Es obvio, de todos modos, que a-
ceptemos el misterio respecto de lo sagrado con mu-
cha más facilidad que respecto de la propia mente,
presuponiendo sobre ésta una pertenencia; insoslaya-
ble, aún después de la aceptación racional de su ca-
rácter trascendente, ya que en este caso no hacemos
más que proyectar imaginariamente la más profunda
de nuestras inmanencias.

Sólo pretendo acariciar el misterio


mientras voy descargando mis alforjas
con manos de candelabro dispersando
moléculas de sebo que disminuyen su agitación

156
La sombra del relámpago

y se solidifican en palabras
tanto más burdas
a lo largo de su fuga heliocéntrica

evidentemente el centro es luz


de otro modo no se explican
las estrellas que bullen en cualquier vislumbre de la
nada

Sucesión de derrumbamientos que no permiten el


pensar, siquiera en imágenes. Esa nada que fluye y
se detiene, fluye y se detiene. Palabras entrecortadas,
balbuceadas por un dios inerte. Neologismos sin vo-
cales que “se leen en sentido contrario”. Cristaliza-
ción de lo entrópico de otro lenguaje humano. Rayos
que circundan el abismo del alienado. Liberación de
la causa del dolor. Como un viento en la habitación
cerrada. Como si de este loco se escapara y diera
vueltas danzantes. El día frío y nublado auguraba u-
na buena sesión para la demencia. Beber de la len-
gua de la locura.
Las palabras sólo resultan grafías inútiles; sin ellas
también se puede construir un mundo, buscar la luna
en un cielo cerrado, olvidar la apariencia que nos de-
signa, trampolín de todo salto que equidiste hacia a-
rriba. Apropiación de un código único, de un lengua-
je único, que es el salto al vacío. Miradas, miradas
en la sala. Tras la tela que teje la araña de las reali-
dades, el viento frío azota las alturas de los árboles.

157
G. Cebrián y E. Zapiola

Arriba, en la encrucijada de los verdes, no hay des-


canso posible, es como un recomenzar comienzos
que duran casi toda una vida, ahuyentados por siem-
pre de la pausa entre palabras, abriendo una boca
que muestra gargantas de dolor. Vibra la música del
silencio en laúdes imaginados. Letras que no se
ubican una al lado de otra, sino que se trenzan en
una realidad de símbolos. El mensaje ha sido vacia-
do y vuelto a llenar en inestable función. En vida y
en muerte viven estos hombres de hospital. Algo les
ha sido arrancado y algo les ha sido dado. Una sen-
sación como de fagotes que se van callando es la
disolución del pensamiento. Algo que se llevó a los
locos y dejó sólo cuerpos mutilados. Ya no están, ya
no están aquí, pero dejan que sus cuerpos sean como
vapuleados contra las cuerdas por una fuerza oscura
e inexistente que atestigua lo maldito de su estirpe,
la rosa hereditaria, como si de ese estremecimiento
surgieran endemoniados soles que se precipitaran
desorbitados justo en el filo emergente entre el ser y
el no ser.

YO MATÉ A DIOS CON UNA FLOR

“Words are flying out like


endless rain into a paper cup...”

John Lennon

158
La sombra del relámpago

Tan pronto intentamos expresar algo con palabras la


marea de la semántica de la época∗ las arrastra hasta
circunscribirlas a un sistema autorreflexivo y exclu-
yente; la pretendida transgresión a estos códigos re-
lativos -que según la modalidad histórica correspon-
diente encapsulan toda posibilidad de sentido- opera
o bien a través del lenguaje del arte, o bien en la rup-
tura total y definitiva de la malla que sostiene el
mundo en el lugar indicado, o “designado”, por así
decir.
Muchas veces, en forma natural o inducida, estos su-
puestos coinciden. Desafortunadamente, mal que le
pese a todo escritor que ceñido al sino de los tiem-
pos asuma hoy su carácter de logófobo, la segunda
intención aparecerá siempre como un mal indicio,
dejará ver fatalmente el estigma de lo ilegítimo.
Así las cosas, decidimos dar la palabra a quienes son
capaces de exponer su interioridad soslayando toda
suerte de tabulación, resignando en su aventura inte-
lectual su mera inclusión en el orden de la sociedad
humana, refractarios a todas sus canónicas exigen-
cias. Gracias a una gentileza del Dr. Dickinson pudi-
mos registrar el testimonio de J., un joven que in-
cluye en su discurso términos inventados por él y de
los que supone que su interlocutor, si piensa correc-
tamente, debe inferir su cabal significado; y de C.,


Véase al respecto “Tales of power”, Carlos Castaneda, Fondo
de Cultura Económica –1976; 2da. Parte, págs. 163 y ss, espe-
cialmente 167.

159
G. Cebrián y E. Zapiola

portador de la tradición de la videncia criolla. Cinco


personas atestiguamos su mensaje, y funcionamos
respecto de ellos como una sola conciencia, a la que,
por razones meramente operativas, englobaremos
bajo la denominación de S..

J.: “Otrusión”. ¿Qué significa para usted?


S.: -¿Obstrucción? Y, algo que no deja pasar a otra
cosa.
J.: Atención.
S.: ¿Atención?
J.: Atención.
S.: Está diciendo que significa atención.
J.: Otrusión significa atención. La “plenaoria” es
un...
S.: ¿Qué?
J.: La plenaoria es un...
S.: ¿Plenaoria?
J.: ¿Eh?
S.: ¿Qué es plenaoria?
J.: La plenaoria es un... es un... es algo que sostiene
al pensamiento económico.
S.: Sólo económico.
J.: No.
S.: Y vos decís que otrusión...
J.: Es como decía la policía que se ponga atento.
S.: Que te gritan ¡atención!
J.: No. Yo ahora le digo ¡otrusión! Pongo más aten-
ción.
S.: Suprimo un campo de conciencia para crear otro.

160
La sombra del relámpago

J.: Sí, más o menos.


S.: U obstruyo todos los mensajes posibles para que-
darme con ese sólo.
J.: Ponelo así. Que te hago hablar.
S.: A través tuyo...

(Entra C. y se sienta, tanto su porte como su expre-


sión trasuntan gravedad. Coloca su mano derecha
sobre el escritorio, con los dedos estirados hacia arri-
ba como sosteniendo una esfera invisible, en tanto
fija sobre nosotros una mirada intensa, cargada de
una bondad trascendente)

C.: Éstos son los cinco dedos de mi mano. Son las


cinco puntas que lleva el culo de la botella. No, las
plásticas de ahora. Cinco picos tiene el culo de la bo-
tella, como la mano del hombre, que soy yo.
J.: ¿Por eso te pusieron “cabecita negra”?
C.: Yo soy cabecita negra por... porque soy Adán,
también, a la vez. El Adán del tiempo, habido y por
haber.
J.: ¿Y el “payán-evú”?
C.: ¿Cómo?
J.: El payán-evú.
C.: No, de eso no sé.
J.: Si no lo pensás, no lo vas a saber.
C.: No puedo pensar. Tengo que pensarlo, para sa-
berlo.
J.: Claro.

161
G. Cebrián y E. Zapiola

C.: En una gota de agua. En una gota de agua... se


ahogaron todos. Nadie escribió nada, hasta ahora. Lo
que yo sé, es que la cagada es el huevo. Lo ponen
por el culo y es redondo y ovalado, a la vez. La ca-
gada es el huevo, de todo. Lo ponen por el culo to-
das las aves.
S.: Sí.
C.: Tenemos que cuidar los huevos de los ojos, que
también son ovalados. Son ovalados y redondos. La
vuelta de los ojos hay que mirarla. Lo blanco del ojo
es ovalado, y lo redondo, la vista. Si te pinchás lo
blanco no te hace nada, si te pinchás el ojo sí te...
te...
J.: ¿Tiene castigo?
C.: Sí, tiene castigo. Tiene la videncia, de una bola
ciega a una bola muerta. Así que las tengo vivas.
J.: Los huevos, ¿son “mordongui”?
C.: Son lo primero que existió en el mundo.
J.: En la prehistoria.
S.: Bueno, pero ¿el huevo quién lo puso?
C.: Y, lo puso el hombre... lo puso...
S.: La gallina.
C.: La gallina...
S.: Pero entonces, ¿qué es primero, el huevo o la ga-
llina?
C.: No, está primero la gallina. Después pone el hue-
vo. Pero en el principio de todo tiene que haber un
huevo. Nace el huevo primero.
S.: Claro, el huevo primigenio.
C.: Yo nací vidente por una medida india.

162
La sombra del relámpago

S.: ¿Por una medida?


C.: Por una medida india. Mi abuela se hizo medir
para saber si mi mamá estaba embarazada. Mi mamá
era soltera. Y entonces la midió a mi abuela un co-
rrentino viejo, que traía una medida correntina de in-
dios. Por eso, San Martín cruzó Los Andes con una
medida india, también. Cruzó con... con... ¿cómo es?
Con su valentía de guerrero pero también llevaba un
indio. Yo tenía una crucecita que la perdí, que tenía
los ojos y tenía la espada de San Martín. Yo sé dón-
de la perdí. (a continuación procede a improvisar u-
na copla, recurso que repetirá en algunas ocasiones
más):

“Éste ha pasado, dejó la huella de mi pata


pa’ que vean qué videncia grata
que no le daban camino
del gran destino del pobre
que... lo atrapa”

(Prosigue:) Yo me quedé sin nada para saber todo


ésto. A mí me costó mucho llanto, y dolor, de saber
tanto y que no saliera; pero ahora está saliendo por
televisión todo lo del huevo y todo lo... todo lo mío.
No saben lo que están diciendo, todos bolazos dicen.
Pero no se dan cuenta que el huevo lo paso ahí en la
televisión, que el huevo es la macana. Canal 7 le
pone el huevo y el 7 así, como una medialuna∗...
S.: Ah, sí, tenés razón, sí.

Se refiere al logo institucional del canal, año 2000.
163
G. Cebrián y E. Zapiola

C.: Yo tengo todos los canales agarrados. Una vi-


dencia criolla que recién ha comenzado. En la medi-
da que yo hablo, le hablo a usted porque está bar-
budo, porque tiene boca cerrada. Para mantener la
boca cerrada, es. A través de la comunicación del
paisano al humano, para que vea que es la mano de
la verdad. Es ésta (vuelve a presentar su mano como
culo de botella, y va tomándose los dedos enumerati-
vamente, proceso éste al que también recurrirá en o-
tras ocasiones): el churrinche, es Dios; la hornerita,
es Eva; eeeh, ¿cómo es? La hornerita es Eva... la
calandria, la Virgen...
S.: ¿El chingolo?
C.: Noooo.. La paloma es la paz, la conocemos to-
dos, la tortolita, es; el cabecita negra que soy yo, que
traigo la paz que nadie vio hasta ahora, el buchón de
la paz soy yo; el avestruz, el que corta el viento, que
tenía ya los tres dedos de la pata que indicaban la vi-
dencia antigua de la luna, la tierra y el sol. Eran tres.
Yo conseguí siete: la luna, la tierra, el sol, las Tres
Marías y el Lucero que me alumbró. Es un santo, Je-
sús Lucero, que tenía.
S.: Jesús Lucero.
C.: Sí, Jesús Lucero, allá en mi pago. Bueno, el pavo
es el indio que sabía todo y daba vueltas como el pa-
vo y no encontraba la otra videncia; eeehh... ¿cómo
es? El tero que anuncia el tiempo; el loro, la inteli-
gencia; y el cardenal para dejar a todos igual. Éste
deja a todos igual. El cardenal y los curas tendrán
que ser capones, si quieren ser curas. Hay mucha

164
La sombra del relámpago

maldad, por los curas, también. Porque no es nece-


sario ser cura si van a andar montando mujeres.
S.: Jé.
C.: Si es cura, es cura, que sepa curar. Por eso serán
capones, en el 2001.

“Yo estudio videncias verdes


para que alguno se acuerde
que aquí pasó un argentino
para indicarle el camino
que deberá tomar
para que empiecen a pensar
los corazones genuinos”

Eso es lo que estudio yo, mi pensamiento. Todo me


costó estar acá, estoy de vuelta acá en el hospital
porque me faltaba curar de este lado; había curado el
otro lado cuando estuve en el ’93 y esteeee... y salí,
y ahora estoy curando este lado. Ya está curado, ya.
Tengo todas las trampas y la gansa echada, tengo. A
lo criollo, la gansa echada, tengo.
S.: Sí, sí.
C.: Todas las trampas, tengo, para saber qué es lo
que es de la vida.
S.: ¿De dónde sos, vos?
C.: De Magdalena, una tierra buena que tiene todas
las trampas en los nombres de los campos, tiene es-
pinos. El que cura con plantas cura seguro.
S.: Sí.

165
G. Cebrián y E. Zapiola

C.: Yo curo con plantas. Porque las plantas estuvie-


ron antes que el hombre. El que cura con plantas cu-
ra de verdad. Yo tengo todo el hospital curado con
plantas. Con sillas. Sillas rotas, con el culo para arri-
ba, pa’ que vean que yo dejo culo para arriba a todo
el mundo entero.
J.: ¿Como los gatos que “cliban” al revés?
C.: ¿Eh?
J.: ¿Como los gatos que cliban al revés?
S.: ¿Cómo, al revés?
J.: Si no canta, no está.
C.: (Ríe) Sí, si no canta, no está (ríe otra vez). Es co-
mo el pajarito, que canta hasta morir. Y entonces,
cantaron p’al culo, todos. Pa’comer y pa’cagar. Can-
taban a lo carancho. El carancho canta pa’trás.
J.: Jájájájá.
C.: Por eso se murió Rodrigo, estaba puesto por una
videncia india de mi mano, pero tenía que cuidarse,
y no se cuidó. Porque no salí yo todavía en televi-
sión, todavía no salí en televisión yo. Yo tengo mu-
cho más para decir (se le quiebra levemente la voz,)
son días y noches que tengo pa’hablar. Es costoso,
pero es así, es real. Soy el Santo de la Verdad, de la
Pura Verdad que nadie vio jamás. Todos la veían
con los ojos y se llevaron por la guía del ojo y no lo
miraban al ojo como era, que era ovalado y redondo
a la vez. Por eso pusieron por el culo todos los...
los... la gallina, pato, ganso, el... el pavo... la gallina,
veintiún días; la gansa, veintiocho; la pava, treinta y

166
La sombra del relámpago

dos; y la pata, cuarenta, cuarenta días de... de...


¿cómo es?
S.: De gestación.
C.: De gestación, de estar echadas.
J.: Pará, una pregunta.
C.: Sí.
J.: ¿De dónde sale el huevo verde?
S.: ¿De tero?
J.: Un verdecito, sí.
C.: Hay un huevo de gallina, sí, hay un huevo verde.
Yo en casa tenía una gallina que ponía huevos ver-
des.
S.: Yo nunca vi.
C.: Sí. Son un verde clarito, el color de la esperanza.
Que la esperanza son todos los colores, no solamente
el verde. El par, es par de parir. Porque yo vi parir,
ése es el par.
J.: ¿Y hacia adónde te distribuís? ¿Cómo te distribu-
ís, con todo lo que dijiste?
S.: ¿Distribuís?
J.: A dónde quiso llegar.
C.: Es triste pero es verdadero.
J. ¿Cuál es el panorama que...
S.: Yo creo que lo dijo cuando dijo que él tenía la vi-
dencia, creo que quería llegar ahí, ¿no es cierto? Y
vos, ¿qué pensás de la videncia?
J.: ¿Existe?
S.: No sé, te pregunto a vos, si vos sabés, o qué pen-
sás acerca de eso.

167
G. Cebrián y E. Zapiola

J.: La videncia adivina todo lo que no está. Pero para


mí no... se “desdimula”.
S.: ¿Se desimula?
J.: Se desdimula.
S.: ¿Des-?
J.: Desdimula. (Se dirige a C.:) Bueno, concrete.
C.: Bueno, acá, ya está curado el hospital. La clave
más grande la tengo acá, que cuando yo pasé ya
estaba la huella de mi pata, acá, para la televisión, e-
sa, esas, esas tarjetas de... deee... que cortan las...
las... las lajas, las lajas eeeeh; ésto que está acá
(señala el piso).
S.: Las lajas.
C.: No, no, ésto... cuadrao.
S.: Las baldosas, los mosaicos...
C.: Las baldosas, los mosaicos.
J.: El parquet.
C.: Están al cruzar ahí. Ahí, de la entrada, ahí te la
cruzás. Es cosa seria, pero es así, nomás.
S.: ¿Así que querés que te dejen bautizar?
C.: Sí, claro, tengo la botella, tengo todo para bauti-
zar, te bautizo cuando quieras. Te tengo que mostrar
adentro qué es lo que hay. En el comedor hay –tengo
la videncia- en la pieza que estoy durmiendo y en la
otra pieza, que tuve, tengo... hay nueve camas, por
canal nueve. Después están las repisas; las flores,
tan; tá todo. (se dirige a J.:) Vos sabés por qué es-
tuvieron las flores.
J.: ¿Por el cosmético?

168
La sombra del relámpago

C.: Yo con una flor maté a Dios. Al Dios lo tenía por


Dios, a mi suegro, que tenía unos ojos verdes. Y con
una flor llegué, una flor que llevé eeeeh... la puse en
el santo de él y a los once días lo maté. Se murió. Y
lo llevo en el alma, para que mientras viva...
S.: ¿Te arrepentís?
C.: No, no pensaba que lo iba a matar. Yo lo quería
curar. Pero estaba “dañado”, y se murió. El “daño”
es el mal que hace la gente, la maldad de la gente. El
cáncer. El cáncer es la maldad de la gente.

“Yo tengo la vida, el canto


la enfermedad curame
la suerte y el Espíritu Santo”

Es así.
J.: Cuando se descuiden, acá, no nos para nadie.
C.: No te hagás problema, vos. Ya vamos a salir. En
los diarios, y en todo lo que sea, vamos a salir. Tran-
quilitos, nomás.

EN FIN...

El Big-Bang, la luz, el huevo o la voluntad asoman


en los albores primarios como rudimentos simbóli-
cos de lo inmensurable, de lo inaprehensible. Parpa-
deamos, pero tan sólo podemos ver mínimamente y
de modo difuso a través de la tormenta. De cara al

169
G. Cebrián y E. Zapiola

caos no podemos sino volver a agitar las mismas


desvencijadas pancartas, contradictorias tanto res-
pecto de sí mismas como del correlato dual de su
concepción, que eleva al cuadrado toda desavenen-
cia posible.
La alianza ha cesado, volvemos a incomodarnos una
y otra vez. Lo que hasta ayer fuera fluido comienza
hoy a encarajinarse hasta lo indecible, las tensiones
preexistentes empiezan a descalabrar la malla que
las contenía unívocas. La gravitación astral que las
mantuvo armónicas cesó su influjo y de pronto todo
se volvió motivo de ríspidas disputas, sea el grado
de intoxicación que corresponde a un determinado
alcaloide o la cantidad de movidas posibles en un
juego de ajedrez perfecto. Tan es así que casi llega-
mos a dirimir violentamente, luego de una discusión
bizantina, la oportunidad de colocar o no un acento.
Por lo que dimos por terminado este acto, para lo
cual –no sin arduas negociaciones- logramos con-
sensuar una frase:

“En el principío fue el Verbo,


y en el final, también.”

La Plata, 3 de agosto de 2000.-

170
La sombra del relámpago

171
G. Cebrián y E. Zapiola

172
La sombra del relámpago

ÍNDICE

Dossier: Making off.........................................7

Parte I
Autoevocación mecánica reiterativa.............49

Afanado en una sala de chat.............................53


Soy un poeta moderno......................................60
Misiva angélica.................................................61
Para una Hipnopedia cósmica..........................66
Las endechas del diablo...................................68
Una de padre y señor nuestro...........................70
Decálogo del bohemio digital..........................70
Ejercicio con preposición................................72
Entre Dios y yo................................................73
Dickinson dixit................................................75
Sigilo...............................................................78
Muro blanco....................................................80
Querido Dr. Dickinson....................................81
Desde hace un año..........................................82
Ejercicio sobre el control de los sueños.........87
435 vibraciones por segundo.........................88
Brevísimo texto acerca de los planos de la
razón..............................................................92
Lazos de luna.................................................93
Hambre de líquenes.......................................95
Santa terra vermelha......................................97

173
G. Cebrián y E. Zapiola

Dibujo de un barco corrupto.......................98


Dickinson dixit..........................................100

Parte II
Pasos hacia una entropía del lenguaje...107

Sólo vine a ver el jardín donde alguien


moría.........................................................109
Cacumen (falta)........................................110
Liberación de la materia verbal................111
La vida es la muerte.................................111
Poema de silencio....................................112
Esa hija de puta manía de contar.............112
Ejercicio con conjunción adversativa......127
Ejercicio con demostrativos....................127
Prosaísmos profanos...............................128
The waste man........................................130
Hay alguien que está loco y no sé quien
es............................................................131
Luces de la ciudad.................................132
La cañería del silencio...........................133
Paisaje en ebullición..............................134
Diatribas exponenciales.........................134
Balance 0...............................................137
La dislexia como una de las bellas
artes.......................................................139
El conflicto del blanco..........................143
La libertad no es....................................146
Perros....................................................147
Llenar con ausencia..............................148

174
La sombra del relámpago

Posición infundibuliforme................................149
Escalera sin luz.................................................151
A por una recuperación esclerósica de la
alegría..............................................................151
Por detrás de toda moción de orden................155
Yo maté a Dios con una flor...........................158
En fin..............................................................169

Índice..............................................................173

175

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