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LA PROSA DE
PROMETEO CÉSAR VALLEJO
ENCADENADO POR DANIEL ROJAS
Muy hacia atrás, desenvolviendo en lento el caracol del tiempo y aún antes de que el hombre caminara
erguido, nuestro mundo era regido por dos soles. Uno blanquecino con reflejos de oro. El mismo que nos
calienta hoy mismo y que es el causante de la luz del día. Y otro de color rojo furia, que reinaba sobre la
noche y sobre nosotros, los salvajes que respirábamos libertad.
Infinidad de nombres alabaron su grandeza. Fue llamado "el Opuesto", el equilibrio perfecto para la
creación, y no existía el miedo escondido en la belleza de sus noches. Al contrario: la suya era la hora del
éxtasis.
El reino del Sol Rojo era un descubrimiento constante dentro de un tiempo mágico. Nada era comparable
al frescor cálido de sus vientos, ni a la penumbra púrpura de sus rincones bajo el titilar de las estrellas.
Estaba escrito: las diferencias entre dos hermanos van tallando en el aire los desaires del destino. Así fue,
tal como lo escribieron los libros sagrados:
" Uno de los dos debe ser sacrificado...". Al total arbitrio de los dioses.
La Eterna Voluntad redibujó nuestra tierra. Los hombres se irguieron y para desgracia nuestra,
comenzaron a pensar. Por esencia, desconfiaron de la penumbra. Nuestro Sol Rojo fue fragmentado en
aras de una luna.
" Nuestro Amado fue deshecho en mil pedazos
y su cuerpo vivo, de fuego incandescente
llovió sobre nuestras atemorizadas cabezas.
Nosotros, los eternos indomables,
lo devoramos en un acto de amor..."
Una coraza de plata fue colgada en los cielos impidiéndonos ver el lugar sagrado donde habitaba nuestro
Sol, y las noches fueron barridas por un frío blanquecino donde los hombres aprendieron a arder sus
fogatas.
Fuimos declarados enemigos en un mutuo sentimiento. Ellos, adoraron a su sol blanco. Nosotros,
veneramos al nuestro ofrendándole una incesante búsqueda, quizás con el secreto anhelo de poder reunir
todos sus pedazos.
Sus mujeres fueron seducidas por la nueva luna y las mareas de su cuerpo danzaron a su influjo. En algún
tiempo , ellas corrieron con nosotros sobre la pradera. Ellas, adorando a su diosa. Nosotros, aullando
nuestra pena.
Los dioses... no necesitan más nombres que Crueldad y Capricho, y aquel consuelo del libre albedrío es
otra jugarreta en aras de su diversión. Bien lo dijeron los hombres: estamos creados a su imagen y
semejanza.
Nuestro condena conmovió hasta a los cuatro elementos, quienes lloraron al unísono nuestro destino y se
declararon en secreto, nuestros aliados, tanto como la misma luna, temerosa de sufrir suerte semejante.
Por siglos de historia nos han perseguido sin que nada ni nadie consiga frenar nuestra búsqueda, nuestra
razón y castigo. Y no hay dios alguno que pueda sembrar dudas en nuestro andar: así somos, contra todo
afán.
"Y tú, nuevo hombre ¿ qué temes ahora?
Todos tus pesares afloran a tus ojos,
pero tú, no quieres verte a ti mismo.
¿A donde está tu dios esclavizante?
¿Cual es la luz que guía tus pasos?
Porque está escrito, y ante la verdad no hay mito que resista: no hay otro sentido que el retornar al origen,
una y otra vez, en cíclico peregrinar, hasta que así lo disponga lo indescifrable: la eterna voluntad de
todas las cosas.
Amanda Espejo
www.lamanchadesdequilicura.blogspot.com
Los poetas surrealistas fueron hombres que también vivieron una época de extremo belicismo,
como ya lo señalamos, y de allí surgió una parte de su propuesta literaria. Por suerte la poesía de
los surrealistas suele estar en un plano no delirante ni sectario y menos panfletario y es por ello
que la poesía de estos autores sigue teniendo importancia para los hombres dignos, para todos
los hombres dignos, a pesar de la complejidad que sus textos suelen tener para los neófitos e
incluso para muchos de los que leen constantemente poesía.
Dos Grandes poetas Chilenos por José Martínez Fernández.
No son los clásicos poetas demasiado conocidos, pero no por ello dejan de
ser importantes creadores; además que fueron seres de una singular
personalidad. Roberto Meza Fuentes y Fernando González-Urízar hicieron
un interesante aporte a la poesía chilena. Aquí sólo hacemos referencia de
cómo nosotros los vimos y lo poco que sabemos de ellos.
En los duros años 1975 y 1976, en mi paso por los pasillos de la SECH,
conocí personalmente a dos poetas, de quienes había leído algunos de sus
trabajos. Poetas de voz quieta y tradicional. Cercanos en la simpleza de su
hacer, eran de una personalidad arrolladora y oradores de alto vuelo, al igual
como Luis Sánchez Latorre, Braulio Arenas, Manuel Guerrero, Fidel
Araneda y Martín Cerda.
Meza Fuentes, recordaba yo, había sido uno de esos muchachos que fue figura principal en aquel
movimiento político de ideario ácrata producido en la década de 1920 en la Federación de Estudiantes de
Chile en que descollaron figuras como Santiago Labarca y los hermanos Gandulfo. Meza Fuentes fue
presidente de esa FECH combativa. Por ese período fue apresado, torturado y asesinado el poeta de
MISERERE, Domingo Gómez Rojas. Yo sabía que Meza Fuentes había dirigido la revista JUVENTUD,
órgano gravitante en el pensamiento intelectual y en las luchas sociales de esos años.
Cuando yo lo conocí era un hombre de bastante edad que solía caminar a paso pausado. Su baja estatura y
su saludo con una sonrisa lo identificaban. Por esos mismos días me enteré que este gran luchador social
de los años veinte había trabajado años después en EL MERCURIO y que había sido Embajador en
Ecuador. ¡Qué cambio! Cuando a comienzos de 1976 vino a Chile el poeta venezolano Juan Liscano, la
Embajada de su país en el nuestro, invitó a unas treinta personas a la sede diplomática a compartir un
coctail. Allí Meza Fuentes me invitó a su casa; pero nunca fui. Su poesía la había leído en mis textos
durante la enseñanza básica. El solía figurar bastante en ellos. El otro poeta que se veía mucho en la
SECH era Fernando González-Urízar. Un caballero. Solía vestir impecablemente y usaba un sombrero
bastante fino. Mucho más joven que Meza Fuentes, don Fernando González-Urízar solía hablar en las
reuniones de la SECH como un tribuno. Un orador brillante.
Amigo del diálogo fino, académico, límpido; su palabra reunía a los escritores en un acto de silencio.
Escucharlo era una delicia. Pero Fernando González-Urízar lo que más amaba en esta vida era la poesía y
de allí que le haya dedicado su vida. Tiene numerosos poemas bien logrados. Un maestro en el vestir, un
maestro en el hablar, un interesante poeta, Fernando González-Urízar es de aquellos bardos que aún los
chilenos no hemos rescatado en su justa dimensión, al igual como sucede con Juan Negro, González
Bastías, Fernando Binvignat y tantos otros.
Meza Fuentes y González-Urízar son dos valores claros de nuestra poética. Olvidarlos es esconder un
poco el alma de Chile.
Nicanor Parra: El Autor del Mes.
Las víboras en el paraíso antiparriano
La entrevista kafkiana
ROLANDO GABRIELLI
Me subí al micro como un fantasma londinense, un domingo, poco después de las 2:30 de la tarde, a esa
hora en que las calles están desoladas y viven el feroz desamor del tiempo indefinido, camino a la casa de
rústica madera del autor de Poemas y antipoemas, Obra gruesa y de un pecado de juventud, como le
llamó a su libro inaugural, Cancionero sin nombre (1937), de indiscutida influencia garcilorquiana. Sin
embargo, los gérmenes de la antipoesía pareciera que ya tenían nombre, en ese Cancionero, tan olvidado
por el propio autor, y que en su momento recibió aplausos y rechiflas.
Largo viaje hacia las faldas de la cordillera, quizás un poco menos lento, por lo despejado de las avenidas
dominicales, iba yo pensando en la antipoesía del antipoeta en este antimomento de la historia chilena,
cuando el calendario marcaba el principio de los setenta, ya convulsionado y que ardería de punta a punta,
como la milonga borgeana.
Ya Parra gozaba de las mieles del éxito y la controversia, e intentaba bajar del Olimpo al joven Neftalí
Reyes Basoalto, empujando aun más al precipicio a Pablo De Rokha y codo a codo en la pelea con
Gonzalo Rojas, quien le dedicaría unos versos lapidarios: “Antiparreando, remolineando / que Kafka sí,
que Kafka no, / buena la cosa / roba-robando / se va Cervantes / entro yo. / Publiquen grande lo que
escribo / que se oiga en USA y en Moscú / Sabes que más, Rimbaud: ni tú. / Me arrastro, claro, pero
arribo”.
Reconocería que De Rokha es uno de los cuatro grandes de la poesía chilena del siglo XX. Y en un
homenaje a Huidobro en su centenario, lo calificaría como su maestro. El troesma, como Teillier le
llamaba a Gardel. Pero volvería a arremeter contra Neruda y De Rokha. “Qué sería de la poesía chilena
sin este duende”, se pregunta Parra, y responde: “todos estaríamos escribiendo sonetos, odas elementales
o gemidos”. Vuelve a poner sus picas en Flandes y le toca también a la Mistral. Nadie está vivo para
contestar, ni el homenajeado, de quien Parra confiesa: “prácticamente lo aprendí todo de Huidobro.
Gracias”, agradece, el discípulo tardío. Kafka, había dicho Parra en su oportunidad, es “mi maestro
absoluto”.
Cuando llega Parra, debemos señalar, y reconocer, que la compleja, variada y personalísima poesía
chilena, ya estaba instalada en el siglo XX y la cancha trazada con líneas gruesas.
Parra ha tenido tiempo para hacer su obra gruesa y substantiva y ponerse a paz y salvo con los
“monstruos” de la poesía chilena, a los cuales miró de reojo y con los que tuvo sus pequeños rounds en la
vida real, con excepción de Huidobro que nos abandonó antes de que Nicanor se subiera a su propia
montaña rusa.
La idea de un nuevo vértigo le hizo poner en marcha la empresa de la antipoesía. El físico montaría a la
poesía en su propia máquina voladora, su objetivo sería la tierra —el primer, segundo y tercer piso—, el
sótano de la psiquis humana, y con la obsesión del sacristán, cuando tañe a rebato las ciegas campanas de
la aldea, comenzaría a repicar, con autoridad vaticana.
Viva la Cordillera de los Andes
Llegué empapado a las puertas de su casa. Toqué madera varias veces. Nadie abría. Hasta que de pronto,
Nicanor, con medias de lana blanca y en un tono misterioso, confesional, dijo: entre, pase, y seguí con mi
paraguas y pesado abrigo café, cerrado, de estrujar, hasta el cuarto donde se encontraba viendo televisión.
En una pantallita en blanco y negro alcancé a divisar algunos personajes conocidos. Parra, recostado en
una dura cama-sofá, me dijo, es Alicia en el País de las Maravillas. Yo seguía con mi abrigo, el paraguas
estilando en la mano, de pie, y afuera un aguacero de esos que caen realmente del cielo y mojan sin
respeto. Estábamos en la semipenumbra, donde todos los gatos son negros aparentemente.
Entre la lluvia y Alicia comenzaron a llover verdaderos peñascos verbales sobre mi pequeña humanidad.
¡Qué hace aquí este degenerado, como lo dejaste entrar!, gritaba su mujer de ese entonces y madre de una
de sus famosas hijas. Comencé por hacerme el sueco. No me di por aludido. Recordé el poema
maravilloso de Nicanor: “La víbora”. En fin, dejé que las palabras se fueran al viento, como el pasto al
rocío. Pero seguían cayendo los ladridos, como si la lluvia no fuera a parar. Epíteto tras epíteto. Yo
incrustado en el piso, mojado, mirando lo que el viento no se llevaba, ni de a vaina, digo ahora en buen
panameño. De pronto, Nicanor abandona su concentración frente a la maravillosa Alicia en el País de las
Maravillas, y me dice: compañero, quiero saberlo todo... se recogió en la cama y volvió sobre el filme, en
medio de los gritos monocordes, únicos de la mujer, la cuarta, la quinta, la lotería mía en ese entonces. Yo
la había conocido en Osorno, en unos trabajos de verano que dirigía el colorín Jaime Ravinet.
Madame Parra
Aún tengo grabados sus desorbitados ojos azules, echando chispas por el cuarto húmedo de La Reina, yo,
un simple reportero desaliñado por el mal tiempo y el pequeño temporal de la calle, que me había
conducido al tornado dentro de la casa de Parra.
La mujer no abandonaba el monólogo, hasta que atiné a decirle, por qué no va afuera y ve si está
lloviendo, lo que la volvió a sacar de las casillas. Parra ya miraba con unos grandes ojos de huevo frito.
Alicia se había ido por el espejo a la otra realidad, donde yo hubiese querido acompañarla en ese
momento. Pensé en alguna escena de Charles Chaplin para abandonar mi propia escena, en la comicidad
inexplicable del silencio y absurdo. Al menos contaba con el mágico paraguas.
La lógica se apoderó de la situación por fin y me indicó el camino de la puerta. Me despedí de Nicanor,
sin bombos ni platillos. Regresé con las manos vacías a la Agencia de Noticias. Me dije, al subir a la
micro: Hemos inaugurado un nuevo capítulo de la antipoesía, totalmente kafkiano y muy propio de
Ionesco, ambos personajes respetados y conocidos por Parra, y que hoy convirtieron las aventuras de
Alicia en una inocente salida al patio de la casa en búsqueda del conejo perdido, juego de muñecas,
respecto del show de madame Parra.
Los poetas no sólo escribían, sino que vivían el amor, verdadero desorden de los sentidos en no pocas
ocasiones. Parra incursionaba en el amor como en la antipoesía, de manera experimental, acuciosa,
obsesiva, sistemática, y la realidad también se hacía poesía, palabra impresa. Quién eres tú repentina /
Doncella que te desplomas / Como la araña que pende del pétalo de una rosa, se interroga en Canción, y
agregaba: Caes con el sol, esclava / Dorada de la amapola / Y lloras entre los brazos / Del hombre que te
deshoja.
Pero la historia detrás de la historia está en su poema “La víbora”, y de suma actualidad hoy que el autor
de La cueca larga, Canciones rusas, Hojas de Parra, es nuevamente candidato al Nobel de Literatura, y
una selección de su obra se traduce al sueco.
Es el folletín parriano, equivalente al famoso poema nerudiano “Tango del viudo”, “La víbora”, poema
que se decía en su tiempo en Santiago que le dedicaba a su ex mujer, una sueca, intriga amorosa que hoy
adquiere primerísima plana por tratarse de la reputada poeta sueca Sun Axelsson, quien convirtió la vida
de Parra en un triángulo de las Bermudas. Sun, además, era la novia del traductor del antipoeta al sueco,
Lasse Soderborg.
Cuando Inga Palme, su mujer, también sueca, se enteró en Chile de la existencia de la jovencísima Sun,
24 años, arrasó con los muebles de la casa y se los llevó. Una carta fue el detonante.
Dicen que al regreso de Parra de Estocolmo, se vio colmado en el asombro, el día que la joven poeta
escandinava, laureada de amores parrianos, tocó a su puerta como el cartero dispuesta a su to be
continued affaire con el hamletiano personaje. De allí surgiría el texto de marras, “La víbora”, porque su
mujer, Inga Palme, desató algo más que un temporal en la taza del té del atardecer del bardo, que dice:
Durante largos años estuve condenado a adorar a una mujer / despreciable / Sacrificarme por ella, sufrir
humillaciones y burlas sin cuento, / Trabajar día y noche para alimentarla y vestirla, / Llevar a cabo
algunos delitos, cometer algunas faltas / A la luz de la luna realizar pequeños robos / Falsificaciones de
documentos comprometedores / So pena de caer en descrédito ante sus ojos fascinantes / En horas de
comprensión solíamos concurrir a los parques / Y retratarnos juntos manejando una lancha a motor / O
nos íbamos a un café danzante / Donde nos entregábamos a un baile desenfrenado / Que se prolongaba
hasta altas horas de la madrugada.
Nicanor, en su conquista sueca, había contado su película que estaba separado, que en fin, hasta que le
llegó ese otro regalito de improviso, como que no quiere la cosa —abran quincha, abran cancha—, la
sueca nada de gélida entraba a la loca geografía en búsqueda del inefable iceberg antipoeta y mago en el
arte de los triángulos amorosos.
Si bien el verso dice que todo tiempo pasado fue mejor, hoy se especula en Santiago con la idea de que
Parra sufra una interferencia irreparable en su camino a Estocolmo, producto de ese amor en que él
intentó hacerse el sueco, a pesar de la insistencia de Sun, quien le dedicó el poema “Estación de la
noche”. La joven Sun se encontró con un poeta indiferente, distante, a veces divertido y genial. Irritable,
brusco y celoso, según sus palabras. Axelsson cuenta, además, que Parra la dejaba encerrada en la casa
con llave, “parecía que había perdido la razón”. La persiguió para que no le dieran trabajo y no le
abandonara, dice la sueca. Dos famosos poetas le ayudaron a la escandinava para salir del laberinto
parriano: Jorge Teillier y Pablo Neruda. Ella traduciría al sueco a Neruda y “sería una aliada en su carrera
al Nobel”, según relata un diario chileno.
El antipoeta se defiende y la califica de “animal silvestre y profundamente humano, pero poco fiable”.
No todas las sábanas conducen a Estocolmo
El amor, el amor
En la primera edición de Poemas y antipoemas, solapa, Neruda escribió: “Esta poesía es una delicia de
oro matutino o un fruto consumado en las tinieblas”. Gabriela Mistral, siempre rotunda, adelantada, diría
en 1937 con relación al libro Cancionero sin nombre: “Estamos ante un poeta cuya fama se extenderá
internacionalmente”. Parra tenía 23 años. Un pichón que no se asomaba al Olimpo, ni se codeaba con el
pequeño Dios, ni enfrentaba al Amigo Piedra. Se silenció por 17 años. Perdió la voz o estaba buscando su
propia voz. Emir Rodríguez Monegal, crítico uruguayo, dijo que Parra ha llegado a la originalidad poética
por el método tan simple, tan difícil, de ser él mismo. Su poesía es anticonvencional en el sentido de que
no trata de ser “poesía”. El poeta y crítico chileno, Federico Schopf, uno de los primeros estudiosos de la
antipoesía, concluyó que la obra de Parra constituye el último momento fundamental de la poética
chilena.
Los grandes poetas norteamericanos lo traducen al inglés: William Carlos Williams, Ginsberg,
Ferlinghetti, al sueco por Artur Lundqvist, como al francés, ruso, checo y portugués, entre otros idiomas.
La cueca larga, dice Fernando Alegría, arranca de una raíz auténticamente popular, y por ende, universal.
Alone, el crítico de la época, lo calificó del “más pujante y sonriente, floral y festivo de los poetas
nuevos... impetuoso, divertido, soñador de pronto y lejano, acróbata, imprevisible, inagotable, familiar,
exquisito... el extraordinario Nicanor Parra, ...a cuyo lado los demás se disuelven o huyen, graves,
mínimos, inmóviles, presas de su compás..”., y siguen los calificativos.
El crítico de recambio en El Mercurio, el sacerdote Ignacio Valente, siempre criticó positivamente la obra
de Parra, y los amigos vieron un persistente intento por asociarlo a la cruz, lo que el antipoeta aún
rechaza.
A su manera
Entró en escena, a su manera, como diría Frank Sinatra, pero con esa tradición del poeta que dice lo suyo,
y va donde las papas queman. La antipoesía es hija también de la guerra fría. Se puede ser francotirador,
pero sin olvidar que el bumerang existe y golpea donde menos se espera. El díscolo poeta, irreverente,
rebelde, nuevo sacerdote, disparó sus letales textos y artefactos contra el pequeño burgués y el
establecimiento. Desconcertó con sus artefactos: Cuba, sí / Yankis, también; Se vende Chile / tratar con
Frei. Su viaje a Washington, que derivó en una invitación a la Casa Blanca a tomar té con la señora
Nixon en pleno bombardeo a Vietnam, simplemente devastó al antipoeta. Hubo quienes le hicieron la ley
del hielo en el Pedagógico de la Universidad de Chile, y otros le aislaron en diversos círculos de
escritores y políticos. Fueron días, semanas, meses, efervescentes y negros en prosa para Nicanor Parra,
en la cúspide poética chilena y allende las fronteras. Muchos comentaban sobre la idea del suicidio en
torno a Parra, aunque un día Waldo Rojas, mucho después, claro, me dijo desde París: Parra nos va a
enterrar a todos.
Treinta años después, el poeta diría, cero problema, y que sólo espera cruzar el río para encontrarse con su
hermano Roberto, autor de las Cuecas choras y seguramente Violeta. “Médico el ataúd lo cura todo”.
Ya había estado en Pekín y Moscú. Sí, el poeta del momento se desplazaba en el ojo de la tormenta, en
tiempos de verdadera olla de grillos en la política criolla, en el compromiso y los gustos literarios.
América Latina también se polarizaba política y poéticamente. Ernesto Cardenal, una de las figuras
visibles, con su exteriorismo, José Lezama Lima, como un dragón tocando la flauta barroca de Hamelín
en el trópico de la Mayor de las Antillas, Neruda, siempre omnipresente, Paz, con sus visionarios ensayos
críticos, Borges, el poeta conservador, clásico, cáustico, anarquista, defenestrador de virtudes y amante de
los atardeceres lúdicos, siempre en primera línea. Ginsberg, aullando en el norte. Sin embargo, eran los
novelistas los que se hacían sentir más, como García Márquez, Vargas Llosa, Sábato, Cortázar, Arguedas,
Carlos Fuentes, Benedetti y Roa Bastos, entre otros. La corte es más larga que los propios milagros. La
globalización hoy, el mundo mediático, borró, barrió literalmente al intelectual público, de la plaza, y nos
puso en video la imagen del absurdo, copiada, eso sí, del mundo real, con locutores teledirigidos por la
estupidez virtual de la mediocridad banal, exquisita discípula de la frivolidad. José Saramago es lo más
parecido a esos sobrevivientes que aún no arrían su bandera. Los demás, no todos, en el top show de la
farsa.
El mundo tenía dos polos y ahora uno. Se perdió el Polo Sur, ni nos dimos cuenta. ¿Se derritió por la capa
de ozono, el efecto invernadero, porque se cayó el Muro de Berlín, fue el fin de la historia que se lo llevó
al río, qué se fizo el Polo Sur, dónde quedaron los burgalés de pro, qué se ficieron?
Parra nos había dicho, hace más de 15 años, en su texto “Tiempos modernos”: Atravesamos unos tiempos
calamitosos / imposible hablar sin incurrir en delito de contradicción / imposible callar sin hacerse
cómplice del Pentágono. / Se sabe que no hay alternativa posible / todos los caminos conducen a Cuba /
pero el aire está sucio / y respirar es un acto fallido... “Todo contaminado de antemano”, concluye el
texto. Nada nuevo bajo el sol.
Había confrontación en tiempos de la guerra fría, posiciones y una cierta efervescencia intelectual, que en
su minuto sorprendió a Parra en el Chile convulsionado y también en el de Pinochet, el más agitado de
todos, con calaveras, incendios y un hermetismo poético de kafkianos contenidos, pero aunque hubiese
extremos, que nunca se juntan, existía una mayor presencia de la poesía en la vida y en las cosas.
Parra volvía a decir lo suyo en 1985 en Hojas de Parra: ENTONCES / no se extrañen / si me ven
simultáneamente / en dos ciudades distintas / oyendo misa en una capilla del Kremlin / o comiéndome un
hot dog / en un aeropuerto de Nueva York / en ambos casos soy exactamente el mismo / aunque no lo
parezca soy el mismo.
José Lezama Lima, un animal tropical y barroco y clásico de gran instinto poético, muy alejado de Parra y
la antipoesía, dijo a través de su personaje Oppiano Licario de su novela Paradiso: “un poeta, como tal,
es también su biografía, sus lecturas, sus comidas y su mundo familiar; es esa realidad sobrenatural que
siente actuar dentro de él, que lo modifica a cada instante y que coexiste de una manera mágica con la
realidad natural”. Lezama Lima habría dicho alguna vez: cuando estoy claro escribo prosa, cuando
oscuro, poesía. Sólo se llevaban cuatro años de diferencia, Lezama y Parra. A ambos, en las antípodas
poéticas, les une sólo el asma. Curiosamente uno hace tomar lecciones de abismo al lector, el caso de
Lezama, y vértigo, Parra. Extremos de una misma cuerda, un cielo que se cae a pedazos a su manera en el
corazón del lector. Parra aspirando los mortales residuos de los plátanos tropicales y Lezama con su asma
en Trocadero, fumando puros, en una Habana nostálgica, dos asfixias para una poesía ya clásica, y
aunque aceite y vinagre, yo las junto en mi alcuza para ser cocinando.
Es tan sólo un paréntesis, la antipoesía está hecha de otro barro o greda, es un viaje distinto en presente,
sus propias toxinas trae y lleva, a veces en un pasaje de ida, sin retorno, o casi siempre, porque el poeta
concluye abruptamente su mensaje, y nos deja en el mismísimo aire del aire, pero en tiempo real, sólo a
unos metros del limbo si no nos montamos bien en el patín.
La antipoesía vino a sacar los esqueletos del closet, a reciclar con su propio lenguaje todos materiales,
humanos y divinos, populares, especialmente, y se inserta en la gran tradición poética de Chile desde su
propia perspectiva, desinflando el yo lírico, pero muy involucrado su protagonista a todo cuanto ocurre en
las raíces de sus antecesores y en la estrategia de la confrontación, del aquí vengo yo.
El poeta no es un artesano ni hace empanadas, recordaba Parra a Benedetti en una entrevista publicada en
Marcha en 1969. Puede haber iluminación y revelación, y ahí como que se nos quiere aproximar a
Rimbaud, en la actitud, aunque su influencia no es francesa.
Parra, su autor, está retratado de pies a cabeza en la antipoesía, que pareciera ser más autobiográfica de lo
que se cree, aunque el yo colectivo, y el todos somos el poema, es el que cuenta a la hora de la lectura, y
el poeta pareciera estar trabajando con una magra materia llamada lenguaje que objetiva al máximo, al
que pareciera previa puesta en circulación haberle hecho la autopsia.
La antipoesía es también un intento, experimento, acierto, creemos, logro, sin duda, una manera de poner
ad valorem la propia poesía, con una serie de elementos que estaban allí o no necesariamente, pero que
Parra incorpora siempre desde esta nueva perspectiva: la ironía, el humor, la paradoja, todas las
contradicciones habidas y por haber, el paisaje verbal, humano, natural de Chile, porque hay mucha
chilenidad en la obra de Parra, en la cual se topa con Neruda, De Rokha y la Mistral, cada uno dentro de
su propia retórica y manera de apreciar lo chileno, asimilarlo, transformarlo y cantarlo en su obra.
El antipoeta es hombre de tradiciones y ha respetado a sus mayores más de lo que imaginamos, no le da la
espalda al pasado, al origen de las cosas, a lo esencial, sabe de dónde partir y tomar impulso, aunque
después el velocípedo adquiera otras velocidades y rutas, que el propio autor ignora, pero que investiga y
sobre todo, se arriesga a transitar sin saber del todo el paradero.
En este carrusel de la antipoesía, hay menos anti de lo que muchas veces creemos. Es difícil desprenderse
de toda la utilería del pasado, por más que inventemos la pólvora, que ya explotó en la milenaria China o
la rueda, que viene rodando de tiempos inmemoriales sin detenerse.
Sepulturero de metaforones
Parra nos responde a todos, desde su perspectiva, con “El anti-Lázaro”, el último poema de su libro Hojas
de Parra, que editó en 1985, y que recoge la sal y la pimienta, el aceite y el vinagre, la ironía
trascendente, la visión y los temas de la antipoesía, esa mirada por el ojo de la cerradura que puede dar
con el culo del mundo, en cualquier instante, veamos:
Muerto no te levantes de la tumba / qué ganarías con resucitar / una hazaña / y después / la rutina de
siempre / no te conviene viejo no te conviene / el orgullo la sangre la avaricia / la tiranía del deseo
venéreo / los dolores que causa la mujer / el enigma del tiempo / las arbitrariedades del espacio /
recapacita muerto / ¿que no recuerdas cómo era la cosa? / a la menor dificultad explotabas / en
improperios a diestra y siniestra / todo te molestaba / no resistías ya / ni la presencia de tu propia
sombra / mala memoria viejo ¡mala memoria! / tu corazón era un montón de escombros / —estoy citando
tus propios escritos— y de tu alma no quedaba nada / a qué volver entonces al infierno del Dante / ¿para
que se repita la comedia? qué divina comedia ni qué 8/4 / voladores de luces-espejismos / cebo para
cazar lauchas golosas / ese sí que sería disparate / eres feliz cadáver eres feliz / en tu sepulcro no te falta
nada / ríete de los peces de colores / aló-aló ¿me estás escuchando? / quién no va a preferir / el amor de
la tierra / a las caricias de una lóbrega prostituta / nadie que esté en sus 5 sentidos / salvo que tenga
pacto con el diablo / sigue durmiendo hombre sigue durmiendo / sin los aguijonazos de la duda / amo y
señor de tu propio ataúd / en la quietud de la noche perfecta / libre de pelo y paja / como si nunca
hubieras estado despierto / no resucites por ningún motivo / no tienes por qué ponerte nervioso / como
dijo el poeta / tienes toda la muerte por delante.
http://rolandogabrielli.blogspot.com/
Parra, el último retórico por
ROLANDO GABRIELLI
Nicanor Parra es el primer Mimo de la
poesía chilena y se niega a sus 94 años a
hacer mutis por la escena de la poesìa
castellana. Vino para quedarse y seguir
pedaleando hasta que sus cenizas se
conviertan en polvo de estrella. Mientras
Nicanor sigue acomodándose en su butaca
de primera fila, otros ataùdes van volando.
Actor y espectador de dos siglos, le saca la
lengua a su propia sombra. Zorro ladino,
sabe que su tiempo nunca tuvo reloj. La
antipoesìa es una esfera limpia, sin tiempo,
oscura como el sol. De Parra se han dicho
tantas cosas y el mismo puso a rodar su
mito, que es real como una alfombra mágica
que atraviesa el espinazo angosto,
quebradizo, volcánico de Chile. Asomarse a
la vida y obra de Nicanor Parra es jugar con
abismos .El Prefacio de sus Obras completa&algo+ lo inicia Harold Bloom con algunos lugares
comunes, sobre los cuales había escrito y que los chilenos conocemos de memoria por vividos. Pero esa
es la amiga de la fama y a a Parra no le viene mal. Nicanor nos comentaba que se remontó a las máscaras
griegas para tener su propio rostro. Tuvo otros maestros sin duda y maestras, como su admirada Gabriela
Mistral. Whitman, bebió en las fuentes populares que las convirtió en sus palabras sacras. El antipoeta
sigue gozando de salud entre Neruda y Huidobro, allá en la cordillera de la costa chilena donde otea el
tiempo que el futuro aùn le contabiliza y acumula. A pesar de los nuevos horizontes, luces y bengalas,
neones al atardecer, la voz crepuscularia de Neruda sigue siendo el referente de Parra no sólo por
oposición. Viejo lector y traductor de Shakespeare, Bloom reconoce que Estados Unidos no tiene ningùn
poeta tan persuasivamente irreverente como Parra.
La poesía de Parra rescata el individuo y eso ya es meritorio en un mundo que ha perdido hasta las
solapas de la convivencia. A lo largo de estos años he escrito varios textos sobre Parra y poemas, algunos
incluidos en mi último libro: Los Poetas de Chile. Nicanor es como el último de los grandes mohicanos
de la poesía chilena y resiste borrarse con su propia película.
En alguna esquina infernal de Chile, en otro sentido, con distintas motivaciones, alejado de toda
antipoesía, Augusto Pinochet cuenta sus días. Es el autor de la cueca del terror más larga de Chile, y que
nos perdone el antipoeta. Ese huaso se fue de mano y claveteó el gran ataúd de Chile.
Este es Chile, mi hermosa Patria.
Parra es otra cosa. Un poeta con más vidas que un gato. No se le ve pasar bajo una escalera desde sus días
de infancia en San Fabián de Alico, cuando su hermana Violeta Parra se untaba el delantal con maqui.
El antipoeta está en sus plenos cabales en una nueva aventura frente a la página en blanco. Según
confesiones propias, hace 19 años no edita, desde que publicó Hojas de Parra, y en cada intento vemos
sorprendentemente que intenta apagar el sol con los dedos de una mano. Es Parra en su última retórica, un
hueso duro de roer. Nació en Chile, de padre y madre chilenos, y hermanos también. Profesor de
Mecánica Racional, con estudios en la Universidad de Chile y en Oxford. Laureado de Sur a Norte,
pasando por Madrid, Londres, México y Nueva York.
Cuando Mario Benedetti lo entrevistó poco después que le habían otorgado el Premio Nacional de
Literatura en su casa de La Reina, en las faldas de la Cordillera de los Andes, el escritor montevideano
creyó que Parra se suicidaría en cualquier momento. Nos engañó a todos, más bien cada día nos entrega
una fórmula para seguir viviendo.
NICANOR PARRA
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Semblanzas Profundas: Las Moscas de Sartre por Daniel Rojas Pachas.
Empero, los hechos que desencadenan la historia de Electra, ocurren fuera del campo de batalla y lejos
del terreno de las aventuras míticas, mas bien en la intimidad familiar. Una vez triunfante y de regreso al
hogar, en lugar de un cálido recibimiento y loas, el Rey nieto de Pelope, encuentra el frío toque de la
traición, siendo asesinado de forma falaz a manos de su mujer Clitemnestra y el amante de la
misma, el conspirador Egisto.
Las formas en que se comete el asesinato, cuanta responsabilidad cabe a Egisto o Clitemnestra en el
hecho de sangre y las causas: “celos y despecho hacia Cassandra, amante de Agamenón obtenida como
botín de guerra, meras ansías de poder, o venganza por el sacrificio de su hija Ifigenia en honor a los
Dioses”, cambia de acuerdo al autor que toma el mito. Lo que no varía es el resultado del crimen y la
suerte que corren dos de sus hijos, Orestes y Electra, a Crisótemis no la menciono, por su escasa
participación y por el tratamiento indulgente que se le hado con respecto a su visión del crimen materno.
En cambio el varón y menor de los cuatro hijos, Orestes y la fiel y vengativa Laódice, mejor
conocida como Electra, encierran una preponderancia mítica e incluso psicoanalítica en cuanto a su
actuar matricida.
Del comportamiento de la última se desprende la teoría de Jung sobre el complejo de Electra, par
opuesto al planteado por Freud para el desarrollo de la sexualidad del varón en base a la tragedia
del Tebano Edipo.
Mas volviendo al tema que nos llama, lo que en definitiva cuentan las versiones mayoritarias en torno a la
suerte de los herederos de Agamenón, si bien varía en el trato y estilo de cada dramaturgo, se mantiene
dentro de ciertos límites que podemos detallar brevemente. Orestes fue salvado de ser muerto siendo un
infante, en algunos casos por la misma Electra en otros por una nodriza fiel. La amenaza que se cernía
sobre su inocente ser, eran las ínfulas del maquiavélico Egisto, que había planeado eliminar la
descendencia de su enemigo para evitar se cumpliera la profecía de su muerte y la de su cómplice, a
manos de los hijos de está.
Una vez seguro en el monte Parnaso, donde el rey Estrofio se hizo cargo de criarlo, Orestes madura y se
vuelve un campeón, y una vez cumplida la mayoría de edad, impelido por el oráculo de Delfos, retorna
para cumplir su violento sino, reencontrar a su hermana y liberarla de su humillación. El haberse
convertido a vista y paciencia de la madre en una sirvienta del nuevo reino, en otros casos su rol es
el de una exiliada del hogar paterno que debe ver con humildad y resignación el adulterio materno.
Situación ominosa que sufre un quiebre una vez que se reúnen los hermanos, pues maquinada su extrema
reposición de justicia, la pérfida esposa y madre y su ladino amante se vuelven el blanco de un sangriento
ataque, Orestes y Electra de esta forma pasan a ser instrumentos de una justicia primitiva, fraguada por
los Dioses y terminan como seres culposos, perseguidos por las Erinias, personificaciones femeninas de la
venganza, que acechaban de manera perenne a los criminales. Como una metáfora viva y tormentosa de la
conciencia, los hermanos, cualquiera sea la versión griega revisada, aceptan estoicos el acoso de estos
espíritus esperpénticos como pago a su destino infame. El predeterminismo de los dioses se traduce en
un vagar que acepta el crimen como un acto consciente pero jamás libre, pues a este, nunca se
pudieron oponer con voluntad férrea. El acto como las consecuencias se asumen producto de un poder
superior, la sumisión se comparte como un acto de mala fe para el cual se nace, en términos naturalistas,
ellos heredaron la culpa de sus progenitores para sucederla y preservarla hasta el fin de sus días y el
comienzo de los que vendrán a reemplazarlos, pues Orestes luego de su crimen y expiaciones, iniciaría
relaciones con una descendiente de Egisto, a la cual a su vez él deberá matar, para no repetir el error del
asesino de su propio padre: Dejar respirando un vástago del enemigo.
La mera imposición de fuerzas foráneas, sea cual sea el origen de estas, sucumbe al interior del texto, su
majestad es aplacada ante el grito personalísimo de emancipación del protagonista, su actuar en todo caso,
se torna indeterminado y absurdo para sus pares, pero consecuente y veraz consigo, con su existencia que
finalmente tiene un camino propio y verdadero que deberá desde ese momento en que se capta a si mismo
continuar como una edificación perpetua. E ahí, la carga de existir para Sartre, y que Orestes descubre. Se
trata de la agotadora tarea de definirse, solo, libre y responsable, día y a día.
Podríamos en otras palabras decir que el Orestes de Sartre, tras
su crimen, vuelve a nacer, o nace verdaderamente para sí, para
como él se desea y realiza al abrazar su individualidad, su
condición humana y precaria; pensar y sentir sin barreras, en
que todo acto resulta vinculante, pues es una elección a comunicar a
los otros, aquellos que incluso muchas veces no entenderán por
miedo, por rencor o comodidad, frustrando tus esfuerzos.
Por ello, más allá de toda culpa sostenida por el paradigma griego, lo
genial del Orestes existencial, es el asumir el peso integro de su
proceder, la carga de las muertes, el haber blandido el cuchillo lo
cual a su vez lo distancia y diferencia del pueblo de Micenas y su
propia hermana Electra, que fiel a la visión clásica, no puede escapar
del sino y es devorada por la facilidad de aceptar esa moral
paralizante que facilista la relega a no asumir la carga de ser, pues
opta por continuar en un mundo donde es menos complejo vivir
con los ojos cerrados y de acuerdo a lo que todos piensan y
sienten, mundo en el que cualquier acto de liberación incluso el más
aberrante o genuino, cualquier reclamo o crítica, cualquier opinión que contradiga al pastor y su rebaño
servil, al caudillo y su sequito zombificado, no pasara de ser más que una amenaza.
EL AMOR Y LA MUERTE
II
Abraza lo corrompido
Induciéndote a un gemido,
Colmados de fertilidad
Volteándose tu cabeza
VII
En la habitación de la fe de la lujuria
Ni su alma tatuada
Rastrear una época olvidada, oscura, inédita de un poeta como Vicente Huidobro, es un trabajo meritorio,
y para cualquier otro escritor o artista singular, como efectivamente fue el autor de Altazor. Su obra es
conocida e influyente en América latina, y quizás no tanto en España. Huidobro, el más cosmopolita de
los poetas chilenos y tal vez latinoamericanos, de su tiempo, audaz, un personaje de si mismo, marcó las
vanguardias poéticas.
Me sorprende por ello, que se destaque en La Tercera de Chile, una publicación de inéditos de Huidobro,
del académico José de la Fuente y de esta calidad dudosa: Canto al Primero de Mayo, el vate más
aristócrata de la poesía chilena escribe: "Hoy todos los obreros de la tierra / vibramos como un solo
corazón.// Ya pronto lavará nuestra miseria/ el Alba de la Gran Revolución/ saltarán al espacio las
cadenas/ y temblará el burgués explotador".
Otros poemas están inspirados en la Guerra Civil Española, la Francia ocupada por los nazis ("Francia.
Mi Francia./ Estás herida, pero yo sé que el triunfo será tuyo porque tú eres el hombre, y el hombre aún
no ha de morir") o las parábolas cristianas.
Y se recopilan algunas de las salidas ácidas de Huidobro contra Alone, el crítico oficial de El Mercurio,
por varias décadas y Neruda: poeta de segundo o tercer plano, dice, y de paso, García Lorca:, a quien
califica de muy malo. Son parte de sus obsesiones y que le acompañarían por el resto de su vida.
Huidobro fue mejor poeta y más inteligente que esas frases. "Eres un hombre ultra cómico, con tantas
ansias de grandiosidad infantil que elegiste como seudónimo Pablo de Rokha en vez de Pablo Pedrusco...
Te aconsejo otro más grandioso y más sonoro: PAPABLO DE ROKAKA".
Huidobro, posiblemente no desmentiría estas frases, pero su obra se empinó mucho más alto que estas
diatribas y malos versos que acaban de hallar el erudito académico José de la Fuente. El poeta que se
creía un pequeño Dios, que pedía que pedía que los poetas hicieran florecer la rosa en el poema antes de
nombrarla, dejó un libro extraordinario al morir: Últimos Poemas.Libro ancla, donde aterriza, cae del
cielo Altazor, ese pájaro de todos los vuelos.
En su libro póstumo, Huidobro tiene unos versos premonitorios: Veo el universo reducido/a una caja
entre cirios y flores que se despiden. Y sigue diciendo: Que pequeño es el mundo/cuán grande eres
corazón/mirado desde aquí/en medio del torbellino de esta guerra. Un desconocido, quizás para sus
conocedores este Huidobro más humano y real.
INTROMISIONES por Wilfredo Carrizales.
Semblanzas Profundas: La Odisea de vivir por Daniel Rojas Pachas.
Al pensar en la anécdota, en lo peculiar de aquel solitario aventurero lector del clásico Homérico, se
vislumbra desde otro ángulo la trascendencia de aquel libro, de su contenido inagotable, capaz de seguir
comunicando y alimentando el espíritu de cada potencial lector llamado a actualizar sus páginas y entre
aquellos viajeros de carne y hueso, dispuestos a emprender la travesía junto a Ulises y Telémaco,
hallamos desde luego, a un Carpentier, que sin duda, conoce bien la realidad del viajero, su sufrir y gozar,
tarea que él mismo experimentó, bien como hombre ávido de conocimiento así como fabulador, en su rol
capaz de promover y motivar, geniales obras, las que de una u otra manera, sus lectores reconocemos
como formas múltiples de afrontar el viaje, basta con pensar en títulos como: El Arpa y la Sombra sobre
uno de los viajeros más famosos, Cristóbal Colón, o el Reino de Este mundo que expone el viaje de
crecimiento y liberación de Ty Noel, o Concierto Barroco, un viaje por el mestizaje cultural de
nuestro continente y que tal Guerra del tiempo, que contiene peculiares viajes como la inversión
temporal de Viaje a la Semilla, el carnavalesco y circular Camino de Santiago o la heteroglosia y
eterno retorno que comunica un mismo viaje continuo en muchos tiempos, presente en Semejante a
la Noche, en fin, el poder de la voz Homérica es ineludible influencia en la literatura, en la reescrituración
y palimpsesto que ha sufrido como texto y en general como parte integral de la cultura al ser espejo de la
vida y revelador de uno de los más grandes dilemas universales del hombre.
Y es que la anécdota que el cubano nos da a conocer con un hecho tan curioso y sencillo, a mediados del
siglo pasado, sea o no verdad, el que haya existido un misterioso errante recitando en la oscuridad de las
noches selváticas a Homero en su idioma nativo, nos brinda con una lucidez increíble e imagen poética, a
riesgo de ser majadero en esto, el sentido grandioso que cobra el tema del viaje, para el hombre.
El libro por mérito propio, es la gran aventura, su nombre por algo ha pasado a ser una alegoría de las
empresas extenuantes e inagotables que enfrentamos. Pues Ulises, Penélope su fiel esposa y Telémaco, su
hijo orgulloso, así como todos los circundantes, Nausica, Poseidón vengativo, Polifemo, Circe o los
pretendientes, revelan mucho de la psicología humana, de la traición, lealtad, lujuria, deseo y compasión
que derrochamos, como opositores o ayudantes, como anfitriones u obstáculos para los objetivos de los
que nos rodean, de ese otro que tiene muchos rostros.
Y en ese proceso de descubrimiento, de viaje que enfrentamos como testigos y participes de la obra,
un pasaje digno de destacarse, es el método mayéutico que vive el personaje principal al descender
a las profundidades del Hades, aconsejado por la hechicera Circe. En ese canto, que establece vasos
comunicantes con la obra de Dante, la Divina Comedia. Homero, nos revela una de las tareas
imprescindibles para todo ser humano, el autodescubrimiento, y la reflexión que ante la muerte, ante la
precariedad de nuestro ser, y la separatidad, angustia que Fromm señala es parte de nuestra conciencia del
desamparo y finitud y que tarde o temprano debemos hacer frente o negar de mala fe.
Ulises en aquel pasaje, descubre al entrevistarse con quienes combatieran a su lado y fuesen
traicionados, como su Rey Agamenón al llegar a casa y ser asesinado por su esposa Clitemnestra y
el amante de esta, el usurpador Egisto, el sentido último de la lealtad y el pago de nuestras acciones
y delitos; la responsabilidad que pesa sobre nuestras decisiones, así mismo, no es menor el adiós a los
seres queridos el tema de la memoria, del dolor de la ausencia y el desagarro de partir, como queda
descubierto cuando se entrevista con su madre que Ulises, no sabía falleció, producto de su partida a la
guerra y finalmente a través de su objetivo primordial, charlar con Tiresias, sabio profeta que reveló a
Edipo su destino trágico, el héroe aprehende la fuente verídica del destino, de su verdad y la
circunstancialidad que debe combatir con probidad siendo consecuente.
Por tanto más allá de la fantasía y los simbolismos, esta obra en cada canto y párrafo nos revela no
sólo el viaje físico y heroico de experiencias y luchas increíbles, sino un movimiento interior del
hombre, todo un proceso de crecimiento, de maduración y que no se agota en la voz de la figura central
y masculina, sino que se renueva en la imagen de Telémaco, joven llamado a ocupar el rol de su
progenitor, así como también, en el otro viaje a explorar y que ha sido retomado por Monterroso, Buero
Vallejo, Denevi, entre otros autores, me refiero al camino espiritual de reflexión de convicción que debe
surcar Penélope para mantenerse leal, más que por su marido y flaqueza, por ella, por su propia virtud,
bondad y entereza.
Encaldera / cósmica, cómica, agotada – dormida / trajinada, lectora violada, compungida en el síncope
del pentafasmal/
– interfiere video/jugueteos
implosiona;
Mi/
El/
La/
sucia
muy cochina
fera,
fera,
fera,
El tiempo y servicexpress;
pascuense/
florense/
nerudolente/
Sino que sufre la vanguardia, spot post sublimación de cada logo-centro, óptico y
Din dong
prasnulcia…
prasnulcia milaja
llámame fiera
tigresa
leona
llámame potra salvaje
indomable......
pantera......
y mas aún.....
soy loca y mas que loca.....
esquisoidehada
soy Eva en el paraíso perdido....
y mas que Eva soy la manzana
soy la sangre
que broto a borbotones por el dedo de la bella durmiente.......
la casa de chocolate de Hansel y Gretel
el polvo de estrellas de Campanita y Peter pan
el ying y el yang
la manzana que se comió cenicienta
de cielos llorosos
que me haga
LOS REYES, ES UNA HISTORIA DE PODER QUE RECUERDA EL MORBO GÓTICO MEDIEVAL
EN QUE PAPAS Y REYES SE SUCEDÍAN EN FUNCIÓN DE CRÍMENES Y CONSPIRACIONES,
LAS TRES FIGURAS QUE ENTRAN EN COLISIÓN SON REGIDORES, DE DISTINTAS
INTENCIONES Y CALAÑAS, SIN EMBARGO REYES AL FIN Y AL CABO. E AHÍ, LA
INTENCIÓN DEL TÍTULO.
MINOTAURO
TESEO
MINOTAURO
NO ME SOPORTO
en un París agriado
y comprendías que
cinematográfica tu descomposición
por ti abortado
YO, TEXTO
Muero, de miedo muero, muero de miedo... por algo. Aferrado a la última rama de la arboleda imaginaria,
tiemblo. Yo no quiero más vida, pero qué miedo esto de morir. Y qué mal lo hago, joder. Una vez..., pero
fracasé miserablemente, como en todas las demás cosas. Un puñado de antidepres y una botella de
aguardiente no bastan, ¡no bastan, lo sabes bien, hierba mala! Anda, tú, quien seas, degüéllame
tiernamente mientras me coloco los audífonos, degüéllame con el cimbrar de trece sintetizadores del "80.
Muero, de miedo muero, muero de miedo... por algo. Corro a encerrarme en mi cuarto de verde mal
pintado, corro a bailar canciones imbailables en horizontal. No, no es un ataque de epilepsia, de este
modo bailo yo. No, no es un llanto de pendejo malcriado, de este modo bailo yo.
Cierro los ojos y ya no soy yo sino tú, aquel niño obsceno con rouge en los labios; cierro los ojos y ya no
soy tú sino yo, aquel niño obsceno con rouge en los labios; cierro los ojos y ya no soy nadie sino todos,
aquel niño obsceno con rouge en los labios.
Y aquí, afiebrado de tanto bailar canciones imbailables en horizontal, me hallo haciendo la pantomima
del artista, articulando en silencio la jerigonza de rigor: que la nueva poesía chilena, que Gepe, que el
post-punk, que Rimbaud, que las influencias y la concha de tu madre. Es cierto, escribí un par de poemas
que no eran bodrios, pero cuán lejos estuve de ser un pequeño Dios, un rocker de 23 pendiendo de una
soga púrpura, un alcohólico from Los Ángeles, California...
Ahora es cuando me confieso materia, me confieso texto. No soy más que la encarnación de unos versos,
el poema que a diario escribe ella, la Poeta.
Aquello que el hombre construye para que perdure, impresione por su fortaleza y cause temor por su
magnificencia puede quedar sumergido en cualquier momento, en el lugar menos pensado. Aquello que el
hombre, enceguecido por su soberbia, fabricó para que flotara y sobreviviera por siempre es proclive de
hundirse, de improviso, con los atisbos del ocaso de un sol que prometía perennidad.
Las sumidades arquitectónicas o los extremos de los mástiles o las puntas de las ramas de árboles que
cuelgan exhaustos tienen la posibilidad de irse a pique y deslumbrar y sorprender a los incautos que nunca
se habían imaginado un mundo al revés. El real espejismo los puede aguardar en el canal que recorren día
a día o en el desagüe donde se zambullen los sueños de los ahogados, junto a sus perros, en verano.
Una vez que las imágenes se instalan profundamente bajo las aguas, ya nada ni nadie las hará
desaparecer. Quien las ve queda obnubilado, sin saber después precisar con exactitud la ubicación de lo
real y lo falso. ¿Y si otros seres nos miran desde sus inmersiones y nos demuestran que el mundo
verdadero está allí, en remojo permanente con sus ilusiones?
La realidad comienza a ser residual y se desplaza con el agua de las lluvias o con la corriente que,
azarosa, bucea en pos de iconos para sacarlos a flote y exponerlos a la brevedad de los días y sus
pretendidos sucedáneos. Cual una campana de compleja aleación y sonido la realidad suma elementos
dispares y luego se sume en su boca de acequia a la espera del badajo que porta el loco de la escafandra
de algas y escamas.
Sin título.
y nosotros la escribimos
Definición
El amor es ciego,
sordo,
mudo
y tonto.
soy yo.
El hecho de poder, en teoría, prescindir del cuidador ubicado en la torre; se basa en el diseño laberíntico,
que en virtud de la disposición de sus recámaras, presenta el interior del edificio central. Estas
desembocan en una infinidad de tragaluces, tal como demuestran, los planos originales de Bentham.
En nuestros días, este efecto de unilateralidad en la observación, puede perfeccionarse con vidrios
polarizados, lo importante es mantener en alto, el principio de transparencia y visibilidad plena de
las celdas, lo cual, como ya se señaló, no se aplica de forma inversa, al puesto de vigilancia. Lo que
trae como directa consecuencia, que los recluidos, al no poder ver el rostro de su celador o constatar de
manera fehaciente si existe tal vigía, sientan sobre sí, el peso psicológico que implica una virtual y
permanente observación. Esto, sumado a la falta de intimidad, termina por dirigir sus conductas y
delinear su identidad, tendiendo a la normalización o imposición de una hegemonía y discurso, que
grava tanto mente como cuerpo.
Producto de estos efectos psicosomáticos que pueden afectar indistintamente a una globalidad o
individuo, es que Foucault encuentra en el diseño, presupuestos políticos y sociológicos que van más allá
de la mera disposición del lugar y los cuerpos. El francés se atreve a señalar sin dilación, que este
invento es un complemento tecnológico del poder, capaz de integrarse efectivamente al ideario
contractualista de Rosseau y otros autores ilustrados, que buscaban por medio de la democracia y
formas representativas de gobierno, eliminar la supremacía de un único foco de postestad impuesto
en honor a la naturaleza divina y consuetudinaria del regidor. Se busca, una visibilidad integra de los
elementos que componen el cuerpo social para así, lograr la legibilidad de las directrices del poder y
orden, dejando los puestos de soberanía sin titular. “Que mejor para ejemplificar una distribución
imparcial acerca de quien debe vigilar, administrar y castigar, que un mecanismo artificial como el
panóptico”.
En definitiva, lo que podemos destacar del invento de Bentham, tal como señala Foucault, es que lejos de
su fin práctico como edificio carcelario, este traspasa a otros ámbitos de encierro y
desenvolvimiento del hombre, marcando la organización que sufren hasta nuestros días, los
espacios. Ello hace de nuestro mundo, un universo disciplinario que busca regir conductas y normalizar, a
través de la aplicación de tecnologías sutiles de vigilancia y castigo. Estas son ordenadas por un centro en
función de un discurso o dogma que va en directa relación con las necesidades económicas del sistema.
Pensemos no más, en como se organizan los colegios, hospitales, universidades y zonas de trabajo con sus
horarios, salas, zonas de detención, patios, murallas, libros de asistencia, himnos e inspectores. Todas
formas que el hombre interioriza en su rutina y que de manera subrepticia nos dirigen.
El panóptico y el poder de su mirada permanente, la evaluación, y vigilancia sobre nuestros cuerpos y
mentes, seamos o no, conscientes de dicho paradigma y sus implicancias. Foucault sin embargo, no se
queda allí, el principio de visibilidad y el panóptico son solo la punta del iceberg, luego la sociedad y los
titulares del poder, generarían nuevos mecanismos: controles de natalidad, vacunación, higiene, formas de
biopoder que son dignas de ser revisadas pues convivimos con ellas y las asumimos con la mayor
naturalidad. Como conclusión, se puede señalar que la obra de Foucault es vigente y de gran
pertinencia, sobre todo, si consideramos que el panóptico y cualquier otro mecanismo de biopoder,
tal como ha ocurrido con muchas estructuras y maquinarias creadas por el hombre, con un
principio rector básico, en este caso, fragmentar la soberanía regia a través de mecanismos
artificiales. Más allá de conseguir perpetuar sus fundamentos, demuestran en su ejecución y abuso; el
fracaso del racionalismo ilustrado, sobre todo si pensamos en que han sido el sustento de dictaduras y
megalómanos. La deposición de un tirano implica la imposición de mil, y el antiguo morbo gótico se
traduce en una lucha descarnada, proselitismo que ambiciona con ocupar un puesto, cada vez más elevado
en las esferas de la torre central o núcleo de dominio. Los vigilantes se destrozan entre sí y se suman a un
juego de intrigas e infidencias que los hacen prisioneros de su ansía de control. Sino basta con pensar en
los llamados altos dignatarios, candidatos de gran vocación y los partidos que los apoyan. Lo expuesto de
cualquier manera es sólo una aproximación al autor y una parte mínima de su obra. Como pensador,
Foucault, nos ha provisto de una nueva y más amplia visión sobre la psiquiatría y la filosofía,
traspasando el área de estudio de los pensadores, que por muchos años, se ha centrado en el tiempo,
para en otro sentido, recobrar gracias al francés y sus tratados, la preponderancia que merece el
espacio y a partir de este, el desarrollo de temas, como la sexualidad, el cuerpo, la identidad, que
son sin duda contingentes para cualquier ciudadano, participe y usuario del sistema.
Como tópico universal, la amplia exposición de Foucault en torno al poder y sus manifestaciones, sigue
abierta a la reflexión, sobre todo si consideramos que sus ideas han sido actualizadas y retomadas por
otros; y aquellas paredes que él mentaba, hoy, tal como lo plantea otro gran pensador francés,
Gilles Deleuze, ya no son sólo de concreto, sino virtuales y más que el hacinamiento o detención en
un recinto, el presente nos maneja con la exclusión que determina la viabilidad o acceso, ante un
simple crédito o password.
Wilfredo Carrizales
y enfrutecer tu cintura.
y soles empiyamados.
PRELUDIOS A LA PUERTA ABIERTA DE LA PRIMAVERA
He abierto la puerta de la primavera y ahora se escucha un vals que es una obra de la juventud. La
fantasía fluye con un hermoso despliegue. Las hojas de los árboles, mecidas por el viento de travesuras,
danzan en un inusitado espectáculo y las oropéndolas no saben qué hacer: si volar descalzas o lanzar al
aire sus sonrisas.
Hay una fiesta organizada por los caballos del norte y yo, en su honor, montaré un brioso corcel y
llevaré prendido a mi chaleco de faroles tu retrato. ¡Oh, mi joven encantamiento! Primero pensaré la rosa
para que nazca en tu maceta. Luego, soñaré con una fila de estrellas coloreadas con tu tierra natal.
Después, daré vuelta al aire para que perfume tu imagen. Por allí se encamina un croquis para los pasos
de la danza. Ejercito mi vocación de viajero y coloco bridas a la armonía. ¿No podré ser yo también un
pez encariñado a tus aguas? Yo tengo la habilidad de nadar dentro de los periodos nocturnos del alma.
Profunda, íntima y secreta aparece la melodía desde un corazón que me pertenece a perpetuidad.
En frente de la poesía: claveles agradables y nostalgias. Nuevos asuntos que son competencia del
espíritu se encuentran por doquier: sobre los muros por donde enamoran a las plantas trepadoras; encima
de los árboles destinados a perdurar porque sus noches caen en mis días; sobre los puntos que señalan el
desvanecimiento de los recuerdos y sus torpezas.
Quiero regalarte un balcón desde donde me puedas ver pasar y arrojarme pétalos con olores vulvares.
Así, traeré gustoso, un piano de cola y un taburete deforme y me pondré a tocar “Para Elsa” y el fuego del
tiempo distinguido arderá con luz de cinco corales y siete cobres.
Elsa, alza tu pecho e iza la bandera que tejí contigo en un mástil de madera de pino. Después, aquí,
allí, más allá, ahora y siempre, jueves será domingo en tus ojos y tú me mirarás con el despertar de aves
en el cielo. ¿Y qué? Soy poeta y tú posees palabras que pudieran ser mías. Si mi barba es un impedimento
no me la corto para que rabie tu madre y me persiga a cabalidad su sombra y su cuchillo de barajas. Total:
los poetas estamos hechos de asaduras de tiempos y el brebaje que nos conviene tiene procedencia
misteriosa. Eludo los elogios porque me amarran los zapatos diestros y yo los necesito para desplazarme
hasta los lugares donde no habito. Mi elemento es un agua llena de peces provocadores y entusiastas y en
mi economía sobra el placer para alimentar a los antiguos dioses de los ríos que no duermen. Ahora
quiero más aire, más oleaje y más nácar en mi ombligo. El tamaño de mis frutos no lo sabe nadie. A
veces, yo también dudo de esas elucubraciones.
Tal vez sea un expatriado y a la hora de comer tomo el pan de maíz de las manos de mi abuela y le
unto la mantequilla que mi madre dejó de comprar por falta de sombra. Voy exhortando a mis flancos
para que alcancen su ración de pormenores. Creo que no me flaquea la pared interna que alegra al
cerebro. Por lo tanto, estoy dispuesto a llegar al fondo de las dendritas. Si galanteo en mi galería, no es
por ostentación, sino por gastar energías cuando me subo las mangas de la camisa prestada.
Mis zapatos me quieren como yo quiero a mis gatos abandonados en el hogar que no tengo. Me pongo
en guardia con el rabo tieso y corto un pedazo de pastel para pasar el resto de las tardes por venir. ¿Qué
me encuentran en la calle y no porto documentos probatorios? Apuesto al estómago. Me hormiguea el
hoy por su desprecio del ayer. No husmeo, ni me hurto, ni me hundo. Escuché decir que alguien llevaba
lumbre en las tetillas y supe que hablaban de mí. Impulso mi cabeza contra las ruedas de la imprudencia.
La salud de mi infancia puede ponerse en entredicho, mas no la intención. Lo inefables es inextirpable y
con una beca hago a mi sobrino general del común de los desconciertos y su particular creencia. Antes
me moría por la leche de las gallinas y los ancianos acabaron con mi costumbre. Para el momento actual,
las aves ponedoras o disponedoras condensan la tierra a sus bajos instintos. Metabolizo los labios al ritmo
de los pájaros en la roca. ¿Y qué importa si hay más y descalzo atruena el destino? La amabilidad será
cosecha de lunas. No puedo gastar mi ojo sobre una rosa seca. Sobre todo en estos instantes cuando la
piedra se vuelve endémica y lo caduco huele a corazón.
Ya, de plano y en redondo, me dispongo a viajar hasta tu primordial necesidad y articulo una reunión
de virtudes para que me levanten a las cinco de la madrugada y pueda salir a recoger las monedas dulces
que los grillos modelan para mí.
MUDO.
Un poema de Daniel Rojas Pachas
Allí (…)
sonríen,
el paisaje de su ayer.
COMPLETO
A CARCAJADAS – DES-CAS/quetadas
TÍSICA
ONANISTA
AUTOCONTEMPLATIVA
EXPLOSivosegos
de sus cortes autoinfligidos… como hueca, mutante, informe, amante rebelde, genial, periférica guerrera,
analfabeta, olvidada letra… que///”romantiza al enemigo”/// y en cualquier intento de performance
perfuma_DA, maquilla_DA, encasquetilla_DA…. Se repite ab eternum en el cliche infame del DA_DA a
la Mo-DA_DA.
Confidência
E intimida o verde.
O autor tem atualmente dois livros publicados "A lupa e sensibilidade" (2002) e
"Setenta e cinco para um esqueleto poético" (2005). É Co-editor da revista virtual
Anedota Búlgara, que tem recebido autores nacionais e estrangeiros. Ele é casado e
professor de Filosofia.
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La Prosa de César Vallejo por Daniel
Rojas Pachas.
César Vallejo es universalmente reconocido
como poeta, su obra Lírica, Los Heraldos
Negros, Trilce, Poemas Humanos y España
aparta de mi este cáliz, son piezas literarias
que han alcanzado las más altas cuotas
de reconocimiento, difusión y estudio,
dado su tratamiento de lo social y la hondura
que consigue al penetrar sin tapujos en el
vació existencial del hombre. Cadencia que
en sus versos traduce la irrefrenable rebeldía
que el creador demostró en vida, sin
abandonar claro está, una sensibilidad
extrema e inocencia, que con orgullo se
lanza de sus páginas para herir con violencia
destructiva y provocadora, el sentido más
allá de los límites sospechados.
Como obra, es innegable que la letra cultivada por Vallejo, está en constante
actualización y resulta desafiante e intensa, aún para el lector presente. Prodigio
vanguardista, es demasiado lo que se puede señalar sobre él y muy poco el espacio
para hacer honor a la ricas vertientes heterogéneas que como figura forjada en la
palabra, supo dominar.
La prosa de Vallejo, si bien, no goza del mismo prestigio y sitial que su poesía, no deja
de ser mayor en cuanto a riqueza y producción. Más que un tema de calidad, es un
asunto de masificación. Reconocido como el poeta del dolor humano, esta figura
paradigmática del siglo XX, cultivo con maestría, el periodismo literario, el cuento e
incluso la Novelística. A esa faceta, tantas veces opacada en autores que
despuntan en poesía, quiero referirme.
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tristeza
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MINIMA MORALIA
En poesía Lord Byron y Goethe han sido cultores del tema. Por su parte, Kafka, ya entrada la época
moderna, parabólicamente hizo burla del tema con sumo descreimiento ante las formas tradicionales y su
mantención y el nadaísta colombiano, Gonzalo Arango, en su obra teatral Prometeo desencadenado
ha provisto al personaje de una postura contracultural e irónica.
Está mujer, forjada a petición de Zeus, tal como Eva, es el instrumento para castigar la desobediencia
humana por querer saber más que el creador, por morder del árbol de la ciencia, en este caso, la osadía del
titán consistió en hurtar del Olimpo el fuego que estaba en manos de Hefesto, dios de la forja. En otros
casos, dependiendo de la versión el fuego es tomado del carro de Helios o incluso Apolo. Además de este
crimen a favor de la humanidad, se enumera el robo de las Artes que se realiza en contra de Atenea, a fin
de equiparar la condición desvalida del humano antes sus pares, animales que poblan la tierra. La cólera
del Portador de la Égida sobre Prometeo y sus protegidos es suprema, si se considera que otra de
las burlas atañe directamente a su ingenuidad. Zeus, el Padre de los dioses, en una ceremonia
alimenticia consagrada por los hombres en su honor, recibe en lugar de la suculenta carne, huesos
que Prometeo consciente de la avaricia del creador, cubrió de pellejo y grasa para despistarlo.
De esta manera, la figura del Dios benefactor se opone a la del tirano e interesado Demiurgo que exige
tributos. Su figura se impone recalcitrante y anarquista, desestructurante y solidaria ante jerarquías y
poderes superiores, siempre en clara rebelión y con una voluntad de libertad que no esta exenta de
perjuicios y responsabilidad, su castigo, es permanecer eternamente atado a la intemperie, asido a una
roca ubicada en los confines de la tierra, el Caúcaso, sufriendo el ataque de un águila gigante que devora
su hígado, órgano que se regenera durante la noche para continuar de la misma manera, sumido en esa
diabólica rutina de dolor diariamente. Algo similar a lo que ocurre con Sísifo y su piedra, otro burlador
del poder divino que debe arrastrar hasta lo más alto de una montaña un gran peñasco redondo, que al
termino de la faena rodará a las faldas para volver a empezar. Este último mito, tomado por Albert
Camus como muestra del absurdo existencial, revela la riqueza filosófica de la mitología, así mismo
Prometeo y su accionar, quieren y consiguen indistintamente explicar las condiciones en que nos
hallamos, ya sea por voluntad o determinación y en constante agonía, algunas veces con esperanza en
otras con indiferencia depuestos y arrojados a la inagotable tarea de ser.