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, AÑOS

~IFE CONACYT
Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología
TRABAJANDO POR LA DEMOCRACIA

La democracia no llega a cada punto del país del mismo modo ni en el mismo
momento. En algunos lugares encuentra tierras fértiles yen otras la aridez de
las tradiciones antiliberales y distribuciones asimétricas de recursos. El lengua-
je es engañoso. Se habla de transición o instauración de la democracia en
México cuando en varias regiones, estados o municipios se conservan prácti-
cas, instituciones y valores anclados en el viejo régimen político. Ello concierne
tanto a procesos e instituciones, como a los actores y a la conformación de la
ciudadanía. En resumen, es importante de qué modo las calidades de los órde-
nes democráticos en México inciden en la conformación del comportamiento
político, en particular, del comportamiento electoral. ¿Cuáles son las calidades
democráticas en México? ¿Cuáles son los modelos ciudadanos que impulsan
un determinado comportamiento político? ¿Cuáles son las calidades ciudada-
nas? ¿De qué modo las calidades democráticas corresponden a ciertos com-
portamientos electorales? La obra que tiene en sus manos busca dar respuesta
a estas interrogantes.

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~IFE
AÑOS

TRABAJANDO POR LA DEMOCRACIA


••
CONACYT
Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología
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Calidad democrática,
formación ciudadana y
comportamiento electoral

Juan José Russo Foresto


Coordinador

INSTITUTO FEDERAL ELECTORAL

CENTRO PARA EL DESARROLLO DEMOCRÁTICO

CONSEJO NACIONAL DE CIENCIA Y TECNOLOGÍA

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Primera edición, 2010

Russo Foresto, Juan José (coord.)


Calidad democrática, formación ciudadana y comportamiento electoral
Coord. de Juan José Russo Foresto. ­— México : ife, 2010
636 p.; 16 x 23 cm
isbn en trámite

Diseño de portada: Laura Peralta Patiño y Alberto Pereda Careaga

Instituto Federal Electoral – Centro para el Desarrollo Democrático

D. R. 2010, Instituto Federal Electoral


Viaducto Tlalpan 100; 14610, México, D.F.

Comentarios: cdd@ife.org.mx
www.ife.org.mx

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio, sin la
anuencia por escrito del titular de los derechos.

isbn en trámite

Impreso en México • Printed in Mexico

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Índice general

Prólogo . ......................................................................................................................................................... 7
Leonardo Valdés Zurita

Introducción .......................................................................................................................................... 11
Juan José Russo Foresto

La calidad democrática, las reglas y los actores ....................................................... 13


Juan José Russo Foresto

Capital social y seguridad ciudadana ............................................................................... 57


Marina Inés de la Torre Vázquez

Cultura de la legalidad en México ................................................................................... 149


Ana Díaz Aldret

Participación política y civilidad: la desvinculación . ...................................... 211


Juan José Russo Foresto

Ciudadanía y participación política en México ................................................... 257


María Fernanda Somuano Ventura

La construcción de ciudadanía indígena en México . ...................................... 295


Justino Lozano Alvarado

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La formación ciudadana en las comunidades indígenas .............................. 323
Max Arturo López Hernández

Participación política y comportamiento ................................................................. 365


electoral de la ciudadanía indígena
Raúl Fernández Gómez

Procesos electorales y participación política .......................................................... 407


en poblaciones indígenas: el caso de los
purépechas de Michoacán (1989–2004)
Ivy Jacaranda Jasso Martínez

Calidad democrática y comportamiento . .................................................................. 427


electoral en los estados, la alternancia
Juan José Russo Foresto

Comportamiento electoral y calidad de la democracia ................................. 455


Juan Poom Medina y José Arturo Rodríguez Obregón

Calidad democrática y comportamiento electoral ............................................ 489


Una visión agregada
Marcela Ávila Eggleton

Conclusiones ...................................................................................................................................... 513


Juan José Russo Foresto

Bibliografía .......................................................................................................................................... 527

Acerca de los autores . .................................................................................................................. 555

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Prólogo

Leonardo Valdés Zurita


Consejero Presidente del Instituto Federal Electoral

La democracia procedimental resuelve los problemas básicos de la


competencia por el poder político. Sin embargo, que el acceso a los
poderes públicos sea legítimo y equitativo no garantiza que los gober-
nantes elegidos sincronicen sus prioridades con las de la población.
Lo anterior quedó demostrado con los resultados de la ola
democratizadora que se vivió en los años ochenta y noventa en
América Latina y en Europa, con la desaparición del bloque so-
cialista. Se elaboraron estudios al interior de cada país, y por orga-
nismos multilaterales, sobre la satisfacción con la democracia y las
conclusiones apuntaban hacia un mismo lugar: ésta no había aba-
tido la desigualdad y la realización de elecciones transparentes no
conllevaban de manera automática a un ejercicio democrático del
poder ni a garantizar los derechos fundamentales de todos los ha-
bitantes. Tales estudios más que cuestionar a la democracia como
sistema de gobierno hablan de la insatisfacción sobre las políticas
gubernamentales, de la calidad de la democracia y de lo que el
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud) ha
definido como déficit democrático.
El Instituto Federal Electoral (ife), convencido de la aportación
conceptual del pnud para valorar los avances de nuestra democracia,
se ha comprometido en su vigésimo aniversario a impulsar el de-
sarrollo de ciudadanía. En este contexto se fundamenta la elabora-
ción de la presente obra sobre la calidad de la democracia en México,
con el valioso apoyo del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología
(conacyt).

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Prólogo

A través de los 12 ensayos que integran este libro, se discuten


conceptos imprescindibles para valorar y analizar la relación entre
ciudadanía y Estado, como el capital social, la cultura de la legalidad,
la participación política y la construcción de ciudadanía. Además,
ofrece resultados empíricos que cuantifican la manifestación de estos
conceptos en determinados escenarios mexicanos. Pasar de la abs-
tracción y las interpretaciones generalizables a las miradas particu-
lares del comportamiento electoral en los estados y a la formación
de ciudadanía y la participación política en comunidades indígenas,
enriquece las tesis planteadas.
Así, se incluyen ensayos eminentemente conceptuales, como los
de calidad democrática, capital social y seguridad ciudadana, cultura de
la legalidad y desvinculación de la civilidad y participación políti-
ca. Y otros, como los de construcción de ciudadanía indígena y de
participación política y comportamiento electoral en comunidades
indígenas, que muestran casos específicos y nos ayudan a interpre-
tar los desafíos que tenemos las instituciones de la democracia con
estos grupos sociales que padecen las peores condiciones de margi-
nación en nuestro país. Los últimos ensayos se orientan a analizar la
calidad de la democracia y su funcionamiento a nivel de las entida-
des federativas.
El diagnóstico, como el lector podrá apreciar en estas páginas,
sin duda es revelador y de suma utilidad para la consolidación de
la democracia mexicana, y más específicamente para avanzar en una
democracia de ciudadanía, en especial por la simbiosis entre las ac-
titudes de los gobernantes y de la sociedad, que se clarifica en los
ensayos aquí reunidos.
De acuerdo con nuestra Constitución, la democracia no se
constriñe a las elecciones sino que fue concebida como una forma
de vida. Por ello, en las instituciones, las organizaciones de la sociedad
civil e incluso en los partidos políticos debemos revolucionar nues-
tras visiones sobre la ciudadanía. Abatir los déficit de ciudadanía y
elevar la calidad de la democracia es una responsabilidad comparti-
da.
Ampliar los alcances de los conocimientos que contribuyan a
elevar las competencias cívicas y la cultura política de los mexicanos

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Prólogo

es un reto que, desde nuestro ámbito de competencia, asumimos en


el ife. Por ello, impulsamos convenios de colaboración con diversas
instituciones para multiplicar los beneficios de los recursos que la
sociedad nos entrega. El ife asume su responsabilidad en el fortale-
cimiento de los valores, las actitudes y las prácticas democráticas, así
como con el desarrollo de técnicas y métodos de educación cívica,
mediante la generación de sinergias y la promoción de investigaciones
relacionadas con los fenómenos político-electorales.
Otra ventaja del compromiso con el impulso a la cultura demo-
crática es la labor editorial que realiza el ife. A través de sus publica-
ciones, se difunden textos de prestigiados académicos, intelectuales
y funcionarios sobre múltiples temas. Estos documentos se vuelven
de consulta recurrente e incluso algunos han llegado a ser auténticos
clásicos para entender aspectos del ámbito electoral, con la ventaja
de la gratuidad, y lo que ello implica en una sociedad con tantas ca-
rencias.
Por ello, deseo agradecer el apoyo financiero del conacyt para
el desarrollo de esta obra, así como la creatividad y el rigor de los au-
tores, quienes son especialistas y connotados estudiosos de la ciencia
política y el comportamiento electoral en sus diversas facetas. Los
artículos reflejan la interpretación u opinión de sus autores y no del
ife, ya que son producto de investigaciones serias y minuciosas, y
de la libertad de expresión de los autores. El Instituto, no obstante,
reconoce la calidad de los trabajos, el profesionalismo y la destacada
trayectoria de quienes colaboran en este volumen.
Si estos ensayos contribuyen al conocimiento de nuestras insti-
tuciones y facilitan que los lectores adquieran elementos adicionales
para participar en la toma de decisiones públicas, estaremos contri-
buyendo a la calidad de nuestra democracia y a construir ciudadanía,
de manera autodidacta, por los lectores de este libro.

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Introducción

Juan José Russo Foresto

Los estudios sobre calidad democrática surgen porque hay un gran


consenso a favor de la democracia. En tiempos precedentes, las investi-
gaciones sobre calidad democrática atendían de manera fundamental a
estudios de demarcación entre lo que es la democracia y lo que no es. La
poliarquía, de Robert A. Dahl (1997), por mencionar el trabajo de mayor
acuerdo sobre la democracia, es una prueba de ello y también un testi-
monio de las grandes diferencias que entonces reinaban en la comunidad
académica internacional sobre el significado de la democracia.
El gran consenso sobre la democracia ya no permite concentrarse,
como antaño, en las condiciones de su instauración sino en los factores
que pueden mejorar las libertades, la igualdad y la participación. Hoy
todos somos demócratas pero, como dice John Dunn, no hay que ilu-
sionarse “pues, no compartimos por ello ningún alegre destino. Hoy en
día en política, democracia es el nombre de lo que no podemos tener,
pero que sin embargo no podemos dejar de querer” (1996: 44).
En esta obra se comparan, implícita o explícitamente, las reali-
dades del sistema político con los ideales de la democracia mexica-
na. En verdad, la investigación sobre la buena democracia requiere
una mezcla de espíritu filosófico y método científico; los estudiosos
ahondan en ideales para medir distancias y diferencias con los sis-
temas reales. Como es natural cuando se trabaja desde esta pers-
pectiva, los resultados no son halagüeños para el sistema político.
Este libro no trae buenas noticias. Quienes escriben son académicos
ciudadanos que aman a México y por eso critican, imaginando una
democracia mejor.

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Introducción

Se ha prestado atención particular al capital social y, en especial, a


la civilidad. El libro está atravesado por este tema, porque desde su ori-
gen, como ideal que desafía a la realidad, la democracia apareció como
un sistema ético político. Se lee en la oración fúnebre de Pericles, y se
reencuentra en el lúcido Giovanni Sartori a mediados del siglo xx.
Como insumo principal y común de trabajo, se contó con los
resultados de una encuesta sobre capital social y cultura de la legali-
dad, encargada a bgc, Ulises Beltrán y Asociados. Nuestro agradeci-
miento a Leticia Juárez, que dirigió la aplicación de la encuesta. En
ella se consideraron tres regiones (norte, centro y sur) con una mues-
tra de mil 200 entrevistas, distribuidas en 120 secciones electorales.
Los colaboradores de este trabajo provienen de distintas univer-
sidades y de distintas regiones del país. Era importante descartar una
perspectiva monoterritorial, que fomenta el provincialismo académi-
co. Ana Díaz Aldret, de la Universidad de Querétaro; María Fernanda
Somuano, de El Colegio de México; Justino Lozano Alvarado, Raúl
Fernández Gómez y Max Arturo López Hernández, de la Universi-
dad Autónoma de Guerrero; José Arturo Rodríguez Obregón y Juan
Poom Medina, de la Universidad de Sonora y de El Colegio de Sono-
ra, respectivamente; Marcela Ávila Eggleton, Marina de la Torre e Ivy
Jacaranda Jasso Martínez, de la Universidad de Guanajuato.
El libro está centrado en una problemática común, relacionada con
la calidad de los actores y de las reglas institucionales de la democracia.
En particular, con el problema de la participación política y del com-
portamiento electoral. En honor a la diversidad, no fue una meta la
construcción de un producto homogéneo ni en la perspectiva ni en los
hallazgos. Sin embargo, como se advertirá, hay una unidad fuerte en el
conjunto de los trabajos y no pocas conclusiones convergentes. Espe-
ramos que los resultados, siempre mejorables, sobre un objeto inaca-
bable y perfectible como es la democracia, sirvan a los lectores.
Agradecemos especialmente al Instituto Federal Electoral (ife) por
el apoyo brindado. Por supuesto, lleva todos los méritos de proponer
indagaciones sobre el comportamiento electoral, desde la compleja
perspectiva del orden democrático, y ninguno de los deméritos que
podría contener este libro.

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La calidad democrática, las reglas y los actores

Juan José Russo Foresto

El problema de la buena democracia es un problema de calidad de


reglas y de actores. Un orden en el que las reglas efectivas que regu-
lan la política tienden a someter, a producir injusticias, a consolidar
desigualdades, a privar de oportunidades y a suprimir libertades, es
de mala calidad. Un orden en el que los ciudadanos poseen enormes
disparidades de recursos, poca información, desinterés en las cosas
públicas, poca confianza en los efectos de su participación, falta de
solidaridad y sometimiento, es de mala calidad. La calidad de las
reglas y de los actores determina la de la democracia.
Se entiende por buena democracia el orden político que se rige
por buenas reglas y cuenta con ciudadanos plenos. Reglas de distri-
bución de los recursos que evitan o prohíben la explotación entre
personas; y que orienten hacia la igualdad, la justicia, la participa-
ción, la libertad y la solidaridad. ¿Qué son las buenas reglas? Aqué-
llas que favorecen la igualdad política. Por lo tanto, se entiende por
una buena democracia aquel orden que propicia la igualdad política
y una ciudadanía plena. La ciudadanía plena supone derechos y
deberes efectivos, sistemas donde los ciudadanos cuentan con opor-
tunidades de informarse, opinar, organizarse, etc. En contraposición,
están las ciudadanías marginales, donde esas oportunidades de reali-
zación son escasas para la mayoría de los ciudadanos y los convierten
en espectadores poco interesados y bastante ajenos al proceso de de-
cision making.
Esta definición es procedimental y, al mismo tiempo, comple-
ja. La ciudadanía es una posición jurídica que supone derechos y

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Juan José Russo Foresto

obligaciones relacionados con la nación, el Estado y la comunidad.


En tal sentido, muchas de esas obligaciones y derechos están prescri-
tos formalmente. Por ejemplo, defender el Estado o pagar impuestos
cuentan como obligaciones originarias de la ciudadanía, presentes en
el antiguo mundo griego y en todo Estado. En el caso de los de-
rechos, o lo que Norberto Bobbio llama el “reverso de la medalla”,
están presentes en las democracias y atienden a derechos tales co-
mo de participación, de asociación, de pensamiento, a la educación,
etc. Es decir, en la medida en que existe el cumplimiento de obliga-
ciones procedimentalmente establecidas (por parte del ciudadano)
se genera el cumplimiento de derechos procedimentalmente esta-
blecidos (por parte del Estado). Sin embargo, aun cuando hay una
base procedimental, el problema de la ciudadanía supone un con-
junto de factores territoriales y funcionales que impactan sobre el
ejercicio efectivo de la ciudadanía. La distribución de los recursos
económicos, las asimetrías territoriales, el peso de organizaciones de
base sobre las decisiones políticas, el reconocimiento de identida-
des colectivas, la distribución de prestigio y reconocimientos sociales
resultan factores que condicionan el ejercicio ciudadano de manera
fundamental. Cuando esos factores actúan de manera positiva, con-
solidan el desempeño de los ciudadanos. Por el contrario, cuando ac-
túan en forma negativa, se ejercen ciudadanías deterioradas e incluso
pulverizadas por las desigualdades reinantes. La buena democracia
supone reglas y ciudadanos que favorecen la igualdad política. Por
definición, la ciudadanía democrática implica la declaración de un
mundo de iguales políticamente.
Como ha señalado Robert Dahl (2008: 23–24), la buena de-
mocracia implica participación efectiva de los ciudadanos en in-
fluencia en las decisiones políticas, igualdad en las oportunida-
des para participar en el proceso electoral, iguales oportunidades
de contar con fuentes alternativas de información, control de la
agenda, inclusión del demos y constitución de un sistema de de-
rechos. Este conjunto de características sintetiza el concepto de
igualdad política. La ciudadanía de calidad supone niveles altos
de igualdad política y las reglas de la buena democracia contribu-
yen a que ésta se desarrolle. Por lo tanto, la definición de buena

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La calidad democrática, las reglas y los actores

calidad democrática es la de un régimen de alta igualdad política


entre los ciudadanos.
En el presente trabajo se analizan dimensiones comunitarias
de la calidad democrática como la cultura de la legalidad o el ca-
pital social. ¿Por qué esto importa a la calidad democrática? Por,
al menos, tres razones. La primera se indicó en la introducción:
la democracia supone un conjunto de normas ético–políticas. La
segunda: porque el orden político es inescindible de los compor-
tamientos de una comunidad política; una sociedad que admite y
propicia la desigualdad no es compatible con una buena demo-
cracia. Las virtudes ciudadanas no son retórica para demagogos
sino condiciones del cumplimiento o negación de un buen orden
democrático. Cuando se le pregunta a Bobbio cuál es el primer
deber del ciudadano, responde: “el deber de respetar a los demás,
la superación del egoísmo personal. Aceptar al otro. La tolerancia
para con los demás”, y para el gobernante “el sentido de Estado, el
deber de perseguir el bien común y no el bien particular o indivi-
dual” (Bobbio y Viroli, 2002: 42–43). La tercera razón: porque el
comportamiento electoral como parte del comportamiento políti-
co funda, como se confirma en este trabajo, sus raíces en dimen-
siones comunitarias y relacionadas con el ejercicio de la ciudada-
nía. Aspectos como la participación y el interés de los ciudadanos
en la política son importantes y reconocidos, incluso por institu-
cionalistas, como estratégicos para el funcionamiento del imperio
de la ley. Así, “una ciudadanía activa e incluso combativa es esen-
cial para la construcción del estado de derecho” (Ackerman, 2007:
14). ¿Cuánto puede funcionar la ley en una comunidad donde la
evasión de impuestos y la corrupción son difundidas?
Al igual que gran parte de las democracias latinoamericanas,
México es una democracia “débil pero resistente, frágil pero dura-
dera” (Velasco, 2007: 131). Y la percepción generalizada de que la
situación social en América Latina no ha mejorado desde el adve-
nimiento de las democracias está fundada en los hechos. Según la
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (cepal), el
número de pobres disminuyó de 48% a 44% entre 1990 y 2003, pero
esas cifras están por detrás del 40% registrado en 1980. “La misma

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Juan José Russo Foresto

razón que explica su supervivencia, explica su superficialidad, debili-


dad e inestabilidad” (Velasco, 2007: 139).

La democracia, ¿régimen o Estado?

La cuestión de si la democracia es un régimen o más que un ré-


gimen, o si incluye cierto comportamiento del Estado, constituye
un falso dilema. Los conceptos de Estado y de régimen político
forman parte de universos teóricos diferentes (pluralismo, por una
parte, y estatalismo, asociado con frecuencia con el derecho político,
por otra). Cuando se habla desde la teoría del Estado, la democracia
constituye una forma de gobierno. Supone un modo de ejercer la au-
toridad y de relacionarse con su complemento: la sociedad civil. Por
otra parte, cuando se habla de régimen político hay una referencia
ineludible a la teoría del sistema político. La democracia constituye
el modo en que se relacionan actores de la comunidad política y titu-
lares de roles con esa comunidad.
Así, el sistema político constituye el conjunto de interacciones
donde hay acciones imperativas. Por su parte, el régimen político
es el conjunto de normas, estructuras de decisión y valores, ideolo-
gías y estructuras de autoridad. Éstas reglas del juego son efectivas en
lo relativo a la relación entre miembros de la comunidad política, por
ejemplo, partidos, y de ésta con el gobierno. El Estado es la estructura
institucional de dominación, caracterizado por el uso institucionali-
zado y dominante de la fuerza, con el propósito de asegurar su mono-
polio. Esta última propiedad atiende a dos procesos actuales, vividos
de manera dramática en México: la globalización y la regionalización
económica, con la consecuente pérdida de soberanía estatal y con el
problema del narcotráfico en zonas como Chihuahua o Nuevo León,
donde hay una verdadera contestación a la autoridad estatal.
Es verdad que la democracia no se agota en las elecciones, pero
ello no implica negar su fundamental carácter procedimental. La
democracia es, como régimen, un orden que incluye, como ideal,
el trato legalmente igualitario de los miembros de la comunidad
política.

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La calidad democrática, las reglas y los actores

Cuadro 1.1 Dimensiones de Estado y de sistema político

Dimensiones Dimensiones Característi- Democracia


comunes diferentes cas propias

Dimensión institu- Monopolio de uso Democracia como


Estado
cional. de la fuerza. forma de gobierno.

Gobierno, régimen.
Relaciones fami-
Democracia como
Sistema liares, relaciones Asignación impe-
reglas de juego
Político informales, grupo rativa de valores.
político.
de interés.

Si se mezclan los dos conceptos, entonces el régimen es una


forma de comportamiento estatal respecto de la sociedad civil. La
idea de democracia como Estado corresponde a una visión institu-
cionalista de la política, mientras que la idea de democracia a una
visión sistémica de la política (véase el cuadro 1.1). Aquí se sostiene
que la democracia es un régimen político, pero la calidad demo-
crática trasciende al régimen e involucra aspectos de la comunidad
política y de los titulares de roles. En tal sentido, la civilidad, un
aspecto del capital social, se puede postular como una propiedad de
la calidad democrática, y no sólo una condición. La democracia es
un régimen político, pero la buena democracia está atravesada por
dimensiones que atañen al buen gobierno y a la buena comunidad.
Precisando, la democracia es un régimen político y la calidad de-
mocrática es calidad de un régimen político; esa calidad aumenta o
disminuye en relación con el comportamiento de las características
del propio régimen y de las características extrarrégimen. La calidad
democrática es una democracia con adjetivos, que provienen tanto de
la comunidad política como de los titulares de los roles. La calidad
del orden político supone incorporar dimensiones que atañen al
conjunto del sistema político. La calidad del sistema político no sólo
impacta sino que configura la calidad del régimen político. Así, difí-
cilmente se puede afirmar que una democracia es de buena calidad si

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Juan José Russo Foresto

su población es intolerante y apoya la esclavitud. Del mismo modo,


si la corrupción está difundida en el gobierno, ello no sólo afecta al
régimen sino que es mala calidad del régimen. En lo que sigue, se
consideran dos perspectivas sobre la buena democracia, una interna,
que atiende propiamente a los estudios de calidad democrática, y
otra externa, que desde el análisis de propiedades de la comunidad
analiza la buena democracia.

La buena democracia, dos vías de análisis

En este apartado se analiza el aporte de dos programas de investiga-


ción en relación con la buena democracia. Por una parte, se trata de
una vía de análisis sobre las propiedades de la estructura del orden
político (Morlino, 2003; O’Donnell, 1994) y, por otra, una vía de
análisis sobre las redes sociales y la cultura de ciertas comunidades
(Putnam, 1993, 1995, 2003; Pizzorno, 2003). Me refiero a los es-
tudios sobre calidad democrática y capital social. En una primera
aproximación, enfoques como los del investigador Leonardo Mor-
lino (2003) atienden a precisar dimensiones de un orden político
de calidad. En el caso de los estudios de capital social, un estudioso
como Robert Putnam analiza el funcionamiento de las instituciones
a la luz de condiciones comunitarias, como la civilidad.
La primera cuestión en la relación entre estos sectores de in-
vestigación radica en que se trata de un nexo de distinta naturale-
za del que ocurre entre cultura e institución. Por cierto, problema
clásico y en gran medida vano (por su irresolubilidad) respecto de
si las instituciones pueden (a través de una distribución de incenti-
vos) reforzar, o más importante, modificar pautas culturales o, por
el contrario, si constituyen comportamientos estables que expresan
valores y una cultura. Preguntas como: ¿ciertas dimensiones de la
cultura política son indispensables para estabilizar una democracia?
o ¿puede una reforma institucional favorecer conductas cooperativas o
conflictuales de los actores? son planteamientos clásicos de la relación
entre cultura e instituciones. Pues bien, la relación entre los conceptos
capital social y calidad democrática no es equivalente a la relación de

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La calidad democrática, las reglas y los actores

los conceptos institución–cultura. Es así porque el capital social como


concepto no puede ser supeditado al de cultura política. La dife-
rencia entre el concepto de cultura política y el de capital social se
debe, por una parte, a la connotación de cada término, esto es, a los
componentes de cada concepto. La cultura política es en gran me-
dida identificada con valores, conceptos, actitudes, si se mide a ni-
vel individual, o con tradiciones, costumbres y mentalidades, si se
mide a nivel colectivo. El capital social implica un mixto de valores
y redes, con énfasis en las relaciones sociales. En segundo lugar, el
concepto de cultura política tiene sentido en sí mismo, con inde-
pendencia de sus relaciones con otras variables. Por el contrario, el
de capital social es de carácter relacional: está referido a la función
que cumple cierto tipo de relaciones sociales respecto de otro aspec-
to sistémico (la productividad económica, la eficacia institucional,
etc.). Por ello tiene poco sentido la referencia al capital social como
variable aislada, pues su sentido y valor depende de la relación con
otras variables. El capital social es capital en cuanto produce otras
cosas. Por ello, el capital de la buena democracia es el conjunto de
relaciones sociales, valores y normas de las comunidades, que produ-
ce respeto a la ley y más participación, entre otros.
Se afirmó que la naturaleza de la relación institución y cultura
es distinta de la que hay entre capital social y calidad democráti-
ca. En el primer caso, el debate es respecto a qué término se debe
ubicar como variable independiente. En el segundo, la calidad de-
mocrática es por lo general considerada como resultado de un con-
junto de factores, entre ellos, de cierto tipo de capital social y, en ese
sentido, definida como variable dependiente. Sin embargo, autores
como Guillermo O’Donnell y Morlino prestan atención preferente-
mente a variables contextuales e institucionales, en vez de culturales.
Se trata, aunque no en sentido estricto, de autores con predilección
por análisis más estructurales que culturales. En este sentido, y
sólo en éste, surgen diferencias similares entre los cultores del capi-
tal social y los estudiosos de la calidad democrática, respecto de las
existentes entre culturalistas e institucionalistas. Ejemplo de ello es
el escepticismo que muestra Putnam en su Making democracy work
(1993) sobre la difícil modificabilidad, a partir de políticas estatales,

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de dimensiones de civilidad. En la literatura sobre calidad demo-


crática se acepta esta diferencia entre ambas perspectivas (Morlino,
2003).
Los estudios sobre capital social y calidad democrática consti-
tuyen dos filones de investigación politológica que contribuyen al
desarrollo de la teoría democrática y ocupan lugares de creciente
importancia en la agenda de la ciencia política. Esto es ya una evi-
dencia en la investigación sobre capital social. En el caso de los es-
tudios sobre calidad de la democracia, el interés actual es el “normal
desarrollo” de la política comparada, posterior a la tercera ola de
democratización (Huntington, 1990), que profundiza en el cotejo
entre democracias, con lo que supera la tradicional línea de demar-
cación entre democracias y no democracias.
En el caso de los trabajos sobre capital social, se indaga sobre las
relaciones entre tipos particulares de relaciones sociales, como ce-
mento y fábrica de diferentes calidades de la economía y de las ins-
tituciones políticas. En ambos casos se trata de sectores de estudio
que aún requieren mucha clarificación conceptual y refinamientos
metodológicos, que faciliten un mejor control empírico.
Ambos programas de investigación poseen una historia extensa y
una historia breve: plantean problemas con raíces de origen remoto
en las ciencias sociales, pero al mismo tiempo constituyen enfoques
novedosos y originales frente a hechos contemporáneos. Así, la his-
toria del concepto de capital social (en sentido estricto) se puede
rastrear hasta comienzos del siglo xx, con los trabajos del educador
Lyda Judson Hanifan en 1920. Incluso, si se refiere al uso implícito
del concepto desde Carlos Marx y Federico Engels, es posible uti-
lizar la noción de “bounded solidarity”, circunstancias amenazantes
que pueden favorecer la cohesión de un grupo (Portes y Sensenbren-
ner, 1993). Desde George Simmel es pertinente usar el concepto de
“transacciones de reciprocidad” en el sentido de normas y obligacio-
nes producidas por redes personalizadas de intercambios. Autores
como Émile Durkheim y, más adelante, Talcott Parsons plantearon
la relevancia de la “introyección de valores”: la formación de valores
compartidos en el interior de una sociedad. También en Max Weber
se pueden encontrar reflexiones a propósito de “las sectas protes-

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La calidad democrática, las reglas y los actores

tantes y el espíritu del capitalismo”, en el sentido de la pertenencia


a sectas religiosas para obtener credibilidad y ventajas económicas.
Hay consenso en que el trabajo de Hanifan es pionero en la in-
troducción del término (Hanifan, 1920: 78) (véase el capítulo “Ca-
pital social y seguridad ciudadana”, de Marina de la Torre). En los
años sesenta, la urbanista Jane Jacobs (1961) asignó a las redes ur-
banas el carácter de recurso indispensable en la vida de las ciudades,
y en los años ochenta el concepto es mencionado por el influyente
sociólogo francés Pierre Bourdieu en las Actes.
En el caso de la calidad democrática se trata, en su historia ex-
tensa, de reflexiones sobre la buena ciudad o la buena democracia
que se remontan al origen de la filosofía política misma. Reflexiones
sobre la buena ciudadanía, el buen gobierno o las buenas institucio-
nes encuentran sus raíces en lejanos pensadores griegos, como Peri-
cles o Platón, y en el pensamiento liberal desde el siglo xviii al xx.
Respecto de la historia breve, se puede considerar el inicio acerca
de capital social con el trabajo de Putnam sobre las regiones ita-
lianas (1993), como una investigación que da respaldo empírico al
trabajo teórico previo de James Coleman (1988). En el campo de los
estudios sobre calidad democrática, un disparador de envergadura
es la reflexión de O’Donnell (1994) sobre la ausencia de control y
compromiso por parte de los ciudadanos en las democracias latinoa-
mericanas. En ambos casos, se trata de sectores de estudio que han
adquirido vigor en las últimas dos décadas.
La historia breve del capital social se puede dividir en por lo me-
nos tres rutas de trabajo. La primera se recorre prestando atención
a la confianza en las personas, a las normas de reciprocidad que re-
gulan la convivencia y a las redes de asociaciones y compromiso cí-
vico. Esta ruta es transitada por Putnam (1993), Francis Fukuyama
(1995) y Ronald Inglehart (1997). La segunda ruta es transitada por
autores como Bourdieu (1980) y Coleman (1988), que consideran el
capital social como un conjunto de relaciones sociales que constitu-
yen los recursos de un actor para alcanzar objetivos. La tercera reúne
a aquellos estudiosos que consideran que la calidad institucional es
un recurso colectivo de gran valor, por ejemplo, para lograr un mayor
rendimiento económico. Así, la calidad de la burocracia, las liberta-

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des civiles y políticas, o la calidad del sistema judicial (North, 1990;


Olson, 1965, 1982; Barro y Sala–i–Martin, 1992; Mauro, 1995;
Knack y Keefer, 1997; Alesina y Perotti, 1996) pueden incidir en
un mejor sistema político y económico. Estas acepciones diferentes
de capital social han sido clasificadas por Paul Collier (1998) en dos
grandes categorías, que incluyen las dos primeras rutas como capital so-
cial civil (cantidad y calidad de la sociedad civil), y a la última como ca-
pital social gubernamental (calidad del contexto político–institucional).
En el caso de la calidad democrática, el discurso se ha centrado
en torno a cuestiones sustantivas (realización de igualdad y libertad)
y procedimentales. A nivel teórico, la presentación sistemática más
rigurosa, en particular sobre la dimensión procedimental, corres-
ponde al estudioso italiano Morlino (2003), quien ha sistematizado
los aportes realizados por diversos investigadores al tema. Así,
aspectos como imperio de la ley (Maravall, 1996), rendición de cuen-
tas (Schedler, 1999; Maravall, 2001; O’Donnell, 1998; Bobbio,
1986, 1988, 1990 y 1996), respondencia, participación y “tendencia
a la realización de la igualdad y de la libertad” son propuestos como
las dimensiones fundamentales de la calidad democrática (Morli-
no, 2003). Aspectos sustantivos de calidad democrática han sido
propuestos por autores como Arend Lijphart que, aunque no propo-
ne una definición exhaustiva de calidad democrática, sí ofrece indi-
cadores relevantes y susceptibles de control empírico.
Ahora se hará un alto en una dimensión fundamental: la con-
fianza en relación con la política; después, se volverá a analizar
el aporte de los estudios de calidad democrática. Es claro que
la confianza preocupa a los sociólogos contemporáneos, pues en
diversos países se observa una caída sostenida de ésta y un de-
terioro de la calidad de las relaciones sociales (véase Bartolini,
2010). El concepto funciona muy bien cuando se refiere a las rela-
ciones sociales, pero no es claro si su uso puede ser indiscriminado
cuando se trata de relaciones políticas. Es decir, ¿puede una di-
mensión como la confianza ser el cemento de la vida política? ¿no
es acaso la desconfianza un elemento necesario y racional de la
interacción entre actores políticos? La confianza es el cemento de
la vida social y de las relaciones civiles, pero ¿se puede afirmar que

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La calidad democrática, las reglas y los actores

cuando ingresa la dimensión política en las relaciones humanas,


es también la confianza un elemento de estabilidad y de buena calidad
en la política? Por el contrario, y como lo muestra alguna literatura
relevante (Stoppino, 1986), ¿no es la desconfianza una dimensión
psicológica de supervivencia en la construcción y el mantenimiento
del poder político? La cuestión que aquí se plantea es relativa a
la utilidad de dimensiones del capital social, como la confianza,
para la comprensión de aspectos de la vida política. Putnam
(1993) y Fukuyama (1996) son los autores que mejor han desa-
rrollado esta dimensión y en su tratamiento resulta poco plausi-
ble que la confiabilidad sea un elemento constitutivo de la buena
política. Por otra parte, conceptos como reciprocidad diferida o
reciprocidad inmediata se pueden, en ciertas condiciones, tradu-
cir en formas de clientelismo. Al respecto, se debe cuestionar si el
presupuesto de fondo es que las relaciones políticas poseen no sólo
naturaleza sino funciones diferentes a las de las relaciones sociales
para las estructuras de un sistema.
En este sentido, las relaciones políticas implican la posibilidad
de construir capital político, concepto que se debe entender como
conjunto de relaciones políticas, esto es, de asignación imperativa de
valores (Easton, 1953), que permiten la producción de estabilidad,
gobierno y, en ciertas circunstancias, una buena democracia. El con-
cepto de capital político puede ser analizado en términos del capital
que posee una comunidad política. Es de esperar que en una socie-
dad como la mexicana, con una fuerte verticalidad, el capital político
sea alto. Sobre este concepto existen en la actualidad frecuentes refe-
rencias incorporadas, sólo de manera intuitiva, en el lenguaje común
y muy rara vez en términos más exigentes. Así, el polisémico con-
cepto de capital político suele estar referido a la legitimidad de un lí-
der, a sus capacidades de desempeño, al respaldo de actores relevan-
tes o a la etapa inicial de gestión. Todas estas acepciones implican
considerar una reserva de recursos que le permiten a un líder actuar y
realizar propósitos. Se trata, por lo tanto, de acepciones relacionadas
con los recursos y capacidades del liderazgo. Por el contrario, en la
literatura está ausente la acepción referida a la comunidad política.
El concepto de capital político a nivel comunitario se puede enten-

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der como el conjunto de relaciones que implican asignación impera-


tiva de valores.
Ahora bien, ¿en qué casos el capital político puede producir bue-
na democracia? En los casos en que origina participación política.
En términos generales, el alto capital político comunitario genera
estabilidad, pero no mejor calidad democrática. Para que esto ocu-
rra, se requiere que la asignación imperativa de valores tenga legiti-
midad. Con este apoyo activo, una sociedad cuenta con participa-
ción política.
En México hay un alto capital político, pero poca participación.
En parte tiene que ver con problemas que derivan tanto de la for-
mación del estado-nación, como del modo de organización nacional
después de la Revolución. El resultado es un tipo de capital social
que refuerza un capital político autoritario, no democrático, y que
se expresa en el problema de la desvinculación. Comunidades parti-
cipativas con alto capital político suponen, como se muestra en el
capítulo “Participación política y civilidad: la desvinculación”, de
Juan José Russo, integración y sentido de pertenencia comunitaria.
El capital político democrático significa la tendencia de una comu-
nidad política o de sus actores para autolimitarse en situaciones de
conflicto, así como para tender a acuerdos o favorecer la competi-
ción política. A nivel de élites, capital político significa la capacidad
de competir y cooperar en situaciones de consenso, y la capacidad de
establecer redes en situaciones de conflicto. En términos generales,
hay capital político cuando hay capacidad de apoyo a las élites res-
pecto a los acuerdos alcanzados en casos de cooperación o compe-
tencia, y de acatamiento en los casos de conflicto. En este sentido, el
concepto de encapsulamiento (Etzioni, 1964) resulta indispensable
para la comprensión del concepto de capital político que puede con-
tribuir a la mejor descripción de distintos resultados en términos de
rendimiento democrático, en especial en las democracias instauradas
en América Latina. Es decir, cuándo el capital político es una condi-
ción de hacer cumplir efectivamente la ley, o de rendición de cuentas
y de qué modo el capital político puede contribuir a producir mejor
calidad democrática. Fenómenos como el personalismo, carencia de
realismo o desconocimiento de reglas básicas de la política, tenden-

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La calidad democrática, las reglas y los actores

cia a la ruptura, desencapsulamiento o deslegitimación de la compe-


tencia constituyen rasgos negativos del capital político que afectan la
realización de una buena democracia.
En cuanto a los estudios sobre calidad democrática, su principal
aporte a la ciencia política radica en que se proponen:

• Diferenciar empíricamente y comparar democracias en relación


con sus bondades y déficit como regímenes políticos. Esto en
parte debería dejar atrás muchas discusiones, originadas en la
confusión entre ambos términos: democracia / calidad democrá-
tica, que atribuyen la condición de no democracias a aquéllas que
funcionan torpemente.
• Prestar atención al interior de la caja de Dahl, y analizar las di-
mensiones del funcionamiento de las poliarquías dando cuenta
de su gran diversidad. Esto es un avance respecto de la tradición
Shumpeter–Dahl, que colocaba como eje del discurso (impres-
cindible, por cierto) a la demarcación entre democracia y otros
regímenes políticos. En los trabajos sobre calidad, las democra-
cias son confrontadas entre sí y se transparentan mediante el
análisis los modos concretos de funcionamiento.
• Superar la pura consideración normativa y, por ende, limitada a
la filosofía política, que distingue entre buenas y malas democra-
cias. Al respecto, se debe aclarar que ello no supone que los tra-
bajos sobre calidad democrática no incluyan categorías o dimen-
siones mixtas normativas–descriptivas, como por cierto ocurre
con el propio concepto de democracia. De igual modo que con
este último, los análisis sobre calidad democrática pueden contar
con indicadores perfectamente abordables en investigaciones
empíricas. En tal sentido son contribuciones a la ciencia polí-
tica y no a la filosofía política. Al respecto se traen a colación
dos trabajos: el primero es el realizado por Lijphart sobre 36
poliarquías, con indicadores de calidad democrática como: re-
presentación de las mujeres (indicador extensible a las mi-
norías etnorraciales); igualdad política a partir de la econó-
mica (la distancia entre los hogares que perciben 20% de los
ingresos más altos respecto del 20% de ingresos más bajos);

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participación electoral, asociada con la igualdad política de


los ciudadanos en la representación; satisfacción con la demo-
cracia, es decir, la medida en que quienes votaron por el par-
tido ganador y quienes votaron por perdedores, están confor-
mes con el modo en que funciona la democracia; proximidad
gobierno–votante, a partir de dos indicadores: la distancia del
gobierno (en una escala derecha izquierda, donde se ubica
el gobierno y dónde la mayoría de los votantes) y la distancia
del votante (medido a través de la distancia entre los porcentajes de
votos del gobierno y el votante mediano; por último, respon-
sabilidad–corrupción, a partir de las mediciones sobre índices
de corrupción percibida.
El segundo estudio empírico corresponde a Frances Hagopian
(2005b). La investigadora propone una comparación entre Chile
y Brasil a partir de dos dimensiones de calidad democrática deri-
vadas del trabajo teórico de Morlino (2003) sobre el tema: dere-
chos y representación. Las medidas empíricas relativas a derechos
se realizan controlando indicadores sobre: protección de dere-
chos, estado de derecho, control de la corrupción e igualdad. La
representación es medida a partir de indicadores relativos a ren-
dición de cuentas, respuesta y participación.
Ambos trabajos son buenos ejemplos de la naturaleza de las inves-
tigaciones sobre calidad democrática. El primero, intenta mostrar
las bondades de la democracia consensual sobre la calidad demo-
crática, mientras que el segundo identifica rasgos dominantes del
funcionamiento de las democracias en Brasil y Chile, para concluir
en el carácter de “democracia predominantemente de derechos”
del gigante sudamericano y de “democracia predominantemente
de representación” del país andino.

Estas investigaciones proporcionan avances sustanciales respecto de


mediciones previas sobre calidad democrática, como las realizadas
en su momento por el propio Dahl (1997: 25–215) en los años se-
tenta, donde a partir de indicadores como apertura a la oposición
incluía casos de democracia y no democracia en su clasificación.

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La calidad democrática, las reglas y los actores

Los problemas con las investigaciones de calidad democrática se


encuentran en el ámbito metodológico, específicamente en térmi-
nos del control empírico. Así, para medir las dimensiones de calidad
democrática se proponen indicadores a veces muy generales. En el
caso de imperio de la ley, se proponen: la obligación frente a todos de
constituir un sistema legal con garantías de derechos e igualdad para
los ciudadanos, la ausencia de corrupción en los aparatos del Estado,
la existencia de una burocracia civil, competente, eficiente y univer-
salista, la existencia de una policía respetuosa de derechos y de las
libertades, la independencia de la justicia de la influencia política; el
fácil acceso de los ciudadanos a la justicia, una razonable duración del
proceso penal y contencioso civil o administrativo. Como se puede
advertir, se trata de indicadores de distinto nivel de abstracción y, por
ello, poco desarrollados para su medición empírica (véase un avance
significativo en Morlino, 2009). En el caso de rendición de cuentas,
por lo general se adopta la propuesta de Andreas Schedler, que con-
sidera tres dimensiones: información sobre los políticos y sobre el
proceso gubernamental (Poder Ejecutivo, congreso, justicia); justi-
ficación, y castigo o recompensa de los electores. También ha sido
útil la distinción de O’Donnell entre rendición de cuentas vertical,
fundamentalmente a partir del premio / castigo de los electores, y
rendición de cuentas horizontal (1998), a través de las propias agen-
cias del Estado (justicia, congreso) y de actores sociales (los medios
de comunicación de masas, empresarios, sindicatos, organizaciones
no gubernamentales, ong, etcétera).
Ahora bien, navegar entre las aguas de la ciencia política y de la
filosofía entraña riesgos. Así, puede ocurrir que se siga un sendero
con potenciales desarrollos que serían poco fértiles o incluso no per-
tinentes al conocimiento. Se pueden mencionar:

• El riesgo desarrollista. La temática puede inducir a la realización


de series cuantitativas que consideren indicadores abstractos,
ubicando algún caso como el más próximo a la democracia ideal
y al resto como los casos que deberían tender a esos parámetros
abstractos. No se niega la posibilidad de construir un ranking de
buenas o malas democracias, pero tampoco la posibilidad de eva-

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luar a algunas como las mejores democracias y a otras como las


de peor funcionamiento. Sin embargo, lo más rico se puede ex-
traer del análisis contextualizado, a fin de considerar la calidad
de la democracia en relación con los temas salientes de cada ré-
gimen y con el tipo de democracia a que pertenezca. El trabajo
sobre pocos casos y con el uso adecuado del método comparado
puede ser un antídoto para superar esta tendencia.
• El riesgo del moralismo. Ninguna ciencia política ni ciencia so-
cial buena se construye con moralismo. La calidad democrática
se debe definir considerando la autonomía de la política y lo que se
puede considerar la ética pública, que se resume en la preocupa-
ción por la salus rei publicae: la salvaguardia de la cosa pública y el
bien de la ciudad (Panebianco, 1999: 78).
• El riesgo del estiramiento conceptual. El concepto de calidad demo-
crática denota la calidad de un régimen político y no la calidad de
un sistema político ni de un país. Esta posición es compatible con lo
afirmado en el comienzo, con respecto a de que la democracia es un
régimen y la calidad democrática está atravesada por dimensiones
del sistema político. La civilidad, por ejemplo, es ingrediente de la
calidad en cuanto se traduce en participación y respeto a la ley. Este
riesgo surge de las dificultades para diferenciar entre ambos pla-
nos. Es normal que cuando se piensa en democracias consideradas
de buena calidad, se asocie con países de alto nivel de desarrollo
económico y social. Si no se hace la diferencia, aquellos países más
ricos y democráticos serán registrados automáticamente como los
países de mayor calidad. Naturalmente es pertinente y, desde luego,
interesante indagar, como lo hiciera Seymour Martin Lipset (1987,
1996) con respecto a la democracia, sobre las condiciones sociales
de la calidad democrática. Pero esto se puede hacer una vez que la
distinción ha sido realizada entre condiciones socioeconómicas y
culturales, y calidad de las poliarquías. De todos modos, el proble-
ma es más espinoso, pues el desarrollo y bienestar de una población
no tienen necesariamente que ver con el funcionamiento de un ré-
gimen político. Lo mismo ocurre con la calidad de vida de una po-
blación. Si no se lleva a cabo esta distinción, existirá la tendencia a
considerar a la democracia no como un régimen político sino como

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La calidad democrática, las reglas y los actores

una entidad más amplia. El problema es que con ello se incurre en


un conjunto de problemas empíricos de difícil solución. Si la demo-
cracia es más que un régimen político, ese plus implica remover un
conjunto de conceptos bien asentados en la ciencia política actual.
La principal dificultad radica en las dificultades empíricas para dar
cuenta de ese plus.
Un problema que encuentra el discurso sobre calidad democrá-
tica es la búsqueda del punto cero, o de neutralidad, que puede
conducir al engaño de que existen democracias mínimas, a partir
de las cuales se puede construir una escala de mejores o peo-
res democracias. No es correcto hablar de democracias mínimas
como sinónimo de democracias con instituciones neutrales que
poseen el mismo valor, pues la calidad no es sólo una cuestión
de grados. Estipular dos, tres o cuatro condiciones para que un
orden político ingrese en la clase de las democracias no impli-
ca admitir que posean la misma calidad. Por otro lado, la ope-
ración metodológica de definir democracias mínimas, permi-
te ubicar democracias de diferentes calidades, legítimas desde
el punto de vista lógico. Sucede lo mismo al concebir el plano
perfecto o el vacío absoluto en física, o ciertos tipos ideales en
sociología, a fin de destacar otras propiedades que se quieren
analizar, aunque no suponga postular, en el plano ontológico,
la existencia de las democracias mínimas. Ninguna democracia
puede ser ubicada en términos reales en un punto neutro a partir
del cual comience a ser cualificada. Si bien la operación lógica
es correcta, en términos de que el primer paso es juzgar si el régi-
men corresponde a una democracia y el segundo evaluar su calidad,
el tipo de concepto y objeto (empírico–ideal) que constituye la
democracia, niega la posibilidad de que haya democracia tout
court y, aparte, democracia adjetivada. Toda democracia es califi-
cada. Por ello las cuestiones de la calidad democrática están pre-
sentes desde su propia definición.

Hay democracias que nacen fallidas (Russo, 2007). Las democracias


tienen distintas calidades ya en su origen. Para decirlo metafórica-
mente: no importa sólo el número de piezas sino la calidad de cada

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pieza, para que, a un tiempo sea posible contar las piezas y la calidad de
las piezas del régimen. Para pertenecer al género democrático, se re-
quiere que haya un régimen que posea un conjunto de piezas con un
mínimo de calidad. Por ello, la cuestión de la democracia mínima no
es separable de la cuestión de la calidad.
Entonces, los problemas de qué es una democracia y cuál es su
calidad son difícilmente separables. La democracia implica un nú-
mero mínimo y con calidad mínima de procedimientos, pero cuan-
do se comparan los casos se trata de una cuestión muy ardua, pues
puede ocurrir que una democracia a sea mínima y de alta calidad
en hipotéticas condiciones 1 a 4, y que la democracia b sea mínima
y de alta calidad en hipotéticas condiciones 5 a 8. Ahora bien, ¿qué
democracia posee más o mejor calidad? En estos casos, el discurso
sobre tipos de democracia y el de la calidad se hacen inescindibles.
El resultado es hablar de las calidades democráticas.
La distinción entre más democracia y mejor democracia es una
distinción complicada. Cuando algunos estudiosos (por ejemplo,
Bobbio, 1996) hablan de una extensión de la democracia en una co-
munidad hospitalaria, se refieren sin duda a un aumento de la calidad
democrática y, en ese sentido, es claro que el discurso sobre calidad
democrática se mezcla con el relativo a la propia democracia. Desde
Joseph Alois Schumpeter, la definición de la democracia ha impli-
cado una cuestión de grados y de clases de funcionamiento de los
regímenes políticos. Los problemas relativos a los grados de demo-
cracia pueden ser traducidos a problemas de calidad democrática.
Es en el análisis sobre los grados de democracia donde se es-
conde el discurso normativo de ésta. Si se considera la definición de
Dahl sobre poliarquía, basada en sus dimensiones de participación
ampliada y tolerancia de la oposición, se encuentran los dos niveles
del discurso, referido a clases (democracias y no democracias) y a
grados (después de superar umbrales de participación y de tolerancia
de la oposición). En el segundo caso, como lo hace el propio Dahl
en el apéndice a de La poliarquía (1997), aparecen algunos regíme-
nes democráticos mejor posicionados que otros. Ese mejor posicio-
namiento de grado es de calidad democrática.

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La calidad democrática, las reglas y los actores

Así pues, las relaciones entre capital social y calidad democráti-


ca no se pueden reducir al debate entre enfoques institucionalistas y
enfoques culturalistas. Por el contrario, se trata de conceptos que tie-
nen dimensiones en común. Un ejemplo es la participación política,
indicador de civilidad y de calidad democrática al mismo tiempo. Es
difícil no incluir en una definición de calidad democrática, la calidad
de los valores del régimen político. Ello significa que los aspectos
puramente institucionales, desprovistos de valores o rasgos cultura-
les, no alcanzan para constituir una buena democracia.
Una democracia puede poseer niveles adecuados de accounta-
bility e imperio de la ley, pero niveles de intolerancia altos, o ba-
jos niveles de inclusión, en el sentido de falta de reconocimiento
de igualdad por parte de la comunidad nativa a nuevas comunidades de
inmigrantes, como quedó testimoniado tiempo atrás en Francia, con
los jóvenes de la banlieue parisina. Por otra parte, ¿qué ocurre cuando
una comunidad valora poco aspectos como la rendición de cuentas?
Difícilmente la calidad de la democracia puede prescindir de la cali-
dad de los valores que predominan.
Desde la literatura del capital social, el aporte hacia la calidad
de la democracia consiste, sobre todo, en prestar atención a la calidad de
la ciudadanía, tema del próximo apartado.

La calidad ciudadana

Como recuerda Reinhard Bendix (1974: 80), en Europa los de-


sarrollos de la ciudadanía tienen su contrapartida en creaciones ins-
titucionales. Así, a los tres tipos de derechos señalados por Thomas
Marshall (civiles, políticos y sociales) les corresponden cuatro gru-
pos de instituciones públicas: los tribunales, a los derechos civiles;
los organismos representativos locales y nacionales, a los derechos
políticos; y los servicios sociales y escuelas, a los derechos sociales.
En los casos de América Latina, los correlatos ciudadanía–ins-
tituciones no han ocurrido del mismo modo; incluso la cuestión
del ritmo de instauración democrática propia de la tercera ola ha
implicado un cambio de una naturaleza muy diversa a la apunta-

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da por los estudiosos ingleses. ¿Qué ocurre cuando esas institucio-


nes (tribunales y órganos representativos) se crean sin su correla-
to de desarrollo ciudadano? Las instituciones pierden relevancia o
se convierten en meros instrumentos de élites (O’Donnell, 1998).
Desde los ciudadanos, estas instituciones no siempre constitu-
yen un recurso para reforzar su autonomía. La tercera ola implicó
un proceso de democratización con débil ciudadanización co-
mo resultado. Las democracias se han instaurado y funcionan con
el desconocimiento de derechos de una porción importante de sus
ciudadanos. En ese sentido, algunas instituciones han llegado con la
democracia sin el proceso previo de conquista y asimilación, traducido
con frecuencia, como ocurrió en las democracias modernas originarias,
en severos conflictos políticos. Por el contrario, las instituciones de las
nuevas democracias han resultado menos costosas, pero pobremente
responsivas.
La cuestión de la calidad de la ciudadanía atañe no sólo a las
condiciones de producción de los derechos sino a la constitución del
sistema de derechos–deberes ciudadanos. Es claro que una democra-
cia de calidad requiere de ciudadanos responsables: “no existen de-
rechos sin los deberes correspondientes [...] si la declaración de los
derechos humanos no quiere reducirse, como se ha afirmado tantas
veces, a una relación de deseos piadosos, tiene que existir una de-
claración equivalente de deberes y responsabilidades de quien debe
hacer valer esos derechos” (Bobbio y Viroli, 2002: 42). Como ha
señalado Angelo Panebianco, la ciudadanía se puede, convertir en
algunos casos, en un “reivindicacionismo sin contrapartidas”, y es-
ta situación, que he denominado “ciudadanía anómica”, puede ser
resultado de una dimensión privilegiada del capital social, es decir,
de la debilidad del “sentido de pertenencia a una comunidad nacio-
nal” (Panebianco, 1999: 22).
Es cierto que la prioridad de los derechos ciudadanos ha sido un
gran progreso de la modernidad, sobre todo europea.

Derecho y deber son como la cara y reverso de una medalla.


Pero ¿cuál es el la cara y cuál el reverso? [...] El problema
de lo que se debe hacer o no hacer es un problema ante

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La calidad democrática, las reglas y los actores

todo de la sociedad en su conjunto más bien que del indi-


viduo [...] Para que pudiese ocurrir el pasaje del código de
los deberes al código de los derechos ocurría que fuese in-
vertida la medalla. Que se comenzase a mirar el problema
no más solamente desde el punto de vista de la sociedad,
sino también desde el individuo (Bobbio, 1999: 433–434).

Se pasó así, del acento en el Estado como prioridad, al acento en los


individuos. El Estado para los individuos y no los individuos en
función del Estado. Pero ¿qué ocurre en sociedades con bajas tasas
de solidaridad, sin organizaciones independientes y corporativiza-
das? Es necesario que a la dupla Estado–individuo de Bobbio se le
agregue un tercer actor: los grupos de interés. Este modelo estata-
lista–corporativo implica la constitución de ciudadanías débiles en
deberes y la construcción de democracias anómicas. En algunas so-
ciedades, como la mexicana, existe como centro político el modelo
estatalista–corporativo, que implica un desarrollo histórico en el que
no se avanza en derechos ciudadanos y, al mismo tiempo, los deberes
son vulnerados y violados.
Se arriba, entonces, a tipos de ciudadanía que refuerzan un tipo
de orden y de calidad democrática. Así, la ciudadanía débil en debe-
res es construcción de democracia anómica. Se puede entender a la
ciudadanía como un resultado o un proceso político de evolución de
obligaciones y prerrogativas. En cualquier caso, se trata de un ras-
go esencial para la caracterización de un régimen político. Consi-
derada como un resultado efectivo, se pueden señalar dos tipos de
ciudadanía: débil en derechos y débil en deberes. La primera suele
corresponder a democracias incompletas, mientras la segunda a de-
mocracias anómicas. Las primeras son democracias con déficit en
algunas de las esferas de la ciudadanía: civil, política, social o cultu-
ral. Se trata de democracias incipientes, de etapas de democracias o
de democracias con sociedades civiles muy desiguales. Las segundas
son regímenes populistas o democracias con sociedades civiles cor-
porativas. Se trata de democracias con debilidad institucional. En
ambos casos, son sistemas de democracia de poca calidad. Pero las

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democracias anómicas están sometidas especialmente al riesgo de la


manipulación.
Proponer la calidad ciudadana como dimensión de la calidad
democrática no implica ampliar el discurso democrático fuera de
los límites del régimen político. La operación de convertir a la
democracia en un concepto extrarrégimen supone costos para
la medición empírica (Morlino), sin beneficios de comprensión
conceptual. El régimen político implica valores, normas, reglas de
juego que, cuando son democráticos, refuerzan un buen ejercicio
y desarrollo de la ciudadanía. Pero cuando se habla de calidad, los
predicados derivan también de otras dimensiones del sistema po-
lítico. Así, una perspectiva de calidad no puede prescindir de sus
tradiciones, de los ideales cultivados con la Revolución Francesa
ni de elementos como cierta igualdad, presente en concepciones
decimonónicas.
La concepción previa a 1900, y de manera específica desde el
siglo xviii, es que la democracia era más un conjunto de principios
que un tipo de régimen político; constituía la participación de la co-
munidad y la igualdad social de los ciudadanos, y no el gobierno de
la mayoría o el sufragio universal. Si se analiza la posición de Juan
Jacobo Rousseau, típica del siglo xviii, la democracia significa ante
todo igualdad y participación. La democracia constituye un tipo de
comunidad que reunía un conjunto de condiciones: “¡cuántas cosas,
todas difíciles de reunir, no supone este gobierno!”. Supone: “un Es-
tado muy pequeño, para que se pueda juntar el pueblo sin dificultad,
y cada ciudadano pueda conocer fácilmente a los demás”; “una sen-
cillez de costumbres muy grande, a fin de evitar la multitud de cues-
tiones y las discusiones espinosas”; “mucha igualdad en los rangos y
en las fortunas, pues sin esto no puede subsistir por largo tiempo la
igualdad en los derechos ni en la autoridad”, y “poco o ningún lujo”
(De la democracia, libro iii, capítulo “Participación política y civili-
dad: la desvinculación”, de Juan José Russo).
La democracia deja de ser un tipo de comunidad y se constituye
en un régimen cuando se intenta una definición fundamentalmente
descriptiva. El propio Rousseau recluía a la democracia (definida por
él) a la tierra de la utopía, pues decía que una sociedad y un gobierno

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La calidad democrática, las reglas y los actores

de ese tipo eran sólo posibles entre dioses. El giro copernicano so-
bre la concepción de la democracia lo produjo Schumpeter en 1942,
quizá por primera vez y siguiendo las huellas de Weber, cuando
definió a la democracia como “método político es el método
que utiliza una nación para llegar a sus decisiones” (Schumpe-
ter, 1983: 313). La teoría clásica en términos de Schumpeter (que
él mismo supera) consistiría como método democrático en “aquel
sistema institucional de gestación de las decisiones”, “que realiza
el bien común, dejando al pueblo decidir por sí mismo las cuestiones
en litigio”, “mediante la elección de los individuos que han de con-
gregarse para llevar a cabo su voluntad” (1983: 321).
Schumpeter invirtió los puntos segundo y tercero para dar
lugar al método “en el que los individuos adquieren el poder de
decidir por medio de una lucha de competencia por el voto del
pueblo” (1983: 343).
Es interesante que él mismo, enfrentado a la cuestión de la cali-
dad democrática, no encontrara la necesidad de prescindir de su ras-
go esencial, la de método político, pero al mismo tiempo considerara
que una democracia de calidad se puede lograr si se cumplen al menos
cuatro “condiciones para el éxito del método democrático” (Schum-
peter, 1983: 368–376). Entre ellas, la calidad de los políticos debe-
ría ser muy elevada, el dominio de lo político debe tener límites de
racionalidad técnica, una burocracia de calidad y autodisciplina
democrática o vigor moral de las élites. Si bien la democracia es un
régimen, la buena democracia requiere, además de reglas, de actores
(clase política, burocracia) de calidad. Así, la calidad democrática,
para Schumpeter, implica calidad de régimen y de calidad en la di-
mensión titulares de roles.

La comunidad política importa

Como ya se mencionó, dos formas muy diferentes de afrontar


el problema del buen gobierno han consistido históricamente,
por una parte, en quienes proponen características relativas a los
méritos de quienes deben gobernar (Platón, Marx) y, por otra,

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Juan José Russo Foresto

quienes proponen méritos sobre cómo” se debe gobernar ( John


Stuart Mill y, en general, los liberales). Sin embargo, como queda
claro en Schumpeter, aun los autores procedimentales conside-
ran muy importante la cuestión de la calidad de las élites y de
los ciudadanos para obtener una democracia de calidad. Tam-
bién Anthony Downs presta atención a aspectos extrarrégimen
relacionados con la comunidad política, como la información de
los ciudadanos, para medir la calidad de la democracia. Es decir,
la democracia es de calidad cuando el sistema político posee
reglas adecuadas (régimen), una buena clase política (estructura
de decisores) y una comunidad informada, participativa y cívica
(comunidad política).
La comunidad política es importante para la calidad de la de-
mocracia en dos aspectos: el reconocimiento de sus derechos y la
calidad como comunidad cívica. Ya se habló sobre la literatura de ca-
pital social que apunta al civismo; en el siguiente capítulo se analiza
la cuestión de la participación y la civilidad en el país. El tema de la
comunidad política importa en particular en países donde la plurali-
dad cultural, étnica y lingüística es un dato relevante. Como afirma
Michael Walzer: “La tolerancia hace posible la diferencia, la diferen-
cia hace necesaria la tolerancia” (1998: 13). Es el caso de México. Un
orden político que reconoce la pluralidad es mejor que un orden po-
lítico que sólo lo hace en la retórica o sobre cuestiones irrelevantes.
El tema de la comunidad política encuentra dos vínculos fuer-
tes con la teoría de la democracia. Por una parte, la perspectiva
de la democracia como sociedad abierta, esto es, una comunidad
tolerante, de libres, está presente desde la Atenas del siglo v a.C.
La disposición de estos órdenes políticos para incorporar pautas
culturales y revisar valores tradicionales de la propia comunidad
ocasionó que los adversarios de la democracia la señalaran como
un orden poco patriótico y proclive a la influencia extranjera. La
constitución de la democracia como sociedad con deliberación
llevó a Immanuel Kant a asociar la democracia con la paz, pues la
constatación de que nunca una democracia ha hecho la guerra a
otra le hizo ver el impacto global de las características de un ré-
gimen político. Esta línea de discurso produce una primera cues-

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La calidad democrática, las reglas y los actores

tión, muy debatida en la actualidad: ¿cuáles son los límites de la


democracia en su permeabilidad con otras culturas y admisión de
otros pueblos? El carácter de las democracias modernas supone
un vínculo histórico que se puede pensar indisociable con la so-
beranía de una comunidad de ciudadanos respecto de su gobier-
no. La idea de una comunidad internacional fue vista más como
una promesa a futuro que como una realidad hasta la constitu-
ción de la unión europea. Por cierto, primera y, por el momento,
única experiencia de un orden político que se orienta a constituir
una democracia superando los límites del estado–nación. Pero
la cuestión sigue presente, si la democracia está asociada con un
estado–nación, entonces la comunidad está por definición territo-
rialmente delimitada. ¿Puede la democracia incorporar miembros
de otras comunidades como ciudadanos? La primera respuesta es
no, en la medida en que sean ajenos a la comunidad, no se pueden
constituir como soberanos. Pero entonces la cuestión primera con-
siste en definir con claridad cuáles son las condiciones para ser
miembro de una o de más comunidades políticas.
Hay otro vínculo, en tanto atiende a las características inter-
nas de las poliarquías. ¿Cuánto los rasgos de la comunidad polí-
tica inciden sobre los de la democracia? ¿Cuánto inciden sobre la
calidad de la democracia? Una distinción preliminar es necesaria
a propósito de estas cuestiones. La existencia de diversas comu-
nidades en estados–naciones puede ser relativamente equilibrada,
al menos en términos de las comunidades minoritarias de contar
con recursos suficientes para poder presionar a los gobiernos. Por
el contrario, las comunidades pueden tener relaciones descom-
pensadas, con recursos políticos culturales tan dispares que algu-
nos grupos carecen de capacidad de extorsión. En el primer caso,
las comunidades tienen capacidad para presionar a los gobiernos
y de impulsarlos a un reconocimiento pleno de derechos. El re-
sultado puede ser exitoso e implica la construcción de democra-
cias consociativas (estudiadas por Lijphart, 2000), y que tienen
como ejemplos paradigmáticos los casos de Holanda y Bélgica.
Dos condiciones pueden resumir la caracterización del politó-
logo holandés: la primera es la existencia de una leadership dis-

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Juan José Russo Foresto

Cuadro 1.2 Democracias con comunidades multiculturales


y resultados políticos

No constitución de Orden Buena


Democracia democracia
orden político político
Disposición
de los líderes No Sí Sí Sí
al acuerdo
Acatamiento
de la
No Sí Sí Sí
población a
los acuerdos
Ciudadanía
Sí Sí
política

Ciudadanía

civil y cultural

puesta al consenso, la segunda es el acatamiento por parte de la


población de los acuerdos alcanzados por los líderes. Si alguna
de estas condiciones no se cumple, la interculturalidad deviene
conflictiva y muy costosa para el conjunto. El caso de la ex Yu-
goslavia constituye uno de los fracasos más rotundos en donde la
multiculturalidad sirvió de base a conflictos sanguinarios. Tanto
la escasa disposición de los líderes para llegar a acuerdos como el
no acatamiento de grupos de la población que se establecían en
francotiradores cada vez que había acercamiento entre las élites,
hicieron de ese país un orden político imposible.
La primera cuestión planteada es políticamente elemental, cómo
constituir un orden político común en una sociedad culturalmen-
te plural. La segunda es cómo hacer de ese orden plural un orden
democrático. La tercera, cómo constituir no sólo un orden político
sino un orden de buena democracia. Son tres cuestiones lógicamente
consecutivas. Las condiciones esenciales de Lijphart atienden al pri-
mer problema, y de manera parcial a la segunda.

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La calidad democrática, las reglas y los actores

Cuadro 1.3 Dimensiones de calidad democrática,


tipos de ciudadanía y reciprocidad

Imperio de Rendición Respondencia Participación Reciprocidad


la ley de cuentas comunitaria
vertical
Social Política
Ciudadanía
X
civil

Ciudadanía X X X X
política

Ciudadanía X X X X
social

Ciudadanía X X X X X X
multicultural

Reciprocidad Reciprocidad
Tipos de reciprocidad
política social

La ciudadanía política es participación e influencia política.


Si se revisan los distintos tipos de ciudadanía en los grupos perifé-
ricos respecto de los grupos centrales en recursos, se observa que en
todos los casos la ciudadanía es frustrante, pues el distanciamiento
entre las normas formales y las efectivas es enorme.
La literatura del capital social agrega dimensiones sociocultura-
les relevantes para el análisis de la calidad democrática, pues la pers-
pectiva hoy presente es predominantemente institucional (véase el
cuadro 1.3). Eso es positivo, pero no suficiente. Es positivo porque
se parte de medir de manera objetiva las dimensiones de calidad,
analizando el producto, el material y el proceso de construcción de
las instituciones, pero insuficiente, porque carece de la dimensión
subjetiva de los actores. Si bien el concepto de respondencia apunta
a ello, se trata de un acento en los aspectos verticales de construcción
de autoridad y funcionamiento de esa autoridad. La literatura del
capital social, por el contrario, presta atención a la dimensión hori-
zontal de la democracia. Dimensiones como participación, solidari-
dad, respeto a las normas, compromiso, sentido de pertenencia, que

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Juan José Russo Foresto

pueden ser considerados aspectos de una reciprocidad comunitaria,


resultan cruciales para el desarrollo de la ciudadanía multicultural.
El enfoque de la ciudadanía para Marshall es la relación entre
ella y clases, y en este sentido está ante todo el progresivo avance de
derechos igualitarios. Pero, como se puede ver en los movimientos
políticos actuales, la multiculturalidad plantea la relación ciudada-
nía–cultura y a los derechos igualitarios se les deben agregar los de
reconocimiento y respeto a las diferencias. La calidad de la comuni-
dad política es relevante para la calidad democrática, incluso en lo
que atañe a la formación del ciudadano.

El problema de la formación ciudadana

El secreto forma parte de la política, hecho señalado en el pen-


samiento filosófico. Nicolás Maquiavelo y Georg Wilhelm Frie-
drich Hegel le dieron legitimidad al secreto con la llamada razón
de Estado. Desde Cornelio Tácito a Giambattista Vico y, más
recientemente, Elias Canetti (Bobbio, 1999) se ha considerado
que el secreto forma parte del mismo núcleo del poder, aunque no
constituye el núcleo de todo tipo de poder. Frente a los secretos de
la razón de Estado, se levantan los principios de la transparencia
democrática. Frente a los Arcana Imperii (secretos del imperio)
se erige la representación responsable. La democracia represen-
tativa, según Carl Schmitt, existe sólo en la medida en que haya
publicidad de los actos. Las sesiones públicas del Congreso resul-
tan un testimonio y un símbolo hoy deteriorado. Los problemas
actuales de la representación democrática en gran medida des-
cansan en los cuestionamientos a la opacidad de los gobiernos y
de la clase política. La desconfianza de la comunidad es la con-
tracara comunitaria de la opacidad política de las élites. Ello obe-
dece en gran medida a que el poder, tal como ha sido concebido
hasta tiempos recientes, es definido en la práctica —por muchos
políticos— como manipulación. Por tradición o menor esfuerzo,
la manipulación es un camino frecuente. Y para eso es impres-
cindible esconder las intenciones (Stoppino, 1986). Por el con-

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La calidad democrática, las reglas y los actores

trario, el poder democrático es influencia consciente y legítima


de unos sobre otros, y con reconocimiento de la legitimidad de
esa influencia. El poder no democrático tiende a esconder, mien-
tras la representación democrática debe mostrar. Además, la idea
que subyace al poder oculto es profundamente antidemocrática.
La opacidad esconde, cuando no la corrupción, por lo menos una
concepción que desprecia a la población por considerarla inca-
paz de comprensión y discernimiento. Inevitablemente quienes lo
ejercen postulan (cuando menos, de manera implícita) una comu-
nidad como masa manipulable. A la inversa, las democracias se
construyen y mejoran su calidad postulando una comunidad como
ciudadanos activos y responsables. Sin la admisión de este pos-
tulado desaparece una de las bases teóricas de la democracia, la
presunción de la autonomía personal, según la cual: “en ausencia
de una prueba concluyente que lo contradice, debe considerarse
a cada individuo el mejor juez de sus propios bienes e intereses”
(Dahl, 1999a: 124).
La concepción del poder en la democracia no sólo analiza los
intereses del poder en el vértice, sino los intereses del poder en la
base. Por ello, el individuo debe saber o al menos ser puesto en
condición de saber (Dahl, 1999a: 346). De aquí la defensa que
hicieran los liberales democráticos del siglo xix sobre el rol de la
educación en la ciudadanía. El poder autoritario disociaba (como
lo mostró Maquiavelo) la ética de la política y para ello era im-
prescindible el uso del secreto. Por el contrario, el poder demo-
crático se propuso la difícil y compleja tarea de conciliar valores
éticamente universales con el ejercicio del poder político. En ese
sentido, como muestra Kant (1999: 127–128), es imprescindible la
publicidad de los actos. El derecho a la información es una base
de la igualdad política y en particular del criterio de la compren-
sión esclarecida, según el cual: “cada ciudadano debe contar con
oportunidades apropiadas e iguales para descubrir y convalidar
[...] la elección de los asuntos a ser debatidos que mejor sirvan a
los intereses de los ciudadanos” (Dahl, 1999a: 138).
Sin embargo, aun en regímenes democráticos se esconden
raíces de regímenes autoritarios; aun en políticos democráticos

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Juan José Russo Foresto

hay reflejos, a veces inconscientes, de conductas autoritarias. La


obsesión por el complot, la traición, la búsqueda del control total
y de la gobernabilidad perfecta encierran estos resabios. El control
desmedido que inmoviliza o frena la creatividad del entorno es
parte de esa herencia.1
Es útil, a fin de comprender los efectos de la información sobre
el conjunto del sistema político, y en particular sobre la relación en-
tre ciudadanos y comportamiento político, recordar el experimento
mental del economista Anthony Downs (1992) que, en su pionero
artículo de 1957, fundador de las teorías económicas de la demo-
cracias, describió el comportamiento ciudadano, específicamente el
elector, en un mundo de información perfecta. Es decir, los ciuda-
danos conocen perfectamente lo que ocurre en los gobiernos. Las
consecuencias de tal sistema, según Downs, se pueden resumir en
que el gobierno actúa en función de las expectativas de los ciuda-
danos y de los opositores, los ciudadanos votan de acuerdo con el
impacto de la actividad de gobierno sobre sus intereses, así como de
las alternativas de la oposición. El comportamiento resultante es ra-
cional y la elección de los ciudadanos sigue un curso de libertad y de
estricta racionalidad. ¿De qué está libre un elector perfectamente in-
formado? Fundamentalmente, de la manipulación. Cuando Downs
vuelve a la tierra e incorpora la ignorancia, entonces “el claro camino

1 Aun en las democracias, aun en las organizaciones pequeñas, aun donde no es mucho lo que está
en juego, no estamos exentos de esta descripción de Ítalo Calvino relatada por Bobbio: “Donde es-
tá el tirano hay complot; si no lo hay, se lo crea. El conjurado es la necesaria contrafigura del tirano.
Cómo sería de feliz y benévolo el tirano si el poder tenebroso que lo amenaza no se escondiese
en cada ángulo del palacio, hasta en la propia sala del trono, detrás de sus espaldas. En uno de
sus últimos escritos Calvino describe “el rey escuchando”, sentado sobre su trono, inmóvil, al cual
llegan todos los rumores, también los más pequeños, del reino, y cada rumor es una advertencia,
una señal de peligro, el indicio de quien sabe alguna subversión: ‘los espías están detrás de todas
las tiendas, las cortinas. Tus espías, los agentes de tu servicio secreto que producen reportes minu-
ciosos sobre las conjuras del palacio. La corte pulula de enemigos, tanto que es siempre más difícil
distinguirlos de los amigos: se sabe por cierto que la conjura que te destronará estará formada por
tus ministros y dignatarios. Y tú sabes que no hay servicio secreto que no sea infiltrado por agentes
del servicio secreto adversario. Quizás todos los agentes pagados por ti trabajan también para los
conjurados, son ellos mismos conjurados; ello te obliga justamente a continuar pagándoles para
tenerlos buenos el mayor tiempo posible’. Pero también el silencio es amenazante: ‘¿Desde hace
cuántas horas que no sientes el cambio de centinelas? ¿Y si el guardia fiel a ti ha sido capturado
por los conjurados?’” (Bobbio, 1986: 356).

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La calidad democrática, las reglas y los actores

que conduce de la estructura de preferencias a la decisión de voto se


oscurece por falta de conocimiento” (Downs, 1992: 99). Entre las
consecuencias sobre la comunidad política y el propio orden político,
Downs señala una primera desigualdad surgida entre quienes poseen
el escaso recurso del conocimiento y quienes no lo poseen, y la con-
siguiente mayor influencia de unos sobre otros. Por otra parte, sur-
gen actores especializados en informarse sobre las preferencias del
electorado y en su persuasión. En tercer lugar, los gobiernos se hacen
más vulnerables a los intercambios con los especialistas de la infor-
mación y de la persuasión. Por último, “la falta de información crea
una demanda de ideologías en el electorado” (Downs, 1992: 101).
Es importante, además, considerar las razones, según Downs, que
un ciudadano puede tener para informarse: disfrutar de la información
como un bien en sí mismo, pensar en la relevancia de su voto para
decidir una elección, la información para influir sobre otros y una con-
dición para aumentar su influencia sobre el gobierno. La información
proporciona a los ciudadanos la posibilidad de conocer “qué políticas
son las mejores para sus intereses, y el gobierno se ve forzado a seguir
aquellas políticas para evitar su fracaso” (1992: 107).
Legitimidad, eficacia y, por ende, calidad del orden democrático
guardan una estrecha relación. El elemento vinculante de este pro-
ceso es la calidad del ciudadano: ciudadano informado, pero también
éticamente responsable. Downs, como se ha visto, centró su atención
en los efectos de tipos de mercados electorales sobre los ciudadanos.
Se hará un alto ahora en la definición de ciudadanía, para luego con-
siderar las implicancias ya no del mercado electoral sino del centro
político sobre ésta.
La ciudadanía debe ser entendida como un sistema de derechos y
deberes. Bien lo ha resumido Panebianco: “la ciudadanía es un prin-
cipio que define la pertenencia a la comunidad en términos de de-
rechos y obligaciones: el derecho de participación en las decisiones
de la comunidad, la obligación de observar sus leyes” (Panebianco,
1999: 16–17). Es un sistema que implica la regulación de intereses
y efectos comunes, entre ellos, el propio bien común. En principio,
constituye un sistema de derechos, deberes y autonomía. El princi-
pio de autonomía es intrínseco al de responsabilidad. Y en ese senti-

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Juan José Russo Foresto

do, la información es entendida como presupuesto de la autonomía.


La ciudadanía es un sistema que discrimina, acorde con principios
de equidad. No puede haber ciudadanía si todo vale lo mismo. La
ciudadanía se construye en democracias exigentes (Pasquino, 1999),
y los derechos no alcanzan a desentenderse de lo público, a obviar la
responsabilidad de defender el Estado y la nación, así como dejar de
ser contribuyente con la sociedad. Cuando la democracia censitaria se
convirtió en democracia de masas, este proceso no implicó la incor-
poración de marginales al sistema político para que lo siguieran
siendo, ni para que se siguieran comportando como tales. Por el con-
trario, se trató de marginales políticos que cuando ingresaron al
sistema lo hicieron como ciudadanos contribuyentes y con la adqui-
sición de derechos y obligaciones. Por ello, la democracia de masas
es el agregado de la dimensión masa a los viejos regímenes oligár-
quicos competitivos (Morlino, 2003).
Al igual que ocurre con la democracia, la ciudadanía se puede
entender como un ideal (los derechos–deberes jurídicamente esta-
blecidos) y como una realidad (los derechos–deberes efectivamente
ejercidos). Con la universalización de valores, pero provincializa-
ción de realidades, la distancia y también la tensión entre ciudadanía
ideal y ciudadanía real ha crecido. Así como la democracia de masas
es el principal acontecimiento político del siglo xx, el ideal de la ciu-
dadanía es el mayor sueño de los últimos tres siglos.

Alcance de las ciudadanías

Hoy es necesario hablar no sólo de dimensiones sino de alcance y


profundidad de la ciudadanía. Mejorar la ciudadanía social y ejercer
plenamente la ciudadanía política, expandir la ciudadanía cultural y
evitar regresiones en la ciudadanía civil constituyen procesos com-
plejos de vigilancia y participación en la construcción del sistema de
derechos–deberes y de las propias instituciones políticas.
Los problemas de la ciudadanía de calidad atañen tanto a in-
corporar nuevas sedes de participación como a agregar nuevas di-
mensiones (ciudadanías multiculturales). Sin embargo, las fronteras

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La calidad democrática, las reglas y los actores

entre ambos desafíos se diluyen en la práctica. En las democracias


de posteriores a los años setenta y como ocurre con otros procesos
(el de modernización, por ejemplo), la simultaneidad de desafíos es
inevitable. Si la democracia mínima es sufragio universal, eleccio-
nes libres, más de un partido y alternativas de información (Dahl,
1997), entonces las condiciones que subyacen a cada requisito así
como los efectos de la manipulación, las convierten en una obra de
largo aliento. En cierto modo, aun asegurar la democracia mínima es
plantear problemas de calidad del régimen.
Es indispensable, a fin de avanzar en el conocimiento de las ra-
zones de la existencia y el ejercicio de tipos de ciudadanías tan dis-
pares en las sociedades democráticas, recordar la distinción entre
constitución del Estado y centro político. No es del primero sino
del segundo de donde se derivan los orígenes, reforzadores e incen-
tivos de un tipo de ciudadanía. El aporte, también útil como pun-
to de partida para sistemas de América Latina, proviene del trabajo
de Bertrand Badie y Pierre Birnbaum (1979), donde se distingue, a
propósito de una crítica a Stein Rokkan, entre la formación del Es-
tado y la del centro político, y sugieren prestar atención a la forma-
ción histórica de este último. Así, en Europa se puede pensar en dos
modelos, el Estado dirige la sociedad (State–led Society) y tiene pre-
dominio sobre la sociedad. El Estado dirige (Francia) a la sociedad
civil según sus propios valores (meritocrático y laico): gran aparato
militar, un Estado potente y hegemónico en relación con la sociedad
civil. El objetivo del juego político es el Estado y se espera que los
principales cambios provengan del Estado. En el segundo modelo, la
sociedad civil dirige al Estado (Society–led State), donde el centro po-
lítico es la sociedad civil, ésta predomina sobre el Estado. Es el caso
de Gran Bretaña, donde diversos segmentos de la sociedad expresan
sus aspiraciones sin la tutela estatal. La política es una actividad so-
cial, como otras. La influencia está basada en los valores, no en la
conquista del Estado. La política se resuelve más en la negociación
directa entre las partes sociales, que en las relaciones con el Estado.
Un segundo aporte que interesa en este discurso proviene de Gio-
vanna Zincone (1989) respecto de la importancia de la secuencialidad
histórica de procesos políticos como la participación (asociada con

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Juan José Russo Foresto

movilización y concesión de derechos políticos), y la redistribución


(asociada sobre todo con creación y extensión de servicios sociales).
Existen, así, dos tipos de procesos: la secuencia participación–redistri-
bución, llamada estrategia de integración indirecta y definida a partir
de la contratación con las organizaciones sociales, la creación de instan-
cias en las que las oposiciones están representadas y el consenso a partir
de la extensión gradual del sufragio y la instrucción a organizaciones
sociales. Y la secuencia redistribución–participación, llamada estrate-
gia de integración directa y que supone la represión de organizaciones
de oposición, la concentración de decisiones en organismos quitados
a élites consideradas desleales y el propósito de lograr de manera directa
que el consenso de masa sea a través de la extensión repentina del sufragio,
a través de la gestión estatal de la seguridad social y de la educación.
Estas diferentes alternativas constituyen la base de dos sistemas
políticos polares: el modelo societal, donde la sociedad se proyecta
sobre el Estado, y el estatalista, en el cual el Estado controla a la
sociedad civil.
Estas distinciones teóricas resultan fundamentales para el análisis
de la ciudadanía en nuestra región. Pues la ciudadanía no constituye, a
pesar de su formalización jurídica y su actual universalización, un ras-
go abstracto de las democracias, por el contrario, es un conjunto efec-
tivo de derechos–deberes que se ejerce en modo muy variado y siempre
en relación con un tipo de democracia instaurada, así como con un tipo
de calidad que ese orden político posee. Factores como la distribución de
recursos económicos y políticos, el tipo de competitividad o de colu-
sión política, la tradición societal / estatalista de un sistema político,
los tipos de liderazgo predominantes en la cultura política, las prácti-
cas clientelares / institucionales, la existencia de tradiciones liberales
o corporativas son de gran peso a la hora de constituirse la ciudadanía
durante el proceso de democratización. Así, distribuciones asimétricas
de los recursos y, de manera fundamental, una concentración muy im-
portante de recursos económicos, junto a la marginación o no incorpo-
ración de amplios grupos a los mercados, producen relaciones de poder
poco limitadas en la práctica por los derechos jurídicos. El monopolio
de la representación por parte de un partido en los gobiernos naciona-
les o provinciales convierte a la competencia en un ritual que bloquea

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La calidad democrática, las reglas y los actores

el mecanismo de acción entre gobierno, responsabilidad, control, voto.


La escasa o nula autonomía de los actores individuales y colectivos del
apoyo–sanción estatal, así como la dependencia para obtener bienes de
supervivencia, disminuyen la posibilidad de contestación y, por ende,
de desarrollo pluralista de los actores políticos. El predominio de li-
derazgos ainstitucionales o directamente contrainstitucionales implica
que los derechos–deberes ciudadanos operan como cláusulas ad hoc a la
voluntad del líder. La penetración y estabilización de prácticas de so-
metimiento clientelar dejan poco espacio a la contestabilidad y anulan
las posibilidades de control por parte de los ciudadanos a sus gobier-
nos. La existencia de fuertes corporaciones sociales y económicas en
contextos institucionales débiles bloquea la posibilidad de renovación
y el surgimiento de actores democráticos alternativos. Cualquiera de
estas situaciones afecta y desequilibra el sistema de derechos–deberes.
Sin duda, y siguiendo las tipologías de Badie y Birnbaum, y de
Zincone, las sociedades latinoamericanas poseen un mayor acerca-
miento con el proceso en el cual el Estado dirige a la sociedad, y por
ende con la estructuración de órdenes políticos estatalistas. Ello im-
plica que la tendencia de integración manipulatoria no sea un mero
temor. Encuentra, por el contrario, abundante testimonio histórico.
La debilidad de los actores representativos de la política de masa es
evidente en nuestros países. Pero en esta lectura se debe incorporar
a los grupos de interés que, en la lógica del modelo estatalista, ven al
Estado como una bolsa de recursos a aprovechar y al resto de la so-
ciedad como una oportunidad para maximizar sus beneficios. Cuan-
do estos grupos se anclan en el Estado directa o indirectamente,
entonces la comunidad política es percibida como un conjunto de
consumidores. En este modelo, el mercado político de Downs
deviene necesariamente opaco. La consecuencia en estos casos es el
riesgo de una doble manipulación, la primera proviene de las pro-
pias élites políticas que ocupan posiciones en el Estado; la segunda,
de élites económicas con fácil acceso y fuerte influencia sobre el Es-
tado. El terreno más fértil para la actuación de estas manipulaciones
es apagar las luces del palacio y convertir en invisible políticas de
envergadura.

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Juan José Russo Foresto

En Europa, el centro político, sea estatalista (como en Francia)


o societal (como en Inglaterra), ha dado lugar a ciudadanías fuertes
en deberes y en derechos. Sin embargo, no ha acontecido lo mismo en
nuestros países.
En la actualidad, aun con la constitución de ciudadanías extrana-
cionales, el problema de la manipulación de los grupos sigue siendo
de gran importancia, en particular para sociedades como las latinoa-
mericanas. Hoy es una realidad la conformación de ciudadanías ex-
traterritoriales y es un paso adelante, aunque todavía queda recorrer
un vasto camino, hacia la experiencia de ciudadanías globales. Ya
existen órdenes democráticos regionales con ciudadanos regionales,
como en la Unión Europea. Y aunque ello no ocurre en regiones co-
mo el Mercado Común del Sur (mercosur) o el Tratado de Libre
Comercio de América del Norte (nafta, por sus siglas en inglés),
los límites estatales han perdido rigidez y las identidades nacionales
se configuran con mayor libertad, a veces en un pequeño territorio
de un país, a veces en las fronteras de estos. Al mismo tiempo, los
sistemas de derechos–deberes ideales encuentran nuevas tensiones
con los sistemas locales. Valores universalistas circulan por el pla-
neta y socializan a nuevas generaciones. Pero, al mismo tiempo, esta
expansión y homologación de valores encuentra su contrapartida en
la decidida tendencia de concentración de los mass media. Valores
universales, por una parte, y por otra, una agenda a veces uniforme,
sobre los temas que deben importar a la comunidad. Sin embargo, si
bien es técnicamente posible, no resulta nada fácil encerrar al planeta
con una sola agenda. Recientemente, la guerra del Golfo alertó sobre
ese posible encierro, pero la guerra de Irak mostró que se podía con-
testar ese monopolio. La base para impedir el encierro descansa en
el pluralismo de actores relevantes, lo que deja espacio para la opi-
nión pública, crecientemente internacional.
Como se ha apuntado, las nuevas ciudadanías vinculadas con valo-
res plurinacionales “se conforman en los medios masivos de comuni-
cación” (Delich, 2002: 97), pero sometidas también a la tensión entre
esos valores plurinacionales y universales, con manipulaciones de los
grupos de interés y gobiernos. Estos regímenes encuentran en la base
de su propia sociedad obstáculos para construir sociedades democráti-

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La calidad democrática, las reglas y los actores

cas y modernas: “una buena sociedad requiere un orden coherente con


los compromisos morales de sus miembros” (Etzioni, 1999: 32).
La contraposición clásica de Estado versus individuo, destacada
por Bobbio, cede en la actualidad el lugar a contraposiciones entre ciu-
dadanos y particulares, y por ello el problema remite a confronta-
ciones en la misma comunidad. Es en esta contraposición y tensión
de la sociedad en la que el rol de los deberes debe ser reforzado.
Diversos estudios actuales muestran que los más afectados por el
incumplimiento de deberes y de déficit del imperio de la ley son los
sectores más vulnerables de las sociedades latinoamericanas (Mén-
dez, O’Donnell y Pinheiro, 2002). Atender a la ciudadanía fuer-
te en deberes es atender al principio categórico de igualdad polí-
tica propiciado por Dahl. ¿Utopía? Seguramente, pero cuando las
desigualdades de distintos tipos de recursos hacen nuestras sociedades
más desiguales, se debe pensar en metas que implican valores. Por
otra parte, un discurso sobre calidad democrática no puede relegar
la dimensión normativa y toda democracia es justamente la tensión
entre realidades y valores. Una democracia mejora su calidad cons-
truyendo la buena ciudad y ello es un deber imperativo para el ciu-
dadano. No hay posibilidad de avance hacia una sociedad solidaria
sin un reforzamiento de la ciudadanía de deberes. “La nueva regla
de oro requiere que la tensión entre las preferencias personales y los
compromisos sociales se reduzca” (Etzioni, 1999: 33). Para esto, la
obra colectiva de los actores socialmente relevantes debe transformar
a la sociedad civil en cívica, otorgando la preeminencia a la sociedad
de ciudadanos por sobre la de meros particulares.
Dos procesos se deben atender de manera analítica en la cons-
trucción de un orden democrático. El primero atiende a la instau-
ración y consolidación de la democracia. Los desafíos consisten en
la implantación de elecciones competitivas en la pluralidad de los
medios de información y en la existencia de garantías, para organi-
zarse libremente para oponerse y competir políticamente. El proceso
de consolidación democrática requiere, por su parte, de la capacidad del
sistema para encontrar apoyo activo de los actores relevantes, así
como de fijar vínculos entre instituciones y actores de las sociedad
al modo de verdaderas anclas entre régimen y sociedad (en particu-

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Juan José Russo Foresto

lar, grupos y partidos) (Morlino, 2003). El segundo proceso atañe a


cómo aumentar la eficacia institucional. Respecto del orden político,
implica la realización de mayor calidad democrática, asegurar mayor
eficacia a través de arreglos institucionales y proponer como meta
una mayor satisfacción de los ciudadanos con las decisiones y los re-
sultados de la acción política. Este segundo proceso atiende a reducir
la distancia entre ideales y realidades de la democracia; por lo general
se apunta a disminuir esta diferencia con reformas en las reglas del
juego y a proporcionar incentivos para aumentar el control sobre las
autoridades públicas y la participación ciudadana en decisiones que
comprometen a la comunidad. Los principales desafíos al respec-
to conciernen, por una parte, a condiciones objetivas (situación del
mercado, desarrollo tecnológico, cultura política entre otros) y, por
otra, a las relaciones con frecuencia simbióticas entre grupos de inte-
rés, partidos y Estado. La indiferenciación entre intereses de grupo y
generales implica una poderosa condición para el mantenimiento de
distribuciones de recursos asimétricos entre actores de la comuni-
dad, para la disminución de competencia política y de transparencia,
y de admisión de nuevos actores en la disputa por liderar lo público.
En parte, la melange instituciones y partidos obedece a una crucial
transformación de los partidos políticos y a su impacto sobre las ins-
tituciones. Como ha señalado Mauro Calise:

El dato más relevante, y por muchas razones desatendido,


en el funcionamiento del gobierno de partido consiste en
la fusión entre partidos y las instituciones estatales preexis-
tentes [... es decir, los partidos han logrado] superar la anti-
gua dicotomía entre sociedad y Estado forjando un sistema
de gobierno en el cual las demandas sociales fuesen direc-
tamente representadas en el seno del ejecutivo (1992: 41).

De ese modo, intereses oligárquicos partidarios se entremezclan con


demandas colectivas metas institucionales se conjugan con intereses de
grupo y la representación de la sociedad de los funcionarios llega hasta
donde no es incompatible con la representación del partido de perte-
nencia. Las fronteras entre partidos y grupos de interés son lábiles y

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La calidad democrática, las reglas y los actores

borrosas (Pizzorno, 1980). El diseño efectivo de estructuras institu-


cionales vinculadas con intereses de grupo ha facilitado las prácticas de
corrupción y opacado las sedes de toma de decisiones políticas.
El mejoramiento de la calidad democrática también es en gran
medida un problema vinculado con la eficacia institucional y con re-
sultados políticos, y tiene efectos sobre la legitimidad de un gobierno
y, a la larga, sobre el propio orden político. Ya Lipset mostraba las
relaciones entre estos dos procesos capitales para el vigor y buen des-
empeño de una democracia (1987: 71). Por su naturaleza misma,
centrada en la tensión perenne entre ideales y realidad, la eficacia y
la legitimidad se realimentan recíprocamente. La eficacia, desde este
punto de vista, debe ser evaluada no sólo como un ajuste adecuado de
medios y objetivos para realizar políticas que satisfagan expectativas ma-
teriales, sino también para satisfacer identidades y expectativas sim-
bólicas. Por ello, la relación entre respondencia y rendición de cuentas
forma parte de un proceso común que impacta sobre el consenso y la
legitimidad de un gobierno y de un régimen político.

El gran disolvente: la manipulación

En cada orden político democrático existen los mecanismos e incen-


tivos para que los actores relevantes y la propia sociedad asimilen los
cambios a favor de mejorar la ética pública como compatible con sus
intereses particulares. Ello requiere una visión de mediano y largo
plazos que los actores pocas veces están dispuestos a asumir. Una con-
dición indispensable es el esfuerzo inicial que el Estado realiza para
transparentar y hacer accesible la información. Al respecto, una ten-
dencia dominante en el mundo consiste en incorporar disposiciones
constitucionales y normas legales en países tan variados como Gran
Bretaña, Polonia o Sudáfrica. La cuestión fundamental consiste una
vez más, por una parte, en evitar la manipulación que otorgue un
mero carácter simbólico a estas normas sin hacerlas efectivas y, por
otra, en producir efectos inversos de mayor control de la libertad
de opinión, como ocurrió en Zimbabue, con su legislación sobre li-
bertad de información y Habeas Data. A fin de evaluar la eficacia

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Juan José Russo Foresto

y efectividad de tales normas es conveniente prestar atención a las


excepciones y las exclusiones, así como a las leyes sobre confidencia-
lidad y derechos de apelación (Mendel, 2003). Respecto de las ex-
cepciones, por lo general en las legislaciones elaboradas se considera
que la transparencia no debe atentar contra la seguridad nacional.
Como el concepto es extenso y sujeto a interpretaciones subjetivas,
se ha propuesto implementar el test de perjuicio causado, en el cual
no se excluye en principio nada de la ley excepto aquellos casos en
donde se verifique una lesión a la seguridad. El segundo elemento
que se ha propuesto consiste en establecer la preeminencia del inte-
rés público de la información. Así, la información personal puede ser
de interés general cuando involucra a un funcionario en actos ilíci-
tos. Respecto a las cláusulas de exclusión de aplicación de la norma,
referidas a organismos estatales específicos, en particular se aplican a
las agencias de seguridad y de información del Estado. Por cuanto se
argumenta, estos organismos poseen información no sólo atinente a
la seguridad, en principio también deberían estar sujetos a la ley de
información y sólo como caso excepcional ser excluidos de ella. Del
mismo modo, el derecho a la confidencialidad de los funcionarios y
las dificultades operativas para recurrir por parte de los ciudadanos
hace todavía muy defectuosa la efectividad de estas normas.
La información es muy importante en los rubros más sospecha-
dos de corrupción, según los sondeos internacionales (Transparen-
cia Internacional, 2002 y 2003), como construcción, armas, petróleo
y gas. Del mismo modo, actores como los partidos y sindicatos, y
cuerpos como el Legislativo resultan cruciales a la hora de avanzar
en la transparencia como mecanismo de recuperación de confian-
za pública. Volviendo sobre la manipulación de estos mecanismos
legales, se debe atender de manera especial a las evaluaciones, las
auditorías, las estadísticas oficiales, los estudios técnicos contratados
por el Estado, y sobre todo a la claridad y precisión del presupuesto y
gastos generales. La confianza en las instituciones es importante no
sólo por la legitimidad del orden político sino por la eficacia institu-
cional. Así, en estudios realizados en los países de reciente democra-
tización del este de Europa se verifica que la población actúa a favor
y refuerza las instituciones en las que confía. Esto es particularmente

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La calidad democrática, las reglas y los actores

importante en América Latina, donde, según datos del Barómetro


latino (Lagos, 2003a: 24), la población latinoamericana considera
que 71% de los funcionarios mencionados son corruptos, y alrededor
de un cuarto de la población admite haber tenido experiencia directa de
prácticas corruptas. Brasil y México están sobre la media, con 60%
y 59% de la población con este tipo de experiencias, contra el
13% de Chile en el extremo opuesto. Correlaciones entre el salario de
los administradores públicos y corrupción no han sido verificados
de forma definitiva, mientras que sí existe entre una menor toleran-
cia a la práctica corrupta por parte de las mujeres, en comparación
con los hombres (Knack y Azfar, 2003: 38).
La opacidad de las instituciones y de las organizaciones relevan-
tes erosiona la confianza y, en algunos casos, la propia legitimidad
del actor. Las dificultades de los partidos políticos, o el descrédito de
los cuerpos legislativos, en parte es resultado de sospechas de intere-
ses particulares y del abandono de acciones a favor del bien público.
Para ello resulta relevante no sólo el consenso entre actores institu-
cionales, sociales y económicos sino la participación activa, por una
parte, de los periodistas, de los intelectuales y de asociaciones cívi-
cas, y, por otra, de la justicia. Al respecto es no sólo pertinente sino
de gran relevancia la propuesta que realizó México en noviembre de
2001 (para conformar una Convención de las Naciones Unidas con-
tra la Corrupción en 2002 en Viena, en el artículo 24) (Ley Colima,
2002) que consiste en crear “mecanismos que permitan transparen-
tar la gestión de los asuntos públicos, incluyendo la relación entre las
autoridades y los ciudadanos y que proporcionen obligatoriamente
información sobre los resultados de los trámites y las gestiones rea-
lizadas ante ellas” y “mecanismos eficaces para estimular la partici-
pación de la sociedad civil y de las organizaciones no gubernamen-
tales en los esfuerzos destinados a prevenir la corrupción, a través
de, verbigracia, su inclusión en los procesos de decisión, a través de
comités de vigilancia; su compromiso en los procesos de licitación
y el libre acceso a la información”. Ésta es una concepción clara-
mente democrática para construir una sociedad, al decir de Dahl
(1999a), democrática, moderna y pluralista, es decir, una buena so-
ciedad. La publicidad de los actos de gobierno supone ciudadanos

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activos, así como la democracia requiere para crecer de defensores


del principio de la igualdad política.
Las sociedades actuales son crecientemente complejas y con an-
clajes de desigualdad muy profundos. Se pueden mencionar tres fuen-
tes importantes de la desigualdad política contemporánea: la dispa-
ridad en el uso de recursos coercitivos, la desigualdad económica y la
desigualdad de conocimientos (Dahl 1999a: 388). Interesa en el con-
texto de esta discusión la tercera condición, quizá hoy primera en im-
portancia. No es casual que el mayor teórico de la democracia afirme:

[...] estoy inclinado a pensar que las perspectivas de la de-


mocracia en el largo plazo pueden verse más gravemente
afectadas aún por las desigualdades de recursos, posiciones
estratégicas y poder negociador derivadas, no de la riqueza
o de la situación económica, sino de la posesión de conoci-
mientos especiales (Dahl, 1999a: 399).

La complejidad de los asuntos públicos y de las políticas públicas es


enorme y supone altos costos de tiempo y formación para el ciudadano.
¿Cómo optar entre dos dispares planes económicos defendidos por
dos buenos economistas? ¿Cómo decidir sobre política nuclear o sobre
relaciones internacionales? La posesión de conocimientos especiales
es una barrera reconocida por todo experto en calidad democrática.
Ello ha dado lugar a considerar a las democracias contemporáneas su-
jetas inevitablemente al tutelaje, o cuasi tutelaje, de los que poseen el
conocimiento. ¿Cómo superar el cuasi tutelaje? Dahl responde:

[...] asegurar que la información sobre el programa de ac-


ción política, adecuada tanto en su nivel como en su for-
ma, y reflejando con exactitud el mejor saber disponible,
sea accesible sin dificultades y en forma universal a todos
los ciudadanos; crear para todos estos oportunidades acce-
sibles; influir en la elección de los temas sobre los cuales se
dispone de la información antes mencionada; participar en
forma significativa en los debates políticos (1999a: 406).

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La calidad democrática, las reglas y los actores

También O’Donnell sugirió algunas acciones a fin de reforzar la


rendición de cuentas horizontal (1998: 28–30): ofrecer a la oposi-
ción relevante la dirección de las instituciones que investigan casos
de transgresión; profesionalizar las agencias de prevención (con-
tralorías y auditorías públicas) y proveerlas de recursos suficientes
e independencia; profesionalizar, con presupuesto independiente, la
justicia; implementar mecanismos para que los pobres y vulnerables
sean tratados con dignidad por el Estado; reforzar la responsabili-
dad–control vertical para efectivizar la horizontal; tomar la palabra
y aprovechar las invocaciones ritualistas de algunos líderes políticos
para reforzar la responsabilidad–control.
Se requiere que la clase política y los gobiernos se esfuercen por
mejorar la calidad de la ciudadanía, pues contra la noción de pueblo
movilizado propia de los dictadores, “lo que se precisa es una masa
crítica de ciudadanos bien informados, lo bastante numerosa y acti-
va como para estabilizar y afianzar el proceso— ‘un público atento’,
según la expresión usada por Gabriel Almond hace muchos años”
(Dahl, 1999a: 407).
Las tradiciones políticas no favorecen (en general) la calidad
democrática en América Latina. Estos países tienen una enorme
tradición de opacidad y desigualdades. Por otra parte, en cualquier
proceso de reforzamiento de la sociedad cívica, como en los pro-
cesos de reformas tendientes a mayor información ciudadana o de
reforma política, el gran obstáculo es la manipulación. Esta acción
o mecanismo, convertido a veces en una verdadera cultura, es el prin-
cipal enemigo de la construcción de una buena democracia. Acecha,
infatigable, cualquier intento de progresar hacia la igualdad política.
Difícilmente se puede exagerar la importancia de la manipula-
ción de las normas, del sistema legal en general y, fundamentalmen-
te, de valores y metas colectivas en la vida contemporánea. Siempre
es preferible la oposición conservadora, abierta y frontal, pues per-
mite la discusión y el conocimiento de la posición de cada uno, a la
manipulación, que erosiona la confianza, no sólo en los actores sino
en las propias instituciones. La manipulación es uno de las princi-
pales fuentes del deterioro democrático. El encubrimiento, el disfraz
de igualdad frente a aberrantes desigualdades políticas, los obstácu-

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Juan José Russo Foresto

los a reglas de competencia que aumenten y efectivicen la compe-


tencia, el cinismo con el que líderes sin calidad moral levantan las
banderas más caras de la humanidad, sabiendo ellos y la comunidad
que harán lo contrario, los simulacros para mantener la opacidad de
las acciones del palacio desmovilizan y contribuyen de manera deci-
siva a la apatía y a la desafección. En consecuencia, la legitimidad,
entendida como apoyo activo, disminuye, y el orden político no sólo
pierde calidad sino que se estanca en el fangoso mar del escepti-
cismo. La manipulación es uno de los principales enemigos de la
democracia, es decir, la disociación entre ideales y prácticas, disocia-
ción, por cierto, no basada en circunstancias complejas y de difícil
resolución, no en diferencias objetivas y estructurales sino en la im-
punidad y en estrategias para alcanzar o mantener posiciones de po-
der. La manipulación debilita a la ciudadanía, restando autonomía,
información y capacidad de decisión a la mayoría de la comunidad
política. Ello se agrava con una tendencia ineludible: el crecimiento
de las exigencias intelectuales y culturales para los ciudadanos es una
tendencia que traspasa fronteras.
Vencer las infinitas formas de manipulación y alentar las con-
diciones que faciliten la información son pasos adelante contra una
tensión, cada vez más fuerte, entre democracias cada vez más exi-
gentes y ciudadanías más débiles.

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Capital social y seguridad ciudadana

Marina Inés de la Torre Vázquez

La ciudad ha abandonado su vocación primigenia de centro de agre-


gación para dar paso a nuevas formas de consumo y movilidad de
tipo excluyente, que intentan llenar el vacío existencial de extensas
comunidades despojadas de identidad. En este sentido, la calidad de
vida de las sociedades urbanas está dramáticamente impactada por
fuertes procesos de degradación relacional.
¿Cómo impactan estos procesos en las reservas de capital
social? ¿Qué tipos de capital social construyen estas nuevas socie-
dades urbanas?
Este conocimiento es instructivo en múltiples sentidos, ya que
existe una relación directa:

• Entre capital social y eficiencia económica. La carencia de recur-


sos económicos, por ejemplo, hace de la confianza un bien pre-
ciado que disminuye el nivel de complejidad de la vida cotidiana
(Luhmann, 1996). Su posesión implica la construcción de redes
solidarias basadas en relaciones personales, es decir, en el capital
social de que el individuo dispone.
• Entre capital social y desempeño cívico. También el capital social
promueve los gestos cívicos a gran escala, a través de las normas
de reciprocidad mutua que desarrolla la vida en comunidad.
• Entre capital social y calidad democrática. La confianza, una de
las dimensiones fundamentales del capital social, tiene efectos
divergentes sobre la calidad de la democracia. La confianza ho-
rizontal (interpersonal) promueve un mejor funcionamiento de

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Marina Inés de la Torre Vázquez

la democracia, en la medida en que hace más gobernables los


conflictos. No así la confianza vertical (en las instituciones), la
cual claudica a los necesarios controles (rendición de cuentas)
que garantizan un desempeño “confiable” de los gobernantes en
relación con sus representados (Cleary y Stokes, 2006).
• Entre el capital social y seguridad urbana. La existencia de redes
comunitarias garantiza los controles sociales informales sobre los
miembros de la comunidad. Ello se extiende al uso de los es-
pacios públicos que esa comunidad identifica como propios, y
mantiene niveles aceptables de seguridad urbana en su ámbito de
pertenencia.

La exclusión tiene consecuencias lamentables en la cohesión social


a largo plazo; su riesgo mayor es la violencia, al abonar las oportu-
nidades para su ejercicio en el territorio de lo urbano a través de sus
múltiples manifestaciones. En América Latina, dan testimonio de
esta realidad los altos índices de criminalidad y el estado de insegu-
ridad que manifiestan los ciudadanos. Sin embargo, estas formas ge-
neralizadas de violencia no siempre impactan de manera negativa en
las reservas de capital social de las comunidades urbanas. La actitud
defensiva frente a un peligro común se expresa a través de diversas
acciones colectivas que refuerzan las redes solidarias de una comuni-
dad y consolidan su capital social. En otro sentido, también los cár-
teles y el pandillerismo “usan el capital social como fundamento de
su estructura de organización” (Ostrom y Ahn, 2003) y construyen su
propio capital a expensas de la destrucción de otros (externalidades
negativas).
¿Qué implicaciones tiene la violencia urbana en las reservas de
capital social de las comunidades y sus respectivas regiones de per-
tenencia?, y en tal sentido, ¿cuál es el signo (positivo o negativo) de
su impacto?
Algunos autores sugieren que las nuevas formas segregativas del
urbanismo actual —parcial y engañosamente justificado desde la se-
guridad urbana— se corresponden con un declive del capital social
en la última década (Putnam, 2003). Sin embargo, Jane Jacobs ex-
presa que “cuando el capital social se ha perdido por cualquier causa,

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Capital social y seguridad ciudadana

el rédito que produce desaparece hasta que nuevo capital social es


lentamente acumulado” (1961: 138). Así, la emergencia de nuevas
formas de agregación supone la de nuevas formas de capital social.
En el ámbito territorial, la violencia urbana hace de muchos es-
pacios públicos tradicionales, lugares inseguros y peligrosos. Los ha-
bitantes apelan a todos los recursos disponibles a fin de garantizar
su seguridad. Testimonian este hecho tanto las nuevas formas de re-
apropiación y resimbolización de los espacios públicos tradicionales,
cuando no su abandono, como la emergencia de nuevos espacios pú-
blicos de uso más restringido.
En el ámbito social, la violencia urbana es favorecida por las con-
diciones de inequidad. Amplios sectores de la población son margi-
nados de los procesos de desarrollo, que se caracterizan por la pobre-
za, el desempleo y la inseguridad. No obstante estas condiciones, la
existencia de redes de relaciones y confianza en la comunidad con-
tribuyen, en muchos casos, a una interacción fluida y menos violen-
ta. Este capital social es lo que puede marcar la diferencia entre una
comunidad pobre con bajos índices de violencia y una de similares
características, pero con altos índices de violencia (Putnam, 1993).
También, “las catástrofes pueden traer consigo dinámicas de so-
lidaridad y de reforzamiento de la cohesión social, pero éstas son de
corto plazo” (Cervantes, 2001).
Expresa Sergio Zermeño que en el caso del México actual, “sólo
desde el asociativismo intermedio cobra riqueza el sugerente plantea-
miento del capital social” (2005), y con ello señala la importancia de
que las redes civiles “densifiquen a lo social” y no se empoderen en
defensa de intereses sectoriales, a expensas del colectivo social en su
conjunto. En este sentido, advierte sobre el peligro que una econo-
mía abierta representa para la articulación de la organización ciuda-
dana en sus múltiples escalas de representación.

Capital social

El concepto de capital social (en sentido estricto) se plantea desde


el origen, la cuestión de que un orden político democrático hace de-

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Marina Inés de la Torre Vázquez

pender su suerte no sólo de las instituciones formales, de los rituales


democráticos o de la voluntad y características de sus élites sino de
la calidad de una comunidad cívica. Para los fines de este trabajo,
se considera fundamental el concepto de capital social civil, enten-
dido como una mezcla de confianza generalizada y de redes de rela-
ciones sociales, y se deja de lado la perspectiva de capital social como
instituciones formales e informales de cierta calidad.

Tipos de capital y sus relaciones

A los conceptos tradicionales de capital físico y humano (herra-


mientas y conocimientos), se agrega el concepto de capital social. El
capital físico es un bien tangible, constituido por formas físicas ob-
servables. Lo es menos el capital humano, representado por el con-
junto de destrezas y conocimientos adquiridos por el individuo en su
etapa de formación (Putnam, 2003).
En el análisis de Pierre Bourdieu (1979), el equivalente más cer-
cano al capital humano es el “cultural”, que se define como el hábito
de prácticas, conocimientos y conductas culturales aprendidos me-
diante la exposición a modelos de roles en la familia y otros ámbitos.
Para Bourdieu, el respaldo de los padres al desarrollo de los hijos es
una fuente de capital cultural, en tanto el capital social se refiere a la
importancia de los recursos que proporciona el hecho de pertenecer
a redes sociales, y sus consecuencias positivas en la obtención de bie-
nes para el desarrollo económico (Portes, 1999).
Tanto Bourdieu (1979) como Roberto D. Putnam (2003) y Ja-
mes S. Coleman (1988) insisten en el carácter intangible del capital
social, en comparación con las otras formas de capital. Mientras que
el capital económico está en las cuentas bancarias de la gente y el
humano en sus cabezas, el social es inherente a la estructura de sus
relaciones. Para poseerlo, una persona se debe relacionar con otros
(Portes, 1999).
Es importante destacar las relaciones que se establecen entre los
distintos tipos de capital. Coleman destaca la importancia del capi-
tal social para la adquisición del capital humano, e identifica algunos
mecanismos a través de los cuales se genera.

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Capital social y seguridad ciudadana

Entre los confines de la economía y la sociología

Durante mucho tiempo, las relaciones sociales de intercambio y el


sistema social que derivaba de ellas, eran estudiadas por la ciencia
económica, mientras que las de no intercambio (asociativas, de amis-
tad, de mutuo apoyo, de solidaridad, etc.) constituían un territorio
asignado a la sociología. Sin embargo, desde hace algún tiempo los
confines se han ido desvaneciendo y confundiendo. Por una parte,
la ciencia económica ha anexado territorios tradicionalmente de
dominio sociológico, como el de las relaciones de familia, el de los
comportamientos criminales o el de la formación educativa de la
persona. Así se empezó a usar, por ejemplo, el concepto de capital
humano para designar la acumulación de conocimientos y habilida-
des con los que un individuo contribuye al proceso productivo de la
riqueza. Para explicar cómo se forma esto —gracias al aporte de las
relaciones sociales en las que el individuo estaba inscrito durante el
proceso de socialización— se comenzó a usar la expresión capital so-
cial (Loury, 1977). Asimismo, por esos años este término, había sido
introducido por un sociólogo, Bourdieu (1980), para designar los re-
cursos que derivan de la posesión por parte de un actor social de
relaciones de mutuo conocimiento o reconocimiento; los términos
posesión y recursos indican de manera explícita que se trata de in-
tromisiones en el campo de la economía. Esta definición de carácter
instrumental sería desarrollada más tarde por Coleman (1990). Así,
la definición instrumental del término estaría constituida por las
relaciones sociales que posee un individuo, que conforman un con-
junto de recursos que éste puede utilizar, junto a otros, para la mejor
persecución de sus propios fines.
Alejandro Portes (1999) afirma que el conjunto de fenómenos
abordados por el capital social no es nuevo para la sociología y en el
pasado ha sido estudiado bajo otras denominaciones; en tal sentido,
se trataría de la reformulación de problemas originales tales como
los efectos de la sociabilidad, tanto a nivel individual como colec-
tivo. La noción de que la intervención y la participación en grupos
pueden tener consecuencias positivas para el individuo y la comu-
nidad tiene su raíz clásica en la teoría de la integración social de

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Émile Durkheim (1973), quien afirma que la vida grupal es un an-


tídoto para la anomia y la autodestrucción. Afirma que en los in-
tercambios de reciprocidad, las expectativas de retribución se basan
en la inserción de dador y receptor en una estructura social común,
donde la recompensa para el dador puede no proceder directamente
del receptor sino de la colectividad en su conjunto en la forma de
estatus, honor o aprobación. Además, la colectividad misma actúa
como garante de que cualquier deuda en que se incurra será rem-
bolsada. Otros puntales teóricos se encuentran en la obra de Karl
Marx (1973), quien hace la distinción entre una clase atomizada en
sí, en contraste con una movilizada y eficaz, donde al verse arroja-
dos a una situación común, los trabajadores aprenden a identificarse
mutuamente y cada uno apoya las iniciativas de los otros. Esta so-
lidaridad no es el resultado de una introyección de normas durante
la infancia sino un producto emergente de un destino común. En
este sentido, la expresión capital social recoge una intuición presen-
te desde los comienzos mismos de la disciplina (Portes, 1999). Sin
embargo, Alessandro Pizzorno afirma que, en este caso, la novedad
del concepto consiste en que guía para que se indaguen los mismos
fenómenos que tradicionalmente analizaba la sociología de un modo
nuevo, es decir, desde el punto de vista de un sujeto de acción que
trata las relaciones sociales en las que se mueve como medios para la
consecución de determinados fines (Pizzorno, 2003).

Principales exponentes teóricos

El capital social tiene una larga historia intelectual en las ciencias


sociales. El primer, aunque aislado, uso del término en el sentido
contemporáneo fue el de Lyda Judson Hanifan (1920), quien lo uti-
lizó para explicar el rol de la participación comunitaria en la deter-
minación del resultado de la educación local, por cuanto “el capital
social [...] se refiere a [...] los aspectos intangibles relevantes en la
vida cotidiana de las personas: buena voluntad, compañía, simpatía,
y relaciones sociales entre los individuos y la familia que permiten
la unidad social” (Hanifan, 1920: 67). Desaparecido como concep-
to por medio siglo, fue reinventado por Jane Jacobs al inicio de los

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años sesenta, donde los networks constituyen un capital social insus-


tituible de una ciudad “cuando el capital social se ha perdido, por
cualquier causa, el rédito que produce, desaparece, hasta que nuevo
capital social es lentamente acumulado”.
Sin embargo, se deben analizar los principales autores asociados
con el uso contemporáneo del término y sus diferentes enfoques. El
primer análisis sistemático contemporáneo del capital social fue el
de Bourdieu, quien lo definió como “el agregado de los recursos rea-
les o potenciales que se vinculan con la posesión de una red duradera
de relaciones más o menos institucionalizadas de conocimiento o
reconocimiento mutuo” (1985: 248). Su tratamiento es instrumental
y se concentra en los beneficios que reciben los individuos en virtud
de su participación en grupos y en la construcción deliberada de la
sociabilidad con el objetivo de crear ese recurso. Está interesado en
el uso de esta noción, sobre todo en cuanto al estudio de la estra-
tificación social, y por tanto se extiende en cómo las relaciones de
familia, de amistad, de círculos sociales de pertenencia y de las insti-
tuciones de la vida mundana operan con distintos mecanismos para
convalidar y reforzar las distinciones de clase.
Definido el capital social en estos términos, cabría aquí una
primera interrogante respecto a la diferencia entre redes sociales y
capital social. Putnam (2003) amplía el concepto y lo define como
el fenómeno interdisciplinario determinado por las siguientes di-
mensiones: la confianza en las personas, las normas que regulan la
convivencia, las redes de asociacionismo y de compromiso cívico, y
las relaciones sociales. En este contexto operacional, las redes sociales
conformarían un subconjunto del capital social.
Bourdieu hace hincapié en el carácter fungible de diferentes
formas de capital y en la reducción última de todas ellas al capital
económico, definido como trabajo humano acumulado. De allí que
a través del capital social los actores puedan obtener acceso directo a
los recursos económicos y, asimismo, incrementar su capital cultural
gracias a los contactos con expertos o la asociación a instituciones
con credenciales valoradas.
Aunque insiste en que los resultados de la posesión de capital social
o cultural son reductibles al capital económico, los procesos que dan

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origen a estas formas alternativas no lo son. Cada uno de ellos tiene su


propia dinámica y, en relación con el intercambio económico, se carac-
terizan por una menor transparencia y una mayor incertidumbre. Las
transacciones que implican capital social tienden a caracterizarse por
la presencia de obligaciones no especificadas, horizontes temporales
inciertos y la posible violación de las expectativas de reciprocidad.
Una segunda fuente contemporánea es la obra del economista
Glenn C. Loury:

La noción meritocrática de que, en una sociedad libre, cada


individuo se elevará hasta el nivel justificado por su com-
petencia, está en conflicto con la observación de que nadie
recorre ese camino completamente solo. El contexto social
dentro del que se produce la maduración individual condi-
ciona fuertemente lo que pueden lograr individuos que en
otros aspectos son igualmente competentes. Esto implica
que la igualdad absoluta de oportunidades [...] es un ideal
inalcanzable (1977: 176).

En este caso, el concepto capta las diferencias de acceso a las oportu-


nidades a través de las conexiones sociales para los jóvenes pertene-
cientes a sectores minoritarios y no minoritarios.
La obra de Loury allanó el camino para el análisis posterior de
Coleman (1988) sobre el mismo proceso, el papel del capital social
en la creación del capital humano. Coleman reconoce la contribu-
ción de Loury, así como la del economista Elchanan Ben–Porath
y los sociólogos Nan Lin y Mark Granovetter (1974). Granovetter
acuñó la expresión “fortaleza de los lazos débiles” para referirse a la
capacidad de las influencias indirectas exteriores al círculo inmedia-
to de la familia y los amigos íntimos, para servir como un sistema
informal de referencia de empleos. La idea era original porque se
contraponía a la noción de sentido común de que las redes densas,
como las existentes en los círculos familiares, serían más eficaces en
la búsqueda de trabajo. Si bien Nan Lin y sus colegas no usaron la
expresión capital social, insistieron en la importancia de las redes
densas como recurso (Lin, Ensel y Vaughn, 1981).

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En contraste, Granovetter y Buró hablan de la “fortaleza de


los lazos fuertes” en las redes y la movilidad social. Uno de los ejem-
plos más valiosos es el estudio del empresariado inmigrante y étnico,
en el que las redes y el capital social que fluye a través de ellas se
identifican consistentemente como el recurso clave para la creación
de pequeñas empresas. Coleman indaga sobre los mecanismos a tra-
vés de los cuales se genera el capital social. Adoptando un criterio
instrumental, define los casos de reciprocidad diferida. Las redes
sociales fomentan normas de reciprocidad: uno concede al otro sin
esperar retribución (al menos en lo inmediato), con la seguridad de
que la acción le reportará un beneficio diferido (Coleman, 1988). La
interacción se produce sobre la base de la confianza.
Alejandro Portes y Julia Sensenbrenner (1993) definen el capi-
tal social en su doble carácter, como principio y como instrumento.
Como principio, se refiere a aquellas acciones que no prevén ni una
recompensa directa a la persona ni indirecta a algún grupo de per-
tenencia, de modo que no actúan mecanismos de reciprocidad. Eso
ocurre como consecuencia de la circunstancia de que ni el donante
(prestador de capital) ni el beneficiario se presentan con identidades
reconocibles el uno por el otro. Se actúa según conciencia, según
principios universalistas, por pura generosidad, etc. Esto se debe a
que existen ciertos mecanismos de acción de las personas, vinculados
con procesos de socialización que conforman la identidad del indi-
viduo, basada en determinados principios de conducta. Esos princi-
pios se volverán el criterio que esa persona seguirá adoptando si se
quiere reconocer a sí misma como portadora de una identidad deter-
minada. Ofrecen como ejemplo el aporte anónimo a asociaciones de
beneficencia (Portes y Sensenbrenner, 1993).

La naturaleza de las relaciones sociales


que constituyen capital social

Pizzorno (2003) indaga sobre la naturaleza de las acciones sociales


que construyen capital social y para ello precisa los rasgos que las
distinguen de otras. Así, comienza por excluir los tipos de relaciones
sociales que obviamente no pueden constituir capital social y analiza

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lo que tienen en común. No lo son, explica, las relaciones de inter-


cambio, las de mero encuentro entre personas que no continúan su
relación, ni las de hostilidad, explotación o conflictivas en general. Son
sus rasgos distintivos que no necesitan ser reconocidas por la iden-
tidad del otro, o que intentan anularla. En consecuencia, son porta-
doras de capital social aquellas relaciones en las que es posible que la
identidad más o menos duradera de los participantes sea reconocida,
y que además hipoteticen formas de solidaridad o reciprocidad.
Por otra parte, en la práctica numerosos tipos de intercambio se
han hecho posibles, o al menos resultan más fáciles, cuando se for-
man sobre la base del reconocimiento de la identidad de aquéllos
que participan de él.

Las escalas conceptuales del capital social

Los estudios de capital social abordan diferentes escalas conceptua-


les que van desde la capacidad de los individuos y las familias para
garantizar los beneficios a través de la pertenencia a redes y otras es-
tructuras sociales, hasta los rasgos generales distintivos de ciertas
comunidades, ciudades e incluso naciones (Portes, 1999).
Hasta aquí se ha analizado el capital social fundado en las re-
laciones entre actores o entre un actor individual y un grupo. Sin
embargo, la aplicación del capital social por parte de los científicos
de la política lo considera una propiedad de todo el sistema social
que favorece tanto el desarrollo económico como la democracia,
lo que aporta un interesante giro conceptual.
Los trabajos más importantes en esta dirección son los de Put-
nam (1993) y Francis Fukuyama (2003). Estos autores han retoma-
do el concepto de capital social formulado por Coleman para ex-
plicar las características del desarrollo económico y político de una
sociedad dada y las diferencias de recorridos y niveles de moderniza-
ción de los distintos países.
Putnam estudió el rendimiento de las instituciones en las regio-
nes italianas y ha referido sus distintos réditos institucionales a las
dotaciones de capital social de que disponen. Para este autor, el capi-
tal social consiste en la organización social basada en la confianza, la

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reciprocidad y las redes de asociacionismo cívico, que promueven la


cooperación y la acción colectiva y aumentan la eficiencia de la so-
ciedad (1993: 196). Sobre todo, son las redes de tipo horizontal y las
normas de reciprocidad generalizada las que generan la confianza y
favorecen la acción colectiva (1993: 202). Para la producción de este
tipo de capital social, las relaciones de reciprocidad y confianza se
deben extender más allá de los confines de la familia y el parentes-
co. Por este motivo, las regiones del norte de Italia, afirma, con una
fuerte tradición cívica y una amplia dotación de capital social han
conocido el desarrollo económico y han obtenido las mejores pres-
taciones de las instituciones políticas. Esta realidad contrasta con
las regiones meridionales, donde la tradición cívica es débil, carecen
de capital social, con gobiernos ineficaces y estancamiento econó-
mico. El núcleo del discurso de Putnam reside en dos conceptos: el
familismo (Bandfield, 1958), orientación dirigida a maximizar las
ventajas materiales inmediatas del núcleo familiar estrecho, que im-
pide cualquier forma de organización más amplia, y el clientelismo,
intercambio directo de recursos a cambio de apoyo político. Ambos
son obstáculos insuperables para la modernización.
Otra investigación de Putnam se refiere a su provocativa tesis de
que los americanos en el siglo xx fueron “bowling alone” (Putnam,
1995). La imagen nostálgica, evocada por el solitario jugador de bo-
liche, se convierte en metáfora que representa el decreciente stock
nacional de capital social en Estados Unidos. La generación cívica
activa que caracterizó durante los años veinte y treinta a la sociedad
americana fue reemplazada por una generación no cívica, nacida y
educada luego de la segunda guerra mundial. Se trata de aclarar si
la virtud cívica americana está menguando o simplemente ha asu-
mido nuevas formas. Sin embargo, Fukuyama (2003) opina res-
pecto del trabajo de Putnam que pese al esfuerzo impresionante de
recopilación de datos, el autor todavía no ha demostrado de manera
convincente cuál ha sido el coeficiente de la tasa de variación del
capital social estadounidense en los últimos 40 años, o si su signo
debería ser positivo o negativo.
En un artículo reciente, Fukuyama aborda el problema del ca-
pital social y la corrupción política. La corrupción tiene un compo-

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nente cultural importante. Muchos funcionarios corruptos, explica,


no persiguen la transresión de las normas sociales; más bien, las nor-
mas de su sociedad les exigen ayudar a la familia y amigos antes de
velar por el interés público general. En tal sentido, el antropólogo
americano Edgard C. Banfield (1958) ha acuñado el concepto de
familismo amoral, porque está ausente la moral pública, en tanto los
principios de bien y de mal permanecen, pero son aplicados sólo en
las relaciones familiares. La amoralidad, explica Banfield, no es rela-
tiva al ámbito familiar sino a la ausencia de moral pública, es decir,
de ethos comunitarios, a la incapacidad de difundir en el tejido social
acciones organizativas y relaciones altruistas. O conduce a una doble
moral, la pública y la privada. Así, aclara Fukuyama, el nepotismo
es uno de los impulsos humanos más naturales. De ello se deduce la
importancia de conocer mejor la relación existente entre el capital
social y el cambio cultural.

Tipos de capital social

Las discusiones académicas en torno al capital social permiten hacer


cuatro distinciones importantes (Putnam, 2003):

• Capital social formal e informal. Las asociaciones organizadas


formalmente, con directivos reconocidos, requisitos de afiliación,
cuotas, reuniones regulares, etc., representan una forma de mani-
festarse del capital social. En ellas se han centrado los primeros
estudios de capital social, por conveniencias metodológicas (dis-
ponibilidad de registros). Hay otras que se constituyen día a día
con un alto grado de informalidad, por ejemplo, las personas que
se reúnen en una confitería, las comidas en familia, etc.; éstas re-
sultan tanto o más útiles que las formales al momento de lograr
determinados objetivos. Sin embargo, ambas son redes en las que
se puede desarrollar la reciprocidad (Putnam, 2003).
• Capital social denso y débil. Granovetter (1974) distinguió, por
primera vez, los vínculos fuertes de los débiles. Ambos están de-
terminados por la frecuencia y la proximidad del contacto. Una
amistad pertenece al tipo fuerte, no así el contacto ocasional con

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alguien a quien sólo se conoce de pasada. Sin embargo, el autor


señala que la eficacia de ambos vínculos tiene relación con el fin
que se persiga. El vínculo fuerte no necesariamente será el más
eficaz. “La posibilidad de conseguir un empleo es mayor si viene
de alguien a quien no conocemos mucho que de alguien a quien
conocemos bien, pues es probable que nuestro amigo íntimo co-
nozca a las mismas personas que conocemos nosotros, mientras
que un conocido superficial nos guiará probablemente hacia po-
sibilidades desconocidas” (Putnam, 2003).
• Capital social vuelto hacia dentro y hacia fuera. Cuando el ca-
pital social orienta sus acciones hacia el interior del grupo, fo-
mentando los intereses materiales, sociales o políticos de sus
propios miembros, se trata de un capital “vuelto hacia dentro”.
Estos grupos fuertemente cohesionados consolidan las formas
de confianza interna. Por lo general se organizan por categorías de
clase, sexo o etnias, y tienden a fortalecer y preservar los lazos
de nacimiento y posición social. Otro tipo de capital social mira
hacia fuera del grupo de estricta pertenencia y se preocupa por el
bien público. Es el caso de los grupos de caridad como la Cruz
Roja o los movimientos ecologistas, que generan beneficios tanto
públicos como personales. Esto no indica la superioridad social
o moral de los grupos vueltos hacia fuera respecto de los vueltos
hacia dentro.
• Capital social vinculante y capital social que tiende puentes. Esta
distinción tiene una estrecha correlación con la distinción pre-
cedente, pero es diferente. El capital social vinculante es aquél
que construye redes entre grupos homogéneos (etnia, edad, sexo,
clase social, etc.), en cambio, el que tiende puentes construye re-
des entre grupos heterogéneos. Se trata de una distinción impor-
tante, pues los efectos externos de las redes que tienden puen-
tes tienen la probabilidad de ser beneficiosos, mientras que las
vinculantes (limitadas al interior de nichos sociales) corren un
riesgo mayor de producir externalidades negativas. Los grupos
fuertemente trabados y homogéneos se pueden coaligar con bas-
tante facilidad para fines siniestros, el Ku Klux Klan constituye
un ejemplo notable al respecto. Sin embargo, esto no significa

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que los grupos vinculantes sean malos; en realidad, la evidencia


indica que la mayoría de personas consigue más apoyo social de
los lazos sociales vinculantes que de los que tienden puentes.

En la práctica, el capital social es multifacético, las reservas de capi-


tal social de una comunidad pueden ser más formales, sirven menos
para tender puentes, o para tender más puentes, pero son más inten-
sas, y menos preocupadas por lo público, etcétera.
Granovetter (1974) aporta el siguiente ejemplo: el caso de re-
acción frente a una propuesta radical de renovación urbana, de los
barrios a y b. La forma de capital social del barrio b (lazos débiles
al interior y puentes al exterior) permitió la formación de un movi-
miento de defensa de la comunidad, respecto del caso a (lazos fuer-
tes al interior), que permaneció pasivo.

Los efectos del capital social

Alejandro Portes (1999) distingue tres funciones básicas del capital


social, aplicables en una variedad de contextos:

• Como fuente de control social. Existe una serie de estudios sobre


capital social que se concentran en la imposición de reglas. El capital
social creado por las redes comunitarias compactas es útil para los
miembros de esa comunidad, en la medida en que procuran mante-
ner la disciplina y promover la lealtad entre quienes están a su cargo.
Su principal resultado es hacer innecesarios los controles formales
o abiertos. Ejemplo de ellos es el estudio de Min Zhou y Carl L.
Bankston (1996) sobre la unida comunidad vietnamita de Nueva
Orleans. También lo es el análisis de John Hagan, Ross MacMillan
y Blair Wheaton (1995) sobre el extremismo de derecha entre los
jóvenes de Alemania Oriental. Esta tendencia es manifestada por
los jóvenes procedentes de los estados orientales ex comunistas y se
explican como el resultado conjunto de la eliminación de los contro-
les sociales (bajo capital social) y las prolongadas privaciones sufridas
por los alemanes del este. La incorporación a Occidente dio origen
a nuevas incertidumbres y el aflojamiento de la integración social,

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Capital social y seguridad ciudadana

lo que permitió el resurgimiento de las tradiciones culturales subte-


rráneas. Varios ensayos de Coleman lamentan la desaparición de las
estructuras familiares y comunitarias informales que producía este
tipo de capital social y exhorta a la creación de instituciones formales
que ocupen su lugar.
• Como fuente de apoyo parental y familiar. Las familias comple-
tas y aquéllas en que uno de los padres tiene la tarea primaria de
criar a los hijos poseen más de esta forma de capital social que
las familias monoparentales o en las que ambos padres trabajan
(Portes, 1999). Sara McLanahan y Gary D. Sandefur (1994)
examinan las consecuencias de la monoparentalidad: el capital
social tiende a ser menor para los hijos de estas familias porque
carecen del beneficio de un segundo padre en la casa y suelen
cambiar con más frecuencia de vivienda, lo que hace que tengan
menos lazos con otros individuos de la comunidad. El análisis de
Lingxin Hao (1994) concluye que el capital social es mayor en
las familias con dos padres, las que tienen menos hijos y aquéllas
en que los padres tienen elevadas aspiraciones para éstos. Tanto
Hagan, MacMillan y Wheaton (1996) como Coleman (1988)
afirman que el hecho de dejar una comunidad tiende a destruir
los vínculos establecidos y con ello priva a la familia y los niños
de una gran fuente de capital social. Sin embargo, estos autores
encuentran un efecto compensatorio en el papel del apoyo fami-
liar como contrapeso de la pérdida de los lazos comunitarios.
• Como fuente de beneficios a través de las redes extrafamiliares.
Sin embargo, la función más común atribuida al capital social es
la de fuente de beneficios mediados por una red más allá de la
familia inmediata. Esta definición es la que más se acerca a la de
Bourdieu (1979; 1980), para quien el respaldo de los padres al
desarrollo de los hijos es una fuente de capital cultural, en tanto
el capital social se refiere a los bienes ganados gracias a la perte-
nencia a redes.
El uso más común de esta tercera forma de capital social se da
en el campo de la estratificación. Esta forma es invocada como
una explicación del acceso al empleo, la movilidad a través de los
escalafones ocupacionales y el éxito empresarial. Es central en el

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análisis de Loury (1981) y también se encuentra en la base de las


investigaciones de Granovetter (1974), quien habla de la fortaleza
de los lazos débiles para referirse a la capacidad de las influencias
exteriores al círculo inmediato de la familia y los amigos íntimos,
para servir como un sistema informal de referencia de empleos.
Posteriormente, Ronald Burt (1992) se basó en el trabajo de Gra-
novetter para desarrollar el concepto de “huecos estructurales”. En
su caso, el capital social se basa en la escasez relativa de los vínculos
de las redes, más que en su densidad. Lin aporta otro punto de vis-
ta en dirección opuesta a la precedente, es decir, en la fortaleza de
los lazos fuertes, condición que se hace evidente respecto de las re-
des en relación a la movilidad social (Lin, Ensel y Vaughn, 1981).
El papel de las redes sociales es igualmente importante en los es-
tudios de enclaves empresarios y nichos étnicos. Los primeros son
densas concentraciones de firmas de inmigrantes o grupos étnicos
que emplean una proporción significativa de sus pares como fuerza
de trabajo, que se manifiesta en una presencia física distintiva en
el espacio urbano. Las redes comunitarias son una fuente de recur-
sos vitales para estas empresas étnicas. Los segundos se constituyen
cuando un grupo puede colonizar un sector ocupacional determi-
nado de manera tal que sus miembros tienen un acceso privilegiado
a nuevas vacantes, a la vez que restringen el de las personas ajenas a
ellos. Las oportunidades de movilidad a través de los nichos son
motorizadas en su totalidad por las redes. El poder de las cadenas
reticulares es tal que las vacantes en el nivel de ingreso se cubren a
menudo con parientes y amigos de remotos lugares extranjeros en
vez de acudir a otros trabajadores locales disponibles (Sassen, 1995).

Capital social negativo

El capital social tiene múltiples perfiles y, en tal sentido, no es posi-


ble medirlo sólo en términos cuantitativos. Ha de valorarse cualita-
tivamente, ya que varía de manera sistemática en el tiempo y en el
lugar. El análisis de sus efectos favorables y desfavorables está en
ciernes, por ello no se puede dar por sentado que el capital social ha
de ser algo bueno siempre en todas partes. Así, el capital social no

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Capital social y seguridad ciudadana

se distingue de las otras formas de capital. Una inversión importante


de capital físico (armamentos de guerra) o humano (manipulación
genética) puede tener externalidades negativas para la sociedad.
Cabría aquí una segunda interrogante respecto de la relación
existente entre el concepto de capital social y la sustentabilidad so-
cial de las comunidades. En este sentido, esta última está vinculada
a los efectos exclusivamente positivos derivados de las reservas de
capital social comunitario.
Portes (1999) analiza los estudios recientes e identifica cuatro
consecuencias negativas del capital social:

• Exclusión de los extraños. Los lazos que aportan beneficios a los


miembros de un grupo por lo general lo autorizan a vedar el ac-
ceso a otros. Como señala Roger Waldinger, “las mismas relacio-
nes sociales que [...] mejoran la desenvoltura y la eficiencia de los
intercambios económicos entre los miembros de la comunidad,
restringen implícitamente a los extraños a ella” (1995: 557).
• Reclamos excesivos a los integrantes del grupo. Afirmando los
términos precedentes, Ralf Dahrendorf advierte: “Las comu-
nidades locales construidas sobre la homogeneidad tienden a
ser intolerantes en su interior y agresivas en el exterior” (2002:
31). En ciertas circunstancias, el cierre del grupo o la comuni-
dad puede impedir el éxito de las iniciativas empresarias de
sus miembros. Granovetter (1995) advierte cómo aquellos miem-
bros menos diligentes de una comunidad imponen a los más exitosos
todo tipo de demandas, respaldadas en una estructura normativa
compartida. Para los demandantes, su capital social consiste justo
en el acceso privilegiado a los recursos de sus compañeros.
• Restricciones a la libertad individual. Aquellas comunidades que
ejercen un fuerte nivel de control social se convierten en ámbitos
muy restrictivos de las libertades personales, razón por la cual
los jóvenes y las personas de mentalidad más independiente de-
ciden marcharse. Una intensa vida comunitaria presupone una
vigorosa imposición de las normas locales, lo que trae como
consecuencia la reducción de la privacidad y autonomía de los
individuos. Se reedita aquí el viejo dilema entre la solidaridad

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comunitaria y la libertad individual, analizado por Georg Sim-


mel (1964) en su ensayo “La metrópoli y la vida mental”, donde
el autor se declara partidario de la autonomía y la responsabili-
dad personales. En la actualidad, el péndulo ha vuelto a oscilar y
muchos autores exhortan a fortalecer las redes comunitarias y el
respeto de las normas a fin de restablecer el control social.
• Normas niveladoras hacia abajo. Hay situaciones en que la so-
lidaridad grupal se consolida con la experiencia común de la
adversidad y la oposición a la sociedad predominante. En estos
casos, las historias de éxitos individuales socavan la cohesión
del grupo, porque ésta se funda en la presunta imposibilidad de
aquéllos. El resultado son normas niveladoras hacia abajo que
mantienen en su lugar a los miembros de un grupo oprimido y
obligan a los más ambiciosos a escapar de él (Portes, 1999).

Así pues, el capital social, en la forma de control social, puede tener


efectos tanto favorables como adversos para el desarrollo de los indi-
viduos y de la comunidad en general.

Inseguridad urbana

Una de las situaciones más evidentes en relación con la violencia


delictiva en América Latina es el contraste entre la creciente sen-
sación de inseguridad de la población y la ausencia de estadísticas
consolidadas que permitan dimensionar de manera más objetiva el
fenómeno. Si bien la percepción de la población es parte del fenó-
meno, la ausencia de estadísticas continuas dificulta la elaboración
de diagnósticos que orienten de manera efectiva las acciones a em-
prender por las autoridades públicas, el sector privado y la población.
Hay avances en el registro estadístico en algunos países —Co-
lombia, Chile, El Salvador, Nicaragua, Venezuela, Perú y Brasil—
respecto a la tipificación y niveles de violencia, en la medición de los
costos económicos y otras formas de evaluación del fenómeno como
las encuestas de victimización, que permiten un análisis de la preva-
lencia efectiva de la violencia.

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Capital social y seguridad ciudadana

En este contexto, la inseguridad urbana será considerada como


valor objetivo y subjetivo, a través de sus dos dimensiones: victimiza-
ción y percepción, y sus respectivos conjuntos de indicadores.

Violencia urbana y victimización

La violencia urbana está asociada, según algunos autores, al concep-


to de criminalidad (Carrión, 1994; Vanderschueren, 1994). La ma-
yor parte de la violencia ejercida en contra de una persona tiene una
dimensión delictiva y, por tanto, está penada socialmente. Sin em-
bargo, se adopta el término de violencia urbana para hacer referencia
al crimen cometido en los entornos públicos de las grandes ciudades.
Así, la violencia urbana sería aquella ejercida en el marco de las rela-
ciones y dinámicas mediadas por la convivencia urbana, cuyas expre-
siones más frecuentes son el robo a mano armada, las amenazas, las
agresiones, los golpes, los secuestros y el homicidio.
La victimización es el acto a través del cual una persona es objeto del
uso de la fuerza, cuya consecuencia es el daño físico o psicológico. La
mayor parte de los estudios revelan que la victimización por la violencia
urbana, sobre todo la que termina con la muerte o con el daño físico de
la persona, se encuentra asociada con ciertas variables demográficas.
Las dos variables importantes asociadas con la victimización son
las demográficas y las conductuales.
La pertenencia a un sector socioeconómico bajo se suele con-
siderar un factor de riesgo de victimización violenta; sin embargo,
algunos estudios sugieren que la condición personal de la víctima
(género y edad) pesa más que el contexto ambiental donde el acto
violento se produce. Susan Rose–Ackerman (1997) concluye sobre
un estudio en la ciudad de São Paulo que los robos (delitos contra la
propiedad) predominan en áreas donde son mejores las condiciones
de vida, mientras que los homicidios (delitos contra las personas)
ocurren en áreas periféricas de baja extracción económica.
En relación con la variable conductual, el consumo de alcohol y
la tenencia de armas, parecen estar asociadas con la victimización.
Su presencia se convierte en un factor de riesgo de sufrir una agre-

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sión. Por lo general, estas variables se han asociado más con el perfil
del delincuente que con la víctima.
Se distingue entre los delitos por inseguridad y aquéllos por
convivencia. Se prestará aquí atención a los de inseguridad: los
que suceden en los espacios públicos o en los privados a mano de
terceros.

Percepción de la inseguridad urbana

El miedo al delito ha sido definido en la literatura temática como


el temor respecto de la probabilidad de resultar víctima del delito.
Este concepto ha sido ampliamente difundido y empleado en las
encuestas de victimización (ev) aplicadas como instrumento de in-
vestigación para el diseño de políticas públicas preocupadas no sólo
por la seguridad objetiva sino también por la sensación subjetiva de
los habitantes de la ciudad frente a la criminalidad.
El temor al delito constituye un problema tan importante co-
mo el riesgo de victimización. Sin embargo, en los estudios de vic-
timización la variable miedo al delito es independiente de la varia-
ble riesgo de victimización (Lea y Young, 2001; Lupton y Tulloch,
1999; Hollway y Jefferson, 1997; Tulloch, 2000).
Entre los múltiples aspectos que explican la ausencia de correla-
ción empírica entre ambas variables, se encuentran:

• La sensación de inseguridad está en parte determinada por la con-


ciencia de vulnerabilidad de las personas, ya sea por sus debilidades
biológicas o situacionales, como es el caso de las mujeres y los adultos
mayores, ya sea por sus condiciones socioeconómicas, lo que hace
que se perciban a sí mismas como víctimas potenciales de delito.
• La consideración del miedo al delito como un producto irracio-
nal deriva de la distorsión de la realidad que abonan los medios
de comunicación al difundir el pánico y la alarma social (Gra-
bosky, 1995). En este sentido, Mary Douglas (1996) advierte
que los peligros percibidos siempre cobran sentido dentro de un
contexto cultural compartido que determina sus niveles de acep-

76

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Capital social y seguridad ciudadana

tabilidad. La sensibilidad al delito se debe localizar cultural y so-


cialmente (Geertz, 1994).
• La sensación de mayor vulnerabilidad y desprotección difiere noto-
riamente según el sector social. Mientras que en los sectores popu-
lares la inseguridad se expresa como temor ante atentados contra la
seguridad física, en los de mayores ingresos se percibe como el temor
ante las amenazas a la propiedad.

Resultados

Capital social

En principio, resulta interesante y útil adoptar para la valoración del


capital social los indicadores considerados por Putnam (2003): la
confianza social y en las instituciones; las redes de cooperación for-
males e informales, el stock de relaciones sociales en sus diversas mo-
dalidades de acción y las normas que regulan la convivencia. Todos
conforman el conjunto de indicadores que cualifican el capital social,
promueven su construcción o la desalientan.
Para el análisis de esta variable se tomaron los datos obteni-
dos de tres fuentes diferentes: la Encuesta Nacional sobre Calidad
Democrática, Formación Ciudadana y Comportamiento Electoral
de junio de 2010, realizada por la Agencia bfc, a los fines de la
presente investigación; la Encuesta Nacional sobre Capital Social
en Medio Urbano 2006, realizada por la Secretaría de Desarro-
llo Social (sedesol) en colaboración con expertos del Programa
de Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud) en México, y la
Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas
(encup) 2008. En tal sentido, el conjunto de gráficos y el anexo
de mapas temáticos (información de sistemas gráficos, gis) que se
presentan son de elaboración propia, a partir de las bases de datos
mencionadas.
Tal como está planteado en los objetivos generales de la investigación,
se intenta identificar regiones homogéneas en relación con el comporta-
miento de cada conjunto de indicadores. Es importante señalar que en el

77

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Gráfica 2.1 Confianza cero

30
1. Familia
25 2. Compañeros
de trabajo
20
3. Compadres
15 4. Amistades
5. Vecinos
10 6. Partidos políticos
7. Policía
5
8. Empresarios
9. Jueces
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 10. Iglesia
CONFIANZA HORIZONTAL CONFIANZA VERTICAL

análisis de los datos sólo se realizan comparaciones entre las tres unidades
cuando aparecen diferencias que puedan ser de interés para el trabajo. Por
el contrario, en aquellas dimensiones en que la distribución de los valores
es homogénea se presentan los datos agregados del conjunto.

Confianza social y confianza en las instituciones


En términos de capital social, la inseguridad urbana está asociada a
la dimensión de la confianza, en este caso, entre las personas en ge-
neral y en las instituciones.
Según la gráfica 2.1, las instituciones vinculadas a los aspectos de
seguridad ciudadana se encuentran en los primeros lugares de la
desconfianza. Así lo indican los datos globales en relación con la con-
fianza vertical. Encabezan la lista los partidos políticos (30%), le si-
guen la policía (25%), el gobierno (21%) y los jueces (19%).
En el extremo de la confianza total, se encuentra en primer lugar
la familia (52%), seguida por la iglesia (40%) y, en un salto porcen-
tual significativo, el resto de las instituciones. Los vecinos merecen
en este caso 11% de confianza (véase la gráfica 2.2). Es decir, es más
lo que se confía en ellos que lo que no (9%).
Del análisis gráfico se concluye que en general los mexicanos son
personas muy desconfiadas, y que a la hora de confiar lo hacen más
en sus congéneres que en sus instituciones. En este caso, la iglesia es

78

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.2 Confianza total

60
1. Compañeros
50 de trabajo
2. Vecinos
40 3. Amistades
30 4. Compadres
5. Familia
20 6. Iglesia
7. Policía
10
8. Empresarios
9. Jueces
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 10. Partidos políticos
CONFIANZA HORIZONTAL CONFIANZA VERTICAL

una excepción, ya que es la única institución con valores de confian-


za tan importantes como los de la familia.
Si se distribuyen los valores de confianza en las instituciones (ver-
tical) por región territorial, la iglesia se confirma como la institución
más confiable en las tres regiones, con variaciones importantes de la
frontera norte a la región central. El valor de confianza intermedio está
representado por el sur. Muy por debajo de estos valores se encuentran
el resto de las instituciones representadas por empresarios, jueces, go-
bierno, policía y partidos políticos (véase la gráfica 2.3).
La gráfica 2.4 ofrece la distribución espacial de la confianza en
la iglesia por entidad federativa. En la región norte, Durango, Sina-
loa, Baja California Norte y Nuevo León son los estados de mayor
confianza; en la región sur, destacan Chiapas, Veracruz y Puebla; el
estado de México y Jalisco en el centro. El resto de los estados regis-
tran valores homogéneos.
La gráfica 2.5 ilustra el descrédito de las instituciones vinculadas
a los aspectos de la inseguridad ciudadana por región. La policía re-
gistra el mayor porcentaje de desconfianza cero en la región central;
le siguen, en orden decreciente, la frontera norte y la región sur. Tanto
jueces como gobierno tienen menos desprestigio en la región fronte-
riza del norte.

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Gráfica 2.3 Distribución regional


de la confianza total en las instituciones
35
1. Iglesia
30 2. Empresarios
25 3. Jueces
4. Gobierno
20
5. Policía
15 6. Partidos
políticos
10

1 2 3 4 5 6 1 2 3 4 5 6 1 2 3 4 5 6
NORTE CENTRO SUR

Gráfica 2.4 Geografía de la confianza en la iglesia por estado


¿Qué tanto confía usted en su iglesia?

TOTALMENTE
2.4 a 3.7 %
1.2 a 2.4 %
0 a 1.2 %
Estados no considerados

La gráfica 2.6 confirma la distribución de los bajos valores de con-


fianza en la policía en los estados centrales de la República. Esta situa-
ción es menos evidente en los estados norte y sur, donde la distribución
de los valores es más homogénea a favor de la desconfianza.
Sin embargo, también interesa lo que Putnam (2003) denomina
la confianza social, definida como la disposición generalizada de los
individuos a confiar en sus conciudadanos. La confianza sustenta las

80

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.5 Confianza cero en las instituciones por región


45
40
35
30
25
20
15
10
5

Jueces Gobierno Policía Jueces Gobierno Policía Jueces Gobierno Policía


NORTE CENTRO SUR

Gráfica 2.6 Geografía de la confianza en la policía


¿Qué tanto confía usted en la policía?

POCO
3.0 a 5.7 %
1.5 a 3.0 %
0 a 1.5 %
Estados no considerados

redes de sociabilidad, tanto formales como informales, sobre la base de


la reciprocidad mutua, y construye diversos tipos de capital social.
La desconfianza social predomina entre los mexicanos. Si se analiza la
distribución de los valores en relación con esta dimensión para la totalidad
de la muestra, es posible concluir que más allá de las condiciones particu-
lares de cada región territorial una abrumadora mayoría (70%) manifiesta
un alto grado de desconfianza hacia sus congéneres (véase la gráfica 2.7).

81

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Gráfica 2.7 Confianza social


Usted diría que la mayoría de la gente es...
80
1. No respondió
60 2. No sabe
3. Hay de todo
40
4. Uno debe cuidarse
las espaldas
20
5. La mayoría de la
gente es confiable
1 2 3 4 5

Gráfica 2.8 Geografía de la confianza en la familia


¿Qué tanto confía usted en la familia?

TOTALMENTE
3.4 a 8.31 %
1.3 a 3.4 %
0 a 1.3 %
Estados no considerados

Al analizar la distribución de los valores por región, la frontera nor-


te registra el mayor porcentaje de desconfianza horizontal (42%), le si-
guen el centro (32%) y, con diferencias poco significativas el sur (30%).
Sin embargo, dentro de la confianza horizontal, la familia es la
institución que merece mayor confianza. La gráfica 2.8 distribuye
espacialmente los valores de este indicador en correspondencia con
cada uno de los estados federativos. El dominio de las pantallas más
oscuras en la mayor parte del territorio confirma la importancia que
la familia tiene para los mexicanos. Esta situación es dominante en
las tres regiones, con picos mayores en los estados centrales de Jalis-
co, Puebla y estado de México.

82

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.9 Geografía de la confianza en los vecinos


¿Qué tanto confía usted en los vecinos?

TOTALMENTE
1.2 a 1.8 %
0.6 a 1.2 %
0 a 0.6 %
Estados no considerados

Un lugar menor ocupan los vecinos. También en este caso, la re-


gión central se manifiesta más confiada en relación con ellos. Repre-
sentan la excepción los estados de Baja California Norte y Chiapas, en
las región fronteriza y sur, respectivamente (véase la gráfica 2.9).

Participación en organizaciones:
capital social formal
Conforme señala Putnam (2003), una de las funciones más comunes
atribuida al capital social es la de fuente de beneficios mediados por
una red más allá de la familia inmediata, cuyo uso más generaliza-
do se da en el campo de la estratificación socioeconómica. En tal
sentido, es importante analizar la participación en organizaciones y
el grado de sociabilidad informal. Sin embargo, en ambas redes se
puede desarrollar la reciprocidad (Putnam, 2003).
Las asociaciones organizadas formalmente, con directivos re-
conocidos, requisitos de afiliación, cuotas, reuniones regulares, etc.,
representan una forma de manifestarse del capital social. En ellas se
han centrado los primeros estudios de capital social, por convenien-
cias metodológicas (disponibilidad de registros).
De la totalidad de la muestra, sólo 28% de los mexicanos perte-
necen a asociaciones; el resto (72%) declara no pertenecer a organi-
zación alguna. Esta realidad habla de un capital social formal escaso.

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Al distribuir los valores por región, la frontera norte y el sur se


manifiestan sensiblemente más participativas (30%) que la región
central (28%).
Si se analiza la composición de la participación por región, en
los tres casos se trata mayoritariamente de agrupaciones religiosas,
es decir, que participan colectivamente a través de su iglesia (la ins-
titución que les merece mayor confianza). Esta participación consis-
te muchas veces en acontecimientos comunitarios episódicos, como
festividades en honor a figuras religiosas.
También en los tres casos, y en segundo lugar de importancia,
está la participación en clubes deportivos, sobre todo en la región
central. El sur participa en organizaciones ejidales. Le siguen en or-
den decreciente las asociaciones o los grupos vecinales y los sindica-
tos. Los partidos políticos registran los valores más bajos de parti-
cipación. Si se estima la participación promedio, el sur es la región
más participativa del país (véase la gráfica 2.10).

Sociabilidad informal: capital social informal


Además de las asociaciones formales, hay otras que se constituyen
día a día con un alto grado de informalidad, por ejemplo, las personas
que se reúnen en una confitería, las comidas en familia, etcétera.
En general, el mexicano no se caracteriza por llevar una vida so-
cial intensa. Si se analizan los datos para la totalidad de la muestra,
una importante mayoría (70%) no se visita con sus congéneres.
60% del capital social que construyen los mexicanos está domi-
nado por los lazos fuertes, es decir, relaciones familiares (véase la
gráfica 2.11). Le siguen en orden de importancia las relaciones con
los compadres, figura fuertemente instituida en los vínculos socia-
les informales mexicanos. El resto de las relaciones se establece con
amigos y vecinos de la colonia. Los lazos débiles están representados
por los conocidos y compañeros de trabajo.
El análisis regional de esta dimensión indica mayores niveles de
sociabilidad con los vecinos de su colonia residencial en las regiones
fronteriza del norte y central. El sur manifiesta una sociabilidad comu-
nitaria que, sin embargo, parece ser más intensa si se tiene en cuenta la
frecuencia con que se visitan en sus casas (véase la gráfica 2.12).

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.10 Composición de la participación por región

1. Agrupación
20 religiosa o iglesia
2. Club deportivo/
recreativo
3. Asociación o grupo
15 de vecinos
4. Sindicatos u
organización o
asociación laboral
10
5. Organización ejidal,
campesina o de
agricultores
5 6. Asociación de
autoayuda (Alcohó-
licos Anónimos,
Neuróticos Anónimos)
1 2 3 4 5 6 7 1 2 3 4 5 6 7 1 2 3 4 5 6 7 7. Organización o
partido político
NORTE CENTRO SUR

Gráfica 2.11 Vida de relación


Veces que usted visita en su casa a...

60

50

40

30

20

10

Compañeros de trabajo Conocidos Familiares Compadres Amigos Vecinos

85

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Gráfica 2.12 Sociabilidad con los vecinos

45 1. Tiene reuniones
frecuentes con sus
40
vecinos en los
35 lugares públicos

30 2. Se reúne con
sus vecinos en
25 casa y va seguido
a sus casas
20
3. Tiene poco trato
15 con los vecinos
10 4. No tiene trato
con los vecinos
5

1 2 3 4 1 2 3 4 1 2 3 4
NORTE CENTRO SUR

Gráfica 2.13 Acciones solidarias


¿La gente se ayuda más o menos que hace un año?
50

40

30

20

10

No respondió No sabe Más Igual Menos

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Capital social y seguridad ciudadana

Acciones solidarias
Los cambios en la estructura familiar, el capital humano y la situa-
ción laboral familiar conforman el conjunto de indicadores que a
través de las redes de cooperación cualifican el capital social, pro-
mueven su construcción o la desalientan.
Entre las condiciones de contexto mencionadas por Putnam
(2003), el divorcio, el retraso en el matrimonio y los nacimientos
extramatrimoniales, entre otros, son los aspectos determinantes de
las nuevas estructuras familiares, que tienen una fuerte incidencia en la
construcción de capital social.
Las familias tradicionales, conformadas por dos padres e hijos res-
pectivos, dan paso a las unipersonales, ensambladas, monoparentales,
etc. En este último caso, el capital social tiende a ser menor para los
hijos de las familias monoparentales porque carecen del beneficio de
un segundo padre en la casa.
De igual manera, el hecho de cambiar de lugar de residencia
tiende a destruir los vínculos establecidos y con ello priva a la familia
y los niños de una gran fuente de capital social. En tal sentido, un
efecto compensatorio jugaría el papel del apoyo familiar como con-
trapeso de la pérdida de los lazos comunitarios.
La edad de la familia también ofrece un punto de interés. Por
ejemplo, en las familias jóvenes, la crianza de los hijos pequeños
plantea la necesidad de promover la vida de relación a través de con-
tactos con sus congéneres (otros niños). En muchas ocasiones, es-
tos contactos son promovidos por los adultos (padres de los niños),
quienes a su vez construyen lazos de reciprocidad entre ellos, que
contribuyen a consolidar la vida comunitaria.
Si se analiza la disposición a realizar acciones solidarias, la
mitad de los encuestados opina que la gente está cada vez menos
dispuesta a ayudar (véase la gráfica 2.13). Entre las posibles causas
atribuibles a esta actitud, estarían las diferencias de creencias,
la difícil situación económica y la falta de comunicación (véase la
gráfica 2.14).
De la mitad restante, uno de cada cinco opina que la gente se
ayuda más, y en tal sentido, es la confianza la que promueve esta dis-
posición de ayudar al prójimo (véase la gráfica 2.15).

87

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Gráfica 2.14 Acciones solidarias


¿Por qué ayuda menos?
9 1. No respondió
8 2. Otra
3. Las familias viven
7
separadas
6 4. Hay mucha
inseguridad
5
5. Falta de conciencia
4 de apoyo mutuo
6. La situación
3 económica no lo
2 permite
7. Falta de
1 comunicación
8. Conflictos de
1 2 3 4 5 6 7 8 religión

Acción colectiva y participación en la vida comunitaria:


capital social vuelto hacia adentro o hacia afuera
En este caso, es importante identificar la existencia de redes de apoyo
y de las formas de acción colectiva y participación en la vida comunita-
ria. La orientación de las acciones colectivas determinará la condición
vuelta hacia afuera o hacia adentro del capital social, distinción impor-
tante para ponderar los efectos externos de uno y otro modo de acción.
El análisis de los datos globales revela que una amplia mayoría
(70%) de los mexicanos se desentiende del bien público en general;
el resto demuestra estar dispuesto a llevar a cabo acciones fuera del
grupo de estricta pertenencia, motivado por la voluntad de ayudar
al prójimo. En tal caso, las acciones que predominan están vincu-
ladas con aportes en dinero a la Cruz Roja, donación de alimen-
tos, medicina o ropa en casos de desastre, y eventualmente auxilio a
desconocidos (véase la gráfica 2.16).
Lamentablemente, no se cuenta con una base de datos que permita
identificar el tipo de acciones colectivas que caracterizan a cada región.
Si se consideran ahora las acciones al interior del grupo de
pertenencia, es decir, aquéllas vinculadas a la vida comunitaria

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.15 Acciones solidarias


¿Por qué ayuda más?

10 1. No respondió
2. Otra
8 3. Más compresión
4. Conveniencia
para los habitantes
6
5. Las juntas de los
programas sociales
4 6. Hay más
conciencia de
apoyo mutuo
2
7. Se ayuda con lo
poco que se tenga
8. Hay confianza
1 2 3 4 5 6 7 8

y sus modos de participación, se observa lo siguiente: 86% de


los encuestados que acreditan una antigüedad de un año como
mínimo de residencia en el lugar ha participado en la resolución
de problemas en su colonia (véase la gráfica 2.17) y, en tal caso, su
participación ha sido voluntaria (véase la gráfica 2.18). Mayorita-
riamente, el tipo de aporte ha sido de tiempo personal, y eventual-
mente de trabajo y dinero (véase la gráfica 2.19).
No obstante los bajos niveles de participación, en los dos tipos de
acciones consideradas en la gráfica 2.20, una vez más el sur demues-
tra ser más participativo que el resto de las regiones.
Uno de cada dos encuestados opina que el desapego o desin-
terés por los problemas de la colonia es la causa más generalizada
por la cual la gente no participa. La segunda causa, está represen-
tada por la falta de acuerdo entre los vecinos para enfrentar las
vicisitudes (véase la gráfica 2.21).
A pesar de estar dispuestos a colaborar, 42% de los mexicanos
declaran tener pocas expectativas a la hora de apelar a las autori-
dades para que se atiendan problemas de su colonia (véase la gráfi-
ca 2.22). Al interior de la colonia, este porcentaje se reduce a 35%

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Gráfica 2.16 Tipo de acciones orientadas al bien público


¿Alguna vez usted ha llevado a cabo las siguientes acciones?

90 1. Ha hecho donativos o prestado


ayuda a alguna organización social
(agrupación de ciudadanos)
80 2. Ha recaudado fondos para una
causa (por ejemplo, para los
enfermos de cáncer)
70 3. Ha participado en actos de apoyo
a alguna causa (por ejemplo, en
alguna marcha)
60 4. Ha enviado mensajes por
computadora en apoyo de alguna
causa
50 5. Ha enviado o firmado cartas para
apoyar una causa (por ejemplo,
para apoyar la destitución de algún
40 funcionario)
6. Ha enviado dinero u objetos a
algún programa de televisión o
30 radio para una buena causa
7. Ha auxiliado a algún desconocido
8. Ha participado personalmente
20 como voluntario en alguna
actividad a beneficio de la
comunidad
10 9. Ha donado alimentos, medicina o
ropa en caso de un desastre
10. Ha dado dinero a la Cruz Roja
11. Ha donado sangre
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11

Gráfica 2.17 Grado de participación


¿Usted participó en resolver los problemas de su colonia?
100

80

60

40

20

No respondió No sabe No, pero tenía disposición Igual No Sí

90

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.18 Tipo de participación


¿Su participación para resolver los problemas
fue voluntaria o se sintió obligado?
90

70

50

30

10

No respondió No sabe Obligada Parte voluntaria y parte obligada Voluntaria

Gráfica 2.19 Tipo de aporte


¿Qué aportó?
20

15

10

Otra Tiempo Comida Materiales Trabajo Dinero

Gráfica 2.20 Distribución por región del tipo de acciones


25 1. Se han
20 reunido para
resolver
15 problemas
comunes
10
2. Se han
5 organizado para
exigir la
satisfacción de
1 2 1 2 1 2
alguna demanda
NORTE CENTRO SUR

91

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Gráfica 2.21 Razones para no colaborar


Razones por las que la gente no colabora
para resolver problemas de su colonia / localidad
60
1. No respondió
2. No sabe
50 3. No se logra nada al
cooperar
4. Los que cooperan son
40 reprimidos o castigados
por las autoridades
5. Siempre se tienen
30
beneficios aunque
no se coopere
20 6. La gente no
se pone de acuerdo
7. Los que cooperan son
10 criticados o castigados por
la colonia / localidad
8. A cada quien le interesan
1 2 3 4 5 6 7 8 sólo sus problemas

Gráfica 2.22 Acción colectiva en la colonia


¿Qué tanto cree que usted y sus vecinos pueden influir en las autoridades
para que se atiendan los problemas de la colonia / localidad?

60 1. Poco
2. Mucho
3. Depende
40
4. Totalmente
5. Nada
20
6. Regular
7. No sabe
8. No respondió
1 2 3 4 5 6 7 8

92

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.23 Acción colectiva en la colonia


Si en su colonia / localidad hay un problema,
¿qué tan probable es que la gente coopere para que se resuelva?

40 1. Poco probable
2. Algo probable
30 3. Muy probable
4. Nada probable
20
5. No sabe

10 6. Depende
7. La gente no colabora
8. No respondió
1 2 3 4 5 6 7 8

cuando se trata de la cooperación de los propios colonos a través de


acciones concretas (véase la gráfica 2.23).
Uno de cada tres encuestados considera la inseguridad de su colonia el
problema principal que más atención reclama de los vecinos. Le siguen, en
orden decreciente, los servicios públicos, las malas condiciones de las via-
lidades y la contaminación ambiental de su colonia (véase la gráfica 2.24).
Un dato significativo a la hora de evaluar los problemas de la in-
seguridad urbana es el resultado que arrojan las encuestas en relación
con los actos de violencia en el ámbito de la colonia. En tal sentido,
ocho de cada diez vecinos declaran que se han producido actos de
violencia (véase la gráfica 2.25).

Relaciones sociales y redes de apoyo:


capital social denso y débil
Los vínculos fuertes y los débiles están determinados por la frecuen-
cia y la proximidad del contacto. Sin embargo, Granovetter (1974)
señala que la eficacia de ambos vínculos tiene relación con el fin que
se persiga. El vínculo fuerte no necesariamente será el más eficaz.
Confirmando esto, el análisis de los datos para la totalidad de la
muestra revela que los mexicanos recurren a sus redes de apoyo según
sus fines. En todos los casos de necesidad, la familia juega un rol muy

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Gráfica 2.24 Principales problemas de la colonia

30 1. Seguridad
2. Servicios públicos
de luz, agua
25
3. Servicios públicos
basura, baches
20 4. Otro
5. Contaminación
15 y medio ambiente
6. Violencia
7. Salud
10
8. No sabe
9. Educación
5 10. Religiosos
11. Políticos

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 12. No respondió

Gráfica 2.25 Actos de violencia en la colonia


En lo que va del año, en su colonia / localidad
¿se ha producido o no algún acto de violencia?
80

60

40

20

No respondió No sabe Sí No

94

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.26 Asistencia con dinero


Veces que pidió dinero prestado a...
25

20

15

10

Compañeros de trabajo Familiares Compadres Amigos Vecinos

Gráfica 2.27 Ayuda para conseguir trabajo


Veces que pidió ayuda para conseguir trabajo a...
10

Compañeros de trabajo Familiares Compadres Amigos Vecinos

importante, sobre todo a la hora de apoyar con dinero, cuidar a los hijos
y asistir enfermos de gravedad (véanse las gráficas 2.26, 2.28 y 2.29).
Sin embargo, para conseguir trabajo recurren más frecuentemen-
te a sus compadres (véase la gráfica 2.27). Ello confirma la fortaleza
de los lazos débiles y la capacidad de las influencias indirectas exte-
riores al círculo inmediato de la familia y los amigos íntimos, para
servir como un sistema informal de referencia de empleos. Esta idea se
contrapone a la noción de sentido común de que las redes densas,
como las existentes en los círculos familiares, serían más eficaces en
la búsqueda de trabajo.
La distribución regional de los valores confirman las afirmaciones pre-
cedentes. Las redes de apoyo en la zona central son las más importantes a

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Marina Inés de la Torre Vázquez

la hora de quedarse sin empleo; en la frontera norte, para realizar trámites


cotidianos. Sin embargo, esta distribución nada dice en relación con los
vínculos idóneos para cada tipo de necesidad (véase la gráfica 2.30).
No obstante la percepción generalizada de que la gente en la ac-
tualidad es igual o menos solidaria que antes (69%), al indagar en
relación con la actitud de colaboración de los ciudadanos, la región
fronteriza del norte se percibe más solidaria (50%), en contraposi-
ción con la región sur (29%).

Imperio de la ley
Como ya se explicó, en términos de capital social la inseguridad ur-
bana está asociada a la dimensión de la confianza, en este caso, entre
las personas en general y en las instituciones. En relación con estas
últimas, es importante indagar la percepción del mexicano sobre sus
derechos y, en consecuencia, al imperio de la ley.
Uno de cada dos mexicanos opina que la ley en México no protege
a todos por igual (véase la gráfica 2.31), pero casi la totalidad de los en-
cuestados (85%) considera que vale la pena respetarla (véase la gráfica
2.32). Este respeto por la ley se manifiesta en la opinión generalizada
(89%) que declara que quien la cumple merece respeto (véase la gráfica
2.33).
En relación con los derechos ciudadanos, 82% de los encuestados
declara que sus derechos nunca fueron limitados o no respetados. La
minoría restante que sintió sus derechos cercenados atribuye esta si-
tuación a diversas causas; entre ellas, la más importante, es la baja
condición social, seguida por la apariencia física y la diferencia de
género y edad (véase la gráfica 2.34).
La región norte se manifiesta más normativa que el resto de
las regiones, en relación con el cumplimiento de la ley (véase la
gráfica 2.35). El sur se expresa más reticente a obedecerla y con-
sidera que tiene derecho a ejercer justicia por mano propia (véase
la gráfica 2.36).
Si se distribuyen los valores en el territorio nacional, los estados
de Nuevo León, Jalisco, Guerrero, Veracruz y Chiapas se manifies-
tan a favor de desobedecer las leyes si éstas les parecen injustas (véa-
se la gráfica 2.37).

96

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.28 Ayuda para cuidar a los hijos


Veces que pidió ayuda para que le cuidaran a sus hijos a...

10

Compañeros de trabajo Familiares Compadres Amigos Vecinos

Gráfica 2.29 Ayuda para cuidar enfermos


Veces que pidió ayuda para cuidar a un ser
querido enfermo de gravedad a...
5

Compañeros de trabajo Familiares Compadres Amigos Vecinos

Gráfica 2.30 Distribución regional de las necesidades principales


redes de apoyo
4.5

4.0

3.5 1. Falta de dinero


2. Enfermedad
3.0
3. Pérdida de
2.5 empleo / falta
de empleo
2.0
4. Asesoría /
1.5 orientación legal
1.0 5. Realizar un
trámite (pagar
0.5 la luz, el agua,
el teléfono)
1 2 3 4 5 6 1 2 3 4 5 6 1 2 3 4 5 6 6. Otro
NORTE CENTRO SUR

97

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Gráfica 2.31 Amparo de la ley


En México, ¿la ley protege a todos por igual?

50 1. No respondió
2. No sabe
40
3. Depende
30 4. Totalmente
en desacuerdo
20 5. En desacuerdo
6. De acuerdo
10
7. Totalmente
de acuerdo
1 2 3 4 5 6 7

Gráfica 2.32 Respeto por la ley


En México ¿vale la pena respetar la ley?

80

60

40

20

No respondió No sabe Depende No vale la pena Sí vale la pena

Gráfica 2.33 Cumplimiento de la ley


En México, quien cumple con la ley ¿merece respeto o es ingenuo?
90

70

50

30

10

No sabe Depende Es ingenuo Merece respeto

98

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.34 Discriminación de derechos


Ciudadanos que sintieron sus derechos limitados o no respetados por...
40
1. No tener dinero
35
2. Apariencia física
30 3. Ser hombre / mujer
4. Su edad
25
5. Su religión
20
6. Su origen étnico
15 7. Provenir de una
región del país
10 8. El color de su piel

5 9. Su preferencia sexual
10. Otra
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10

Gráfica 2.35 Respeto por la ley por regiones


60
1. Debe obedecer
50 siempre las leyes

40 2. Puede cambiar las


leyes si no le parecen
30
3. Puede desobedecer
las leyes si le parecen
20
injustas

10 4. No sabe /
no contesta
1 2 3 4 1 2 3 4 1 2 3 4
NORTE CENTRO SUR

99

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Gráfica 2.36 Justicia por mano propia por región

60
1. Sí tienen
50 derecho
40 2. Sí tienen
derecho
30
en parte /
depende
20
3. No tienen
10
derecho

1 2 3 1 2 3 1 2 3
NORTE CENTRO SUR

Gráfica 2.37 Geografía del respeto por la ley


¿cree que el pueblo puede desobedecer
las leyes si le parecen injustas?

2.2 a 3.2 %
1.1 a 2.2 %
0 a 1.1 %
Debe obedecer siempre las leyes

100

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.38 Comportamiento regional de la confianza

80

70

60

50

40

30

20

10
Vertical Horizontal Vertical Horizontal Vertical Horizontal
Norte Centro Sur

Caracterización del capital social por región


El capital social permite ser abordado desde múltiples escalas concep-
tuales que van desde la relación entre dos individuos hasta la relación
de los habitantes de toda una región (Portes, 1999). En este sentido,
la realidad mexicana demuestra que el capital social es multifacético y
su comportamiento está fuertemente determinado por las particularida-
des contextuales de cada región. Retomando las clasificaciones aportadas
por Putnam (2003) en relación con los tipos de capital social, a continua-
ción se identifican para cada una de las tres regiones consideradas.
En principio, en términos de capital social se advierte una relación bi-
polar entre la frontera norte y la región sur. Ello es así si se toma en cuenta
que los valores límites (mayores y menores) de cada indicador se encuen-
tran en una y otra región en relaciones inversamente proporcionales.
Como es bien sabido, entre los mexicanos predomina la des-
confianza, sin embargo, el tipo de confianza, según sea vertical u
horizontal, se expresa de modo diferente según sea la región del
país. La frontera norte confía más en sus instituciones que el sur,
pero si se trata de la confianza social la ecuación se invierte, en
la región sur, y se confirma el comportamiento bipolar, es la con-
fianza social la que predomina sobre las instituciones. Los valores
intermedios de ambos tipos de confianza se localizan en la región
central (véase la gráfica 2.38).

101

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Gráfica 2.39 Niveles de asociacionismo por región


45

40

35

30

25

20

15

10

5
Informal Formal Informal Formal Informal Formal
Norte Centro Sur

Continuando con el análisis, en un contexto generalizado de bajos


niveles de asociacionismo, la región sur es la más participativa en organi-
zaciones formales, entre las que destacan las organizaciones ejidales
campesinas y de agricultores. A la inversa, la frontera norte destaca por
su participación informal más intensa. También en este caso la región
central presenta valores moderados (véase la gráfica 2.39).
El capital social de las regiones fronteriza del norte y central es
denso y de diversos matices. La pérdida de empleo es una de las ra-
zones más importantes que activan las redes de apoyo en la región
central. En el norte, las redes más densas se vinculan con apoyos
para trámites de diversa índole.
En general (70%), el capital social mexicano es de carácter
vinculante, es decir, que está orientado hacia el interior de grupos
de estricta pertenencia y no tiende puentes al colectivo social en su
conjunto. Destaca la región sur, seguida por el centro y el norte, que
acreditan las mismas reservas de este tipo de capital social.
La frontera norte es una sociedad más normativa y confiada
institucionalmente, cuyas reservas de capital social se caracterizan
por ser más informales, más densas y menos preocupadas por lo
público.

102

L CALIDAD DE LA DEMOCRACIA.indd 102 3/9/11 7:02 PM


Capital social y seguridad ciudadana

Seguridad ciudadana

Se analiza ahora la información estadística para estimar las caracte-


rísticas del delito, así como conocer los entornos propicios a la victi-
mización y la frecuencia de estos fenómenos. Se distingue entre los
delitos por inseguridad y aquéllos por convivencia. Se presta aten-
ción aquí a los de inseguridad: los que suceden en los espacios pú-
blicos o en los privados a manos de terceros. La inseguridad urbana
es considerada como valor objetivo y subjetivo, a través de sus dos
dimensiones: victimización y percepción, y sus respectivos conjuntos de
indicadores.
Para el análisis de este conjunto de indicadores, se toman los da-
tos de la quinta y sexta Encuesta Nacional Sobre Inseguridad (ensi
5–6), realizadas por el Instituto Ciudadano de Estudios sobre
la Inseguridad (icesi); los estudios sobre criminología del Centro de
Investigación para Desarrollo (cidac), y otras fuentes. El conjunto
de gráficos y de mapas temáticos (gis) que se presentan son de ela-
boración propia, a partir de esas bases de datos.
Todo ello permite analizar la magnitud y características de la vic-
timización, los tipos de delitos, los aspectos situacionales del delito,
los porcentajes de delitos no denunciados y no registrados (cifra ne-
gra), la percepción de los ciudadanos sobre la inseguridad y las re-
laciones entre las variables de violencia y percepción de la violencia.

Violencia y victimización
La pobreza es una condición necesaria para que se exprese la violen-
cia, sin embargo, ésta constituye sólo una parte del problema. La de-
lincuencia organizada y los delitos de corrupción obedecen a razones
de utilidad económica. Así, la gráfica 2.40 muestra las tasas relativa-
mente elevadas de incidencia delictiva, tanto de países de economías
emergentes como de los de economías desarrolladas (Encuesta In-
ternacional sobre Criminalidad y Victimización, enicris).
México se localiza entre los diez primeros países con mayores ni-
veles de victimización, sin embargo, la medición de este fenómeno en
forma comparada con otros contextos internacionales resulta compleja
si se toman en cuenta los estándares de delincuencia aceptables para

103

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Gráfica 2.40 Análisis comparativo internacional


Victimización general de diez delitos; tasas de prevalencia
anual en 2003 / 2004 de los 15 países con cifras más elevadas

25 1. Suecia
2. Australia
3. Canadá
20 4. Estados Unidos
5. Bélgica
Promedio 6. Suiza
15 7. Dinamarca
8. México
9. Países Bajos
10 10. Estonia
11. Irlanda del Norte
12. Islandia
5 13. Nueva Zelanda
14. Irlanda
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 15. Inglaterra

Fuente: Van Dijk et al. (2007).

cada caso. Las mismas consideraciones son válidas cuando se trata de


mediciones al interior del propio territorio, dadas las especificidades
de cada localidad (Van Dijk, Van Kesteren y Smit, 2005).
Ahora bien, si se consideran los niveles de victimización en
México, resulta interesante comparar los valores de incidencia delic-
tiva para cada entidad federativa en correspondencia con tres instan-
cias de medición: 2007, 2008 y 2009.
Si bien algunas entidades experimentaron aumentos considerables en
sus niveles de victimización, como Aguascalientes, Sonora, Baja Califor-
nia Sur, Coahuila, Colima, Hidalgo, Michoacán, Nayarit y Querétaro, la
actividad delictiva comprendida entre 2007 y 2008 no observa cambios
sustanciales. En contraste, se registra un incremento sustantivo de la
violencia en la medición de 2009. Así lo demuestran los valores de in-
cidencia delictiva en Chihuahua, Baja California y Sinaloa, estado de
México, Distrito Federal, Guerrero y Oaxaca (véase la gráfica 2.41).
Si ahora se procede a la distribución espacial de la victimiza-
ción en 2008, se observan en la gráfica 2.42 los mayores índices en
Aguascalientes y el Distrito Federal. Valores altos y homogéneos

104

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.41 Incidencia delictiva por entidad federativa

ENSI-5 ENSI-6 2009


80
70
60
50
40
30
20
10
AGS
BC
BCS
CAM
DF
CHIS
CHI
COAH
COL
DUR
GTO
GRO
HGO
JAL
EDOMEX
MICH
MOR
NAY
NL
OAX
PUE
QRO
QROO
SLP
SIN
SON
TLAX
VER
YUC
ZAC
Gráfica 2.42 Geografía de la victimización por estado
Porcentaje de la población que fue víctima
de algún delito en la república mexicana en 2008

16 a 20 %
11 a 15 %
6 a 10 %
1a5%
0%

105

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Marina Inés de la Torre Vázquez

registran los estados fronterizos del norte (Baja California Norte y


Sur, Sonora, Chihuahua, Coahuila y Nuevo León), el centro (Mi-
choacán, Jalisco, Nayarit, Colima y Guanajuato) y el sur (Oaxaca,
Chiapas y Quintana Roo). Menor prevalencia delictiva registran
los estados de Sinaloa, Durango, Zacatecas y San Luis Potosí; va-
lores menores registran Tamaulipas, Veracruz y Tabasco.
La gráfica 2.43 clasifica las entidades federativas con base en
los niveles de violencia registrados durante 2008. Los estados se
agrupan en correspondencia con cinco mesetas que indican en
orden creciente los niveles de violencia. Destaca Chihuahua, con
el registro más alto, y le siguen los estados de Baja California,
estado de México, Sinaloa, Distrito Federal y Guerrero, con valo-
res altos y medios altos. El resto de las entidades se localiza en las
mesetas medias y medias bajas.
Distribuyendo los valores en correspondencia con cada región,
según su tasa promedio, la mitad de los estados fronterizos del norte
del país (Chihuahua, Baja California, Sinaloa), una minoría de las
entidades centrales (estado de México y Distrito Federal) y la mayo-
ría de los estados del suroeste (Nayarit, Michoacán, Jalisco) registran
los mayores niveles de incidencia delictiva de todo el país (véase la
gráfica 2.44).
El análisis precedente expresa con claridad el crecimiento de la
criminalidad y con ello pone de manifiesto la ineficacia de los siste-
mas de seguridad y administración de justicia actuales. En tal senti-
do, parece necesario buscar alternativas de control social a través de
nuevas estrategias no punitivas.
La anomia, término acuñado por Durkheim (1973), se refiere
a la discrepancia entre los valores colectivos de una sociedad y las
imposibilidades de los individuos de alcanzarlos. En tal sentido, la
teoría de la anomia, enunciada por Robert K. Merton (2002), expli-
ca que este desajuste estructural no sólo erosiona el apoyo social a las
normas institucionales sino que también promueve su violación. Así,
muchos miembros de la sociedad están obligados a adaptarse de for-
ma desviada a esta condición ambiental frustrante. En este sentido,
la teoría criminológica de la anomia adopta las categorías del análisis
sociológico para la explicación de la conducta delictiva.

106

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.43 Ponderación de la violencia


en 2008 por entidad federativa
6
Muy alta
5
Alta
4
Media alta
3
Media
2
Media baja
1
AGS
BCS
CAM
CHIS
COAH
COL
GTO
HGO
JAL
PUE
QRO
SLP
TAB
TLAX
VER
YUC
ZAC
DGO
MICH
MOR
NAY
NL
OAX
QROO
SON
TAMPS
GRO
SIN
DF
BC
EDOMEX
CHIH
Gráfica 2.44 Tasa de incidencia delictiva regional
50
45
40
35
30
25
20
15
10
5
5
Centro Noreste Sur Suroeste Noroeste Bajío

Tasa promedio

107

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Gráfica 2.45 Tipificación del delito por estado


Delitos contra la propiedad Delitos contra las personas
30000
25000
20000
15000
10000
5000
AGS
BC
BCS
CAM
CHIS
CHIH
COAH
COL
DF
DUR
GTO
GRO
HGO
JAL
EDOMEX
MICH
MOR
NAY
NL
OAX
PUE
QRO
QROO
SLP
SIN
SON
TAB
TAMPS
TLAX
VER
YUC
ZAC
Otras teorías criminológicas están más orientadas al diseño de
políticas públicas, tales como las del control de la delincuencia. Ellas
se fundamentan en dos tipos de controles sociales de la criminali-
dad: el control social formal (constituido por las leyes y normas que
rigen la convivencia) y el social informal (ejercido por la sociedad,
los padres y las personas que nos rodean). Estas teorías centran su
interés en las razones que motivan la mayor parte del tiempo a las
personas a no delinquir o cometer actos criminales. La teoría del au-
tocontrol localiza la base del comportamiento social en los vínculos
tempranos de las personas. Estos vínculos sociales enseñan a regular
el comportamiento individual en base a las consecuencias negativas
de las acciones.

Tipos de delitos
Según sea el objetivo del delito, se distingue el delito contra la
persona y el patrimonial. El primer caso comprende categorías
tales como hurto, robo, fraude, etc. El segundo, de mayor impacto
social, comprende todos aquellos actos delictivos en contra de la in-
tegridad de las personas (homicidio y lesiones), de su salud (relacio-
nados con drogas), de los que atentan contra la libertad (secuestro) y
el normal desarrollo psicosexual (violación, abuso sexual).
Si se analiza la gráfica 2.45, la mayor parte de los delitos cometi-
dos son delitos de tipo patrimonial, y esta conclusión es válida para
todos los estados de la república mexicana.

108

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.46 Distribución de la tasa


de delitos patrimoniales 2007–2008
ENSI-5 ENSI-6
300
250
200
150
100
50
AGS
BC
BCS
CAM
CHIS
CHIH
COAH
COL
DF
DUR
GTO
GRO
HGO
JAL
EDOMEX
MICH
MOR
NAY
NL
OAX
PUE
QRO
QROO
SLP
SIN
SON
TAB
TAMPS
TLAX
VER
YUC
ZAC
Los conocimientos de criminología ambiental, basados en
conceptos de la ecología humana se presentan como los más idó-
neos para estudiar este tipo de delito. Como se sabe, el delito
se puede enfocar desde múltiples ángulos: desde la ley, desde el
delincuente, desde la víctima o desde el lugar del hecho. Estos dos
últimos aspectos son los que interesan a un enfoque ambiental del
problema.
En relación con la víctima del delito es importante documen-
tar cómo la organización de las actividades humanas se desarrolla
en función de horarios, días y lugares determinados. La prevención
situacional del delito (Clarke, 1994) parte del conocimiento de los
estilos de vida de las personas.
En cuanto al lugar, comprendido entre los aspectos situacio-
nales del delito, la teoría de la oportunidad delictiva afirma “la
convergencia en el espacio de personas dispuestas a delinquir y
la existencia de objetos atractivos sin una vigilancia adecuada”
(Stangeland y Garrido de los Santos, 2004).
Regresando al análisis de la realidad mexicana, del total de mexi-
canos que han sido víctimas de delitos patrimoniales, uno de cada
dos declara robo parcial de vehículo (57%) y uno de cada tres, robo en
su domicilio (30%). El resto declara haber sido víctima de robo total
de su vehículo (13%).
La gráfica 2.46 muestra las tasas de incidencia de este indicador
distribuidas en las 32 entidades federativas, de las cuales 24 regis-

109

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Marina Inés de la Torre Vázquez

tran aumentos, siendo el más significativo el registrado en Aguas-


calientes, secundado por Sonora. Le siguen en orden decreciente los
estados de Baja California, Jalisco, Chihuahua y Nueva León. En
las ocho entidades restantes la tasa prácticamente se ha mantenido;
destaca Tamaulipas, con una importante disminución.
Del total de mexicanos que han sido víctimas de delitos contra
su integridad, la mayoría (73%) declara haber sido víctima de extor-
sión. El resto se distribuye entre los delitos de fraude (16%), sexuales
(7%) y secuestro (4%).
La gráfica 2.47 muestra las tasas de incidencia de este indicador
distribuidas en correspondencia con cada una de las 32 entidades. 19
de ellas registran aumentos poco significativos; cuatro prácticamente
se han mantenido y el resto ha disminuido, como el Distrito Federal.
Otras consideraciones merece la gráfica 2.48, que distribuye
por estado sólo dos categorías delictivas: homicidios intencionales
y ejecuciones. Chihuahua, el estado más violento del país, regis-
tra una de cada cuatro ejecuciones a nivel nacional y es, junto
con Sinaloa, Baja California y Durango, uno de los estados más
inseguros del país. Este tipo de violencia está vinculado al crimen
organizado de grupos en su disputa por el control de mercados
fuera de la legalidad. Le siguen en orden de importancia Guerrero
y Oaxaca, en el sur del país.
La gráfica 2.49 distribuye los valores en las cinco regiones e
ilustra con claridad el dominio del crimen organizado en la zona
fronteriza del noroeste (40.5) y sur (36) del país. En esta región se
agregan las altas tasas de homicidios (35), sobre todo en el ámbito
rural, caracterizado por la persistencia de cacicazgos. Con la ciudad
de México a la cabeza, el Bajío presenta altos valores de homicidios
(16). En los valores inferiores del índice se localizan en las regiones
del centro, noreste y suroeste.

Aspectos situacionales
La prevención situacional del delito considera que la comisión del
hecho delictivo requiere la convergencia en tiempo y lugar de un
ofensor motivado, un objetivo adecuado y escasa o nula vigilancia
(véase la gráfica 2.50).

110

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.47 Delitos contra las personas por estado


ENSI-5 ENSI-6
25000
20000
15000
10000
5000
AGS
BC
BCS
CAM
CHIS
CHIH
COAH
COL
DF
DUR
GTO
GRO
HGO
JAL
EDOMEX
MICH
MOR
NAY
NL
OAX
PUE
QRO
QROO
SLP
SIN
SON
TAB
TAMPS
TLAX
VER
YUC
ZAC
Gráfica 2.48 Delitos de homicidio y ejecuciones durante 2008
Tasa de homicidios intencionales Tasa de ejecuciones
30
25
20
15
10
5
AGS
BC
BCS
CAM
CHIS
CHIH
COAH
COL
DF
DUR
GTO
GRO
HGO
JAL
EDOMEX
MICH
MOR
NAY
NL
OAX
PUE
QRO
QROO
SLP
SIN
SON
TAB
TAMPS
TLAX
VER
YUC
ZAC
Fuentes: Homicidio intencional por cada 100 mil habitantes, elaborado con base en información del
Sistema Nacional de Seguridad Pública para 2008. Ejecuciones por cada 100 mil habitantes durante
2008, elaborado con información del periódico Reforma.

Gráfica 2.49 Tasa de homicidios y ejecuciones por región


40
Homicidios Ejecuciones
30

20

10

Centro Noreste Sur Suroeste Noroeste Bajío

111

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Gráfica 2.50 Factores necesarios para que ocurra el delito

Motivación

Oportunidad

Vigilancia insuficiente

En consecuencia, es necesario implementar las acciones para redu-


cir las oportunidades físicas para delinquir y aumentar las posibilida-
des de que el delincuente sea descubierto (Clarke, 1994).
El delito no se manifiesta de forma aleatoria en el espacio o en
el tiempo sino que existen lugares y periodos específicos en los que el
delito prevalece (Cohen y Felson, 1979) (véanse teorías de las activi-
dades rutinarias). Esto supone la importancia del contexto y las condi-
ciones del ambiente físico ( Jeffery, 1971; Newman, 1972), a diferencia
de la disposición criminal del individuo, que se asume constante (vé-
anse teorías que consideran la importancia del ambiente físico en
la prevención del delito). El delincuente se considera un ser relati-
vamente racional que toma decisiones sobre su comportamiento,
basadas en un análisis de los daños y beneficios del acto delictivo
(Cornish y Clarke, 1986) (véase teoría de la elección racional).
A este nuevo paradigma se adscriben también la teoría de la poli-
cía comunitaria (Trojanowicz y Bucqueroux, 1998) y la de las ventanas
rotas (Kelling y Wilson, 1984), que proponen algunas estrategias con-

112

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.51 Lugares de ocurrencia delictiva


50
1. En la calle
40
2. En su casa

30 3. En un espacio público

4. En su trabajo
20
5. Otro
10
6. En el transporte público

7. No especificado
1 2 3 4 5 6 7

cretas de prevención del delito. Esta última establece que los barrios
con signos de decadencia y desorden abren sus puertas a las conductas
incívicas. Si el desorden y la decadencia no se detienen y continúan sin
control, se convierten en poderosas señales que indican a los incívicos que
nada le importa a nadie y que nadie vigila, lo cual estimula el crimen.
Sobre la base de las consideraciones precedentes, se presentan los
datos vinculados a dos aspectos situacionales clave: las prevalencias
de las horas y el lugar de ocurrencia de delitos.
Considerando el lugar de comisión del delito, los porcentajes
más altos (45%) se producen en las calles (urbanas y residenciales);
35%, en el domicilio de la víctima y 8% en otros espacios públicos
diferentes de las calles. Así pues, la mayor parte de las víctimas lo es
en los espacios públicos (véase la gráfica 2.51).
Ahora bien, si se analizan los horarios de prevalencia delictiva,
uno de cada dos delitos se cometen en horario vespertino (de 12:00
a 21:00 horas), el resto en horario matutino y en la madrugada (véa-
se la gráfica 2.52).

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Cifra negra
Nuevos paradigmas se imponen para la comprensión y el combate
de la violencia que expresa la sociedad actual. En este sentido, es
imperativo que el eje de atención se desplace del victimario a la
víctima. Las acciones basadas en la penalización del delincuente
deben dar lugar a las acciones orientadas a la atención de las vícti-
mas de delitos. Desarrollar una cultura de atención a las víctimas
implica implementar un conjunto de acciones que atiendan sus
necesidades inmediatas, una de ellas, ser tomado en cuenta por
el sistema de seguridad y justicia. Resulta falso creer que sólo se
cometen aquellos delitos que se castigan. En realidad, es preciso
distinguir entre los delitos cometidos y los sancionados. La suma
de delitos cometidos y la de los sancionados no coincide. La dife-
rencia es conocida como cifra negra u oculta de la delincuencia,
expresión con la que se quiere designar a los casos no descubier-
tos, pero que se sabe, con un grado plausible de seguridad, que
han sido cometidos.
En México el porcentaje actual de cifra negra (85%) es alarman-
te y, más aún, su evolución en el tiempo no es nada prometedora
(véase la gráfica 2.53).
En lo referente a las causas por las cuales las víctimas de deli-
tos no acuden a la justicia a denunciar, uno de cada tres mexicanos
considera esta acción una pérdida de tiempo, ya que no hay ga-
rantías de una reparación del daño. Uno de cada diez expresa des-
confianza en la autoridad y el resto justifica la falta de denuncia
en consideraciones tales como que los trámites son largos y difí-
ciles, no tienen pruebas, el delito es de poca importancia, etcétera
(véase la gráfica 2.54).

Percepción de la inseguridad
La inseguridad urbana es un valor subjetivo que expresa la percepción
del ciudadano en relación con su entorno.
Si se analizan los porcentajes de inseguridad urbana distri-
buidos por entidades federativas (véase la gráfica 2.55), se ob-
serva una tendencia general creciente en la evolución temporal
del fenómeno (2005, 2007 y 2008). Son excepciones los casos

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.52 Horas de ocurrencia delictiva


18
1. De 18:01 a 21:00 hrs.
16
2. De 12:01 a 15:00 hrs.
14
3. De 15:01 a 18:00 hrs.
12
4. De 9:01 a 12:00 hrs.
10

8 5. De 21:01 a 24:00 hrs.

6 6. De 3:01 a 6:00 hrs.

4 7. De 0:01 a 3:00 hrs.

2 8. No sabe / no respondió

9. De 6:01 a 9:00 hrs.


1 2 3 4 5 6 7 8 9

Gráfica 2.53 Denuncia del delito: cifra negra


100
Cifra negra
80

60

40

20
Denunció

ENSI-3 ENSI-5 ENSI-6

Gráfica 2.54 Delitos no denunciados


Razón principal por la que no denunció el delito
35
1. Pérdida de tiempo
30
2. Desconfianza de la autoridad
25 3. Trámites largos y difíciles

20 4. No tenía pruebas
5. Delito de poca importancia
15
6. Otro
10 7. Miedo al agresor
8. No sabe / no respondió
5
9. Actitud hostil de la autoridad
10. Miedo a que lo extorsionaran
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Gráfica 2.55 Percepción de la inseguridad por estado


ENSI-3 ENSI-5 ENSI-6
100
90
80
70
60
50
40
30
20
10
AGS
BC
BCS
CAM
DF
CHIS
CHIH
COAH
COL
DUR
GTO
GRO
HGO
JAL
EDOMEX
MICH
MOR
NAY
NL
OAX
PUE
QRO
QROO
SLP
SIN
SON
TLAX
VER
YUC
ZAC
del estado de México, Distrito Federal y Sinaloa, donde los va-
lores se han mantenido altos (80%) y constantes. En contras-
te, los estados de Yucatán, Querétaro, Hidalgo y Baja California
Sur se mantienen en niveles bajos (entre 30 y 40%). Los valores
más altos del país, 85% y 83%, corresponden al Distrito Fede-
ral y Chihuahua respectivamente; le siguen en orden decreciente
estado de México y Baja California (76%).
En la gráfica 2.56, donde se distribuyen los valores porcentuales
por regiones para el mismo periodo (2005, 2007 y 2008), se observa
un comportamiento errático en las regiones sur y central, y una ten-
dencia claramente creciente en el norte fronterizo, región que regis-
tra los valores más altos (66%) de inseguridad del país.
Si se distribuye espacialmente la percepción de la inseguridad
(véase la gráfica 2.57), los estados de Baja California Norte, Sinaloa y
Coahuila, en la frontera norte, y así Aguascalientes, estado de México
y Distrito Federal, en la región central, registran los mayores índices.
Los valores intermedios se encuentran en Baja California Sur, Chi-
huahua y Nuevo León, buena parte de los estados de la región central
y Quintana Roo. En el resto de los estados los valores son inferiores,
con variaciones poco significativas. Sin embargo, esta geografía no
se corresponde con aquélla de la victimización.
Este estado de inseguridad tiene consecuencias inmediatas en los
hábitos de conducta y en la implementación de acciones tendientes

116

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.56 Percepción de la inseguridad por región


ENSI-3 ENSI-5 ENSI-6
70
60
50
40
30
20
10

Noroeste Noreste Centro Bajío Suroeste Sur

Gráfica 2.57 Geografía de la percepción por estado


Percepción de inseguridad por entidad
en la población mayor de 18 años (ensi-06/08)

61 a 70 %
51 a 60 %
41 a 50 %
31 a 40 %
Estados no considerados

117

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Marina Inés de la Torre Vázquez

a promover un entorno privado seguro, separado del entorno públi-


co, que percibe como inseguro. Este conjunto de prácticas sociales
impactan de manera radical en la relación público/privado, en dos
sentidos diferentes.
En primer lugar, a través de la reconfiguración constante de sus
espacios urbanos tradicionales. En ciudad abierta —aquélla que
mantiene la condición pública de sus espacios comunitarios—, las
arquitecturas residenciales marcan una clara tendencia hacia la in-
troversión: a definir límites precisos entre lo privado y lo público. La
sumatoria de acciones individuales determina un universo generali-
zado de arquitecturas que se cierran.
En segundo lugar, a través de los nuevos espacios emergentes
propios de la ciudad cerrada, conformada por los enclaves cerrados,
es decir, aquéllos que privatizan el espacio comunitario para uso ex-
clusivo. El cierre de los espacios comunitarios otorga las condiciones
de seguridad y control necesarias que restablecen la confianza sólo
entre los vecinos de la comunidad.
La gráfica 2.58 indica, por estado, el porcentaje de la población
que dejó de hacer alguna actividad por temor a ser víctima de deli-
tos según las mediciones del icesi en 2007 y 2008. La gráfica 2.59,
aquél que tomó medidas de seguridad en su vivienda o espacios in-
mediatos.
Ambas gráficas demuestran que la gente está más dispuesta a
abandonar actividades que la ponen en riesgo que a disponer me-
didas de seguridad. En tal caso, el estado de Chihuahua es el que se
manifiesta más activo.
Los datos globales revelan que 80% de las prácticas sociales para
protegerse de la delincuencia está representado por acciones de tipo
individual y el 20% restante corresponde a acciones colectivas de dos
tipos diferentes (véase la gráfica 2.60).
Cuando la inseguridad urbana impulsa acciones colectivas por
parte de los miembros de una comunidad a través de redes informa-
les de solidaridad mutua, produce un efecto positivo en las reservas
de capital social. La inseguridad urbana plantea la conveniencia de
implementar medidas para un accionar colectivo, que siempre re-
sultará más eficaz que la suma de los esfuerzos individuales y que,

118

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.58 Modificación de conductas por estado


ENSI-5 ENSI-6
100
90
80
70
60
50
40
30
20
10
AGS
BC
BCS
CAM
DF
CHIS
CHIH
COAH
COL
DUR
GTO
GRO
HGO
JAL
EDOMEX
MICH
MOR
NAY
NL
OAX
PUE
QRO
QROO
SLP
SIN
SON
TLAX
VER
YUC
ZAC
Gráfica 2.59 Medidas de seguridad por estado
ENSI-5 ENSI-6
60
50
40
30
20
10
AGS
BC
BCS
CAM
DF
CHIS
CHIH
COAH
COL
DUR
GTO
GRO
HGO
JAL
EDOMEX
MICH
MOR
NAY
NL
OAX
PUE
QRO
QROO
SLP
SIN
SON
TLAX
VER
YUC
ZAC

Gráfica 2.60 Medidas colectivas e individuales para protegerse


25 1. Vigilancia privada en la calle o
colonia
20 2. Medidas conjuntas con los
vecinos
15 3. Otra medida
4. Contratar seguros para casa o
negocio
10
5. Poner alarmas
6. Aumentar la seguridad del auto
5 7. Tener perro guardián
8. Colocar rejas, bardas
9. Colocar cerraduras
1 2 3 4 5 6 7 8 9

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Gráfica 2.61 Comparativo de violencia e inseguridad por estado


Violencia Percepción
90
80
70
60
50
40
30
20
10
AGS
BC
BCS
CAM
DF
CHIS
CHIH
COAH
COL
DUR
GTO
GRO
HGO
JAL
EDOMEX
MICH
MOR
NAY
NL
OAX
PUE
QRO
QROO
SLP
SIN
SON
TLAX
VER
YUC
ZAC
conforme las expresiones de Víctor Miguel Pérez Díaz (2003), au-
mentan las reservas de capital social “civil”. El efecto es contrario en
los casos en que las acciones son individuales o, siendo colectivas,
delegan el control de la seguridad urbana en manos privadas.

Capital social y seguridad ciudadana

Si se acepta que el capital humano constituye hoy la riqueza de las


naciones, el capital social ofrecería garantías para su seguridad: en
sus diversas escalas, representa un recurso importantísimo para en-
frentar los embates de la violencia urbana.
A su vez, la inseguridad urbana es un indicador de contexto que
impacta de manera diferente en las reservas de capital social de cada
colonia. La existencia de redes comunitarias garantiza los controles
sociales informales sobre los miembros de la comunidad. Ello se ex-
tiende al uso de los espacios públicos que esa comunidad identifica
como propios, manteniendo niveles aceptables de seguridad urbana
en su ámbito de pertenencia.

Violencia y percepción de inseguridad


Ahora bien, confrontando los índices de violencia con los índices de
percepción de inseguridad obtenidos en 2008 por estado, se advierte
la falta de correspondencia de ambas variables. Si así no fuera, las

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.62 Comparativo de violencia y percepción por región


70
60
Percepción
50
40
30
20
10 Violencia

Noroeste Noreste Centro Bajío Suroeste Sur

líneas que representan las dos variables de la gráfica 2.61 tendrían


trayectorias aproximadamente paralelas.
Sin lugar a dudas, la percepción de la inseguridad supera con
creces la inseguridad; de hecho, duplica el índice en la mayoría de
los casos. Ello significa que si bien la mayor parte de los ciudadanos
(89%) no ha sido víctima de delitos, 65% se siente en una situación
de riesgo constante.
La gráfica 2.62 ofrece una visión regional de la relación de
ambos indicadores y confirma que a mayores índices de violen-
cia corresponden mayores índices de inseguridad, y con ello la
relación directamente proporcional entre ambos indicadores. En
este caso, la frontera norte del país registra los mayores índices de
inseguridad.
Esta situación demuestra que la inseguridad urbana es un fe-
nómeno complejo que está asociado no sólo con la violencia real
sino también con otros factores: los crecientes niveles de incerti-
dumbre que genera la experiencia de lo extraño, como es el caso
de la intensa migración internacional que deviene en convivencia
multicultural en un mismo espacio urbano; la percepción de la
situación general del lugar de pertenencia, la exposición a medios
de información, etcétera.

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Aversión al riesgo, pesimismo y exposición


a medios en relación a la inseguridad
Si se considera la aversión al riesgo que manifiesta la ciudadanía por
región, se observa que la región central se expresa más dispuesta a
los cambios (54%), en relación con las regiones norte y sur (41%)
(véase la gráfica 2.63).
Esta situación se hace evidente si se distribuye espacialmente este
indicador por estado. En los del centro (estado de México, Distrito Fe-
deral, Puebla, Michoacán y Jalisco), la gente está poco de acuerdo con
la frase “más vale malo conocido que bueno por conocer”. El resto pre-
senta valores bajos y homogéneos (véase la gráfica 2.64). También se
comprueba que domina una percepción pesimista del país, más acen-
tuada en las regiones centro y sur (véase la gráfica 2.65).
Considerando que los medios de información más usados por
la población son la televisión y la radio, y dispuestos a atribuir, en
parte, el estado de pesimismo a la exposición de la población a los
medios de información, la mayoría (75%) declara estar informada
por los noticieros de la noche, con frecuencias aproximadamente
equivalentes (véase la gráfica 2.66).
Las relaciones sociales se ven modificadas en la actualidad por el
uso de las nuevas tecnologías, según explica Néstor García Canclini
(1991, 2001). Por un lado, han incrementado la capacidad de man-
tener redes sociales, aun a largas distancias. En contraste, han hecho
posible que muchas personas abandonen la vida cívica y social en los
espacios públicos tradicionales.
El acceso a diversos contextos culturales a través del uso de las
nuevas tecnologías de la información y la comunicación (tic) incre-
menta los niveles de incertidumbre, lo que puede contribuir al esta-
do actual de inseguridad. En relación con este indicador, la región
más tecnologizada resulta ser la frontera norte, seguida, con valores
muy cercanos, por la región central (véase la gráfica 2.67).

Confianza social y percepción de la inseguridad


Si se observa cómo la percepción de la inseguridad está determinada por
la desconfianza social, una de las dimensiones más importantes del capi-
tal social, se observa un comportamiento errático (véase la gráfica 2.68).

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.63 Aversión al riesgo por región


100

80

60
Poco y nada
40 Mucho/bastante

30

20

Norte Centro Sur

Gráfica 2.64 Geografía de la aversión al riesgo por estado


¿Qué tan de acuerdo está con el dicho
Más vale malo por conocido que bueno por conocer?

POCO
3.3 a 4.9 %
1.7 a 3.3 %
0.1 a 1.7 %
Estados no considerados

Gráfica 2.65 Pesimismo por región


100

80
Igual de mal o peor
60

40

30 Mejor o igual de bien

20

Norte Centro Sur

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Gráfica 2.66 Exposición a medios por región


1a3 4a5 6 a7 Ninguno
100

80

60

40

20

Norte Centro Sur

Gráfica 2.67 Familiaridad con las tecnologías


de la información y la comunicación por región
100

80

60

40

30
No
20

Norte Centro Sur

Gráfica 2.68 Confianza social y percepción


de la inseguridad por estado*
Desconfianza Percepción
90
80
70
60
50
40
30
20
10
BC
DF
COAH
CHIS
CHIH
DUR
EDOMEX
GTO
GRO
HGO
JAL
MICH
MOR
NL
OAX
QRO
QROO
SIN
SON
TLAX
YUC
ZAC

* No se consigna la totalidad de los estados por ausencia, en la base de datos, del indicador de confianza social.

124

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.69. Confianza social y percepción


de la inseguridad por región
70
60 Percepción
50
40
Desconfianza
30
20
10

Noroeste Noreste Centro Bajío Suroeste Sur

La confianza social, o su falta, no tiene una correspondencia uní-


voca con la percepción de inseguridad. El Distrito Federal y Jalisco
son estados de baja desconfianza y alta inseguridad; en el caso del
estado de México y Sinaloa, hay coincidencia, y en el resto de los es-
tados la desconfianza social se impone sobre la percepción de la in-
seguridad (véase la gráfica 2.69).

Confianza en las instituciones


(vertical) y cifra negra
La percepción de la inseguridad incluye un conjunto amplio de
variables entre las cuales destaca la confianza vertical, en el pre-
sente caso, en las instituciones de control: la policía, los jueces y
el gobierno.
Tal como se explicó, estas instituciones están declaradas como
aquéllas que menor confianza de la ciudadanía merecen, dentro de
un conjunto más amplio. Ésta es una de las razones por las cuales
los ciudadanos desisten de denunciar los delitos de los que han sido
víctimas. En la gráfica 2.70 se aprecia en orden de importancia el
grado de desconfianza que merece cada institución y los valores de
cifra negra en cada región. La distribución de los valores es bastante
homogénea para todo el país.

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Gráfica 2.70 Confianza en las instituciones y cifra negra por región


Cifra negra Policía Jueces Gobierno
100
90
80
70
60
50
40
30
20
10

Norte Centro Sur

Sin lugar a dudas, la escasa confianza vertical desalienta a las


víctimas a denunciar el delito y, en tal sentido, contribuye a su impu-
nidad, con lo que se promueve la delincuencia.
Otra consideración merecen las relaciones de confianza horizon-
tales, es decir, aquéllas con los familiares, compadres, amigos, veci-
nos y compañeros de trabajo.

Inseguridad y respeto por la ley


En un estado de mucha desconfianza hacia las instituciones, no sor-
prende que la gente esté dispuesta a hacer justicia por mano propia. Esta
situación es más evidente en el sur (23%), donde hay menor dispo-
sición a respetar la ley (39%) y, paradójicamente, un menor nivel de
violencia (18%). En contraste, la región fronteriza del norte se expre-
sa mucho más normativa (55%) y menos dispuesta a ejercer justicia por
mano propia (14%), pero los índices de violencia son mayores (23%).
El centro intermedia entre ambas polaridades (véase la gráfica 2.71).

Capital físico, capital humano y capital social


Recordando las definiciones teóricas de los tipos de capital aporta-
das por Putnam (2003), Bourdieu (1979), Coleman (1988) y Portes
(1999), destaca la importancia de sus relaciones respectivas en cada
una de las regiones observadas.

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.71 Inseguridad y respeto por la ley por región


Violencia Respeto por la ley Justicia por mano propia
100

80

60

40

20

Norte Centro Sur

A reservas de capital físico (económico) significativas parecen co-


rresponder satisfactorios niveles de capital humano. En el caso estudia-
do, el capital humano se debe entender sólo desde el grado de adiestra-
miento tecnológico (considerando la base de datos disponible).
Ello surge de la consideración de que la región norte, que regis-
tra menores niveles de pobreza (alimentaria, capacidades y patrimo-
nial), demuestra un uso más intenso de las nuevas tecnologías de la
información y la comunicación. En contraste, el sur representa el ex-
tremo opuesto de la relación, donde a mayores niveles de pobreza le
corresponden menores reservas de capital humano, lo que confirma
un comportamiento bipolar de ambos tipos de capital en conformidad
con una y otra región (véase la gráfica 2.72). Sin embargo, la relación
entre capital físico y capital social merece otras consideraciones.
El análisis de la gráfica 2.73 sugiere una relación directamente pro-
porcional entre la desconfianza y la pobreza. Sin embargo, es importan-
te hacer la siguiente consideración: de los dos indicadores de confianza,
es la confianza social (horizontal) la que se mantiene más estable, no
obstante la variación de los niveles de pobreza. Esta situación es más
evidente en las regiones más pobres del centro y sur del país.
El análisis precedente indica que las redes de apoyo basadas en
la confianza social constituyen un recurso importante ante la escasez
de capital físico. El carácter de las redes es más formal en la región

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Gráfica 2.72 Relación entre capital humano y pobreza por región


Tecnologías de Alimentaria Capacidades Patrimonial
la información
y la comunicación
60

50

40

30

20

10

Norte Centro Sur

Gráfica 2.73 Desconfianza y pobreza por región

80
70 Vertical

60
50
40 Horizontal
30
20 Pobreza
10
10
Norte Centro Sur

128

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.74 Asociacionismo y pobreza por región


60
Informal
50

40

30 Pobreza
Formal
20

10

Norte Centro Sur

sur del país y mucho menos en el norte y centro, donde prevalece un


tipo de capital social informal (véase la gráfica 2.74).

Capital físico (pobreza / riqueza) y violencia


El caso de México confirma fehacientemente que la violencia no es
consecuencia de la pobreza. Si bien ésta abona las condiciones para que
la violencia se exprese, no es en modo alguno su condición determi-
nante. Si se analiza esta relación en el contexto regional, la misma varía
en correspondencia con los tipos de pobreza (véase la gráfica 2.75).
La región sur del país registra los mayores valores (42% promedio) de
pobreza (alimentaria, de capacidades y patrimonial) y su relación con
la incidencia delictiva (5.50%) es inversa (a mayor pobreza menor vio-
lencia). Comparativamente, en la región noroeste, si bien la relación
se mantiene inversa, adopta el sentido contrario, es decir, que a menor
pobreza (20%) corresponden mayores registros de violencia (14%).
También en sentido comparado, si se observan los tipos de de-
litos predominantes (según sean personas o patrimonio), la región
noroeste, la más rica, registra los valores mayores de delitos contra
la propiedad; la región sur (18 por 1,000), en contraste con la más
pobre, registra los menores (7 por 1,000) (véase la gráfica 2.76).
Otro análisis merece la categoría homicidios y ejecuciones, que
caracteriza al crimen organizado de las regiones noroeste y sur del
país, con las mayores tasas registradas (63 y 71, respectivamente). El

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Gráfica 2.75 Relación entre la violencia y los tipos de pobreza

Violencia Alimentaria Capacidades Patrimonial


60

50

40

30

20

10

Noroeste Noreste Centro Bajío Suroeste Sur

Gráfica 2.76 Tipificación del delito por región


20000
Propiedad
16000

12000

8000
Personas
4000

Noroeste Noreste Centro Bajío Suroeste Sur

130

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Capital social y seguridad ciudadana

Gráfica 2.77 Homicidios y ejecuciones por región


40 Ejecuciones
Homicidio
30

20

10

Noroeste Noreste Centro Bajío Suroeste Sur

resto de las regiones se encuentran muy por debajo de estos valores


(véase la gráfica 2.77).

Impacto de la inseguridad urbana en el capital social


Los actores ofensivos, aquéllos que usan la violencia como medio para
conseguir sus fines, es decir, los victimarios, construyen un tipo de ca-
pital social que orienta sus acciones al interior del grupo de pertenen-
cia y produce externalidades negativas para el conjunto de la sociedad,
por ejemplo, el crimen organizado, el pandillerismo, etcétera.
Los actores defensivos, las víctimas, actúan en conformidad con
el tipo de capital social dominante en sus comunidades de perte-
nencia, y es éste el que determina el carácter de las acciones que se
implementan en relación con los controles de seguridad.
En este sentido, el efecto de la violencia se asume positivo en
términos de capital social si predominan los lazos fuertes al interior
del grupo de pertenencia, en cuyo caso las acciones serán conjuntas
y solidarias, orientadas al interés colectivo. El efecto será negativo,
en cambio, si predominan los lazos débiles, en cuyo caso las acciones
serán individuales, orientadas al interés privado y despreocupadas
por el colectivo social.

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Anexo. Mapas temáticos

Actitud ciudadana para resolver conflictos


¿Qué se acerca más a lo que usted piensa: para resolver
los problemas del país y de los ciudadanos...?

Deberíamos ser más activos Mostrar más respeto

7.1% a 10.6% 2.14% a 3.1%


3.7% a 7.1% 1.17% a 2.14%
0.3% a 3.7% 0.2% a 1.17%
Estados no considerados Estados no considerados

132

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Capital social y seguridad ciudadana

Aversión al riesgo
¿Qué tan de acuerdo está con...?
Más vale malo por conocido que bueno por conocer

Mucho Bastante

2% a 3% 2.1% a 3.0%
1% a 2% 1.1% a 2.1%
0% a 1% 0.1% a 1.1%
Estados no considerados Estados no considerados

Poco Nada

3.3% a 4.9% 2.8% a 4.3%


1.7% a 3.3% 1.4% a 2.8%
0.1% a 1.7% 0% a 1.4%
Estados no considerados Estados no considerados

133

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Postura anticorrupción
El que no transa, no avanza

Mucho Bastante

1.4% a 2.2% 1.7% a 2.6%


0.7% a 1.4% 0.9% a 1.7%
0% a 0.7% 0.1% a 0.9%
Estados no considerados Estados no considerados

Poco Nada

2.2% a 3.3% 5.2% a 7.8%


1.1% a 2.2% 2.6% a 5.2%
0% a 1.1% 0% a 2.6%
Estados no considerados Estados no considerados

134

L CALIDAD DE LA DEMOCRACIA.indd 134 3/9/11 7:02 PM


Capital social y seguridad ciudadana

Confianza en las instituciones


¿Qué tanto confía usted...?
En los partidos políticos

Totalmente Bastante

0.5% a 1.0% 0.8% a 1.3%


0.25% a 0.5% 0.4% a 0.8%
0% a 0.25% 0% a 0.4%
Estados no considerados Estados no considerados

Poco Nada

3.4% a 4.9% 5.0% a 8.8%


1.8% a 3.4% 2.5% a 5.0%
0.2% a 1.8% 0.3% a 2.5%
Estados no considerados Estados no considerados

135

L CALIDAD DE LA DEMOCRACIA.indd 135 3/9/11 7:02 PM


Marina Inés de la Torre Vázquez

En la iglesia

Totalmente Bastante

2.4% a 3.7% 3.6% a 5.3%


1.2% a 2.4% 1.9% a 3.6%
0% a 1.2% 0.2% a 1.9%
Estados no considerados Estados no considerados

Poco Nada

2.8% a 4.2% 2.0% a 3.1%


1.5% a 2.8% 1.0% a 2.0%
0.2% a 1.5% 0% a 1.0%
Estados no considerados Estados no considerados

136

L CALIDAD DE LA DEMOCRACIA.indd 136 3/9/11 7:02 PM


Capital social y seguridad ciudadana

En los jueces

Totalmente Bastante

0.4% a 0.6% 1.6% a 2.5%


0.2% a 0.4% 0.8% a 1.6%
0% a 0.2% 0% a 0.8%
Estados no considerados Estados no considerados

Poco Nada

3.4% a 4.9% 4.5% a 6.5%


1.9% a 3.4% 2.4% a 4.5%
0.4% a 1.9% 0.3% a 2.4%
Estados no considerados Estados no considerados

137

L CALIDAD DE LA DEMOCRACIA.indd 137 3/9/11 7:02 PM


Marina Inés de la Torre Vázquez

En los vecinos

Totalmente Bastante

1.2% a 1.8% 3.76% a 5.6%


0.6% a 1.2% 1.93% a 3.76%
0% a 0.6% 0% a 1.93%
Estados no considerados Estados no considerados

Poco Nada

4.44% a 6.6% 1.06% a 1.6%


2.27% a 4.44% 0.53% a 1.06%
0.1% a 2.27% 0% a 0.53%
Estados no considerados Estados no considerados

138

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Capital social y seguridad ciudadana

En la familia

Totalmente Bastante

3.4% a 8.31% 3.16% a 4.7%


1.3% a 3.4% 1.2% a 3.16%
0% a 1.3% 0.1% a 1.2%
Estados no considerados Estados no considerados

Poco Nada

1.2% a 1.8% 0.6% a 0.9%


0.6% a 1.2% 0.3% a 0.6%
0% a 0.6% 0% a 0.3%
Estados no considerados Estados no considerados

139

L CALIDAD DE LA DEMOCRACIA.indd 139 3/9/11 7:02 PM


Marina Inés de la Torre Vázquez

En la policía

Totalmente Bastante

0.5% a 0.8% 1.0% a 1.6%


0.2% a 0.5% 0.5% a 1.0%
0% a 0.2% 0% a 0.5%
Estados no considerados Estados no considerados

Poco Nada

3.0% a 5.7% 5.6% a 8.3%


1.5% a 3.0% 2.9% a 5.6%
0% a 1.5% 0.2% a 2.9%
Estados no considerados Estados no considerados

140

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Capital social y seguridad ciudadana

En el gobierno

Totalmente Bastante

0.4% a 0.7% 1.2% a 1.9%


0.2% a 0.4% 0.6% a 1.2%
0% a 0.2% 0% a 0.6%
Estados no considerados Estados no considerados

Poco Nada

4.8% a 7.1% 3.94% a 5.8%


2.5% a 4.8% 2.07% a 3.94%
0.2% a 2.5% 0.2% a 2.07%
Estados no considerados Estados no considerados

141

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Disposición a evadir la aplicación de la ley


Imagine que tiene una urgencia, que olvidó su licencia y que
un agente de tránsito lo detiene, ¿qué haría usted...?

Ofrecer una disculpa, Ofrecer una mordida


tratar de que el policía comprenda para evitar perder tiempo

3.5% a 5.2% 2.9% a 4.3%


1.9% a 3.5% 1.5% a 2.9%
0.3% a 1.9% 0.1% a 1.5%
Estados no considerados Estados no considerados

142

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Capital social y seguridad ciudadana

Ahora piense que su hijo después de una fiesta fue detenido


supuestamente por orinar en la vía pública. Al saber que fue
detenido, ¿que buscaría usted para ir a defenderlo?

Dinero El teléfono de un buen abogado

4.1% a 6.1% 2.8% a 4.1%


2.1% a 4.1% 1.4% a 2.8%
0.1% a 2.1% 0% a 1.4%
Estados no considerados Estados no considerados

Algún conocido con Nada, debe atenerse


influencias en el gobierno a las consecuencias

0.8% a 1.1% 1.6% a 2.5%


0.4% a 0.8% 0.8% a 1.6%
0% a 0.4% 0% a 0.8%
Estados no considerados Estados no considerados

143

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Disposición a la diversidad
Hay personas que piensan que es mejor que los mexicanos
tengamos las mismas ideas y valores para vivir en armonía;
otros, que es mejor que tengamos ideas y valores distintos para
enriquecer la convivencia. ¿Qué se acerca más a lo que piensa?

Tengan las mismas ideas Tengan ideas distintas

3.2% a 4.6% 6.7% a 10.0%


1.9% a 3.2% 3.5% a 6.7%
0.6% a 1.9% 0.3% a 3.5%
Estados no considerados Estados no considerados

144

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Capital social y seguridad ciudadana

Identificación partidista

Panista Priísta

1.4% a 2.2% 1.8% a 2.5%


0.7% a 1.4% 1.0% a 1.8%
0% a 0.7% 0.2% a 1.0%
Estados no considerados Estados no considerados

Perredista De otro partido

1.0% a 1.4% 0.6% a 0.8%


0.5% a 1.0% 0.3% a 0.6%
0% a 0.5% 0% a 0.3%
Estados no considerados Estados no considerados

No se identifica con ningún partido

6.3% a 9.4%
3.3% a 6.3%
0.3% a 3.3%
Estados no considerados

145

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Obediencia de las leyes


¿Usted cree que el pueblo...?

Puede desobedecer las


Debe obedecer siempre las leyes leyes si le parecen injustas

5.1% a 7.3% 5.1% a 7.3%


2.8% a 5.1% 2.8% a 5.1%
0.5% a 2.8% 0.5% a 2.8%
Estados no considerados Estados no considerados

Para usted ¿qué es más importante?

Que se detenga a los Que se respeten los


delincuentes derechos humanos

3.4% a 4.9% 3.8% a 5.7%


1.8% a 3.4% 2.0% a 3.8%
0.2% a 1.8% 0.2% a 2.0%
Estados no considerados Estados no considerados

146

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Capital social y seguridad ciudadana

Participación ciudadana
Por lo que ha visto, ¿cuál es la mejor forma para
influir en lo que hace el gobierno en México?

Votar en las elecciones Dar dinero a los servidores públicos

4.9% a 7.1% 0.5% a 1.0%


2.7% a 4.9% 0.25% a 0.5%
0.5% a 2.7% 0% a 0.25%
Estados no considerados Estados no considerados

Protestar en
manifestaciones públicas

1.8% a 2.7%
0.9% a 1.8%
0% a 0.9%
Estados no considerados

147

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Marina Inés de la Torre Vázquez

Victimización y percepción

Victimización Percepción

16% a 20% 61% a 70%


11% a 15% 51% a 60%
6% a 10% 41% a 50%
1% a 5% 30% a 40%
0% Estados no considerados

148

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Cultura de la legalidad en México

Ana Díaz Aldret

Buena parte del debate en las ciencias sociales en Latinoamérica


ha estado centrada en la preocupación por la democracia, desde
que en los años ochenta y noventa del siglo xx los países de la
región se vieron inmersos en una corriente de cambio político
que implicó el paso de regímenes autoritarios a otros de carácter
democrático. Sin embargo, en un primer momento, la democracia
fue observada casi exclusivamente en su dimensión electoral. La
influencia de una perspectiva minimalista y basada en la idea de
poliarquía (Dahl, 1971) contribuyó a que el interés se centrara en
los procesos de transición desde la perspectiva del régimen —y, de
manera muy específica, en las elecciones y en los partidos políti-
cos. Avanzado el tiempo, el registro empírico de las experiencias
democratizadoras ha tendido a la formulación de análisis relati-
vos a su desarrollo y, en general, al examen de sus potencialida-
des y sustentabilidad en nuestro continente. En este tenor, se han
debido precisar, hacer explícitos y apreciar el grado de efectivi-
dad real de algunos de los contenidos implícitos de la democracia,
pues en esta región del mundo éstos no resultan ni tan evidentes,
ni tan claros, ni tan naturales. Uno de esos contenidos es justo
la presunción de la existencia de ciudadanos–agentes: individuos
que, enfrentados a situaciones concretas, tienen capacidad para
ejercer sus derechos (O’Donnell, 2004: 30).
A partir de desarrollos teóricos como el contenido en el con-
cepto de calidad de la democracia (Morlino, 2005b) y de repensar la
democracia a través de la idea de ciudadanía (O’Donnell, 2004), se

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Ana Díaz Aldret

considera que el grado de democraticidad de los regímenes se debe


juzgar no sólo desde una perspectiva formalista sino también por
la capacidad que demuestren para dar vigencia a los derechos de
los ciudadanos y contribuir a que se constituyan en sujetos de las
decisiones que los afectan. En términos generales, las democracias de
calidad son aquéllas que amplían la libertad y la igualdad políticas
de sus ciudadanos.
En América Latina, las profundas y persistentes condiciones
de pobreza y desigualdad configuran un contexto propicio para
la concentración del poder. En esta región, la llamada crisis de la
política aparece por fuerza asociada al hecho de que los estados se
han mostrado incapaces para garantizar aspectos que afectan de
manera directa a la condición ciudadana. Por un lado, en muchos
casos se observa incapacidad para ejercer el monopolio de la coer-
ción y proveer seguridad física y jurídica a los ciudadanos; por
otro, se aprecia también una imposibilidad para establecer con
ellos relaciones enmarcadas en el pleno respeto y ejercicio de los
derechos.
En el marco de la relación entre estado de derecho y calidad de-
mocrática, en esta parte del trabajo se exploran las disposiciones cul-
turales presentes en la sociedad mexicana, que forman parte también
del escenario de cambio y que pueden favorecer o impedir el avance,
desde la sociedad y los actores, hacia la vigencia plena de un gobier-
no de la ley.

Estado de derecho y calidad democrática

Democracia liberal y estado de derecho constituyen un binomio


indisoluble. Los sistemas legales definen las metas y establecen los
criterios que rigen en un determinado tipo de régimen político
para la convivencia entre los individuos. En principio, el plura-
lismo inherente a la democracia reposa en valores (igualdad, liber-
tad, primacía de las soluciones pacíficas, tolerancia y respeto a la
legalidad) incorporados en las instituciones legales, que permi-
ten su expresión por medio de canales formales y regulados que

150

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Cultura de la legalidad en México

garantizan el respeto a las libertades en un contexto de igualdad


política (Rodríguez Zepeda, 2001).
Existen muchas definiciones de estado de derecho, pero en la
caracterización de un estado de derecho democrático se incluyen por
lo menos cuatro criterios básicos: que los ciudadanos tengan igua-
les oportunidades de acceder a las instituciones legales y reciban de
éstas el mismo trato; que los procedimientos legales estén regula-
dos y sean estándares, de modo que se garantice un debido proce-
so; que las normas y los procedimientos legales sean transparentes,
y que el sistema legal en su conjunto esté orientado hacia el respeto y
protección de los derechos civiles y de las libertades y garantías po-
líticas. Es decir, debido a que la tradición liberal tiene como eje la
protección de los derechos individuales frente al poder, un estado de
derecho democrático debe proveer seguridad jurídica. La seguridad
jurídica se refiere al nivel de respeto por la ley que ofrece un país a
sus ciudadanos y a la comunidad internacional y, en consecuencia,
al nivel de confianza (tranquilidad y certeza) que genera. En el ex-
tremo opuesto están la inseguridad, la estabilidad y la frustración
que se generan cuando en una sociedad no se respetan las normas
pactadas.
En este orden de ideas, una democracia funcional requiere un
estado de derecho plenamente vigente para sobrevivir. El respeto
al estado de derecho es la expresión de acuerdo con un pacto social
básico que busca la eliminación de la arbitrariedad en el ámbito de
la actividad estatal, que afecta a los ciudadanos (Madrazo, 2002: 18).
Ahora, si bien la democracia requiere de un estado de derecho, es de
igual manera importante el hecho de que el imperio de la ley nece-
sita de la democracia; esto es, también es necesario que las leyes y
las instituciones del sistema legal en su conjunto sean consideradas
legítimas para que los ciudadanos se sientan obligados a obedecerlas y
el orden no se sostenga sólo en la coacción.
La importancia de la vigencia del estado de derecho es tal que
por sí misma constituye una de las dimensiones determinantes
de la buena o mala calidad democrática. Además del gobierno
de la ley (rule of law), Leonardo Morlino (2005b) distingue otra
dimensión de carácter procedimental: la rendición de cuentas

151

L CALIDAD DE LA DEMOCRACIA.indd 151 3/9/11 7:02 PM


Ana Díaz Aldret

(accountability); dos más, que afectan a los contenidos de la demo-


cracia y que por lo tanto tienen un carácter sustantivo: libertad e
igualdad, y, por último, la satisfacción ciudadana (responsiveness),
que refiere a la manera en la que se perciben los resultados de las
políticas públicas y que sin duda tiene un fuerte impacto sobre la
legitimidad en las democracias. En términos generales, lo que el
concepto calidad de la democracia indica es que la extensión y pro-
fundización de una democracia dependen del arreglo institucional
y de la calidad de las instituciones que la hacen posible, pero tam-
bién que la ciudadanía perciba que su gobierno es de origen le-
gítimo y que está razonablemente conectado con sus demandas y
necesidades. Si se sigue este razonamiento para el estado de dere-
cho, la calidad democrática se refiere al grado en el que existen un
auténtico régimen de libertades y derechos, así como auténticos
mecanismos de protección para los mismos. También se refiere
al grado en el que los derechos individuales son efectivamen-
te exigibles ante instituciones estatales cuando han sido afrenta-
dos o violentados, y al grado en el que las acciones del Estado en
relación con la impartición de justicia son dignas de confianza y
generan certeza a través de la correcta aplicación de la ley (Villa-
fuerte, 2007; Concha, 2002).

Estado de cosas en América Latina


en relación con el imperio de la ley y los indicadores
de gobernabilidad democrática

Entre sus más importantes conclusiones, el Informe sobre la demo-


cracia en América Latina (pnud, 2004a) señala que la incapacidad
para impulsar el desarrollo económico y asegurar la plena vigencia
de un estado de derecho en la región constituyen dos aspectos
centrales que afectan de manera profunda el desarrollo y la via-
bilidad de la democracia en Latinoamérica. A pesar de que en la
actualidad en la mayoría de los países latinoamericanos los pode-
res Ejecutivo y Legislativo son electos, existe un amplio acuerdo
en el sentido de que se han conformado democracias disminuidas

152

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Cultura de la legalidad en México

que han merecido diversas denominaciones: iliberales (Plattner,


1998), electorales (Schedler, 1998), delegativas (O’Donnell, 1997).
Las democracias disminuidas se caracterizan por la prevalencia de
poderes fácticos que imponen formas de legalidad patrimonialista
que muchas veces conviven y compiten con la legalidad demo-
crática que se debería ir imponiendo y extendiendo para hacer
sustentable a las democracias latinoamericanas. Esto no significa
que no haya habido importantes esfuerzos y avances en el reco-
nocimiento legal de los derechos humanos y civiles en la región,
pero en general los diagnósticos apuntan a la prevalencia de la
disparidad en la aplicación de la ley entre distintas categorías de
ciudadanos y a que el funcionamiento de la administración de la
justicia no evita violaciones a los derechos.
Por otro lado, si bien se han promulgado importantes leyes
orientadas al mejoramiento de la rendición de cuentas, de la
transparencia, del sistema de pesos y contrapesos institucionales, y
para procurar una mejor asignación del gasto público, se continúa
registrando una pérdida de credibilidad que proviene de la falta
de transparencia y responsabilidad del Estado ante los ciudadanos
(pnud, 2004a).
Con base en los datos de 2008 de la base wgi del Banco Mun-
dial, el conjunto de los países latinoamericanos aparece en promedio
con índices de estado de derecho similares a los que presentan la
región del Magreb y China, y con un percentil promedio de 33,
lo que implica que sólo 33% de los países en el mundo califica peor
que los de la región latinoamericana, mientras que el 67% restante
califica mejor (Kaufmann, Kraay y Mastruzzi, 2009). En términos
generales, se observan estados con legalidades truncas, sobre los que
no operan controles apropiados, que no son incapaces de generar el
bien público del orden y de hacer previsibles las relaciones sociales
(pnud, 2004a: 62–63). Vale aquí recordar que la medida de la efecti-
vidad real del Estado se expresa en la vigencia del estado de derecho
(O’Donnell, 2008).

153

L CALIDAD DE LA DEMOCRACIA.indd 153 3/9/11 7:02 PM


Ana Díaz Aldret

Estado de derecho y cultura de la legalidad

La debilidad de los sistemas legales y su falta de efectividad necesa-


riamente afectan su legitimidad. La ineficacia operativa de las ins-
tituciones judiciales y de seguridad, así como la incapacidad de los
agentes del sistema para mostrar un comportamiento digno de con-
fianza son condiciones que tienen efectos sobre el elemento de auto-
contención (self–enforcement)1 que es inherente al estado de derecho
democrático. Como bien se sabe, en los regímenes democráticos los
sistemas legales no pueden funcionar sólo a partir de la manipulación
del sistema de incentivos (premios y castigos) o del uso exclusivo de la
coacción; se requiere también de una suerte de obligación internali-
zada por parte de los individuos que contribuye a regular su conducta
(Tyler, 2006). El supuesto es que en las democracias los ciudadanos
tienen la convicción moral de que la ley es el gran regulador de la
vida colectiva y, por lo tanto, se la debe respetar, lo mismo que a las
autoridades encargadas de hacerla valer, pues se acepta que tienen
el legítimo derecho de normar las conductas. Es decir, el funcio-
namiento de los sistemas legales tiene una dimensión subjetiva que
refiere a la manera en la que los actores perciben la importancia de la
ley y el hecho de que ésta no se debe transgredir (Smulovitz, 2003).
El Estado no debe ser el único referente para el estado de derecho;
para que exista una verdadera seguridad jurídica, las autoridades de-
ben estar constreñidas por la legalidad, pero los ciudadanos deben
respetar la ley en su comportamiento (Gibson y Gouws, 1996).
El correcto funcionamiento de un sistema legal depende del
acuerdo y apoyo ciudadano y, en consecuencia, requiere de un clima
de confianza social y de cooperación. La manera en la que una socie-
dad se relaciona con las leyes y las instituciones del sistema legal está
en buena medida determinada por su cultura de la legalidad, y ésta
a su vez tiene efectos sobre el estado de derecho a través tanto de la
actuación del gobierno como de la legitimidad.

1 Que la propia ciudadanía conozca las leyes y, por lo general, actúe conforme a ellas.

154

L CALIDAD DE LA DEMOCRACIA.indd 154 3/9/11 7:02 PM


Cultura de la legalidad en México

La cultura de la legalidad tiene tres componentes principales: el


conjunto de representaciones sociales acerca de la ley, la noción de
justicia que prevalece en una sociedad y en un tiempo determinados
y la valoración y legitimidad de las instituciones encargadas de ve-
lar por la observancia y respeto al orden jurídico (Cortés Guardado,
2006). Este trabajo se concentra en los rasgos prevalecientes en la
cultura de la legalidad de los ciudadanos.2
Desde una perspectiva instrumental, el apego a la ley se expli-
ca por la estructura de incentivos y castigos asociados a su cum-
plimiento e incumplimiento, es decir, por cálculos asociados al in-
terés individual. Bajo este supuesto, el comportamiento depende
en buena medida del funcionamiento de las instituciones. Una
perspectiva alternativa explica el alineamiento con la ley con base
en elementos normativos; se sostiene que las personas actúan de
conformidad con la ley influidos por su visión acerca de lo que
es justo y moral. En este enfoque, el compromiso y la orienta-
ción afectiva que los individuos tengan hacia las autoridades se
torna una variable importante para explicar su comportamiento
(Tyler, 2006). En la realidad, lo que sucede es que las instituciones
y la cultura se determinan mutuamente, las instituciones modelan
el comportamiento y las actitudes de los individuos, y una cultura com-
partida afecta también el funcionamiento de las instituciones. Em-
píricamente, se ha privilegiado el efecto que las instituciones
tienen sobre las actitudes a nivel micro, en particular, el apoyo
difuso por el sistema que expresa su legitimidad y que se ha ope-
racionalizado sobre todo como confianza hacia ciertas institucio-
nes y autoridades encargadas de hacer valer las leyes e impartir
justicia (Barclay y Silbey, 2008).
En este trabajo se seguirá el examen de las dimensiones propuestas
por Marco Antonio Cortés Guardado (2006) que se corresponden a la

2 Evidentemente, la cosmovisión de abogados, jueces, legisladores y funcionarios también forma


parte de la cultura de la legalidad y tiene efectos importantes sobre la actuación del gobierno, en
tanto determina la interpretación y los criterios para la aplicación de las leyes. Sin embargo, supo-
ne un campo de estudio en sí mismo que se conoce como “cultura jurídica” (Madrazo, 2002; Begné
Guerra, 2005).

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L CALIDAD DE LA DEMOCRACIA.indd 155 3/9/11 7:02 PM


Ana Díaz Aldret

aproximación normativa de Tom R. Tyler (2006), aunque se abordará


también como elemento determinante de la legitimidad la percepción
de la fortaleza del sistema de justicia (Prillaman, 2000) y la observancia
de la ley como efecto de la internalización social de ésta y de la legiti-
midad del sistema. La legitimidad de las leyes y de las instituciones del
sistema legal es importante porque produce lealtad hacia el sistema,
un elemento central para el estado de derecho. La lealtad precede a la
aceptación de las reglas y de las decisiones por parte de los ciudadanos,
incluso cuando éstas no coincidan con sus intereses personales.

Contexto y antecedentes para interpretar


la cultura de la legalidad en México

Para entender los sistemas legales, hay que entender su contexto. Bajo
el autoritarismo, el orden jurídico en México quedó supeditado a la
coyuntura política en lugar de que ésta fuera encausada y limitada por
aquél. Las leyes eran interpretadas o ignoradas según conviniera al go-
bierno en turno, y para ello era necesario que los poderes Legislativo
y Judicial estuvieran sujetos a la voluntad del Ejecutivo. De acuerdo
con Alejandro Madrazo (2002), la subordinación de la ley a la acción
política degeneró en la subordinación de la ley a cualquier tipo de ac-
ción. La cultura jurídica, judicial y política se definieron en el marco
de la corrupción, la impunidad y la desestimación del orden jurídico y
se expresan, en los hechos, en la existencia de un derecho vigente, pero
ineficaz; en la inaplicación explícita o sistemática de la ley, y en su uso
político e instrumental (Villafuerte, 2007; Madrazo, 2002).
En la práctica, la existencia de poderes fácticos que evaden
la legalidad y trafican con influencias, el crecimiento de la de-
lincuencia organizada y la existencia de sectores no sólo material
sino legalmente pobres, que no gozan ni de acceso ni de trato
igualitario por parte de las instituciones encargadas de la impar-
tición de justicia, dan cuenta de la colonización del sistema legal
por parte de los intereses privados y también de la existencia de
una ciudadanía de baja intensidad que no puede hacer efectivos
sus derechos (O’Donnell, 2004). Para emplear el lenguaje del Pro-

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L CALIDAD DE LA DEMOCRACIA.indd 156 3/9/11 7:02 PM


Cultura de la legalidad en México

grama de las Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud), se puede


decir que existe una legalidad intermitente y sesgada que convi-
ve con otras de tipo informal o, en el peor de los casos, mafiosa
(patrimonial y delictiva) que suelen ser más efectivas. Aunque las
leyes proveen un marco jurídico amplio, detrás de la estructura
de leyes formales es evidente que la administración del Estado, en
sus distintos niveles, muestra grandes deficiencias en la promo-
ción de un estado de derecho.
Se esperaría que en un escenario de transición política, la cul-
tura de la legalidad y la legitimidad del sistema jurídico reflejaran
cambios asociados a los cambios institucionales y a una nueva forma
de percibir la institucionalidad. Para el caso específico de México,
Héctor Fix–Fierro y Sergio López Ayllón (2001) señalan algunos
cambios lo suficientemente significativos como para reflejarse en ac-
titudes diferentes y en nuevas formas de percibir la ley y la legalidad,
como serían la creciente visibilidad de los tribunales en la resolución
de cuestiones públicas, la emergencia de nuevas leyes e instituciones
jurídicas o la presencia de un Poder Judicial más fuerte.
De este modo, el punto de partida estaría dado por una cultura
de la legalidad que se configuró bajo el autoritarismo y en la que se
margina la ley en el actuar cotidiano; prevalecen una cultura de la
evasión y de la impunidad; la ley se vive como algo ajeno, por lo que
es posible apreciar rasgos de alienación o indiferencia; hay un des-
conocimiento del papel que juegan las instituciones vinculadas a
la impartición de justicia o actitudes desfavorables y extendidas
hacia ellas y los procedimientos jurídicos. En términos genera-
les, se esperaría que con el cambio político creciera la conciencia
ciudadana de los derechos y que cada vez más la ley y el derecho
fueran concebidos como medios efectivos de regulación y resolu-
ción de conflictos.
A pesar de que la mayor parte de los registros empíricos de di-
mensiones asociadas a la cultura de la legalidad comienza a partir de
los últimos años de la década de los noventa en el siglo pasado, y en
consecuencia no es posible apreciar nítidamente el antes y el después
del cambio político, sí es posible distinguir —gracias a instrumentos
como el Latinobarómetro— algunas tendencias en el tiempo. Ade-

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Ana Díaz Aldret

más, se cuenta con una cantidad importante de información que,


una vez ordenada, contribuye a delinear algunos de los rasgos más
característicos de la cultura de la legalidad en el país.3
En el marco del proyecto “Calidad democrática, formación ciu-
dadana y comportamiento electoral”, se diseñó y levantó una en-
cuesta (en adelante Encuesta de Capital Social y Cultura de la Le-
galidad 2010), en la que se incluyen diversos reactivos que buscan la
comparabilidad con otros instrumentos previos y la posibilidad de ir
descubriendo rasgos diferenciados de la cultura de la legalidad a par-
tir de una primera distinción regional al interior del país: el norte, el
centro y el sur.4

Análisis de la cultura de la legalidad en México

Para analizar la cultura de la legalidad en México, se seleccionaron


los siguientes puntos: el clima de confianza social, las representacio-
nes sociales acerca de la ley, la noción de justicia, la percepción de la

3 Es importante señalar en primer lugar que, a pesar de la cantidad de información disponible, no


existen estudios sistemáticos, es decir, repetidos y con un diseño y una metodología consistentes,
que aborden de manera específica el tema de la cultura de la legalidad. Lo más frecuente es que
los temas asociados a la cultura de la legalidad se aborden en encuestas que tienen objetivos más
amplios: registrar aspectos de la cultura política en general, examinar la evaluación y valoración
que los ciudadanos hacen del funcionamiento concreto de las democracias, o bien registrar datos
sobre la cifra oculta del delito y el fenómeno de la victimización. En segundo lugar, que lo usual
es que en este tipo de encuestas se incluyan sólo algunos reactivos asociados parcialmente a una
o varias dimensiones de la cultura de la legalidad, que dichos reactivos no se repitan de manera
sistemática, aunque se trate de instrumentos que se levantan con una cierta periodicidad, o bien
que se formulen de manera distinta en las diferentes versiones, lo cual dificulta la comparabilidad
entre resultados. Y en tercer lugar, que sólo se localizó un estudio que aborda de manera específica
la cultura de la legalidad en México elaborado a partir de información recabada en 2003 y que,
desgraciadamente, no ha sido replicado. Se trata del trabajo sobre la cultura de la Constitución,
elaborado en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de
México (unam) y coordinado por Raúl Márquez Romero (2004).

4 Con validez estadística, se establecieron tres regiones para el análisis de los resultados: norte (Baja
California, Baja California Sur, Coahuila, Chihuahua, Durango, Nuevo León, Sinaloa, Sonora,
Tamaulipas y Zacatecas); centro (Aguascalientes, Colima, Distrito Federal, Guanajuato, Hidal-
go, Jalisco, estado de México, Michoacán, Nayarit, Querétaro, San Luis Potosí y Tlaxcala), y sur
(Campeche, Chiapas, Guerrero, Morelos, Oaxaca, Puebla, Quintana Roo, Tabasco, Veracruz, Yu-
catán).

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Cultura de la legalidad en México

fortaleza del sistema de justicia, la legitimidad de las instituciones,


y la observancia y el cumplimiento voluntario de la ley. El examen
se basa en los datos disponibles de diversas fuentes como el Lati-
nobarómetro, las diversas versiones de la Encuesta Nacional sobre
Cultura Política y Prácticas Ciudadanas (encup), el Estudio sobre
cultura de la Constitución (Márquez Romero, 2004) y la Encuesta
de Capital Social y Cultura de la Legalidad 2010,5 preparada espe-
cíficamente para este estudio. Vale la pena recordar que se aborda
el estudio de las percepciones, actitudes y valoraciones, y no de las
dimensiones de carácter estructural del estado de derecho, por lo que
los hallazgos y conclusiones se refieren al modo como la gente ve las
cosas y no a como éstas se dan objetivamente.

Sobre el clima de confianza social

La hipótesis que ha orientado esta investigación es que el tipo de


capital social (el tipo de vínculos sociales predominantes en el país)
constituye una variable que contribuye a esclarecer los comporta-
mientos y actitudes políticas presentes. En ese sentido, el análisis
de la cultura de la legalidad permite un acercamiento al grado en el
que la ley y su observancia pueden ser asumidas como producto de
un compromiso conjunto y colectivo entre iguales o si, en su defecto,
existen más condiciones para que sea percibida como algo ajeno.
La confianza es uno de los atributos culturales del capital so-
cial y forma parte de una ética pública definida por valores compar-
tidos y orientados hacia la convivencia.6 Su examen es importante,
pues constituye el sedimento a partir del cual individuos, que no se
conocen lo suficiente o que no por fuerza comparten los mismos
intereses y valores, están dispuestos a emprender acciones colectivas

5 La Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad fue levantada por Beltrán y Asociados
para el Centro de Capacitación para el Desarrollo Democrático del Instituto Federal Electoral
(ife) en el periodo del 12 al 21 de junio de 2010.

6 El otro atributo cultural son las normas y los valores cívicos, mientras que el atributo estructural
del capital social son las redes de relación formales e informales (asociacionismo).

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Ana Díaz Aldret

(Córdova, 2008). Se ha sostenido que existe una especie de círculo


virtuoso confianza–democracia–funcionamiento institucional y aun-
que existe un amplio debate en torno a la dirección causal entre estos
elementos, la confianza permite el compromiso conjunto y colectivo
tan necesario para que se respete el estado de derecho y se relaciona
con la cultura de la legalidad a partir de la legitimidad.7
En una democracia de calidad, el sistema legal es respetado y recono-
cido, y la ley se asume como la mejor manera para establecer las reglas del
juego y así se genera confianza ante la incertidumbre. Ahí donde no hay
un estado de confianza generalizada, se genera con mayor facilidad una
confianza de carácter más intragrupal sostenida en cadenas de favores y
chantajes mutuos y, por lo tanto, mucho más proclive a la corrupción y a
las redes de privilegios. Matthew Cleary y Susan Stokes (2006) apuntan
a la necesidad de matizar los efectos positivos de la confianza, pues en ca-
sos como los de Argentina y México, cuando hay un exceso de confianza
interpersonal o cuando ésta tiende a depositarse en los políticos, son pro-
pensos a generarse relaciones paternalistas y clientelismo.
Hay diversos factores que pueden influir en la confianza o
desconfianza de los ciudadanos. Desde el punto de vista estructural,
el nivel de desarrollo económico parece jugar un papel importante
en el ambiente de confianza social que existe en un país: la desigual-
dad económica, la inequidad y una alta heterogeneidad social tien-
den a fomentar la segregación, la confianza intragrupal y la compe-
tencia por beneficios, lo que a su vez obstruye la cooperación que es
experimentada como riesgosa (Córdova, 2008). Otros factores que
se ha demostrado menguan la capacidad de anticipar y predecir la
confianza, son las percepciones que se tienen de la corrupción políti-
ca, de la seguridad personal y del carácter imparcial de la aplicación
de la ley (Morales, 2008).

7 Autores como Ronald Inglehart (1998) y Robert D. Putnam (1993) han sostenido que la con-
fianza social funciona como elemento de cohesión en sociedades pluralistas y que, por otra parte,
la pertenencia a una sociedad democrática estimula el desarrollo de una cultura cívica de alta
confianza interpersonal y de defensa de las libertades. Así, altos niveles de confianza muestran una
fuerte relación con el buen desempeño de las instituciones públicas, mientras que la baja confianza
interpersonal aparece relacionada con la corrupción.

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Cultura de la legalidad en México

Gráfica 3.1 Evolución de la confianza social en México y Latinoamérica

México
40

30

20

10 Latinoamérica

1996 1997 1998 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2008

Fuente: Elaboración propia con base en el Latinobarómetro 1996, 1997, 1998, 2000, 2001, 2002,
2003, 2004, 2005, 2008.

Con base en los datos disponibles, la región latinoamericana es la


que presenta índices más bajos de confianza social. Los registros del
Latinobarómetro indican que entre 1996 y 2008 en promedio 19%
de los latinoamericanos considera que “se puede confiar en la mayo-
ría de las personas”, en contraste con el promedio de los europeos, que
ronda 60%. La tesis principal para explicar este hecho apunta a la dis-
tribución tan desigual de los recursos económicos en la región, pues es
menos probable que prolifere confianza social en ambientes que ins-
tigan a la polarización, la segregación y el conflicto social. En el caso
de México, se observa que la confianza interpersonal se sitúa por enci-
ma de la media de los países latinoamericanos. La gráfica 3.1 permite
apreciar la evolución del porcentaje de entrevistados que perciben que
se puede confiar en la mayoría de las personas en comparación con el
promedio del conjunto de los países de la región.
A diferencia del promedio del conjunto de los países latinoa-
mericanos, que muestra una relativa estabilidad a partir de una caí-
da de alrededor de cinco puntos porcentuales entre 1998 y 2000, en
México se puede apreciar una tendencia clara de declive de la con-
fianza interpersonal a partir de 1997, con dos ligeros repuntes en 2001
y 2005, con lo que se sitúa en valores que rondan el 20% de personas
que declaran confiar en la mayoría de las personas. Como es posible

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Ana Díaz Aldret

apreciar, tomando en cuenta que apenas una quinta parte de la po-


blación está dispuesta a confiar en sus congéneres, no parece existir el
clima social de certeza que se suele asociar a un orden social en el que
impera el gobierno de la ley. Si la confianza interpersonal es indicativa
de la existencia de un mapa de sentido colectivo, se puede decir que en
México todavía no se percibe que exista un acuerdo básico que ordene
el comportamiento de las personas y permita confiar en los demás.

Representaciones sociales acerca de la ley

En el plano normativo, el respeto a la ley aparece como una cualidad


deseable y un valor importante para los mexicanos. Con base en los
resultados de la Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad
2010, de entre una lista de ocho valores de la cultura cívica que se ofre-
cieron al entrevistado para que los jerarquizara por orden de importan-
cia, los mexicanos muestran una preocupación en el plano moral por
la honestidad, que aparece en el primer lugar, mientras que el respeto
por la ley y el respeto a los derechos humanos ocupan el segundo lugar.
Por otro lado, al indagar los elementos que la población asocia con
ser “buen ciudadano”, se tiene que el respeto a las leyes se considera
como la cualidad más importante. El apoyo a la legalidad en el plano
normativo se manifiesta también en el hecho de que, aparentemente,
una amplia mayoría de la población —que en 2003 era equivalente a
86%— está de acuerdo con la aplicación universal de la ley. Aquéllos
que se manifestaron a favor de que se hicieran excepciones se ubicaban
en mayor proporción entre los estratos sociales más bajos, sin educa-
ción y entre los mayores de 50 años.8
La percepción de igualdad ante la ley es un indicador impor-
tante para registrar si las personas tienen la sensación de que la
justicia es accesible para el ciudadano promedio e, indirecta y con-
secuentemente, si se sienten protegidas por la aplicación de las
leyes. Entre 1996 y 2000, la proporción de mexicanos que con-

8 De acuerdo con los resultados del Estudio sobre la cultura de la Constitución (Márquez Rome-
ro, 2004).

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Cultura de la legalidad en México

sideraba que sí había igualdad frente a la ley fluctuó de manera


notable y pasó de 17% a 29%.9 Esto significa que hasta el año
de la alternancia a nivel de la Presidencia de la República, siete de
cada diez ciudadanos consideraba que no había igualdad ante la
ley en México. En los años siguientes se modificó la pregunta en
el cuestionario del Latinobarómetro y se abrió la posibilidad de
establecer grados en los que se pensaba que los mexicanos eran
iguales ante la ley con las opciones “mucho”, “bastante”, “poco” y
“nada”. Esta desagregación brinda la posibilidad de reconvertir las
categorías a una escala de cero a diez, para hacer más clara tanto
la lectura de los resultados como la evolución de esta percepción;
un mayor puntaje implica una percepción mayor de que existe
igualdad ante la ley.10 Entre 2002 y 2008 se observa un ligero cre-
cimiento del grado en el que los mexicanos consideran que en
el país existe igualdad ante la ley, hasta alcanzar el promedio del
conjunto de los países latinoamericanos. Sin embargo, en términos
generales, la impresión es que existe poca igualdad ante la ley (con
un puntaje de 3.25). En 2008, 31% de los entrevistados respondió
que en México existe mucha o bastante igualdad ante la ley; ese
porcentaje es igual al del promedio de la región, pero está muy por
debajo del registrado por Uruguay, que es de 55%.11

Concepción de la justicia

Por lo que se refiere al concepto de justicia, se observa que las


visiones que predominan entre los mexicanos tienden a dividirse,
casi en igual proporción, entre aquéllos que manifiestan acuerdo
con visiones legalistas de la justicia y aquéllos que la asocian más
a punición y orden (Márquez Romero, 2004). De cualquier modo,
en ambos casos prevalece una visión de la justicia que la asocia con

9 Con base en el Latinobarómetro.


10 Donde “mucho” equivale a diez; “bastante” a 6.66; “poco” a 3.33 y “nada” a cero.
11 Se rescata el caso de Uruguay, que es el que de acuerdo con los índices disponibles es el país latino-
americano que presenta mejores evaluaciones del estado de derecho.

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Ana Díaz Aldret

Gráfica 3.2 Evolución del grado en el que mexicanos


y latinoamericanos en general consideran que en su país existe
igualdad ante la ley (escala cero a diez)
Latinoamérica México
4

2002 2003 2005 2008

Fuente: Elaboración propia, con base en el Latinobarómetro 2002, 2003, 2005 y 2008.

factores que no rebasan el ámbito de lo legal. Por su parte, Cortés


Guardado (2006) considera que esta visión legalista constituye
un buen sedimento para el desarrollo de lo que llama “competen-
cias judicativas”, a pesar de que no se logre trascender el ámbito
estrictamente legal ni a asociar a la legalidad con los elementos
que le dan sustento (respeto de los derechos, igualdad, etc.). De
hecho, con base en un test de razonamiento moral, reporta que
una mayoría equivalente a 73% de los mexicanos muestra un nivel
de moralidad cívico–legal, lo que significa que presenta actitudes de
respeto a la ley y a la validez del orden jurídico. Por otro lado,
casi la quinta parte de los mexicanos (18%) manifiesta actitudes
precívicas o particularistas que impiden trascender los intereses de
grupo y tener una visión universalista de la ley. El sector más
competente para funcionar en un estado de derecho democrático
es el que manifiesta un nivel cívico–ético de moralidad cívica, con
el que se corresponde apenas un 9% de sus entrevistados. El nivel
cívico–ético supone a una visión del carácter vinculante de la ley
no fincada en la obligatoriedad sino en la capacidad de construir
acuerdos por parte de ciudadanos agentes.

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Cultura de la legalidad en México

Percepción de la fortaleza del sistema de justicia

La fortaleza del sistema de justicia es un factor determinante para


lograr apoyo ciudadano hacia el estado de derecho. La fortaleza de
un sistema de justicia se ha asociado a que a un tiempo demuestre
independencia, eficiencia y libre acceso de la ciudadanía, es decir,
que todos los ciudadanos tengan la misma oportunidad de acceder
a los servicios de la administración de justicia (Prillaman, 2000: 15–
16). La percepción que los ciudadanos tengan de la fortaleza de su
sistema de justicia es importante porque ella tiene efectos claros so-
bre su compromiso con el estado de derecho (Donoso, 2008).
En esta sección se presenta un seguimiento de distintos indica-
dores asociados a la percepción que los mexicanos tienen de las di-
mensiones asociadas a la fortaleza del sistema de justicia. El objetivo
es examinar la medida en la que los mexicanos consideran que vi-
ven bajo un sistema confiable de impartición de justicia; para ello se
cuenta con diversos indicadores entre 1996 y 2009, obtenidos de di-
versas encuestas; sin embargo, el problema es que la formulación de
los reactivos no ha permanecido constante durante todos esos años.

Independencia
El Poder Judicial es un componente esencial para dividir el poder po-
lítico a través de instituciones que compitan y coincidan de manera
parcial en sus responsabilidades. Uno de los aspectos que más obs-
truyen a la procuración y la administración de justicia es la falta de
autonomía de los jueces. La falta de vigencia de un estado de derecho
en México se explica en buena medida por la histórica falta de inde-
pendencia y vulnerabilidad de los jueces y los agentes del ministerio
público respecto de los poderes político y económico. En los hechos,
esta falta de autonomía se ha traducido en ineficacia, parcialidad y co-
rrupción (Begné Guerra, 2005).
El primer dato del que se dispone en torno a la percepción que
los ciudadanos mexicanos tienen sobre la independencia de los
jueces, la brinda el Estudio sobre la cultura de la Constitución en
México (Márquez Romero, 2004). En la encuesta realizada para di-
cho estudio se incluye la pregunta: “¿Qué tan independientes cree

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Ana Díaz Aldret

Ud. que son los jueces para tomar sus propias decisiones?”. En 2003,
año en que se llevó a cabo el levantamiento de la misma, 15% de los
entrevistados consideraron que eran “totalmente independientes”;
21.5% que eran “bastante independientes”; 39.8% que eran “poco
independientes” y 14%, “nada independientes”. En conjunto, poco
más de la mitad de los ciudadanos (54%) consideró que los jueces no
gozan de independencia.
Los datos recabados por la Encuesta de Capital Social y Cultura
de la Legalidad en 2010 en torno a la percepción de independen-
cia del Poder Judicial se desagregaron con base en la influencia que
ejercen el Poder Ejecutivo (a nivel nacional y subnacional) y el eco-
nómico o político. En primer lugar, si se considera el promedio de
las respuestas recibidas para la percepción de independencia respecto
de estos tres actores, es posible constatar que en términos generales
la proporción de ciudadanos que consideran que los jueces no gozan
de independencia en México se redujo en cuatro puntos porcentua-
les (de 54% a 50%), que es la misma proporción en la que creció la
percepción de que sí gozan de bastante o total independencia para
tomar sus decisiones.
Sin embargo, como se mencionó, los datos de 2010 permiten
desagregar la percepción de independencia en función de diversos
tipos de influencia. Menos de la mitad de los entrevistados (48%)
cree que los jueces son “totalmente” o “bastante independientes” del
presidente, y más de la mitad percibe que no son independientes ni
de los ricos, ni de los influyentes, ni de los gobernadores (51% y 52%
respectivamente).

Eficiencia del sistema de justicia


Se entiende por eficiencia la capacidad para realizar de manera
satisfactoria la función a la que está destinado, que en este caso es
el control y la disminución de la delincuencia. La eficiencia global del
sistema de justicia es, cuando más, de 3.8%; por cada 100 personas
de las que se presume su responsabilidad en hechos delictivos, el
sistema de justicia en su conjunto sólo logra sentenciar a poco
menos de cuatro (Arango y Lara, 2006). Por lo que a percepcio-
nes se refiere, en términos generales los mexicanos reprueban al

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Cultura de la legalidad en México

Cuadro 3.1 Comparativo del porcentaje de respuestas


en relación con el grado de independencia de los jueces

independientes

independientes

independientes

independientes
Totalmente

Bastante

Nada
Poco
Encuesta

Capital Social y Cultura de la Legalidad


17 23.3 30.3 20
(2010)

Cultura de la Constitución (2003) 15 21.5 39.8 14

Fuentes: Elaboración propia, con base en el Estudio sobre la cultura de la Constitución (Márquez
Romero, 2004) y Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad (2010).

Estado en cuanto a su capacidad para hacer cumplir las leyes. En


2008, con base en los datos del Latinobarómetro, el promedio de
calificación que los entrevistados otorgaron a esta capacidad fue
de 5.2 (en una escala de uno a diez). La tendencia de esta califi-
cación es ligeramente hacia la baja: en 2003 fue de 5.7 y en 2005
de 5.3; por otro lado, las calificaciones de los dos últimos registros
están ligeramente por arriba del promedio en el continente, que
fue de 5.1 en ambos casos.
En las versiones 2003 y 2005 se incluyó un reactivo en el que
se pide a los entrevistados que digan si están “muy de acuerdo”,
“de acuerdo”, “en desacuerdo” o “muy en desacuerdo” con la expre-
sión “el sistema judicial castiga a los culpables”. Nuevamente, las
opciones de respuesta se reconvirtieron a una escala de cero a diez
para hacer más clara la lectura de los resultados y la evolución de
esta opinión: un mayor puntaje implica un mayor grado de acuer-
do con la idea de que el sistema judicial, en efecto, castiga a los
culpables y, por lo tanto, con una percepción de mayor eficiencia
del funcionamiento del sistema de justicia. Los resultados obte-

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Ana Díaz Aldret

Cuadro 3.2 Evolución del grado en el que mexicanos, uruguayos


y latinoamericanos en general consideran que en su país el sistema
judicial castiga a los culpables (escala cero a diez)

Región / país 2003 2005


Latinoamérica 4.07 4.12
México 4.03 4.25
Uruguay 4.37 5.13

Fuente: Elaboración propia, con base en el Latinobarómetro 2003 y 2005.

nidos para México se muestran en el cuadro 3.2, en donde tam-


bién se incluyen los del promedio del conjunto de los países de la
región y los de Uruguay. Como se puede observar, en los tres casos
entre 2003 y 2005 la opinión respecto de que el sistema judicial
castigue a los culpables mejora, sin embargo, los mexicanos y lati-
noamericanos en general se mantienen más cerca del desacuerdo
con que el sistema judicial sea eficaz (a la opción “en desacuerdo”
se le asignó un valor de 3.33, y a la “de acuerdo”, 6.66).
Otra forma de evaluar la percepción que se tiene de la eficien-
cia del sistema de justicia es la apreciación que tienen los entre-
vistados en relación con el grado en el que se ha progresado en
reducir la corrupción en las instituciones del Estado (las valora-
ciones se hacen para los dos años anteriores a la entrevista). Las
opciones “mucho”, “algo”, “poco” y “nada” se reconvirtieron a la
escala de cero a diez: un mayor puntaje significa que la percepción
del grado de reducción de la corrupción es mayor. Una vez más,
podemos observar que los mexicanos y latinoamericanos, en gene-
ral, consideran que hay poco avance en el control de la corrupción
aunque, en este caso, el promedio de los países de la región pre-
senta un ascenso a partir de 2005, mientras que en México la per-
cepción de control de la corrupción permanece estable (véase la
gráfica 3.3).

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Cultura de la legalidad en México

Gráfica 3.3 Evolución del grado en el que mexicanos y


latinoamericanos en general consideran que en su país se ha
progresado en reducir la corrupción (escala cero a diez)
Latinoamérica

3
México

2003 2004 2005 2008

Fuente: Latinobarómetro.

Acceso a la justicia
Éste es un tema indefectiblemente asociado al problema de la dis-
tancia entre el funcionamiento real del sistema de justicia y la igual-
dad jurídico–formal consagrada en las constituciones liberal–demo-
cráticas; es, en consecuencia, un tema que aparece vinculado a las
desigualdades de carácter socioeconómico. En general, el estudio del
acceso de los ciudadanos a la justicia se hace desde la perspectiva de
la organización judicial, con el objetivo muy claro de conocer cuáles
son los obstáculos a superar, y es un tema poco explorado desde la
perspectiva de la cultura de la legalidad.
El problema del acceso a la justicia tiene varias dimensiones (Ro-
bles, 2006): lo accesible que son para un ciudadano común los meca-
nismos y estructuras del sistema judicial del Estado para la defensa
de sus derechos legales (costos, discriminación, etc.); las diferencias
reales de medios y posibilidades (dinero, tiempo) de acceder que tie-
nen las personas; las aptitudes y los conocimientos del ciudadano
para identificar las posibilidades y ventajas que le brinda el sistema
judicial (esta dimensión define de manera importante las posibilida-
des de establecer contacto con el sistema de justicia y permanecer en

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Ana Díaz Aldret

el proceso el tiempo necesario para hacer efectivos sus derechos); la


desconfianza o sensación de inseguridad derivadas de la experiencia
o contactos previos con el sistema judicial: trato recibido (igualitario o
discriminatorio), calidad del servicio, represalias, etc.; la posibilidad
de lograr un buen servicio, es decir, un pronunciamiento judicial en
un tiempo razonable y prudente, que solucione el conflicto o brinde
amparo frente la amenaza de violación de un derecho o la violación
del mismo.
Claramente, las dimensiones más directamente asociadas a la
cultura de la legalidad (la tercera y la cuarta enumeradas) son las
que se refieren a las actitudes, los conocimientos, las disposiciones
del ciudadano hacia las autoridades y los mecanismos del sistema
de justicia del Estado, mismas que definen sus posibilidades de
acceder a la justicia y hacer valer sus derechos. En este sentido,
un acercamiento al problema del acceso o no acceso de los ciuda-
danos a la justicia en México reside en las cifras de denuncia de
delitos registradas sobre todo en las encuestas de victimización.
Así, con base en los datos de las Encuestas Nacionales Sobre In-
seguridad (ensi), se tiene que entre 2004 y 2008 en promedio
sólo 22% de los delitos fueron denunciados en el país y sólo se
iniciaron procesos de averiguación para un promedio de 16% de
ellos. Considerando que la procuración de justicia empieza con la
denuncia y la consignación de averiguación previa, el promedio
de víctimas de delito que no acceden a la justicia en el país fue de
84% en los años considerados.
En 2008, las razones principales que los entrevistados que fueron
víctimas de algún delito y decidieron no denunciar fueron: en primer
lugar, que es una pérdida de tiempo (39%); en segundo, la descon-
fianza hacia las autoridades (16%); en tercero, que los trámites son
largos y difíciles (10%). Así, las dos terceras partes de las víctimas
de un delito en México que decidieron no denunciar reconocen que
no lo hicieron porque perciben que acudir al sistema de justicia es
inútil, peligroso o complicado (en ese orden). A estas percepciones
se suman el percibir hostilidad por parte de las autoridades (3%) y el
miedo a la extorsión (1%), es decir, en 2008, en 69% de los casos del
no acceso de las víctimas de un delito a la justicia se explica por la

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Cultura de la legalidad en México

falta de credibilidad o desconfianza hacia el sistema de justicia. Este


tipo de percepciones desplaza a otras de carácter más técnico como
serían la importancia del delito (9%) o la falta de pruebas (8%).
Como se puede constatar a partir de los datos anteriores, tam-
bién la percepción de fortaleza de justicia tiende a ser negativa.
En cuanto a la independencia, llama la atención que siendo baja la
creencia en que las instituciones del Poder Judicial sean indepen-
dientes, dicha percepción es particularmente baja en el sur del país,
región en la que casi la mitad de los encuestados no consideran que
existan espacios de autonomía suficientes frente a los gobernadores.
Por lo que se refiere a la eficiencia del sistema de justicia, prevalece la
creencia de que el sistema de justicia es poco eficiente para castigar a
los culpables; por otra parte, prácticamente no se perciben cambios
en la eficiencia de la lucha contra la corrupción y tampoco se obtie-
ne una buena calificación sobre la capacidad del Estado para hacer
cumplir la ley. Por último, destaca el dato de que sólo 1.4 de cada
diez víctimas de algún delito accede al sistema de justicia.

Legitimidad de las instituciones

Un compromiso con el estado de derecho se refleja en actitudes


y comportamientos de conformidad y acuerdo tanto con la ley como
con las decisiones de las autoridades encargadas de procurar justicia
y hacer cumplir la legalidad. Se considera que el compromiso con el
estado de derecho está estrechamente relacionado con la legitimidad
del sistema jurídico y esta última se ha medido empíricamente de
dos maneras: por un lado, se ha buscado registrar la medida en la
que los individuos sienten la obligación de obedecer la ley (sin con-
siderar los costos y beneficios personales de hacerlo) y, por otro, se
ha medido el grado en el que las instituciones y los actores del siste-
ma legal gozan de la confianza ciudadana; una orientación positiva
ha sido interpretada como un signo de legitimidad del sistema y,
en consecuencia, de apoyo y de lealtad hacia el mismo (Tyler, 2006:
27–30). Así, la confianza hacia las instituciones puede ser entendida
como una forma de apoyo difuso al estado de derecho o como un

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Ana Díaz Aldret

respaldo específico del desempeño y los resultados alcanzados por las


autoridades del sistema legal.
El Latinobarómetro presenta, a partir de 1996, diferentes
preguntas para medir la confianza en instituciones, actores o
grupos. En principio, la confianza institucional es un indicador
del orden social y del nivel en el que los ciudadanos perciben es-
tabilidad y certidumbre; se refiere, por tanto, a la confianza de-
positada no en las personas sino en la institución y en el sistema
legal que la norma y engloba. Para poder tener comparabilidad,
las dos instituciones del sistema legal que son consideradas en la
mayoría de las encuestas son el Poder Judicial y la policía, por
lo cual se construyó un índice compuesto a partir de estos dos
componentes.
De acuerdo con los datos del Latinobarómetro 2008, lo pri-
mero que hay que destacar es que el promedio de apoyo a estas
dos instituciones del estado de derecho en América Latina es
muy bajo: 3.7 en una escala de diez puntos. 12 Incluso Uruguay,
que es el país que presenta el mejor nivel de confianza (4.8), no
logra llegar al punto medio de la escala. México se encuentra por
debajo del promedio en la región que es de 3.7 puntos (véase la
gráfica 3.4). Además, los mexicanos manifiestan confiar más en
el Poder Judicial que en la policía, en la gráfica 3.5 se muestra la
evolución que la confianza manifestada en las dos instituciones
del estado de derecho evaluadas ha tenido en el país entre 1996
y 2008. En comparación con el caso latinoamericano, también
se observa una percepción menos favorable en el caso mexicano
(véase la gráfica 3.6).
Con el objeto de situar mejor la desconfianza en el Poder Judicial y la
policía, se presentan los datos de confianza para un conjunto de institu-
ciones en una escala del cero al diez, en donde cero es ninguna confianza
y diez es mucha confianza. Los resultados ilustran que las instituciones
del estado de derecho consideradas ocupan los últimos lugares en los tres

12 El promedio de confianza en el sistema judicial en países europeos para 2003, fue de 5.5 puntos en
una escala similar (Castillo, 2005: 64).

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Cultura de la legalidad en México

Gráfica 3.4 Promedio de confianza en instituciones


del estado de derecho en América Latina
5

1
Uruguay

Chile

Colombia

El Salvador

Brasil

Nicaragua

Costa Rica

Honduras

Venezuela

Paraguay

Ecuador

Bolivia

Argentina

México

Panamá

Guatemala

Perú
Fuente: Elaboración propia, con base en el Latinobarómetro 2008.

Gráfica 3.5 Evolución de la confianza en instituciones


del estado de derecho en México
Escala de confianza en el Poder Judicial

2
Escala de confianza en la policía
1

1996 1997 1998 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2008

Fuente: Elaboración propia, con base en el Latinobarómetro 1996, 1997, 1998, 2000, 2001, 2002,
2003, 2004, 2005 y 2008.

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Ana Díaz Aldret

Gráfica 3.6 Comparativo de la evolución


de la confianza en instituciones del estado de derecho
en México, Uruguay y América Latina
Uruguay
5
Latinoamérica
4

2
México
1

1996 1997 1998 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2008

Fuente: Elaboración propia, con base en el Latinobarómetro 1996, 1997, 1998, 2000, 2001, 2002,
2003, 2004, 2005 y 2008.

Cuadro 3.3 Grado de confianza en diversas instituciones


(en escala del cero al diez)

Institución 1996 2002 2008


Partidos 2.78 2.18 2.5
Policía 1.98 1.88 2.97
Poder Judicial 2.59 2.49 3.32
Congreso 3.11 3.04 3.84
Empresas 3.68 3.53 4.01
Gobierno 2.48 2.91 4.06
Prensa 3.6 sd 4.26
Televisión 3.99 4.18 4.72
Radio sd sd 5.01
Ejército 4.32 4.59 5.42
Iglesia 6.57 5.28 6.22
Fuente: Elaboración propia, con base en el Latinobarómetro 1996, 2002 y 2008.

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Cultura de la legalidad en México

periodos considerados, en contraste con la Iglesia, el ejército y los medios


que exhiben mayores niveles de confianza institucional.
La desconfianza que se mantiene a lo largo de los años hacia el
Poder Judicial y la policía es mucho más notoria cuando se pregunta
por la credibilidad de los agentes concretos y se pide al entrevistado
que sólo mencione a aquéllos a quienes les cree. En general, es posi-
ble apreciar que en el conjunto de Latinoamérica entre 1996 y 2003
se vio socavada la credibilidad de profesores, sacerdotes, noticiarios,
jueces y diarios. En México, todos los agentes —salvo los políticos
que mantuvieron su mismo 4% de menciones— vieron menguada
de igual manera su credibilidad aunque, en general, el declive fue
mucho más contundente que en el conjunto del continente; la pro-
porción de entrevistados que dijo no creerle a ningún agente en con-
creto creció en 15 puntos porcentuales. Por ejemplo, en siete años la
proporción de entrevistados que mencionó creer a los jueces cayó de
12% a 4.5% y la policía pasó de 3% a sólo 1% de las menciones. La
menor credibilidad está entre quienes tienen a su cargo la represen-
tación de los ciudadanos y los encargados de velar por su seguridad.
El hecho de que los actores e instituciones del estado de derecho
son poco confiables en nuestro país se confirma en los resultados más
recientes de la Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad
2010. La proporción de entrevistados que declaró confiar poco o na-
da en los jueces y en los policías fue de 76% y 83%, respectivamente.
Destaca que 42% de los entrevistados declaró no confiar nada en los
policías, cifra sólo superada por la obtenida por los partidos políticos
(de 45%). Lo que esta encuesta aporta es una diferenciación regional
que contribuye a delinear mejor el problema. Si bien la desconfianza
hacia estas dos instituciones del estado de derecho es generalizada y
amplia, es posible observar que en el sur del país es más acentuada que
en el norte.
Llama la atención la abrupta caída en muy pocos años que se ob-
serva para el caso mexicano; habría que explorar diversas hipótesis
para entender a mayor cabalidad este comportamiento. Una primera
interpretación se podría derivar de los efectos del cambio político y el
natural desencanto que a decir de algunos autores se genera debido a
una ciudadanía que había depositado expectativas muy altas en el pro-

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Ana Díaz Aldret

Cuadro 3.4 Porcentaje de menciones libres


a la pregunta: ¿a quién le cree usted?

1996 2003
Actor / institución
Latinoamérica México Latinoamérica México
Profesores 38 49.5 34 34
Sacerdotes 39 49 31.5 19
Noticiarios 29 31 23 15
Jueces 12 12 12 4.5
Policía 8 3 13 1
Dirigentes sindicales 6 4.5 9 3
Funcionarios públicos 6 4.5 9 4
Familiares 65 66 58 46
Políticos 4 4 4.5 4
Empresarios 8 10 9 7
Diarios 21 23.5 15 10
Gobierno 8 5 10 4
Diputados 4.5 3 5 1
Militares 9 7 9.5 4
Ninguno 9 7 19 22
Fuente: Elaboración propia, con base en el Latinobarómetro 1996 y 2003.

ceso de democratización. Otra interpretación apuntaría al desfase que


se da entre el cambio político y la transformación de las instituciones
en un proceso de democratización que no pasó por la ruptura con las
instituciones del régimen autoritario.

Observancia y cumplimiento voluntario de la ley

La observancia y el respeto de la ley son el elemento sustantivo del


compromiso con el estado de derecho. En este apartado se analizan

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Cultura de la legalidad en México

Cuadro 3.5 Porcentaje de menciones libres a la pregunta:


¿a quién le cree usted?

Conjunto
Norte Centro Sur del país
Jueces
Totalmente 9 3 2 4
Bastante 15 12 8 12
Poco 39 40 47 42
Nada 29 36 36 34
Policías
Totalmente 5 5 2 4
Bastante 11 9 7 9
Poco 40 40 44 41
Nada 40 45 39 42
Fuente: Elaboración propia, con base en el Latinobarómetro 1996 y 2003.

algunos indicadores de la medida en la que los mexicanos han intro-


yectado un compromiso con la ley en su cotidianidad.
Como ya se vio, los mexicanos asumen ampliamente el cumpli-
miento de la ley como un valor universal abstracto. En este apartado
se examina el grado en el que los mexicanos consideran que cumplen
con la ley, están conscientes de sus obligaciones y deberes, y exigen sus
derechos. En un segundo momento, se abordan actitudes en torno a lo
dispuestos que están a observar la ley en determinadas circunstancias.
Para captar la percepción que los mexicanos tienen del compro-
miso de sus connacionales con el estado de derecho, se empleó una
pregunta que se repitió en los cuestionarios del Latinobarómetro pa-
ra 1996, 1997, 2001, 2002, 2003, 2005 y 2008: “¿Diría Ud. que los
mexicanos: a) cumplen las leyes; b) son exigentes de sus derechos;
c) son conscientes de sus obligaciones y deberes; d) son iguales ante
la ley”? A partir de esta pregunta se construyó un índice compuesto,
al que se le llamó índice de percepción del compromiso ciudadano

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Ana Díaz Aldret

Gráfica 3.7 Evolución del índice de percepción del compromiso


ciudadano con el estado de derecho en México y América Latina
Latinoamérica
5

3
México
2

1996 1997 2001 2002 2003 2005 2008

Fuente: Elaboración propia, con base en el Latinobarómetro 1996, 1997, 2001, 2002, 2003, 2005
y 2008.

con el estado de derecho, formado por los primeros tres elementos:13


cumplimiento de la ley; exigencia de derechos, y consciencia de obli-
gaciones y deberes.
En todos los casos, las opciones de respuesta eran: “mucho”;
“bastante”; “poco”; “nada”. Las opciones se reconvirtieron a una es-
cala de cero a diez, en donde una mayor puntuación implica una
mejor evaluación del grado en el que se percibe que los nacionales
muestran compromiso con el estado de derecho.14 Cada uno de estos
componentes fue promediado, con idéntica ponderación, para obte-
ner el índice de percepción del compromiso ciudadano con el estado
de derecho. Por otro lado, para establecer un referente, se incluyeron
en el análisis el cálculo de los componentes y del índice para el con-
junto de Latinoamérica.

13 La opción d de esta pregunta se analizó por separado para el apartado de “Igualdad ante la ley”,
expuesto antes.

14 A la opción “mucho” se le asignó un puntaje de diez; a la opción “bastante”, uno de 6.66; a la op-
ción poco, 3.33, y a la opción “nada” se le asignaron cero puntos.

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Cultura de la legalidad en México

La percepción de los mexicanos del compromiso ciudadano con


el estado de derecho ha estado siempre por debajo del promedio ob-
tenido para el conjunto de los países latinoamericanos y ha mostrado
también más fluctuaciones. Llama la atención que el índice sufrió un
importante descenso en 2001, inmediatamente después de la alter-
nancia a nivel de la Presidencia de la República y, aunque ha venido
creciendo lenta, pero sostenidamente en los años siguientes, no había
alcanzado hasta 2008 el nivel que tenía en 1996. De cualquier modo,
el punto de origen era en promedio bajo (4.49), pues estaba por debajo
de la mitad de la escala y más cercano al puntaje correspondiente a la
categoría “poco” que al de la categoría “bastante”.
La desagregación por componentes muestra que los encuestados
califican mejor el grado en el que los mexicanos son capaces de exi-
gir sus derechos que cualquiera de los otros dos. Por otra parte, no
se puede pasar por alto que el componente que en este apartado nos
interesa especialmente, aquél que refiere al grado en el que los mexi-
canos cumplen la ley, es el peor evaluado. Esto mismo sucede en el
conjunto de Latinoamérica, sin embargo, en este caso, el componen-
te de conciencia sobre obligaciones y deberes es sensiblemente mejor
evaluado que en México.
Hemos visto que, en promedio, los mexicanos consideran que
sus connacionales respetan poco la ley (3.5 sería el puntaje pro-
medio de dicho componente para los siete años examinados). Sin
embargo, para comprender la manera en la que funciona un siste-
ma jurídico, además de analizar a las instituciones, hay que com-
prender el significado que tiene el imperio de la ley en la sociedad
en cuestión. Cuando la ley se percibe como una de las principales
armas para el abuso o la injusticia, resulta difícil mostrar lealtad
y compromiso hacia ella; sin embargo, para alcanzar democracias
sostenibles y de calidad, el desarrollo de una cultura basada en el
imperio de la ley resulta esencial, pues la ley es la base para un
trato igualitario y para reducir la incertidumbre típica de los auto-
ritarismos. Una cultura democrática se debe enraizar en el respeto
de la ley y en el reconocimiento de las vías que la propia demo-
cracia plantea para cambiarla si va en contra de los intereses de la
mayoría; de otro modo, se plantea el dilema de definir quiénes son

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Ana Díaz Aldret

Cuadro 3.6 Componentes del índice de percepción


del compromiso ciudadano con el estado de derecho (México)

Componente 1996 1997 2001 2002 2003 2005 2008


Cumplimiento de la ley 3.93 4.76 3.00 3.09 2.95 3.34 3.49
Exigencia de derechos 5.15 5.26 4.02 4.86 5.55 5.34 5.75
Conciencia de obligaciones y
4.38 4.69 3.02 3.19 3.57 3.64 3.90
deberes
General 4.49 4.9 3.35 3.71 4.02 4.11 4.38
Fuente: Elaboración propia, con base en el Latinobarómetro 1996, 1997, 2001, 2002, 2003, 2005
y 2008.

Cuadro 3.7 Componentes del índice de percepción del compromiso


ciudadano con el estado de derecho (América Latina)

Componente 1996 1997 2001 2002 2003 2005 2008


Cumplimiento de la ley 3.94 4.25 3.54 3.61 3.57 3.62 3.84
Exigencia de derechos 5.73 5.84 5.44 5.45 5.43 5.48 5.43
Conciencia de obligaciones y
4.61 4.71 4.28 4.44 4.36 4.36 4.37
deberes
General 4.76 4.93 4.42 4.50 4.45 4.49 4.55
Fuente: Elaboración propia, con base en el Latinobarómetro 1996, 1997, 2001, 2002, 2003, 2005
y 2008.

los ciudadanos competentes para juzgar cuáles leyes son dignas de


respeto y cuáles no.
Una pregunta que con frecuencia se ha empleado para medir la ob-
servancia a la ley suele indagar si los entrevistados consideran que las
leyes se deben obedecer aunque se consideren injustas. De hecho, en
cuatro estudios llevados a cabo en 1994, 2000, 2003 y 2009 la pregunta
se formuló de manera idéntica, con lo cual es posible observar una evo-
lución hacia una mayor proporción de los ciudadanos que manifiestan
una obligación percibida hacia el respeto a la ley (law abidance), inde-
pendientemente de que coincida o no con su visión acerca de la justicia
o injusticia de la misma; el incremento de las respuestas en el sentido

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Cultura de la legalidad en México

Cuadro 3.8 Porcentajes de respuesta a la pregunta: “El pueblo debe...”

Encuesta Obedecer Cambiar las Desobedecer


siempre leyes si no le las leyes
las leyes parecen si le parecen
injustas
Capital Social y Cultura de la
Legalidad (2010) 47% 28% 20%
Estudio sobre la cultura de la
Constitución (2003) 47% 25% 23%
Ciudadanía y cultura de la
democracia (2000) 44% 29% 24%
Los mexicanos de los noventa
(1994) 36% 29% 29%

Fuente: Elaboración propia. Para 1994, 2000 y 2003, Estudio sobre la cultura de la Constitución
(Márquez Romero, 2004); para 2010, Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad.

de que la ley se debe obedecer siempre fue de 11 puntos porcentua-


les en nueve años (entre 1994 y 2003), aunque entre 2003 y 2010 este
porcentaje no se modificó. En contraste, aunque se observa también
una disminución en la proporción de los que expresan que la ley se pue-
de desobedecer si es injusta, dicho decrecimiento ha tenido un ritmo
más lento (los mismos nueve puntos porcentuales, pero en un plazo de
16 años), que sí observó modificaciones entre 2003 y 2010.15
En términos generales, se observa que una amplia proporción
de sujetos en situación de encuesta expresan actitudes favorables al
cumplimiento de la ley, pero también que todavía hay una propor-
ción amplia (que puede llegar hasta casi la mitad de la población,
según sea formulada la pregunta) de quienes piensan que en algún
grado es aceptable que la gente se haga justicia por propia mano, si
las instituciones fallan. En el caso de la información proporcionada

15 La encup, en sus versiones 2001, 2003 y 2005, incluye también reactivos en este sentido, pero
no los formula igual en los diferentes levantamientos. Lo único que se puede desprender de esos
estudios es que conforme se dan más opciones intermedias (que cumpla la ley, pero que se ampare,
o que cumpla la ley, pero que promueva cambios), se reduce el porcentaje de entrevistados que se
inclina por la opción de desobedecerlas que cae hasta 12%.

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Ana Díaz Aldret

por la Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad 2010, se


tiene que la proporción de entrevistados que opina que la gente tiene
derecho (19%) o lo tiene en parte (28%) a tomar en sus manos el
castigo de alguien que comete un delito si las autoridades no hacen
nada, es equivalente a la de los sujetos que consideran que el pueblo
no tiene derecho a tomar en sus manos la justicia (47%). Aunque es
necesario interpretar este resultado a la luz de la desconfianza gene-
ralizada hacia las autoridades judiciales y gubernamentales, la ten-
dencia observada no es menor. Se tiene entonces un escenario en el
que el respeto a la ley se sostiene desde un plano normativo que no
por fuerza se refleja en actitudes más concretas o en las prácticas.
Esto se corrobora al analizar los diversos indicadores referentes a la
justificación o disposición a evadir la aplicación de la ley.
En diferentes versiones del Latinobarómetro, se incluyeron reac-
tivos destinados a registrar el grado en el que los entrevistados justi-
ficaban conductas que transgreden la ley o las normas. Se construyó
un índice compuesto de disposición a justificar conductas de desape-
go a la norma para 1998, 2002 y 2003, a fin de tener una tendencia
en el tiempo y un referente de comparabilidad entre México y el
conjunto de la región.16 Los reactivos recibieron igual ponderación
para la construcción del índice compuesto; sin embargo, debido a
que no son idénticos en su formulación en las diferentes versiones,
los resultados obtenidos deben ser matizados y en este momento sólo
pueden ser indicativos de algunas tendencias. Así, los mexicanos
justifican más que los latinoamericanos en general las conductas de
desapego a la norma.
Como se ha afirmado a lo largo de este trabajo, la cultura de la
legalidad es un reflejo del nivel de madurez cívica y democrática de
una sociedad. En la medida en la que la población reconozca a la ley

16 En todos los casos se pedía al entrevistado que calificara en una escala de uno a diez (en donde
uno representaba “para nada justificable” y diez “totalmente justificable”), cuán justificable consi-
deraba las conductas ejemplificadas. Para 1998, los reactivos incorporados fueron: evadir impues-
tos; recibir beneficios del gobierno, sabiendo que no tiene derecho a ello; esconder productos para
no pagarlos en el supermercado. Para 2002: comprar algo que sabía que era robado, y aceptar un
soborno. Para 2003, simular estar enfermo para no ir a trabajar; pagar menos impuestos, y comprar
algo que sabía que era robado.

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Cultura de la legalidad en México

Gráfica 3.8 Evolución del índice compuesto


de disposición a justificar conductas de desapego a la norma
3.0
México
2.5

2.0

1.5

1.0
Latinoamérica
0.5

1998 2002 2003


Fuente: Elaboración propia, con base en el Latinobarómetro 1998, 2002 y 2003.

Gráfica 3.9 Evolución del índice compuesto


de disposición a justificar la evasión de impuestos
México
4

1
Latinoamérica

1998 2003 2005 2008

Fuente: Elaboración propia, con base en el Latinobarómetro 1998, 2002 y 2003.

como el principal estructurador del orden social y esté dispuesta a


respetarla y a acatar las disposiciones de las autoridades del sistema
legal, se reduce la incertidumbre y se tornan más predecibles las rela-
ciones sociales. Por otro lado, para hacerse acreedoras de la confian-
za de los ciudadanos, las instituciones deben tener como eje de su
funcionamiento el respeto y la defensa de los derechos ciudadanos y

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Ana Díaz Aldret

las autoridades deben actuar con apego a la ley, evitar la discreciona-


lidad y procurar la justicia.
El análisis de diversas encuestas de percepción ciudadana como
el que se ha realizado en este estudio permite explorar algunos de los
rasgos más característicos de la sociedad mexicana en torno a la cul-
tura de la legalidad. La comparación con las tendencias en otros paí-
ses de América Latina ayuda a comprender mejor el caso mexicano
en su especificidad particular y permite ponderar nuestra realidad en
contraste con la del resto del continente. Además, con datos de la
Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad aplicada en
2010 para el contexto mexicano fue posible confirmar tendencias
observadas por otras encuestas y examinar resultados recientes que
ajustan las tendencias históricas.
Sin embargo, es importante señalar que todas las encuestas referi-
das adolecen de ciertas debilidades para hacerlas comparables, como
el hecho de que los reactivos no se repiten o se modifican a lo largo de
los años; por otra parte, como es común en este tipo de encuestas, no
hay en los cuestionarios referencias a comportamientos ciudadanos es-
pecíficos, lo cual dificulta inferir si las declaraciones del encuestado se
reflejan en prácticas cotidianas que las corroboren o no; por último, los
cambios abruptos y erráticos que se muestran a lo largo del tiempo en
relación con la percepción sobre algunos temas —en particular esto se
observa de manera muy significativa para el caso mexicano— hacen
difícil la interpretación por parte del analista. Aun así, es indudable
que las fuentes referidas son válidas para estudios de esta naturaleza y
reflejan de manera confiable los rasgos más característicos de la cultura
de la legalidad en nuestro país.
Las observaciones más claras de este estudio con relación a la
cultura de la legalidad en México son:

• Si bien la mayor parte de los encuestados asumen la ley en el


plano del deber ser y el respeto a la ley como un valor importan-
te y una cualidad deseada, hay datos que muestran que se mar-
gina esta valoración en el actuar cotidiano. Una mayoría de los
encuestados justifica de manera sistemática ciertos actos o conduc-
tas de transgresión a las normas, cuando esto permite evitar san-

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Cultura de la legalidad en México

ciones o agilizar procesos jurídicos o administrativos diversos, las


vías alternas son con frecuencia preferidas a los cauces forma-
les legales. Si bien este desfase entre la declaración del deber ser
y las prácticas cotidianas se observa en diversos contextos nacio-
nales, México aparece como un caso particularmente notorio.
• A partir de las encuestas analizadas, se observa que en México preva-
lece en buena parte la cultura de la evasión de responsabilidades le-
gales y se tolera la impunidad. Si bien parecería haber una conciencia
ciudadana creciente sobre los derechos, no se observa tal crecimiento
en la conciencia sobre las obligaciones. En este aspecto México apa-
rece más alejado que otros países de América Latina para empatar la
ecuación entre derechos y obligaciones.
• Aparece como endémica la desconfianza sobre instituciones y
sobre agentes encargados de velar por la seguridad y los respon-
sables de impartir justicia. Se observan de manera sistemática
actitudes desfavorables hacia el sistema judicial en su conjunto.
Se evalúa mal el desempeño de las instituciones del Poder Judi-
cial y se evalúa mucho peor si se refiere la opinión a los agentes
responsables del mismo sean jueces o, todavía peor, el caso de
policías. Una vez más, la baja confianza es más aguda que en el
promedio de países latinoamericanos.
• No es extraño que en un país marcado por la desconfianza, el acceso
a la justicia sea francamente limitado. Cuando la gente percibe que el
acceso no es igualitario o que el sistema de justicia no es eficiente,
el compromiso con el estado de derecho suele ser bajo.
• Es interesante observar para el caso mexicano, en contraste con
otros países, los dramáticos cambios de percepción que puede
haber prácticamente de un año para otro: algunos de los datos
medidos por escalas de percepción se modificaron hasta en 60%
durante ese lapso. No sucede en esa magnitud en otros casos la-
tinoamericanos.
• Si el punto de partida era una cultura de la legalidad en la que se
marginaba la ley en el actuar cotidiano y prevalecían las actitudes
desfavorables hacia las instituciones y los procedimientos jurí-
dicos, es posible decir que no se aprecian grandes avances desde
1996 hasta la fecha.

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• Sin embargo, a pesar de que no se aprecia un gran cambio en


términos de los componentes de la cultura de la legalidad, sí
es posible corroborar que al inicio del proceso del cambio po-
lítico (1996–2000), los indicadores favorables al estado de de-
recho muestran una mejoría para después sufrir caídas abrup-
tas en los años siguientes y en tiempos recientes mostrar
indicios de recuperación. Este hecho puede apuntar al natural
desencanto que se manifiesta después de que la ciudadanía co-
rrobora que la democratización electoral no es una solución
mágica a todos los problemas o al desfase que se da entre la
transformación de las instituciones, que en el caso mexicano
se han reducido casi de manera exclusiva al campo electoral y el ajuste
de funcionamientos, prácticas y de la cultura en general, sobre
todo en un contexto en el que la población continúa percibiendo
que la corrupción no disminuye, que las instituciones no son dignas
de confianza, que el sistema de justicia es débil y que, en consecuencia,
la justicia es inaccesible para el ciudadano promedio.

Una lectura desde las regiones

A partir de lo expuesto, la cultura de la legalidad presenta rasgos muy


claros entre los que destacan el bajo alineamiento con la ley, la baja
confianza en las instituciones del sistema legal y la percepción de
que el sistema legal es débil. Sin embargo, en el reconocimiento
de que lo que llamamos México, no es una unidad homogénea sino
una realidad rica, compleja y diversa; en este proyecto se propuso
iniciar un primer esfuerzo de diferenciación territorial de las expre-
siones político–culturales, con el fin de establecer tendencias dife-
renciadas de la cultura de la legalidad en las regiones. Este esfuerzo
se realizó a partir de los resultados arrojados por la Encuesta de Ca-
pital Social y Cultura de la Legalidad 2010.
Lo primero que se debe señalar es que apenas 11% de los mexica-
nos enuncia de manera espontánea el problema que le parece como
el más importante de los que padece en la actualidad el país en tér-
minos de impartición de justicia o de la manera en la que se aplican

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Cultura de la legalidad en México

Gráfica 3.10 Agrupación por temas de los principales problemas que


padece el país en la actualidad enunciados de manera espontánea
15.5%
Servicios
públicos
10.3%
Sociales

35.4%Economía
23.4%
Inseguridad

4.1%
Gobierno e
instituciones

11.3%
Justicia
Fuente: Elaboración propia, con base en la Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad
2010.

las leyes. Las problemáticas asociadas a la situación económica son las


que convocan la mayor proporción de menciones (35%), pero no de-
ja de ser significativo que a pesar de que en la pregunta se pedía de
manera expresa que enunciaran problemas distintos a la pobreza y a
la inseguridad, casi una cuarta parte de los entrevistados (23%) men-
cionó algún problema asociado justo con el mantenimiento de la paz
y el orden públicos (delincuencia o delitos específicos como robo,
secuestros, violaciones, etc.; o bien fenómenos como el narcotráfico,
el crimen organizado o la violencia en general). Así, si sumamos los
problemas asociados a la falta de protección que se debería gene-
rar a través de acciones preventivas o de los sistemas de procuración
e impartición de justicia con aquéllos que fueron enunciados como
problemas de aplicación de la ley, se tiene que cuatro de cada diez
mexicanos considera que el principal problema que padece México
está de alguna manera asociado al sistema legal en su conjunto.
La percepción de que el principal problema está asociado al sis-
tema legal es un fenómeno disperso, que atraviesa por igual a las
regiones y a los diferentes tipos de contexto (urbano/mixto/rural).

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Ya se ha visto que, por lo menos en el plano del deber ser, el res-


peto a la ley aparece como una cualidad deseable y un valor impor-
tante para los mexicanos, sin embargo, al hacer el análisis por región
se observa que para los ciudadanos del centro del país el respeto a
las leyes ocupa el primer lugar, mientras que en el norte comparte
el primer lugar con el hecho de votar en las elecciones. En el sur, la
población no alcanza a discriminar qué es más significativo entre
respetar las leyes, votar en las elecciones y trabajar con empeño, pues
los tres aspectos aparecen en primer lugar de importancia.
Para abundar en la medida en la que el valor y la importancia de
la ley han sido interiorizados por los mexicanos, se incluyeron otros
indicadores que también abordan el asunto desde el plano norma-
tivo. De las respuestas obtenidas, entre la mitad de los encuestados
(51%) el apoyo al imperio de la ley no es incondicional. El dato es
en sí mismo inquietante, pero muestra una distribución espacial par-
ticular: en los estados del norte del país tiende a existir un mayor
acuerdo que en las otras regiones con la afirmación de que “las leyes
deben obedecerse siempre” (58%); en el extremo opuesto se encuen-
tran los estados del sur, en donde uno de cada cuatro encuestados
considera que la percepción de injusticia es razón suficiente para ha-
cer caso omiso de la ley; en la región centro, las actitudes hacia el
imperio de la ley se presentaron en proporciones casi idénticas a las
obtenidas para el país en su conjunto.17
Al ahondar más en las diferencias regionales que existen en
torno al significado e importancia que se les otorga a leyes, insti-
tuciones y procedimientos jurídicos, el análisis cruzado indica que
puede haber una relación entre el contexto regional y la tendencia a
justificar en algún grado que la gente se haga justicia por propia
mano si las instituciones fallan: en el norte tiende a prevalecer
la opinión favorable al respeto de la ley (65%), mientras que con-

17 En adelante, y para evitar sesgos en los análisis de correlación, las opciones “no sabe” y “no contes-
tó” se consideran como casos perdidos. Por esta razón, los porcentajes pueden variar ligeramente
respecto de los resultados de la Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad presentados
en los apartados anteriores y para los que las opciones ns y nc sí fueron incluidas en el cálculo de
frecuencias.

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Cultura de la legalidad en México

Cuadro 3.9 Distribución de respuestas a la pregunta


“El pueblo debe...” según región (porcentajes)

Respuesta Norte Centro Sur País


Debe obedecer siempre las leyes 58.2 49.3 41.0 49.2
Puede cambiar las leyes si no le parecen 22.0 30.8 33.2 29.3
Puede desobedecer las leyes si le parecen in-
19.8 19.9 25.7 21.4
justas

Fuente: Elaboración propia, con base en la Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad
2010.

forme se avanza hacia el sur tiende a crecer la proporción de per-


sonas que justifican apartarse del derecho y hacerse justicia por
propia mano. Así, la proporción de individuos que considera que
“el pueblo no tiene derecho a hacerse justicia por propia mano si
las autoridades no hacen nada” es 23 puntos porcentuales mayor
en el norte que en el sur, y 18 puntos más alta que en el centro
del país. En resumen, la distribución de frecuencias muestra una
tendencia a que, por lo menos en el plano del deber ser, el apoyo al
imperio de la ley sea mayor en los estados del norte que en los del
centro, y en los del centro, mayor que en los del sur.
El apoyo al estado de derecho es menos claro cuando se registran
opiniones que buscan explorar en el dilema que se plantea entre la
eficacia en la lucha contra la delincuencia y el respeto a los derechos
humanos. La mayoría (54%) prefiere que se atrape a los delincuen-
tes, aunque se violen los derechos humanos de la población inocente,
y se decanta a favor de los operativos militares (59%), aunque en
ellos se puedan violar los derechos humanos (40%) o porque
se considera que en dichos operativos no se afectan los derechos
humanos (19%); sólo una minoría (41%) opina que los operativos mili-
tares no se deben permitir porque se pueden violar los derechos
humanos. Si bien las condiciones de inseguridad que enfrentan
los mexicanos en la actualidad plantean la necesidad de que las ins-
tituciones sean eficaces en su lucha contra la delincuencia, los datos

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presentados indican que la cultura de respeto a los derechos huma-


nos ha penetrado todavía de modo muy insuficiente en la conciencia
ciudadana. El apoyo que se expresa a favor de la eficiencia no parece
tener una base geográfica, pues atraviesa a todas las regiones; el dato
relevante en este caso es el porcentaje de individuos que no pudo ex-
presar una clara opinión respecto a preferir el triunfo sobre la delin-
cuencia o el respeto a los derechos humanos de los inocentes (18%
en promedio y 23% en el norte), que es mucho mayor al promedio
de no respuestas que se presentaron a lo largo de la encuesta y que,
por lo mismo, ilustra el tamaño del dilema.
Para seguir adelante con el análisis de los significados que ad-
quiere la ley en México se examinaron las motivaciones que los ciu-
dadanos manifiestan tener para obedecer la ley, pues éstas son in-
dicativas de su nivel de maduración cívica. Para ello, se partió del
supuesto de que los ciudadanos razonan de diferentes maneras lo
que es justo y lo que significa la ley y que estos razonamientos están
asociados a diversas etapas de desarrollo de una moralidad cívica.
Así, el desarrollo de una conciencia moral pública estaría asociada
a la capacidad de trascender una visión del mundo anclada en inte-
reses de tipo individualista o de grupo (nivel precívico), para avan-
zar hacia el desarrollo de un sentido del bien común y de actitudes
relacionadas con el respeto de la ley y la validez del orden jurídico
(etapa cívico–legal) e, idealmente, a un nivel en el que el sentido
que adquieren la justicia y la ley se encuentran articulados por una
convicción moral y de principios (nivel cívico–ético) (Cortés Guar-
dado, 2006). En este sentido, al indagar en las motivaciones que los
mexicanos expresan para respetar la ley, se observa que casi la mitad
de los entrevistados se ubica en el nivel cívico–legal (47%), una ter-
cera parte (31%) se encuentra todavía en un nivel precívico y uno
de cada cinco ciudadanos expresa una motivación de carácter ético
(22%). Si bien el nivel de maduración cívica no guarda relación con
el contexto regional, la proporción de entrevistados que manifiesta
un nivel cívico–ético en el norte está cinco puntos porcentuales por
arriba del promedio nacional, una cuarta parte de los entrevistados
(26%) en esa región del país dice respetar la ley y las normas “porque
es un deber moral”.

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Cultura de la legalidad en México

Cuadro 3.10 Porcentaje de respuestas con relación


a si el pueblo tiene derecho a hacerse justicia por propia mano
si las autoridades no hacen nada

Respuesta Norte Centro Sur País


Sí tienen el derecho 15.4 20.8 24.6 20.5
Sí tienen el derecho, en parte / depende 19.4 32.3 33.7 29.5
No tienen el derecho 65.2 47.0 41.8 50.0
Fuente: Elaboración propia, con base en la Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad
2010.

Como se ha visto, por lo que toca a las representaciones de la ley,


los resultados de la Encuesta de Capital Social y Cultura de la Lega-
lidad muestran un país en el que apenas la mitad de los ciudadanos
apoya de manera incondicional el imperio de la ley y en el que, en
consecuencia, poco más de la mitad se decanta a favor de la eficien-
cia, aunque ello signifique el sacrificio de los derechos humanos,
donde tres de cada diez ciudadanos no puede todavía razonar en tér-
minos de un sentido común los asuntos de la justicia y la ley, y ape-
nas dos de cada diez han asumido la superioridad ética de la ley y la
visualizan como una cuestión de principios.
El apoyo al imperio de la ley (en el plano normativo) es la única
variable de esta dimensión que muestra una tendencia a concentrar-
se más geográficamente. Para comprobar la significancia de este ar-
gumento, se corrió la prueba t de diferencia de medias, que muestra
que estas diferencias son estadísticamente significativas y, aún más,
a partir del análisis de correlación Tau–b se reconoce con suficiente
claridad el grado en el que en la región norte se considera que “se
debe obedecer siempre las leyes” y en el que se desaprueba la idea
de “tomarse el castigo por propia mano si las autoridades no hacen
nada” (véase el Anexo II).
Una cosa es el apoyo a la ley y su observancia desde el deber ser,
y otra que la ley pase de ser un valor deseable a traducirse en ac-
titudes favorables a su aplicación, que son un paso más cercano a
los comportamientos concretos y que, por lo tanto, permiten prede-

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cirlos mejor que la simple enunciación de valores política y social-


mente correctos. Para examinar las actitudes en torno a la observancia
y el respeto a la ley, se plantearon a los entrevistados dos situaciones
de la vida cotidiana que hipotéticamente podrían enfrentar y que
no involucraban conductas consideradas muy reprobables, a fin de
que la disposición a evadir la aplicación de la ley se tornara visible y
permitiera avanzar más allá del plano puramente normativo. Ante
el planteamiento: “Imagine que tiene una urgencia, que olvidó su
licencia y que un agente de tránsito lo detiene, ¿qué haría usted?”,
cuatro de cada diez entrevistados respondió que aceptaría su respon-
sabilidad y pediría su multa (respeto a la aplicación de la ley); tres de
cada diez ofrecerían una disculpa y tratarían que el policía compren-
diera sus razones para evitar la infracción (negociación) y una cuarta
parte de los entrevistados ofrecería una “mordida” para evitar perder
el tiempo y ser infraccionados (corrupción). Esto significa que casi
seis de cada diez ciudadanos manifiestan que intentarían evadir la
aplicación de la ley de algún modo.
El asunto se agrava si el implicado es un hijo. En este caso, ape-
nas una cuarta parte de los ciudadanos dejaría que su hijo enfrentara
las consecuencias legales por haber sido sorprendido orinando en la
vía pública al salir de una fiesta. El hecho de que al estar involucrado
un familiar cercano crezca la disposición a evadir la aplicación de la
justicia resulta consistente con una sociedad en la que predominan
los vínculos sociales fuertes, como los de la familia o los amigos cer-
canos, y en la que la lealtad se suele concentrar sólo en ellos (véase
el capítulo “Participación política y civilidad: la desvinculación”, de
Juan José Russo). En este caso, las opciones se plantearon para ex-
plorar los recursos que las personas consideran más plausibles para
enfrentar (o evitar) la acción de la justicia; los resultados obtenidos
fueron, en primer lugar, dinero (35%); en segundo, un buen abogado
(28%), y en tercero, influencias en el gobierno (11%). Es decir, casi
la mitad de la población considera que los problemas con la justicia
son un asunto que se resuelve con dinero o con influencias, aun en
los casos menos graves, como el que se planteó.
Como es posible apreciar, en la vida cotidiana la corrupción, el
dinero, las influencias y la negociación siguen siendo consideradas

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Cultura de la legalidad en México

Cuadro 3.11 Media del índice general de percepción


de independencia de los jueces por región

Norte Centro Sur País


5.60 4.45 4.30 4.69
Fuente: Elaboración propia, con base en la Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad
2010.

como opciones viables para eludir la acción de la justicia. La disposi-


ción a eludir la aplicación de la ley no se corrobora como un elemen-
to estadísticamente significativo para diferenciar a unas regiones de
otras,18 y lo mismo sucede con los medios considerados idóneos para
enfrentar la situación de un hijo detenido. Es decir, las actitudes en
torno a la aplicación de la ley no parecen ser un elemento que con-
tribuya a definir perfiles de cultura de la legalidad específicos para las
regiones.
Si el cumplimiento voluntario de la ley y la disposición a aceptar
su aplicación miden el civismo de una sociedad, la eficacia percibida
de las instituciones frente a la ilegalidad mide la fortaleza ética del
Estado y tiene un impacto sobre su legitimidad. En México, la opi-
nión se divide casi por igual entre quienes piensan que para conse-
guir justicia es más efectivo recurrir a las relaciones personales (44%)
y los que consideran que es más efectivo recurrir a los tribunales y
juzgados (42%); 14% considera que ninguna de las dos opciones es
efectiva para conseguir justicia.
Se preguntó a los entrevistados qué tan independientes creían
que eran los jueces para tomar sus decisiones respecto del presidente,
de los gobernadores y de ricos e influyentes. A partir de las opciones de
respuesta, se construyó un índice general de percepción de indepen-
dencia de los jueces en una escala de cero a diez, en donde cero signi-
fica nada independientes y diez totalmente independientes. Como es
posible ver en el cuadro 3.11, en general se considera que los jueces

18 Mediante la aplicación de una prueba t para muestras independientes.

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son entre poco y bastante independientes y en la región norte es


en la que el índice alcanza un mayor valor, mientras que en el sur
se percibe que los jueces son menos independientes. Esta diferencia
resulta ser estadísticamente significativa para distinguir la cultura de
la legalidad en ambas regiones, aunque la diferencia es más robusta
en el norte que en el sur (véase el Anexo II).
En resumen, sólo cuatro de cada diez ciudadanos en México consi-
dera que las instituciones (tribunales y juzgados) son una opción efec-
tiva para conseguir justicia y, por otra parte, se considera en general que
los jueces son poco independientes, pues el índice promedio de per-
cepción de independencia no logra llegar ni siquiera a la mitad de la
escala, salvo en el caso de los estados del norte del país, en donde, de
cualquier manera, tampoco es muy alto. Como se puede ver, existe una
percepción de debilidad del sistema legal que no se corresponde con la
percepción que se tiene de respeto a las libertades y los derechos civiles.
En este caso, se preguntó qué tanto se respetaban en México
ciertas libertades y derechos. A partir de las respuestas, se construyó
nuevamente un índice de percepción de respeto para cada uno de los
derechos y libertades explorados, y uno general en una escala de cero
a diez, en donde diez significa: “en México se respeta siempre...” y
cero: “en México nunca se respeta...”. Como se puede apreciar en el
cuadro 3.12, en general se percibe que prácticamente siempre se res-
petan las libertades y los derechos en el país (con un valor promedio
de siete), y que esa percepción es aún mayor en el norte.
El grado en el que se percibe que se respetan las libertades civiles
fundamentales es una variable que con una significancia estadística
contribuye a distinguir a las tres regiones entre sí (véase el Anexo II).
El análisis cruzado muestra que la diferencia estriba en dos aspectos:
la proporción en la que los entrevistados consideran que “siempre”
se respetan las libertades es consistentemente más alta en el norte
que en las otras dos regiones, y en el carácter de las libertades que se
considera que se respetan menos en el centro y el sur. Destaca que el
derecho a tener un juicio justo es el que se considera que menos se
respeta en todo el país (la mitad de los entrevistados así lo conside-
ró), pero que en el sur y en el centro es en donde se considera en ma-
yor proporción. Es decir, al tiempo que se considera que se respetan

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Cultura de la legalidad en México

Cuadro 3.12. Media del índice general de percepción


de respeto a libertades y derechos en México por región

Norte Centro Sur País


7.69 6.91 6.78 7.06
Fuente: Elaboración propia, con base en la Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad
2010.

Cuadro 3.13 Porcentaje de respuestas “nunca” y “casi nunca” a la


pregunta: “¿Qué tanto cree que en México se respeta...?” por región

Norte Centro Sur País


Libertad de creencia 14 17 17 16
Libertad de tránsito 12 14 17 14
Libertad de reunión 13 16 19 16
Libertad de expresión 21 27 32 27
Derecho a un juicio justo 39 58 52 51
Libertad de elección 14 25 30 24
Fuente: Elaboración propia, con base en la Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad
2010.

las libertades civiles básicas, también se reconoce que el derecho de


acceso a la justicia es poco respetado. Por otro lado, es posible apre-
ciar también que las libertades políticas como la libertad de expre-
sión y de elección (voto) también son percibidas como poco o no
respetadas por uno de cada cuatro ciudadanos en el centro, y por tres
de cada diez en el sur.
Se debe recordar que la hipótesis de este trabajo es que el
grado en el que la ley y su observancia pueden ser asumidas como
producto de un compromiso conjunto y colectivo entre iguales
depende en buena medida del tipo de relaciones sociales preva-
lecientes. Desde una perspectiva que hace énfasis en los elementos
culturales, la fortaleza y viabilidad del estado de derecho demo-
crático requieren de un acuerdo básico respecto a ciertos valores

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y principios para la convivencia en sociedad. En principio, en las


democracias liberales la titularidad de derechos de carácter univer-
sal (ciudadanía) supone la pertenencia a una comunidad política;
la posibilidad real del ejercicio pleno de esos derechos encarna la
efectiva inclusión de los individuos en la sociedad y el respeto a las
reglas de la institucionalidad y del estado de derecho significan el
compromiso —en valores y en comportamientos— con la comu-
nidad de la que se forma parte. En resumen, la solidez del orden
social democrático requiere de un compromiso colectivo interna-
lizado y de un sentido de pertenencia derivado tanto del acceso
real a la comunidad, como del compromiso con la misma. 19 En
México, como en muchos países de América Latina, existen claros
obstáculos de tipo material (pobreza, desigualdad, marginación)
que obstaculizan la cohesión social y el desarrollo de un sentido
de pertenencia; sin embargo, como muestra Juan José Russo en el
capítulo “Participación política y civilidad: la desvinculación”, más
allá de las innegables dificultades materiales, el tipo de vínculos
sociales que predominan en la sociedad mexicana contribuyen a
producir un fenómeno de desvinculación tanto de los ciudadanos
entre sí, como entre los ciudadanos y las instituciones del Estado.
En este momento, se hará un alto para examinar las dimensiones
asociadas al desarrollo de un sentido de comunidad,20 a fin de de-
terminar si a partir de ellas se configuran diferencias significativas
entre las regiones.
Una primera dimensión de lo que se ha llamado sentido de co-
munidad, abordada en la encuesta, es la percepción de discrimina-
ción. Se registró qué tanto los entrevistados percibían que sus dere-
chos habían sido limitados o no respetados por alguna característica
personal o por la pertenencia a cierto grupo social o étnico; las op-

19 Como parte de esta misma investigación, se han explorado los tipos de participación en relación
con el sentido de la comunidad y con el compromiso que demuestran hacia la misma (véase el
capítulo “Capital social y seguridad ciudadana”, de Marina de la Torre).
20 Por sentido de comunidad entendemos un conjunto de actitudes favorables al desarrollo de un com-
promiso colectivo: sentido de pertenencia e identificación, confianza interpersonal e institucional,
capacidad de trascender los ámbitos privados para reconocer áreas de interés y lealtad más amplios.

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Cultura de la legalidad en México

Cuadro 3.14 Media del índice general de percepción


de discriminación en México por región

Norte Centro Sur País


0.47 0.45 0.57 0.50
Fuente: Elaboración propia, con base en la Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad
2010.

ciones de respuesta eran “sí”; “sí, en parte” (espontánea) y “no”. Pa-


ra poder interpretar con más claridad los resultados, se construyó
un índice de percepción de discriminación por cada aspecto con-
siderado y a partir del total de ellos se obtuvo el índice general de
percepción de discriminación, en una escala de cero a dos, donde
cero equivale a no percepción de discriminación y dos a percepción
de discriminación.21 El resultado arrojó que, en promedio, los mexi-
canos perciben poca discriminación, aunque la diferencia entre las
diversas causas es importante: la mayor discriminación que se per-
cibe es de carácter económico, es decir, por no tener dinero (con
un índice de 1.04) y la segunda es por la apariencia (con un índice
promedio de 0.76).
Si se atiende a las medias por región, se observa que en el sur la
percepción de discriminación es mayor, le sigue el norte y en donde
menos discriminación se percibe es en el centro.
Las diferencias entre medias se han validado para comprobar
su significancia a partir de una prueba t. El resultado es que las
diferencias son estadísticamente significativas para las regiones
centro y sur, y a partir de la prueba Tau–b de Kendall es posible
reconocer que en los estados del sur las diferencias son de un
grado particularmente importante respecto a los de otras regio-
nes del país (véase el Anexo II). Asimismo, aunque la relación es
tenue, la percepción de discriminación tiende a ser más acentuada

21 A la opción “sí” se le adjudicó un valor de 2; a la “sí, en parte” un valor de 1, y a la “no”, un valor


de cero.

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Cuadro 3.15 Media del índice general de expectativa


de comportamiento cívico de los mexicanos por región

Norte Centro Sur País


5.24 4.86 5.47 5.19
Fuente: Elaboración propia, con base en la Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad
2010.

en el campo que en los ámbitos urbanos. Evidentemente, el


trato justo y desigual que se percibe ahí donde la percepción de
discriminación es más acentuada, opera en contra del sentido
de pertenencia y de comunidad.
La confianza constituye un factor fundamental para la coope-
ración y la coordinación social; está relacionada con el tipo de
vínculos sociales prevalecientes y se plantea lo mismo como causa
que como resultado de un sentido de comunidad. Si se parte del
índice de confianza percibida en instituciones de diversos ám-
bitos, lo primero que llama la atención es que la confianza va
disminuyendo conforme los actores e instituciones se alejan del
ámbito privado para llegar a los niveles más bajos, cuando se trata
de las instituciones del Estado. Otra cosa que salta a la vista es
que la confianza también tiende a decrecer conforme se va hacia
el sur: en todos los ámbitos es más alta en el norte, en el centro
tiende a disminuir también en todos ellos y en el sur se registran
los niveles más bajos de confianza, salvo en el caso de la confian-
za depositada en el ámbito social privado (vecinos e Iglesia), que
es ligeramente mayor a la que se manifiesta en el centro. En el
caso de la confianza, también se puede concluir con suficiente
claridad que hay diferencias estadísticamente significativas entre
las regiones y que el clima de mayor confianza tanto interperso-
nal como institucional que se registra en la región norte del país,
es un rasgo que la distingue de las otras dos examinadas (véase el
Anexo II).
Por último, el grado en el que los mexicanos esperan que sus
congéneres manifiesten comportamientos cívicos también es un

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Cultura de la legalidad en México

Cuadro 3.16 Síntesis de las variables que definen


las particularidades regionales de la cultura de la legalidad

Norte Centro Sur


Percepción de que ante injus-
Convicción de que las leyes se
ticia se hace caso omiso de
deben obedecer siempre.
la ley.

No se tiene derecho a justicia


por propia mano.

Percepción de mayor indepen- Percepción de menor indepen-


dencia de jueces. dencia de jueces.

Percepción de mayor de respe- Percepción menor de respeto a


to a libertades y derechos. libertades y derechos.

Percepción menor de discrimi- Percepción mayor de discrimi-


nación. nación.

Mayor índice de confianza: en


el ámbito privado (familia); en Menor índice de confianza. Se
instituciones del Estado y del confía en vecinos e Iglesia.
sistema legal.

Mayor expectativa de com- Menor expectativa de com-


portamiento cívico de los portamiento cívico de los
mexicanos. mexicanos.

elemento que contribuye a delinear diferencias significativas entre


regiones (véase el Anexo II).22 En general, los entrevistados ubican
en la mitad de la escala (con una media de 5.2) el grado en el que los
mexicanos se comportan con civismo. En el centro es donde peor se
evalúa la conducta de los connacionales.

22 La pregunta fue: “¿Qué tanto cree usted que los mexicanos...? Respetan las leyes de tránsito; di-
cen la verdad antes las autoridades; respetan la vida privada; votan en las elecciones; respetan las
normas en el trabajo; pagan impuestos; cumplen lo que prometen; participan en las asambleas de
vecinos”.

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Ana Díaz Aldret

Poco más de la tercera parte de los entrevistados (36%) con-


sidera que la familia es la institución que debe poner límite a las
conductas de las personas; sólo uno de cada cuatro ciudadanos
piensa que debe ser la ley; casi la misma proporción opina que
deberían ser el gobierno (18%) o la Iglesia (14%).23 Esto significa
que tres cuartas partes de la ciudadanía no reconoce todavía a la
ley como el principal estructurador del orden social o se siente
francamente alienado de ella. Lo interesante es que esta distribu-
ción de respuestas también resulta congruente con una sociedad
en la que los vínculos familiares son, en muchos casos, los únicos
que generan lealtad. Sin embargo, la apreciación en torno a la
institución que debe regular las conductas de las personas no es
una variable que contribuya a definir las particularidades de las
regiones.

Anexos

Anexo I. Tipología de civilidades


y cultura de la legalidad en México

Como en todas las aproximaciones que parten de una perspectiva


cultural, el análisis de la cultura de la legalidad no lleva a diagnosti-
car su vigencia o ausencia, ni a establecer grados o déficit de ella. Va-
le la pena recordar que la noción de cultura alude a valores, creencias,
normas y actitudes, y que los conceptos construidos a partir de ella
(cultura política, cultura laboral, cultura de la legalidad) tienen como
campo de estudio la identificación de los valores, creencias, normas
y actitudes referidos a ciertos objetos de interés (políticos, laborales,
la ley, etc.). En consecuencia, no se trata de la ausencia, la fortale-
za o los déficit de una cultura de la legalidad sino de diversos tipos
definidos por las configuraciones que adopta el sistema de valores,

23 La pregunta permitía registrar dos opciones: la familia reunió 71% de menciones; la ley, 49%; el
gobierno, 36%; la Iglesia, 27%, y la opción “nadie”, 9%.

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Cultura de la legalidad en México

creencias, normas y actitudes que, referidas a la ley, están presentes


en un contexto y un tiempo determinados.
En este sentido, la cultura de la legalidad ha sido definida a
partir de tres dimensiones principales: las representaciones de la
ley presentes en una sociedad; la noción de justicia prevaleciente y
la legitimidad de las instituciones del sistema legal (Cortés Guar-
dado, 2006); otros han considerado que los aspectos vinculados a
la obediencia y observancia de la ley (motivaciones y disposicio-
nes) constituyen también una dimensión importante de la cultura
de la legalidad (Márquez Romero, 2004). En esta investigación
se partió de estas concepciones. Sin embargo, también se ha sos-
tenido que los elementos de la cultura se arraigan en las relacio-
nes sociales y en contextos de interacción. Fenómenos como la
legitimidad de la ley y de las instituciones que la hacen valer, por
ejemplo, no están aislados de otros elementos construidos social-
mente como la confianza, la frustración de expectativas, el sentido
de pertenencia o, en su defecto, de alienación. Aunque en estricto
sentido no forman parte de la cultura de la legalidad, para enten-
der la configuración de diversos arreglos de valores, actitudes y
creencias en torno a la ley es preciso explorar la relación que guar-
dan con los elementos culturales y estratégicos del capital social
prevaleciente.
El respeto a la ley supone un consenso previo entre ciudadanos
para superar tensiones y conflictos y, en consecuencia, para organizar
una convivencia estable y pacífica. En las democracias modernas, la
ley tiene un carácter consensuado y aunque tiene un origen externo,
funda su legitimidad en un primer acuerdo básico. En principio, la
ley se debe cumplir porque los ciudadanos no pueden ir en contra de
sus propios mandatos. El respeto a la ley supone la aceptación
de una jerarquía de valores que no por fuerza es apropiada por todos,
pero que se respeta. Puesto que el respeto de la ley supone un acuer-
do social básico, analizar la medida en la que en una sociedad se han
extendido el sentido de pertenencia y de identidad propios de un
sistema de solidaridad constituye una vertiente plausible para inter-
pretar las formas que adopta la cultura de la legalidad en una socie-
dad y en un momento histórico determinados.

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Ana Díaz Aldret

Siguiendo el argumento que el tipo de civilidad prevaleciente en


una sociedad es producto de las cualidades de la comunidad polí-
tica (capital social comunitario) y de la calidad del orden institu-
cional (capital social institucional), se puede decir que una civilidad
favorable al estado de derecho requiere el desarrollo de ciertas com-
petencias cívicas y de la eficacia del sistema legal en su conjunto. En
el caso de México, no es posible entender la brecha que existe entre el
reconocimiento —desde el deber ser— de la importancia de la ley y
la alta propensión a eludir o contravenir su aplicación sólo a partir
de la ineficiencia de las instituciones del sistema legal. El desarrollo de
esas competencias cívicas no se reduce al reconocimiento de la ley
desde un plano puramente normativo ni depende de manera exclu-
siva del sistema de incentivos, requiere también del desarrollo de un
compromiso mínimo de la comunidad cívica.
En ese sentido, se ha desarrollado una tipología que busca
aclarar la manera en la que se conectan la presencia (o ausencia)
de un sentido de comunidad y el convencimiento de que la ley
importa y se debe respetar para describir los diversos tipos de
cultura de la legalidad que se configuran, con el fin de esclarecer
los comportamientos ciudadanos relacionados con el ámbito de
la ley. La tipología se basa en los principales postulados de la
perspectiva del capital social, de las posturas que sostienen que el
imperio de la ley no es sólo un atributo de las instituciones sino
también de las culturas y de los sistemas de creencias de los ciu-
dadanos comunes (Gibson y Gouws, 1996) y de la propuesta de
Lawrence Kohlberg para medir el desarrollo moral que permite
a los individuos asumir el rol de ciudadanos (citado por Cortés
Guardado, 2006).
La tipología se diseñó a partir de dos dimensiones: la primera se
refiere al grado en el que existe o no un alineamiento (compliance)
con el imperio de la ley; la segunda, al grado de existencia o no de
un compromiso con la comunidad. Si bien puede existir un con-
vencimiento de respeto a un marco de reglas del juego formalmente
establecido, este acuerdo se puede dar en contextos en los que los
objetivos, valores e intereses de la comunidad ampliada están por
encima de los objetivos, valores e intereses de carácter individual o

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Cultura de la legalidad en México

particular, o en otros donde sucede exactamente lo contrario. Con


base en el desarrollo teórico e histórico de la democracia, el peor
escenario para el correcto funcionamiento del estado de derecho se
presenta cuando los intereses particulares prevalecen sobre los de la
comunidad, no existe un alineamiento con la ley y con las institucio-
nes encargadas de hacerla valer.

Tipología de civilidades regionales y cultura de la legalidad en México

Tipología Respeto a la ley No respeto a la ley


Sentido de comunidad Cívica–legal Cívica–tradicional
Individualismo / particularismo Precívica legal Incivil

Cultura cívica–legal
Es el tipo ideal de cultura de la legalidad, favorable para el funcio-
namiento y vigencia de un estado de derecho democrático. Lo es
porque la identificación con un proyecto común se complementa
con el convencimiento que la ley es universal y debe ser obedecida y
cumplida por todos, aunque los resultados de su aplicación no sean
favorables al interesado, lo cual supone:

• El respeto a los derechos humanos como horizonte ético.


• La existencia de recursos de solidaridad y cooperación que apun-
talan la solución de conflictos dentro de la institucionalidad
(confianza generalizada, normas de reciprocidad, expectativas
optimistas).
• La identificación con la comunidad política y con sus proyectos.
• El desarrollo de un sentido de lo público, que se refleja en un
compromiso con la comunidad y en una cultura de la partici-
pación, por lo menos en su modalidad potencial (capacidad de
organización e interés por los asuntos de carácter colectivo).
• Una motivación de tipo ético para cumplir la ley.

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Ana Díaz Aldret

Cultura precívica legal


Es la segunda mejor opción para el funcionamiento del estado de
derecho democrático, porque aunque combina el respeto de la ley
con la prevalencia de intereses particulares, el desacuerdo o el con-
flicto que se puede establecer entre la ley y los intereses de los actores
o individuos no se traduce en un rompimiento abierto con aquélla.
Este tipo de cultura de la legalidad supone:

• Una identificación de la ley con el orden.


• El desarrollo de un mínimo sentido de acuerdo o de concordancia
interpersonal para la vida en sociedad que no implica la presencia
de otros recursos de capital social (confianza, reciprocidad, etcétera).
• La tendencia a ajustar el impacto de la aplicación de la ley de
acuerdo con los intereses particulares, pero sin violarla o dejarla
de lado.
• Prevalencia de una disposición hacia la obediencia o de motiva-
ciones de carácter instrumental para cumplir la ley.

Cultura cívica–tradicional
Es el tipo que prevalece en comunidades que tienen un fuerte
vínculo y cohesión hacia dentro, en las que el bienestar general
prevalece por sobre el individual, pero que basan su funcionamiento
en normas y valores que pueden entrar en conflicto con los princi-
pios liberales de la democracia moderna y, en consecuencia, con las
leyes basadas en una concepción del individuo que no siempre son
compatibles con formas más orgánicas de concebir a la sociedad, co-
mo sucede con las comunidades indígenas.

• El respeto a las tradiciones o valores de la comunidad a la que se


pertenece.
• La legitimidad de las normas que rigen la vida en común proce-
de no de un acuerdo de carácter democrático sino de las tradicio-
nes de la comunidad.
• Una identificación con la comunidad, con su bienestar y sus pro-
yectos, mismos que prevalecen sobre los intereses particulares o
de grupo.

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Cultura de la legalidad en México

• Los recursos de solidaridad y cooperación disponibles (confianza


generalizada, normas de reciprocidad, expectativas optimistas)
tienden a llenar los vacíos o fallos del sistema legal formal.
• Desconfianza o rechazo hacia las instituciones del sistema legal
formal.
• En situación de conflicto o incompatibilidad entre las normas e
intereses de la comunidad tradicional y la ley, las primeras suelen
prevalecer al sistema legal formal.
• La ley es dejada de lado por razones de alienación, cuando es vista
como incompatible con las normas y tradiciones de la comunidad.

Cultura incivil
Se trata del tipo que más favorece la ilegalidad, pues adolece de la
convicción moral necesaria para razonar conforme a un sentido co-
mún de justicia y de referentes que permitan desarrollar un mínimo
sentido de lo público y de compromiso con la comunidad política de
la que se forma parte. En ésta destacan:

• La prevalencia de intereses individuales o particulares por sobre


los de la comunidad política.
• La identificación y lealtades referidas sólo a esferas restringidas
de relación: localismo, familismo, formas de familismo amoral
(por ejemplo, la actitud de los habitantes de actuar en su propio
beneficio y no en el de la comunidad), grupos de interés, etcétera.
• La ausencia de un sentido de lo público, así como desconfianza hacia
los ámbitos que trascienden las esferas más próximas de relación.
• Una disposición a sacrificar los derechos humanos frente a cierto
tipo de delitos.
• Una disposición a reemplazar la ley o a contravenir su aplicación
con argumentos y criterios de conveniencia, de eficiencia o por
juicios de carácter moral.
• La tendencia a manipular o contravenir la aplicación de la ley
mediante arreglos informales y formas de corrupción.
• La desvinculación de la legalidad por razones de alienación, in-
diferencia o porque es vista como incompatible con los intereses
particulares.

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Ana Díaz Aldret

Anexo II. Tablas de correlación

Variaciones regionales de la variable: ¿Usted piensa que el pueblo


(debe obedecer siempre las leyes)? por región

Prueba Norte Centro Sur


t–diferencia de medias –0.141** –0.032 –0.171**
Tau–b –0.078** –0.016 –0.89**
** Significativo a más de 0.01.

Variaciones regionales de la variable: Los miembros de la comunidad


¿tienen o no derecho a tomar en sus manos el castigo de alguien
que comete un delito, por ejemplo, matar o violar a una mujer, si las
autoridades no hacen nada? por región

Prueba Norte Centro Sur


t–diferencia de medias 0.267** –0.067 –0.167**
Tau–b 0.133** 0.036 –0.085**
** Significativo a más de 0.01.
Variaciones regionales del índice general de percepción de
independencia de los jueces construido a partir de la variable:
¿Qué tan independientes cree usted que son los jueces para tomar
sus decisiones (del Presidente; de los gobernadores; de ricos e
influyentes)? por región

Prueba Norte Centro Sur


t–diferencia de medias 1.211** –0.460** –0.546**
Tau–b –0.076** –0.053 –0.76**
** Significativo a más de 0.01.

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Cultura de la legalidad en México

Variaciones regionales del índice general de percepción de respeto de


libertades construido a partir de la variable: ¿Qué tanto cree que en
México se respeta... siempre, casi siempre, casi nunca, nunca, y qué
independientes cree Ud. que son los jueces para tomar sus decisiones
(opciones de libertades civiles fundamentales)? por región

Prueba Norte Centro Sur


t–diferencia de medias 0.826** –0.303 –0.381**
Tau–b 0.136** –0.61** –0.61**
** Significativo a más de 0.01.

Variaciones regionales del índice general de percepción de


discriminación construido a partir de la variable: En lo personal,
¿alguna vez ha sentido o no ha sentido que sus derechos han sido
limitados o no han sido respetados por...? por región

Prueba Norte Centro Sur


t–diferencia de medias –0.022 –0.074 0.115**
Tau–b –0.028 –0.92** 0.126**
** Significativo a más de 0.01.

Variaciones regionales del índice de confianza en el ámbito privado


construido a partir de la variable: ¿Qué tanto confía usted, totalmente,
bastante, poco, nada en...? por región

Prueba Norte Centro Sur


t–diferencia de medias –0.890** 0.333** 0.417**
Tau–b 0.115** –0.081** –0.020
** Significativo a más de 0.01.

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Ana Díaz Aldret

Variaciones regionales del índice de confianza en el ámbito social


privado construido a partir de la variable: ¿Qué tanto confía usted,
totalmente, bastante, poco, nada en...? por región

Prueba Norte Centro Sur


t–diferencia de medias 0.099** 0.397** –0.095**
Tau–b –0.078** –0.016 –0.89**
** Significativo a más de 0.01.

Variaciones regionales del índice de confianza en la sociedad civil


construido a partir de la variable: ¿Qué tanto confía usted, totalmente,
bastante, poco, nada en...? por región

Prueba Norte Centro Sur


t–diferencia de medias –0.381** –0.600** –0.68
Tau–b –0.078** –0.016 –0.89**
** Significativo a más de 0.01.

Variaciones regionales del índice de confianza en las instituciones


del Estado, construido a partir de la variable: ¿Qué tanto confía usted,
totalmente, bastante, poco, nada en...? por región

Prueba Norte Centro Sur


t–diferencia de medias 0.081** 0.207 –0.033
Tau–b –0.078** –0.039 –0.89**
** Significativo a más de 0.01.

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Cultura de la legalidad en México

Variaciones regionales del índice de confianza en las instituciones


del sistema legal, construido a partir de la variable: ¿Qué tanto confía
usted, totalmente, bastante, poco, nada en...? por región

Prueba Norte Centro Sur


t–diferencia de medias –0.527** 0.132 0.144
Tau–b 0.091** –0.041 –0.40
** Significativo a más de 0.01.

Variaciones regionales del índice de expectativas de comportamiento


cívico de los mexicanos construido a partir de la variable: ¿Qué tanto
cree usted que los mexicanos...? por región

Prueba Norte Centro Sur


t–diferencia de medias 0.533** –0.271** –0.152
Tau–b 0.107** –0.060** –0.35
** Significativo a más de 0.01.

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Participación política y civilidad: la desvinculación

Juan José Russo Foresto

La hipótesis que aquí se sostiene es que los problemas de escasa


participación política en México obedecen a un déficit de cohe-
sión social al que se llamará problema de la desvinculación. El tipo
de vínculos sociales predominantes en México desalientan la par-
ticipación. Desvinculación de ciudadanos entre sí y desvincula-
ción entre ciudadanos y gobierno.1 Se entiende por desvinculación
la frustración del sistema de expectativas recíprocas entre ciu-
dadanos. Ello no por fuerza conduce a una confrontación entre
pares, como se podría prever en dos automovilistas que prevén lo
contrario de lo que ocurre, sino a una expectativa muy baja res-
pecto del otro. La confianza es escasa y de ahí deriva que el com-
promiso conjunto y colectivo, así como el sentido de pertenencia,
sean débiles. La desvinculación es un tipo de capital social que
desalienta la participación.
En cuanto a la relación entre ciudadanos y gobiernos, la desvincu-
lación supone la falta de conexión entre demandas y ofertas políticas;
la frecuente reacción de los líderes de organizaciones a contrapelo
de las preferencias de los miembros de base; la prioridad de gobernar,
sobre representar; privilegiar metas organizacionales abstractas, so-
bre las concretas metas de bienestar de la comunidad política; pri-
vilegiar como suprema la acción de mando, sobre la satisfacción

1 Se usa la acepción de gobierno en sentido amplio y comprende a aquéllos que ocupan posiciones
de autoridad en cualquier organización y a cualquier escala.

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Juan José Russo Foresto

colectiva; priorizar la gobernabilidad, sobre la racionalidad de las


decisiones implementadas.
La desvinculación deriva de una cultura vertical que produce el
descompromiso, la defección, cuando no la alienación política. Tam-
bién entre ciudadanos y gobierno, la desvinculación supone la quiebra
de las expectativas recíprocas, pues con frecuencia frustrar las expecta-
tivas del otro obedece a la intención latente o manifiesta de reafirmar
la autoridad. En las culturas verticales, el flujo de comunicación es uni-
lateral, y el juego de la expectativa tiene lugar desde abajo hacia arriba.
Es necesario, a fin de fundamentar teórica y empíricamente esta
hipótesis, introducirse en los estudios sobre las bases de la partici-
pación política, así como abordar los datos recogidos en la encuesta.
Más adelante se abordará de nueva cuenta esta hipótesis, a fin de
fundamentar su estrecha relación con la participación política. Al fi-
nal, se ofrecen básicamente tipologías de civilidad: una referida a ac-
tores participantes, tanto a nivel nacional como regional, en conexión
con los participantes, y otra sobre los no participantes o actores
desvinculados.
La participación política es una dimensión relevante cuando a
partir de las acciones, estrategias y reglas, los actores, sin posiciones
de origen relevantes, tienen la posibilidad de influir en los decisores,
al punto de ocupar las propias posiciones políticas. Si por el contra-
rio, las posiciones políticas derivan de condiciones ajenas a la partici-
pación, entonces ésta declina o desaparece. Como ha señalado Ales-
sandro Pizzorno (1966), el problema de la participación aparece sólo
en el momento en que surge la soberanía popular. Históricamente,
es el periodo sucesivo a la Revolución Francesa, cuando la represen-
tación libre sustituye a la de mandato. En el Ancien Regime, exis-
te una correspondencia perfecta entre posición social y política. Los
grupos sociales son representados; sus miembros no participan, sólo
lo hacen, y es una participación automática, los pares del reino. La
participación deviene entonces un fenómeno político significativo
cuando tal correspondencia autómatica entre condiciones y posición
política cesa.
Para que la participación constituya un dato relevante en cualquier
sistema político se requiere que se desvincule toda correspondencia

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Participación política y civilidad: la desvinculación

automática entre posición política y condiciones ajenas a la participa-


ción de los miembros de la comunidad; que cualquier posición social,
económica, política o cultural no sea condición suficiente para acce-
der a posiciones políticas; que cualquier posición política requiera, al
menos en parte, de la acción de los actores, con prescindencia de sus
posiciones previas. Es decir, la participación adquiere sentido cuando
de ella depende la influencia en el proceso de toma de decisiones.
En otros términos, la participación política es un elemento cla-
ve de la democracia por dos razones, la movilidad política —que los
ciudadanos puedan, partiendo desde abajo, ascender a posiciones de
gobierno o representación a través de su participación—, y la in-
fluencia de los ciudadanos sobre los decisores, a través de la participa-
ción política. Por lo tanto, un sistema con escasa participación tie-
ne teóricamente un impacto negativo sobre la rendición de cuentas
de los gobernantes, así como sobre la igualdad política, en cuanto a
igualdad de oportunidades, para contar como actor relevante en la
comunidad. La participación política, así, supone una disolución de
cualquier base estamental que desligue las posiciones políticas o la
influencia alcanzada con la acción participativa.
Ahora bien, ¿participan los ciudadanos en las democracias?,
¿participan en México? En este capítulo se revisarán las principales
investigaciones sobre el tema para, en un marco de comportamien-
tos analizados en otras investigaciones, analizar la situación de la
comunidad política en México.
La participación política consiste en el compromiso del indivi-
duo en el sistema político, en distintos niveles de actividad, desde
el desinterés total hasta la titularidad de un cargo público (Rush,
1992), y más precisamente en el conjunto de comportamientos de
los ciudadanos orientados a influir en el proceso político (Axford,
1997). Ha sido considerada de dos clases: la participación política
visible y la participación política “latente”.
La participación política visible es el conjunto de acciones y
comportamientos que apuntan a influir de modo más o menos di-
recto y más o menos legal en las decisiones, entre ellas, la propia
selección de los detentores del poder en el sistema político o en sim-
ples organizaciones políticas, con la intención de conservar o de mo-

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Juan José Russo Foresto

dificar la estructura (y entonces los valores) del sistema de intereses


dominantes. Como se puede apreciar en la literatura del poder, la
influencia puede también tener lugar aun en ausencia de acciones,
mediante las llamadas reacciones previstas (Lukes, 2005).
La participación “latente”, que es potencial, pero en cierta me-
dida efectiva cuando hay una comunidad interesada en la política e
informada sobre su dinámica, se activa raramente y en modo discon-
tinuo, aunque con capacidad de participar.
La participación política visible es baja en México, pero ¿cuánto
lo es la latente? La respuesta es terminante: potencialmente, la baja
participación se refuerza convirtiéndose en un dato estructural. Si se
atiende a las encuestas, por ejemplo, la Encuesta Nacional sobre Cul-
tura Política y Prácticas Ciudadanas (encup) 2008, se describe:

[...] el 60 por ciento de los ciudadanos dijo tener poco


o nada de interés en la política. Lo anterior puede estar
vinculado a que alrededor de la mitad de los ciudadanos
dijeron estar de acuerdo con que “la política es a veces tan
complicada que las personas como usted no entienden lo
que sucede”, y con que “a las personas del gobierno no les
interesa mucho lo que las personas como usted piensan”.
También puede estar asociado al hecho de que tres de ca-
da cuatro ciudadanos opina que lo que los diputados y se-
nadores toman más en cuenta al elaborar las leyes son sus
propios intereses o los de sus partido (segob, 2008).

Los ciudadanos mexicanos no se sienten ni representados por los


actores teóricamente clave de la democracia, en la sociedad civil, ni
protegidos por la institución teóricamente más cercana y visible del
Estado. Así, en la encup 2008 se afirma que “las instituciones que
registraron los menores porcentajes de confianza fueron los sindica-
tos, los partidos políticos y la policía” (segob, 2008).
Los datos de 2008 ¿son un epifenómeno pasajero? Si se consultan
las encuestas anteriores se puede ver con claridad: “Los datos ob-
tenidos por la encup 2005 dan cuenta, una vez más, del desinterés
ciudadano por la vida política, pues nueve de cada 10 entrevistados

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Participación política y civilidad: la desvinculación

dijeron estar ‘poco o nada interesados’ en ella, y 65 por ciento de


los ciudadanos piensan que dicha actividad es complicada o muy
complicada”. A ello se debe agregar que “cinco de cada 10 encuesta-
dos (54 por ciento) considera que la política no contribuye a mejorar
el nivel de vida de todos los mexicanos, contra 39 por ciento que
piensa lo contrario”. Así, para una parte relevante de ciudadanos, la
política no hace la diferencia. Estos datos, a su vez, confirman los
hallazgos de 2003: “de acuerdo con la información obtenida en este
segundo ejercicio, la característica se mantiene, y se observa que el
51 por ciento de los entrevistados dijo estar poco interesado en la
política, y el 36 por ciento manifestó no tener ningún interés por
la política” y “uno de cada dos entrevistados declaró ver o escuchar
programas y noticias que hablan sobre política, aunque sólo dos de
cada cinco contestó correctamente a la pregunta de ‘cuánto tiempo
duran los diputados en su cargo’”. Esto es congruente con que “65
por ciento de los encuestados considera que la política es complica-
da o muy complicada, y uno de cada dos admite que generalmente
escucha a las personas cuando están hablando de política pero nunca
participa en la discusión” (segob, 2008).
La primera encup fue realizada en 2001, a muy poco andar de la
histórica alternancia en que el ex partido hegemónico fuera derrotado
y lo reconociera en las urnas. Eran los momentos de la esperanza, de lo
que los españoles llamaron “el encantamiento” de la democracia. Un al-
za de expectativas, una gran movilización de los ciudadanos, la cresta de
la ola, un momento irrepetible, lo que Francesco Alberoni llamó lo stato
nascente (1981). ¿Qué ocurrió en México? En encup 2001 se afirma:

Los mexicanos somos poco afectos a hablar de política,


pues 67 por ciento de los entrevistados reportó no haber
abordado el tema dentro de su ámbito familiar durante los
siete días previos a la entrevista. Asimismo, 44 por ciento
dijo que es durante las reuniones con amigos o conocidos
donde más habla de política, aunque uno de cada cinco
ciudadanos dice que al escuchar hablar de política deja de
poner atención. 52 por ciento de los entrevistados describe
su condición de ciudadano como el de una “persona con los

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Juan José Russo Foresto

derechos y obligaciones que las leyes de su país determi-


nen”. Al preguntar qué tanto conocen los derechos de los
mexicanos establecidos en la Constitución Política, 60 por
ciento contestó que poco y 35 por ciento dijo que nada. De
acuerdo con los resultados obtenidos, las personas mayo-
res de 55 años son quienes tienen menor conocimiento de
sus derechos (50 por ciento), en tanto 24 por ciento de los
jóvenes de entre 18 y 24 años se encuentran en la misma
situación. El escaso conocimiento ciudadano sobre la vida
política institucional se advierte al constatar que sólo 40
por ciento de los encuestados sabe que el Congreso de la
Unión es la instancia facultada para aprobar las reformas
a la Constitución y no el Presidente de la República, como
contestó el 29 por ciento; asimismo, dos de cada 10 entre-
vistados dijo no saber en quién recae dicha facultad y 4.5
por ciento contestó que en la Suprema Corte de Justicia
(inegi y segob, 2001).

El dato es estructural y tiene su origen, como se advierte en las co-


hortes de edad menos participantes, en una larga tradición auto-
ritaria. En la encuesta aplicada,2 los resultados sobre participación
potencial son negativos. Ello impacta sobre el pesimismo de los ciu-
dadanos respecto de la situación mexicana (63% opina que estamos
igual de mal o peor que en 2009). La región norte es la más pesimis-
ta, afectada no sólo por la crisis económica sino por la violencia del
narcotráfico, factores que impactan de manera severa en la calidad
de vida de los ciudadanos, al golpear la cotidianidad. Si se reducen
las opciones a dos, mejor o peor, la situación se muestra en los cua-
dros 4.1 y 4.2.
Respecto de la participación visible, la comunidad política mexi-
cana es poco participativa, no sólo por la baja participación electo-
ral media nacional sino por la baja participación no electoral. Si se

2 Todos los cuadros presentados ofrecen información recogida por la encuesta encargada para esta
investigación sobre capital social y cultura de la legalidad. Cuando así no sea, se indicará la fuente.

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Participación política y civilidad: la desvinculación

Cuadro 4.1 Situación del municipio

Norte Centro Sur Conjunto


Mejor 19 23 18 21
Peor 47 30 27 33
Sumando ns / nc = 100%

Cuadro 4.2 Situación del estado

Norte Centro Sur Conjunto


Mejor 15 19 14 17
Peor 43 32 28 33
Sumando ns / nc = 100%
La relación narcotráfico / pesimismo se hace más plausible si se cambia de escala y se acerca al
municipio, pues ahí el impacto de este fenómeno afecta de modo contundente. Nuevamente se
polariza la información y se advierte que el norte es más pesimista.

presta atención a los datos de la encuesta (9. Participación ciudadana


vía el voto acción más eficaz para influir en el gobierno), en el país
48% propone el voto como la forma más eficaz para influir en el go-
bierno, y más de la mitad, formas de participación alternativa. Entre
éstas, algunas ocurren en arenas invisibles (tener amigos influyentes
y dar dinero a los servidores públicos, 19%), dos opciones ocurren
como participación alternativa en arenas visibles (protestar en mani-
festaciones públicas y hacer denuncias en la radio o en la televisión,
22%), y hay una cuarta clase: ninguna (6%).
La dimensión participación vecinal como sede de la participa-
ción no parece relevante. La situación es contundente: 77% afirma
que no se reunió con sus vecinos para solucionar algún problema co-
lectivo e influir sobre los decisores.
Además, estas cifras se incrementan a 85 y 88% cuando se con-
sulta si hubo reuniones con los vecinos para participar políticamente
(denunciar en el municipio, participar en un movimiento social o
avisar al periódico sobre algún problema).

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Juan José Russo Foresto

Cuadro 4.3 Tipos de participación en México

Norte Centro Sur Conjunto


Participación convencional (votar) 58 41 51 48
Participación invisible 14 19 23 19
Participación visible 17 22 18 12
Ninguna 4 4 5 6

Cuadro 4.4 ¿Qué tanto cree que usted y sus vecinos


pueden influir en las autoridades?

Totalmente / 42
bastante
Poco / 53
nada

ns / nc 5

Gráfica 4.1 Participación vecinal para la solución de los problemas


Se han reunido para organizar acciones a fin Se han organizado para protestar y exigir la
de resolver problemas comunes, como vigilar satisfacción de alguna demanda, por ejemplo
sus casas entre sí. abasto de agua, oponerse a alguna obra vial
evitar arbitrariedades de la política etcétera.
100

50

Sí No NS/NC Sí No NS/NC

218

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Participación política y civilidad: la desvinculación

Al respecto, es claro que ello puede obedecer en parte a la inefi-


cacia que los ciudadanos atribuyen a la participación vecinal. Así,
más de la mitad de los entrevistados opina que sirve de poco o nada
participar.
Los datos que parecen impactantes atañen a la asociatividad me-
dida por la participación de los ciudadanos mexicanos en distintas
asociaciones. El resultado medio de no participación en organizacio-
nes (que van desde asociaciones religiosas, deportivas, de colonos a
sindicales y partidos políticos) es de 93.7%: menos de 7% se interesa
y está dispuesto a integrarse a alguna forma de acción colectiva ins-
titucionalizada. ¿Puede una democracia estable descansar sobre una
base de participación tan baja?
Al respecto, conviene revisar la literatura comparada para
apreciar que la escasa participación no sólo es un fenómeno ge-
neralizado en muchos países sino que data de bastante tiempo
atrás en algunos de ellos. La teoría de una comunidad política
participativa se ha visto refutada por los hechos en democracias
plenamente consolidadas y estables. Esta discrepancia fue plan-
teada en términos de si en verdad “mucha participación” es in-
dicador de buena democracia. Esta clásica pregunta surgió ya en
los años sesenta, cuando se advirtió la coexistencia de democra-
cias avanzadas, economías desarrolladas y participación política
muy baja. Una investigación comparativa de gran relevancia fue
la realizada por Gabriel A. Almond y Sidney Verba, publicada en
1963. La famosa comparación entre Estados Unidos, Inglaterra,
México, Alemania e Italia arrojó resultados que desafiaban la pre-
misa normativa de ciudadanos muy participativos e informados,
y estabilidad de la democracia. Como señalaron los estudiosos, la
investigación “sobre el comportamiento político pone en dudas
este modelo activista y racional, por cuanto resulta evidente que
los ciudadanos de los sistemas democráticos no responden, sino
muy raramente a este modelo. Ellos no están bien informados, ni
profundamente empeñados, y tampoco particularmente activos”
(Almond y Verba, 1963: 383).
En la misma época, 1965, otra investigación célebre confirmaba
las conclusiones de Almond y Verba: Lester W. Milbrath verificó

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Juan José Russo Foresto

Cuadro 4.5 Asociacionismo en México

Norte Centro Sur Conjunto


Asociación religiosa o Iglesia
No pertenece 82 87 80 84
Participación media: 16%
Asociación deportiva / recreativa (gimnasio, equipos deportivos)
No pertenece 90 88 92 90
Participación media: 10%
Asociación de colonos o de vecinos
No pertenece 95 94 94 94
Participación media: 6%
Sindicato u organización o asociación laboral
No pertenece 95 96 95 95
Participación media: 5%
Organización ejidal, campesina o de agricultores
No pertenece 95 98 93 96
Participación media: 4%
Organización o grupo de autoayuda (Alcohólicos Anónimos, Neuróticos Anónimos...)
No pertenece 95 96 95 96
Participación media: 4%
Organización o partido político
No pertenece 98 96 96 97
Participación media: 3%
Organización estudiantil o de jóvenes
No pertenece 98 98 97 98
Participación media: 2%
Media de no asociación 93.5 94.1 92.7 93.75

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Participación política y civilidad: la desvinculación

que en Estados Unidos, los “gladiadores”, actores con alto nivel de


participación política (medida con indicadores tales como contactar
a un político, dar una contribución económica a un partido o a un
candidato, participar en una reunión política, conceder tiempo pa-
ra una campaña política, devenir un miembro activo de un partido,
participar en encuentros políticos importantes, solicitar fondos para
objetivos políticos, ser electo para un cargo político) apenas alcanza-
ban 7% del conjunto de los ciudadanos, mientras que la suma de los
“espectadores” (caracterizados por un compromiso mínimo) llegaba
a 60%, y los apáticos a 30%. Es decir, en total los no participativos
alcanzaban 90% de la comunidad política.
En 1972, Sidney Verba, Norman H. Nie y Jae–on Kim (1978),
precisando niveles de participación, confirmaron los datos, que se
convirtieron en una sólida tendencia hacia la escasa participación.
Los votantes (que sólo votan) llegan a 21%, mientras que los intere-
sados en cuestiones públicas amplias alcanzan 18%. 30 años después
de la publicación de la obra de Almond y Verba, Jacques Lagroye
(1993) constataría que la distancia entre la norma de participación y
la participación efectiva seguía siendo muy grande. En ese sentido,
el comportamiento de la sociedad mexicana es consonante con el
alejamiento y desinterés de otras sociedades de la región; aun así, es
importante detenerse en los resultados de la encuesta para revisar
este primer análisis.
Si se reagrupa la participación por tipos de organizaciones, se
observa que surgen diferencias significativas, aun dentro de un con-
junto de baja participación. Asociaciones que pertenecen al ámbito
del privado social, como la Iglesia o asociaciones recreativas en ge-
neral, tienen una media de participación entre 16% y 10%, lo que las
sitúa en el extremo positivo. La pertenencia a organizaciones políti-
cas, como sindicatos, partidos políticos o asociaciones estudiantiles,
va de 5% a 2%, lo que las ubica en el extremo negativo de participa-
ción. Esto es, la participación aumenta hacia ámbitos más privados y
disminuye en la medida que se aleja de ese ámbito.
¿Sigue México la tendencia a la participación en formas no con-
vencionales? La participación política ha cambiado de formas or-
todoxas como votar, afiliarse a un partido, afiliarse a un sindicato,

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Juan José Russo Foresto

organizar una reunión, firmar para participar en un referéndum, a


formas modernas y heterodoxas como hacer campaña por absten-
ción o voto en blanco, participar en un movimiento, hacer huelgas
salvajes, bloquear el tráfico, hacer sentadas sit–in, boicotear a un su-
permercado, dañar bienes materiales. Un importante trabajo reali-
zado en la segunda mitad de los setenta reveló que “en las socieda-
des industriales avanzadas, las técnicas de acción directa contienen
el estigma de la desviación. Tampoco son vistas como antisistema”
(Barnes et al., 1979: 162).
En países como Inglaterra, Alemania o Estados Unidos, el
porcentaje de población dispuesta a participar de modo no con-
vencional frente a situaciones generadas por normas injustas ha
aumentado, en un periodo de casi 15 años (entre 1960 y 1974),
siete veces. ¿Ha ocurrido eso en México? Una investigación reali-
zada en Europa occidental (Topf, 1995), ha puesto de manifiesto
que la participación no convencional ha crecido al punto de hablar
de una revolución participativa. Así, los inactivos han disminuido de
85%, en 1959, a 44%, en 1990, y se ha dado un crecimiento pa-
ralelo de personas con alguna actividad política (de 15% a 66%).
Como se ha señalado, los ciudadanos ingresaron al año 2000 muy
distantes de los partidos políticos, críticos de las élites y las insti-
tuciones, y orientados de manera menos positiva hacia los gobier-
nos (Dalton, 2004). México, un país signado casi un siglo por una
revolución, con movimientos contestatarios y represiones estatales
que marcan su historia, posee en la etapa democrática una vigorosa
participación no convencional. Se debe recordar, a fin de aclarar
la pregunta, cuáles son los tipos de participación según una im-
portante investigación (Barnes et al., 1979).
Si se amplía el radio de comportamientos que se llamarán par-
ticipación política, entonces se pueden considerar cinco clases de
comportamiento: los conformistas, que, como lo sugiere su nombre,
son actores empeñados en formas convencionales de participación;
los reformistas, que participan en modo convencional y exploran las
fronteras de las formas legales de protesta, pero dentro de los límites
de esa legalidad; los activistas, que usan todas las formas legales, tocan
y atraviesan las fronteras hasta adoptar modos no legales de contes-

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Participación política y civilidad: la desvinculación

tación; los inactivos, que van de la ausencia total del interés político
a la información, o como máximo firmar una petición, y los protes-
tatarios, que están dispuestos y adoptan todas las formas no con-
vencionales, pero además rechazan las formas de participación
convencionales. Por lo tanto, la cuestión es si en México predominan
actores con formas participativas alternativas como las señaladas.
Si se atiende a la primera forma de actores, que participan en
formas convencionales, se observa que de 7%, que en promedio per-
tenece a alguna asociación, una media de 53% participa mucho: acu-
de a las reuniones, participa en discusiones o colabora con alguna
cuota o dinero. 23% participa poco: “sólo a veces” tiene esas activida-
des, y casi 20% no participa en las asociaciones a las que pertenece.
Si el “a veces” es real, y no simplemente una respuesta correcta,
entonces se trata de 7% de “gladiadores” (muy similar a las medi-
ciones de Estados Unidos). Por el contrario, si es una respuesta de
cortesía, entonces los gladiadores son menos de 4% de la población.
Como se mencionó, la participación pública no convencional o
alternativa (protestar en manifestaciones públicas y hacer denuncias
en la radio o en la televisión) alcanza 28%: está lejano al 66% que
menciona Richard Topf (1995). Esta situación de escasa participa-
ción se refuerza con la percepción que los mexicanos tienen acerca
de sus semejantes como actores políticos. 70% opina que sus conciu-
dadanos participan poco o nada en las asambleas, y 51% que votan
en las elecciones. La escasa participación no convencional no signi-
fica que los mexicanos sean legalistas en su concepción de la política.
Si se vuelve a la afirmación de Russell J. Dalton, ¿son los mexica-
nos críticos con sus instituciones? Si se vincula ser crítico con tener
desconfianza, entonces los mexicanos sólo confían en el gobierno
18%; confían menos en los jueces (16%); menos todavía en la po-
licía (13%), hasta llegar a un raquítico 11% en el caso de los parti-
dos. Hay conciencia de cierta pasividad con la autoridad cuando los
mexicanos afirman que “deberíamos ser más activos y cuestionar a
nuestros líderes o gobernantes” (62%).
Sin embargo, la realidad mexicana contrasta con la afirmación de
Dalton en lo que atañe a los gobiernos, pues 63% de los mexicanos
afirma estar de acuerdo con sus autoridades municipales; 60% con la

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Juan José Russo Foresto

Cuadro 4.6 Crítica contra la autoridad

Respuesta México
Deberíamos ser más activos y cuestionar a nuestros líderes o gobernantes 62
Deberíamos mostrar más respeto por la autoridad
29
y las decisiones de nuestros líderes o gobernantes
ns / nc 9

autoridad nacional, y 70% con los gobernadores. Es decir, se trata de una


población crítica con las instituciones, pero que apoya a sus gobiernos.
La escasa participación, así como el sólido apoyo a los gobiernos
que hicieron de México el país más estable de América Latina, conduce
a muchos a pensar que los mexicanos tienen el gobierno que se mere-
cen. En verdad, se puede afirmar que los mexicanos tienen el gobierno
que prefieren. Los gobiernos en distinta escala protegen ante todo la
estabilidad, bien altamente valorada en la comunidad mexicana.
¿Es la escasa participación de los mexicanos una actitud racional, de-
rivada del conocimiento de los altos costos y no pocas frustraciones que
implica la participación? Después de todo, la participación puede en cier-
tos contextos implicar irracionalidad, por cuanto es conocido que

[...] individuos racionales y motivados por el propio interés


no se comportarían en modo tal de perseguir el interés co-
mún o de grupo, a menos que el número de componentes
del grupo sea mas bien pequeño, o a menos que se recurra a
coerción o a alguna otra medida con el objetivo de impul-
sar a los individuos a actuar en su interés común (Olson,
1965).

El individualismo, la existencia de culturas verticales, la debilidad de


tradiciones liberales y la asimetría de recursos entre los actores pue-
den ser factores que hacen de la escasa participación un mecanismo de
adaptación, cuando no de supervivencia. Además de la racionalidad
del free rider, consistente en que cuando el producto de la participación

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Participación política y civilidad: la desvinculación

es un bien colectivo indivisible, tanto cuando no es posible excluir del


disfrute del bien a quien no ha participado como en la medida en que
participar implica costos, puede ser racional no participar (ser un free
rider). Esto ocurre desde el momento en que esta participación no es
decisiva para la producción de tal bien. Si se aplica este razonamiento a
la participación electoral, el resultado es no votar.
Como señala Mancur Olson, en las organizaciones resultan cla-
ves los incentivos. Una participación sostenida y constante en el in-
terior de las organizaciones políticas no se puede lograr si estas or-
ganizaciones no recurren a incentivos selectivos dirigidos a movilizar
en modo diferenciado sus también diferenciados miembros. Hay
tres tipos principales de incentivos: materiales —recompensas tan-
gibles—, de solidaridad y orientados al objetivo. En México, el peso
de las tradiciones autoritarias sigue marcando el comportamiento co-
tidiano de los ciudadanos. Lo anterior, además de impactar sobre la
disminución de la participación, lo hace sobre una dimensión cru-
cial: la responsividad, es decir, la correspondencia o comunicación
entre las decisiones de los gobernantes y las expectativas o demandas
de los ciudadanos. La larga experiencia autoritaria ha generado una
cultura de la desvinculación entre comunidad y gobernantes, lo que ha
dado como resultado una caída de las expectativas de los ciudadanos,
en el sentido de que los gobernantes reaccionarán positivamente
a sus demandas, así como una cultura de élite en la que se refuerza la
creencia de ganar fortaleza mientras se actúa con mayor autonomía
de las demandas ciudadanas.

La hipótesis de la desvinculación

Naturalmente, el sentido de eficacia es bajo, con lo que el círculo


negativo de la participación se refuerza. Así, 53% de los ciudadanos
considera que no vale la pena participar, por cuanto “pueden influir
en las autoridades”.
Es claro que la bajísima pertenencia a asociaciones (que va de 84 a
98%), muestra que la agrupación no es la estrategia considerada ade-
cuada para influir. Además, el alejamiento de los ciudadanos de la po-

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Juan José Russo Foresto

lítica guarda relación con la percepción señalada al comienzo de que


“a las personas del gobierno no les interesa mucho lo que las personas
como usted piensan”, y con que “tres de cada cuatro ciudadanos opina
que lo que los diputados y senadores toman más en cuenta al elaborar
las leyes son sus propios intereses o los de sus partido”. Poco sentido
de eficacia, cultura de no responsividad, alientan el escepticismo de los
ciudadanos sobre la vocación de servicio público de los gobernantes.
Las características centrales de la participación política —estar diri-
gida a influir tanto en la elección de los decisores como en las decisiones
mismas— estaban presentes también en la antigüedad (polis griega y re-
pública romana), pero el fenómeno ha asumido características particula-
res después de la formación de los estados nacionales, en concomitancia
con las presiones por la democratización y la expansión del sufragio.
Si bien la participación electoral es sólo una de las modalidades
posibles de participación, en los regímenes democráticos sus conse-
cuencias son inmediatas y significativas. Además, en democracia la
participación electoral está siempre presente cuando las otras formas
de participación son relativamente poco frecuentes.
Existen diferencias notables en los regímenes democráticos res-
pecto de las tasas de participación electoral. La explicación de tal
diferencia es sistémica: depende de las características políticas e ins-
titucionales de cada sistema político. A paridad de orden político e
institucional, la inclinación mayor o menor de los individuos a votar
se puede deber a orientaciones psicológicas y condiciones socioeco-
nómicas. Es mas probable que una persona vaya a votar si se dan tres
condiciones cognitivas; en general, está interesada en votar, posee
información política y tiene sentido de eficacia. Estas condiciones
cognitivas funcionan mejor en alianza con ciertas condiciones obje-
tivas, como la posición socioeconómica (Milbrath, 1965; Milbrath y
Goel, 1977). Según Lester W. Milbrath, participan más los actores
“centrales” de la sociedad. En este caso, central es ser instruido, prove-
niente de clase media, hombre, pertenecer a las cohortes intermedias
de edad, estar casado, ser ciudadano, ser residente, pertenecer a la etnia
mayoritaria, ser miembro de asociaciones. Mientras más alto es el es-
tatus socioeconómico de un individuo, le correspondería una mayor
tendencia a participar.

226

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Participación política y civilidad: la desvinculación

Gráfica 4.2 Participación en asociaciones,


por nivel socioeconómico en Yucatán
Por favor, dígame si usted pertenece o no
a alguna de las siguientes
Yucatán
asociaciones.
Sí pertenece No pertenece
25

20

15

10

A/B/C+ C D+ D/E A/B/C+ C D+ D/E

Como se puede leer en las gráficas 4.2 a 4.5, Yucatán, Chi-


huahua e Hidalgo desmienten tal asociación. Se trata más bien de
un fenómeno difuso y que atraviesa el sistema de estratificación.
Seguramente, la raíz de la participación se encuentra en una preci-
sión fundamental, que realiza el sociólogo italiano Pizzorno (1966):
aquello que favorece la participación no es la centralidad en abstrac-
to o en general, señalada por Milbrath, sino la centralidad respecto
a un grupo social. La participación política es una acción en solida-
ridad con otros, que apunta a conservar o transformar la estructura
(y los valores) del sistema de intereses dominantes. La participación
política requiere la construcción de colectividades solidarias, en cuyo
interior los individuos se consideran entre sí como iguales. La con-
ciencia de clase o de posición coincide con la capacidad de las or-
ganizaciones (partidos, sindicatos, etc.) de crear solidaridad e iden-
tidad colectiva. Si ello es así, entonces el déficit de capital social es
clave como variable explicativa para dar cuenta de la baja participa-
ción en México. El análisis que sigue aparece centrado en los resul-

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Juan José Russo Foresto

Gráfica 4.3 Participación en asociaciones,


por nivel socioeconómico en el estado de México
Por favor, dígame si usted pertenece o no
a alguna de las siguientes asociaciones.
Estado de México
Sí pertenece No pertenece
50

40

30

20

10

A/B/C+ C D+ D/E A/B/C+ C D+ D/E

tados de la encuesta aplicada, y encuentra sus raíces en la formación


del propio Estado–nación.
Así, México experimentó un proceso de penetración estatal muy
profundo y modificatorio de las identidades culturales originarias.
La colonización española, la obra uniformadora de los liberales y la
hegemónica revolución fueron procesos que desconocieron las iden-
tidades comunitarias preexistentes. La nación mexicana se construyó
desde un Estado que centralizó e inculcó a una población hetero-
génea, que podía estar unida a partir del desconocimiento de la va-
riedad histórica y cultural que la caracterizaba. El resultado fue la
conformación de una cultura vertical, con las correspondientes san-
ciones a la participación; con escaso compromiso colectivo, por la
imposición de metas desde arriba, y la consecuente falta de identifi-
cación con ellas; con enajenación de las identidades y la consecuente
defección ante situaciones posiblemente riesgosas.
La acción de participar presupone identidad e igualdad: identifi-
carse con un grupo de iguales. Una sociedad basada en dar y recibir
órdenes, y centrada en el acatamiento es una sociedad que renuncia

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Participación política y civilidad: la desvinculación

Gráfica 4.4 Participación en asociaciones,


por nivel socioeconómico en Chihuahua
Por favor, dígame si usted pertenece o no
a alguna de las siguientes asociaciones.
Chihuahua
Sí pertenece No pertenece
20

15

10

A/B/C+ C D+ D/E A/B/C+ C D+ D/E

Gráfica 4.5 Participación en asociaciones,


por nivel socioeconómico en Hidalgo
Por favor, dígame si usted pertenece o no
a alguna de las siguientes asociaciones.
Hidalgo
Sí pertenece No pertenece
20

15

10

A/B/C+ C D+ D/E A/B/C+ C D+ D/E

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Juan José Russo Foresto

a la responsabilidad y, por ende, a la participación. La hipótesis que


aquí se sostiene es que los déficit de participación en México en-
cuentran su origen en el déficit de cohesión social. Las dificultades
para el surgimiento de áreas de igualdad, que permitan la emergen-
cia de una cultura (o contracultura) de tipo horizontal, refuerzan la
desconfianza, la heteronomía de los actores, el desapego y la falta de
motivación y de compromiso con las actividades, la desinformación
con respecto a lo público, la prioridad de la obediencia por sobre
el cumplimiento de la norma, la falta de confianza en los resulta-
dos de la participación y sobre todo las dificultades para ejercer la
solidaridad y que son condición sine qua non para inventar las co-
munidades de iguales que posibilitan y dan sentido a la participa-
ción. Si la relación primigenia es la de mando–obediencia entre jefe
y súbdito, entonces el colega, el compañero, el amigo, el igual, se
debilitan como figuras y el resultado es, por un lado, la fragmen-
tación, el aislamiento; por otro, la desmovilización colectiva. Para
participar se requiere de una comunidad de iguales y, al mismo tiempo,
un mínimo suficiente de confianza y solidaridad con los iguales,
ponderado como un valor superior al de las relaciones verticales. La
verticalidad alienta la deslealtad entre iguales y la obsesión por posi-
cionarse lo más alto posible, para escapar de las sanciones inherentes
a estar abajo. Sólo uno cabe en la cumbre y sólo uno puede ser el ele-
gido por el jefe para sucederlo, por lo tanto, las posiciones no son
el corolario de la participación colectiva sino de la competición o el
conflicto entre individuos.
Respecto del comportamiento electoral, la participación en las
elecciones es importante en cualquier democracia. Lo es todavía
más en un país que vivió 70 años de partido hegemónico y que se
abre paso por la construcción democrática. En un país donde la de-
mocracia tiene entre sus desafíos el reconocimiento, con acciones y
políticas, de su gran diversidad cultural, votar es reafirmar la idea
de nación. Los mexicanos no sólo votan poco sino que lo hacen ra-
ramente en cualquier ámbito. No votan en las fábricas, no votan en
las universidades. Las elecciones en verdad están disociadas como
método para la resolución de problemas de la vida cotidiana y diso-
ciadas simbólicamente del testimonio de la propia identidad políti-

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Participación política y civilidad: la desvinculación

ca, como ocurre por ejemplo en un país, por cierto contrastante en


participación, como Italia (LaPalombara, 1988).
La identidad política mexicana es débil y por ello la función sim-
bólica crucial de las elecciones de dejar testimonio no aparece en los
ciudadanos. En vez del voto, al interior de una gran cantidad de ins-
tituciones y organizaciones, prevalece la cultura del decisor único y
personalísimo, por lo general oculto en un complejo, sofisticado y
manipulable conjunto de reglas y normas. Puede que la consul-
ta aparezca en los reglamentos y que los líderes lo usen como una
forma de cortesía, para después de la consulta devolverle a la co-
munidad las decisiones de la élite. De este modo, las designaciones
de personal en cargos no son resultado del consenso ni de procesos de
competición política sino que suelen aparecer como resultado
de una derivación impersonal, como consecuencia de procedimientos
administrativos. De esta cultura no electoral y vertical deriva la ca-
rencia de entusiasmo y vivacidad que puede despertar en culturas de
alta participación electoral, el reafirmar la identidad política votan-
do. Asistir en grupo, a las urnas a las reuniones previas y posteriores
a cualquier elección, son acciones de encuentro comunitario en torno a
la identidad política.
En México, los déficit de participación obedecen a que el modo
de fundamentar la legitimidad no radica en la soberanía popular si-
no en opciones que no requieren la participación comunitaria. Los
fundamentos pueden consistir en el logro de la eficacia, de la racio-
nalidad o de la estabilidad y para ninguno de estos fines es necesaria
la soberanía popular. Para que ocurriera y se enraizara la participa-
ción popular, se requería un consenso comunitario del nuevo estado
de soberanía popular.
El primer consenso histórico en México no podía ser otro que
la conformación de la nación con reconocimiento de las identidades
de culturas y civilizaciones preexistentes. Sin este primer consenso
sobre la nación mexicana, era inviable el respeto al principio de
la soberanía popular.
Como ha señalado Pizzorno (1966: 30 y ss.), la participación
política refleja un problema de acción colectiva sobre la estructura
de las desigualdades. La política afecta así a procesos más amplios

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Juan José Russo Foresto

que los electorales e impacta más allá que el propio Estado. Los sis-
temas de interés se deben contraponer a los sistemas de solidaridad.
La diferencia radica en la contraposición entre un sistema de acción
con vistas al interés del actor y uno con vistas a la solidaridad entre
los actores. El interés de un individuo consiste en distinguirse en su
posición relativa respecto de otros actores. La diferenciación supone
un más o menos, un mejor o peor. Como es natural, el sistema de in-
tereses supone que los actores comparten un sistema de valores que
aprecia del mismo modo las diferencias de los actores. Un sistema de
intereses como el mercado no supone identificación con el sistema,
los actores compiten entre sí. Por el contrario, la pertenencia e iden-
tificación son propias de sistemas de solidaridad. Las asociaciones
voluntarias, las familias, los amigos, son sistemas de solidaridad. Son
ámbitos donde se realiza la igualdad de participación. La participa-
ción política es una acción de solidaridad con otros, que apunta a
modificar o conservar una estructura de poder. La ciudadanía cons-
tituye un sistema de derechos–deberes que potencia la construcción
de áreas de igualdad. De modo concluyente, se puede afirmar que
sólo se participa cuando se está entre iguales. El capital social civil
supone, para reforzar la participación, las mismas bases mínimas de
igualdad. ¿Es verdad que este sentido de pertenencia igualitaria es
deficitario en la sociedad mexicana?

Civilidad y participación política

El concepto de civilidad es una dimensión estratégica del capital


social. Que el capital social sea civil o incivil es fundamental para
evaluar procesos y resultados en las sociedades. Los diferentes tipos
de capital se han difundido de manera creciente en la literatura de
las ciencias sociales. Los nuevos conceptos resultan en particular re-
levantes para monitorear la cultura cívica en sociedades de reciente
proceso de democratización, en virtud de que un orden político de-
mocrático no hace depender su suerte sólo de las instituciones for-
males, de los ritos democráticos, ni de la voluntad y características

232

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Participación política y civilidad: la desvinculación

de sus élites, sino también de la calidad con que funciona su comu-


nidad cívica.
En lo que sigue, se verá el comportamiento de esta variable en
los aspectos que resultan relevantes para la participación política
en México. El capital social constituye un fenómeno complejo de
estudio definido por: dimensiones de la comunidad política, como la
confianza en las personas, las normas que regulan la convivencia,
las redes de asociacionismo y de compromiso cívico (Putnam, 1993;
Fukuyama, 1995; Inglehart, 1997) y las relaciones sociales (Bour-
dieu, 1980; Coleman, 1988), y dimensiones de la calidad del orden
político, como el ejercicio de libertades, el sistema de gobierno, el sis-
tema judicial, la burocracia (North, 1990; Olson, 1965, 1982; Barro
y Sala–i–Martin, 1992; Mauro, 1995; Knack y Keefer, 1997; Alesina
y Perotti, 1996). Las primeras hacen referencia al capital social comu-
nitario, las segundas, al capital social institucional. El capital social
en general es considerado de manera positiva a la hora de evaluar
sus efectos económicos.3 Es opinión difundida que las comunida-
des con elevada confianza interpersonal y fuertes relaciones sociales,
así como con instituciones públicas de alta calidad, contribuyen al
crecimiento económico, al reducir la incertidumbre y favorecer las
soluciones cooperativas.
Los estudios empíricos sobre el capital social, comunitario e ins-
titucional apoyan la siguiente hipótesis: fuertes libertades civiles y
políticas, estabilidad política, mayor eficiencia institucional, elevada
confianza y conciencia cívica favorecen la calidad de la democracia
en sus tres dimensiones: respondencia (satisfacción de las deman-
das de la comunidad política por parte del gobierno), accountabili-
ty o rendición de cuentas vertical (entre ciudadanos y gobierno) y
horizontal (de instituciones estatales sobre el gobierno), e imperio
de la ley (cumplimiento efectivo y universal del orden legal). Una
versión fuerte de esta hipótesis afirmaría que las dimensiones señala-
das del capital social resultarían condiciones necesarias para el buen

3 Esta opinión se ha modificado, como lo muestra Marina de La Torre (véase el capítulo “Capital
social y seguridad ciudadana”).

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Juan José Russo Foresto

desempeño de la democracia y, por lo tanto, en ausencia de valores


positivos, la calidad de la democracia resultaría deteriorada. Por el
contrario, una versión más moderada presentaría al capital social co-
mo un factor importante que contribuye a la buena democracia. De
todos modos, los datos obtenidos no capacitan para dirimir sobre
una cuestión de amplio alcance como el mencionado. Sí se puede
afirmar, en cambio, que existe una asociación entre instituciones de-
mocráticas de baja calidad y un escaso capital social, sobre todo en
su dimensión de civilidad.
Antes de iniciar el análisis propiamente dicho, es oportuno vol-
ver sobre el concepto de civilidad, a fin de especificar el modo en
que éste se utiliza en relación con la encuesta realizada. De por sí,
es un objetivo bastante arduo, pues numerosos estudiosos lo utilizan
con significados contrapuestos y de acuerdo con su enfoque inter-
pretativo. Sin necesidad de retomar tal debate, se puede utilizar la
definición de Robert Putnam (1993) en Making democracy work, en
donde considera la civilidad como el conjunto del tejido y de las re-
glas civiles existentes en un determinado contexto territorial —en
el interior de la estructura de la personalidad individual. Es decir,
reglas y redes. Como se verá, esta definición provisional se puede ar-
ticular en diferentes componentes. La investigación parte de algunas
premisas relacionadas con la actualidad del debate en varios países.
La carencia en México de una difundida y enraizada cultura cívica,
en particular en las regiones más rezagadas, es utilizada por muchos
autores para explicar la permanencia de males históricos, como el
caciquismo y el atraso socioeconómico, así como la difusa presencia
de corrupción en los diferentes niveles de la vida social y política.
Muchos de estos déficit son puestos de manifiesto en los informes
sobre Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas pa-
ra el Desarrollo (pnud), donde se muestra que estos elementos cons-
tituyen el cemento en que se asienta el rezago mexicano. Respecto
de la distribución territorial, las disparidades de desarrollo humano
son contrastantes: “Con base en la información más reciente, el Dis-
trito Federal, Nuevo León, Baja California, Coahuila y Chihua-
hua tienen los mayores niveles del [índice de desarrollo humano]
idh, mientras que a una distancia aún considerable se encuentran

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Participación política y civilidad: la desvinculación

Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Veracruz y Michoacán, que ocupan las


últimas posiciones” (pnud, 2007: 2) y se enfatiza que el patrón de
desigualdad ha presentado muy pocas modificaciones en los últimos
años, donde de manera persistente el Distrito Federal reporta los me-
jores indicadores en todos los componentes del idh, y Chiapas tiene los
más bajos, aunque hay cambios mínimos en el ordenamiento de
las entidades en lugares intermedios. Dentro de estos cambios, desta-
can los de estados como Guanajuato, San Luis Potosí y Zacatecas,
los cuales han avanzado dos posiciones cada uno dentro del orde-
namiento de los niveles de desarrollo de las entidades federativas.
También resulta interesante evaluar las disparidades internas a partir
de comparaciones internacionales:

Cuando se compara el idh de las entidades federativas con


el de otros países, se obtiene que el Distrito Federal tiene
un nivel de desarrollo similar al de República Checa o Bar-
bados, mientras que el idh de Chiapas se asemeja al de na-
ciones como Cabo Verde o la República Árabe de Siria. En
los casos de Colima, Querétaro, Jalisco, Durango y Morelos,
éstos se encuentran cercanos al promedio nacional y se com-
paran con países como Bulgaria y Malasia (pnud, 2007: 2).

La tendencia reciente es negativa como lo muestra que

[...] en el Informe sobre Desarrollo Humano México 2002 se


destacó la similitud que existía entre los niveles de desarro-
llo del Distrito Federal y Hong Kong, y los de Chiapas y
El Salvador. Para el presente informe, Hong Kong superó
en ocho posiciones al Distrito Federal y El Salvador supe-
ró en cinco a Chiapas. Así, los extremos del idh entre los
que se encuentran las entidades federativas del país se han
rezagado respecto a sus referentes internacionales de hace
cuatro años (pnud, 2007: 2).

Una variable importante para la integración del país es el desarrollo


económico, que “reduce los niveles de desarrollo en la medida que se

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Juan José Russo Foresto

incrementan las diferencias en los indicadores entre hombres y muje-


res” (pnud, 2007: 2), así como para la calidad democrática lo consti-
tuye la igualdad de género. Al respecto, el informe 2006 / 2007 señala:

A nivel nacional, la desigualdad en el desarrollo humano


entre hombres y mujeres significa una reducción de 1% en
el idh. A nivel estatal, esta disminución fluctúa entre 2.6%
para el caso de Chiapas y 0.40% para el Distrito Federal.
De acuerdo al [índice de desarrollo humano relativo al gé-
nero] idg, las entidades con menores pérdidas en desarrollo
por desigualdades de género son Distrito Federal, Aguas-
calientes, Quintana Roo, Sonora y Morelos. Por otra parte,
los estados que presentan una mayor pérdida en desarro-
llo por los diferentes logros entre hombres y mujeres son
Chiapas, Zacatecas, Guerrero, Oaxaca y Durango (pnud,
2007: 24-25).

Por lo anterior, es interesante prestar atención a la dimensión


de civilidad como componente esencial del capital social de una
comunidad. Ello a fin de integrar un enfoque que relacione en
particular, y según los objetivos de esta investigación, civilidad y
calidad institucional.
A la civilidad como factor contribuyente a la estabilidad y al
buen funcionamiento de la democracia, se contrapone lo que ha
sido definido alternativamente como síndrome de la cultura par-
ticularista, en sus diversas connotaciones de localismo, familismo
amoral, etc., que mira a la propia y restringida esfera (familiar,
económica y territorial) como único horizonte de referencia va-
loral y comportamental. Existe un vasto consenso entre los es-
tudiosos sobre el modelo explicativo de tipo sociocultural, que
individualiza, justamente en la tara cultural de particularismo
contrapuesta al recurso del civismo, la explicación de muchos ele-
mentos presentes en México: desde el deficiente funcionamiento
administrativo a la permanencia de agudos desequilibrios territo-
riales; desde la ausencia de una cohesión en el interior del estado a
la permanencia de una difundida tendencia al conflicto. También

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Participación política y civilidad: la desvinculación

se debe subrayar (Negri y Sciolla 1996) la necesidad de ponderar


y especificar este modelo. Sin negar la influencia que los sistemas
de valores puedan tener sobre los comportamientos sociopolíticos
y la estabilidad del régimen democrático, no se debe subestimar,
por un lado, la multiplicidad de las configuraciones de valores o
creencias normativas de una sociedad; por otra, la importancia del
arraigo de los valores dentro de relaciones sociales y contextos de
interacción específicos.
Se sostiene, en resumen, que no es suficiente la presencia de un
fuerte espíritu cívico de origen individual para garantizar la participa-
ción y la mejor construcción de la democracia.4
Se ha evidenciado una diferenciación entre elementos objetivos
(transparencia, seguridad, pobreza, desigualdad), útiles para definir y
analizar la civilidad presente en México, y elementos subjetivos (có-
mo es vivida, interpretada y evaluada por los individuos). En el plano
individual, ha sido necesario efectuar una diferente evaluación de los
comportamientos propios y ajenos, y de las actitudes. En el presente
caso, la medición de los comportamientos es difícil, por cuanto las res-
puestas de los entrevistados están afectadas por la ausencia de declara-
ciones que manifiesten comportamientos considerados reprobables o
no admisibles del todo. Se prestará atención a dimensiones de la civili-
dad que guardan relación con la participación política —entre ellas, las
valorales, de confianza, identitarias y comportamentales—, así como
a analizar la difusión y la incidencia de la civilidad en los diferentes
contextos territoriales y sociodemográficos, en las tres regiones consi-
deradas.
En el análisis de los datos, sólo se realizan comparaciones entre
las tres regiones cuando aparecen contrastes fuertes que pueden ser
de interés para el trabajo. Por el contrario, en aquellas variables en
que la distribución de valores regional es homogénea, se presentan
los datos agregados del conjunto.

4 Según Nicola Negri y Loredana Sciolla, “El punto central consiste en regenerar la confianza en las
instituciones, en ausencia de la cual la civilidad permanece como virtud privada, útil al mercado,
pero no a la política. En ese caso, la participación tiende a encerrarse en la ética de la convicción,
poco sensible a la responsabilidad” (1996: 18).

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Juan José Russo Foresto

La cultura institucional mexicana

Un aspecto relevante en las respuestas de los entrevistados es el peso


decreciente de la confianza, a medida que se pasa de lo privado a lo
social. Una gran confianza es otorgada a las instituciones que atañen
a lo “social privado” (desde aquéllas de voluntariado a la Iglesia). En
esos casos, la confianza asciende a altos valores positivos en los en-
trevistados. Por el contrario, las instituciones estatales y de garantía,
tales como la policía y la justicia, obtienen evaluaciones negativas.
Así, si se ordenan las evaluaciones en Estado y sociedad civil, se ob-
tienen los siguientes resultados.
La media de confianza en estas dos categorías resulta de la su-
ma de confianza en opciones “totalmente” y “bastante”, dividida por
cada actor o institución. Hay análisis que proponen la reubicación
de los partidos de actores de la sociedad civil, a actores del Esta-
do (Calise, 1992; Lowi, 1992). Es probable que en la actualidad la
población lo perciba de ese modo. Esta diferencia se hace más neta
cuando dividimos en tres a los actores de la sociedad civil.
Como se puede apreciar, lo público y estatal genera una descon-
fianza que va de 75% a cerca de 90% de la población. Por el contrario,
lo privado va de 44% (vecinos) a 82% (familia). En el área del mercado,
hay un neto predominio de opiniones de desaprobación y desconfian-
za (17%). Conviene atender en forma comparativa a estos aspectos.
Si se observan las opiniones más contrastantes por regiones, se
encuentran dos situaciones: mayor equilibrio regional de opinión po-
sitiva respecto de la familia, la Iglesia y los vecinos, y de opinión nega-
tiva respecto de la policía y los partidos políticos. En términos de
mayores diferencias, éstas se encuentran respecto del gobierno: en el
norte hay el mayor índice de confianza en este último, con 8% total-
mente y 24% bastante, mientras en el sur la confianza total es de 3%
y 10% bastante.
El segundo gran contraste atiende a los empresarios. En el sur,
la confianza total es de 1% y en el norte de 7%. Mientras que la suma de
confianza total y bastante en el sur es de 11% y en el norte de 24%. La
desconfianza generalizada es mayor en el sur que en el norte, pues en

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Participación política y civilidad: la desvinculación

Cuadro 4.7 Confianza en las instituciones

Estado Sociedad civil

Instituciones Jueces, policía, gobierno. Familia, Iglesia, vecinos, parti-


dos, empresarios.

Media de confianza 15.6 43

Cuadro 4.8 La confianza, de lo público a lo privado

Estado 15.6
Público
Sociedad civil Partidos 11
Social privado Iglesia (61), 52.5
vecinos (44)
Privado
Privado Familia 82

todas las instituciones éste aparece con valores más altos de confianza.
En términos de media de confianza, en el norte es 19% y en el sur 13%.

El ideal ciudadano en México

Con la finalidad de explorar el modo en que los mexicanos definen a la


ciudadanía y sobre qué aspectos prestan mayor atención, se consultó a
los entrevistados sobre el significado que asumía ser un buen ciudadano
en el México actual. Se presentaron las siguientes opciones y se solicitó
que optaran por las dos más importantes, con el siguiente resultado:

1. Respetar las leyes.


2. Votar en las elecciones.
3. Trabajar con empeño.
4. Hacer actividades de voluntariado.
5. Participar en un partido político.
6. Participar en las asambleas de asociaciones de vecinos.

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Juan José Russo Foresto

Cuadro 4.9 Comportamientos cívicos importantes

México. Nivel nacional Prioridad


Tirar la basura en su lugar 1
Decir siempre la verdad 2
Participar en las elecciones 2
Pagar debidamente los impuestos 3
Fumar sólo en los lugares permitidos 3

Como se puede apreciar, respetar las leyes es el mayor consenso


entre los ciudadanos de todo el país. El sur aparece como el que
concibe una democracia más participativa, pues votar en las elec-
ciones y participar en un partido político también aparecen en
primer lugar. En el centro, el respeto de la ley es prioritario y el
resto de las opciones pasan a un segundo lugar; en el norte, los
valores prioritarios se distribuyen en el respeto a la ley y en votar
en las elecciones.
Hay en los mexicanos una percepción individualista de ciudada-
nía, donde aspectos puramente civiles, como el respeto a la ley, son
valorados discursivamente como preponderantes. Por el contrario, la
participación colectiva es menos apreciada.

El ideal cívico

Del cuadro 4.9 se deriva qué es considerado falta grave por los ciudada-
nos. Los resultados muestran que no se considera un hecho muy grave
“pagar debidamente los impuestos”, pues está en tercer lugar de com-
portamiento cívico importante, y se considera muy importante “no tirar
la basura”. En segundo lugar, aparece “decir siempre la verdad”, al mis-
mo nivel que “participar en las elecciones”. Como se mencionó, un de-
ber frente al Estado como “pagar debidamente los impuestos” no es ele-

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Participación política y civilidad: la desvinculación

Cuadro 4.10 Respeto a los derechos


de los mexicanos de cinco instituciones

Sus familiares
Totalmente
73
Bastante
Los ciudadanos
Totalmente
33
Bastante
La policía
Totalmente
32
Bastante
Poco
66
Nada
Los jueces
Totalmente
34
Bastante
Poco
61
Nada
El gobierno
Totalmente 6
Bastante 19

Poco
73
Nada

gido como prioritario sino como poco importante. Ello contrasta con
las respuestas de apego a la legalidad como modelo del buen ciudadano.

Familismo y valores prioritarios

En la vida cotidiana, el mexicano medio busca la seguridad en los con-


fines de su casa. Allí siente que logra la protección de la que carece
en el entorno. Una de las preguntas contenidas en la encuesta fue la
de la confianza en distintas instituciones y la familia es la que genera

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Juan José Russo Foresto

mayor confianza: está siempre en el primer lugar de la clasificación.


Las funciones que ella desempeña pueden ser numerosas y a veces
muy contrastantes. La importancia que los mexicanos le atribuyen es
siempre muy elevada, sin diferencias significativas entre las diversas
regiones del país (entre un 73% en el sur y un 88% en el norte). Como
se advirtió, son en general instituciones de la vida privada las que go-
zan de mayor confianza, y ello con independencia de la distribución
territorial. Así, la familia es evaluada como un componente esencial
de la vida, al igual que otras instituciones privadas, que también obtu-
vieron altas preferencias. Sin duda es la institución que más protege.
Una pregunta que lo muestra está referida a qué instituciones respetan
más los derechos de los mexicanos y de los ciudadanos en general. Si se
suman los primeros dos valores (totalmente / bastante), los resultados
muestran que la consideración de la familia como entidad protectora
es mucho más positiva que las instituciones especializadas como ga-
rantes formales de tales derechos. Sus valores positivos son 73% a nivel
nacional contra el 32% de la policía y el 33% de los jueces.
Los ciudadanos incluso merecen poca consideración en este sen-
tido, pues sólo 33% considera que éstos respetan los derechos hu-
manos. El gobierno, con el 25% de consideración positiva, pierde
así no sólo confianza sino representatividad como institución que
puede velar por los intereses colectivos. Respecto de la consideración
de sus semejantes, la opinión mayoritaria es negativa. En aspectos
que tienen que ver con respeto a la legalidad, oscilan entre no res-
petan las leyes de tránsito (70%), no cumplen con lo que prometen
(67%) o no respetan las normas de trabajo (51%). La familia cumple
de mejor modo, para los ciudadanos, las que deberían ser funciones
naturales del Estado; es también la responsable privilegiada de poner
los límites a las conductas de la personas.

Tipo de familismo

Se ha subrayado la extremada importancia que la familia posee para


los mexicanos. ¿La familia funciona como cinta de transmisión en el
tiempo (lugar de conservación del patrimonio, de la preparación y de la

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Participación política y civilidad: la desvinculación

Cuadro 4.11 Tipos de familismo

Tipo Porcentaje
Familismo solidario (atenerse a las consecuencias, buscar un 51
abogado)
Familismo amoral (buscar dinero, buscar amigos con influencia) 44

educación espiritual de los hijos, del apoyo a los más viejos) o se define
más bien como nicho existencial (ámbito de felicidad, de reposo des-
pués del trabajo, de diálogo y de debate, de atribución del sentido de la
vida)? ¿Una familia que garantiza un contrato en defensa de las gene-
raciones más ancianas? ¿Deber de los hijos de sacrificarse, en el acuer-
do no escrito de que de ellos se ocupará su descendencia, o al contrario,
búsqueda de redefinición del contrato? ¿Una familia, por último, cuyo
bien está antes que el de la colectividad y que justifica acciones dañinas
para con la colectividad misma?
La cuestión es si se trata de un valor compatible con una actitud
positiva hacia los semejantes y hacia la sociedad en general, o si por
el contrario se trata de un valor privado que puede ser contrapuesto
por los habitantes con los intereses de la sociedad. Edgard C. Banfield
acuñó el término de familismo amoral a la primera alternativa carac-
terizada por un interés concentrado en la familia en detrimento de la
sociedad y con estrategias vinculadas a la satisfacción en el corto plazo.
Para medir el tipo de familismo que poseen los mexicanos, se consultó
a los entrevistados sobre opciones que suponen defender a un hijo en
contra de la ley o, por el contrario, poner la ley por encima de los in-
tereses de la familia. La primera atañe a considerar sólo la responsabi-
lidad frente a la familia, aun en detrimento de la sociedad; la segunda,
por el contrario, presenta la opción de compatibilizar el interés de la
familia y el de la colectividad (véase el cuadro 4.11).
Los resultados guardan relación con los valores privados que
constituyen la prioridad, así como con la escasa valoración de los
ciudadanos sobre actividades de participación, vinculadas con un in-
terés en la comunidad, considerada de manera global.

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Juan José Russo Foresto

Individual y colectivo

Los mexicanos no tienen confianza en las instituciones en general, lo


que confirma una tradicional desafección con fundamentos históri-
cos y culturales, y que no se ha modificado con el advenimiento de
un orden político competitivo.
Se deben subrayar tipos de orientación muy claras. Los mexica-
nos tienen muy baja confianza en las instituciones estatales (policía,
justicia), así como en las políticas y administrativas que representan
sus intereses y que gobiernan el Estado y la nación (partidos, sindi-
catos, gobierno y congreso).
Una gran parte de los mexicanos tiene relaciones difíciles con sus
coetáneos. Los vínculos de amistad devienen con frecuencia formas
de aislamiento y desconfianza hacia quien no forma parte del pro-
pio y restringido círculo de referencia; muchos individuos no están
tampoco interesados en tener relación con el prójimo, y otros miran
todavía a los extraños con sospecha.
Existe un clima general de desconfianza, que se refleja tam-
bién, como se ha visto, en actitudes en relación con las institucio-
nes de representación. Pero este dato, confrontado con lo discu-
tido antes, parece el fruto de la ambivalencia (o ambigüedad) de
fondo de la población mexicana. Si las instituciones de represen-
tación no parecen funcionar, los entrevistados declaran apoyar a
las autogestionadas desde abajo, que están, por otra parte, com-
puestas por individuos, de los cuales ellos nutren escasa confianza,
a menos que sean frecuentadas por círculos de amigos. Resulta,
así, un cuadro no confortable en un México donde, más allá de
las figuras sociales vinculadas con la educación escolar, hay con-
fianza —limitada— sólo entre los grupos privados de amigos y, en
particular, la familia en sentido amplio. No por nada, la familia es
el valor preponderante para la casi totalidad de los mexicanos. La
vida cotidiana del mexicano medio transcurre en los muros de su
casa, en el círculo de los afectos considerados seguros.

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Participación política y civilidad: la desvinculación

Los mexicanos y la esfera pública

Se verá ahora cuál es la relación de los ciudadanos con la esfera pú-


blica y la colectividad. La atención prevaleciente se refiere a los as-
pectos personales, afectivos o económicos; no comporta por fuerza la
limitación del sentido de responsabilidad por parte de los ciudada-
nos en relación con la comunidad de pertenencia.
Si bien es verdad que los ciudadanos tienden a privilegiar y sal-
vaguardar las condiciones privadas de vida, es evidente que con el
tiempo se ha difundido una específica cultura de la calidad de vi-
da que ve a los sujetos dispuestos a sacrificarse por el bien público
y sólo indirectamente por aquéllos personales. Tal opción deriva
de la constatación de que muchos aspectos negativos que caracte-
rizan a las sociedades urbanas contemporáneas están ya profunda-
mente condicionando los niveles de salud y de hacer más agradables
las condiciones de los individuos.
Los llamados límites sociales del desarrollo y los riesgos vincu-
lados a ellos están bajo los ojos de todos y los cambios de algunos
hábitos resultan impostergables. Si se prueba evaluar en el conjunto
los resultados que emergen, parece posible identificar un perfil de
base de los mexicanos en el tema de la calidad de vida. Tal perfil ve
fundirse algunos valores tradicionales de la cultura con otras orien-
taciones de carácter más inédito. Por un lado, se confirma la centra-
lidad de la familia y de las relaciones que garantizan un sistema de
identidad, solidaridad y seguridad, que indudablemente incide sobre
el bienestar de los individuos; por otro, se proyectan necesidades y
soluciones de vida que implican una mayor propensión a la movi-
lidad territorial. Los cambios en el modelo familístico–estancial dan
lugar a una participación cívica de los sujetos que implica un redi-
mensionamiento de las libertades individuales.
La calidad de vida significa, entonces, encontrar en el interior
de la red familiar y de amigos, los recursos necesarios para abrirse al
exterior. La familia continúa siendo el lugar privilegiado donde se
conjugan las estrategias de interacción y negociación que son adop-
tadas en relación con el mundo. Esto ocurre con la conciencia de
que si bien resulta muy difícil confiar en las políticas públicas como

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Juan José Russo Foresto

Cuadro 4.12 Usted se siente...

Respuesta Norte Centro Sur Conjunto


Más del estado de procedencia que
16 11 23 15
mexicano.

Sólo mexicano / más mexicano que


60 60 41 56
del estado de procedencia.

posible vía para la solución de los problemas, un absoluto refugio en


el ámbito privado se convierte, a largo plazo, en fuente de exclusión.
Un elemento clave para la elaboración de la tipología lo constituye la
pertenencia territorial.
De los análisis efectuados emerge que, luego de una gran afini-
dad con el propio municipio, hay un sentimiento de identificación
con el estado, con la región y con la nación.
A los entrevistados se les solicitó que indicaran cuál era el ámbi-
to territorial con el que se sentían más próximos, al punto de iden-
tificarse como mexicanos o como parte del estado: 56% se consideró
mexicano ante todo, contra 15% que se consideró más del estado
que mexicano (una proporción muy alta por cuanto se trata de la
identidad nacional). Este dato supone no sólo que los estados son
fuertes sino que la base territorial es importante y prioritaria como
organización de la identidad.
El índice de pertenencia territorial presenta valores mayormente
elevados sobre todo en las fases polares de la población: es de espe-
rar que ancianos y jóvenes posean un nivel de fruición de la colonia
superior a las demás edades, así como los habitantes de colonias con
dimensiones más pequeñas. En general, se debe subrayar la presen-
cia de frecuentes interacciones en el interior del ámbito territorial
más próximo; las relaciones son quizá superficiales, denotadas por la
escasa confianza en los otros, pero aparecen fundamentales a la hora
de construir para los individuos una esencial red de protección.
Si se indaga respecto al clima con los vecinos, los porcentajes po-
sitivos son altos, con una media de 63% que afirma vivir relaciones

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Participación política y civilidad: la desvinculación

de armonía y entusiasmo entre los vecinos y buen clima en general,


contra 32% que afirma lo contrario.
Sin embargo, cuando se pregunta respecto a la frecuencia de
intercambio con los vecinos, 56% afirma tener poco trato (43%) o no
tenerlo (13%). Y cuando se pregunta si se ha reunido con los vecinos
para resolver algún problema vecinal o tramitar alguna cuestión ante
las autoridades, la cifra negativa va de 73% a 76%.

Tipologías de las civilidades en México

La civilidad es un concepto que se estructura a lo largo de dimen-


siones diversas, que responden a diferentes ámbitos problemáticos.
Tres de éstos atañen, de hecho, a niveles actitudinales y el último a
un nivel comportamental:

• Ámbito valoral. Los valores que connotan una actitud de civili-


dad.
• Ámbito de confianza. Las relaciones que existen entre los valores
típicos del civismo y el grado de confianza en las instituciones,
en la Iglesia, en los otros, en la familia, etcétera.
• Ámbito de identidad. Los sentimientos de pertenencia que ca-
racterizan o prevalecen en una cultura cívica.
• Ámbito comportamental. Los comportamientos individuales y
colectivos que denotan la civilidad respecto de otros modelos va-
lorales, sociales, culturales.

Se formuló una tipología que busca sintetizar cuánto se han difun-


dido en el conjunto de la población mexicana los modelos colectivos
de civilidad. La idea guía de la que se partió consiste en considerar
insuficiente la presencia de un fuerte espíritu cívico individualista
(Negri y Sciolla, 1996) para garantizar una relación productiva en-
tre ciudadanos y sistema social: la civilidad puede transitar de virtud
privada a la propiedad estructural de un sistema social, caracterizada
por pertenencia nacional y, sobre todo, por la identificación con las
instituciones colectivas de referencia.

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Juan José Russo Foresto

Respecto a las actitudes morales, algunos investigadores del ca-


pital social (Putnam, 1993; Pizzorno, 2003) consideran muy rele-
vantes aspectos como: civilidad: el valor de pagar los impuestos, la
limpieza en las calles, no mentir por interés propio; relativismo mo-
ral: actitudes respecto del divorcio, del aborto y del suicidio, y anti-
conformismo: actitudes relativas a la utilización de drogas y respeto
a la autoridad. Respecto a los comportamientos, se individualizan
tres grandes grupos de diferentes motivaciones y modalidades de ac-
ción:

• Comportamientos cívicos en sentido estrecho, con modalidades


no asociativas, orientadas a la protección de la comunidad, de
tipo universalista.
• Comportamientos cívicos de tipo identitario, que más allá del
bien que puedan implicar a terceros están fundamentalmente
relacionados con una necesidad de autolegitimación, autojusti-
ficación, autoestima (voluntariado, donar fondos para objetivos
humanísticos, etcétera).
• Comportamientos cívicos de autodefensa, orientados a la obtención
de ventajas individuales de tipo material: participación en movi-
mientos de consumidores, los clásicos movimientos egoístas.

A los valores típicos de la civilidad se asocian ciertas contraparti-


das. Así, a una menor confianza en la familia corresponde mayor
confianza en las instituciones, una elevada identificación nacional
y disminución de identificación local. Al respecto, se han sugerido
(Negri y Sciolla, 1996) los riesgos de incurrir en limitaciones con-
ceptuales, así como una más estricta verificación de hipótesis. Como
conclusión del análisis anterior se propone una tipología que intenta
precisar tipos de civilidad en México.
Si se cruzan cuatro dimensiones, territorialidad, orientación in-
dividualista, confianza institucional y orientación comunitaria, re-
sultan 12 tipos de civilidad útiles para el análisis. Como se puede
ver, las combinaciones territorio/territorio, individuo/individuo, ins-
titucional/institucional, comunitario/comunitario no resultan rele-
vantes, pues lo que aquí interesa es la combinación de orientaciones.

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Participación política y civilidad: la desvinculación

Cuadro 4.13 Tipología de civilidades

2. Individualista

2. Institucional

2. Comunitaria
2. Territorial
Orientación
preponderante

1. Territorial Territorial Territorial Territorial


individualista institucional comunitaria

1. Individualista Individualista Individualista Individualista


territorial Institucional comunitaria

1. Institucional Institucional Institucional Institucional


territorial individualista comunitaria

1. Comunitaria Comunitaria Comunitaria Comunitaria


territorial individual institucional

Respecto al tipo comunitario individual o individual comunitario,


corresponden combinaciones en distinta medida a pequeños grupos
orientados por un fuerte sentido de comunidad, y que tienen una
más o menos fuerte tradición liberal de tolerancia y respeto indi-
vidual. Los individualistas territoriales son aquéllos que combinan
un perfil individualista (preponderante) con pertenencia territorial
(en segundo orden). Los individualistas institucionales son aquéllos
que se orientan de modo individualista con gran confianza en las
instituciones. Los institucionalistas individuales son aquéllos que
privilegian las instituciones y, en segundo lugar, los valores indivi-
duales. Los territoriales individualistas, aquéllos que privilegian la
pertenencia territorial y, en segundo lugar los valores individuales.
La orientación territorial supone preocupación sobre todo parro-
quial, así como familismo. La orientación territorial individualista
supone por lo general un familismo aislado de la confianza en los no
pertenecientes a la familia y con frecuencia en detrimento de la vida
comunitaria. Se hace referencia al familismo de tipo amoral, desta-
cado por Banfield (1958).

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Juan José Russo Foresto

Cuadro 4.14 Tipología de civilidades regionales


y de participación política en México

Matriz territorial Tipo de participación Tipo tendencial


Nacional individualista política predominante de participante*

Orientación individualista Participación


Norte Conformista
institucional convencional

Participación
Orientación individualista
Centro convencional y Reformista
territorial
no convencional

Orientación territorial Participación


Sur Contestatario
comunitaria no convencional

* Los tipos de participantes corresponden a Barnes et al. (1979).

El modelo de civilidad correspondiente a los mexicanos puede


ser definido como territorial–individualista. Se trata de un perfil
con un fuerte apego al territorio local por sobre las otras escalas de
agregación, así como un fuerte familismo, con componentes de fa-
milismo amoral. Junto a ello predominan actitudes de desconfianza
hacia la comunidad y asociadas a orientaciones que privilegian lo in-
dividual sobre lo colectivo, como lo manifiesta la gran desconfianza
hacia las instituciones en general. Así, a diferencia de modelos de ci-
vicness, como el de Estados Unidos, donde la orientación individua-
lista se funde con la orientación de alta confianza y reforzamiento
institucional, y de modelos antiindividualistas, como los predomi-
nantes en las poblaciones esquimales, en México parece predominar
ante todo el territorio y la vida individual orientada hacia lo privado.
El modelo territorial individualista constituye la matriz general del
país, pero encuentra perfiles de suborientaciones.
Se realizó el cuadro 4.14 con la idea de resaltar las diferencias
entre las tres regiones, por lo general pequeñas, pero consistentes,
y de construir tipos regionales de civilidad, vinculados con el tipo
tendencial de participante político.
El norte es escenario del ciudadano más liberal, con aproxi-
mación al modelo estadounidense, individualista–institucional. El

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Participación política y civilidad: la desvinculación

ciudadano más crítico del mal gobierno, el de mayor rechazo a la


corrupción, y con fuerte apoyo actual al gobierno nacional; el más
procedimental; es más liberal en la religión y el más tolerante en ge-
neral; el relativamente con mayor confianza en el Estado y en la so-
ciedad civil; al mismo tiempo, quien menos espera del Estado. En el
norte, predomina una mayor confianza en la participación electoral
y menor relativa en la participación no electoral. También hay una
percepción de mayor solidaridad en la sociedad civil y de eficacia en
los vecinos, y una evaluación positiva a través del tiempo. Hay una
mayor adhesión a la idea de obedecer las leyes y posee la tasa más
baja en concebir modificar las leyes si son injustas. Considera a los
jueces dependientes de actores del mercado. Y es el menos proclive
a escapar a las sanciones, así como el menos proclive a la corrupción
y el más respetuoso de los derechos humanos, aunque su defensa
implique costos en la lucha contra el narcotráfico. Rechaza la justicia
por mano propia. Es donde se delibera más de política y hay menor
identidad indígena. La región con menor población sin religión. Es
el ciudadano más liberal de México. Su tipo es territorial/individual
con componentes del tipo individual–institucional, de participación
política convencional.
El del centro es el ciudadano relativamente más moderado,
próximo al modelo latino, individualista–territorial. El ciudadano
del centro tiene como prioridad los problemas de los recursos natu-
rales para abastecer al segmento más grande de población del país.
Por ello, es con frecuencia el actor más crítico respecto de la gestión
municipal. Es el menos tolerante en religión y el más liberal en las
ideas políticas. La ciudadanía es virtud privada. Opina que el Estado
debe ser responsable de bienestar colectivo; es el más individualista
en la participación y en el sentido de no pertenecer a asociaciones;
quien asocia más el respeto a la legalidad con el bienestar colectivo,
y menos a una cuestión particularista; considera que en general se
consigue más con relaciones personales que con la aplicación de la
ley, y que los jueces están condicionados por los actores relevantes
del mercado y del Estado; es el menos interesado en la política y con
menor identidad partidista; es relativamente informado en política;
es el que más manifiesta su origen indígena; el más identificado con

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Juan José Russo Foresto

la religión católica aunque, al mismo tiempo, comparte subculturas,


junto con el sur, de ateísmo; es el que se siente más integrado, menos
discriminado. En resumen, el ciudadano del centro es el prototipo
del ciudadano moderado, individualista e institucional, proclive a la
autonomía respecto de los partidos y a la orientación política según
sus opiniones. Es el ciudadano moderado de la arena institucional,
anclado más en la sociedad civil que en el mercado. Su perfil es terri-
torial / individual / con componentes del tipo individual–territorial,
con participación política convencional y no convencional.
El sur es la arena del ciudadano contestatario, más próximo a mo-
delos orientales, territorial-comunitario. El sur, con la pobreza como
tema saliente, es más tolerante a la corrupción, accountability baja por
su adhesión al gobierno en los tres niveles, municipal y estatal; ser
buen ciudadano significa participar en un partido; posee una concep-
ción valorativa de la ciudadanía, individualista, mayor tolerancia con
la población indígena y más recelo con problemas como el sida; es
más intolerante en general y siente más la discriminación, sobre to-
do económica; posee el menor nivel de confianza en el Estado, en
la sociedad civil y en sus grupos privados de pertenencia; no exige
del Estado el bienestar y es quien pide más respeto a la autoridad;
confía moderadamente en que las elecciones pueden cambiar las co-
sas, pero es el que más confía en que otras formas de participación
pueden ser más eficaces. Aunque tiene poca confianza en la eficacia
de organizaciones vecinales, cree poco en la solidaridad de sus pró-
jimos; los comportamientos cívicos son virtudes privadas; participa
poco en asociaciones, pero regionalmente es quien más participa. Es
el más renuente a obedecer las leyes, y el más orientado a cambiarlas
cuando son injustas; el que más acata la autoridad; el más escéptico
respecto al rol de la justicia como árbitro. Considera a la justicia un
ápice del gobierno, en particular, del estatal. Es quien más inten-
ta evadir el cumplimiento de sanciones legales y el más dispuesto
a solucionar cuestiones prácticas a través de la corrupción y el más
dispuesto a hacer justicia por mano propia, así como el más renuente
a dejar que la justicia no se aplique por cuestiones procedimentales.
Sobre la cuestión de la lucha narcotráfico–derechos humanos, es re-
lativamente quien está más dispuesto a pagar el costo del combate

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Participación política y civilidad: la desvinculación

al narcotráfico. Y en casos donde el dilema entre elegir la situación


en la que se arriesga que haya un inocente preso o un delincuente
libre, es resuelto a favor de la primera opción. Es el actor más poli-
tizado, pero el que menos delibera sobre política. Es el más identi-
ficado partidariamente, el más laico, con menos religión católica, y
más abierto a otras religiones. En resumen, el ciudadano del sur es
relativamente más politizado y desconfiado y proclive a participar
fuera de las instituciones. Es el ciudadano de la arena natural, donde
imperan los recursos y las estrategias de los actores. Territorial / in-
dividualista / con componentes del perfil territorial–comunitario, de
participación no convencional.
Los resultados de este monitoreo sobre la civilidad en México
hablan de una concepción de cultura cívica derivada casi exclusi-
vamente de valores morales. La escasa confianza de los mexicanos
(quizá por decisivos legados históricos) en el país y en sus principa-
les instituciones estatales y nacionales obliga a la mayor parte de los
ciudadanos a pensar en la cultura cívica como un deber ser de tipo
moral e incluso, con frecuencia, moralista.
Ahora bien, en las figuras presentadas están considerados los ciu-
dadanos que participan de algún modo en la vida política. El énfasis
está puesto en la orientación de los participantes, hecho paradójico,
pues la mayor parte de los mexicanos se encuentra en las alternativas
de no asociación y de desconfianza. Pero ¿cuál es el perfil de los no
participantes, que caracterizan buena parte del México contemporá-
neo? Después de todo, la desvinculación que se mencionó al inicio
pretende dar cuenta de la no participación. Por ello, la necesidad de
otra tipología, en cierto modo complementaria. En el cuadro 4.15 se
concentran aquellas características del capital social que funcionan a
favor de la desvinculación de la acción social y que, por ende, restan
sentido de pertenencia, lo que lleva a la defección y la falta de com-
promiso con las cuestiones públicas.
En la encuesta aplicada se observa que los ciudadanos en general
confían mucho en la familia y muy poco en los conciudadanos y en
las instituciones. El interés que tienen en la política es baja, hay un
escaso asociativismo, una alta sensibilidad con sentirse discriminado
y apoyo a la autoridad. La búsqueda de la seguridad se realiza en la

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Juan José Russo Foresto

Cuadro 4.15 Tipología de los no participantes: los desvinculados

Dimensiones relacionadas Consecuencia Consecuencia Consecuencia


con los vínculos en la (factor) política
sociales y políticos orientación común

Familismo Clausura. Acción: Individua- No participación


lismo. política.
Baja confianza en los semejantes Distancia social.
Baja confianza en las instituciones Cinismo. Sentimiento: No
sentirse parte de
Baja confianza en actores públicos Defección. lo político como
igual.
Poco interés en la política Descompromiso.
Bajo asociativismo Acciones
no solidarias.

Intolerancia Inseguridad.
Sentirse discriminado Sentimiento de
desigualdad.

Apoyo a autoridad Disciplinamiento.

familia y en la autoridad. En la primera siempre o casi siempre es


realizable, en la segunda es una búsqueda inalcanzable y costosa.
Si se consideran para México indicadores habitualmente consi-
derados en la literatura politológica sobre calidad democrática, que
miden la vigencia del imperio de la ley, tales como ausencia de áreas
dominadas por organizaciones criminales, ausencia de corrupción
en los aparatos políticos, administrativos y judiciales, existencia de
fuerzas policiales respetuosas de los derechos de libertad de los ciu-
dadanos y en efecto garantizadas, o completa independencia de los
jueces respecto del poder político, es claro que México difícilmente
puede obtener una alta calificación de calidad en esta dimensión, la
fundamental, por otra parte, para una buena democracia. Del mismo
modo, si se presta atención a indicadores de accountability o respon-
sabilidad política y se consideran los propuestos por sólida literatura
(Schedler, 1999) respecto de la responsabilidad política vertical: in-
formación (cuánto los ciudadanos están informados sobre políticas

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Participación política y civilidad: la desvinculación

públicas y sobre sus gobiernos); justificación (el modo y la frecuencia


con que los gobernantes justifican decisiones políticas relevantes),
y castigo o recompensa (el modo en que el ciudadano evalúa a sus
gobernantes y las decisiones que adopta o legitima), o respecto de la
responsabilidad política horizontal, tales como el control que sobre
la actividad de gobierno ejercen actores como la prensa, el Congreso
y los partidos políticos, tampoco mejora la situación para el orden
político.
Estados marcados en su historia por represión o crímenes polí-
ticos, por la simbiosis entre justicia local y política, y por una exce-
siva politización de los garantes, debilitan o la llevan al mínimo de
accountability. Son diversas las fuentes y muy frecuentes las
denuncias que surgen sobre la falta de imperio de la ley y luego de
controles verticales y horizontales al gobierno. De todos modos,
la dimensión que mejor mide este estudio empírico es la relativa a la
respondencia (responsiveness), definida en esta sede como la legitimi-
dad que otorgan los ciudadanos a sus gobernantes y la satisfacción
con las políticas públicas más relevantes y con sus instituciones. Es
notorio que de los resultados anteriores, el descrédito institucional y
de los propios estados, encuentra su origen en una extendida insatis-
facción con los resultados (outputs), sea de aparatos como la policía
o de los órganos de justicia. Al mismo tiempo, la disposición indi-
vidualista de los ciudadanos mexicanos es reforzada por el funcio-
namiento institucional, considerado globalmente pésimo por éstos.
Ello alienta la defección de los deberes y estima ciudadana por su
orden político, y refuerza la mala calidad de su democracia. ¿Cómo
puede una comunidad política construir una buena democracia si
desconfía en tal magnitud de sus árbitros públicos y de la justicia de
las medidas adoptadas por su gobierno? ¿Cómo puede una comuni-
dad construir una buena sociedad, si siente que las decisiones están
fuera de su alcance e influencia?
Sin duda, la larga hegemonía de un partido, unido al anclaje tra-
dicional de caciquismos ha implicado privilegiar canales clientelares
por sobre la racionalidad democrática, basada en la competitividad
y en la autonomía ciudadana. En términos de las relaciones entre
civilidad y participación política, es claro que la verticalidad de la so-

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Juan José Russo Foresto

ciedad genera desafección política. Cuando no hace falta el recurso


de la relación social igualitaria para obtener una mejor posición,
es decir, cuando no hay necesidad de capital social, cuando la po-
sición política depende sólo de la decisión de quien ejerce un alto
cargo, entonces la participación disminuye o cesa, porque se hace
vana. No es herramienta para obtener nada, excepto sanciones, por
amenazar la gobernabilidad.
La democratización mexicana, no obstante su gradualidad y
continuidad, como se puede apreciar en los resultados de la encues-
ta, ha impactado si no en un cambio institucional, al menos en el
surgimiento explícito de un malestar que descansa en la construc-
ción gradual de un horizonte imaginario, en una toma de conciencia
respecto de que el orden político existente es mejorable. Desde ese
punto a que el cambio sea concebido como un logro de la propia
participación, hay todavía un largo camino por recorrer. Sin embar-
go, es un avance y, por lo tanto, un camino más corto.

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Ciudadanía y participación política en México

María Fernanda Somuano Ventura*

La ciudadanía consiste en la
fidelidad a reglas y prácticas que
constituyen el modo de coexistencia
propio de la democracia pluralista.
Es una identidad política común
a individuos que son miembros,
además, de múltiples comunidades,
que tienen concepciones diferentes
del bien, pero que aceptan someterse
a ciertas reglas de conducta cuando
eligen y persiguen sus objetivos.

Mercedes R. Kerz (s.f.).

Durante los últimos 20 años, México ha experimentado un com-


plejo proceso de democratización a nivel nacional al transitar de un
sistema de partido hegemónico hacia uno de pluralismo moderado.
El 2 de julio de 2000, por primera vez en 70 años, un partido polí-
tico diferente del Partido Revolucionario Institucional (pri) ganó la

* Agradezco los muy valiosos comentarios de mi colega Reynaldo Ortega, y el apoyo académico de
Raúl Díaz, Gabriela Sanginés, Elena Mariscal y Mónica de la Colina. Agradezco también a Jaime
Ramírez, quien elaboró los mapas que aparecen en el Anexo I. Desde luego, la autora es la única
responsable de errores u omisiones presentes en el texto.

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María Fernanda Somuano Ventura

elección presidencial. El Partido Acción Nacional (pan) dejó de ser


de oposición para convertirse en el responsable del gobierno federal.
Una vez finalizada la instauración democrática en el país, que
se puede situar en 2000, con la prueba de la alternancia en la
presidencia, permanecen irresueltas cuestiones relacionadas con
el desempeño institucional o la calidad de la democracia. Hay
autores que señalan a la política local y a sus múltiples enclaves
autoritarios como un verdadero obstáculo para la consolidación
del régimen democrático nacional. Éstos cuestionan de manera
enérgica que los agentes de la periferia hayan contribuido a la
transición democrática en el ámbito nacional y argumentan que
la arena política local ha sido y seguirá siendo la principal fuente
de resistencia a la democratización (Cornelius, 1999). Otros
señalan como factores que dificultan la construcción de un ré-
gimen democrático al deficiente funcionamiento del sistema
judicial, que no ha podido garantizar una administración de justi-
cia expedita; a los altos grados de corrupción, que han permeado
diversos niveles de gobierno, o a la incapacidad de los partidos
políticos en recuperar la confianza de los ciudadanos, quienes los per-
ciben cada vez menos como genuinos representantes de sus in-
tereses, lo que lleva a su decreciente legitimidad (Domínguez,
2003). Y hay también quienes señalan que más allá del reto del
diseño institucional que dé forma a un sistema democrático, éste
no puede funcionar de manera correcta y sustantiva si no cuenta
con una ciudadanía interesada y participativa (Lagos, 2003b). Por
ello, el tema de la ciudadanía se vuelve fundamental en el debate
sobre la construcción y consolidación democrática.
Aunque este tema no ha estado en el centro del estudio de la
teoría democrática, pues se ha concentrado en cuestiones institu-
cionales, no es tampoco nuevo. La mayoría de los análisis recientes
sobre él gira alrededor del trabajo de Thomas Humphrey Marshall
(1950) sobre los derechos ciudadanos. En Citizenship and social class
and other essays, el autor distingue tres etapas de la evolución de la
ciudadanía desde el punto de vista legal, es decir, los derechos con-
cedidos por el Estado a los ciudadanos: ciudadanía civil (derechos
individuales de expresión, libertad religiosa y propiedad, que se de-

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Ciudadanía y participación política en México

sarrollaron durante el siglo xviii debido a la lógica capitalista emer-


gente); ciudadanía política (derecho para participar en el ejercicio del
poder político; como miembro de la clase política o como elector
de dicha clase; se desarrolla durante el siglo xix con la expansión
del derecho al voto), y ciudadanía social (derecho a gozar de una ca-
lidad de vida digna asegurada por el Estado; se desarrolló durante el
siglo xx, sobre todo con el establecimiento del Estado de bienestar)
(Ådnanes, 2004).
Esta clasificación, sin embargo, ha generado diversas reflexiones.
Por ejemplo, en los años ochenta fue claro que los derechos humanos y
civiles básicos no se podían asumir como un hecho ( Jelin y Hershberg,
1996: 3); por ende, la triada de derechos civiles, políticos y sociales en-
tró en serios cuestionamientos. Las demandas de los pueblos indíge-
nas y el debate sobre derechos individuales y colectivos presentan otro
tipo de desafío para el enfoque de Marshall. Más aún, algunos estudios
han mostrado que varios tipos de derechos ciudadanos pueden estar
distribuidos de manera desigual, lo que da como resultado una “demo-
cracia disyuntiva” (Holston y Caldeira, 1998).
Aún con los problemas que presenta la clasificación de derechos
ciudadanos de Marshall, ésta sigue siendo indispensable en las dis-
cusiones actuales sobre democracia. Por ello, es importante no dejar
de lado el esfuerzo por redefinir el concepto de ciudadanía y derechos
ciudadanos, estudiar su importancia relativa y explorar su distribución
desigual. Sin embargo, hay un peligro latente en repensar el concepto
e identificar los derechos ciudadanos sólo con un grupo de activida-
des concretas —voto, ejercicio de libertad de expresión, recepción de
beneficios públicos, entre otros ( Jelin, 1996: 104). De hecho, la idea
de ciudadanía va mucho más allá de los meros derechos ciudadanos,
como señalan algunos autores; otros aspectos, como las obligaciones y
los deberes ciudadanos, también deben ser incluidos.
Los derechos ciudadanos por sí solos no son capaces de explicar
la gran brecha existente entre derechos formales y prácticas reales
que existe en muchos países, en especial en las democracias jóvenes.
Una discusión mucho más profunda, que abarque el debate teórico,
pero que también contenga trabajo empírico, es necesaria para en-
tender el vínculo entre teoría y praxis en estos sistemas políticos.

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María Fernanda Somuano Ventura

El objetivo de este capítulo es contribuir a la discusión del con-


cepto de ciudadanía en México, además de buscar que el extenso
trabajo teórico existente sirva de soporte para el trabajo empírico
que aquí se realiza. Entre las preguntas que se pretende contestar
están: ¿cómo podemos definir el concepto de ciudadanía?, ¿se pue-
de hablar de distintos tipos o dimensiones de ciudadanía?, ¿cuál es
la distribución de éstos en los estados y regiones del país?, ¿cuál es la
relación entre ciudadanía y participación política electoral y no elec-
toral en México?
El capítulo está estructurado en cuatro partes. La primera hace un
recuento de la evolución del concepto de ciudadanía y presenta algu-
nos datos que se refieren a las percepciones que tienen los mexicanos
sobre la definición de ciudadanía. En la segunda parte se exponen di-
versas clasificaciones y modelos de ciudadanía, sobre todo los deriva-
dos de la teoría política. El tercer apartado está dedicado a medir y
operacionalizar, por medio de un análisis estadístico, tres de los mo-
delos de ciudadanía presentados en el capítulo anterior: republicano,
comunitario y liberal. Además, se muestra el orden de los 32 estados
mexicanos en relación con dichos modelos. Por último, la cuarta parte
es un análisis de la relación existente entre los tres tipos de ciudada-
nía y la participación política electoral y no electoral. A diferencia de
la tercera sección, en la que se trabaja con datos agregados a nivel esta-
tal, en esta última parte se hace con datos individuales.

Evolución del concepto de ciudadanía

El término ciudadanía debe ser entendido como una construcción


social que ha tenido un complejo desarrollo histórico. Por ejemplo,
el sufragio, considerado el derecho del ciudadano por excelencia (ya
que con él puede transformar el proyecto estatal), estuvo por décadas
restringido a determinadas clases sociales o por criterios de género.
Guillermo O’Donnell (1977) explica: “históricamente, la ciu-
dadanía se desplegó junto con el capitalismo, el Estado moderno y
el derecho racional–formal. Así, la definición de ciudadano corres-
ponde exactamente al sujeto jurídico capaz de contraer libremente

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Ciudadanía y participación política en México

obligaciones”. El ciudadano es, en este marco, el que tiene derecho


a cumplir los actos que resultan de la constitución del poder de las
instituciones estatales, de la elección de los gobernantes que pue-
den movilizar los recursos de aquéllas y reclamar obediencia, y de
la pretensión de recurrir a procedimientos jurídicamente preesta-
blecidos para ampararse de intromisiones que considera arbitrarias
(O’Donnell, 1977).
De acuerdo con Joe Foweraker y Todd Landman (1997), existe
suficiente consenso en la comunidad académica en que la premisa
principal del origen de la ciudadanía es que ésta debe ser entendida
en términos de derechos conseguidos, en su mayor parte, mediante
la lucha social de los grupos subordinados.1 Según los autores, el
surgimiento de los derechos del ciudadano ha estado íntimamen-
te ligado al éxito del movimiento obrero (Rueshemeyer, Stephens
y Stephens, 1992). Aun sin poner énfasis en la lucha de clases, los
derechos ciudadanos se pueden ver como el resultado negociado de-
rivado de las tensiones entre la desigualdad de clases sociales y el
principio de igualdad de la sociedad liberal (Marshall, 1963; Barba-
let, 1988: 30).
El movimiento obrero es sólo uno de los muchos movimientos so-
ciales que surgieron en el periodo moderno. En la medida que buscan
la defensa y expansión de la inclusión social y la participación, inevi-
tablemente abogan por los derechos de los ciudadanos (Turner, 1986:
92). Aunque claramente cada movimiento tiene diferentes objetivos,
por lo general sus luchas convergen en la búsqueda de la igualdad
de derechos o el estatus de ciudadanía plena garantizado por la ley
(Young, 1989: 250). Los derechos generales de la ciudadanía son el
resultado histórico de luchas específicas sobre los derechos a la liber-
tad de expresión, de creencias, de información o de asociación. Así, se
puede decir que la ciudadanía se ha ido consiguiendo mediante luchas
sociales desde abajo (Foweraker y Landman, 1997).

1 El consenso comprende historiadores (Thompson, 1974; Hobsbawm, 1968); sociólogos (Moore,


1973; Smith, 1991); sociólogos (Turner, 1986; Barbalet, 1988); politólogos (Held, 1989; Giddens,
1982; Young, 1987; Clarke, 1993).

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María Fernanda Somuano Ventura

Aun aceptando esa idea, es claro que los derechos ciudadanos in-
volucran por fuerza al Estado. Los derechos ciudadanos se originan
como medio de protección para el ciudadano en contra del ejercicio
abusivo y arbitrario del poder e, independientemente, de la fuerza de
los grupos que los impulsaron, es evidente que es el Estado quien los
garantiza (Barbalet, 1988: 110). Es decir, la ciudadanía depende del
Estado, pero continuamente está amenazada por él. Si el Estado puede
proteger la igualdad legal que está detrás del concepto de equidad y
justicia, también puede suprimir la pluralidad y atacar o penalizar la
diferencia; si puede ampliar los derechos ciudadanos, también puede
controlar el acceso a esos derechos y restringirlos. Debido a que el Es-
tado es la única agencia a la que el ciudadano puede recurrir en caso de
que sus derechos sean violentados, debe contar con la autoridad para
actuar como garante de dichos derechos.
Es claro entonces que, independientemente del contexto, la ciuda-
danía implica derechos, pero éstos deben ser reconocidos y resguarda-
dos por el Estado. La ciudadanía es entonces un proceso político, y sus
códigos constitucionales y de procedimiento están en constante cambio
y sometidos a cuestionamiento e impugnación, negociación e interpre-
tación. Los resultados dependen del balance de poder que existe en la
sociedad civil y el grado de separación entre ella y el Estado.
Partiendo de la formación histórica del Estado como centro po-
lítico, Bertrand Badie y Pierre Birnbaum (1979) reconocen la exis-
tencia de dos modelos de relación entre aquél y la sociedad. En el
primero, el Estado dirige a la sociedad (“state–led society”) o al menos
tiene predominio sobre ésta. El ejemplo de los autores es el caso
francés, en el que el Estado dirige a la sociedad civil según sus pro-
pios valores (meritocrático y laico). El Estado cuenta con un gran
aparato militar y tiene una posición hegemónica en relación con la
sociedad civil. La mayoría de los cambios sociales surge como inicia-
tiva estatal. En el segundo modelo, opuesto al anterior, es la sociedad
civil quien dirige al Estado (“society–led state”). El caso que utilizan
para ilustrar este modelo es el de Gran Bretaña, donde diversos seg-
mentos de la sociedad expresan sus aspiraciones sin la tutela estatal.
La política es una actividad social, como otras; se resuelve más en la
negociación directa entre las partes sociales que en las relaciones con

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Ciudadanía y participación política en México

el Estado. Estas diferentes alternativas constituyen la base de dos


sistemas políticos opuestos: el modelo estatista, en el cual el Estado
controla a la sociedad civil, y el societal, donde la sociedad se proyecta
sobre el Estado.
Esta distinción resulta fundamental para el análisis de la ciuda-
danía en sociedades específicas. La ciudadanía no constituye, a pesar
de su formalización jurídica y de su actual universalización, un rasgo
abstracto de las democracias. Es, en cambio, un conjunto efectivo
de derechos y deberes que se ejerce en modo muy variado y siempre
en relación con el tipo de democracia y con el grado de calidad que
ese régimen tiene en contextos específicos. Factores como la distri-
bución de recursos económicos y políticos, el grado de competi-
tividad en el sistema político, la tradición societal / estatalista, los
tipos de liderazgo predominantes en la cultura política, las prácti-
cas clientelares / institucionales, la existencia de tradiciones liberales
o corporativas tienen una gran importancia cuando se construye la
ciudadanía durante el proceso de democratización.
En el caso de México, la distribución asimétrica de los recursos y,
fundamentalmente, una concentración muy importante de recursos
económicos, junto a la marginación o no incorporación de amplios
grupos a los mercados, han producido relaciones de poder poco li-
mitadas en la práctica por los derechos jurídicos. El monopolio de
la representación por parte de un partido en los gobiernos naciona-
les o subnacionales convirtió por mucho tiempo a la competencia
en un ritual que bloqueaba el mecanismo de control y del potencial
castigo al gobierno mediante el voto. La escasa autonomía de los ac-
tores individuales y colectivos del apoyo o sanción estatal, así como
la dependencia para obtener bienes de supervivencia, disminuyeron la
posibilidad de impugnación y, por ende, de desarrollo pluralista de
los actores políticos. El predominio de liderazgos no institucionales
o extralegales implica que los derechos y deberes ciudadanos ope-
ran como cláusulas ad hoc a la voluntad del líder. La penetración
y estabilización de prácticas de sometimiento clientelar dejaron poco
espacio a la disputa y anularon las posibilidades de control por parte
de los ciudadanos al gobierno. La existencia de fuertes corporaciones
sociales y económicas en contextos institucionales débiles impidió la

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María Fernanda Somuano Ventura

posibilidad de renovación y el surgimiento de actores democráticos


alternativos. Todas estas situaciones afectaron y desequilibraron el
sistema de derechos y deberes en México (Russo, 2010a).
Ahora bien, ¿cómo se relaciona la dificultad del ejercicio de la
ciudadanía en México, derivada de los altos niveles de exclusión so-
cial y el significado que los mexicanos le imputan a este concepto?
En los cuadros 5.1 a 5.3 se muestra lo que los mexicanos contestaron
a distintas preguntas sobre ciudadanía.
Como se puede ver, en las respuestas de los ciudadanos se en-
cuentran varias concepciones distintas de ciudadanía. En primer
lugar, la ciudadanía se refiere a un estado de pertenencia y corres-
ponsabilidad entre el Estado y los individuos (suma de derechos y
obligaciones). Más del 40% de los individuos dijo que para ellos la
ciudadanía es tener derechos y obligaciones (véase el cuadro 5.1).
En segundo lugar, la ciudadanía tiene un componente universal. En
la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano,
signada en el siglo xviii, se considera que la ciudadanía es la expresión
de las posibilidades del desarrollo humano, de lo cual se desprenden
dos atributos cruciales de la relación entre ciudadanos: la libertad y la
igualdad. Es interesante observar que aunque más de la tercera parte
de los mexicanos estuvo muy de acuerdo con la idea de reconocerse co-
mo ciudadanos del mundo (parte del componente de universalidad de
la ciudadanía), casi nadie definió a la ciudadanía como una expresión
de igualdad o libertad, como sucede en algunos países europeos.
Una tercera dimensión se orienta a un carácter procesal, ya que la ciu-
dadanía no constituye un hecho social acabado. Es interesante observar
que la visión de ciudadanía que predomina en los mexicanos converge con
esta idea de proceso. La ciudadanía se puede lograr mediante el respeto de
las leyes del país o la adopción de las costumbres, es decir, para una mayo-
ría de mexicanos la idea de ciudadanía trasciende los hechos irreversibles:
tener antepasados del país o haber nacido en éste (véase el cuadro 5.2).
Finalmente, la ciudadanía es un hecho que se puede desarrollar
como un atributo individual; es a la vez un proyecto de orden social
y un proceso vivo (Díaz Amador, 1998). El concepto aplicado en las
ciencias sociales corresponde, sobre todo, al sentimiento de pertenen-
cia a un país. Como se puede ver en el cuadro 5.3, casi la mitad de los

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Ciudadanía y participación política en México

Cuadro 5.1 ¿Qué significa para usted ser ciudadano?

Respuesta Porcentaje
Tener derechos y obligaciones 40.3
Poder votar 14.6
Tener responsabilidades 13.0
Pertenecer a un país 10.9
Haber cumplido 18 años 7.2
Tener educación política 2.3
Todas 8.1
Fuente: encup 2008.

Cuadro 5.2 En su opinión, ¿qué importancia debería tener


cada uno de los siguientes requisitos para alguien
que esté intentando lograr la ciudadanía?

Respuesta Tener Haber Adoptar las Respetar


antepasados nacido en costumbres las leyes
del país el país del país del país

Muy importante 50.3 58.5 58.2 80.8


Importante 30.6 26.1 29.9 17.9
No importante 19.1 15.4 11.9 1.3
Fuente: World Values Survey 2005–2008.

Cuadro 5.3 Me veo como ciudadano de...

Respuesta Mundo La nación América Norteamérica Mi


(país) Latina comunidad

Muy de acuerdo 35.4 49.6 22.4 15.7 33.9


De acuerdo 55.2 48.2 46.5 33.4 59.9
En desacuerdo 7.3 1.7 24.4 40.0 5.3
Muy en desacuerdo 2.1 .05 6.7 10.9 .9
Fuente: World Values Survey 2005–2008.

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María Fernanda Somuano Ventura

Cuadro 5.4 De las siguientes actividades, dígame ¿cuál colocaría


en primer lugar y cuál en segundo lugar por su importancia
para que usted considere a una persona “buen ciudadano”?

Jerarquización
Actividad
Norte Centro Sur conjunto
Respetar las leyes 1 1 1 1
Votar en las elecciones 1 2 1 2
Trabajar con empeño 2 2 1 2
Hacer actividades de voluntariado 2 2 2 3
Participar en un partido político 2 2 1 3

Participar en las asambleas de asociaciones


de vecinos, asociaciones o grupos de volun- 2 2 2 3
tarios, etcétera.

Nota: Se solicitó al entrevistado que mencionara las dos actividades que él considerara más importantes. Para ello, se le entregó
una tarjeta con las opciones de respuesta incluidas en el cuadro. De las respuestas obtenidas se calculó la posición
promedio en las que fueron mencionadas por los entrevistados. Estos valores promedio se ordenaron de menor a mayor:
entre más pequeña la media, mayor la percepción de importancia de cada actividad. Mediante la técnica de análisis de la
varianza se determinó si cada promedio es estadísticamente diferente a los otros promedios; esto con la finalidad
de ubicar las dos principales actividades para considerar a una persona “buen ciudadano”.

Fuente: bgc, Ulises Beltrán y Asociados, s.c.

mexicanos encuestados dijo estar muy de acuerdo con la idea de verse


como ciudadanos de la nación (o el país). Es interesante, sin embargo,
ver cómo más de la tercera parte está muy de acuerdo en definirse a
sí mismo como ciudadano del mundo, por 33.9% que estuvo muy de
acuerdo con la idea de percibirse como ciudadanos de su comunidad.
Aunque sorprende la alta cifra de encuestados que se autoper-
ciben como ciudadanos del mundo, se confirma la discusión del
tema de la identidad ciudadana —tanto a niveles locales como tras-
nacionales—, hecho que según algunos autores puede implicar una
erosión del concepto de ciudadanía como ha sido entendido tradi-
cionalmente. Es importante señalar, sin embargo, que este tipo de
identificaciones no son mutuamente excluyentes, y que un individuo
se puede sentir al mismo tiempo ciudadano de un país, de una co-
munidad o de una región del mundo.

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Ciudadanía y participación política en México

Es interesante señalar que la idea de ciudadanía se ha asocia-


do, en distintos momentos, a una connotación positiva, ya que el
buen ciudadano por lo general se relaciona con aquel individuo que
cumple la ley y exige sus derechos en el marco de la misma. En
México, el buen ciudadano se asocia, en primer lugar, con el res-
peto a las leyes y, en segundo, con el ejercicio del voto y el trabajo
con empeño. Si se observa la distribución regional, destaca que en
la región sur no se alcanza a discriminar cuál es la actividad más
importante a fin de considerar a una persona como buen ciudadano
(véase el cuadro 5.4).2

Ciudadanía: clasificaciones y tipos

Como sucede con otros conceptos en las ciencias sociales, existen


diversas definiciones, clasificaciones y tipologías de ciudadanía. Las
visiones minimalistas por lo general están relacionadas con una vi-
sión muy jurista o legalista del concepto. Es la definición fundacio-
nal de ciudadanía. El Estado distingue entre los miembros y los no
miembros de una comunidad política. Además, asigna derechos y
responsabilidades a los ciudadanos desde su clasificación legal.
Aquí es importante señalar que para las democracias liberales, el
concepto de ciudadanía implica una paradoja fundamental —lo que
Seyla Benhabib llama “paradoja de la legitimación democrática” (Ben-
habib, Shapiro y Petranović, 2007: 3–4)—: las democracias liberales
están basadas en el lenguaje universal de los derechos humanos fun-
damentales, la libre asociación y participación; sin embargo, al mismo
tiempo, la ciudadanía define quiénes son los sujetos de las prerroga-
tivas dadas dentro de ciertos límites —territoriales y de membresía

2 La región sur está formada por: Campeche, Chiapas, Guerrero, Morelos Oaxaca, Puebla, Quin-
tana Roo, Tabasco, Veracruz y Yucatán. La región norte por: Baja California, Baja California Sur,
Coahuila, Chihuahua, Durango, Nuevo León, Sinaloa, Sonora, Tamaulipas y Zacatecas. La re-
gión centro por: Aguascalientes, Colima, Distrito Federal, Guanajuato, Hidalgo, Jalisco, estado de
México, Michoacán, Nayarit, Querétaro, San Luis Potosí y Tlaxcala.

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María Fernanda Somuano Ventura

Cuadro 5.5 Distintas visiones de ciudadanía

Visión maximalista La ciudadanía es un estatus jurídico.


Un ciudadano es todo aquél que tenga 18 años y un modo honesto
de vivir, que goza en esa calidad de sus derechos políticos.
Su tarea en el ámbito cívico político se circunscribe a elegir juiciosa-
mente a sus representantes.
No requiere de más virtudes que apegarse a la legalidad, respetar la
autoridad y ejercer sus obligaciones, entre las que destaca el dere-
cho a votar.
Visión intermedia Concepción amplia del ciudadano, que trasciende el enfoque legal,
no ignora las satisfacciones que los individuos tienen de la vida pri-
vada. Considera que la participación continua en el espacio público
no se restringe a la participación en los procesos electorales.
El ciudadano debe reconocer y respetar los derechos de los demás;
tener capacidad de autocontención y sentido de responsabilidad; te-
ner capacidad de participar en el debate público y, por esa vía, en la
toma de decisiones, y tener capacidad de evaluar a quienes desem-
peñan los cargos públicos y de exigir que le rindan cuentas.

Visión minimalista La ciudadanía es un estatus político, pero también es una identidad


cívico–política.
La persona requiere involucrarse sistemáticamente en la esfera
pública.
Implica amplias exigencias a los ciudadanos, pues plantea que éstos
estarán interesados permanentemente en lo político.
El ciudadano debe saber no sólo cómo funciona el sistema político
sino cómo se puede insertar y participar en él.

Fuente: Conde (2006: 145–146).

política. En esencia, la paradoja es que las democracias liberales son


internamente incluyentes, pero externamente excluyentes.
Las visiones maximalistas trascienden el ámbito legal e incorpo-
ran las prácticas, los sentimientos y los valores de los individuos que
se traducen en prácticas determinadas. Estos enfoques contemplan
a un ciudadano que requiere involucrarse de manera sistemática en
la esfera pública, que debe saber no sólo cómo funciona el sistema
sino cómo se puede insertar y participar en él. Clarisa Rile Hayward
(2007), por ejemplo, incluye como parte de las definiciones maxi-
malistas a la ciudadanía práctica / sociológica, en la que los actores
sociales tienen un sentimiento de identificación o pertenencia con

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Ciudadanía y participación política en México

aquéllos que comparten su comunidad política, y la normativa / éti-


ca, en la que se considera que determinados individuos tienen res-
ponsabilidades particulares que dependen de sus talentos, posición
social, etc. (véase el cuadro 5.5).
En la comprensión de los enfoques maximalistas y minimalistas,
es muy importante destacar, como ya se ha dicho, la evolución del Es-
tado–nación. Desde finales del siglo xviii, la ciudadanía se fue con-
solidando como sinónimo de nacionalidad. Los derechos que tiene el
ciudadano son de primera instancia frente al Estado. Ser ciudadano es
someterse a la ley, hacerse cargo de las obligaciones fiscales y tener a
cambio garantizada la inviolabilidad de su conciencia y la seguridad de
que su propiedad va a ser respetada. En un principio, el papel del Esta-
do fue de protector de los intereses individuales. Poco a poco, esta idea
del Estado–guardián se ha modificado, al considerar que no es posible
circunscribir la obra del ser humano al ámbito de lo privado. El Estado
debe entonces intervenir en la vida económica para asegurar el bienes-
tar de todos, o al menos de la gran mayoría. En esta segunda acepción,
el ciudadano reclama al Estado que le garantice el derecho a la salud,
a la educación, al trabajo, a estar cubierto en caso de enfermedad o
desempleo (García Santesmases, s.f.).
Más allá de las visiones maximalistas y minimalistas, la filosofía
política también ha desarrollado diversas concepciones o modelos de
ciudadanía con base en las relaciones entre los individuos y el Estado, y
los tipos de construcción de identidades colectivas entre ellos. Uno de los
debates más importantes al respecto es el de los liberales y los comuni-
tarios. Los primeros defienden la primacía y centralidad del individuo y
destacan la necesidad de protegerlo de los excesos del Estado. Asimismo,
consideran importante propiciar las condiciones para que en la búsqueda
del bienestar individual, el ciudadano pueda establecer vínculos con otros, de
forma tal que por interés propio se construyan instituciones y prácticas
beneficiosas para todos. Así, el liberalismo produce fuertes derechos
negativos, es decir, de separación del individuo frente al Estado y la
comunidad, y pocas obligaciones frente a ellos, apenas las necesarias para
mantener vivas las libertades individuales (Olvera, 2008: 38).
Los comunitarios, por su parte, defienden la superioridad de la co-
munidad frente al individuo como la única vía para que el capitalismo

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María Fernanda Somuano Ventura

contemporáneo pueda garantizar la convivencia y el orden. Promueven


la idea de que el compromiso con la comunidad política llevará a la ex-
pansión de las virtudes cívicas y la participación activa para el bien común
(Knight Abowitz y Harnish, 2006). Conciben, entonces, la ciudadanía
como la participación en la vida en la comunidad, como la defensa de sus
valores y principios. Por lo tanto, las obligaciones de la ciudadanía (parti-
cipar y preservar los principios) son mayores a los derechos. El ciudadano
debe ser activo, pues de su acción depende el bienestar de la colectividad.
Existen otros modelos de ciudadanía, derivados de los an-
teriores o que han surgido en contraposición a aquéllos, que
recientemente han entrado en boga. Por ejemplo, el enfoque li-
bertario de la ciudadanía —relacionado con el liberal e inspirado
en las ideas de la nueva derecha, resurgida en los años ochen-
ta— considera a las personas como ciudadanos sólo en la medida
en que demandan bienes y requieren de la provisión estatal de
ellos. Visto de esa manera, los ciudadanos son sólo consumido-
res racionales de bienes públicos y el Estado una empresa que los
provee. En este enfoque, el ciudadano se debe hacer responsable
de su bienestar personal y de la protección contra los riesgos en
los que incurra. Los ciudadanos son consumidores soberanos y
esto se logra mediante la elección y los contratos que podrán
rescindir si no consiguen una satisfacción absoluta (Newman,
2005: 210).
Derivado de diversas críticas a la corriente comunitaria, el re-
publicanismo moderno —cuyos orígenes pueden ser rastreados a
la Grecia antigua— concibe a la ciudadanía como el proceso de de-
liberación activa sobre proyecciones identitarias competitivas cu-
yo valor reside en la posibilidad de establecer formas de identidad
colectiva que pueden ser reconocidas, probadas y transformadas en
una forma discursiva y democrática (Arendt, 1959, 1973; Haber-
mas, 1989). Idealmente, los ciudadanos se identifican con la comu-
nidad a la que pertenecen y buscan el bien común. El énfasis está en
el aspecto deliberativo de los ciudadanos que participan en forma
activa en discusiones sobre cómo influir en el futuro de la sociedad
a la que pertenecen. Aunque las habilidades y competencias para
participar estén distribuidas de manera desigual entre los indivi-

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Ciudadanía y participación política en México

duos, los republicanos confían en el aprendizaje y su efecto de em-


poderamiento. La ciudadanía y la participación pueden llegar a ser,
por lo tanto, una forma de batalla en la que los individuos pueden
lograr que se escuchen sus voces, se acepten sus posiciones y, de esa
forma, influir en el debate y las decisiones públicas (Mouffe, 1992).
Aunque este republicanismo tiene semejanzas con el comunita-
rismo, para el primero no es necesaria una comunidad política cuyos
valores y normas creen un consenso mediante el cual actúan los indi-
viduos. Por el contrario, en el debate público se elaboran y acuerdan
esos principios y normas (Olvera, 2008: 40).
En el cuadro 5.6 se presentan los cuatro modelos de ciudadanía
que se han expuesto con sus principales características.

¿Cómo medir ciudadanía?

Para comenzar, se debe señalar que si definir el concepto de ciudadanía


es problemático, mucho más difícil es operacionalizar y medir dicho
concepto. El primer punto que hay que destacar, y en el que varios au-
tores coinciden, es la multidimensionalidad de este fenómeno.
La preocupación actual por la ciudadanía (visiones maximalistas)
trasciende el ámbito legislativo y se centra en las prácticas, los senti-
mientos y los valores que experimentan los individuos y que se traducen
en prácticas sociales determinadas. Sin embargo, ante la imposibilidad
de medir todas las dimensiones de los distintos modelos de ciudada-
nía, se optó por recurrir a la medición de algunas de las dimensiones
más visibles y accesibles en términos de cálculo y disponibilidad de
datos para tres de los modelos teóricos antes expuestos: liberal, comu-
nitario y republicano.

Modelo de ciudadanía liberal

En este modelo se incluyen indicadores que tienen que ver con el valor
que otorgan los ciudadanos a las libertades individuales y con el nivel
de intervención que consideran debe tener el gobierno en diversos ám-
bitos. El discurso liberal da prioridad a los derechos de los individuos

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María Fernanda Somuano Ventura

Cuadro 5.6 Modelos de ciudadanía

Modelo Características
Ciudadanía El estatus de ciudadanía se define en relación con una comunidad
liberal política y se define en tres elementos: civil, política y social.
Considera prioritario favorecer el desarrollo de las facultades morales y del
plan de vida elegido por el ciudadano.
El modelo tiene tres elementos: estatus de igual ciudadanía, concepción de la
persona como ciudadano libre e igual, y un ideal de ciudadanía democrática.
Idea de sociedad como sistema equitativo de cooperación social a lo largo del
tiempo.
Educación en los principios de justicia como equidad, base de la cultura polí-
tica pública.
Unión social fundada en una concepción públicamente compartida de la
justicia.
Las condiciones son una democracia constitucional, una sociedad cerrada y un
sistema de mercado o régimen socialista liberal.

Ciudadanía Las personas libres e inviolables se convierten en clientes de una


libertaria agencia de protección o Estado mínimo, que protege sus derechos
individuales y pertenencias.
La libertad individual y los derechos que todos tenemos se garantizan sólo si
somos clientes del Estado mínimo.
Los individuos son fines, no medios.
Los rasgos de racionalidad, acción moral y libre albedrío que poseen las perso-
nas llevarán a la legitimación de un Estado mínimo y a la limitación de todas
las acciones individuales y políticas.
Personas diferentes y complejas que eligen voluntaria e individualmente se-
guir a lo largo de sus vidas una concepción general concreta.
No hay reconocimiento de un capital social acumulado que genere en las
personas a nivel social o público ciertos compromisos con el Estado mínimo.
Las condiciones son una estructura político federal, un Estado mínimo y una
sociedad anarcocapitalista.

para conformar y seguir su proyecto de vida. Impone barreras que es-


tán determinadas por el respeto y la consideración de los derechos de
los demás (Knight Abowitz y Harnish, 2006). Por razones estadísticas
no se pudieron agrupar todos los indicadores relacionados con ciuda-
danía liberal en un solo índice. Al utilizar el método de componentes

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Ciudadanía y participación política en México

Ciudadanía El ciudadano libre e igual acuerda discursivamente en los espacios


republicana públicos, informales y formales las condiciones de la convivencia de
la comunidad jurídica.
Consideración de la persona como sujeto capaz de lenguaje y acción.
Razón comunicativa como medio lingüístico, mediante el que se concatenan
las interacciones y se estructuran las formas de vida.
Los acuerdos discursivamente alcanzados por todos los ciudadanos libres e
iguales regulan la convivencia de la comunidad jurídica.
Los destinatarios del sistema jurídico son a su vez sus autores, la solidaridad
—orientación al bien común—, que genera la elaboración del derecho, es
una de las funciones de la acción comunicativa.
La acción comunicativa es una acción orientada al entendimiento, que coordi-
na la acción social y crea identidades personales.
El sistema de los derechos posibilita el ejercicio de manera equilibrada de la
autonomía privada y pública de los ciudadanos.
Las condiciones son estado de derecho, democracia deliberativa y sociedad
moderna, derecho positivo, política secularizada y moral racional.

Ciudadanía El ciudadano es el miembro libre e igual de la sociedad política que


comunitaria se identifica y se relaciona con ella como si fuera una comunidad.
La identidad contiene elementos universales y particulares, ambos contribuyen
a tener una vida significativa y con sentido, para ello es necesario el reconoci-
miento de dicha identidad en un plano íntimo y social.
Toda persona pertenece a una comunidad histórica particular. La comunidad es
un bien en sí mismo que otorga al individuo un horizonte de significado, en este
caso compartido, y ayuda a reforzar sus vínculos y lazos sociales.
La identidad moderna supone un ideal de autenticidad, que consiste en ser
fiel a sí mismo, en realizar y expresar una propia originalidad personal y res-
pecto de sus otros significados.
Afirmación de la vida política participativa a nivel institucional y social.
Una moral sustantiva, la política del bien común que contiene la comunidad
afianza los lazos sociales de los individuos y favorece una sociedad más rica
y plural.
Las condiciones son un sistema federal, una democracia multicultural y una
sociedad moderna.

Fuente: Benítez (2004: 124–264).

principales, fue claro que había dos dimensiones detrás de los indica-
dores que se incluyeron. En la primera dimensión, Modelo de ciuda-
danía liberal 1, se agruparon los indicadores que tienen que ver con
el aprecio por las libertades individuales (véase el cuadro 5.7). En la
segunda, Modelo de ciudadanía liberal 2, se agruparon los indicadores

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María Fernanda Somuano Ventura

Cuadro 5.7 Indicadores incluidos en el Modelo de ciudadanía liberal 1

• Indicador: No estaría dispuesto a sacrificar la libertad de expresión a cambio de vivir sin presio-
nes económicas.
• Indicador: No estaría dispuesto a sacrificar la libertad de organización a cambio de vivir sin
presiones económicas.
• Indicador: No estaría dispuesto a sacrificar la libertad de creencias a cambio de vivir sin presio-
nes económicas.

Cuadro 5.8 Indicadores incluidos en el Modelo de ciudadanía liberal 2

Preferencia por un gobierno intervencionista


• Indicador: Piensa que el gobierno debe intervenir en lo que se enseña a los niños en la escuela.
• Indicador: Piensa que el gobierno debe intervenir en la venta de productos en la calle.
• Indicador: Piensa que el gobierno debe intervenir en los horarios de invierno y de verano.
• Indicador: Piensa que el gobierno debe intervenir en la posesión de armas de fuego.
• Indicador: Piensa que el gobierno debe intervenir en los programas que pasan en la televisión.
• Indicador: Piensa que el gobierno debe intervenir en la violencia dentro de las familias.
• Indicador: Piensa que el gobierno debe intervenir en si uno quiere organizarse con otras personas.

Cuadro 5.9 Indicadores incluidos en el


Modelo de ciudadanía comunitaria

• Indicador: Ha dado dinero a la Cruz Roja.


• Indicador: Ha donado alimentos, medicina, ropa en caso de un desastre.
• Indicador: Ha participado personalmente como voluntario en alguna actividad a beneficio
de la comunidad.
• Indicador: Ha hecho donativos o prestado ayuda a alguna organización social (agrupación de
ciudadanos).
• Indicador: Ha formado parte de una agrupación profesional.
• Indicador: Ha formado parte de un sindicato.
• Indicador: Ha formado parte de una cooperativa.
• Indicador: Ha formado parte de una institución de beneficencia.
• Indicador: Ha formado parte de una agrupación religiosa.
• Indicador: Ha formado parte de una organización de ciudadanos.
• Indicador: Ha formado parte de una agrupación de ayuda social.
• Indicador: Ha formado parte de una organización de vecinos, colonos, condóminos.
• Indicador: Ha formado parte de una organización de pensionados y jubilados.
• Indicador: Ha formado parte de una organización de arte y cultura.

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Ciudadanía y participación política en México

Cuadro 5.10 Indicadores incluidos en el Modelo


de ciudadanía republicana

• Indicador: Piensa que a la gente le toca hacer algo sobre los problemas que trata de resolver
el gobierno.
• Indicador: La política no es complicada.
• Indicador: Generalmente participa en la discusión y da su opinión en una discusión sobre
política.
• Indicador: Acostumbra leer noticias de política en el periódico al menos una vez a la semana.
• Indicador: Acostumbra ver o escuchar noticias o programas sobre política o asuntos públicos
al menos una vez a la semana.

que tienen que ver con el grado de intervencionismo estatal en diver-


sos ámbitos (véase el cuadro 5.8).

Modelo de ciudadanía comunitaria

Se refiere a las actividades no abiertamente políticas que realizan los


ciudadanos en su comunidad. Este modelo incluye indicadores que
miden la participación en distintos tipos de asociaciones y acciones
concretas de apoyo a diversas causas. En él destaca el involucramiento
en la vida comunitaria. Se considera incluso la noción de sacrificio per-
sonal en aras del bien de la comunidad (véase el cuadro 5.9).

Modelo de ciudadanía republicana

El discurso republicano promueve una identidad cívica que se ca-


racteriza por un gran compromiso con la comunidad política, res-
peto por los símbolos patrios y una participación activa para el bien
común. Este modelo fue operacionalizado mediante preguntas que
se refieren al interés y la participación de los individuos en asuntos
políticos. Son acciones que se llevan a cabo en la esfera del Estado
y se relacionan con la democracia representativa. Se decidió incluir
la percepción que tienen los ciudadanos sobre la complejidad de la
política, debido a que es un determinante importante de las acciones
en ese ámbito (véase el cuadro 5.10).

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María Fernanda Somuano Ventura

Cuadro 5.11 Distribución de las distintas dimensiones de ciudadanía


en México: análisis de los datos (ranking de los estados)

Republicano Comunitario Liberal 1 Liberal 2


Quintana Roo Baja California Sur Querétaro Nayarit
Distrito Federal Yucatán Sonora Colima
Querétaro Morelos Chiapas Baja California Sur
Durango Nayarit Baja California Tlaxcala
Tlaxcala Puebla Hidalgo Quintana Roo
Veracruz Colima Puebla Chihuahua
Estado de México Nuevo León Colima Puebla
Nayarit Chihuahua Jalisco Baja California
Aguascalientes Jalisco Nayarit Sinaloa
Yucatán Tlaxcala Guanajuato Morelos
Chihuahua Sonora Estado de México Sonora
Sonora Tamaulipas Guerrero Jalisco
Jalisco Veracruz Nuevo León Guanajuato
Guerrero Chiapas Distrito Federal Distrito Federal
Coahuila Distrito Federal Quintana Roo Durango

Las variables (indicadores) que se utilizaron para la formulación


de los índices de cada modelo de ciudadanía provienen de dos encues-
tas: Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas
(encup 2008) y una encuesta realizada de manera conjunta por El
Colegio de México y la Universidad de Salamanca (2009). Para la
construcción de los índices, primero se agregaron las respuestas a nivel
estatal, es decir, las variables resultantes son entendidas como el por-
centaje de presencia de la variable en cuestión (por ejemplo, porcentaje
de personas que reportaron estar muy interesados en la política).
Una vez identificadas las variables que serían incluidas en
cada modelo de ciudadanía, se utilizó la herramienta estadística

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Ciudadanía y participación política en México

Republicano Comunitario Liberal 1 Liberal 2


Puebla Sinaloa Michoacán Estado de México
Nuevo León Guerrero Baja California Sur Nuevo León
Morelos Quintana Roo Tamaulipas Tamaulipas
Tamaulipas Coahuila Chihuahua Coahuila
Tabasco Guanajuato Sinaloa Oaxaca
Baja California Estado de México Yucatán Querétaro
Guanajuato San Luis Potosí Aguascalientes Veracruz
San Luis Potosí Baja California Veracruz Chiapas
Chiapas Michoacán Oaxaca Michoacán
Hidalgo Oaxaca Tlaxcala Yucatán
Sinaloa Durango Durango Guerrero
Colima Aguascalientes San Luis Potosí Hidalgo
Michoacán Hidalgo Morelos San Luis
Baja California Sur Querétaro Coahuila Aguascalientes
Oaxaca Tabasco Tabasco Tabasco
Fuente: Elaboración propia.

de componentes principales para obtener un índice que incluyera


dichas variables para cada estado (véase el Anexo II). Esta técnica
ha sido ampliamente utilizada para la construcción de índices de
fenómenos que no se pueden medir de manera directa. Los resul-
tados obtenidos se presentan en el cuadro 5.11. Los estados que
aparecen en los primeros lugares de cada modelo son quienes pre-
suntamente obtuvieron valores más altos en los índices calculados.
Es importante señalar que los índices de cada tipo de ciudadanía
no comparan a los estados con algún absoluto, sino que al maxi-
mizar la varianza del conjunto de datos, las diferencias son sólo
entendidas en términos relativos.

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María Fernanda Somuano Ventura

Es interesante observar el orden de los estados de acuerdo con


los diferentes tipos de ciudadanía. Los resultados muestran, como ya
se había notado, que la ciudadanía no es un concepto unidimensio-
nal y que, según los criterios o modelo que se usen para definirlo, los
estados aparecen en distinta posición en cada columna del cuadro.
Es importante mencionar que no se pretende hacer un juicio de va-
lor sobre esta posición, los cuadros tan sólo presentan una descrip-
ción sobre la situación de cada estado con respecto a cada modelo de
ciudadanía. De hecho, como se puede ver, hay muchos casos en los
que el mismo estado puede estar muy arriba en relación con un tipo
de ciudadanía y muy abajo con respecto a otro.
Con excepción de algunos estados, como Tabasco o Oaxaca (que
aparecen muy abajo en al menos tres de las cuatro columnas), es in-
teresante observar que el cuadro del Modelo de ciudadanía comuni-
taria se puede ver como un espejo del Modelo de ciudadanía liberal:
una buena parte de los estados que aparecen en la parte superior del
primero aparecen en la parte inferior del segundo.
En las gráficas A5.1 a A5.4 del Anexo I se puede observar la distri-
bución geográfica de los tipos de ciudadanía que se construyeron por
estado. Algunos estados como Chihuahua, Baja California Sur, Nayarit
y Puebla aparecen en al menos tres de los cuatro tipos de ciudadanía en
la categoría alto —tienen mayores niveles relativos de ciudadanía que
los otros estados. Es interesante señalar que en los casos de Chihuahua
y Baja California Sur, ambos se encuentran por arriba de la media na-
cional en indicadores como el índice de desarrollo humano (idh), el
producto interno bruto (pib) per cápita, los años de gobierno no priís-
ta, y por debajo en variables como el índice de marginación o la per-
cepción ciudadana de corrupción. El caso de Nayarit está por encima
de la media nacional en los años de gobierno no priísta y percepción
ciudadana, aunque está por debajo de la media en los indicadores so-
cioeconómicos. El caso de Puebla sí sorprende, pues se encuentra por
debajo de la media en todos los indicadores socioeconómicos, no ha
tenido alternancia y tiene altos niveles de corrupción según el índice de
transparencia y buen gobierno.
Las mismas gráficas (véase el Anexo I) muestran que Oaxa-
ca, San Luis Potosí y Tabasco aparecen de manera reiterada en los

278

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Ciudadanía y participación política en México

niveles bajos de ciudadanía y coincidentemente también en los in-


dicadores que ya se han mencionado, sobre todo los socioeconómi-
cos. Asimismo, es interesante mencionar que el mapa de ciudadanía
liberal 1 parece mostrar cierto patrón geográfico. Es decir, se puede
observar que casi todos los estados del norte tienen altos niveles
de ciudadanía liberal 1. Esto se puede deber a que la cercanía con
Estados Unidos, en donde los ciudadanos valoran de manera impor-
tante los derechos individuales, puede estar permeando las percep-
ciones de los ciudadanos mexicanos.
El caso del tipo de ciudadanía republicana también merece co-
mentarse. Sólo Quintana Roo y el Distrito Federal aparecen en el
nivel alto, y en cambio estados como Tabasco, Oaxaca y Chiapas
se encuentran en el nivel bajo. Coincidentemente, una vez más, es-
tos estados tienen niveles de pib per cápita y de idh por debajo de
la media y altos niveles de desigualdad y marginación por arriba de la
media nacional.
Con el fin de analizar de manera más rigurosa si los tipos de ciu-
dadanía que prevalecen en los distintos estados tienen relación con
algunas variables socioeconómicas, se realizaron algunas correlacio-
nes. Como se puede observar en el cuadro 5.12, es claro que los tres
tipos de ciudadanía (como fueron medidos) son un fenómeno sobre
todo urbano. Las correlaciones entre los tres modelos de ciudadanía
y el porcentaje de población urbana de los estados fueron significati-
vas para todos (con la excepción del Modelo de ciudadanía liberal 1).
Los modelos de ciudadanía republicano y liberal 2 están relacionados
con el idh estatal de forma positiva y con el índice de marginación de
forma negativa. Es decir, los estados que califican alto en ciudadanía
republicana y liberal 2 son aquéllos con mayores niveles de desarrollo
humano y menores índices de marginación. El índice de percepción
ciudadana de corrupción no parece tener relación alguna con nin-
gún modelo de ciudadanía, ya que ninguna correlación fue signifi-
cativa.
Ahora bien, una vez que se conoce la distribución de los modelos
de ciudadanía en los estados del país resulta interesante preguntarse
si existe alguna relación entre tipos de ciudadanía y participación
política. Esta pregunta es importante porque cuando se habla de

279

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María Fernanda Somuano Ventura

Cuadro 5.12 Correlaciones de tipos de ciudadanía


con variables socioeconómicas

marginación
pib per cápita

corrupción
Población
urbana %

Índice de

Índice de
idh 2005
Modelo republicano .385** .399** .430** -.327* .227
Modelo comunitario .176 .447** .115 -.226 -.181
Modelo liberal 1 -.031 .035 .062 .035 .121
Modelo liberal 2 .281* .457** .196 -.373** -.186
*Significativo al .05 %.
** Significativo al .01 %.

Fuente: Elaboración propia, con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía ( inegi), el
Consejo Nacional de Población (conapo) y Transparencia Mexicana.

construir ciudadanía uno de los objetivos implícitos es el de fomentar


la existencia de ciudadanos interesados y activos en la vida política
de una sociedad determinada. Uno de los principios básicos de la
teoría política consiste justo en asumir que un régimen democrático
requiere de una ciudadanía que se interesa, se informa y participa
en los asuntos políticos de su comunidad. Sin la participación de los
ciudadanos en el proceso político, la democracia carece de sentido y
legitimidad (De Tocqueville, 1969). En la siguiente sección se ras-
trea la relación entre ciudadanía y tipos de participación política.

Ciudadanía y participación política

La asociación de democracia, ciudadanía y participación ciudadana


no es un fenómeno reciente, pero el tema dio un giro con la in-
troducción, por parte del Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo (pnud), del concepto “democracia de ciudadanía” (pnud,
2004a), que no sólo implica la participación de la sociedad a través

280

L CALIDAD DE LA DEMOCRACIA.indd 280 3/9/11 7:02 PM


Ciudadanía y participación política en México

de los medios electorales sino que introduce otros derechos y una


nueva relación entre los ciudadanos y el gobierno.3
Si se parte de que las elecciones libres no garantizan por sí mis-
mas la democracia, el involucramiento ciudadano resulta muy im-
portante en la consolidación del régimen.4
Es innegable que la relación entre ciudadanía y democracia pasa
por las expectativas sobre el régimen y los incentivos para involucrar-
se. Es en este punto donde aparece el debate sobre si el ciudadano
debe esperar a que los representantes que eligió cumplan, si debe
presionar o si debe buscar que se pongan en práctica mecanismos de
democracia directa.
Claramente, la participación ciudadana es un concepto que puede
involucrar la insatisfacción de los individuos y aparecer como recur-
so para intentar la mejora de las políticas públicas, la búsqueda de la
legitimidad de las instituciones y el fortalecimiento democrático.5
La forma más sencilla y elemental de participación ciudadana es, sin
duda, la participación electoral.
Con el fin de conocer la relación entre los distintos modelos de
ciudadanía y este tipo de participación, se calcularon algunas corre-
laciones estadísticas. Es importante mencionar que alguna literatura
incluye el voto como parte del modelo de ciudadano republicano.
Aquí se optó por dejar fuera este componente de dicho modelo de
ciudadanía, con el fin de poder usar la participación electoral co-

3 La “democracia de ciudadanía” surge como respuesta a la insatisfacción del funcionamiento de los


regímenes que habían alcanzado la democracia en el plano electoral. De acuerdo con Iván Escobar,
entre las causas de esta crisis se pueden mencionar: el incumplimiento por parte del gobierno de
los principios de igualdad y libertad, el desprestigio de la clase política causada por la imposición
de intereses personales o de grupo, el aumento de congresos desvinculados de la ciudadanía que los
eligió, la existencia de grupos oligárquicos, la falta de representatividad de los partidos políticos;
el dominio total de la vida política por parte de partidos políticos cerrados y que no practican la
democracia interna el predominio de la política mercadotécnica y un Estado debilitado ante los
efectos de la globalización (2002: 136).
4 De acuerdo con Enrique Correa, la participación ciudadana se levanta como un factor estratégico
que puede afianzar la gobernabilidad y la democracia (1998).

5 Para separar a la participación ciudadana de otros tipos de participación, Nuria Cunill la define
como la intervención de los individuos en actividades públicas en tanto portadores de intereses
sociales (1991: 94). A diferencia de la participación social, esta última implica el involucramiento
entre instituciones sociales, no con el Estado.

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María Fernanda Somuano Ventura

mo variable dependiente y así evaluar si existían diferencias entre los


modelos y este tipo de participación netamente política. Los resul-
tados de las correlaciones obtenidos mostraron que sólo el modelo
comunitario de ciudadanía tiene una relación positiva significativa
estadísticamente con los niveles de participación electoral estatal.
Sin embargo, como el voto es una actividad individual, se decidió
desarrollar un modelo con datos individuales para explicar la parti-
cipación electoral, en donde se incluyeron diferentes variables que
representan los tres tipos de ciudadanía presentados. Además, se
construyó una variable de participación política no electoral, que in-
cluye distintas actividades políticas más allá del voto,6 con el fin de
evaluar si algún tipo de ciudadanía es más propenso a recurrir a estos
repertorios de acción política que otro. Los resultados se presentan
en el cuadro 5.13.
Los resultados del modelo logístico para explicar el voto mues-
tran que dos de las tres variables que se incluyeron como parte del
Modelo de ciudadanía republicana tienen un efecto positivo y signi-
ficativo sobre la probabilidad de que un individuo acuda a las urnas.
Aquellos ciudadanos que siguen noticias sobre política en el periódi-
co y consideran que la gente como ellos puede influir en las decisio-
nes del gobierno (eficacia política) votan en mayor medida que sus
contrapartes.
El índice de participación en la comunidad (que incluye variables
como haber donado dinero a la Cruz Roja, alimentos o medicinas en
caso de desastre, haber participado como voluntario en beneficio de
la comunidad o auxiliado a algún desconocido, entre otras) también
tiene un efecto positivo significativo sobre la decisión de votar (véa-
se el Anexo II). Quienes realizan un mayor número de actividades
a favor de su comunidad acuden a las urnas en mayor medida que
quienes realizaron menos actividades comunitarias.

6 Organizarse con otras personas afectadas; mandar cartas a un periódico; quejarse ante las autori-
dades; pedir apoyo a alguna asociación civil; asistir a manifestaciones; solicitar apoyo a un partido
político; pedir ayuda a diputados o senadores; llamar a un programa de radio o televisión; escribir
al presidente o a las autoridades; firmar cartas de apoyo; colocar mantas, carteles o fotografías;
repartir circulares o manifiestos; promover una idea de forma pacífica utilizando un distintivo.

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Ciudadanía y participación política en México

Cuadro 5.13 Modelo logístico para explicar participación electoral


con variables de los tres modelos de ciudadanía (datos individuales)

Coeficientes b

estándar
Error

Sig.
Modelo republicano
Interés en política .084 .134 .529
Lee noticias de política en el periódico .200 .086 .019
Eficacia política .213 .080 .008
Modelo comunitario
Participación en la comunidad .061 .019 .001
Membresía en organizaciones .057 .024 .016
Modelo liberal 1
Disposición a sacrificar libertades individuales -.058 .027 .033
Modelo liberal 2
Preferencia por un gobierno intervencionista .028 .018 .113
Variables de control
Situación económica personal -.152 .089 .090
Satisfacción con la democracia .141 .089 .113
Confianza en el ife -.045 .037 .223
Confianza en los partidos políticos -.074 .034 .027
Sexo .025 .073 .734
Edad .058 .003 .000
Nagelkerke r cuadrada = .159
% predicción correcto 78.8
n = 4700

*Significativo al .05 %.
** Significativo al .01 %.

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María Fernanda Somuano Ventura

En relación con el modelo de ciudadanía liberal 1, el efecto de


la disposición a sacrificar libertades individuales fue negativo: quie-
nes están menos dispuestos a sacrificar algún tipo de libertad (de
creencias, organización o expresión) tienden a votar más que quienes
mostraron menor aprecio a estas libertades, lo cual está de acuerdo
con las expectativas teóricas. En el caso de la variable que se incluyó
para medir el grado de ciudadanía liberal 2 (la preferencia de los in-
dividuos por un gobierno que intervenga menos), ésta no tuvo poder
explicativo significativo sobre la participación electoral.
De las demás variables que se incluyeron, conforme mejora la si-
tuación económica del individuo disminuyen las probabilidades de ir
a votar, lo cual haría pensar que el sufragio se utiliza como un medio
para expresar cierto descontento. En ese mismo sentido, la confianza
en los partidos tiene un efecto negativo en el voto, lo cual es paradó-
jico. Conforme disminuye la confianza en los partidos, aumenta la
probabilidad de voto. Así, una vez más el voto se percibe como ins-
trumento de expresión de insatisfacción y potencial herramienta de
cambio. Por su parte, la confianza en el Instituto Federal Electoral
(ife) no presenta impacto alguno sobre la probabilidad de ir a votar.
Como ya otros estudios habían encontrado, conforme aumenta
la edad del ciudadano también se incrementa la probabilidad de acu-
dir a las urnas; en cambio, el sexo no tiene impacto significativo en
las estadísticas sobre el voto.
Para el caso de la participación no electoral, el modelo de re-
gresión también muestra resultados interesantes. Esta vez, las tres
variables incluidas para medir el Modelo republicano de ciudadanía
tienen un efecto positivo significativo sobre la variable dependiente.
Esto es, quienes siguen noticias políticas en la prensa por lo menos
una vez a la semana, quienes dijeron estar interesados en política
y quienes mostraron mayores niveles de eficiencia política (afirma-
ron que los ciudadanos tienen algo que decir en las decisiones del
gobierno) también realizaron acciones políticas distintas de la elec-
toral. En este caso, el modelo de ciudadanía que tuvo mayor poder
para explicar la participación política no electoral fue el comunitario
(lo cual se puede constatar con los valores de los coeficientes estan-
darizados).

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Ciudadanía y participación política en México

Cuadro 5.14 Modelo de regresión lineal para explicar participación política no


electoral con variables de los tres modelos de ciudadanía (datos individuales)

estandarizados
Coeficientes b

estándar
Error

Betas

Sig.
Modelo republicano
Interés en política .483 .119 .053 .000
Lee noticias de política en el periódico .219 .079 .036 .005
Eficacia política .287 .074 .050 .000
Modelo comunitario
Participación en la comunidad .234 .018 .182 .000
Membresía en organizaciones .592 .021 .394 .000
Modelo liberal 1
Disposición a sacrificar libertades indivi- .123 .026 .060 .000
duales
Modelo liberal 2
Preferencia por un gobierno intervencionista .009 .017 .007 .604
Variables de control
Situación económica personal -.150 .086 -.023 .081
Satisfacción con la democracia -.019 .082 -.003 .815
Sexo -.063 .069 -.012 .360
Edad -.006 .003 -.031 .020
Confianza partidos .013 .030 .005 .672
r2 = .280

n = 4700

*Significativo al .05 %.
** Significativo al .01 %.

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María Fernanda Somuano Ventura

La variable que mayor impacto tiene en la decisión ciudadana de


optar por métodos políticos que van más allá del voto son la perte-
nencia en organizaciones y la colaboración en actividades comunita-
rias. En relación con el modelo de ciudadanía liberal 1, el resultado
es algo contraintuitivo. Conforme aumenta la disposición de los ciu-
dadanos a sacrificar libertades a cambio de una situación económica
estable, aumenta también su participación en el ámbito no electoral.
El índice de intervencionismo, en cambio, no tuvo impacto signifi-
cativo en las estadísticas de la variable dependiente.
A diferencia del modelo sobre participación electoral, en este
modelo la edad tiene un efecto negativo. Es decir, conforme aumen-
ta su edad, los individuos tienden a recurrir menos a alternativas de
participación distintas al voto.

Conclusiones

Este trabajo constituye un intento por vincular la extensa discusión


teórica que existe sobre el tema de ciudadanía con diversos datos
obtenidos para el caso mexicano. El concepto de ciudadanía ha ido
ganando importancia en los análisis sobre consolidación democrá-
tica, debido a que muchos autores consideran que no es posible te-
ner una democracia de calidad si no se cuenta con una ciudadanía
participativa e involucrada en los asuntos públicos. Tanto el análisis
estatal como los modelos individuales de participación política que
se incluyen en este trabajo muestran que para el caso mexicano esta
hipótesis se comprueba: a mayores niveles de ciudadanía, en particu-
lar del tipo comunitario, mayor es la propensión a votar y a realizar
otro tipo de actividades políticas.
Este estudio muestra también que los tres tipos de ciudadanía
(como fueron medidos) son un fenómeno primordialmente urbano.
Las correlaciones entre los tres modelos de ciudadanía y el porcen-
taje de población urbana de los estados mexicanos fueron significa-
tivas (con la excepción del modelo de ciudadanía liberal 1). Además,
los modelos de ciudadanía republicano y liberal 2 están relacionados
con el idh estatal y con el índice de marginación, lo que muestra

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Ciudadanía y participación política en México

que aquellos estados con mayores índices de desarrollo económico


y menores niveles de marginación y pobreza tienen una mayor pro-
porción de población que se identifica con los valores republicanos y
que está a favor de un estado menos interventor.
En cuanto a la distribución geográfica de los tipos de ciudada-
nía, la evidencia muestra que Tabasco, Oaxaca y San Luis Potosí, en
al menos tres de los cuatro índices, mostraron niveles relativos de
ciudadanía muy bajos. En cambio, Nayarit, Chihuahua y Baja Cali-
fornia Sur mostraron niveles altos de ciudadanía, en al menos tres de
los cuatro índices. El caso del Distrito Federal destaca por su nivel
alto de ciudadanía republicana, pues el resto del país —con excep-
ción de Quintana Roo— tiene niveles muy por debajo de estos dos
estados en este aspecto. Es también interesante mencionar que pare-
ce haber un patrón geográfico en los estados del norte (frontera con
Estados Unidos), pues casi todos tienen un nivel alto o medio en
el índice de ciudadanía liberal 1 (que mide el aprecio por las libertades
individuales), lo cual se puede deber a la cercanía y la interacción de
los ciudadanos de ambos países.
En relación con la participación electoral a nivel estatal, sólo el
modelo comunitario de ciudadanía tiene una relación positiva signi-
ficativa en las estadísticas con los niveles de participación electoral.
En cambio, a nivel individual, las variables del modelo republica-
no, comunitario y liberal 1 tienen una relación positiva con la pro-
pensión de ir a votar. Para el caso de la participación no electoral,
el modelo de ciudadanía que tuvo mayor poder para explicarla fue el
comunitario. Este hallazgo complementa los resultados de otros tra-
bajos que ya habían encontrado que las redes sociales y la membresía
en organizaciones comunitarias son un factor importante en la par-
ticipación de los individuos en actividades políticas menos conven-
cionales que el voto.

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María Fernanda Somuano Ventura

Anexo I. Mapas de los modelos de los tipos de ciudadanía

Gráfica A5.1 Distribución geográfica del tipo


de ciudadanía republicano

NIVEL
Alto
Medio
Bajo
S/D

Gráfica A5.2 Distribución geográfica del tipo


de ciudadanía comunitario

NIVEL
Alto
Medio
Bajo
S/D

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Ciudadanía y participación política en México

Gráfica A5.3 Distribución geográfica del tipo de ciudadanía liberal 1

NIVEL
Alto
Medio
Bajo
S/D

Gráfica A5.4 Distribución geográfica del tipo de ciudadanía liberal 2

NIVEL
Alto
Medio
Bajo
S/D

Anexo II. Aspectos metodológicos y recodificaciones

Las variables tomadas en cuenta para la formulación de los índices


provienen de dos encuestas: encup (2008) y la realizada en conjunto
por El Colegio de México y la Universidad de Salamanca. A con-
tinuación se anexan las recodificaciones realizadas. Se agregaron las
respuestas a nivel estatal. Así, las variables resultantes son entendi-
das como el porcentaje de presencia de la variable en cuestión (por
ejemplo, porcentaje de personas que reportaron estar muy interesa-
das en la política).

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María Fernanda Somuano Ventura

Para la elaboración de los índices se utilizó la herramienta esta-


dística de componentes principales. Esta técnica ha sido muy utili-
zada para la construcción de índices de fenómenos que son direc-
tamente inconmensurables; tiene la particularidad de maximizar la
varianza del grupo de variables en cuestión. Para la construcción del
orden de los estados se utilizó la primera componente.

Recodificaciones

Clave Encuesta Variable Escala original Indicador

I. Modelo republicano
e_p8_c encup Indicador: La política no es complicada.1 Muy 3+4
complicada.
2 Complicada.
3 Poco
complicada.
4 Nada
complicada.
5 Otra.
8 ns.
9 nc.
e_p9_b encup Indicador: Generalmente participa en la 1 Deja de poner 3
discusión y da su opinión en una discu- atención cuando
sión sobre política. empiezan a ha-
blar de política.
2 Usualmente
escucha, pero
nunca participa
en la discusión.
3 Generalmente
participa en la
discusión y da su
opinión.
5 Otra.
8 ns.
9 nc.

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Ciudadanía y participación política en México

e_p11 encup Indicador: Acostumbra leer noticias de 1 Diario. 1+2+3


política en el periódico al menos una 2 Una vez a la
vez a la semana. semana.
3 Varias veces a
la semana.
4 Una vez cada
15 días.
5 Una vez al mes.
6 A veces.
7 Nunca.
8 ns.
9 nc.
e_p12 encup Indicador: Acostumbra ver o escuchar 1 Diario. 1+2+3
noticias o programas sobre política o 2 Una vez a la
asuntos públicos al menos una vez a la semana.
semana. 3 Varias veces a
la semana
4 Una vez cada
15 días.
5 Una vez al mes.
6 A veces.
7 Nunca.
8 ns.
9 nc.
II. Modelo comunitario
e_p46_2 encup Indicador: Ha dado dinero a la Cruz 1 Sí. 1
Roja. 2 No.
8 ns.
9 nc.

e_p46_3 encup Indicador: Ha donado alimentos, medi- 1 Sí. 1


cina, ropa en caso de un desastre. 2 No.
8 ns.
9 nc.
e_p46_4 encup Indicador: Ha participado personalmen- 1 Sí. 1
te como voluntario en alguna actividad 2 No.
a beneficio de la comunidad. 8 ns.
9 nc.

e_p46_11 encup Indicador: Ha hecho donativos o presta- 1 Sí. 1


do ayuda a alguna organización social 2 No.
(agrupación de ciudadanos). 8 ns.
9 nc.

291

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María Fernanda Somuano Ventura

Recodificaciones

e_p51_ 3 encup Indicador: Ha formado parte de alguna 1 Sí. 1


agrupación profesional. 2 No.
8 ns.
9 nc.

e_p51_ 4 encup Indicador: Ha formado parte de una 1 Sí. 1


cooperativa. 2 No.
8 ns.
9 nc.

e_p51_ 6 encup Indicador: Ha formado parte de una 1 Sí. 1


institución de beneficencia. 2 No.
8 ns.
9 nc.

e_p51_ 7 encup Indicador: Ha formado parte de una 1 Sí. 1


agrupación religiosa. 2 No.
8 ns.
9 nc.

e_p51_ 8 encup Indicador: Ha formado parte de una 1 Sí. 1


organización de ciudadanos. 2 No.
8 ns.
9 nc.

e_p51_ 9 encup Indicador: Ha formado parte de una 1 Sí. 1


agrupación de ayuda social. 2 No.
8 ns.
9 nc.

e_p51_ 10 encup Indicador: Ha formado parte de vecinos, 1 Sí. 1


colonos, condóminos. 2 No.
8 ns.
9 nc.

e_p51_ 11 encup Indicador: Ha formado parte de pensio- 1 Sí. 1


nados y jubilados. 2 No.
8 ns.
9 nc.

e_p51_ 12 encup Indicador: Ha formado parte de arte y 1 Sí. 1


cultura. 2 No.
8 ns.
9 nc.

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Ciudadanía y participación política en México

iii. Modelo liberal 1


Valores democráticos
E_p6 encup Indicador: Piensa que a la gente le toca 1 Sí. 1
hacer algo sobre los problemas que 2 Sí, en parte.
trata de resolver el gobierno. 3 No.
4 ns.
5 nc.

e_p33_1 encup Indicador: No estaría dispuesto a sacri- 1 Sí. 3


ficar la libertad de expresión a cambio 2 Sí, en parte.
de vivir sin presiones económicas. 3 No.
4 Depende.
5 Otra.
8 ns.
9 nc.

e_p33_2 encup Indicador: No estaría dispuesto a sacri- 1 Sí. 3


ficar la libertad de organización a cam- 2 Sí, en parte.
bio de vivir sin presiones económicas. 3 No.
4 Depende.
5 Otra.
8 ns.
9 nc.
e_p33_3 encup Indicador: De acuerdo con todo indi- 1 Sí. 3
viduo tiene el derecho de organizarse 2 Sí, en parte.
para oponerse a un proyecto del go- 3 No.
bierno sin violencia. 4 Depende.
5 Otra.
8 ns.
9 nc
iii. Modelo liberal 2
Preferencia por un gobierno intervencionista
e_p7_1 encup Indicador: Piensa que el gobierno debe 1 Sí. 1
intervenir en lo que se enseña a los 2 No.
niños en la escuela. 8 ns.
9 nc.
e_p7_3 encup Indicador: Piensa que el gobierno debe 1 Sí. 1
intervenir en la venta de productos en 2 No.
la calle. 8 ns.
9 nc.

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María Fernanda Somuano Ventura

Recodificaciones

e_p7_4 encup Indicador: Piensa que el gobierno debe 1 Sí. 1


intervenir en los horarios de invierno y 2 No.
de verano. 8 ns.
9 nc.
e_p7_5 encup Indicador: Piensa que el gobierno debe 1 Sí. 1
intervenir en la posesión de armas de 2 No.
fuego. 8 ns.
9 nc.
e_p7_6 encup Indicador: Piensa que el gobierno debe 1 Sí. 1
intervenir en los programas que pasan 2 No.
en la televisión. 8 ns.
9 nc.
e_p7_7 encup Indicador: Piensa que el gobierno debe 1 Sí. 1
intervenir en la violencia dentro de las 2 No.
familias. 8 ns.
9 nc.
e_p7_8 encup Indicador: Piensa que el gobierno debe 1 Sí. 1
intervenir en si uno quiere organizarse 2 No.
con otras personas. 8 ns.
9 nc.

294

L CALIDAD DE LA DEMOCRACIA.indd 294 3/9/11 7:02 PM


La construcción de ciudadanía indígena en México

Justino Lozano Alvarado

En este capítulo se trata una dimensión en proceso de construcción de


ciudadanía la cultural, o diferenciada, que focaliza a los pueblos indíge-
nas en tanto actores políticos colectivos e individuales en un régimen
democrático que presenta matices de ejercicio variados y complejos, y
enfrenta uno de los desafíos de su naciente pluralidad democrática: el
reconocimiento de la diversidad cultural que involucra la exigencia de
derechos colectivos indígenas e incluye una nueva tipología ciudadana
con dimensión cultural. Es decir, a los aportes clásicos de ciudadanía
civil, política y social se sugiere el cultural, que tiene como base a un
sector social que conforma la población indígena y que en México está
constituido por 72 etnias, concentradas mayoritariamente en 12 es-
tados del país y en 28 distritos electorales federales y que representan
más de 10% de la población nacional, con 72 lenguas diferentes.
En este análisis también se trata la forma en que se ha construi-
do la ciudadanía indígena, desde una visión de la sociedad mexica-
na que tiene en su base el principio democrático de pluralidad —se
define constitucionalmente como pluricultural— y desde el derecho
a la diferencia cultural como eje estructurador de los derechos co-
lectivos de los pueblos indígenas, que ha servido como soporte a sus
demandas de autonomía y autogobierno.
Para ello, se consideran las dos últimas reformas constituciona-
les y los refuerzos internacionales para la defensa y reconocimiento
constitucional de los derechos de los pueblos indígenas de México y
de los previamente reconocidos en declaraciones, pactos y acuerdos
internacionales.

295

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Justino Lozano Alvarado

Se considera la conformación de la ciudadanía indígena a partir


de la introducción en la Constitución de México de nuevos derechos
específicos para esta población; los derechos individuales ya están
contenidos en ella en términos de derechos y deberes que consti-
tuyen las características jurídico–políticas de la ciudadanía de este
país, por ello se hace énfasis en la incorporación de estos derechos,
que encuentra en las reformas constitucionales de 1992 y 2001 una
expresión legal de reconocimiento a las identidades indígenas.

Referentes contextuales

No todos los mexicanos gozan de las mismas oportunidades para el


ejercicio de sus derechos, ni de su ciudadanía. La pobreza y las ex-
presiones de exclusión social son factores que impiden equilibrar las
condiciones de participación democrática.
La ciudadanía indígena está enmarcada en la pobreza y la des-
igualdad, eso es lo que la hace distinta a las otras ciudadanías. La
ciudadanía indígena es un proceso construido por los propios acto-
res, inscrito en los contextos sociohistóricos adheridos a la diversidad
cultural, que por su naturaleza choca con el ideario homogeneizador
de la sociedad nacionalista. La construcción de la ciudadanía indíge-
na surge y se consolida conlas bases de la identidad cultural, lo que la
convierte en un eje de acción política que conlleva a nuevas formas
de relación con el Estado y a una mayor participación colectiva y de
visibilidad pública en la sociedad.
Desde el establecimiento de los pueblos originarios, la historia
de nuestro país señala las condiciones de subordinación a las cuales
se han sujetado estos pueblos ante los imperios mesoamericanos, la
colonización europea y el actual Estado nacional.
Durante la invasión colonial, los pueblos originarios fueron in-
corporados gradualmente a una nueva organización social, donde la
expropiación de los territorios que habitaban, la explotación de sus
recursos naturales y humanos, la alteración de su organización polí-
tico–administrativa y su sistema de creencias marcaron de por vida
la estructura cultural básica de sus comunidades.

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La construcción de ciudadanía indígena en México

Sin ser esclavos, los indígenas mantuvieron una relación de de-


pendencia económica con su señorío, ya que su fuerza de trabajo era
absorbida y utilizada por los nuevos dueños de las tierras, quienes
emprendieron el desarrollo de la producción a gran escala con gen-
te que sólo preservaba una producción agrícola de autoconsumo. A
pesar de estar sujetos a la nueva aculturación, se mantuvo el tramado
social y organizativo.
En primera instancia, durante la Colonia se generó una nueva es-
tructura política y de clase correspondiente al nuevo poder central, que
se materializó con la creación de las dos repúblicas: la de españoles y
la de indios. Con la configuración de esta nueva ordenanza, se amal-
gamaron dos formas político–administrativas que sembraron las bases
políticas en donde se fraguaron las posteriores relaciones de poder en-
tre estas fuerzas antagónicas y en donde los indígenas, por supuesto,
fueron los actores en permanente estado de sometimiento.
Esta nueva perspectiva dejó fuera del escenario público a los indíge-
nas, quienes mantuvieron sus estructuras organizativas y el sentido de
pertenencia colectiva durante este periodo y en la posteridad. Des-
de este momento, se inició la ideología de desvalorización de estas cul-
turas y su exclusión plena de todo poder político y económico.
En los tiempos de los liberales, uno de de los propósitos fun-
damentales fue impulsar el mestizaje para contrarrestar la presencia
india, buscando eliminar incluso la palabra del vocabulario local; sin
embargo, no se lograron los objetivos pretendidos; los indígenas per-
sistieron, por lo que continuaron los obstáculos para la participación
política concebida desde lo individual y racial.
José del Val Blanco (1990a) señala que las organizaciones de indios
estuvieron prohibidas desde el fin de la Revolución hasta 1934, año en
el que Lázaro Cárdenas del Río impulsó la creación de los Consejos
de Indios, con el objetivo de intentar desde el Estado la separación de
los indígenas de las organizaciones de campesinos y la integración del
indígena a la gran nación mexicana o la mexicanización del indio.
En el periodo posrevolucionario, la acción popular se perfila-
ba a los movimientos sociales reivindicativos y acciones cívicas por
la democracia política. La forja del indigenismo como política del
mestizaje cultural —que fue destinatario y no copartícipe de las po-

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Justino Lozano Alvarado

líticas estatales— impidió en gran medida la diversificación de las


demandas de estos grupos; por lo que los indígenas, con su recien-
te integración ciudadana, no podían exigir su reconocimiento como
cultura diferente. Por el contrario, a través de la educación se les pre-
tendió incorporar a la cultura dominante, en aras de forjar la nueva
patria. En este periodo, es importante la creación del Departamento
de Asuntos Indígenas, que abre una pequeña puerta a la búsqueda de
representación política indígena.
A finales de los sesenta, la acción indigenista, que se ejecu-
tó como una estrategia importante para lograr el cambio cultural
a través de jóvenes indígenas que operaran como maestros y pro-
motores de aculturación, también propició mecanismos para el
fortalecimiento de la cultura indígena y de la identidad étnica. Mu-
chos de los indígenas encabezaron organizaciones y su pretensión
principal fue reivindicar la posición étnica en pleno contexto de las
transformaciones políticas, sociales y culturales.
Durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988–1994),
surgió en México un despegue económico como resultado de la
integración a los procesos de modernización y progreso mun-
dial, que trajo consigo la aparición de nuevos y viejos actores de la
sociedad civil (obreros, indígenas, campesinos, estudiantes, colonos,
etc.), quienes libraron una gran diversidad de movimientos sociales
que presionaron al Estado a cambiar sus políticas internas e incluso
el proyecto de nación.
Estos procesos históricos muestran los prolongados tiempos de
discriminación e invisibilidad política, económica y social en los que
se ha sumergido a una población indígena sujeta a las diversas ideo-
logías dominantes, invisibilidad que a su vez ha contribuido al de-
sarrollo de procesos transformadores y de adaptación organizativa a
los nuevos tiempos. Los cambios transformaron el paradigma de la
organización social en México, caracterizada desde la década de los
cuarenta por formas de asociación que se restringían a agrupaciones
sindicales de carácter sectorial, promovidas por el Estado.
En la actualidad, el proceso de globalización es considerado co-
mo el principal precedente que detona el desarrollo de la ciudadanía
indígena (al igual que otros movimientos sociales) y que impulsa los

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La construcción de ciudadanía indígena en México

profundos cambios en la acción colectiva, lo que ha llevado a que las


comunidades indígenas traspasen sus propias fronteras y produzcan
reformas en la legislación que aprueben sus derechos colectivos.
En nuestro país, al igual que en muchas regiones de América La-
tina, las relaciones de poder entre los pueblos indígenas y el Estado
se han formulado desde una visión segregacionista que pretende in-
tegrar al indígena a una nación homogénea y de igualdad ciudadana.
El reclamo de los derechos colectivos surge de esta segregación
social, y también se apoya en otros factores que han venido a amal-
gamar los esfuerzos de las colectividades indígenas por aparecer
finalmente en el escenario público y político: los procesos de de-
mocratización, la descentralización de los recursos federales, los pro-
blemas de la producción agraria (migración), la reforma electoral, los
problemas de representatividad de los partidos políticos, la transi-
ción política y demás.
Entre los retos de mejoramiento de la calidad del sistema de-
mocrático están varios fenómenos políticos y sociales que afectan la
visión parcial sobre la igualdad ciudadana, en particular del sector
indígena, que en los últimos tiempos ha estado presente con una
fuerza espectacular y que con las movilizaciones exige el reconoci-
miento a sus culturas y formas de organización.
En el país, es el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional
(ezln) el que expresa las exigencias más contundentes por los de-
rechos de los pueblos indígenas y la autonomía, que se plasmaron
en los Acuerdos de San Andrés y fueron incorporados en la Cons-
titución mediante las reformas de 2001; además de la revisión de
algunas constituciones locales, donde se reconocieron de manera ex-
plícita los derechos culturales, expresados en “usos y costumbres”.
Si bien es cierto que ese reconocimiento muestra avances signifi-
cativos, en este actor ciudadano predomina, por una parte, su debili-
dad ante el criterio de ciudadanía general, en derechos civiles, polí-
ticos y sociales; por otra, el insuficiente reconocimiento de derechos
culturales, correspondientes a una ciudadanía indígena legalmente
constituida. Este sector ciudadano ha venido constituyendo su ciu-
dadanía en su significativa participación, en la construcción de la
democracia, luchando por el reconocimiento a sus derechos políticos

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(inclusión, representación), sociales (mejores niveles de bienestar)


y culturales (derechos colectivos, autonomía y autogobierno), de los
cuales han estado marginados desde el periodo colonial.
En este contexto, la construcción democrática tiene que resolver
además diversas cuestiones como la marginación y las formas de co-
municación con un sector que no habla —o lo hace de manera muy
restringida— el lenguaje dominante del país, para mejorar los niveles
participación e inclusión, pasando por el reconocimiento de derechos
colectivos que expresen la pluriculturalidad mexicana, que permita
mejores niveles de convivencia democrática y de interculturalidad.

Concepto de democracia

El concepto de democracia para este trabajo incluye los requisitos


que propone la definición clásica de democracia procedimental, mejor
conocida como mínima, y la democracia sustancial, ya que se parte de
la consideración de que para medir y evaluar el desempeño de una
democracia, se deben articular tanto el análisis de las instituciones
como el de la perspectiva ciudadana, que es quien califica la eficacia
de éstas.
Por democracia mínima se entiende sufragio universal, eleccio-
nes libres, más de un partido y alternativas de información (Dahl,
1999b). En este concepto están presentes el sistema electoral, proce-
sos electorales y competencia, que constituyen las unidades de aná-
lisis: las instituciones se convierten en el eje vertical de análisis del
desempeño de la democracia procedimental.
Sin embargo, desde la perspectiva del Programa de las Naciones
Unidas para el Desarrollo (pnud), la “democracia no sólo es con-
siderada como un valor en sí mismo sino un medio necesario para
el desarrollo” (2002). En este sentido, la democracia

[...] supone un ideal del ser humano, y de la construcción


de ciudadanía; es una forma de organización del poder que
significa una ciudadanía integral, esto es, el pleno reco-
nocimiento de la ciudadanía política, la ciudadanía civil y

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La construcción de ciudadanía indígena en México

la ciudadanía social; es una experiencia histórica particular


de la región, que debe ser entendida y evaluada en su espe-
cificidad, y tiene en el régimen electoral un elemento fun-
damental pero no se reduce a las elecciones (pnud, 2002).

Es desde esta perspectiva integral de ciudadanía que se analiza el


reconocimiento a los derechos de una ciudadanía cultural, como exi-
gencia de los pueblos indígenas al reconocimiento de sus tradicio-
nes, organización y comportamientos históricos.
Un indicador importante es lo referente a la aceptación de la de-
mocracia y las percepciones de los ciudadanos indígenas, que per-
mite no sólo medir el grado de aprobación de este régimen
político sino también valorar su incorporación a un sistema
que presupone la igualdad de derechos y deberes individuales
frente al sistema de derechos y deberes colectivos que se sustenta
en la participación colectiva.
A partir de los últimos cambios y reconocimientos de derechos
políticos indígenas en la democracia liberal mexicana, derechos y
deberes individuales, y derechos y deberes colectivos no se contrapo-
nen como si fuesen una dicotomía o polos opuestos de participación
ciudadana —individualismo–comunitarismo— sino que pueden
prácticamente tener cierto equilibrio; no obstante, deberían conducir
a mejorar la calidad de los niveles de inclusión de las identidades co-
lectivas de los pueblos indígenas. En México, como en otros países de
América Latina, este proceso se ha iniciado con avances significa-
tivos.

Ciudadanía cultural

Esta dimensión, que cobra fuerza desde la década de los años no-
venta, enfatiza las prácticas sociales que permiten la participación a
un mismo tiempo en la definición y orientación de la cultura de la
nación, o incluso en el reconocimiento de su multiculturalidad, así
como en la globalización o en el mercado mundial de bienes cultu-
rales. De esta manera, se rescata el derecho a la diferencia, a la he-

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terogeneidad (contra las tendencias estandarizantes) y a la inclusión


(frente a las prácticas excluyentes).
Esta dimensión de la ciudadanía, de acuerdo con Juan Manuel
Ramírez Sáiz,

[...] consiste en el derecho civil a la diferencia, es decir [...]


a lo propio y distintivo. En un contexto globalizante, ho-
mogeneizador y anulador de las particularidades de los paí-
ses, regiones y grupos, es importante subrayar esta vertiente
ciudadana. En el terreno sociopolítico, este derecho es par-
ticularmente importante para salvaguardar la existencia,
reconocimiento y demandas de las minorías (marginadas
o no social, cultural y políticamente). Pero el derecho a la
diferencia no consiste sólo en una defensa ante lo ajeno y
extraño amenazante, sino sobre todo en la afirmación de lo
constitutivo y diferenciante (1995: 95).

Desde esta perspectiva, se considera que tanto la ciudadanía libe-


ral como el sistema democrático resultan ser categorías de la mo-
dernidad que han buscado imponerse como naturales en contextos
sociales donde el individualismo no ha terminado de arraigar por
completo, ni como historia, ni como valor cultural, ni en términos
de ideología. Por eso mismo, se han acuñado nociones alternas
que contemplan las demandas indígenas de autonomías étnicas o
regionales; de ahí ha derivado la adjetivación de la ciudadanía
en términos de ampliada, sustantiva, temerosa, restringida o dife-
renciada, entre otras. Autores como Guillermo de la Peña (1999),
incluso, han analizado la idea de ciudadanías étnicas a partir del
supuesto de que las realidades a que aluden los dos conceptos ya
están generando espacios discontinuos y móviles que trascienden
la nación (Uzeta, 2006).
En este proceso de construcción de ciudadanía, en el plano con-
ceptual, desde una categoría cultural destaca la obra de Will Kymlicka
(1989: 192), quien revisa la concepción liberal de la ciudadanía desde
el propio liberalismo. Se opone a una visión convencional, abstracta
y desarraigada de ciudadanía, tal como, según sus partidarios, habría

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La construcción de ciudadanía indígena en México

sido forjada por el liberalismo en la modernidad, y plantea que sin re-


ferencia a la comunidad cultural o étnica a la que cada sujeto pertenece
ésta será un concepto ideal y abstracto, porque es cada comunidad his-
tórica la que va a dotar de perfiles específicos y concreto a los vínculos
de pertenencia de cada persona a su sociedad, en donde se expresa de
forma “natural y necesaria” la ciudadanía.
En conformidad también con sus planteamientos, en las grandes
sociedades complejas del presente, integradas por comunidades mul-
tirraciales, multiculturales, y plurilingüísticas y con culturas diversas,
propugna el reconocimiento de la diversidad cultural como funda-
mento de una diferenciación de los ciudadanos. Kymlicka defien-
de el concepto de “ciudadanía diferenciada”, para que éste se haga
cargo de la diversidad de valores culturales que se dan en el seno de
los grandes estados de las sociedades desarrolladas de nuestro tiem-
po. En ellas, la población se halla integrada por una multiplicidad
de grupos que ostentan acusados rasgos identitarios peculiares, que
marcan notables divergencias. La población de las sociedades demo-
cráticas del presente ha dejado de ser la imagen abstracta de un todo
compacto e indiviso, para mostrar su realidad compleja y heterogé-
nea (Kymlicka, 1989, 1996 y 2003: 191–193).
En esta vertiente de análisis describe una propuesta que intenta
conciliar derechos colectivos e individuales en las sociedades demo-
cráticas modernas:

Muchos liberales creen que los derechos colectivos se con-


tradicen intrínsecamente con los derechos individuales.
Argumentaré que hay que distinguir entre dos significados
de derechos “colectivos”. Los derechos colectivos pueden
referirse al derecho de un grupo a limitar la libertad de sus
propios miembros en nombre de la solidaridad de grupo
o de la pureza cultural (“restricciones internas”), o bien
pueden aludir a los derechos de un grupo a limitar el poder
político y económico ejercido sobre dicho grupo por la so-
ciedad de la que forma parte con el objeto de asegurar que
los recursos y las instituciones de que depende la minoría

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no sean vulnerables a las decisiones de la mayoría (“protec-


ciones externas”) (Kymlicka, 1996: 20).

El primer tipo tiene el objetivo de proteger al grupo del


impacto desestabilizador del disenso interno (por ejemplo,
la decisión de los miembros individuales de no seguir las
prácticas o las costumbres tradicionales), mientras que el
objetivo del segundo es proteger al grupo del impacto de
las decisiones externas (por ejemplo, las decisiones políticas
y económicas de la sociedad mayor (Kymlicka, 1996: 58).

Will Kymlicka postula un planteamiento de la ciudadanía que preten-


de ser una visión de síntesis de los ingredientes liberales y comunita-
ristas. Acogiendo premisas de esta última, defiende lo que denomina
“protecciones externas” de las minorías étnicas o culturales, cuyos ras-
gos distintivos identitarios deben ser objeto de una política de recono-
cimiento y tutela por parte del Estado en donde se hallan integrados;
sin embargo, sensible a la tradición liberal, es consciente de que se de-
ben salvaguardar también los derechos de los individuos integrados en
tales minorías frente a las “restricciones internas”, invocadas en nom-
bre de la tradición cultural o la ortodoxia religiosa de los grupos.
Reconoce que no siempre es fácil trazar la distinción entre res-
tricciones internas y protecciones externas, porque determinadas
medidas de protección externa de algunos grupos pueden implicar
graves restricciones internas a la libertad y autonomía de los indivi-
duos pertenecientes a dichas comunidades.
En contraposición, Giovanni Sartori acepta el pluralismo basado
en la tolerancia, el consenso y la comunidad, en la búsqueda de “vivir
juntos en la diferencia”, mientras que percibe al multiculturalismo
como una amenaza. Para el filósofo italiano, éste es una maquina-
ria de la diversidad (“diversity machine”) que constituye un proyecto
ideológico destinado a producir y exacerbar las diferencias.
De ahí que determinadas pretensiones comunitaristas o mul-
ticulturalistas de la postmodernidad, lejos de suponer un avance
emancipatorio, implican una regresión a fórmulas propias de la so-
ciedad estamental. Y plantea que: “abolida la servidumbre de la gleba

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La construcción de ciudadanía indígena en México

que ligaba al campesino con la tierra, hoy tenemos el peligro de in-


ventar una servidumbre de la etnia” (Sartori, 2001: 105).
Es importante señalar que a lo largo del debate entre comunita-
rismo y liberalismo se han dado cambios en las legislaciones de los
países y en el quehacer político, con base en una nueva relación del
Estado y la sociedad, al otorgar derechos de acuerdo con la identi-
dad cultural, ya que ésta no es algo políticamente arbitrario y mucho
menos algo parecido a fragmentación social sino actos de inclusión
y de justicia social.
Como lo plantean Kymlicka, Charles Taylor e Iris Young, el
respeto y promoción de los derechos culturales de ciertos grupos
pueden coexistir con los valores democráticos, ya que un modelo de
ciudadanía multicultural es posible. La teoría en torno al reconoci-
miento de una sociedad multicultural tiende a conciliar la igualdad
de todos los ciudadanos con el reconocimiento público de sus espe-
cificidades culturales.
En efecto, los argumentos que se han utilizado para justificar
o, en su caso, negar el reconocimiento político–constitucional a los
derechos de los pueblos indígenas han sido los planteamientos teóri-
cos propios de las distintas fases de la discusión en torno a los de-
rechos de las minorías dentro de la teoría política contemporánea
(multiculturalismo), desde aquellos que obedecieron a la polariza-
ción comunitarismo vs. liberalismo, hasta los del pluralismo liberal.
Destacan los consensos logrados:

[...] la aceptación casi generalizada de que el derecho a


salvaguardar una cultura, o bien que el derecho a la sobre-
vivencia o protección de una pluralidad de culturas, consti-
tuye un derecho fundamental.
Que sin importar el sexo, origen o preferencia sexual, todos
los seres humanos tienen derecho a un trato justo, y que por lo
mismo, los miembros de un grupo culturalmente diferencia-
do, ya sea en lo individual o en lo colectivo, deben ser defen-
didos ante el estereotipo, la discriminación o el abuso.
Los regímenes democráticos que se basan en la idea repu-
blicana de la unidad política y el tratamiento homogéneo

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Justino Lozano Alvarado

no es adecuada en contextos plurinacionales y globaliza-


dos, o dicho de otra manera, no se puede tratar igual a los
desiguales y no puede haber equidad si no hay igualdad de
condiciones, lo cual requiere hacer excepciones. La regula-
ción de ciertos derechos culturales, incluidos los derechos
de las minorías nacionales y su reconocimiento constitu-
cional, no debería presentar obstáculos para su reconoci-
miento (Morales Canales, 2008: 21).

Entre los reconocimientos de las organizaciones internacionales a los


derechos culturales o a la ciudadanía cultural, destacan los siguientes.
En noviembre de 2001, la conferencia general de la Organi-
zación de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la
Cultura (unesco) aprobó la Declaración universal sobre diver-
sidad cultural, en la que los derechos culturales son declarados
derechos humanos universales. Los derechos culturales no exis-
ten aislados, se encuentran estrechamente vinculados a todos los
demás derechos humanos. Y el derecho a la identidad cultural y a
la cultura propia es el fundamento de los derechos culturales. Este
enfoque lleva por fuerza a considerar y valorar de manera adecua-
da el hecho histórico social de la diversidad cultural de pueblos,
naciones y comunidades culturales cuya magnitud rebasa el limi-
tado marco normativo de estados nacionales soberanos reconoci-
dos en el sistema internacional.
En América Latina, el movimiento indígena ha propiciado la
puesta en marcha del multiculturalismo, a través del reconocimien-
to de los derechos culturales, territoriales, sociales y políticos en
las legislaciones internacionales, constitucionales y locales (los dere-
chos de “protección externa”). Junto al proceso de democratización
y de descentralización, las luchas y movilizaciones indígenas han lo-
grado que éstos dejen de ser sistemáticamente incorporados a las es-
tructuras institucionales para tener una voz y una presencia no sólo
normativa sino también política. Los partidos étnicos, las candida-
turas indígenas, las circunscripciones especiales y derechos de carác-
ter colectivo, como los sistemas normativos internos (los derechos de
“restricción interna”), son prueba de ello. Sin embargo, en la búsque-

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La construcción de ciudadanía indígena en México

da de nuevas formas de participación y representación aún queda el


desafío de concretar la equidad y el desarrollo en la diversidad.
Los derechos culturales de ciertos grupos pueden coexistir con
los valores democráticos. La teoría en torno al reconocimiento de
una sociedad multicultural tiende a conciliar la igualdad de todos
los ciudadanos con el reconocimiento público de sus especificidades
culturales.
Sin embargo, el ejercicio de este tipo de ciudadanía abre un nue-
vo frente que ya no tiene que ver con la justicia de las demandas de
reconocimiento sino con el ejercicio de derechos políticos concretos.
En el intento por alcanzar niveles de igualdad, se busca que el reco-
nocimiento sea tanto en el discurso como en resultados concretos.
Las demandas de estos grupos están centradas en la participación
política y la creación de mecanismos institucionales que favorezcan
la toma de decisiones por parte de grupos culturalmente diferencia-
dos.
Se trata de derechos político–electorales, como la participación,
la consulta, la representación política étnica, el ejercicio de derechos
de autonomía y de autogobierno (self–government), que en algunos
casos son formulados en términos colectivos y buscan ampliar el
ejercicio de la ciudadanía responsable.
En la actualidad, la aceptación del universalismo de estos dere-
chos es incuestionable; sin embargo, cuando se habla de la creación
de mecanismos destinados al ejercicio de estos derechos a partir de
una categoría cultural específica, no existe la misma aceptación uni-
versalista. Esto se debe, en gran parte, a que la reivindicación del au-
togobierno con el ejercicio los derechos especiales de representación
requieren de un diseño institucional específico y de una redistribu-
ción del poder. El Estado se ve entonces confrontado a la tensión
entre el mantenimiento de la unidad política y la garantía de equi-
dad en la acción representativa. La preocupación frente a este tipo
de demandas es si la virtud cívica y la estabilidad política se ven o no
amenazadas al otorgar derechos políticos basados en la pertenencia,
“cediendo” espacios de poder.
La exigencia de una participación y una representación política
en términos culturales toma fuerza a través de luchas, movilizaciones

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y nuevos liderazgos, lo que genera adaptaciones y respuestas institu-


cionales (Morales Canales, 2008: 26–30).

La construcción de ciudadanía indígena. Marco legal

En este apartado se hará referencia a la forma en que se ha construi-


do la ciudadanía indígena a partir de las reformas constitucionales y
los refuerzos internacionales para la defensa de las comunidades in-
dígenas: el reconocimiento constitucional de los derechos individua-
les y colectivos de los pueblos indígenas de México, y los derechos
ya reconocidos en declaraciones, pactos y acuerdos internacionales.
Se analiza la constitución de la ciudadanía indígena a partir de la
introducción en la Constitución de nuevos derechos específicos para
esta población, desde de una visión contextual de la sociedad mexi-
cana, que tiene en su base el principio democrático de pluralidad y
desde el derecho a la diferencia cultural, como eje estructurador de
los derechos colectivos de los pueblos indígenas, mismo que se tra-
duce en demandas de reconocimiento de autonomía y autogobierno.
Los derechos individuales ya están contenidos en la Constitu-
ción en términos de derechos y deberes que constituyen las carac-
terísticas jurídico–políticas de la ciudadanía de este país, por ello se
hace énfasis en la incorporación de derechos nuevos para un sector
social, que encuentran en las reformas constitucionales de 1992 y
en la de agosto de 2001 su expresión legal, al establecerse un marco
particular en el que se incluyen los derechos políticos y culturales de
las identidades étnicas.

La construcción de ciudadanía indígena.


Marco internacional

El mundo actual está formado por estados–nación en donde un


buen número de sus poblaciones no se reconocen como parte de esas
identidades políticas, piezas de un todo pretendidamente homogé-
neo; por el contrario, mantienen su desacuerdo por la exclusión y

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La construcción de ciudadanía indígena en México

marginación de la configuración nacional. En este sentido, como


minorías ven sus aspiraciones, propuestas y proyectos de futuro re-
chazados o reprimidos por sus gobiernos, y se manifiestan y luchan
demandando el reconocimiento de sus derechos inalienables.
De acuerdo con estimaciones recientes, los 184 estados indepen-
dientes del mundo contienen más de 600 grupos de lenguas vivas
y cinco mil grupos étnicos. En términos generales, se habla de la
existencia de alrededor de 300 millones de autóctonos, por lo que más
bien son escasos los países cuyos ciudadanos comparten el mismo
lenguaje o pertenecen al mismo grupo nacional (Kymlicka, 1996).
En el mundo existen 114 países con minorías, por lo que se pue-
de decir que todas las regiones cuentan con estos grupos sociales; en
América Latina, aproximadamente 17 países tienen diversos pueblos
indígenas.
Bárbara Haff ha observado que desde 1945 se han llevado a cabo
alrededor de 50 episodios de genocidio y masacres políticas dirigidas
contra más de 70 minorías étnicas y religiosas, que han causado en-
tre nueve y 20 millones de civiles asesinados (citada en Gurr, 1993).
La guerra, la violencia y la intolerancia acarrean problemas, como la
masiva huida de población civil (refugiados). De acuerdo con el Al-
to Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (acnur),
existen más de 20 millones de refugiados y entre 20 y 25 millones de
desplazados internos; uno de cada 130 habitantes de la tierra se en-
cuentra en esa situación y son en su mayoría mujeres y niños (75%).
Estos datos muestran la envergadura del conflicto intercultural y la
necesidad de encontrar salidas dignas y justas para las minorías y los
pueblos indígenas (Valladares, 2001).
Los especialistas en el estudio de minorías coinciden en señalar
que los conflictos etnopolíticos son la fuente principal de los desas-
tres humanos y que tienen implicaciones muy serias para la seguri-
dad regional e internacional (Gurr, 1995); sin embargo, lo que olvi-
dan es que los conflictos se generan justo por la estrechez, cuando no
por las prácticas etnocidas, del modelo liberal de nación homogénea
imaginada por nuestros estados (Anderson, 1995).
Además, por lo general, a las condiciones de desconocimiento de
la pluralidad cultural se une la condición de subordinación socioeco-

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nómica en la que se encuentran los pueblos indígenas de América, y


que en buena medida son la causa principal de las revueltas y levan-
tamientos indígenas. En realidad, lo que se debería replantear es este
modelo de Estado, para optar por uno en donde el respeto a la di-
versidad y la multiculturalidad sean esenciales. Se está demandando
que los estados establezcan modelos de desarrollo más equitativos
en términos económicos, lo que disminuiría la conflictividad en la
convivencia interétnica (Valladares, 2001: 313–334).
Tanto en México como en América Latina, esta disputa forma
parte de un proceso más amplio, ligado a la instauración de regíme-
nes democráticos donde la tolerancia y el respeto a la diversidad sean
uno de sus componentes centrales.
Es importante recordar que fue desde la década de los años setenta
del recién fenecido siglo xx cuando en América se generalizó un mo-
vimiento panindio que, sustentado en una ideología etnicista, inició
de manera persistente reclamos alrededor de sus derechos colectivos
(Bonfil Batalla, 1981). También por esos años, uno de los especialistas
y profundos conocedores de la problemática étnica en América Latina,
el brasileño Darcy Ribeiro (1989) alertó a los gobiernos latinoameri-
canos sobre la necesidad de implementar políticas y reformas constitu-
cionales que dieran cabida a los reclamos indios, pues de acuerdo con el
grado de movilización existente desde entonces, todo indicaba que si los
gobiernos no respondían a estos reclamos se podrían generalizar pro-
cesos irredentos indios cuya envergadura y violencia podrían tomar la
forma de los movimientos de liberación nacional.
Ante el panorama complejo y conflictivo en el mundo contem-
poráneo se ha creado un cuerpo de legislaciones internacionales y
nacionales encaminadas a la búsqueda de soluciones negociadas en
el marco del respeto de los derechos humanos, tanto individuales
como colectivos, siempre dentro de los límites de los modelos libe-
rales existentes; muchas de esas modificaciones constitucionales son
funcionales a las reformas estructurales implementadas en el mundo,
como es el caso de las reformas agrarias (Iturralde Guerrero, 2000).
Entre las legislaciones más importantes están el Convenio 169
de la Organización Internacional del Trabajo (oit); el proyecto de
Declaración de Naciones Unidas sobre Pueblos Indígenas; la De-

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La construcción de ciudadanía indígena en México

claración de la Organización de Estados Americanos (oea), y la


Declaración de la Organización de las Naciones Unidas (onu) en
1995, del “Decenio de los Pueblos Indígenas”, de acuerdo con la
cual los estados se comprometían a realizar acciones políticas a favor
de los pueblos indígenas. Además, se cuenta con la existencia de por
lo menos 17 constituciones latinoamericanas que han adicionado en
sus textos su reconocimiento como naciones pluriculturales y, por
tanto, otorgado derechos a sus poblaciones originarias.
La primera reforma fue realizada a la Constitución de Brasil, en
1988, y la última a la mexicana, en julio de 2001. Algunos de los
derechos legislados hasta 2010 son: el reconocimiento como sujetos
de derecho en tanto pueblos indígenas (Ecuador, 1998; Brasil, 1988;
Argentina, 1994; Bolivia, 1995; Colombia, 1991); de sus territorios
tradicionales (Colombia, 1991); protección y reconocimiento de tie-
rras indígenas (Chile, 1993; Argentina, 1994) y reservas indígenas
(Costa Rica, 1977); reformas agrarias que protegen terrenos indí-
genas (Brasil, 1998; Honduras, 1993); reconocimiento de posesión
colectiva de la tierra de etnias y comunidades indígenas (Venezuela,
1983 y 1999); educación bilingüe intercultural (Perú, 1993); reco-
nocimiento de sistemas normativos indígenas (Bolivia, 1995; Co-
lombia, 1991); regímenes autonómicos (Nicaragua, 1987; Panamá,
1953 y 1983); cuotas de representación en los congresos nacionales
(Guatemala, 1993; Ecuador, 1999); reconocimiento de las lenguas
indígenas como oficiales (Paraguay, 1992); respeto y preservación de
las lenguas indígenas (El Salvador); tipificación del delito de discri-
minación étnica (Guatemala, 1993), entre los más relevantes.
Hasta hace menos de una década México había sido el más
avanzado en materia de derechos sociales —como los agrarios—, y
fue puntero en política indigenista; ahora está colocado a la cabeza
de las contrarreformas (Valladares, 2001: 313–334),

La reforma constitucional de 1992. Artículo 4

Pasaron casi dos siglos desde que el país se constituyera como


República y que el Estado mexicano se reconociera como una

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Justino Lozano Alvarado

nación pluricultural. Fue en 1992 cuando se adicionó el Artículo


4 constitucional:

La nación mexicana tiene una composición pluricultural


sustentada originalmente en sus pueblos indígenas. La Ley
protegerá y promoverá el desarrollo de sus lenguas, cultu-
ras, usos y costumbres, recursos y formas específicas de or-
ganización social, garantizará a sus integrantes el efectivo
acceso a la jurisdicción del Estado. En los juicios y proce-
dimientos agrarios en que aquellos sean parte, se tomarán
en cuenta sus prácticas y costumbres jurídicas en los térmi-
nos que establezca la ley.

El vacío jurídico constitucional se empezó a cubrir con la ratifica-


ción en 1990 del Convenio 169 de la oit, y con esta reforma al Pá-
rrafo 1º del Artículo 4 constitucional.
El proceso para lograr la adición a ese artículo tardó tres años, duran-
te los cuales se realizaron diversas reformas legales y a constituciones lo-
cales. Destacan entre ellas las que se incluyeron en el Código Federal de
Procedimientos Penales para el Distrito Federal, el 8 de enero de 1991,
que establecieron la obligatoriedad del traductor cuando el indígena sea
monolingüe o “no entienda suficientemente el castellano”; la facultad de
solicitar reposición de procedimiento en caso de incumplimiento a este
requisito, y la de ofrecer dictámenes periciales sobre los factores cultura-
les que inciden en los hechos constitutivos del presunto delito.
Con esta reforma se abrió la posibilidad de terminar con la prác-
tica de procesar a los indígenas en un idioma que no entienden y
sobre hechos que en su comunidad suelen tener otra valoración. Asi-
mismo, se reformaron las constituciones locales de Chiapas, Oaxaca
e Hidalgo, en el espíritu de lo que después resultó la reforma consti-
tucional del Artículo 4.
Entre las grandes limitaciones de este reconocimiento está que
no se señala quién es el sujeto de derecho o cuáles son estos dere-
chos; por ejemplo, cuando se señala que en los juicios en que sean
parte se tomarán en cuenta sus prácticas y costumbres jurídicas, sólo
se refieren a la materia agraria.

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La construcción de ciudadanía indígena en México

Se señala asimismo que la “ley protegerá la integridad de las tie-


rras de los grupos indígenas”. Sin embargo, tres semanas antes se
había modificado el Artículo 27 constitucional, referido a los dere-
chos agrarios, y en la fracción vii quedó asentado en el caso de “la
comunidad” que: “las tierras que corresponden a los grupos indíge-
nas deberán ser protegidas por las autoridades, en los términos que
reglamente el artículo 4”, aunque esta reglamentación nunca se llevó
a cabo.

La reforma constitucional de 1992. Artículo 2

Según el Artículo 2 constitucional, la nación mexicana es única e


indivisible y tiene una composición pluricultural, que se sustenta en
sus pueblos indígenas, mismos que descienden de las poblaciones
establecidas en el territorio nacional cuando se inició la coloniza-
ción; estos pueblos conservan instituciones sociales, económicas,
culturales, sociales y políticas indígenas.
Y agrega: “La conciencia de su identidad indígena deberá ser cri-
terio fundamental para determinar a quiénes se aplican las dispo-
siciones sobre los pueblos indígenas”; esta exigencia implica, para
efectos prácticos, que los miembros del pueblo, en caso de pretender
que se apliquen a ellos las disposiciones sobre los pueblos indígenas,
deben “probar” que poseen conciencia de su identidad indígena.
En lo que hace al derecho a la libre determinación, el artículo
indica que el marco constitucional de autonomía debe asegurar la
unidad nacional y que el reconocimiento de los pueblos y comuni-
dades indígenas se deberá registrar en las constituciones y leyes de
las entidades federativas; esto es, mientras las Constitución Política
reconoce de manera individual el derecho a pertenecer a un pueblo
indígena —siempre y cuando no se fracture a la nación, se demues-
tre tener conciencia de ello, se forme parte de una comunidad que
a su vez forme parte de un pueblo indígena—, queda en manos de
los estados el reconocimiento de los pueblos indígenas. Tal reco-
nocimiento deberá tener en cuenta criterios etnolingüísticos y de
asentamiento físico.

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Justino Lozano Alvarado

La libre determinación tiene como consecuencia la autonomía


para:

• Decidir formas internas de convivencia y organización social,


económica, política y cultural.
• Aplicar sistemas normativos propios en conflictos internos, su-
jetos a la Constitución, los derechos humanos y la dignidad e
integridad de las mujeres. Aplicación que será validada, según
procedimientos, por jueces y tribunales.
• Elegir según sus formas a sus autoridades de gobierno interno,
de manera que se garantice la participación de las mujeres y se
respete el pacto federal y la soberanía estatal.
• Preservar y enriquecer sus lenguas, cultura e identidad.
• Conservar, mejorar y preservar el hábitat y la integridad de sus
tierras, acatando la Constitución.
• Acceder a las formas de propiedad constitucionales, al uso y dis-
frute de los recursos naturales de los lugares que habitan, salvo
aquéllos que corresponden a áreas estratégicas. Para ello las co-
munidades se podrán asociar en los términos de la ley.
• Elegir en los municipios con población indígena representantes
ante los ayuntamientos.
• Acceder plenamente a la jurisdicción del Estado, para lo que se de-
berán tomar en cuenta sus costumbres y el derecho a ser asistidos por
intérpretes y defensores que conozcan su lengua y cultura.

Las características de la autonomía serán definidas en cada caso.


“Las constituciones y leyes de las entidades federativas estable-
cerán las características de libre determinación y autonomía que
mejor expresen las situaciones y aspiraciones de los pueblos indí-
genas en cada entidad, así como las normas para el reconoci-
miento de las comunidades indígenas como entidades de interés
público” (Constitución Política, artículo 2, inciso A, numeral viii).
El Artículo 2 señala además que para promover la igualdad de
oportunidades de los indígenas y eliminar las prácticas discrimina-
torias se establecerán las instituciones y las políticas necesarias de
manera conjunta.

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La construcción de ciudadanía indígena en México

Para abatir las carencias y los rezagos, las autoridades tienen la


obligación de:

• Impulsar el desarrollo regional de las comunidades indígenas pa-


ra fortalecer sus economías y mejorar sus condiciones de vida.
Las autoridades municipales determinarán de manera equitativa
las asignaciones presupuestales que les correspondan.
• Garantizar e incrementar los niveles de escolaridad bilingüe, in-
tercultural.
• Asegurar el acceso a los servicios de salud aprovechando la me-
dicina tradicional.
• Ampliar la cobertura de los servicios sociales básicos y mejorar
las condiciones y acceso a la vivienda.
• Propiciar la incorporación de mujeres indígenas al desarrollo y su
participación en la toma de decisiones comunitarias.
• Facilitar el acceso a la red de comunicaciones y la operación, ad-
quisición y administración de medios de comunicación en térmi-
nos legales.
• Apoyar las actividades productivas y el desarrollo sustentable de
las comunidades indígenas.
• Establecer políticas sociales de protección a migrantes indígenas
dentro y fuera del territorio.
• Consultar a los pueblos indígenas para la elaboración del Plan
Nacional de Desarrollo.

El cumplimiento de las obligaciones expuestas queda en manos de la


Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, de la Legislatura
de las entidades federativas y de los ayuntamientos que para ello es-
tablecerán partidas específicas.
La discontinuidad e inconmensurabilidad de las premisas se ha-
cen patentes en un artículo que, pretendiendo legislar sobre los dere-
chos de los pueblos indígenas, se ubica en el capítulo de las garantías
individuales.
Los principales derechos de los pueblos indígenas son: al recono-
cimiento como sujetos de derecho; a la autoadscripción (que asuman
y declaren que son indígenas, para que sean tomados en cuenta así);

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Justino Lozano Alvarado

a la autonomía; a la libre determinación; a aplicar sus propios siste-


mas jurídicos; a la preservación de su identidad cultural; a la consulta
y a otorgar su consentimiento previo, libre e informado; a la partici-
pación; a la tierra, el territorio y los recursos naturales; al acceso a la
justicia; al acceso a los medios de comunicación y al desarrollo.
Los derechos indígenas son para todo mexicano que se reconoz-
ca como indígena. No son especiales sino específicos, es decir, no
implican fueros a los indígenas sino derechos que reconocen la di-
versidad cultural existente.
La reforma otorga a los congresos locales el reconocimiento de
las características y especificidades de los pueblos indígenas, para
que las incluyan en sus constituciones, leyes y reglamentos. En estas
redacciones, los derechos indígenas suelen no estar explicados como
tales sino como obligaciones de las instituciones, respecto a la salud,
la educación, etcétera.
Se reconoce a los pueblos indígenas como sujetos de derecho público,
así como de “interés público” en esta reforma constitucional, y en oca-
siones se les podrá equiparar a “personas morales” del derecho civil, por
lo cual se les puede someter al derecho que regula esas entidades ficti-
cias, formadas por la asociación de personas físicas, lo que significa que
los pueblos indígenas no tienen autonomía. Aunque en la práctica esa
autonomía existe, falta su reconocimiento en la relación jurídica entre
los pueblos indígenas y el Estado. Al reconocerlos como “entidades
de interés público”, los indios vuelven a ser menores de edad, objetos de
asistencia social, sujetos a una política por y desde el Estado.

La reforma y la participación política indígena

La reforma constitucional sobre Derechos y Cultura Indígena de


2001 incorporó un artículo transitorio, referente a la participación
política de los pueblos indígenas:

Artículo tercero transitorio.– Para establecer la demarca-


ción territorial de los distritos electorales uninominales
deberá tomarse en consideración, cuando sea factible, la

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La construcción de ciudadanía indígena en México

ubicación de los pueblos y comunidades indígenas, a fin de


propiciar su participación política.

Esta obligación fue considerada por el Instituto Federal Electoral


(ife) en la redistritación realizada en 2004.
Los criterios utilizados fueron: que los distritos formaran parte
de una sola entidad federativa; que el número de distritos por en-
tidad correspondiera al número de habitantes; que se garantizara
cierto equilibrio poblacional; que se utilizara como parámetro po-
blacional el censo del Instituto Nacional de Estadística y Geografía
(inegi) de 2000; que se aplicara el método llamado “resto mayor”,
para así garantizar con precisión el equilibro poblacional; que no se
fraccionaran municipios entre los diferentes distritos; que un distrito
no pudiera rodear por completo a otro distrito; que la forma fuera lo
más cercano a un polígono (con capacidad); que los tiempos y dis-
tancias de traslado entre los pobladores de un mismo distrito fuera
relativamente equitativo entre todos.
Con la redistritación de 2004, realizada por el ife, se pueden
señalar algunos avances, al reconocerse la existencia de 28 distritos
electorales con mayoría de población indígena distribuidos en 11 es-
tados del país: Campeche, 1; Chiapas, 4; Guerrero, 1, Hidalgo, 2;
estado de México, 1; Oaxaca, 8; Puebla, 3; Quintana Roo, 1; San
Luis Potosí, 1; Veracruz, 3; Yucatán, 3. Sin embargo, estos distritos
electorales no reflejan la diversidad de los 68 pueblos indígenas del
país, al quedar considerados en estos distritos no más de 25 pueblos,
que representan un poco más de 50% de esta población.
La existencia de estos 28 distritos electorales indígenas no se tra-
dujo en las dos más recientes elecciones (2006 y 2009) en una pre-
sencia proporcional de diputados indígenas en las dos legislaturas
correspondientes de la Cámara de Diputados. En la lx legislatura
sólo nueve diputados eran indígenas: cuatro pertenecientes al Parti-
do Revolucionario Institucional (pri), cuatro al Partido de la Revo-
lución Democrática (prd) y uno al Partido Acción Nacional (pan);
de ellos, sólo dos provenían de distritos indígenas. En la legislatura
lxi, diez diputados son indígenas: seis del pri y cuatro del prd; sólo
siete provienen de distritos electorales indígenas.

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Justino Lozano Alvarado

Las limitaciones de esta redistritación no quedan aquí. Investiga-


ciones recientes señalan que las dinámicas políticas en algunos dis-
tritos electorales con mayoría indígena rompieron con la integridad
étnica y cultural de la zona, como es el caso de la composición del dis-
trito II, de Bochil, en estado de Chiapas, al incorporar los municipios
de Larrainzar, Chenalhó, Chalchihuitán y Panteló, y al mezclar cuatro
pueblos indígenas: tzotzil, tzeltal, tojolabal y chol, sin respetar las dife-
rencias derivadas de su identidad cultural.
Casos similares se pueden apreciar en los distritos iii, de Ocosingo;
v, de San Cristóbal de las Casas; viii, de Comitán de Domínguez, y el
xii de Tapachula, en donde se han integrado municipios que se han re-
gido históricamente bajo el principio de usos y costumbres diferentes,
por lo que se pone en riesgo la integración étnica.
La presentación en 2010 de la iniciativa de ley del Ejecutivo fe-
deral en materia de reforma política en el Congreso de la Unión
incluye temas como: la elección consecutiva de alcaldes, regidores
y jefes delegacionales; la elección consecutiva de legisladores fede-
rales y locales; la reducción del Congreso; aumentar el umbral de
votos necesarios para conservar el registro y acceder a la representa-
ción; iniciativa ciudadana; candidaturas independientes; sistema de
elección presidencial por mayoría absoluta; iniciativa de la Suprema
Corte de Justicia de la Nación; iniciativa preferente; veto parcial de
leyes y del presupuesto de egresos de la Federación.
A pesar de que ninguno de los temas contenidos en la iniciati-
va considera la representación política de los pueblos indígenas y sus
comunidades, se ha abierto en los grupos parlamentarios del prd y
pri de la Cámara de Diputados un espacio de discusión y propuestas
legislativas sobre la representación política de los pueblos indígenas y
sus comunidades.

Reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas


en las constituciones políticas locales

El artículo de referencia indica que el marco constitucional de au-


tonomía debe asegurar la unidad nacional y que el reconocimiento

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La construcción de ciudadanía indígena en México

de los pueblos y comunidades indígenas se deberá registrar en las


constituciones y leyes de las entidades federativas, lo que supone que
para ese listado de derechos se deben crear los mecanismos legales
e institucionales para que los pueblos indígenas los hagan respetar.
En la actualidad en la República Mexicana, 16 constituciones es-
tatales enuncian la conformación pluricultural de sus habitantes. Las
disposiciones contenidas en éstas no son uniformes, pues van del es-
tablecimiento de líneas para buscar la incorporación de sus pueblos
al desarrollo económico y social al reconocimiento del derecho a la
libre determinación en un marco de autonomía, como Guerrero y
Oaxaca, que se identifican por su alta densidad de población indígena.
Así se encuentran estados de la República que reconocen la com-
posición plural y establecen líneas generales de atención a los pue-
blos indígenas, entre los cuales están Querétaro, Hidalgo, San Luis
Potosí, Sonora, Jalisco, Durango, estado de México y Michoacán. Y
también aquellos estados que, además de reconocer su composición
pluricultural, reconocen derechos específicos a los pueblos indígenas:

• Chiapas. En el Artículo 13 de la Constitución se establece lo si-


guiente: “Ley de derechos y cultura indígena del estado de Chia-
pas. Código estatal electoral Artículo 69 xv. Los partidos deben
preferir a ciudadanos indígenas, previo proceso de selección in-
terna respetando sus usos y costumbres”.
• Oaxaca. Este caso ha sido mostrado como modelo, pero aquí
el derecho indígena es tomado como ley supletoria, y en todo
lo demás los indígenas siguen sometidos al tradicional derecho
positivo del estado. En Oaxaca hay dos sistemas electorales: el
de usos y costumbres, y el de partidos políticos. 418 municipios
eligen a concejales por usos y costumbres, y 152 por el sistema
de partidos políticos. Esto significa que se reconocen a nivel de
la constitución local los sistemas normativos internos que tie-
nen los pueblos indígenas para el nombramiento de su autori-
dad local.
Un paso importante en este proceso ha sido el reconocimiento
de los usos y costumbres para el nombramiento de las autoridades
locales: se reconoce constitucionalmente el derecho de los pue-

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Justino Lozano Alvarado

blos indígenas a nombrar a sus autoridades bajo sus propios pro-


cedimientos internos.
• Nayarit. Se reconoce el derecho a la libre determinación expre-
sada en su autonomía para decidir sobre sus formas internas de
convivencia y organización social, económica y cultural, en la
creación de sus sistemas normativos, sus usos y costumbres, y
formas de gobierno tradicional.
• Chihuahua. Se reconocen derechos específicos en el Artículo 8. Los
métodos e instituciones utilizados para la impartición de justicia.
• Campeche. Se reconoce el derecho de los pueblos a desarrollar
y fortalecer el control y disfrute de sus recursos naturales, sus
formas e instituciones de gobierno, sus sistemas normativos y de
resolución de conflictos, conforme a lo dispuesto en el Artículo 7
de la constitución local.
• Quintana Roo. Se reconoce el derecho para resolver controver-
sias entre los miembros de un pueblo indígena, de acuerdo con
sus usos y costumbres, conforme a lo dispuesto por el Artículo
13. En materia de justicia, son las disposiciones contenidas en
la Ley de justicia indígena del estado de Quintana Roo de 1997,
por la cual se crea un Sistema de justicia indígena con represen-
tación de los centros ceremoniales mayas. Este sistema es prece-
dido por un Consejo de la judicatura de la justicia indígena, el
cual vigila el desempeño de los jueces tradicionales, cuyas deci-
siones tendrán carácter de cosa juzgada.
Desafortunadamente en este último caso, el número de canda-
dos incorporados a la ley es muy alto. Entre éstos, destacan los
límites a la competencia de los jueces tradicionales en delitos de
abigeato, cuando éstos sean de ganado mayor (Artículo 17, frac-
ción ii) y que en delitos de orden económico se estableciera co-
mo tope 100 salarios mínimos (Artículo 15, fracción I, y artículo
17, fracciones ii, iii, iv y vi). Cabe destacar también que la Ley
orgánica del Poder Judicial del estado de Quintana Roo no es-
pecifica el lugar que ocupan en su estructura ni el Consejo de la
judicatura indígena ni los jueces tradicionales.
• Veracruz. En el Artículo 5 de la constitución política local se recono-
ce el derecho de los pueblos indígenas a la libre determinación.

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La construcción de ciudadanía indígena en México

La revisión realizada en las constituciones legales en los estados del


país muestra un diagnóstico de los derechos indígenas producto de las
reformas constitucionales. Aun cuando esto es un avance, se corre el
riesgo de encasillar los derechos políticos indígenas como un asunto de
procedimiento, “de elección, designación y nombramiento de autori-
dades”, cuando en realidad constituyen también una agenda sustantiva
respecto a formas y medios de concebir y ejercer el poder, de articula-
ción entre lo local y lo nacional, de facultades y capacidades de decisión
de las autoridades, de modos diferenciados de construcción de la legiti-
midad y la legalidad, de pluralización de las formas de ciudadanía.

Conclusiones

A nivel conceptual, la categoría ciudadanía cultural referida a las


identidades colectivas en tanto derecho a la diferencia, la identidad y
el autogobierno de los pueblos indígenas cobra cada vez más fuerza
y terrenalidad gracias al debate entre liberalistas y comunitaristas,
que han abierto una visión democrática de las sociedades más plural
y de justicia.
Desde los acuerdos que surgen a partir de este debate, y también
desde otras instancias internacionales de derechos humanos, se viene
construyendo una ciudadanía indígena civil, política, social y cultural
diferenciada, que aspira al reconocimiento de la identidad cultural, un
mejor nivel de vida y el libre ejercicio de sus derechos políticos.
Lo importante de estos acuerdos es que ponen de manifiesto no
sólo la apertura a la heterogeneidad y la reconceptualización de la
relación entre el Estado y la sociedad, entre el régimen democrático
y los diversos grupos sociales sino sobre todo que en la exigencia y el
reconocimiento de derechos de los excluidos no existe la pretensión
de independencia, separación o fragmentación social, pero sí la clara
idea de integración desde una forma cultural de ser distinta de las
minorías que pueden convivir en democracia con la mayoría; por el
contrario, reconocer derechos en situación de exclusión, pobreza y
marginación significa poner cimientos legales contra la discrimina-
ción y la injusticia.

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Justino Lozano Alvarado

El reconocimiento internacional de los derechos culturales y las


reformas legislativas en cada nación muestran la construcción de es-
ta dimensión ciudadana, a partir de los diversos movimientos socia-
les —entre ellos, indígenas—, que están reivindicando los derechos
políticos, como derechos culturales y colectivos. Con esto, se pude
decir que en buena medida la democracia sociocultural es sobre todo
un proyecto que se viene haciendo realidad, logrando avances en el
debate del concepto de ciudadanía concomitante a los problemas de-
rivados de las identidades y diferencias culturales en contextos mul-
ticulturales. Esta tendencia plantea un horizonte de posibilidades
al concepto de ciudadanía cultural, que potencia la construcción de-
mocrática más global de la sociedad.

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La formación ciudadana
en las comunidades indígenas

Max Arturo López Hernández

Los matices del ejercicio de la democracia son variados y complejos.


En este sentido, es importante considerar que uno de los desafíos de
la democracia mexicana es reconocer la diversidad cultural que invo-
lucra la incorporación de una nueva tipología ciudadana con respec-
to de los derechos culturales y su correspondencia con la formación
ciudadana en los pueblos indígenas,1 ya que en esos territorios pre-
valece una cultura diferente —que desarrolla una estructura lingüís-
tica diferente— y por tanto los conceptos de ciudadanía, democracia
y voto secreto tienen connotaciones diferentes a las estructuradas
por la cultura occidental.
En México, la población es el resultado de una mezcla de cultu-
ras con dominio de la tradición occidental; además de la existencia
de antecedentes culturales, también ha habido un desarrollo des-
igual que dificulta la existencia de oportunidades homogéneas para
el ejercicio de los derechos ciudadanos y se agrega la desigualdad de
condiciones sociales y económicas que impiden equilibrar las condi-
ciones de participación democrática.

1 Para fines de exposición, se manejan como sinónimos los conceptos de indígena, comunidad indí-
gena, pueblos indígenas, pueblos originarios, minorías étnicas, grupos étnicos, poblaciones indíge-
nas, pueblos originarios y grupos etnolingüísticos. Lo importante es precisar el término indígena:
“Esta palabra es susceptible de un empleo más universal. Indígenas son los que nacen en una
región, o los pueblos originarios de una región específica [...] Ciertamente, había que aprender a
mirar el territorio del continente americano, sus recursos naturales, sus litorales, su hidrografía, su
flora, su fauna. Pero también había que aprender a mirar a sus habitantes. Este aprendizaje, lento y
conflictivo, no ha concluido aún” (Montemayor, 2001: 25–27).

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Max Arturo López Hernández

En este sentido, la presente reflexión incide en uno de los as-


pectos de la complejidad de la democracia en México, consideran-
do el análisis de la relación entre calidad democrática y formación
ciudadana, y el impacto en las comunidades indígenas, a partir de
una posición personal que considera que el esquema de uniformidad
con el que se califica a la ciudadanía es una propuesta que está sien-
do transformada al calor de las cambios estructurales en el ámbito
global, y la creciente influencia y determinación de las comunidades
indígenas organizadas.
Por tanto, la formación ciudadana entre los indígenas, más que
un motivo para el debate, es un desafío porque involucra cuatro as-
pectos que influyen y a la vez están determinados por las megaten-
dencias que la cultura occidental está imponiendo en el mundo:

• Los antecedentes históricos de más de 500 años son evidencia


de la tendencia a la desaparición de las comunidades por parte de
la sociedad occidentalizada.
• Sin embargo, a la fecha tienen una presencia significativa, donde
las instituciones formales encargadas de los procedimientos elec-
torales requieren de legitimidad frente a las formas específicas de
decisiones colectivas practicadas por las comunidades indígenas.
• Han sido y son diferentes las formas de organización y la toma
de decisiones políticas entre las instituciones democráticas de la
sociedad occidental y las comunidades indígenas. Las primeras
han tenido modificaciones esenciales que están comenzando a
garantizar el efectivo ejercicio de la democracia y la obtención de
un esquema más complejo que posibilita involucrar a la totalidad
de la población. Y las segundas se están integrando de manera
significativa bajo una propuesta de convivencia y respeto cultural.
• Las diferencias culturales están encontrando una forma de con-
vivencia que, por un lado, obliga a la alteración de los modelos
tradicionales de la sociedad occidentalizada en la organización
y a la toma de decisiones políticas; por el otro, las comunidades
están reorientando su actitud y su integración al modelo.

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La formación ciudadana en las comunidades indígenas

De aquí derivan cuatro preguntas centrales: ¿Por qué ha permeado


durante mucho tiempo la idea de extinción de los pueblos indígenas?
¿Realmente es significativa la presencia indígena, para ser tomada
en consideración dentro del esquema de formación ciudadana? ¿Por
qué se ha modificado esa actitud? ¿Cuáles son los puntos de coinci-
dencia, los avances y los déficit?
Para responder, el trabajo se ha estructurado en cuatro partes:

• Pertinencia y actualidad de las comunidades indígenas


• El marco socioeconómico y cultural de los pueblos originarios
• Relación entre transformación democrática en México y la nueva
visión sobre las comunidades indígenas
• Avances y déficit en la calidad democrática en México, en rela-
ción al reconocimiento de las comunidades indígenas

Con esto, se trata de demostrar que la calidad de la democracia en


México está en proceso de consolidación que requiere de la iden-
tificación de los avances y claridad sobre los déficit que permitan
una valoración en cuanto a los comportamientos políticos electorales
tanto de las instituciones como de los ciudadanos y su relación con
las comunidades indígenas.

Pertinencia y actualidad de las comunidades indígenas

Uno de los temas de actualidad se refiere precisamente a la calidad


de la democracia en México, de la cual se pueden desprender diver-
sas temáticas, tal como se observan en el proyecto general. Aquí se
tratará lo referente a la calidad de la democracia con respecto a las
comunidades indígenas, considerando los antecedentes que se refie-
ren a los esfuerzos dirigidos a la desaparición y marginación de las
que han sido objeto ante los procesos de modernización del país; a
pesar de ello, lograron el sostenimiento de sus lenguas, tradiciones
y territorio, todo ello abrigado en el concepto de cultura indígena,
como una cosmovisión que se ha mantenido en conflicto con el de-
sarrollo de México.

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Max Arturo López Hernández

En México, al igual que muchas regiones de América Latina,


las relaciones de poder dadas entre el Estado y los pueblos indíge-
nas hasta el siglo xx se formularon con una visión segregacionista
que intentó desaparecer a los pueblos originarios, con la convicción
de que era fácil la conversión del indígena a un proyecto de nación
homogéneo y de igualdad ciudadana. Desde el establecimiento de
los pueblos originarios, la historia de nuestro país señala las condi-
ciones a las cuales se han sujetado estos pueblos —constructores de
grandes imperios en Mesoamérica—: sojuzgados por la colonización
europea; amenazados con la desaparición por los gobiernos liberales;
sometidos al corporativismo. Sin embargo, al final se descubre que
continúan con sus organizaciones, su cultura y sus lenguas.
A la entrada del nuevo milenio, las condiciones se han trans-
formado y existen indicadores que identifican la ampliación de las
prácticas democráticas y la integración de los indígenas al modelo de
democracia occidental.

La historia de las comunidades indígenas

Es factible establecer varios momentos en la vida de los pueblos in-


dígenas:

• El primero se refiere al origen, a la consolidación de culturas ex-


presadas por escrito, arquitectura, organización social, desarrollo
económico, mitologías y panteones divinos, lo cual en conjunto
configuró cosmovisiones expresadas en códigos, tradiciones y le-
yendas reafirmadas en forma escrita y oral. Vivieron procesos de
crecimiento, decadencia y confrontación por los dominios terri-
toriales.
En América Latina, la presencia de las comunidades indígenas
ha sido tan significativa que los periodos que abarcan desde la
colonia, el liberalismo y el populismo del siglo xx las han de-
bilitado, pero no lograron destruirlas. A fines del milenio, con
la política neoliberal, el movimiento indígena logra una presen-
cia política que le permite articular un discurso diferente, de ma-
yor protagonismo y defensa de sus derechos.

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La formación ciudadana en las comunidades indígenas

• Con una cosmogonía diferente a los conquistadores y una orga-


nización propia, se han logrado mantener por 500 años, que ellos
han denominado, con justicia, de resistencia, ante los diversos em-
bates para romper sus tradiciones y subsumirlos a un proceso de
occidentalización; en condiciones actuales, se han integrado al
proceso de democracia nacional, pero con un ingrediente nove-
doso, que mantiene sus tradiciones, su autonomía y la garantía
de continuidad de sus usos y costumbres.
• Un segundo momento fue la vivencia de la conquista y la impo-
sición de un nuevo y extraño patrón cultural que los enfrenta-
ba de manera cruda; sin embargo, se les reconoció autonomía y
la definición de Repúblicas de Indios, con sus lenguas, tradi-
ciones y territorio. Durante la invasión colonial, los pobladores
originarios fueron incorporados de manera gradual a una nueva
organización social y se expropiaron los territorios que habitaban.
• La explotación de sus recursos naturales y humanos alteró su or-
ganización político–administrativa, su sistema de creencias y, en
lo general, la estructura cultural básica de estas comunidades.
• Sin ser específicamente esclavos, los indígenas mantuvieron una
relación de dependencia económica con su señorío, ya que su
fuerza de trabajo era absorbida y utilizada por los nuevos dueños
de sus tierras, quienes emprendieron el desarrollo de la produc-
ción a gran escala en un lugar y con gente que sólo preserva-
ba una producción agrícola de autoconsumo. A pesar de estar
sujetos a la nueva aculturación, sostuvieron su tramado social y
organizativo.
• Durante la colonia se impuso la estructura política corres-
pondiente al poder central de la corona española, pero se acepta
la existencia de las organizaciones indígenas que, a falta de otra
definición, nombraron Repúblicas de Indios; ellas les permitían
mantener territorios y culturas, y son el antecedente para consi-
derar las posibilidades de convivencia entre diversas formas de
organización y culturas.
• El fenómeno de la Independencia y el desarrollo del liberalismo
con los planteamientos de libertad e igualdad, sintetizada en los
derechos de los individuos y la calidad de ciudadano, cercaron

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Max Arturo López Hernández

a las comunidades indígenas y provocaron su desaparición. Los


indígenas no tenían merecimientos dentro del esquema liberal y
la integración del nuevo Estado. En los tiempos de los liberales,
uno de de los propósitos fundamentales fue impulsar el mestizaje
a manera de contrarrestar la presencia india, buscando eliminar
incluso la palabra del vocabulario local; sin embargo, no se logra-
ron los objetivos pretendidos: los indígenas persistieron, por lo
que continuaron los obstáculos para la participación política de
los pueblos indígenas, concebida desde lo individual y racial.
• La cuarta experiencia fue a partir de la Revolución Mexica-
na, movimiento que reactivó la defensa de las comunidades que
habían logrado subsistir a las leyes de reforma; el zapatismo, en
especial, replanteó los derechos de los indígenas. Sin embargo,
aun con toda la ideología social del proceso posrevolucionario,
los indígenas se convirtieron tan sólo en parte del paisaje tu-
rístico, la parte móvil de la arquitectura prehispánica, lo cual
no fue impedimento para continuar defendiendo sus lenguas,
su tradición, sus costumbres, sus organizaciones y, sobre todo,
sus territorios reducidos. Con el general Lázaro Cárdenas, las
comunidades adquirieron visibilidad y se propusieron políticas
para la integración del indígena a la gran nación mexicana, lo
que abrió mayores oportunidades para la continuidad de los
usos y costumbres de las comunidades y les permitió ejercer su
organización, su autonomía y sus propias reglas de convivencia,
con relativa independencia de los gobiernos nacionales (Bonfil
Batalla, 1990).
• En el periodo de la formación y consolidación de las institucio-
nes modernas, con el modelo de sustitución de importaciones
(isi) y la urbanización forzada del país, en pleno contexto de las
transformaciones políticas, sociales y culturales de la década de
los sesenta, los jóvenes indígenas que operaban como maestros
y promotores de aculturación encabezaron organizaciones para
reivindicar la posición étnica. La acción indigenista que conside-
raba la necesidad de enseñar a leer y escribir en lengua castellana,
era una estrategia importante para lograr el cambio cultural; sin
embargo, menospreciaron el interés de esos jóvenes para mante-

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La formación ciudadana en las comunidades indígenas

ner su cultura y, por tanto, propició mecanismos para el fortaleci-


miento de la cultura indígena y de la identidad étnica.
• Durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988–1994),
se desencadenaron procesos transformadores globales y locales
que facilitaron una nueva fase de protagonismo de los pueblos
indígenas, que propició la reactivación de los pueblos indígenas
no sólo de México sino de América Latina, por las reivindicacio-
nes de reconocimiento a su cultura y autonomía. Las demandas
fueron variadas, como la exigencia para decidir el ejercicio mu-
nicipal o la organización de su seguridad pública —fue el caso
de la policía comunitaria en Guerrero—, e incluso tuvo efectos
internacionales que llevaron a la presidencia a un indígena en
Bolivia. Por eso se considera que “existe entre los diversos mo-
vimientos la certeza de que hay un antes y un después del 1 de
enero de 1994, de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona
y de la Otra Campaña (del subcomandante Marcos)” (Zibechi,
2008: 17).
• En 1996, se estableció una trascendente mesa de negociación en-
tre el Estado y los grupos indígenas, que se suscribió en los Acuer-
dos de San Andrés Larráinzar, los cuales expresan coincidencias
y diferendos, pero permitieron el reconocimiento de los de-
rechos culturales al reconocer la pluriculturalidad de la nación
mexicana, que, con el presidente Vicente Fox, se elevó a rango
constitucional. Si bien existen muchas discrepancias, el Acuer-
do expresó nuevas posibilidades para construir un contexto más
democrático, con equidad y sin exclusión, que se finca en una
visión ampliada de ciudadanía que va más allá del esquema de la
uniformidad.

Estos procesos históricos nos muestran los prolongados tiempos de


discriminación e invisibilidad política, económica y social, en los
que se ha sumergido a una población indígena sujeta a las diversas
ideologías dominantes, invisibilidad que a su vez ha contribuido al
desarrollo de procesos transformadores y de adaptación organizativa
a los tiempos. La formación de la ciudadanía en las comunidades in-
dígenas debe considerar la identidad cultural que conlleva a nuevas

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Max Arturo López Hernández

formas de relación con el Estado y a una mayor participación colec-


tiva y de visibilidad pública en la sociedad.

Usos y costumbres vs. democracia

En el territorio nacional, sobreviven prácticas de origen prehis-


pánico, denominadas usos y costumbres, que se realizan en mayor
o menor grado en las comunidades indígenas del país; éstas reflejan la
visión particular que esos pueblos tienen del mundo y configuran
su identidad y su reproducción cultural. Es evidente, por tanto, que
conceptos básicos como democracia y ciudadanía les han sido im-
puestos y, en última instancia, en el discurso directo han buscado
adecuar sus usos y costumbres a una interpretación vinculada más
con lo que se ha denominado democracia directa, pero con sus pro-
pias interpretaciones, donde el papel de la mujer y los ancianos tie-
nen rasgos ponderados, en el primer caso, de exclusión en algunas
actividades y, en el segundo, de poder basado en la experiencia.
El mundo cultural de los pueblos originarios abarca todos los
matices y códigos que garantizan su cotidianidad: lenguas, valores,
acervo cultural, objetos y bienes materiales, territorio, recursos na-
turales, habitaciones, su propia cocina y recetas alimenticias, espa-
cios y edificios públicos, instalaciones productivas y ceremoniales,
sitios sagrados, lugares para enterrar a sus muertos, instrumentos
de trabajo y objetos. Formas de organización social, deberes y de-
rechos, mecanismos de colaboración y retribución, sanciones y pre-
mios, instancias de decisión, y remedios espirituales y médicos pa-
ra sus dolencias; mecanismos para solicitar la colaboración de los
demás y una retribución. Aprenden con quién acudir en busca de orienta-
ción, decisión o remedios, además de sus propias historias e identi-
dades (Bonfil Batalla, 1990: 45–53).
En estas condiciones, la contradicción fundamental es entre la
decisión occidental históricamente establecida y la tradición de los
pueblos originarios. Son las diferencias entre las formas democráti-
cas de gobierno fundadas en el individuo, y sustentadas en los cri-
terios de libertad, igualdad, seguridad y propiedad ciudadana, y la
continuidad de valores, tradición y organización ancestral.

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La formación ciudadana en las comunidades indígenas

Es evidente que en el mundo occidental las posibilidades políti-


cas del desarrollo capitalista propusieron como factor del desarrollo,
la propiedad individual y las decisiones de mercado, y a partir de ahí
se determinaron las funciones del Estado–nación. El carácter de ciu-
dadano se corresponde a esta fase, donde además de la pertenencia a
un territorio y una colectividad también se adquieren derechos que
protegen y garantizan formas equilibradas de participación cívica.
Sin embargo, a pesar de la teoría dogmática del planteamiento
jurídico sobre el carácter general y homogéneo de la integración del
Estado–nación, convertido en árbitro de las diferencias sociales, a lo
largo de la historia el conflicto sobre la interpretación y aplicación de
los derechos ha sido constante, pues al estar en su base los principios
de libertad, igualdad y fraternidad, la presencia de las desigualdades
económicas y la existencia de las clases sociales entraron a cuestionar
la validez de los derechos económicos, sociales, políticos y culturales.
La tensión entre la imposición de la igualdad y la definición de
ciudadano, desde sus inicios, estuvo en entredicho y favoreció el
mito e integración de los estados totalitarios (Cassirer, 1982), quie-
nes arbitrarían los acuerdos entre los particulares, pero sólo con
aquéllos que ostentaran el carácter de ciudadano, categoría que su-
puestamente establecería la igualdad en la aplicación de las circuns-
tancias jurídicas. Contra este estatus se enfrentaron y negociaron no
sólo los pueblos indígenas sino también grupos sociales discrimina-
dos o tratados con inequidad por las acciones estaduales (movimien-
tos feministas).
A mediados del siglo xx, se aplicaron en Estados Unidos me-
didas legales a favor de las minorías, que recibieron el nombre de
“affirmative action” (Velasco Arroyo, 2007), también conocidas como
discriminación positiva, por el hecho de que eran medidas orienta-
das a las minorías que se suponía no debían existir, pero que eran
sectores con derechos ciudadanos restringidos.
De acuerdo con Rosalía Winocour (2003), la ciudadanía se ha
considerado históricamente como un concepto que incluye todas las
prerrogativas y subordina las diferencias en función de la igualdad
de derechos, definidos en términos universales y establecidos jurí-
dicamente. Sin embargo, la emergencia de nuevas identidades, los

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Max Arturo López Hernández

conflictos étnicos, la crisis de las formas de participación y de repre-


sentación política, y los procesos de globalización han erosionado los
significados tradicionales. Por ello, la lucha por el reconocimiento
de los intereses de algunos grupos y movimientos sociales, así como
la legitimación de sus demandas, han redefinido lo que se concibe
como ciudadano, no sólo circunscrito a la igualdad de posibilidades
sino también al derecho de ser diferente.
En México (de manera paralela a la entrada en vigor del Tratado
de Libre Comercio, tlc), se tuvo la expresión más explosiva en tér-
minos reales y publicitarios por la defensa de los usos y costumbres
indígenas, con la movilización del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional (ezln), que el 1 de enero de 1994 estableció nuevas for-
mas de presión política, donde el tema no era el cambio revolucio-
nario estructural sino la recuperación de la visibilidad, la dignidad
y la conservación de las expresiones culturales de las comunidades.
Era el establecimiento de nuevas reglas para la aceptación de la mul-
ticulturalidad y la exigencia a las autoridades gubernamentales y le-
gislativas al reconocimiento de las diferencias como parte del estatus
ciudadano.
Es precisamente a partir de los Acuerdos de San Andrés La-
rráinzar cuando la realidad histórica y heterogénea de un país como
México se abre a la calidad de la democracia, al establecer principios
para resolver un conflicto histórico que parecía que iba a concluir
con la desaparición de los pueblos indígenas. Se sentaron así las ba-
ses para construir un contexto más democrático, con equidad y sin
exclusión, fincado en una visión ampliada de ciudadanía.

Liderazgos y acciones de autogestión

El proceso de reconocimiento de las diferencias y la posibilidad de


convivencias culturales ha sido bastante errático e impredecible, y no
fue sino hasta el sexenio del general Lázaro Cárdenas (1934–1940)
cuando se aplicaron políticas de Estado federales y locales, para in-
tegrar política y socialmente a los indígenas a la nación mexicana,
a través de programas educativos (para que aprendieran a leer y es-
cribir el español), agrarios (promoviendo el ejido como alternativa

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La formación ciudadana en las comunidades indígenas

a la comunidad), productivos (para romper con la autosuficiencia


e incorporarlos al mercado nacional) y de salud (para consolidar el
proyecto institucional, no el rescate de la medicina tradicional). Aún
en estas condiciones el modelo de Estado centralizado y populis-
ta no promovió la consolidación de los pueblos indígenas, quienes
asumieron de manera pasiva estos apoyos. Esto se puede interpretar
a partir de tres aspectos: en el periodo de Cárdenas se consolidaron
las formas corporativas del partido hegemónico (corporativizando
a los obreros, campesinos, organizaciones populares y ejército) y la
presencia de los indígenas en la gesta revolucionaria requería de su
integración; el reconocimiento les permitió a los pueblos asegurar
su existencia como comunidades y permitió la creación de nuevos
liderazgos en las comunidades indígenas.
El nuevo estatus de grupos débiles los confinó a ser figuras decora-
tivas, arqueología en movimiento de la tradición cultural de Mesoa-
mérica; fue hasta la década de los noventa, en especial con el ezln,
cuando la línea evolutiva de los movimientos indígenas tuvo una in-
flexión crucial que alteró la relación pueblos indígenas–Estado, para
incorporar el reconocimiento a los derechos culturales y la acepta-
ción de su autonomía orgánica, en las negociaciones de San Andrés
Larráinzar, donde por primera vez discutió el reconocimiento de las
culturas indígenas y de su autonomía.
La resistencia para aceptar el criterio de autonomía parte del su-
puesto que conlleva a la separación de los pueblos indígenas del Es-
tado–nación; sin embargo, no es tal la postura:

En el caso de la autonomía se trata de regímenes especia-


les que se establecen dentro del marco de estados determi-
nados. Un régimen autonómico no cobra existencia por sí
mismo, sino como parte de la vida política y jurídica de un
estado y responde a la necesidad de buscar formas de in-
tegración política entre el sujeto autónomo y el Estado
nacional en el que se desenvuelven basadas en la coordina-
ción y no en la subordinación de sus comunidades parciales
(López Bárcenas, 2006: 58).

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Por esto, es posible considerar que se fortaleció el régimen político


mexicano y se reforzaron las movilizaciones por el reconocimiento
de los derechos culturales, que habían avanzado en entidades locales
como Oaxaca (1995) y Guerrero (1995). En el primero, ya se ha-
bían incorporado los usos y costumbres indígenas en la elección de
autoridades municipales; esto es significativo porque la entidad está
conformada por 570 municipios, de los cuales 412 se rigen electo-
ralmente por los usos y costumbres, por lo que el sistema de cargos
municipales se administra según la dinámica de sus prácticas cultu-
rales, mientras que sólo en 158 municipios se realizan elecciones con
las reglas del sistema electoral estatal (derecho mestizo).
En Guerrero, a partir de los Acuerdos, se desplegaron acciones pa-
ra fortalecer la autogestión, como las dos experiencias autogestionarias
más importantes: la constitución de la Policía Comunitaria (en octubre
de 1995), para atender la seguridad pública de los pueblos indígenas
Me’phaas y Ñu savis, y el proyecto de Universidad Intercultural que
conformó el nivel de educación superior para los jóvenes indígenas
que requieren especialización técnica y profesional para fortalecer la ca-
pacidad de crecimiento y calidad de vida de las comunidades indígenas.2

Conclusiones

En la historia de México y de muchas regiones de América Lati-


na, las relaciones entre el Estado y las comunidades indígenas fue-
ron de confrontación, represión y resistencia a los embates dirigidos
a la desaparición de los pueblos originarios y, en última instancia, la
forma moderada era lograr su conversión ciudadana e integración
a un proyecto de Estado–nación homogéneo y de igualdad ciudadana.
Sin embargo, al no valorar en su justa dimensión la fuerza de
la cohesión social (las identidades y la cosmovisión tradicional
de los integrantes de las comunidades, adquiridas a través de los si-
glos y expresadas en estructuras lingüísticas, organización, parentes-

2 Para 2010 existen dos, una es institucional y la otra es promovida y sostenida por las comunidades
de las regiones de Montaña y Costa Chica, y grupos de universitarios.

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La formación ciudadana en las comunidades indígenas

cos, códigos, territorios, símbolos, alimentación, medicina, etc.), la


brecha entre las propuestas de modernización y estas comunidades
se ensanchaba y aumentaban las dificultades para una real integra-
ción con la aceptación de la diversidad cultural.
Por ello, los avances para adquirir una estructura integral de pobla-
dores mexicanos tendrían que pasar por el reconocimiento de lo diverso
y la posibilidad de considerar la existencia de intereses de grupos y mo-
vimientos sociales que no podían ser abarcados en un esquema limita-
do y parcial, concebido en el criterio de equivalencia entre igualdad y
uniformidad. Fueron necesarias profundas transformaciones en el Es-
tado–nación para considerar el derecho a ser diferentes. Lo más impor-
tante es descubrir que: “En México no existe una mayoría mestiza y una
minoría indígena, sino muchos grupos con culturas y formas de vida
diferentes, algunos indígenas y otros no” (Navarrete Linares, 2008: 10).
Por tanto, fue significativo lo que sucedió en México con los Acuer-
dos de San Andrés Larráinzar entre el gobierno federal y las represen-
taciones de los pueblos indígenas, porque se logró impulsar una visión
más amplia de participación democrática, al reconocer la existencia de
la diversidad cultural y aceptar plenamente que el territorio mexicano es
una entidad multicultural, lo que permite resolver el conflicto histórico
con la adopción de un enfoque más amplio de la calidad de la ciudada-
nía, porque a partir de ahí las instituciones oficiales y los poderes del
Estado amplían sus prácticas y se consolidan proyectos de autonomía
indígena en todo el país, sobre todo en Chiapas, Oaxaca y Guerrero.

El marco socioeconómico y cultural


de los pueblos originarios

Los censos

Durante el ingreso de México al siglo xxi o, más bien, a partir de la incor-


poración plena al neoliberalismo en 1994 con el tlc y el movimiento del
ezln, los indígenas adquirieron visibilidad y se abrieron las expectativas
para mejorar el sistema democrático, al adquirirse una visión más amplia
y multicultural del país. Por ello, en los censos de 2000 se incorporó infor-

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Max Arturo López Hernández

mación censal para contabilizar a la población originaria, territorios ha-


bitados, condiciones de vida e incluso la redistritación electoral indígena.
Lo novedoso de la información censal es el registro indígena, aunque la
información es aún muy limitada, ya que el único criterio fuerte es:

[...] de índole lingüístico y no de tipo socio–antropológico;


de tal manera que considere características antropológicas
propias de la población y sociológicas que la relacionen con
la organización social, adscripción, aceptación del grupo, co-
munidad, localidad, relaciones interétnicas, condiciones socia-
les de vida, etc. Dada esa carencia, a través de la información
censal, podemos inferir demográficamente tres generalidades:
la existencia de grupos lingüísticos, el número de hablantes
de dichos grupos y la aproximación de la cantidad de indios,
mediada por los hablantes de lenguas indígenas [...]
Por primera vez en México se incluye el criterio de perte-
nencia o autoadscripción de los indígenas para contarlos.
Ello hace pensar que la conciencia de quien suministra los
datos, o más bien la autopercepción, es el criterio que permi-
te conocer quiénes son los indios (Sandoval Forero, 2002: 8).

A pesar de estas limitaciones, es ya posible contar con información


elemental y los datos logrados refieren a una presencia significativa y
focalizada en territorios específicos, donde se combinan las condicio-
nes culturales y la marginación en las que sobreviven estos pueblos.
La presencia de estas comunidades en el país es significativa y
con peso electoral importante en algunas entidades. De los 97 millo-
nes 483 mil 412 habitantes correspondientes a la población total en
México, 10 millones 253 mil 627 corresponden a la población indí-
gena (el equivalente a 10.52% concentrados en 961 concentrados en
961 de un total de dos mil 443 municipios (inegi, 2000).3

3 Dado que son las primeras informaciones estadísticas detalladas, es posible encontrar diferencias
cuantitativas en diferentes informes, a pesar de ser la misma fuente de información, por ejemplo,
para Navarrete Linares (2008: 9), en 2000 la población es de 9’854,301, lo que corresponde a
9.54%.

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La formación ciudadana en las comunidades indígenas

Cuadro 7.1 Población de cinco años y más que habla una lengua
indígena, 2000 y 2005. Principales entidades federativas

Entidad Población 2000 Población 2005


Oaxaca 1’120,312 1’091,502
Chiapas 809,592 957,255
Veracruz 633,372 605,135
Puebla 565,509 548,723
Yucatán 549,532 538,355
Guerrero 367,110 383,427
Hidalgo 339,866 320,029
Estado de México 361,972 312,319
San Luis Potosí 235,253 234,815
Quintana Roo 173,592 170,982
Distrito Federal 141,719 118,424
Michoacán 121,849 113,166
Total 5’419,678 5’394,132
Fuente: inegi, 2000, 2005.

El peso específico de los pueblos y, sobre todo, el electoral son


significativos. En el cuadro 7.1 es clara la tendencia a disminuir de la
población originaria en diferentes estados, a excepción de Chiapas y
Guerrero, en donde está aumentando. Sin embargo, existe también
una tendencia al incremento de la población en entidades con po-
blación menor a 100 mil indígenas: Aguascalientes (1,244–1,514);
Baja California Sur (5,353–7,095); Coahuila (3,032–5,842); Chi-
huahua (84,086–93,709); Durango (24,934–27,792); Jalisco
(39,259–42,372); Nayarit (37,206–41,689); Nuevo León (15,446–
29,538); Tamaulipas (17,118–20,221) y Zacatecas (1,837–3,949).
Estos fenómenos se tendrán que revisar de manera detallada, por-
que o son entidades que están consolidando sus culturas, espacios de
atracción con políticas de equidad, o las tendencias están relaciona-

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Max Arturo López Hernández

das con la migración y el uso extensivo de mano de obra indígena en


actividades productivas (agrícolas o maquiladoras).
Un componente fundamental en los procesos de democracia es
el grado de comunicación entre gobierno, partidos y ciudadanos, que
en el caso de los indígenas se torna complejo por la existencia de una
multitud de lenguas que en la mayor parte de los casos no tienen
sus características estructuradas lingüísticamente, lo que dificulta
en gran medida la comunicación, incluso entre comunidades de una
misma lengua, y más todavía el diálogo con el entorno dominante.
Pese a este deterioro de su capacidad de comunicación y de su com-
prensión de las propuestas partidarias y ejercer sus deberes cívicos,
votan, lo que significa una desvaloración de la calidad ciudadana y
una profunda limitación para ser elegidos como representantes en
órdenes de gobierno (Oaxaca es un caso excepcional, que da ejemplo
de visión amplia de participación democrática).
En este sentido, se reconoce nacionalmente la existencia de 67
lenguas maternas, cuyo mayor número es el náhuatl (1 millón 376
mil 026), le siguen el maya (759 mil), las lenguas mixtecas (423 mil
216), las lenguas zapotecas (419 mil 901), el tseltal (371 mil 730),
el tsotsil (329 mil 937), el totonaca (230 mil 930) y el mazateco
(206,559); las demás están por debajo de los 200 mil hablantes.

Una peculiaridad de lo observado es el incremento del


bilingüismo con la correspondiente reducción de los mono-
lingües indígenas. En 1950, por ejemplo, los monolingües
representaban el 32% del total de los hablantes de lenguas
indígenas; en 1970, el 27.6%; en 1980 descienden al 25.6% y
para el 2000 llega tan sólo al 16.58%. Los bilingües de
lenguas nativas y español sobrepasan el 80%, por lo que la
tendencia es hacia el incremento del bilingüismo y el
decremento del monolingüismo nativo. Esta situación ex-
presa la tendencia dominante en el país, pues es obvio que
el bilingüismo se acentúa más en las regiones de mayor
penetración y contacto con el sistema capitalista, que en
aquellas de menor relación donde, incluso, predomina el
monolingüismo indígena (Sandoval Forero, 2002: 15).

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La formación ciudadana en las comunidades indígenas

Cuadro 7.2 Población indígena de cinco años o más


Población total 97’483,412
Población indígena 10’253,627
1990 2000 2005
Hombres 2’629,326 2’985,872 2’959,064
Mujeres 2’653,021 3’058,675 3’052,138
Total 5’282,347 6’044,547 6’011,202
Menores de cinco años 4’242,425
Fuente: inegi, 2000 y 2005.

Gráfica 7.1 Porcentaje de población de cinco y más años


hablante de lengua indígena, por entidad federativa

Más de 30%
Más de 15% hasta 30%
Más de 5% hasta 15%
Más de 2% hasta 5%
Hasta 2%

Fuente: inegi [disponible en: http://cuentame.inegi.org.mx/impresion/poblacion/lindigena.asp, con-


sultada el 25 de mayo de 2010].

Unos datos relevantes que es necesario considerar se refieren a la


edad de la población (véase el cuadro 7.2).
Si se relacionan estos datos con el número de menores de cinco
años que para 2000 equivalían a 4 millones 242 mil 425, es decir,
41.38% del total, se evidencia una alta tasa de natalidad, en condi-
ciones de duplicarse a diez años, lo cual también alteraría la infor-
mación sobre la concentración de las comunidades indígenas en el
país, que ya en este momento es significativa.

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Max Arturo López Hernández

Gráfica 7.2 Estados según densidad indígena

Densidad
15% o más
De 10% a menos de 15%
Menos de 10%

Fuente: Elaborado por pumc / unam [disponible en: http://www.nacionmulticultural.unam.mx/Edes-


pg/IDS/index.html, consultada el 28 de mayo de 2010].

La presencia territorial

Las mayores concentraciones de población indígena se ubican en las


regiones del occidente, sur y sureste del país.
A esta situación es necesario combinar la información y agregar el
índice de desarrollo humano (idh),4 que muestra la correlación entre
presencia indígena y entidades con menor desarrollo humano.

Índice de desarrollo humano

En la gráfica 7.2 se observa que las entidades ubicadas en las re-


giones de occidente y sur son las que tienen mayor densidad
de población indígena y, a la vez, las regiones con menores índices de
desarrollo; si se coteja con el mapa, visualmente es posible relacionar

4 Es una medida compuesta que expresa de manera sintética la situación general del desarrollo de
un país o región y es utilizado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud).
Tiene tres componentes: ingresos, educación y salud (inee, 2004: 35). También significa la opor-
tunidad de obtener los recursos necesarios para disfrutar de un nivel de vida decoroso [disponible
en: http://www.unpd.org].

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La formación ciudadana en las comunidades indígenas

Cuadro 7.3 Desigualdad regional del índice de desarrollo humano

Posición Índice de Índice de Índice de


Región idh
según idh Salud educación Ingreso
1 Noreste 0.8333 0.8638 0.8056 0.8342
2 Noroeste 0.8356 0.8647 0.7627 0.8210
3 Centro 0.8276 0.8697 0.7477 0.8083
4 Occidente 0.8283 0.8221 0.7125 0.7876
5 Sur 0.8104 0.7884 0.6623 0.7537
Nacional 0.8250 0.8331 0.7513 0.8031
Fuente: pnud (2007), citado en Emmerich (2009: 20).

Gráfica 7.3 Estados según grado de desarrollo social

Grado de
desarrollo
Muy alto
Alto
Medio
Bajo
Muy bajo

Fuente: unam [disponible en: http://www.nacionmulticultural.unam.mx/Edespig/IDS/index.html,


consultada el 27 de mayo de 2010].

las regiones con presencia indígena y su correspondencia con los es-


tados con menor desarrollo humano.

Estos grupos étnicos tienen dinámicas socioeconómicas y


culturales específicas que los hacen diferentes al resto de
la sociedad nacional. Son distintos los elementos que de-
limitan un grupo étnico; pero, en general, presentan dos

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Max Arturo López Hernández

características: son oprimidos y discriminados por su con-


dición étnica por la sociedad nacional. La gran mayoría
de los indígenas de México son campesinos pobres, eji-
datarios, minifundistas, comuneros, jornaleros agrícolas,
artesanos o proletarios a los cuales las clases dominantes
les sacan provecho. El hecho de ser indígenas agrava su
situación de explotados; pues debido a sus características
étnicas la explotación es más aguda, y la discriminación y
opresión cultural se manifiesta. Indudablemente esta dis-
criminación ha sido un obstáculo histórico para el desarro-
llo de los grupos étnicos e integración al conjunto nacional
(Sandoval Forero, 2002: 15).

Los indicadores educativos

Aun considerando que las políticas educativas orientadas a la


incorporación de los indígenas eran una estrategia nodal para su
conversión, los datos reflejan el desinterés de esta actividad en
el marco de una discriminación territorial mucho más amplia,
que también abarca a los grupos ciudadanos de las áreas rurales
y urbana.
Además, los niveles educativos se compaginan en el panorama
dramático del nivel de los grupos indígenas: al comparar los estados
con mayor población indígena y el nivel que ocupa la entidad en
el concierto educativo nacional, la mayoría se encuentra por debajo de
la media nacional: Oaxaca se encuentra en el lugar 31; Chiapas en el
32; Veracruz en el 27; Puebla en el 25; Yucatán en el 23; Guerrero en
el 30; Hidalgo en el 24; San Luis Potosí en el 22; Michoacán en el
29. Las excepciones son el estado de México, en el lugar 9; Distrito
Federal en el 1, y Quintana Roo en el 11.
Así, las comunidades indígenas, por sus propias condiciones de
alejamiento, supervivencia cultural y dominio territorial, se encuen-
tran dentro de los segmentos más pobres del país, lo que afecta su
participación en el proceso de democratización, ya que se encuen-
tran limitadas por las circunstancias de su existencia, que pueden o
no determinar la orientación de su preferencia, pero que sin duda sí

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La formación ciudadana en las comunidades indígenas

Gráfica 7.4 Indicadores de calidad educativa, comparativo estatal


10

5
DF
NL
COAH
BCS
SON
BC
TAMPS
AGS
EDOMEX
SIN
QROO
COL
MOR
QRO
CHIH
TLAX
Nacional
TAB
NAY
DGO
CAM
SLP
YUC
HGO
PUE
ZAC
VER
GTO
MICH
GRO
OAX
CHIS
Fuente: inegi (2005).

si influyen en el comportamiento directo en las urnas, con base en


las siguientes consideraciones:

• Existen limitaciones para la comunicación, aspecto fundamental


en los procesos de democratización. Son reducidas las posibili-
dades para el ejercicio pleno de su derecho a la información, dis-
cusión, debate y valoración de las propuestas para el desarrollo,
elaboradas por los partidos políticos en competencia, dado que
se trata de ciudadanos poco informados para tomar decisiones
razonadas (Sartori, 1997).
• Las condiciones de calidad de vida son reducidas y esto establece
prioridades para la supervivencia cotidiana de las comunidades.
También justifica la demanda para consolidar sus capacidades de au-
togestión y desarrollo productivo. En estas condiciones es explicable
la desconfianza hacia las acciones públicas, lo que genera disociación
entre los discursos políticos y la importancia de participar de manera
razonable en los procesos político electorales.
• La cultura indígena predominante en las localidades tiene una
visión diferente sobre las formas de elección directa en asambleas
comunales, lo que dificulta la comprensión de normas electorales
que les son ajenas.

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Max Arturo López Hernández

• Por tanto, es posible inferir que la participación en los proce-


sos electorales es parte de la tradición clientelar que operó en
gran parte del siglo xx, a partir de las promesas de campaña o de
relaciones y compromisos con políticos y cacicazgos locales que
ofertaban ayudas o apoyos puntuales.

Conclusiones

Es bastante significativo que sea hasta 2000, cuando se muestra interés


por el conteo de los grupos étnicos en México y refleja algunas cues-
tiones importantes: el país es parte de un proceso de transformaciones
mundiales que afectan de manera positiva el esquema de la democracia
y permite la adquisición de una visión multicultural; la aparición de
nuevos actores políticos con el movimiento del ezln, que consolidó las
demandas indígenas, y las instituciones comenzaron a asumir compro-
misos más directos con los grupos indígenas del país.
Este inicio de visibilidad de los pueblos originarios está expre-
sado en lo limitado de las informaciones censales, que justo empie-
zan a principios de siglo y toman como base el aspecto lingüístico,
quedando aún datos pendientes, que ahora se comienzan a deta-
llar, en especial, con el Sistema de Información de los Pueblos In-
dígenas de América, generado por la unam —del que se maneja
información específica en este trabajo.
Aun con lo restringido de la información oficial, es posible la
construcción de conclusiones mínimas que permiten señalar la pre-
sencia significativa y focalizada de los diversos grupos indígenas, y
conjugarlas con otros indicadores relacionados a las condiciones so-
cioeconómicas.
Precisamente a partir de la conjugación e intercambio de los
diversos datos se puede inferir la existencia de diversos problemas
que limitan la calidad de la democracia, entre ellos, el problema de
la multitud de lenguas y la dispersión de las comunidades, así como la
aparición de nuevas formas de gobierno que conjugan las reglas del
sistema democrático del país, con las formas de representación y or-
ganización indígena, como es el caso de Chiapas, Oaxaca y Guerrero
(entidades clasificadas como de mayor pobreza).

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La formación ciudadana en las comunidades indígenas

Los datos muestran que, existe una presencia indígena equi-


valente al 10.52% de la población, es decir, de actuar de manera
coordinada, su peso electoral podría inclinar las balanzas electo-
rales en un sistema tan competitivo como el que ahora se tiene en
México.
Se hace notoria la marginación de las comunidades con respecto
al desarrollo del México moderno, estando en la línea de los sectores
de pobreza y pobreza extrema, compartiendo estatalmente los últi-
mos lugares en desarrollo humano y educación, componentes de la
calidad de vida, y los resultados de la democracia en el país.

Relación entre transformación democrática en México


y la nueva visión sobre las comunidades indígenas

En México la reunión de San Andrés Larráinzar significó la pre-


sencia de nuevos actores políticos y una nueva línea de segui-
miento en la resolución concertada que busca atender la confron-
tación con los pueblos indígenas. Esto permite una interpretación
a partir de tres vertientes centrales: el agotamiento del modelo
fordista y el colapso de los metarrelatos; la nueva identidad del
Estado, y la trascendencia de propuestas culturales que se habían
mantenido ocultas.

El agotamiento del modelo fordista y el colapso de los metarrelatos

El incremento de las demandas de las minorías étnicas, y que parecía


que estaban agotadas en el modelo integrador del Estado–nación,
reaparece hacia el último cuarto del siglo xx con una fuerza inusi-
tada y fue síntoma del debilitamiento del control gubernamental,
que había alcanzado poderes ilimitados como rector de la economía
y el control social. En la década de los setenta los países altamente
desarrollados se vieron obligados a modificar sus reglas de control
y, frente a la profunda crisis fiscal, aplicaron medidas drásticas con
la imposición del modelo neoliberal, que si bien alteró de manera
esencial las relaciones con el mercado, también liberó las fuerzas so-

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Max Arturo López Hernández

ciales y permitió la emergencia de nuevos actores políticos, lo que


modificó de manera radical el pacto fordista que había mantenido
con los trabajadores y las empresas.
Las profundas crisis económicas de América Latina, resultado
también del agotamiento del viejo modelo de acumulación y la inje-
rencia directa de instituciones financieras internacionales, obligaron
a la modificación de las estructuras gubernamentales en la década de
los ochenta, y con ello se entró en los cambios denominados estruc-
turales, que significaban la privatización de las empresas públicas
como incentivos básicos para liberar las fuerzas del mercado (Lese-
mann, 2008).5
En los noventa, la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas (urss) y el bloque socialista alteró también de manera
drástica la imagen del Estado totalitario y abrió las pautas para el
desarrollo del mercado (López Hernández, 2007: 18).
Este debilitamiento de los controles de los estados fue acelera-
do por las transformaciones causadas por los cambios en las fuerzas
productivas, provocados por las nuevas tecnologías de información y
comunicación (ntic) y que requerían de nuevas formas de organi-
zación para desarrollarse, en especial, la comunicación que permitió
la movilidad planetaria virtual de capital financiero y, con ello, la
aceleración de las crisis económicas.
Este proceso, denominado posfordismo, posmodernidad o glo-
balización, es considerado como el principal argumento que detona
el desarrollo de los nuevos agentes económicos, sociales y políticos;
pues al limitarse la intervención estatal sobre los agentes que ac-
túan en el mercado, en la sociedad y en lo público, se posibilita que
las energías de los grupos segregados se liberen y exploten en la mis-
ma medida en que fueron contenidas.

5 “[...] nos encontramos en presencia de un conjunto de fenómenos sociales que interactúan los
unos con los otros. Se trata de la globalización creciente de intercambios económicos y culturales;
de la transformación del trabajo, de su significado, su estatus; de la transformación de la seguridad
social; del surgimiento del individuo ‘reflexivo’ que se da cuenta de antemano de su destino; de
nuevas filosofías de administración que celebran la flexibilidad, la movilidad o el just in time; del
dominio de la ideología neoliberal sobre los sistemas económicos, políticos y culturales, sólo por
mencionar algunos de estos cambios” (Lesemann 2008: 86).

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La formación ciudadana en las comunidades indígenas

El agotamiento del modelo tiene sus consecuencias en los me-


tarrelatos construidos por el Estado, y entran en crisis lo universal
(Lyotard, 1989),6 la igualdad y la uniformidad, de las cuales era ga-
rante el Estado–nación y sus instituciones, y trasciende hacia un
proceso intenso de transformación y cambio de paradigmas, donde
los administradores reelaboran las formas de hacer política y organi-
zar los asuntos de gobierno. El Estado disminuido cambia las pau-
tas de certeza por la incertidumbre, el pragmatismo y la negocia-
ción, aspectos que deben asumir las nuevas reglas de gobernabilidad
y gobernanza para garantizar un nuevo tipo de convivencia social.
La liberación del mercado también implicó el traslado del tema
de la pobreza a las fuerzas libres de la demanda y la oferta, y con ello
la motivación para generar organizaciones sociales y productivas con
capacidad autogestora para atender sus asuntos de supervivencia.7
Esta flexibilidad del control estatal se convirtió en una coyuntura
importante, que permitió acelerar las acciones indígenas y traspasar
los umbrales a los que habían estado sometidos y cuyos casos más
significativos en América Latina fueron los del ezln y la llegada al
poder de Evo Morales, representante de los pueblos indígenas de
Bolivia. Asimismo, han sido importantes y trascendentes las movili-
zaciones en Ecuador, Paraguay, Perú y Brasil (Zivechi, 2008).
El reclamo de los derechos colectivos encuentra propicia la crisis
estructural planetaria y permite integrar los esfuerzos de las colec-
tividades indígenas para aparecer finalmente en el escenario inter-
nacional, exigiendo sus cuotas de participación en los procesos de
democratización y en la toma de decisiones establecida por el es-
quema de la descentralización de los recursos federales; reforzar sus
esquemas de autogestión para atender los problemas de la autosu-
ficiencia alimentaria; impulsar la reforma electoral que amplíe sus

6 “Por metarrelato o gran relato, entiendo precisamente las narraciones que tienen función legiti-
mante o legitimatoria. Su decadencia no impide que existan millares de historias, pequeñas o no
tan pequeñas, que continúen tramando el tejido de la vida cotidiana” (Lyotard, 1989: 31).

7 El Banco Mundial está implementado acciones denominadas Trabajando Unidos para un Cam-
bio, donde la estrategia fundamental son las alianzas públicas y privadas para la reducción de la
pobreza.

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Max Arturo López Hernández

esquemas para incorporar otras formas de decisión colectiva sobre


asuntos precisamente públicos; exigir que la visibilidad también sea
empoderamiento en la representatividad de los partidos y poderes
políticos. Es decir, se aprecia un nuevo protagonismo, donde los de-
rechos culturales estén realmente considerados, dejando a un lado la
marginación.
Evidentemente, México está ante una oportunidad para ampliar
y mejorar su sistema de participación democrática.

La nueva identidad del Estado

En una fracción significativa del siglo xx, los derechos humanos


estuvieron contaminados por la guerra fría, por la confrontación
entre los mundos denominados occidental y oriental, que en su lu-
cha por la intervención de espacios mundiales habían alcanzado un
fuerte control sobre sus habitantes e impedían el libre juego del de-
bate y del pensamiento discursivo, generando arbitrariedades sobre
una población con poca capacidad de presión. Al caer el muro de
Berlín, al desaparecer la urss y al debilitarse los gobiernos capitalis-
tas, también desapareció el punto de confrontación mundial y quedó
un esquema de incertidumbre que algunos personajes denominaron
como el tiempo del caos (Balandier).
Fue el momento de construcción de una nueva identidad del Estado,
con trascendentales reformas constitucionales que comenzaron a diseñar
una nueva plataforma de gobernabilidad,8 que inició con la disminución
de la intervención estatal en los procesos económicos, trasladando las

8 “Las reformas de primera generación se refieren a las transformaciones macroeconómicas en


América Latina en la década de los ochenta (Evans, 1996: 531). El índice de reformas está com-
puesto por cinco subíndices: Liberalización de las importaciones; liberalización financiera interna;
apertura de la cuenta capital; y reforma tributaria (Stallings y Peres, 2000, citado por Ansolabehe-
re, 2005: 40). Las de segunda generación son reformas focalizadas a niveles intermedios, locales o
unidades singulares en la década de los noventa —descentralización— ( Javed, 1999). Otra apre-
ciación señala: ‘Las reformas de segunda generación hicieron hincapié en la calidad institucional
como condicionante del desempeño económico de las reformas, mientras que las de tercera ge-
neración intentaron abordar la importancia de las políticas sociales compensatorias de los efectos
no deseados de los procesos de apertura, liberalización y privatización económica’ (Ansolabehere,
2005: 50, nota 30)” (López, 2007: nota 3 de pie de página).

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La formación ciudadana en las comunidades indígenas

empresas públicas hacia la esfera del mercado privado. De estas reformas


denominadas estructurales, se pasó a nuevas definiciones institucionales
y funcionales, lo que dio lugar al crecimiento de las empresas y mayor
participación de las organizaciones sociales, quienes adquirían nuevos ro-
les como agentes con capacidad de decisión y relativamente autónomos.
En México, esta ingeniería jurídica que consolidaba los cam-
bios estructurales también se trasladó a otros campos, como el de
la participación democrática, y a la construcción de un nuevo siste-
ma competitivo electoral, lo que promovió la integración de insti-
tuciones autónomas, como el Instituto Federal Electoral (ife) y los
institutos estatales, quienes asumieron el compromiso de garantizar
reglas claras de competencia electoral que dieran confianza tanto en
los partidos políticos como en los ciudadanos, a fin de que la vota-
ción fuera confiable y el Estado pudiera recuperar la legitimidad.
El registro de transformaciones también se trasladó a los dere-
chos humanos, a la protección de los ciudadanos frente a las arbi-
trariedades de gobierno, que se habían mantenido en la impunidad,
y con ello se fortalecieron las tendencias a proteger a los sectores
desvalidos, hacia el reconocimiento de la diversidad, y se vieron fa-
vorecidos los derechos culturales y el reconocimiento de los usos y
costumbres de las comunidades indígenas.
Es entonces cuando las nuevas definiciones hacia el siglo xxi co-
menzaron a tener sentido. Los derechos humanos dejaron de ser
acuerdos, declaraciones y oficinas denunciadoras de abusos oficiales,
para convertirse, por la vía de los hechos, en instancias de legitimidad
de las nuevas organizaciones ciudadanas, debido a que las transfor-
maciones globales también cuestionan la visión universal de mirar las
cosas y a las personas, por lo que las tendencias son a mirar el mundo
de manera más compleja, subrayando las diferencias, la importancia de
la otredad y, en especial, a poner el acento en las singularidades que de-
finen a las personas. Con esto se reforzó la importancia de los derechos
culturales como un componente más de los derechos humanos.
El siglo xxi se desarrolla con la confrontación de miradas: lo di-
ferente se privilegia frente a la igualdad; lo particular frente a lo uni-
versal; lo individual frente a lo genérico. Es el inicio del dominio del
individuo que se expresa en la aparición de sujetos organizados que

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Max Arturo López Hernández

reclaman sus derechos específicos: las mujeres, los niños, los jóvenes,
los de tercera edad, los de capacidades diferentes, los de preferencia
sexual, migrantes, los reos con su derecho a la vida y a ser tratados
como humanos, los no fumadores, los alcohólicos internados, los en-
fermos en los hospitales, los peatones, los de religiones e ideologías es-
pecíficas, los reporteros, los defensores de la ecología y todas las formas
organizadas que se inventen al calor de la autodefensa grupal, dentro
de los cuales con una fuerza significativa e histórica se encuentran los
derechos de las minorías étnicas.
Este panorama conlleva a debatir temas sensibles para definir
los derechos humanos grupales, derivados de los intereses espe-
cíficos de grupo: género, interculturalidad, ecología, calidad de
vida y tanatología, alimentación, educación, vivienda, salud y ser-
vicios, a la felicidad, al amor, al respeto, etcétera. En este contex-
to se presentan debates y propuestas que buscan generar nuevas
interpretaciones más acordes con las nuevas transformaciones,
como el planteamiento de Will Kymlicka (1989), que señala la
importancia de las comunidades culturales o étnicas como formas
específicas de formación ciudadana: las políticas establecidas en
Estados Unidos relacionadas con la discriminación positiva, de-
rivada del multiculturalismo o de la diferencia a favor de las mi-
norías tradicionalmente marginadas (Velasco Arroyo, 2007);9 la
propuesta en España, al reconocer su construcción multicultural

9 Las políticas públicas conocidas con el nombre de discriminación positiva en favor de determinados
grupos minoritarios se suelen encuadrar dentro de las llamadas políticas del multiculturalismo
o de la diferencia. “Entre las diversas iniciativas encaminadas a hacer efectivo el principio de
igualdad así como a erradicar las expresiones de discriminación social, destacan aquellas medidas
que otorgan un tratamiento preferencial en el reparto de ciertos recursos básicos a los miembros
de los grupos que han estado sometidos en el pasado a un régimen discriminatorio. Se trata de
programas diseñados específicamente para compensar a dichos individuos, así como para elimi-
nar aquellos efectos derivados de esta situación de desventaja, que de otro modo se perpetuarían.
Los primeros programas conformados con tales criterios se idearon a mediados del siglo xx en los
Estados Unidos, momento en el que se empezaron a implementar una serie de medidas legales
en favor de minorías tradicionalmente marginadas que recibieron el nombre de acción positiva
(affirmative action), etiqueta que corresponde a lo que en otros lugares se conoce como discrimina-
ción positiva o discriminación a la inversa. Estas intervenciones surgieron, en gran medida, como
respuesta a la presión ejercida por el movimiento de derechos civiles contra la segregación racial
y recibieron posteriormente la cobertura jurídica de diversas sentencias del Tribunal Supremo es-
tadounidense” (Velasco Arroyo, 2007: 142).

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La formación ciudadana en las comunidades indígenas

(Montemayor, 2000);10 incluso las propuestas de creación de es-


tados multinacionales y el concepto de autonomía de los pueblos
indígenas, como lo señaló Margarito Xib Ruiz en el Primer En-
cuentro Continental de Pueblos Indios celebrado en Ecuador en
1990 (Montemayor, 2000: 132).

La trascendencia de propuestas culturales


que se habían mantenido ocultas

Aquí es necesario hacer una acotación: el ocultamiento de las pro-


puestas culturales de los pueblos indígenas se había intentado rea-
lizar por los diversos poderes políticos, que no sólo encubrieron la
naturaleza de los movimientos, es decir, su carácter cultural, sino que
hicieron esfuerzos importantes por desaparecerlos, porque en ver-
dad los consideraban rezagos del pasado, contrarios a la civilización.
Eran considerados sujetos que no pertenecían a la construcción del
México liberal o del periodo moderno, y por eso avergonzaba a los
gobiernos la existencia de estos “restos del pasado precolonial”. Así,
en el siglo xix se hicieron esfuerzos oficiales para su desaparición, en
especial, con el desconocimiento jurídico de sus propiedades.
La razón de no querer aceptar a los pueblos indígenas nace de
la misma Conquista Española y se desarrolló con la visión del ca-
pitalismo emergente de los siglos xviii y xix, cuando el contenido
positivista establecía el esquema de uniformidad para la integración
sistémica de la humanidad, con base en los criterios de universalidad
e igualdad establecidos por la cultura dominante occidental.
Lo verdaderamente extraordinario es la resistencia cultural por
más de 500 años, como lo evidencia el listado de insurrecciones, las
gestiones jurídicas para la defensa de sus tierras e incluso su participa-
ción en la Revolución Mexicana y en todas las formas de resistencia;
mantienen latentes sus rasgos culturales, sus lenguas, sus formas de or-

10 “La creación del estado multinacional era la tarea de los pueblos indios del presente y sería el pro-
grama de los pueblos indios del futuro. España por ejemplo, se había constituido ya bajo la forma
multinacional, es decir: el Estado no representa ya a una sola nación (‘la nación española’), sino
que representa los intereses de las diversas nacionalidades que conviven bajo ese mismo Estado: la
nación gallega, la vasca, la andaluza, etcétera” (Montemayor, 2000: 133).

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Max Arturo López Hernández

ganización, en fin, sus usos y costumbres. Aun en el México moderno


y con la visión de igualdad ciudadana, el tema de la discriminación se
busca resolver no por el lado de aceptar la multiculturalidad sino por
el de la desaparición, la desindianización, y éste es el papel que jugó el
sistema educativo con la pretensión de enseñar a leer y escribir a los
indígenas, pero en lengua castellana, porque era el indicador de incor-
poración a la nación.11
Desde la perspectiva de las comunidades indígenas, el siglo xxi
es un periodo de integración, comunicación y organización de los
pueblos originarios en América Latina; según Raúl Zibechi, esto se
debe a la convergencia de tres tendencias:

Tres grandes corrientes político–sociales nacidas en esta re-


gión conforman el armazón ético y cultural de los grandes
movimientos: las comunidades eclesiásticas de base vincu-
ladas a la teología de la liberación, la insurgencia portadora
de una cosmovisión distinta de la occidental y el guevaris-
mo inspirador de la militancia revolucionaria (2008: 23).

Este sincretismo entre movilización indígena y transformaciones


del Estado se ha materializado en importantes acuerdos, convenios
y leyes de carácter internacional, nacional y local, que preservan
las culturas de los pueblos originarios. Dentro de ellos, el más signi-
ficativo fue el celebrado en Ginebra en 1990, denominado Convenio
169 de la Organización Internacional del Trabajo (oit), a partir del
cual se proponía la defensa de los derechos humanos de los pueblos
indígenas, el respeto a su cultura, religión y organización social y
económica (Montemayor, 2000: 127).

11 “Pero la enseñanza de la lengua castellana no resultaba fácil. Como subsecretario de Educación,


Moisés Sáenz convocó en 1927 a especialistas de todo el país a formular un proyecto metodológi-
co para la enseñanza del castellano como lengua extranjera para niños y adultos de comunidades
indígenas. Ofelia Garza planteó por vez primera en esa ocasión que la enseñanza de la escritura
y lectura en lengua indígena debía ser anterior a la enseñanza del castellano, propuesta que sólo
se aceptó en 1935, cuando provino del director del Instituto Lingüístico de Verano, el lingüista y
misionero protestante William Cameron Townsend” (Montemayor, 2000: 99).

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La formación ciudadana en las comunidades indígenas

Conclusiones

El crecimiento de las movilizaciones y demandas de los movimien-


tos sociales a fines del siglo xx derivan de dos aspectos: la resistencia
cultural y el agotamiento del modelo de Estado–nación, que tiene
sus consecuencias en la transformación de los metarrelatos, en espe-
cial, los que uniformaban al mundo bajo los criterios de lo universal y
la igualdad. El debilitamiento del Estado se convirtió en una co-
yuntura estratégica para acelerar la participación y consolidación de
nuevos actores sociales y políticos; en especial, favoreció la organiza-
ción de los indígenas.
Esta doble situación evidencia la construcción de una nueva iden-
tidad del Estado, que disminuye sus facultades de intervención en las
diversas esferas de lo económico y lo social, y diseña nuevas platafor-
mas de gobernabilidad, expresadas en reformas constitucionales que
también se trasladaron a campos de participación democrática y a la
construcción de un nuevo sistema competitivo electoral.
Estas transformaciones y las nuevas definiciones son las que per-
miten enriquecer los derechos humanos, al cuestionar la visión uni-
versal de mirar las cosas y a las personas, y las nuevas instituciones
responsables de la defensa de los derechos humanos comienzan a
convertirse, por la vía de los hechos, en instancias de legitimidad de
las nuevas organizaciones ciudadanas.
Hasta principios del siglo xxi se comienza a buscar explicaciones
sobre las razones para no querer aceptar a los pueblos indígenas, y a
cuestionar la visión positivista y los parámetros de modernización
que se establecieron por la comunidad occidental dominante, lo que
bloqueaba el conocimiento de los matices de las historias singulares
de la humanidad.
En la actualidad, las experiencias de la defensa cultural de los pue-
blos originarios, el sostenimiento de sus características culturales, sus
lenguas, sus formas de organización, así como el hecho de haber lo-
grado trascender funcionalmente en el manejo de sus usos y costum-
bres; son muy enriquecedoras y abren una veta extraordinaria para la
convivencia humana, a partir del reconocimiento de la multiculturali-
dad como mecanismo de integración y aceptación de lo diverso.

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Max Arturo López Hernández

La correlación entre transformación del Estado y moviliza-


ciones indígenas se ha traducido de manera esencial en acuerdos,
convenios y leyes que preservan y defienden a las culturas de los
pueblos originarios.

Avances y déficit en la calidad democrática


en México, en relación con el reconocimiento
de las comunidades indígenas

Los componentes de esta parte se refieren a tres aspectos: la cons-


trucción de consensos a partir del reconocimiento a las comunidades
indígenas, que se reflejan en la nómina de acuerdos, convenios y le-
yes internacionales, nacionales y locales; los déficit, que tienen que
ver con las consecuencias del hostigamiento y marginación de estas
comunidades, y la percepción del común de los ciudadanos sobre el
ejercicio democrático en México con respecto a estas comunidades.

Los reconocimientos formales a las comunidades indígenas

Contexto internacional
Las profundas transformaciones globales y el ensanchamiento de la
información disponible han permitido generar redes de comunica-
ción y organización que han sido aprovechadas por las comunidades
indígenas más activas, y han logrado importantes declaraciones, en
las que se da el reconocimiento explícito a los derechos de los grupos
étnicos a mantener su cultura, su organización y a ser respetados por
los países que han firmado los diversos acuerdos. Entre los más des-
tacados se encuentran los siguientes:

• El Convenio sobre pueblos indígenas y tribales, aprobado por la


Asamblea General de la oit en 1989, el Convenio 169. Uno de
los documentos de mayor interés promovidos por las moviliza-
ciones indígenas.
• La Declaración sobre los derechos de las personas pertenecientes a
minorías nacionales o étnicas, religiosas y lingüísticas, aprobada por

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La formación ciudadana en las comunidades indígenas

la Asamblea General en su resolución 47/135 del 18 de diciembre de


1992, de la Organización de las Naciones Unidas (onu).
• De la Organización de las Naciones Unidas para la Educación,
la Ciencia y la Cultura (unesco), la Declaración universal sobre la
democracia, adoptada por el Consejo Interparlamentario en su
161 sesión (El Cairo, Egipto, septiembre de 1997).
• La Carta Democrática Interamericana de la oea, en su 28 pe-
riodo extraordinario de sesiones (11 de septiembre de 2001, en
Lima, Perú).
• El Proyecto de Declaración Americana sobre los Derechos de
los Pueblos Indígenas, tomando como base la propuesta original
de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (cidh)
(Washington, 30 de mayo de 2003).
• La Declaración de las Naciones Unidas sobre Pueblos Indígenas,
aprobada el 13 de septiembre de 2007.

Contextos nacionales en América Latina


En América Latina en las dos últimas décadas, se ha desatado una
importante efervescencia sobre reformas jurídicas que refuercen los
derechos de los indígenas; algunos ejemplos de esto son:

• Perú promulga la Declaración de Machu Picchu sobre la Demo-


cracia, los Derechos de los Pueblos Indígenas y la lucha contra la
pobreza en julio de 2001.
• Guatemala promulga la Ley de Idiomas Nacionales, que ofi-
cializa el uso de idiomas indígenas a través del Decreto número
19–2003 en mayo de 2003.
• En Venezuela, diciembre de 2005, entra en vigor la Ley Orgáni-
ca de pueblos y comunidades indígenas.
• En Chile, el Senado establece la Norma para la Consulta a los
Pueblos Indígenas en abril de 2009.
• En Ecuador, en la x Cumbre de la Alianza Bolivariana para los pue-
blos de Nuestra América (alba), se debate sobre los temas de plu-
rinacionalidad e integración (24 de junio de 2010). Se presenta el
Proyecto de Ley Orgánica de Coordinación y Cooperación entre la
Justicia Indígena y la Justicia Ordinaria (febrero de 2010).

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Max Arturo López Hernández

• En Brasil, el Senado aprueba el Estatuto de Igualdad Racial en


junio de 2010.
• En toda la región, finalmente, el tema de los derechos cultura-
les de los pueblos indígenas se considera de interés nacional, y
hay un consenso sobre la necesidad de restituirles sus derechos
y darles el reconocimiento a sus usos y costumbres. Esto se ex-
tiende a Brasil (1988), Argentina (1994), Bolivia (1995), Co-
lombia (1991), Ecuador (1998), Costa Rica (1977), Nicaragua
(1987), Panamá (1983) y Paraguay (1992).

México
Dentro de las transformaciones mexicanas para el desarrollo de la
democracia desde la perspectiva indígena, se han producido hechos
significativos, como la suscripción al Convenio 169 de la oit, ratifi-
cado por el senado en 1991, y la mesa de negociaciones y acuerdos
de San Andrés Larráinzar (1996), que condujeron a significativas,
aunque limitadas, reformas constitucionales en 2002, cuando se re-
conoció la composición pluricultural del país, en el Artículo 2, y la
existencia y protección de los pueblos indígenas, en el Artículo 4.
Esta situación potencializó las condiciones para mejorar la parti-
cipación de las comunidades indígenas en los diversos procesos po-
líticos, sociales y económicos, y dio pauta para cambios jurídicos y
censales que establecen compromisos con las nuevas disposiciones
de atención a los indígenas. Los censos nacionales por primera vez
consideraron la concentración indígena en 2000. El ife generó en
2004 el primer esquema de redistritación indígena; los partidos
políticos incorporaron en sus estatutos el tema de la participación
indígena y, en algunos casos, la necesidad de considerarlos en las
representaciones electorales. En las normas locales, diversos gobier-
nos comenzaron a modificar sus constituciones como producto de
los cambios federales, pero también incorporaron en sus normas el
tema de los indígenas.
Las principales transformaciones jurídicas se comenzaron a dar en
Oaxaca, que en el Capítulo v de su constitución reconoce los usos y
costumbres de las comunidades. Asimismo, se reformaron las cons-
tituciones locales de Chiapas, Hidalgo, Quintana Roo, Tlaxcala,

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La formación ciudadana en las comunidades indígenas

Chiapas, Guerrero (con impactos en el Código Electoral) e incluso


en el Distrito Federal, donde se reforzaron los derechos indígenas.
El Instituto Federal Electoral (ife) tenía interés desde 1997
en detectar la presencia de los indígenas y su comportamiento
electoral, sin embargo, las restricciones censales y la reducida in-
formación del Instituto Nacional Indigenista (ini) limitaron el es-
fuerzo (véase Lartigue, 2008: 11), y no fue sino hasta 2004 cuando
se logró organizar el mapa electoral nacional que considera la
presencia indígena, es decir, aquellos distritos electorales donde
la población rebasa 40%, según los datos censales proporcionados
por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (inegi); así,
se focalizaron 28 distritos, lo que significó un paso en el registro
nominal de estas comunidades y con lo cual el ife se sumaba al
esquema de visualización de los pueblos.
Si bien es cierto que antes de la redistritación de 2004 no exis-
tía de manera oficial el concepto de distritos indígenas, el ife desde
1997 ya se apoyaba en parámetros y estudios del ini para denominar
y analizar su comportamiento electoral, en el que comprendían 34
distritos.
Los componentes del cuadro 7.4 permiten visualizar la pre-
sencia electoral indígena en el territorio y el peso específico en el
momento electoral, registrando 11 estados y con la mayor concen-
tración en Oaxaca y Chiapas.
Los impactos de la movilización indígena se expresaron también
en los partidos políticos. En la década de los noventa (1996), incor-
poran por primera vez en sus declaraciones de principios, estatutos
y programas de acción el tema de los indígenas, con lo que se logró
amparar la participación de los indígenas dentro del esquema de la
participación democrática y los procesos electorales. De esta manera,
se produjo un gran paso en la calidad de la democracia en el país,
porque logra combinar los planteamientos y reglas de representativi-
dad occidentales con el reconocimiento de los usos y costumbres de
las comunidades. Ya no es el planteamiento de aculturación que sig-
nificaba deslindarse de las culturas indígenas sino de articularlas, de
buscar establecer diálogo con y entre las lenguas indígenas, y aceptar
las formas de gobierno singulares.

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Max Arturo López Hernández

Cuadro 7.4 La redistritación indígena 2004

Número de
Estado distritos indígenas

Oaxaca 8
Chiapas 4
Puebla 3
Veracruz 3
Yucatán 3
Hidalgo 2
Campeche 1
Guerrero 1
Estado de México 1
Quintana Roo 1
San Luis Potosí 1
Fuente: ife.

Los déficit

En principio, se tiene una dificultad para establecer con claridad el tema


del déficit democrático en las comunidades indígenas, porque existen
diferencias culturales entre lo que se concibe como democracia liberal
y comportamiento electoral en las sociedades occidentales, y las formas
de comportamiento interno de los pueblos indígenas para determinar
sus formas de gobierno y designar sus autoridades. Desde aquí se tiene
un primer nivel de actitud, pues mientras el tema de la representación
significa decidir sobre los proyectos de nación, en las comunidades sus
proyectos se refieren a su esquema local, a su interés inmediato y a
su propia supervivencia. La condición de autonomía también significa
visión restringida sobre los intereses públicos de la gran nación.
Desde otra perspectiva, también se encuentra muy reducida la
capacidad de comprensión de sus valores por parte de la gran co-

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La formación ciudadana en las comunidades indígenas

munidad de ciudadanos, lo que se refleja en la reciente y diversa in-


formación, donde, por ejemplo, los censos sólo hacen referencia al
aspecto lingüístico, pues no valoran otros tipos de información que
permitieran a los ciudadanos occidentalizados enriquecer el concep-
to de indígena. En esta medida, también la redistritación electoral
reduce la percepción, al no considerar la presencia de pequeñas co-
munidades que, aunque no sean significativas en el panorama elec-
toral, sí tienen sus propias formas de comportamiento político para
designar sus representantes, generar su organización y tomar deci-
siones que afectan a su colectividad.
La escasa información detallada sobre las culturas indígenas re-
presenta un gran déficit, pero no sólo para las comunidades sino para
la comprensión que tiene la gran nación de una parte significativa de
sus pobladores, ya que la valoración de la participación democrática
también se tiene que ampliar para determinar la complejidad de las
diversas acciones. Es necesario detallar las formas y los mecanismos
en que aplican sus formas de elección y selección interna y externa.
En diversas legislaciones, se ha propuesto aceptar los usos y cos-
tumbres de la comunidades, pero repiten la experiencia desgastada,
ya que al establecer el criterio genérico se pretende de nuevo unifor-
mar todos los comportamientos de las comunidades, sin considerar
que su tradición histórica, sus protecciones, sus reservas, su atomiza-
ción, sus movilidades y, en especial, su lucha por la supervivencia les
ha procreado un comportamiento desigual, denominado usos y cos-
tumbres, que es el que se está aceptando por las legislaturas, sin nin-
guna tipología que ofrezca un argumento lógicamente consistente.
Así la tarea de la democracia y de los demócratas es analizar y
comprender la complejidad de las nuevas circunstancias, donde ya
no se puede funcionar con parámetros simples y uniformes, que
busquen calificar los usos y costumbres bajo el criterio exclusivo de
comportamiento occidental, porque si bien éste ha predominado por
mucho tiempo, también se está haciendo cada vez más complicado y,
evidentemente, lo que está predominando en la actualidad es el res-
peto a la otredad, sin incorporar juicios valorativos que signifiquen
distanciamiento. El déficit de integración social a la democracia
circula en doble sentido: de los dominantes a los dominados y vi-

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Max Arturo López Hernández

ceversa, y en estos momentos estamos en el umbral de una etapa:


reconocerse en la diferencia.
Dentro de los déficit también se encuentra el esquema de margi-
nación socioeconómica y el aculturamiento al que han sido someti-
dos, pues es evidente, como ya se expuso, que existe una correlación
entre los territorios con presencia indígena y los bajos indicadores de
desarrollo humano, donde además de las reducidas áreas de atención
social, tampoco el sector educativo ha aportado elementos impor-
tantes para que las comunidades indígenas tengan elementos para
comprender e integrarse, como indígenas, al mundo occidentalizado.

La percepción ciudadana sobre el tratamiento


democrático hacia las comunidades indígenas

En las diversas encuestas de opinión, la percepción ciudadana ha


demostrado limitaciones a las acciones democráticas y desconfianza
frente los actores políticos e incluso las instituciones, pero es nece-
sario señalar que en México aún estamos dentro de un proceso de
reciente creación, que debe generar mayor legitimidad y confianza
ciudadana en sus instituciones y, además, los actores políticos deben
aprender a tener mayor transparencia y legalidad en sus acciones.
La Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciuda-
danas 2001, elaborada por el inegi y la Secretaría de Gobernación
(segob), tenía por finalidad obtener información a nivel nacional
acerca del comportamiento político e interés por el tema entre la
población de 18 años o más. Los ejemplos tomados en los cuadros
7.5, 7.6 y 7.7 sólo son representativos de una realidad que se busca
resaltar en este trabajo: la correlación entre comunidades indígenas,
bajos índices de desarrollo y falta de información cultural sobre tópi-
cos relacionados con la democracia. En este sentido, los indicadores
más bajos de percepción, información y confianza corresponden a
las regiones de occidente y sur sureste, espacios que comparten bajos
indicadores de calidad de vida y una significativa presencia indígena.
Aquí es necesario observar las respuestas “No sabe” y la referencia
a la región. Los datos evidencian una constante que puede suponer
que en las regiones de occidente y sur sureste existe desinterés, falta

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La formación ciudadana en las comunidades indígenas

Cuadro 7.5 Confianza o desconfianza en el gobierno federal

Sur sureste
Occidente
Noroeste
Noreste

Centro
Total
100

100

100

100

100

100
Confianza 44.85 53.68 47-68 41.75 43.33 43.66
Desconfianza 38.22 36.85 35.68 34.94 31.59 34.26
No sabe 16.93 9.47 16.64 23.31 12.52 22.08

Cuadro 7.6 ¿Es mejor la democracia, aunque ésta no asegure


el avance económico del país, que una dictadura
que sí asegure el avance da la economía?

Sur sureste
Occidente
Noroeste
Noreste

Centro
Total
100

100

100

100

100

100
Es mejor la democracia 55.91 60.80 48.77 56.80 62.64 43.72
La dictadura 12.22 19.78 15.54 7.61 13.28 9.25
Realmente no importa si es
9.97 6.32 12.29 13.23 10.23 6.80
democracia o dictadura
No sabe 21.90 13.10 23.40 22.37 13.85 40.23

361

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Max Arturo López Hernández

Cuadro 7.7 Al estar conversando con algunas personas,


cuando éstas empiezan a hablar de política usted...

Sur sureste
Occidente
Noroeste
Noreste

Centro
Total

13.43

23.68

33.33

19.65
9.90
100

100

100

100

100

100
Deja de poner
100 15.32 11.37 22.68 34.35 16.28
atención

Usualmente escu-
cha, pero nunca
100 12.64 11.68 27.26.70 26.29 21.70
participa en la
discusión

A veces sucede,
pero rara vez da su 100 14.09 7.62 19-62 43.07 15.60
opinión al respecto

Generalmente
participa en la
100 17.17 10.33 21.52 37.97 15.02
discusión y da su
opinión
No sabe 100 3.79 2.61 26-92 17.44 49.25

de información o ignorancia, pero también puede existir otro tipo de


componente, que tendría que ver con la percepción cultural de núcleos
indígenas acerca de temas que, si bien, son preocupación del mode-
lo de civilidad occidental, también pueden evidenciar falta de interés
cultural; esto no es posible dilucidarlo, porque las propias encuestas
siguen un modelo tipo de entrevistado, sin imaginar las posibilidades
de cuantificar las diferencias culturales.
En otro texto, Situación de la democracia en México (Emmerich,
2009) también se documenta la invisibilidad de las comunidades in-
dígenas, por ejemplo, ante la pregunta: “¿Existe consenso sobre una
ciudadanía común y sin discriminaciones?”, la respuesta es “Mucho”.
Y la argumentación que ofrecen es que “La nacionalidad y la ciuda-
danía mexicana son ampliamente excluyentes, y existe un consenso
de que éstas deben adquirirse sin discriminaciones” (2009: 23).

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La formación ciudadana en las comunidades indígenas

A la pregunta: “¿En qué medida las diferencias culturales están


reconocidas y las minorías están debidamente protegidas?”, la res-
puesta es “A medias”. Y explican: “No obstante la construcción de un
marco normativo amplio y la existencia de esfuerzos institucionales
que intentan brindar cobertura y protección a las diferencias cultura-
les, las evidencias muestran que de este reconocimiento formal no se
ha avanzado mucho más” (Emmerich, 2009: 24). Si se correlacionan
ambas preguntas y sus comentarios, se infiere que el indígena conti-
núa siendo un personaje segregado de la vida ciudadana.
Un elemento curioso, derivado de este importante esfuerzo por
determinar las condiciones y los avances de la democracia en Méxi-
co, es que en el listado de derechos civiles y políticos en México y el
mundo no aparecen referencias a los derechos indígenas (Emmerich,
2009: 38).

Conclusiones

De la valoración sobre los avances en la formación ciudadana, es ne-


cesario destacar la capacidad de integración que están comenzando
a adoptar las comunidades y que se refleja en acuerdos internacio-
nales, legislaciones nacionales y locales, donde el punto central es el
reconocimiento a los derechos culturales. La explicación también se
perfila desde la perspectiva de las grandes transformaciones mundia-
les y los nuevos roles de los estados–nación, que están permitiendo
el desarrollo de nuevos actores políticos, sociales y económicos.
Partiendo de la nueva visión de México como entidad pluricul-
tural se logra profundizar en información detallada sobre la presen-
cia indígena, y aunque aún es insuficiente, ya demuestra la creciente
importancia que están teniendo estos segmentos de la población en
las perspectivas de integración a un modelo más democrático e in-
cluyente. La información censal y la redistritación electoral, así co-
mo la incorporación del tema en los principales documentos de los
partidos políticos, dan muestra de la importancia creciente de
las comunidades indígenas en los intereses de la nación. Estas nuevas
formas de considerar a las culturas indígenas es un paso trascenden-
tal en las relaciones entre mexicanos.

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Max Arturo López Hernández

Sin embargo, aún existe un déficit en el desarrollo social y eco-


nómico, y también en el referente político, porque todavía no se
construyen los esquemas democráticos que permitan ampliar la pro-
puesta de participación, no sólo hacia el reconocimiento de otras
culturas sino al de otras prácticas políticas que afectan entornos sin-
gulares, donde prevalecen formas diferentes de organización y com-
prensión de lo que es la participación social.
Ésta es una nueva tarea, que deriva de aceptar la otredad, la po-
sibilidad de que pueden existir formas de convivencia, organización
y designación de autoridades que aún no están reglamentadas en el
derecho positivo y que puedan formar parte de un gran esquema
incluyente, que se enriquezca con nuevas prácticas que han demos-
trado ser funcionales.
Las diversas encuestas de percepción ciudadana aún no han lo-
grado integrar el componente pluricultural, por lo que se limita la
comprensión de esas otras formas de hacer política que no sólo no
chocan con la propuesta democrática —aunque sí con el derecho
positivista— sino que pueden aportar nuevas formas de decisión que
tal vez afectarían de manera favorable a las reglas de convivencias de
los pequeños agrupamientos sociales en barrios y colonias.

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Participación política y comportamiento
electoral de la ciudadanía indígena

Raúl Fernández Gómez

El desarrollo de la ciudadanía en México ha estado ligado al proceso


histórico de conformación del Estado nacional, en un camino gradual
que ha tenido sus momentos de mayor intensidad como consecuencia
de los grandes movimientos que han cimentado nuestro modelo re-
publicano de gobierno, desde el inicio de nuestra vida independiente.
La utopía democrática y social que emergió con fuerza en nues-
tra Revolución de Independencia y que motivó la acción política en
nuestro país a lo largo del siglo xix, contempló la constitución de la
unidad nacional sobre principios de igualdad cívica y de modera-
ción de condiciones sociales; por ende, se fincó en la imagen de un
tipo ciudadano único, universal (el ciudadano nacional, propietario,
masculino y adulto), pero excluyente de otras categorías sociales,
culturales, de género y de edad (indígenas y campesinos pobres, mu-
jeres y jóvenes, por ejemplo).
No todos los mexicanos obtuvieron sus derechos y obligaciones
ciudadanos por el sólo hecho de haber nacido en nuestro país; para
adquirirlos o serles reconocidos, requerían poseer ciertas condicio-
nes económicas, sociales y culturales que garantizaran su buen uso en
beneficio del proyecto nacional que impulsaban las élites políticas,
del Estado al que pertenecían y, al final, en el provecho propio. Así,
el reconocimiento creciente de derechos ciudadanos ha corrido al
ritmo de los sustanciales cambios políticos ocurridos en el país, tran-
sitando del modelo universal, limitado en los tiempos de construc-
ción del nuevo Estado, al modelo de pluralidad ciudadana, en los
momentos de reproducción y ampliación democráticas.

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Raúl Fernández Gómez

Las nuevas categorías ciudadanas en México se han modelado y


multiplicado con el avance del desarrollo económico y la moderni-
zación social y cultural. Existe una estrecha relación entre la parti-
cipación en las luchas sociales y contiendas políticas, y la conquista
de derechos de ciudadanía (Guerrero, 1997). Esto es, las categorías
sociales que logran el reconocimiento de sus derechos, lo hacen bajo
el impacto de su movilización y visibilidad políticas.
En las últimas dos décadas, las comunidades indígenas han
emergido, en el panorama de México y América Latina, como mo-
vimiento organizado, con reclamos que combinan el tradicional
señalamiento de sus condiciones de marginalidad y pobreza, con
demandas de autonomía y libre determinación. Han transitado
del énfasis en su condición de clase, a la primacía de su identidad co-
mo indígenas. “La politización de lo indígena y el desarrollo del pue-
blo indígena como un nuevo actor en la escena política reclama del
reconocimiento de su distintivo identitario respecto a la cultura
dominante, así como a una reconfiguración de los sistemas demo-
cráticos en los que se contengan canales de inclusión y respeto a la
diversidad” (Navarro, 2003).
En México, la organización y movilización indígena por la con-
memoración del 500 aniversario del encuentro entre Europa y Amé-
rica, así como la lucha por los derechos indígenas encabezada por
el Frente Zapatista de Liberación Nacional (fzln), constituyen los
eventos que aceleraron cambios institucionales que se habían inicia-
do en los años setenta, con la Declaración de Barbados (1971),1 y los
ochenta, con la descentralización administrativa y el fortalecimiento
local, y con el comienzo del ciclo de reformas políticas que han con-
formado el nuevo escenario de pluralidad partidista y perfiles ciuda-
danos en el marco del federalismo (Peschard, 2004).
En este nuevo escenario político se inscribe la creciente visibili-
dad y lucha de los indígenas por sus derechos ciudadanos; por el res-

1 En este documento se defiende el derecho de los indígenas de ser conductores de su pro-


pia historia y destino. La autogestión sustituye la visión de la integración, en tanto la de de-
sarrollo étnico, el de aculturación dirigida [disponible en: http://www.enlaceindiqenas.gob.ve/
doc/1971DeclaracionBarbados.pdf ].

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Participación política y comportamiento electoral de la ciudadanía indígena

peto a sus tradiciones para el consenso y la elección de representan-


tes y gobernantes; por su derecho a contar con representación propia
en el Poder Legislativo local y federal, así como en la administración
estatal y en los municipios donde su presencia es significativa o ma-
yoritaria. Su demanda de gobernarse a sí mismos se ha expresado,
también y entre otras cosas, en la exigencia de la creación de munici-
pios autónomos y en la conformación de policías comunitarias, para
la garantía de la aplicación de la justicia.
La adquisición de derechos ciudadanos básicos por parte de los
individuos pertenecientes a las comunidades indígenas —su derecho
de votar y ser votados— es una historia que queda envuelta en el
proceso de ciudadanización nacional y comparte con otras categorías
sociales condiciones de marginación y exclusión que han venido su-
perando a lo largo de dos siglos.
La Independencia nacional y la instauración de la República desde el
nacimiento de México no reconocieron los derechos políticos de los
indígenas, pues sólo disfrutarían de ellos los que tuvieran calidad de
ciudadanos, y éstos sólo podrían ser los que pudieran leer y escribir
(en castellano). Esta exigencia excluía de la ciudadanía, de facto, a los
integrantes de las comunidades indígenas por ser analfabetas (tan sólo
por el hecho de no hablar español), quienes, por otra parte, también
podían ser excluidos por su calidad de sirvientes domésticos, lo que
se podía hacer valer para naturales residentes y dependientes de las ha-
ciendas. De cualquier manera, los condicionantes de ciudadanía para
los indígenas implicaban el requisito de su integración cultural previa a
la integración política (Pérez Collado, 1998).
Las élites criollas, primero, y las mestizas, después, acapararon y en-
cabezaron el poder político, y los pueblos indígenas fueron relegados.
Se les asignaron muchas obligaciones y se les negaron derechos, en
especial el de gobernar. Con el poder, esas élites se adueñaron de los
territorios indígenas y de sus mejores tierras, creando un sistema de
haciendas donde ellos eran los dueños y los indígenas sus trabaja-
dores en calidad de siervos y en situaciones extremas de esclavitud.
Asimismo, establecieron y desarrollaron instituciones acordes con
sus privilegios y la exclusión de los indígenas, mientras que el sis-
tema educativo afirmaba la lengua y los valores occidentales, con el

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Raúl Fernández Gómez

propósito de “crear una identidad nacional y un ‘pensamiento único’,


el mismo que concebía como malo y negativo los valores indígenas
existentes” (Ruiz Murrieta, 2003).
Incluso la política indigenista establecida para atender de manera
solidaria a estas comunidades étnicas desde el Congreso Indigenista
Interamericano, celebrado en Pátzcuaro en 1940, concibió este pro-
yecto como “ideología del mestizaje, método y técnica de unificación
nacional” (Gonzalo Aguirre Beltrán, citado en Bonfil Batalla, 1991).
“La teoría indigenista de la integración y la asimilación implicaba la
idea de eliminar la especificidad étnica de los grupos indígenas, pues
sólo así podría asegurárseles ‘una posición de igualdad entre los de-
más sectores de la sociedad nacional’” (Bonfil Batalla, 1991).
La Revolución Mexicana amplió el derecho a la ciudadanía,
pero mantuvo al margen a otras categorías sociales que fueron
logrando esos derechos con el transcurso del tiempo: mujeres, en
1952, y jóvenes, en 1970. En lo que se refiere a las comunidades
indígenas, sus derechos sociales, políticos y culturales quedaron
asentados en los Artículos 1, 4 y 115 de la Constitución, con la
reforma de 2001, que creó, asimismo, la Ley Indígena de México
[disponible en: http://www.indemaya.gob.mx/descargas/archivos/
ley-indigena-mexico.pdf ].
El ideal democrático se hace presente en diversos tipos societales.
Históricamente, nace en occidente, en una sociedad esclavista, ante el
empate de élites en conflicto (Finley, 1990); se preserva como práctica
para la toma de decisiones sobre asuntos de la colectividad en algunos
burgos en la sociedad medieval; prepara su advenimiento moderno al
calor de los conflictos y reflexiones filosóficas sobre las formas de go-
bierno desde el renacimiento hasta el Siglo de las Luces (Nemo, 2002);
se arraiga y desenvuelve en los estados nacionales de occidente desde la
Revolución Francesa, y deja su impronta en las naciones que se inde-
pendizan de su situación colonial, primero de España y Portugal, esen-
cialmente en América, y luego, después de la segunda guerra mundial,
de las demás potencias europeas, en África y Asia.
La ciudadanía se construye en el proceso de edificación demo-
crática. Un modelo de democracia modela un tipo de ciudadanía y,
viceversa, un tipo de ciudadano sostiene y reproduce un modelo de

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Participación política y comportamiento electoral de la ciudadanía indígena

democracia. No se trata, por supuesto, de un circuito cerrado, puesto


que ciudadanía y democracia nacen falladas, es decir, “ninguna de
las características que las definen admite una congruencia perfecta
entre el ideal y la realidad” (Russo, 2010a). Entre democracia y ciu-
dadanía se generan desfases, tensiones y conflictos que mantienen
en continuo cambio su relación. Los nudos históricos acentúan esas
oposiciones, que se resuelven de distintas maneras; en el mejor de los
casos, como transiciones hacia cualidades democráticas y ciudadanas
superiores (Russo, 2007).
La democracia es un fin, un modo de vida y un ideal que moti-
va y conduce la acción social y política. Es principio de legitimidad
y de ejercicio del poder. Como gobierno de la mayoría, garantiza
que las minorías, mediante la persuasión y la participación electoral,
puedan llegar a ser mayoría. En cualquier versión, implica que el
acceso al poder político tenga como método la competencia electoral
en términos de igualdad entre actores institucionales, y que el voto
popular mayoritario sea el que decide la representación y el gobierno
legítimo. Las condiciones básicas son: la libertad de asociación, de
expresión y de voto, las contiendas para competir por el respaldo
del sufragio mayoritario, fuentes de información diversas y suficien-
tes, elecciones libres y un sistema de instituciones que garanticen
estas condiciones para la renovación del poder público (Dahl, 2009;
Larrain Landaeta, 2004). Por ello, un ejercicio vital, primario, de la
ciudadanía es su participación electoral.
Democracia y ciudadanía son una creación del occidente; ideal
político que madura y se arraiga en los estados nacionales a partir
de la Revolución Francesa. Si la democracia es sistema político y
forma de gobierno que se sustenta en la voluntad popular, el modelo
de ciudadano es el de un individuo económicamente autosuficiente,
bien informado, guiado por una racionalidad de ganancia, con ca-
pacidad, por tanto, de decidir entre alternativas, y de manera libre,
la orientación de sus decisiones y sufragio. La propia imagen de sí
mismo como individuo se sobrepone a su conciencia de pertenencia
de un todo social. Sobre estas bases se ha construido el sistema de
partidos moderno y las normas y agencias encargadas de proponerlo,
anclarlo, defenderlo y reformarlo.

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Raúl Fernández Gómez

Las comunidades indígenas tienen tradiciones culturales donde


el colectivo tiene primacía sobre el interés inmediato del individuo,
puesto que el todo garantiza la salvaguarda y el proyecto de vida de
la parte. Este modelo cultural y el renacimiento de la fortaleza iden-
titaria indígena son factores que influyen de manera importante en
la manera en que estas comunidades y sus individuos hacen política
electoral: cómo conjugan sus tradiciones con su participación bajo
las normas democráticas. Otros factores que intervienen son las con-
diciones socioeconómicas precarias en que viven estas comunidades
(Bello, 2008), que tienden a limitar las potencialidades del modelo
ideal de ciudadano de acuerdo con la ideología democrática.
Como señala Juan José Russo, el comportamiento electoral es-
tá determinado por las condiciones socioeconómicas en las que se
debaten los individuos y por las características de su entorno ins-
titucional (2010a). A ello habría que agregar, también, el modelo
cultural y, por supuesto, las preferencias políticas en un escenario de
alternativas y pluralidad de ofertas partidarias.
Las particularidades de las comunidades y la ciudadanía indí-
gena han sido estudiadas en investigaciones llevadas a cabo du-
rante la última década por el Instituto Federal Electoral (ife) y el
Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología
Social (ciesas). Aquí se retoman los señalamientos y reflexiones
expuestos por los investigadores Víctor Franco y François Larti-
gue, del ciesas, en su texto “Diagnóstico general y recomendacio-
nes puntuales”, destinado a orientar las políticas de capacitación
del ife.
Frente a la imagen de inmutabilidad y homogeneidad de las co-
munidades indígenas, los investigadores señalan que tanto las comu-
nidades como los individuos que las integran se encuentran en un
proceso permanente de cambio.
Las causas son diversas, por ejemplo, en el campo socioeconómi-
co y demográfico, la acelerada decadencia de la economía campesina
—incluida la de autoconsumo—, bajo el impacto de la reordenación
del mercado y su globalización, que propicia abandono y flujos mi-
gratorios crecientes; en la esfera cultural, la gran influencia de los
medios de comunicación, en especial la televisión, con su difusión

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Participación política y comportamiento electoral de la ciudadanía indígena

de valores e imágenes de perfiles sociales y conductas ligadas a la


modernidad; en el aspecto político–institucional, las nuevas orienta-
ciones en las políticas públicas federales hacia lo local, así como las
reformas en el campo político–electoral.
Esto significa que a la perceptible diferencia de perfiles ciudada-
nos y cultura política entre colectivos indígenas y no indígenas hay
que agregar las diferencias al interior de los colectivos indígenas
mismos. Por otra parte, habría que considerar las modificaciones a
los perfiles ciudadanos y prácticas electorales de indígenas en proce-
so de integración urbana.
Franco y Lartigue se refieren en especial a los colectivos indíge-
nas en tanto comunidades que comparten un territorio y una lengua,
así como rasgos culturales y cultura política propios, que en mate-
ria electoral se presentan como usos y costumbres. Lo que distingue
a las comunidades indígenas, señalan los autores, son las formas y
prácticas de una intensa y compacta convivencia comunitaria, que
es percibida como falta de determinación individual para el ejercicio
del sufragio. De hecho, no interfieren en lo general en la participa-
ción electoral y se trata de

[...] mecanismos internos de comunicación que si bien


pueden parecer contrarios al carácter individual del sufra-
gio, son las condiciones previas en las que éste es consi-
derado por la población. Reuniones colectivas, asambleas
comunitarias, decisiones de grupo de influencia social
(consejo de ancianos, iglesias, asambleas ejidales) deben
verse como espacios de promoción del voto y no necesa-
riamente contrarios. La influencia de grupos sociales [...]
no coacciona por sí misma la decisión personal [...] el com-
promiso ciudadano se encuentra respaldado y facilitado por
el marco de las obligaciones comunitarias (Franco y Larti-
gue, 2003: 11).

La cuestión es similar para el compromiso de ciudadanos que resultan


insaculados por el ife para fungir como funcionarios electorales, por lo
que esta tarea se establece como obligación hacia la comunidad.

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Raúl Fernández Gómez

Se ha señalado el problema de la fragilidad de la comunidad


ciudadana indígena ante las acciones de compra y coacción del vo-
to por parte de partidos políticos y sus operadores dentro y fuera
del poder público. De hecho, no es un problema que atañe sólo
a estos colectivos, pues ha sido un componente de las elecciones en
general. El estudio realizado para el ife por Blanca Elena del Pozo
y Ricardo Aparicio asienta que durante el proceso electoral de 2000,

[...] uno de cada siete ciudadanas o ciudadanos experi-


mentó alguna forma de inducción del voto que podría ser
considerada como constitutiva de algún delito o estuvo ex-
puesto a prácticas que, si bien no constituyen propiamen-
te un delito, sí pueden ser cuestionables desde el punto de
vista de la transparencia electoral en un sistema político
democrático (2001).

Y añaden que “las acciones de manipulación fueron experimentadas


principalmente en las secciones rurales o mixtas (71%) y entre las
personas con menores niveles educativos (59% de los intentos ocu-
rrieron entre personas que no habían alcanzado la primaria)”. Existe
pues una alta relación entre las acciones de coacción del voto y las
precarias condiciones socioeconómicas de la población.
En el proceso electoral de renovación de autoridades y represen-
tantes en diversos estados de la República de julio de 2010, la candi-
data a la gubernatura del estado de Hidalgo de la coalición “Hidalgo
nos une”, integrada por el Partido Acción Nacional (pan), el Partido
de la Revolución Democrática (prd) y Convergencia, señaló que en
su derrota electoral la inequidad en los medios y la coacción del voto
indígena o de la ciudadanía rural en condiciones de pobreza había
sido definitivo.
Es difícil en la práctica definir la frontera entre incitación y
coacción por el voto, que sólo son visibles en sus expresiones ex-
tremas. Ese mecanismo, que de manera velada o abierta se pone
en práctica en todas las contiendas electorales, si bien logra in-
fluir en la orientación del voto, no por fuerza significa la venta del
sufragio, pues los ciudadanos pueden recibir y atender ofertas de

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Participación política y comportamiento electoral de la ciudadanía indígena

compra sin comprometer el voto. Se trata más bien de un proceso


de negociación del sufragio entre ciudadanos indígenas y partidos
políticos. ¿Cuándo podría ser eficaz este mecanismo? Quizá
cuando la comunidad ciudadana indígena no se siente represen-
tada en ninguno de los partidos políticos y, por tanto, aprovecha
las ofertas y dádivas, en principio, de quien las ofrezca y, al final,
de quien además se comprometa con más, en caso de triunfo. El
sentimiento de no–representación en las alternativas partidistas
podría ser también factor de abstencionismo. Finalmente, si se
percibe la contienda electoral como algo ajeno a los intereses de los
individuos, familias y comunidad indígenas, aprovechar las ofertas
resulta razonable; la ganancia segura es la inmediata.
En la comunidad indígena, la participación orientada por dádi-
vas y promesas no se expresa como suma de decisiones racionales
individuales. La fuerza de los lazos comunitarios y el papel influ-
yente de los liderazgos hablarían más bien de un proceso interno
de acuerdos para sacar las mejores ventajas para los ciudadanos y la
comunidad. El llamado voto corporativo, señalan Franco y Lartigue,
“implicaría una serie de acciones de consenso entre los votantes para
corporarse o bien un acuerdo con los corporadores para votar. La
presencia casi general de opciones partidistas en casi todas las co-
munidades no permite creer en un corporativismo” (2003: 13). En
cualquier versión, la organización corporativa del sufragio, es decir,
el voto unificado hacia una dirección bajo el ejercicio de liderazgos,
no es privativa de las comunidades indígenas ni de las sociedades
agrarias, es un principio de eficacia política buscada por partidos y
organizaciones laborales, también en las sociedades modernas.
Las comunidades indígenas son organizaciones sociales peque-
ñas y se integran en redes dentro de regiones limitadas. Esas con-
diciones conllevan sistemas de comunicación cara a cara. La palabra
hablada y el diálogo son los mecanismos de comunicación que man-
tienen la cohesión al reproducir normas y valores, y propiciar enten-
dimientos y consensos para el tratamiento de los asuntos que a todos
atañen. La secrecía en las preferencias partidistas y en el ejercicio del
sufragio llega a ser en ocasiones imposible, porque en las pequeñas
localidades todos se conocen.

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Raúl Fernández Gómez

La participación directa de la ciudadanía en los asuntos públi-


cos es una característica de colectivos pequeños, como lo muestra
el ejemplo de la Atenas del siglo v a.c., donde nace la democracia.
Incluso se defiende como la mejor democracia al calor de la Revolu-
ción Francesa, bajo el influjo de los planteamientos de Juan Jacobo
Rousseau, y en la sociedad actual sirve de fundamento para refrescar
y enriquecer nuestros modelos de participación ciudadana con las
tesis que sustentan la “democracia participativa” (Flores, 2008).
El reconocimiento de estas prácticas colectivas de las comunida-
des indígenas en México ha quedado asentado en el Artículo 4 de la
Constitución Política, y las práctivas han sido claramente referencia-
das en el Artículo 25 de la Constitución Política del Estado Libre y
Soberano de Oaxaca [disponible en: http://www.bibliojuridica.org/
libros/libro.htm?l=1900], así como en el “Libro cuarto. De la reno-
vación de los ayuntamientos en municipios que electoralmente se ri-
gen por normas de derecho consuetudinario” del Código de Institu-
ciones Políticas y Procedimientos Electorales de Oaxaca [disponible
en: http://info4.juridicas.unam.mx/adprojus/leg/21/718/].
Las prácticas de usos y costumbres implican una relación es-
pecial entre los órganos electorales (el ife o el Instituto Estatal
Electoral de Oaxaca, ieeo) y la comunidad, que juega un papel
primordial en la organización y el desenvolvimiento de las con-
tiendas, pero no por fuerza una intromisión antidemocrática sino
una forma de participación colectiva en la toma de decisiones de
carácter público.
Una consecuencia de la corporación del sufragio indígena es la
alta participación en los procesos electorales; otra, el cambio posible
de preferencias partidistas de una elección a otra. Ello no significa
una conducta anómica de los ciudadanos indígenas sino la redefi-
nición racional de apoyos ciudadanos en las coyunturas electorales
hacia actores partidistas que tienen la iniciativa y, finalmente, la
representación política legítima. Por el contrario, los límites de
la acción corporada es que las divisiones internas de la comunidad
se expresan como militancias diversas y confrontadas que pueden
derivar en conflictos postelectorales, pero tampoco es privativo de
las comunidades indígenas.

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Participación política y comportamiento electoral de la ciudadanía indígena

En suma, los ciudadanos indígenas en condición de comunidad


tienen usos y costumbres de participación colectiva que inciden o
filtran las orientaciones de la normatividad y los órganos electorales,
sin cancelar el espíritu democrático sino ejerciéndolo de acuerdo con
su tradición y cultura.
Por último, es importante subrayar que las comunidades indígenas
no son colectivos inmutables sino organismos sociales en permanente
cambio por las trasformaciones económicas, demográficas, culturales e
institucionales que resultan de las mutaciones regionales, nacionales
e internacionales. Por otra parte, la movilización vía migraciones recu-
rrentes o definitivas y la integración a nuevos contextos socioeconómicos
y culturales urbanos (Barabas, 2001), van modificando la cultura po-
lítica y la visión de la democracia en los ciudadanos indígenas, aunque
reproduzcan, sobre todo en sus primeras fases de integración urbana,
sus usos y costumbres en los procesos de participación electoral —por
otra parte, experiencia similar a la de los migrantes campesinos duran-
te su proceso de incorporación a la vida urbana.

Gianfranco Pasquino afirma que la participación política es un con-


junto de actos y actitudes dirigidos a influir en las decisiones de
quienes detentan el poder, con el propósito de conservar o modificar
la estructura y los valores del sistema de intereses dominante. Señala,
asimismo, que la participación electoral es sólo una de las modalida-
des posibles de participación política y que esta última incide en el
proceso democrático. Subraya que la evidencia empírica muestra que
existe una correlación entre participación política y estatus socioeco-
nómico, y que “son las personas que se encuentran en los puntos más
altos de la escala las que votan y participan más y, por el contrario,
las más desfavorecidas desde el punto de vista socio–económico ha-
bitualmente votan y participan menos”. Josep M. Vallès (2002), por
su parte, apunta que el nivel de instrucción es el indicador más
potente para explicar y predecir el grado de actividad política de los
individuos, y que la marginación educativa, laboral y social inhibe la
acción ciudadana.

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Raúl Fernández Gómez

Se podría afirmar, en consecuencia, que la condición socioeco-


nómica determina el perfil y potencial ciudadano no sólo en cuanto
a la intensidad de su expresión sino en lo referente a su organización
y a la orientación de su voto en comicios electorales y, por tanto,
en cuanto a su fortaleza o fragilidad ante los mecanismos de coacción
del sufragio. En otros términos, la condición de pobreza debilita,
comprime o mutila la acción ciudadana, pero la fortaleza identitaria en
las comunidades indígenas tiende a ser un factor defensivo para sa-
car el mejor provecho de una participación supeditada a intereses y
lógicas que en esencia escapan a la comunidad y sus miembros.
¿Cuáles son las condiciones socioeconómicas que marcan el ejer-
cicio la ciudadanía indígena? Edelberto Torres–Rivas (1995) explica
que los indígenas de América Latina comparten las siguientes con-
diciones socioeconómicas: son en inmensa mayoría campesinos; son
el grupo social que presenta los más bajos niveles de bienestar, es
decir, su rasgo predominante es la pobreza extremadamente aguda y
generalizada; es la población objeto de permanentes y variadas for-
mas de discriminación social y racial, con todo lo que eso significa
de consecuencias políticas, sociales y culturales, y viven situación de
marginación, explotación y extremo olvido.
La Ley Indígena de México, aprobada el 25 de abril de 2001,
señala, al hacer explícitos los derechos de este grupo de mexicanos,
las carencias y condiciones en las que viven las comunidades indíge-
nas. Reconoce a la nación como una unidad multicultural, en la que
los indígenas —pueblos originarios— tienen instituciones sociales,
económicas, culturales y políticas propias.
La Ley señala también que se debe respetar su libre determinación
y su autonomía para decidir sus formas internas de convivencia y orga-
nización; para aplicar sus propios sistemas normativos en la regulación
y solución de conflictos; para elegir autoridades y representantes para
sus formas de gobierno interno, de acuerdo con sus usos y costumbres,
y para elegir en los municipios con población indígena representan-
tes ante los ayuntamientos. Asienta la responsabilidad del Estado para
establecer la igualdad de oportunidades para los indígenas y eliminar
cualquier práctica discriminatoria, y su obligación para abatir caren-
cias y rezagos en materia de desarrollo regional, educación, salud, con-

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Participación política y comportamiento electoral de la ciudadanía indígena

vivencia y recreación, infraestructura y servicio sociales básicos, y vías


de comunicación y redes de telecomunicación, así como para velar por
el respeto a sus derechos humanos.
La Comisión Nacional de Población estimó en 2000 una pobla-
ción indígena de 12 millones 707 mil personas (cdi, 2002). Existen
indígenas en todos los estados de la República, pero se concentran
mayoritariamente en los estados de Guerrero, Oaxaca, Chiapas y
Yucatán.2 En el Distrito Federal fueron censados 146 mil hablantes
del 86% de las lenguas indígenas que existen en el país (Sandoval
Forero, s.f.).3 En el censo de 1990, la cifra se estimó en 8 millones
400 mil y en el Conteo de 1995, en 9 millones 100 mil. El Consejo
Nacional de Población (conapo) estima que la población indígena
actual (2010) asciende a 14 millones 200mil de personas.
Las condiciones adversas en las que en general viven los indíge-
nas en México, se pueden apreciar en los

[...] resultados de la estimación del índice de marginación


para el año 2005, en los que Guerrero, Chiapas y Oaxaca
[que] son las entidades federativas con un grado de margi-
nación muy alto [...] Tan sólo en Guerrero, el estado con
mayor marginación en el año 2005, el 20 % de su población
de 15 o más años de edad es analfabeta y 36% no terminó
la primaria; más de uno de cada cuatro habitantes ocupa
viviendas sin drenaje ni sanitario, seis de cada cien habi-
tantes reside en viviendas sin energía eléctrica, tres de cada

2 Los resultados del Índice de Rezago Social de los Pueblos Indígenas (irspi) muestran un de-
sarrollo desigual en México, donde Chiapas, Durango, Nayarit, Chihuahua y Guerrero represen-
tan los niveles de mayor rezago social para los pueblos y comunidades indígenas. También señalan
la existencia de 25 regiones indígenas, de las cuales las que cuentan con bajo rezago son la maya, la
más grande del país, y los chontales de Tabasco (cdi, 2009).

3 El autor señala que el crecimiento y la población podrían ser mayores, pero existe el fenómeno
de personas indígenas que llegan a negar su pertenencia a estos grupos; agrega el problema de la
dispersión geográfica, que llega a hacer imposible registrar censalmente familias indígenas que
viven en zonas muy apartadas, así como el de la migración nacional e internacional. Por su parte,
Arnulfo Embriz (1996) afirma que, de acuerdo con el censo de 2000, la población indígena está
integrada, cuando menos, por 10 millones de personas y son más de 10% de la población mexica-
na.

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Raúl Fernández Gómez

diez sin agua entubada, uno de cada tres con piso de tierra,
y más de la mitad ocupa viviendas en condiciones de haci-
namiento. Asimismo, 65% de la población ocupada gana
hasta dos salarios mínimos y 51% vive en localidades con
menos de cinco mil habitantes, donde la dispersión y el ais-
lamiento vulnera las condiciones de vida de quienes viven,
sobre todo, en las localidades de menor tamaño. Una situa-
ción tan crítica como la del estado de Guerrero la compar-
ten Chiapas y Oaxaca, las otras dos entidades federativas
con mayor marginación en el país (cdi, 2009).

En suma, los indígenas, los pobres más pobres del país, viven en
su mayoría en zonas rurales. Los 100 municipios con mayor rezago
social y pobreza son indígenas o rurales (Fuentes, 2009). Nueve de
cada diez municipios indígenas tenían en 2005 condiciones de alta
o muy alta marginación. En 27 de los 31 municipios con más pobla-
ción indígena, la pobreza es superior a la media nacional: en 16 de
ellos la pobreza de patrimonio superó 80% de población, y en nueve
municipios más alcanzó a más de 90% de sus habitantes. Un impor-
tante porcentaje de esas familias vive en casas con pisos de tierra.
La mayoría de los que tienen empleo reciben dos salarios mí-
nimos o menos. Los niños menores de cinco años tienen tres veces
más probabilidades de morir que los no indígenas. La esperanza de
vida, por otro lado, llega apenas a los 58 años. Su asistencia a la es-
cuela primaria es porcentualmente menor a los niños que no hablan
lengua indígena, brecha que se amplía conforme se pasa de un ciclo
escolar al siguiente. Son las localidades indígenas en donde la infraes-
tructura social básica presenta los mayores rezagos: en 2005, 30% de
sus viviendas carecía de agua entubada; 45% no tenía drenaje y
de las que sí poseían, sólo la mitad contaba con drenaje conectado a la
red pública o a fosa séptica. En el año de referencia, sólo 62% de
las viviendas tenía televisión, 38% refrigerador y 22% lavadora.
En general, a las comunidades indígenas las identifica su pobre-
za en diferente gradación. Sin embargo, existe diversidad de condi-
ciones sociales entre ellos, que resultan de su dispersión, movilidad
espacial y diversidad demográfica. La permanencia en sus comuni-

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Participación política y comportamiento electoral de la ciudadanía indígena

dades rurales, su migración y creciente incorporación hacia centros


urbanos e, incluso, su migración internacional son factores que acen-
túan o relajan su integración e identidad étnica, pero no la cancelan
y más bien tienden a reproducirla, al menos en sus etapas primarias
de integración a nuevos contextos urbanos.
La preservación de sus ritos y costumbres tradicionales se manifies-
ta en su manera de hacer política en sus nuevos entornos urbanos.
Sus negociaciones en tiempos electorales, si bien se refieren a su
nueva condición citadina, lo hacen también, y de manera importan-
te, a favor de sus comunidades y poblados de origen. La experiencia
urbana, sobre todo en las nuevas generaciones, entraña su proceso
de aculturación hacia una ciudadanía en términos clásicos, es de-
cir, individualista, aunque en su tránsito hacia su integración urbana
encuentran identidad y fortaleza en su pertenencia a su grupo de
origen.

Russo señala que los entornos institucionales débiles bloquean el


potencial ciudadano (2010a). Si ello es así, el efecto de un entorno
institucional francamente excluyente, autoritario y represivo tiende a
llevar la condición ciudadana a su ínfima expresión y, en el extremo,
a su negación, con las reacciones violentas que ello conlleva. Nece-
sariamente, la combinación de rezago social, pobreza, menosprecio
étnico o de género (o ambos, en el caso de los ciudadanos indígenas)
y un entorno institucional adverso perfila un tipo ciudadano que se
debate, por un lado, entre la sumisión impuesta, la protesta y la vio-
lencia y, por otro, por su esfuerzo para lograr su incorporación real al
sistema político y el ejercicio verdadero de sus derechos.
La Encuesta de Capital Social y Cultura de la Le­galidad 2010
(ife, 2010) aporta datos sobre las opiniones y las percepciones de los
ciudadanos mexicanos sobre diversas dimensiones de nuestra vida
cívica. Sólo se hará referencia a aquéllas relacionadas con la percep-
ción (realidad) del entorno institucional que puedan dar indicios de
la de los ciudadanos indígenas. Como no existen datos referidos sólo
a estos últimos, pero sí a los estados de las regiones norte, centro y

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sur, la guía serán los de esta última región, porque es en ella en don-
de habitan los núcleos importantes de la población indígena del país.
Como la justicia y su garantía son una razón esencial de la cons-
titución de la sociedad política y del gobierno que de ella emana,
así como de su legitimidad, se hará una breve referencia a ella. A
la pregunta sobre la confianza en las instituciones públicas que
tienen los ciudadanos entrevistados de la región sur, las respuestas
fueron contundentes: 80% dijo que no la tienen en el gobierno;
83% ni en los jueces; 83% ni en la policía. En consecuencia, y en
referencia al gobierno, sólo 6% afirmó que sí cumple con lo que
ofrece; 4% que sí respeta la ley; 7% que sí se hace responsable de lo
que dice; 6% que el gobierno dice la verdad; 9% que sí se puede
contar con su ayuda; 5% que sí se interesa por la igualdad, y 7%
que no discrimina a nadie.
En cuanto al derecho a tener un juicio justo, la respuesta negati-
va fue de 48%; en el tema del respeto al derecho de saber lo que hace
el gobierno, la negación fue de 57%. Sobre la obediencia a las leyes,
39% afirmó que siempre se deben obedecer, 32% optó por cambiar-
las si no le parecen, y 25% se pronunció por desobedecerlas y le pa-
recen injustas.
En lo relativo a la confianza en los tribunales e independencia
de los jueces, la opinión de 51% de los ciudadanos entrevistados fue
negativa. 36% afirmó que era más efectivo recurrir a las relaciones per-
sonales y otro 15% que ni acudir a los tribunales, ni a relaciones
personales son opciones que sirvan. Los ciudadanos del sur creen en
su mayoría que las decisiones de magistrados y jueces son dependien-
tes de los intereses de los ricos e influyentes (53%) y de las indica-
ciones de los gobernadores (62%). Un último indicador, consecuente
con la desconfianza y crítico con las autoridades responsables de la
justicia, es que también la mayoría (54%) considera que los miem-
bros de la comunidad tienen el derecho de tomar en sus manos el
castigo de un delincuente si las autoridades no hacen nada.
Con este panorama de opiniones y apreciaciones, Russo (2010b)
retrata a la ciudadanía del sur. Sólo se mencionarán algunas de las
características que señala y que tienen que ver con los asuntos arriba
mencionados: el ciudadano del sur es contestatario y la pobreza es

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Participación política y comportamiento electoral de la ciudadanía indígena

una condición sobresaliente; es el que menos confianza tiene en el


Estado y la sociedad civil; confía moderadamente en las elecciones
para cambiar las cosas, pero más en otras formas de participación
que pueden ser más eficaces; es el más renuente a obedecer las leyes
y el más orientado a cambiarlas cuando son injustas; es el más es-
céptico respecto al rol de la justicia como árbitro, pues considera a
la justicia un ápice en especial del gobierno estatal y, por ello, el más
dispuesto a ejercer la justicia por propia mano. No se trata de un tipo
ciudadano naturalmente rebelde sino de personas que no aceptan la
injusticia como condición fatal y que espera que, en principio, sean
las autoridades las que la garanticen. Por ello, como lo señala Russo,
expresan su adhesión al gobierno y piden más respeto a la autoridad,
que, en principio, acatan.

Resumiendo: el ciudadano del Sur es relativamente más po-


litizado, más desconfiado y proclive a participar fuera de las
instituciones. Es el ciudadano de la arena natural, donde im-
peran los recursos y las estrategias de los actores. Territorial
/ individualista / con componentes del perfil territorial-
comunitario, de participación no convencional (Russo,
2010b).

Si esta visión regional dibuja la percepción que los ciudadanos del


sur —entre ellos, los indígenas— tienen de su entorno institucional,
el informe reciente del Centro de Derechos Humanos de la Mon-
taña “Tlachinollan” (2010) nos muestra las desventuras de la justicia
—o mejor dicho, injusticia— que sufren hombres y mujeres de una
región indígena de México, la del estado de Guerrero. En él se suce-
den casos en los que personas y autoridades indígenas han sido obje-
to de procesos que no se conducen con procedimientos dentro de la
ley, y que sancionan y agreden a la población. Se trata de detenciones
y encarcelamiento de dirigentes y autoridades comunales y de otras
personas a quienes se vincula con grupos de “justicieros sociales”
que deciden, ante la impunidad de delincuentes y caciques, hacer
justicia por propia mano, con todos los riesgos que esos pobladores
asumen. Abandono, marginación e impunidad se complican con el

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Raúl Fernández Gómez

auge de la economía criminal y sus actores en esa zona deprimida de


Guerrero donde habitan las comunidades indígenas más pobres
de México.
Los territorios indígenas no sólo presentan altos índices de po-
breza y marginación sino también una precaria situación jurídica.
La aplicación de las leyes es laxa, cuando existe, y en su ejercicio
confluyen corrupción, intereses e indicaciones. La aplicación de la
ley se manifiesta discrecional, como la, oportunidad de mostrar po-
der e impunidad, mecanismo para cobrar venganza o para recordar e
imponer la dominación. Alguna respuesta ante esta situación, y con
el propósito de establecer un ambiente de justicia, fue la creación del
Sistema de Seguridad y Policía Comunitaria que en La Montaña
y la Costa Chica de Guerrero ha permanecido ya por tres lustros a
pesar de los intentos, incluso institucionales, de desaparecerla.
Este escenario de una asociación que subraya con casos concretos
de asuntos calificados de delictivos por discrecionalidad legal y abuso
de autoridad, es extremo, pero acorde con la apreciación de la mayoría
de los ciudadanos del sur recogida por la Encuesta de Capital Social y
Cultura de la Le­galidad 2010 referida y analizada por Russo.
Otro caso que muestra cómo las estructuras y redes caciquiles
marcan el entorno institucional de las comunidades indígenas tra-
tando de inhibir o cancelar sus derechos ciudadanos, es el contenido
en el juicio para la protección de los derechos políticos de la co-
munidad indígena de Santa María Apazco, de mayo de 2008 (véase
el “Juicio para la protección de los derechos político–electorales de
comunidades indígenas”, disponible en: http://www.te.gob.mx/co-
lecciones/Superior/2008/JDC/SUP-JDC-0358-2008.htm).
En los antecedentes del juicio, se menciona que el 27 de septiem-
bre de 2007, conforme a las normas de derecho consuetudinario, en
el municipio de Santa María Apazco, Oaxaca, se habían llevado a
cabo elecciones para concejales del Ayuntamiento para el periodo
2008–2010, pero que habían sido declaradas como no válidas por
la Dirección de Usos y Costumbres del ieeo. Las nuevas elecciones
se llevaron a cabo tres meses después, el 20 de diciembre de ese año;
pero el Consejo General del ieeo decidió no validar la elección y or-
denó notificar dicho acuerdo al Congreso del Estado. La lx Legisla-

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Participación política y comportamiento electoral de la ciudadanía indígena

tura de Oaxaca ratificó el Acuerdo General que señalaba que no era


válida esta elección, por lo que facultó al Consejo Electoral a con-
vocar a elecciones extraordinarias. El 31 de enero de 2008 emitió la
convocatoria correspondiente, pero el 3 de abril el Consejo General
del ieeo emitió un acuerdo en el que asentaba que en Santa María
no existían condiciones para llevar a cabo esa elección extraordina-
ria, lo que fue ratificado por la Legislatura del estado de Oaxaca.
El grupo representante del grupo mayoritario de la comunidad
presentó su recurso de inconformidad ante el Tribunal Electoral,
demandando la defensa de sus intereses ciudadanos por haber sido
violados por el Congreso del Estado y el ieeo. Expusieron que su
comunidad era mixteca y que elegían a sus autoridades mediante
el procedimiento de usos y costumbres, reconocido por la legisla-
ción local; que su grupo había logrado obtener la mayoría desde la
contienda del 27 de septiembre de 2007, lo que se ratificó en las
elecciones extraordinarias de diciembre; que en ambas ocasiones el
órgano electoral local no validó su triunfo y que la razón era que ello
significaba la derrota, por primera vez, del partido oficial; que en las
negociaciones con el grupo perdedor para organizar las nuevas elec-
ciones extraordinarias, participaba la suplente del legislador que pre-
sidía el Congreso del estado, y que ello había sido la razón por la que
el Instituto Electoral había decidido cancelarlas, bajo el supuesto de
que no había condiciones para llevar a cabo la elección extraordina-
ria porque las partes no habían logrado un acuerdo.
El grupo demandante de violación en sus derechos adujo que
tanto el no reconocimiento de los resultados de las dos elecciones
anteriores como la cancelación de la elección a celebrarse en abril
de 2008, habían sido en virtud de la intervención del presiden-
te del Congreso del estado y miembro del partido oficial. Este
procedimiento condujo al Congreso, y en virtud de “ponerse en
peligro la paz pública y la estabilidad de las instituciones, se au-
toriza al Ciudadano Gobernador Constitucional del Estado para
que nombre a los representantes que se hagan cargo de la admi-
nistración municipal”.
Ante la demanda de juicio, el Congreso del Estado trató de fun-
damentar su improcedencia con argucias legales como la extempo-

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Raúl Fernández Gómez

raneidad, pues en tiempo y forma, y en el Periódico Oficial, se había


publicitado la determinación de cancelación de la elección extraor-
dinaria. El Tribunal Electoral argumentó a favor de los agraviados lo
siguiente:

En efecto, es que en el caso de los pueblos y comunidades


indígenas, particularmente de aquellos asentados en zonas
o localidades preponderantemente rurales, con escasos o
precarios medios de transportes y de comunicación, que
por lo mismo padecen altos índices de pobreza y margi-
nación, que a su vez se traducen en niveles de escolaridad
menores en relación con el resto de la población, con la
consecuente extensión más o menos generalizada del anal-
fabetismo, parece claro que no se surten los elementos con-
siderados por el legislador para dotar de eficacia publici-
taria a los actos o resoluciones publicadas en los diarios o
periódicos oficiales, dado que en localidades en las cuales la
población presenta las características señaladas, las publi-
caciones de este tipo no tienen la circulación suficiente y,
cuando llega a circular, no siempre es en la misma fecha en
que se publicó, además que la escasa escolaridad, así como
las circunstancias propias de las costumbres del pueblo o
comunidad, en donde la lengua indígena constituye un eje
fundamental en las relaciones sociales, siendo en algunos
casos el único sistema de comunicación verbal y escrito al
que tienen acceso un número determinado de sus miem-
bros, inhiben a las publicaciones de esta clase su eficacia
comunicativa, presupuesto de la norma en comento.

Ni este argumento de improcedencia, ni otros, como la no acreditación


por los promoventes de miembros de partido, fueron considerados co-
mo fundados por el Tribunal Electoral, que resolvió revocar el decre-
to número 605 de la lx Legislatura, publicado en el Periódico Oficial
del Estado de Oaxaca; dejar sin efecto el acuerdo del ieeo, en donde se
asentó que no existían condiciones para celebrar elecciones extraor-
dinarias en el municipio de Santa María Apazco; ordenar al Consejo

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Participación política y comportamiento electoral de la ciudadanía indígena

General realizar “la consulta pertinente a los ciudadanos” de ese mu-


nicipio, para lo cual se concedió un plazo de 30 días naturales “desde la
notificación de la presente resolución”; ordenar, asimismo, al Consejo
General llevar a cabo la elección extraordinaria de concejales, y orde-
nar al Consejo General que informara “dentro del plazo establecido en
esta resolución” sobre el cumplimiento en los términos precisados.
Sin duda, experiencias de justicia como la que se hizo con la co-
munidad mixteca de Santa María Apazco, Oaxaca —y de otros nue-
ve municipios—,4 abonan a la confianza en las instituciones y a po-
tenciar las facultades y los derechos de ciudadanía de los miembros
de las comunidades indígenas.

Russo asienta que el comportamiento electoral es la conducta que


vincula al ciudadano con el Estado a través del voto, y que “se ex-
plica como parte del sistema político en el que se desarrolla y se ve
influenciado por dos tipos de factores: a) estables o permanentes
(aquéllos que dan lugar a los alineamientos partidarios) y b) los co-
yunturales” (2010a). Menciona los diversos factores que inciden en
el comportamiento electoral, y los enfoques que lo analizan. Esta-
blece como indicadores para estudiar este comportamiento a la com-
petitividad, el número de partidos y el ciclo electoral. El análisis de
estos aspectos en los escenarios políticos donde la presencia de la
ciudadanía indígena es importante o preponderante es el objetivo
del análisis que a continuación se presenta.

4 En el expediente del Juicio se contiene el Decreto de la lx Legislatura local en la que “se ratifican
los acuerdos y declaratorias emitidas por el Consejo General del Instituto Estatal Electoral, de fe-
chas 3 de abril de 2008, que declara que en los Municipios de: santa catarina mechoacán, san
agustín de las juntas, santa maria apazco, san pedro jocotipac, candelaria loxicha,
tenetze de zaragoza, san miguel peras, san jerónimo sosota, santa maría temaxcalte-
pec y mazatlán villa de flores, se han agotado todos los medios al alcance del órgano elec-
toral [...] para realizar la elección extraordinaria de Concejales a los Ayuntamientos, no obstante
haber intentado en forma exhaustiva la conciliación entre las partes. En términos del artículo 34
segundo párrafo de la Ley Municipal para el Estado de Oaxaca, al ponerse en peligro la paz pú-
blica y la estabilidad de las instituciones, se autoriza al Ciudadano Gobernador Constitucional del
Estado, para que nombre a los representantes que se hagan cargo de la administración municipal”.

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Raúl Fernández Gómez

Eva Anduiza y Agustí Boch (2004), al analizar las elecciones


y el comportamiento electoral y presentar su teoría y metodología,
recuerdan que éste es un tipo de comportamiento político caracte-
rístico de las sociedades de masa y de la extensión del derecho al
sufragio, que han permitido la creciente implantación de elecciones
libres, justas y competitivas.
Recuerda que la elección es el procedimiento explícito que se ha
dado la democracia, como método de agregación de las preferen-
cias de un conjunto de individuos, con el fin de seleccionar a los
ocupantes de cargos públicos. En este sentido, las funciones de las
elecciones son producir representación, gobierno y legitimidad;
mientras que el comportamiento electoral lo determina el perfil de
los individuos y las influencias que sobre ellos tiene el contexto en
el que se desenvuelven. Indica que las tres dimensiones del análisis
de las elecciones y el comportamiento electoral son: la orientación y
dispersión del voto; el cambio y la continuidad electoral, y la compe-
tición electoral.
El propósito de esta parte de la investigación es la presentación
del análisis descriptivo de las elecciones en las que han participado la
última década ciudadanos indígenas en México. Siguiendo las guías
señaladas (Russo y Anduiza y Bosch), se tomarán como materia pri-
ma los datos electorales oficiales para conocer: la orientación del vo-
to, su fragmentación y concentración, y los niveles de competición y
competitividad.
Una de las consecuencias de la reforma a la Constitución Política de
México de 2001 y de la Ley Indígena de México fue el reconocimien-
to de sus derechos como pueblos originarios y la reorganización de
la geografía electoral del país, para estimular su participación política en
las contiendas electorales y garantizar una verdadera representación
indígena en los poderes públicos del país, en sus tres niveles de go-
bierno.
Las modificaciones a la geografía electoral con ese propósito y
las nacientes unidades electorales federales, se sustentaron en los cri-
terios de densidad de población indígena, así como en sus caracte-
rísticas de identidad y tradiciones culturales. Con esas bases, el ife
llevó en 2004 una redistritación para la instauración de lo que se

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Participación política y comportamiento electoral de la ciudadanía indígena

conoce como distritos indígenas. Un distrito electoral es la unidad


básica que permite administrar la dimensión electoral de la demo-
cracia, y se considera como indígena cuando en él se encuentran ca-
racterísticas relativamente homogéneas en términos geográficos y
etnolingüísticos.
La ordenación de la geografía electoral del ife para el proceso
electoral federal de 1997 consideró la existencia de grupos indígenas
en algunos municipios de las entidades federativas, sobre todo cuan-
do esta población significaba o superaba el 30% del total de la po-
blación del municipio (véase el informe del ife al respecto). De los
300 distritos federales electorales en 1997, se encontró que 37 pre-
sentaban esas características, y que concentraban 929 municipios, es
decir, 12.3% del total a nivel nacional. De los 37 distritos federales
electorales, nueve se identificaron como eminentemente indígenas,
pues 70% o más de su población pertenecía a este sector poblacional,
y los 28 distritos restantes se identificaron como medianamente in-
dígenas, ya que tenían de 30% a 69.9% de esa población.
En la sesión de su Consejo General del 11 de febrero de 2004,
el ife aprobó la redistritación del país para las elecciones de 2006 y
2009, y estableció que de los 300 distritos federales uninominales
en 28 existía 40% o más de habitantes indígenas (González Galván,
2006; cdi, 2008). El objetivo fue garantizar un umbral mínimo de
28 diputados indígenas en la Cámara de Diputados de la federación.
Con ese nuevo mapa electoral federal se realizaron los comicios
de 2006 y 2009. A partir de los datos arrojados por la elección de
2006, François Lartigue (2008) realiza un análisis que, aplicando los
criterios de: participación contra abstencionismo, complejidad con-
tra baja complejidad, y comportamiento político–partidista, dibuja
una primera tipología de distritos electorales indígenas.
El análisis que se presenta contempla las elecciones federales en el
lapso comprendido entre 2000 y 2009. Se trata de conocer cómo votan
—o cómo han votado— los ciudadanos indígenas en los distritos en
donde representan 40% o más de la población, esto es, en los 28 distri-
tos federales indígenas del país. Así se podrá adquirir una visión más
amplia sobre el comportamiento de este grupo de ciudadanos mexica-
nos. Ello permitirá conocer similitudes, diferencias, continuidades, va-

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Raúl Fernández Gómez

Cuadro 8.1 Diputaciones indígenas por estado

Estado Número
de distritos

Campeche 1
Chiapas 4
Guerrero 1
Hidalgo 2
Estado de México 1
Oaxaca 8
Puebla 3
Quintana Roo 1
San Luis Potosí 1
Veracruz 3
Yucatán 3
Total 28

riaciones, presencia y peso de los partidos políticos, entre otros aspec-


tos. La base de datos son los resultados oficiales de las cuatro últimas
elecciones que han tenido lugar en el país. Se aplicaron los criterios
diacrónico y sincrónico con el propósito de allegarse mejores elemen-
tos para la compresión del fenómeno.
Se partió, para el análisis diacrónico, de las elecciones de 2000,
con apoyo en los resultados electorales de 2000, 2003, 2006 y 2009,
procesos integrados por dos elecciones presidenciales y dos interme-
dias. Si bien es cierto que antes de la redistritación de 2004 no existía
oficialmente el concepto de distritos indígenas, el ife desde 1997 ya
se apoyaba en parámetros y estudios del Instituto Nacional Indige-
nista para denominarlos y analizarlos, e incluso esos estudios arroja-
ron un dato mayor a 28 distritos, pues sus parámetros de medición
partían del 30% de la población, lo que resultaba en 34 distritos. El
anterior estudio servirá como antecedente para conocer la influencia

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Participación política y comportamiento electoral de la ciudadanía indígena

que sobre el comportamiento electoral tuvo la nueva configuración


electoral a partir de 2006 y como referente a la hora de comparar
las elecciones a través del tiempo, a fin de saber cómo han ido votan-
do y cómo se mantiene su comportamiento en la actualidad.
En el cuadro 8.2 se presenta la lista de los distritos electorales
que se analizarán, acompañados de la entidad a la que pertenecen, su
porcentaje en la última elección de la población indígena y el total
de la lista nominal por distrito.
Para comenzar a analizar los resultados electorales es necesario
ubicar las categorías de análisis, que estarán orientadas en el orden
diacrónico y sincrónico expuesto.
Primero, se presentará el índice de la concentración de voto, que
indica en qué medida los electores se concentran en pocas opciones
políticas, es decir, la concentración de los votos (en porcentaje) de la
suma de los dos partidos más votados.
Luego, el grado de fragmentación en las elecciones de los distri-
tos indígenas, que indica la medida en que los votos de los electores
se distribuyen entre muchas opciones. Este índice toma en cuenta
el número, pero también el tamaño de los partidos. El complemen-
to de estos datos con el índice número efectivo de partidos —que
se calcula de manera similar al índice de fragmentación— permite
agregar parámetros para medir también la variable de peso político,
lo que resulta en un indicador que mide a un tiempo cantidad y peso
de las opciones partidistas.
Se presenta asimismo el índice de volatilidad para conocer el
porcentaje de los votantes que cambian la orientación de su sufragio
de una elección a otra, y el de los electores que se mantienen cauti-
vos de los partidos políticos. De esa manera se podrá saber la dispo-
sición que tienen los ciudadanos para tomar opciones distintas a los
partidos que se encuentran en el poder.
Se examina también la distancia ideológica que se presenta
en cada distrito, y se ubican los partidos más lejanos ideológicamente,
calculando el índice de polarización que se presenta en cada elección,
aplicando el criterio del índice de polarización ponderada.
El valor de la aplicación de esos indicadores reside en la compara-
ción y análisis con los múltiples resultados de los distritos indígenas,

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Raúl Fernández Gómez

Cuadro 8.2 Participación electoral de la población indígena,


por distritos electorales

Porcentaje
Distrito última elección Lista
Entidad indígena población nominal
indígena
Campeche 01 40.54% 268,119
01 71.93% 261,748
02 75.08% 206,119
Chiapas
03 64.77% 232,712
05 72.41% 227,806
Total 4 928,391
Guerrero 05 83.90% 231,424
01 78.00% 232,733
Hidalgo
02 45.80% 258,946
Total 2 491,679
Estado de México 09 53.40% 247,897

lo que es fundamental puesto que las elecciones no sólo se definen por


un contexto sino por una continuidad, una constante en los resultados
que permite entender mejor el comportamiento electoral. Además, la
visión diacrónica de los datos electorales permite entender también los
cambios, las excepciones que rompen la dinámica de resultados.
De igual modo, se explicará la competición electoral en cuyo con-
cepto se encuentran las dimensiones de apertura del mercado electo-
ral, es decir, saber cuándo la elección se encuentra dentro de los pará-
metros de libertad, justicia y competitividad, y esto se logra basándose
en datos de su sistema electoral como el umbral de representación, la
proporcionalidad del sistema y el índice de fragmentación, considera-
do como el que explica este primer componente; disponibilidad de los
electores para votar por distintos partidos, en otras palabras, el grado
de volatilidad en las elecciones; diferenciación de las alternativas po-

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Participación política y comportamiento electoral de la ciudadanía indígena

01 40.00% 215,046
02 89.00% 182,037
04 76.00% 232,960
05 41.00% 212,292
Oaxaca
06 62.00% 237,520
07 63.00% 227,045
10 42.00% 207,806
11 43.00% 234,043
Total 8 1’748,749
01 41.80% 231,511
Puebla 04 80.28% 221,187
16 57.56% 185,824
Total 3 638,522
Quintana Roo 02 47.35% 222,575
San Luis Potosí 07 51.34% 240,622
02 73.00% 238,452
Veracruz 06 52.30% 213,442
18 52.20% 234,780
Total 3 686,674

líticas, para saber si las diferencias entre las opciones logran ser perci-
bidas por los electores, lo que se obtiene con un indicador que muestre
la distancia ideológica entre los partidos políticos en competición, y la
vulnerabilidad electoral del partido en el gobierno, o sea, la capacidad y
la posibilidad de cambio en el gobierno, de la alternancia política, fac-
tible y posible en todo momento, evitando la hegemonía partidista.
Los resultados se presentan en gráficas que permiten apreciar
mejor la evolución de las cuatro dimensiones que componen la com-

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Raúl Fernández Gómez

petición electoral de cada uno de los distritos electorales y en ge-


neral. Se indica, asimismo, los tipos de elecciones que se presentan
en estos distritos: críticas, continuas, desviadas, de restitución o de
conversión.

Participación, abstención y concentración del voto

Los comicios que se contemplan en este análisis son las elecciones


federales para diputados al Congreso de la Unión de 2000, 2003,
2006 y 2009. Se aclara que donde se presentaron coaliciones entre
partidos, los datos no se desagregan sino que se le adjudican al par-
tido de mayor peso dentro de la coalición. Sólo en 2009 se realizó
el desagregado completo por partido, pues antes de esa elección el
ife no contemplaba la división por partido de los resultados de las
coaliciones.
De las cuatro elecciones consideradas, dos son previas y dos
posteriores a la redistritación, lo que permite comparar el compor-
tamiento electoral antes de la nueva configuración. Sin embargo,
existen cinco distritos que no tienen antecedentes: son de nueva
creación, conformados por otros, y surgieron gracias a las nuevas va-
riables asignadas a la redistritación.
Una vez hechas las anteriores aclaraciones, se puede comenzar
con el resultado del análisis de la participación electoral en los distri-
tos indígenas; para ello, se tomó en consideración la media nacional
(51.17%) de las elecciones a diputados federales por mayoría relativa
de los procesos electorales de 2006 y 2009. A partir de este promedio,
se considera alta la participación cuando se encuentra arriba de la me-
dia nacional, y baja cuando el porcentaje es menor. Con este criterio,
se destaca que de los 28 distritos electorales, 18 concentran una alta
participación, mientras que diez tienen una baja participación.
En el cuadro 8.3, se observa que el distrito que tuvo un alto nivel
de abstencionismo fue el 5 del estado de Guerrero, seguido por los
distritos 4 y 6 del estado de Oaxaca.
Se encuentra también que los distritos electorales con mayor ín-
dice de abstencionismo se concentran en el sureste (Chiapas, Oaxaca

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Participación política y comportamiento electoral de la ciudadanía indígena

Cuadro 8.3 Porcentaje de participación electoral


en los distritos indígenas

Distrito
Nivel de Cabecera Promedio
Entidad electoral
participación distrital 2006-2009
indígena
Campeche 01 Campeche 67.85%
Yucatán 01 Valladolid 66.57%
San Luis Potosí 07 Tamazunchale 65.50%
Yucatán 02 Progreso 61.25%
Veracruz 02 Tantoyuca 60.84%
Estado de México 09 Ixtlahuaca de R. 60.05%
Yucatán 05 Ticul 58.81%
Veracruz 18 Zongolica 57.74%
Oaxaca 02 Teotitlán de F. 57.58%
Alta participación Veracruz 05 Papantla 57.10%
Oaxaca 01 San Juan Bautista 56.27%
Hidalgo 01 Huejutla 55.91%
07 Juchitlán de Z. 53.39%
Oaxaca
05 Santo Domingo 53.26%
Puebla 01 Huachinango 51.84%
Oaxaca 11 Santiago 51.67%
Pinotepa
Quintana Roo 02 Chetumal 51.36%
Puebla 15 Ajalpan 51.31%

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Raúl Fernández Gómez

Cuadro 8.3 (continuación)


Puebla 04 Zacopoaxtla 48.92%
02 Bochil 48.18%
Chiapas
01 Palenque 47.51%
Oaxaca 10 Miahuatlán 47.51%
Hidalgo 02 Ixmiquilpan 46.27%
Baja
participación 03 Ocosingo 44.30%
Chiapas
05 San Cristóbal 43.20%
05 Heroica Cd. 40.83%
Tlaxiaco
Oaxaca
04 Tlacolula de M. 40.04%
Guerrero 05 Tlapa de C. 38.19%

y Guerrero), mientras que los distritos que presentan índices de par-


ticipación altos se encuentran en Campeche, Yucatán y San Luis Po-
tosí. Se observa, asimismo, que la mayoría de los distritos indígenas
están por arriba de la media de participación nacional. Por otro lado,
estos distritos electorales, presentan una preferencia similar. En la
mayoría, el Partido Revolucionario Institucional (pri) mantiene una
superioridad y una hegemonía sobre el resto de los partidos, pues
en 14 distritos de los 28, el pri no ha perdido en las últimas cuatro
elecciones. En el resto, alterna triunfos y derrotas electorales con el
Partido de la Revolución Democrática (prd, 10 distritos) y el Parti-
do Acción Nacional (pan, 4 distritos).
Sin embargo, lo anterior no significa que la hegemonía que pre-
senta el pri en la mayoría de los distritos sea contundente y amplia,
y que los distritos sean poco competidos, pues se puede observar,
con el índice de concentración del voto, que por lo regular se trata
de distritos en donde la disputa electoral la rigen dos partidos (pri
contra prd, en la mayoría de los casos, o pri contra pan en menor
medida), pero en todos los distritos el porcentaje de los votos de
las dos principales fuerzas se encuentra entre 70% y 80%, salvo ca-

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Participación política y comportamiento electoral de la ciudadanía indígena

Cuadro 8.4 Índice de participación electoral


en los distritos indígenas (2000-2009)

Cabecera Índice de concentración


Entidad Distrito distrital 2000 2003 2006 2009
Campeche 01 Campeche 65.75 80.98 66.82 80.71
01 Palenque 56.89 80.69 85.83 72.05
02 Bochil 83.89 62.77
Chiapas
03 Ocosingo 88.19 80.16 86.72 59.83
05 San Cristóbal 72.6 45.31 78.71 60.44
Guerrero 05 Tlapa de C. 90.62 88.76 84.69 74.96
01 Huejutla 75.28 70.82 69.41 71.02
Hidalgo
02 Ixmiquilpan 73.26 69.9 74.49 70.11
Estado de 09 Ixtlahuaca de R. 76.54 67.8 66.64 63.08
México
01 San Juan B. 77.71 75.02 68.61 68.45
02 Teotitlán de F. 74.78 75.19 55.57 66.14
04 Tlacolula de M. 70.48 60.89
05 Santo Domingo 77.87 70.11 85.31 68.88
Oaxaca 06 Heroica Cd. 77.93 76.46 81.64 74.38
Tlaxiaco
07 Juchitán de Z. 84.13 71.44 86.44 61.81
10 Miahuatlán 71.69 68.37 74.27 64.6
11 Sgo. Pinotepa 82.73 64.14 83.43 75.75
01 Huachinango 73.79 79.02 62.09 76.81
Puebla 04 Zacapoaxtla 57.37 67.17
16 Ajalpan 65.95 78.92
Quintana Roo 02 Chetumal 73.24 56.06 77.67 65.24
San Luis Potosí 07 Tamazunchale 78.93 80.7 64.8 68.62

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Raúl Fernández Gómez

Cuadro 8.4 (continuación)


02 Tantoyuca 66.19 85.22
Veracruz 06 Papantla 86.08 63.44 70.32 79.31
18 Zongolica 71.21 62.05 65.19 78.01
01 Valladolid 90.7 85.59 84.15 88.58
Yucatán 02 Progreso 92.5 91.33 84.07 88.38
05 Ticul 91.32 90.31 83.05 91.19

sos particulares, como en la elección del distrito 1 de Chiapas, que


en 2000 presentó un índice de concentración de voto de 56.89%,
o la del distrito 5 de Chiapas, en donde el índice se concentró en
45.31%, o incluso elecciones de alta concentración, como la corres-
pondiente al distrito 5 de Yucatán, que en 2009 presentó un índice
del 91.19%. Este indicador muestra que los partidos que compiten,
fuera de los dos principales, tienen pocas posibilidades de triunfo,
puesto que no representan fuerzas significativas. Más adelante se ve-
rá qué tan competidos son los distritos, basándonos en otros índices
además del que acabamos de describir.

Diferencia entre primera y segunda opción

Este primer análisis permite comenzar a entender el comportamiento


electoral en los distritos indígenas. Se sabe que en la mayoría de los
distritos, dos partidos aglutinan más de 50% de los votos en cada
elección, pero esto no indica que las elecciones sean competidas por
disputarse entre dos fuerzas; se puede contrastar esta aseveración con
los datos que arroja el índice de competitividad. Se podría pensar
que al existir dos partidos con tanta presencia, existen por ende elec-
ciones cerradas; sin embargo, el índice de competitividad indica la
distancia (en porcentaje) que existe entre el primer y el segundo par-
tido más posicionados. El objetivo es saber qué tan competidas son
las elecciones, qué tan cerradas y qué tanta posibilidad de alternancia

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Participación política y comportamiento electoral de la ciudadanía indígena

existe en cada distrito. Se sabe entonces que en la mayoría de los


distritos indígenas se presentan elecciones con un amplio margen de
diferencia entre la primera y segunda opción.
En la mayoría de las elecciones, el porcentaje de votos entre el
primer y segundo partido rebasa el 10%, lo que indica que no son
elecciones cerradas, salvo en las elecciones de 2000 y 2006, que si
bien es cierto que los nuestros son resultados de las elecciones al
Congreso Nacional, en estos casos las elecciones se ven influidas
por la competencia alta que se presenta en las elecciones presiden-
ciales, concurrentes en México cada seis años con las de diputados
y senadores. De esa manera, en esos años el porcentaje entre la pri-
mera y la segunda opción se reduce sólo para alcanzar porcentajes
mayores a 5% y sólo en algunos casos las elecciones son más ce-
rradas, como las ocurridas en el distrito 1 de Oaxaca en 2000, con
una diferencia de 1.4%, o en el distrito 2 de Hidalgo en 2006, con un
porcentaje de 0.91%.
Haciendo un porcentaje general del índice de competencia en
cada uno de los distritos se encuentra en promedio un alto porcen-
taje, lo que indica la presencia de elecciones no cerradas, salvo en el
caso del distrito 2 de Veracruz, cuyo porcentaje por sus dos eleccio-
nes (dada su nueva creación a partir de 2004) se encuentra en 1.52%.
Lo anterior indica que los ganadores de las elecciones en los distri-
tos indígenas ganan por un amplio margen.
En la gráfica 8.1 se muestran todos los distritos indígenas y el
porcentaje de competencia que existe entre ellos en promedio, en las
cuatro elecciones comprendidas en este estudio.

Volatilidad y tipo de elecciones en los distritos indígenas

Pero, ¿qué pasa con esos ganadores? Ya se sabe que en los distritos
indígenas por lo general el ganador tiene una ventaja considerable
sobre su más cercano competidor, pero esto no significa que el par-
tido en el poder no esté en constante riesgo de perder elecciones,
pues aun cuando se podría pensar que el porcentaje alto de dife-
rencia entre el primer y el segundo partido da muestras de la hege-

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Raúl Fernández Gómez

Gráfica 8.1 Porcentaje de competencia de los distritos indígenas


25

20

15

10

1 1 2 3 5 5 1 2 9 1 2 4 5 6 7 10 11 1 4 16 2 7 2 6 18 1 2 5
CAMP CHIS GRO HGO EDOMEX OAX PUE QROO SLP VER YUC

monía que existe en los distritos indígenas, también es claro que


los índices de volatilidad presentan porcentajes elevados, lo
que indica que de una elección a otra son muchos los votos cam-
biantes, aquéllos que están en juego y que representan los electo-
res que inclinan la balanza.
En ese sentido, se observa que existen distritos en los que se pre-
sentan cuatro tipos de elecciones con sus variantes en combinación,
que suman un total de seis configuraciones. Así, se encuentran: elec-
ciones restitutivas y de conversión; críticas; de conversión; críticas y
de restitución; de conversión con elección crítica, y continuas.
De esta manera, se encuentran las elecciones en donde la volatili-
dad es muy alta, pero el resultado se mantiene estable. Esto significa
que son elecciones de conversión, en las que el electorado cambia la
orientación de su voto, pero ello no influye en el resultado final. Son
ejemplo los casos del distrito 2 de Chiapas; 1 y 2 de Hidalgo; 9 del
estado de México; 2 y 7 de Oaxaca; 1, 4 y 16 de Puebla; 2 de Quin-
tana Roo; 2 de Veracruz, y 2 de Yucatán. Este tipo de elecciones se
presenta en 46% de los distritos indígenas. La volatilidad es alta y el
partido en el poder pierde votos, pero también pierde la oposición, lo
que provoca volatilidad alta, pero garantiza el triunfo del partido en
el poder, en este caso del pri, que mantiene su hegemonía en todos
los distritos con la anterior característica.

398

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Participación política y comportamiento electoral de la ciudadanía indígena

Otro ejemplo es la elección crítica y de restitución, que se pre-


senta en 28.5% de los distritos indígenas. En este tipo de elección,
el comportamiento electoral se mantiene con alta volatilidad. Por
ejemplo, en la mayoría de los distritos en 2006 la volatilidad im-
pactó en el resultado de las elecciones al perder el partido en el
poder; sin embargo, este efecto se revirtió en los comicios inme-
diatos posteriores, cuando el partido antes derrotado regresó a
la victoria electoral. La variable crítica se refiere a las elecciones
donde la volatilidad es alta y el resultado es diverso; la restitutiva,
al hecho de regresar al estado antiguo de los resultados electora-
les, aun cuando se mantenga el alto índice de volatilidad. Es aquí
donde se ubican distritos como 1, 4, 5, 6, 10 y 11 de Oaxaca; 7 de
San Luis Potosí, y 5 de Yucatán. Cabe mencionar que seis de los
ocho distritos de Oaxaca se encuentran en esta categoría.
Por lo regular, en los anteriores casos el pri mantenía dos eleccio-
nes triunfando electoralmente para cambiar a los partidos de oposi-
ción (prd y pan) en 2006, y regresar al triunfo electoral en 2009. Cabe
mencionar que los cambios significativos se presentan en la elección
inmediata a las reformas realizadas y que resultó en la redistritación.
Por otro lado, sólo se presenta un caso de elecciones continuas, en el
distrito 18 del estado de Veracruz, en donde, por su condición de distrito
de nueva creación, las elecciones se han mantenido sin cambios en los
resultados y con poca volatilidad (elecciones continuas y persistentes).
En Campeche se presenta el caso de elección restitutiva y de
conversión. El pan ganó en 2000, pero el pri regresó en las siguien-
tes elecciones para mostrar persistencia en sus triunfos, con una alta
volatilidad en el proceso.
En Yucatán también se encuentra una excepción, pues en el distri-
to 1 se presentan elecciones desviadas con una elección de restitución;
son desviadas porque en ellas pierde el partido en el poder, sin embar-
go, la volatilidad es baja. Ello también ocurrió en este distrito en 2006,
cuando el pri perdió las elecciones con poco porcentaje de volatilidad, y
regresó al poder en los siguientes comicios. Por ello se califica este caso
como elecciones desviadas con el componente de elección restitutiva.
Se presentan también tres casos de elecciones críticas: en el
distrito 1 de Chiapas, 5 de Guerrero y 6 de Veracruz. En estos

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Raúl Fernández Gómez

Cuadro 8.5 Tipo de elección en los distritos indígenas

Núm. Estado Distrito Tipo de elección


1 Campeche 1 Campeche Elección restitutiva y de conversión
2 Chiapas 1 Palenque Elecciones críticas
3 Guerrero 5 Tlapa de C. Elecciones críticas
4 Veracruz 6 Papantla Elecciones críticas
5 Chiapas 2 Bochil Elecciones de conversión
6 Chiapas 5 San Cristóbal Elecciones de conversión
7 Hidalgo 1 Huejutla Elecciones de conversión
8 Hidalgo 2 Ixmiquilpan Elecciones de conversión
9 Estado de México 9 Ixtlahuaca de R. Elecciones de conversión
10 Oaxaca 2 Teochitlán de F. Elecciones de conversión
11 Oaxaca 7 Juchitán de Z. Elecciones de conversión
12 Puebla 1 Huachinango Elecciones de conversión
13 Puebla 4 Zacopoaxtla Elecciones de conversión
14 Puebla 16 Ajalpan Elecciones de conversión

tres distritos las elecciones se alternaron entre dos partidos, el pri


y el prd. En los dos primeros distritos los triunfos se repartieron
prd–pri–pri–prd y pri–prd–prd–pri, mientras que en el último
distrito se alternaron las elecciones. Estas contiendas con cambios
constantes se presentaron en un contexto de alta volatilidad: los
votos que se desplazaban de una elección se posicionaron, en su
gran mayoría, arriba de 20%.
Se conocen ya algunos indicadores importantes que forman par-
te del análisis del comportamiento electoral en los distritos indíge-
nas, ahora, es necesario enfocarse a los partidos políticos y a su peso
específico en los distritos estudiados. Se abordará entonces la frag-
mentación, el número efectivo de partidos y la polarización, es decir,
los índices relacionados de manera directa con los partidos políticos,
su fuerza y la preferencia electoral.

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Participación política y comportamiento electoral de la ciudadanía indígena

Cuadro 8.5 (continuación)

15 Quintana Roo 2 Chetumal Elecciones de conversión


16 Veracruz 2 Tantoyuca Elecciones de conversión
17 Yucatán 2 Progreso Elección de conversión
18 Oaxaca 1 San Juan B. Elecciones críticas y de restitución
19 Oaxaca 4 Tlacolula de M. Elecciones críticas y de restitución
20 Oaxaca 5 Santo Domingo Elecciones críticas y de restitución
21 Oaxaca 6 Heroica Cd. Tlaxiaco Elecciones críticas y de restitución
22 San Luis Potosí 7 Temazunchale Elecciones críticas y de restitución
23 Yucatán 5 Ticul Elecciones críticas y de restitución
24 Oaxaca 10 Miahuatlán Elecciones críticas y de restitución
25 Oaxaca 11 Sgo. Pinotepa Elecciones críticas y de restitución
26 Chiapas 3 Ocosingo Elecciones de conversión y crítica
27 Veracruz 18 Zongolica Elecciones continuas
28 Yucatán 1 Valladolid Elección desviada con restitución

Fragmentación y número efectivo de partidos

Se pueden contrastar las anteriores variables que muestran la


concentración y la distancia en votos del partido ganador con el más
cercano competidor, con el índice de fragmentación y el número
efectivo de partidos. Estos índices son muy parecidos: uno toma en
cuenta el número y el tamaño de los partidos para calcular la pro-
babilidad que existe entre los electores de votar por los partidos. Si
existieran dos partidos, el índice sería de 0.5; y, a mayores opciones,
el índice aumenta para mostrarlas con posibilidades de elección. Por
su parte, el número efectivo de partidos muestra también el número
de las opciones políticas, al igual que su peso en la arena electoral.
Estas dos variables proporcionan un número fraccionado que repre-
senta el valor exacto de los partidos en el juego político frente a los

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Raúl Fernández Gómez

Gráfica 8.2 Índice de fragmentación de los distritos indígenas


Número de partidos
10

4
Número efectivo
2 de partidos

2000 2003 2006 2009

ciudadanos. Se entiende entonces que un índice, el de fragmenta-


ción, se involucra en la tendencia de los ciudadanos, y el de partidos
en las opciones reales y de peso que se le ofrecen al elector.
En los distritos indígenas, los resultados demuestran un índice
de fragmentación que oscila entre 0.55 y 0.70. Existen elecciones
en donde el índice se reduce y la tendencia por elección (como en
2000) en todos los distritos indígenas es de un promedio de 0.63. La
probabilidad de que un elector vote tomando en cuenta más de dos
opciones se presenta, aunque en menor medida que en las elecciones
de 2006, cuando esta probabilidad aumentó, puesto que el índice se
posicionó en promedio en 0.70.
Los electores indígenas se han presentado a contiendas con mu-
chas opciones partidistas. De las elecciones de 2000 a 2009, existen
diez partidos políticos que sólo han aparecido en una sola elección,
sin lograr el registro nacional y desapareciendo del plano electoral,
lo que indica que el índice de fragmentación se vio influido por la
presencia de opciones intermitentes.
Lo interesante es analizar el número efectivo de partidos, pon-
derando el peso y la presencia de cada una de las opciones políticas.
Por ejemplo, en 2003 se presentaron a las elecciones 11 opciones
políticas, sin contar la opción de “no registrado”, que también es una
tendencia de los electores que se refleja en su voto. Aun así, con la

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Participación política y comportamiento electoral de la ciudadanía indígena

presencia de 11 opciones en juego, el indicador de número efectivo


de partido se mantiene 3.21, lo que significa que aun cuando existen
tantas opciones en la arena política, son tres los partidos que mantie-
nen el peso y aglutinan los votos, quienes representan las verdaderas
opciones. Lo mismo sucede en el resto de las elecciones, mientras el
número de partidos asciende y desciende, el número efectivo se
mantiene alrededor de tres de ellos.

Polarización

En los distritos indígenas, el índice de polarización varía depen-


diendo el año de la elección, pues se ve influido, como en los
índices de fragmentación y de competitividad, por las elecciones
presidenciales de 2000 y 2006. En ese sentido, se encuentra una
mayor polarización en tales elecciones que en las intermedias.
Sin embargo, se puede afirmar que la polarización en los distritos
indígenas no es alta.
Al establecer un promedio por años de elección, en 2000 la po-
larización en los distritos indígenas se presentó en un promedio de
2.5, y bajó a 1.5 en las elecciones de 2003, ya con la nueva configu-
ración distrital. En las elecciones presidenciales de 2006 el índice
aumentó a tres y bajó a 2.1 en las intermedias de 2009.
En general, se habla de elecciones poco polarizadas, en donde las
diferencias entre los partidos no son tan marcadas. Se entiende
entonces que al existir poca polarización, el número de los elec-
tores que conforman el voto duro de los partidos es menor. En
este escenario, los partidos están tan cerca que las distancias ideo-
lógicas se reducen a un grado tal que la disposición de los elec-
tores por votar a otros partidos aumenta, lo que se conoce como
el grado de volatilidad. Se entiende, pues, que a menor grado de
polarización habrá mayor grado de volatilidad, como se muestra
en la gráfica 8.3, que contempla las dos variables.

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Raúl Fernández Gómez

Gráfica 8.3 Grado de volatilidad de los distritos indígenas


25

20

15 Volatilidad

10

5
Polarización

2000 2003 2006 2009

Conclusiones

La construcción de la ciudadanía en México ha sido —está siendo—


un proceso azaroso e incompleto. En primer lugar, porque la secuen-
cia ha sido diferente de la establecida como “típica” por Thomas H.
Marshall.5 Con la Revolución, se pretendió obtener la ciudadanía so-
cial, más adelante se avanzó en la construcción de su dimensión civil
y, por último, con el proceso de transición a la democracia desde el
régimen hegemónico, la política. En segundo lugar, porque estos pro-
cesos de cimentación de la ciudadanía han tenido un fuerte carácter
asimétrico, donde en especial los indígenas, aunque no sólo ellos, han
quedado por completo rezagados, como señalan todos los indicadores
socioeconómicos reseñados en el texto.
Desde el punto de vista político electoral, algunas medidas han
sido tomadas, aunque sus resultados no han sido los previstos. Si la
redistritación hecha para organizar una especie de gerrymandering
afirmativo, en el que la población indígena fuera decisiva en el voto

5 “Siguiendo la experiencia inglesa, Marshall subrayó el acceso secuencial a los tres ámbitos: prime-
ro se adquirirían los derechos civiles, más adelante los políticos y por último y como consecuencia
de los dos anteriores, los sociales” González, 2009).

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Participación política y comportamiento electoral de la ciudadanía indígena

a los legisladores federales, ello no se ha traducido en el incremento


buscado de su presencia en la Cámara de Diputados. Quizá fuera
más eficaz introducir otro tipo de medidas, aplicadas en otros países,
donde por ley los candidatos de los diversos partidos deben perte-
necer a la etnia mayoritaria en la zona. O redistritar de nuevo, pero
no con criterios geográficos sino humanos, de manera que todos
los integrantes del distrito sean indígenas, una opción que se usa
en Nueva Zelanda y en Colombia, y que ha sido propuesta durante
el proceso de consulta para la reforma del estado en Guerrero entre
2007 y 2009 (Fernández y González, 2008).
En cuanto atañe al comportamiento electoral, los resultados de
la investigación arrojan algunas conclusiones tentativas. La primera
es que al parecer el voto corporativo de las comunidades indígenas es
muy elevado: ello explicaría tanto la distancia entre los partidos ga-
nadores y los situados en los segundos lugares, como la alta volatili-
dad. Sólo si hay una decisión colectiva parecen explicables saltos tan
abruptos de una elección a la siguiente. Sólo si hay votos en bloque
por un partido se puede entender la escasa competitividad promedio
en los distritos mayoritariamente indígenas. En cualquier caso, se
trata de hipótesis que requieren de comprobación empírica por vía
de las encuestas de opinión específicas en las comunidades, una he-
rramienta de la que no disponemos aún.
Lo que sí se sabe es que, de nuevo, hay una alta correlación en-
tre desarrollo socioeconómico y participación electoral. De los datos
aportados se desprende que justo, aunque con alguna excepción, es
en los distritos electorales indígenas de los estados más pobres don-
de la abstención es más elevada.
También se puede confirmar el acierto pionero de Maurice Du-
verger respecto de las elecciones en distritos uninominales por el
método de la mayoría relativa, según la cual el número de candidatos
con posibilidad de éxito es m + 1, donde m es la magnitud del dis-
trito. El análisis del número efectivo de partidos señala la tendencia
bipartidista en el resultado electoral, si bien los pares que compiten
varían de un distrito a otro. Es justamente una de las principales
aportaciones que ha hecho Gary Cox al trabajo de Duverger: pue-
de ser que en el ámbito nacional los distritos uninominales generen

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Raúl Fernández Gómez

sistemas de más de dos partidos pero, en el espacio del distrito, la


disputa es bipartidista, como demuestra el caso mexicano y acaba de
hacerlo en sus últimas elecciones el Reino Unido, tenido histórica-
mente como paradigma del bipartidismo.
Por tanto, siguiendo de nuevo a Cox, parecería haber una coor-
dinación estratégica de los votantes indígenas que los lleva a ejercer
el sufragio de manera racional, impidiendo que sus votos se pierdan.
Lo que en su momento se llamó “efectos psicológicos de los sistemas
electorales”, según los cuales los votantes quieren hacer que sus votos
cuenten, funcionan también aquí, por más que en los distritos de
más reciente creación aún no se hayan hecho notar.

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Procesos electorales y participación política en
poblaciones indígenas: el caso de los purépechas
de Michoacán (1989–2004)

Ivy Jacaranda Jasso Martínez

Michoacán es una entidad federativa que, por lo menos desde 1988,


ha tenido una vida política muy activa. Esto incluye a la población
indígena que vive en el estado (purépecha, nahua, otomí, mazahua),
y que ha participado enérgicamente en la arena política y en los pro-
cesos electorales. En especial, la población purépecha, una mayoría
entre la población indígena que habita en el territorio michoacano,
se ha manifestado a favor de mayor participación y representatividad
política en el ámbito regional.
Pocos son los estudios que se han realizado acerca de los procesos
electorales y los pueblos originarios en México. Salvo los casos de
Chiapas y Oaxaca (Viqueira y Sonnleitner, 2000; Sonnleitner, 2001;
Hernández–Díaz, 2007), los análisis de las relaciones y negociacio-
nes entre partidos políticos y las poblaciones indígenas son escasos.
Willibald Sonnleitner (2001) aborda el caso de los altos de Chiapas
y duda de la existencia de un verdadero choque entre multipartidis-
mo y costumbres políticas locales entre las poblaciones tzetzales y
tzotziles; para él, se trata de adaptaciones a las tradiciones.
La literatura existente se refiere sobre todo al papel de los in-
termediarios políticos y a los efectos de la cultura occidental en los
sistemas políticos indígenas (Franco Mendoza, 1997; Kemper, 1987;
Purnell, 2004; Vásquez León, 1986). En este sentido, hasta hace po-
cos años se consideraba a los sistemas políticos de los pueblos indí-
genas como entes estáticos que se debían conservar sin cambios. El
desarrollo de perspectivas procesualistas y críticas de puritanismos y
esencialismos en las ciencias sociales ha ayudado a voltear la mira-

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Ivy Jacaranda Jasso Martínez

da hacia aquellos procesos y negociaciones que realizan individuos y


grupos en la búsqueda de representatividad y participación política,
incorporando sus prácticas y dinámicas tradicionales, pero sin excluir
elementos externos que les permiten negociar en la arena política.
A esto se suman las reivindicaciones etnopolíticas que nacieron
desde la década de los setenta del siglo xx en todo el continente
americano. En este marco, de relativa apertura a la problemática in-
dígena, la mayoría de los estados–nación de América reconocieron
su composición pluricultural y se mostraron dispuestos a dialogar y
participar en un proyecto que incluyera a los pueblos indígenas ( José
Bengoa habla de la emergencia indígena para América Latina).
En esta línea de supuesta transición democrática que atraviesa
México, se vuelve necesario explorar las formas en que las poblacio-
nes indígenas tratan de participar de manera activa y hacer propues-
tas que sean tomadas en cuenta al interior de los partidos políticos
y de la estructura del sistema político nacional, de modo que su voz
no se diluya en intermediarios. Como Salvador Maldonado Aranda
enuncia, esta transición implicaría la creación de un marco político y
jurídico común para la competencia por el poder y la posibilidad de
transformaciones de las prácticas y culturas políticas vigentes (2005:
123). Esto tiene el fin de permitir que tanto los antiguos agentes
como las formas de ejercer el poder se transformaran y, entonces,
fueran accesibles a la mayoría de la población.
En esta línea, el abordaje de estos temas y las particularidades
implícitas también lleva a considerar que las formas tradicionales de
ejercer poder y de la representación están cambiando, y que existe la
posibilidad, como sugiere Sonnleitner, de que las sociedades indí-
genas estén renovando antiguas prácticas para enfrentar conflictos y
tensiones electorales actuales. Pese a estos cambios, como se anotará
en la siguiente sección, no por fuerza se registra un acceso directo a
los espacios de decisión para la población indígena en el país.
Antes de avanzar en el análisis, se debe partir de la consideración
de algunos conceptos que nos permitan explicar la complejidad inhe-
rente a la realidad. Es acertada la afirmación de Roberto Varela Ve-
lázquez (2005) cuando propone que la participación política de cual-
quier grupo humano sólo es entendible o adquiere significado si se

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Procesos electorales y participación política en poblaciones indígenas

le relaciona con las estructuras de poder de la sociedad en cuestión.


Estas estructuras de poder se refieren a los aparatos gubernamentales
y a las personas y grupos con mayor influencia económica y política en
los espacios de decisión (o los llamados espacios públicos). En esta
línea, la participación política puede tener diferentes manifesta-
ciones, ligadas a estas estructuras de poder oficiales y no oficiales, y
que de igual manera responden a un contexto histórico específico:
votación, asambleas, mítines, protestas, discusiones entre agentes
expertos y de mayor experiencia, al momento de decidir sobre cues-
tiones que afectan a la colectividad (quehacer político). Cabe tam-
bién aclarar que el contexto en el que participan las poblaciones
indígenas está íntimamente relacionado con un pasado de coloniali-
zación, pobreza, marginación social, económica y política, entre otras
características. Estas particularidades influirán en gran medida en las
adecuaciones y negociaciones, ya que prevalecen relaciones de poder
asimétricas fincadas en profundas desigualdades.
El proceso electoral es sólo una parte de este conjunto de mani-
festaciones de participación política, y es quizá la forma más reco-
nocida, por ser oficial y ser presentada por el gobierno mexicano
como la más adecuada y pacífica de provocar un cambio, además
de requerir de un alto presupuesto en su aplicación a fin de que to-
dos los ciudadanos mexicanos la ejerzan. Estas manifestaciones de
participación política tienen lugar en un espacio social específico, la
arena política, como el campo de análisis donde se dan, negocian e
identifican las relaciones de poder entre diferentes agentes y grupos
de población. Las estructuras de poder también se ubican en este
espacio y su funcionamiento depende de la validez y legitimidad que
poseen, en términos de las normas y la eficacia que tienen para los
agentes que participan en la arena política.

Población indígena y comportamiento electoral

En el censo de 2000, la población de cinco años y más en Michoa-


cán era de 3 millones 479 mil 357 habitantes, y de ésta 121 mil 849
habitantes hablaban una lengua indígena (3.5% del total) (inegi,

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Ivy Jacaranda Jasso Martínez

2006). Entre la población indígena que habita Michoacán, se en-


cuentra la llamada originaria: purépechas, nahuas, mazahua y oto-
míes. A ellos se suman indígenas migrantes de otros estados, y que
se asientan en las ciudades de mayor actividad económica, como
Morelia y Uruapan, y algunos otros grupos de población indígena
que han llegado a través del corredor costero para vender artesanías
de Guerrero, Oaxaca y Chiapas en los centros turísticos de Aquila.
Las principales lenguas habladas para el año 2000 eran: purépecha
(90% que habla una lengua indígena en Michoacán), nahua (3.9%),
mazahua (3.6%), otomí (0.6%), y mixteco (0.5%) (inegi, 2006).
Los municipios de mayor concentración de esta población,
además de la capital del estado, son: Aquila (nahuas), Coeneo
(purépechas), Charapan (purépechas), Cherán (purépechas), Chil-
chota (purépechas), Erongarícuaro (purépechas), Nahuatzen
(purépechas), Paracho (purépechas), Pátzcuaro (purépechas),
Quiroga (purépechas), Los Reyes (purépechas), Tangamandapio
(purépechas), Tingambato (purépechas), Tzintzuntzan (purépechas),
Uruapan (purépechas), Zacapu (purépechas) y Zitácuaro (mazahuas
y otomíes). En este estudio sólo se retoma a la población purépecha,
ya que el análisis parte de la población indígena que representa a la
mayoría en la entidad, y además existe mayor información de ésta.
En Michoacán, la herencia cardenista ha motivado la identifi-
cación con el Partido de la Revolución Democrática (prd). Hasta
antes de 1988, como en casi todo el país, el Partido Revolucionario
Institucional (pri) era el partido de Estado. Sin embargo, después de
la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y el pretendido
fraude electoral en ese año,1 la población se dividió a causa de la
afiliación a este partido político. La simpatía que mostró una parte
considerable de la población indígena (purépecha, sobre todo) en
la entidad hacia este candidato, hijo del legendario Tata Cárdenas,

1 Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, hijo del general Lázaro Cárdenas, el Presidente del país de
1934 a 1940, estaba entre las filas del pri, pero, junto con otros militantes, abandonó el parti-
do por considerar que el proceso de elección del candidato a la presidencia no era democrático.
Se propuso como candidato a la presidencia como Fuerza Política Democrática y después fundaría
el prd.

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Procesos electorales y participación política en poblaciones indígenas

ocasionó fracturas al interior de las comunidades por la militancia en


un partido diferente al tradicional (pri).
Una parte considerable de la población michoacana se inclinó en
las votaciones de 1988 por Cuauhtémoc Cárdenas, ya que se le veía
como el continuador de la labor que su padre había iniciado. En ese
año, algunos miembros de organizaciones independientes indíge-
nas se integraron, primero, al Frente Democrático Nacional (fdn) y
posteriormente al prd. La asociación entre Cuauhtémoc y su padre
fue clave para despertar confianza y simpatía entre el electorado;
desde entonces, Michoacán se considera un bastión del prd.
Después de la cuestionada contienda electoral, algunos simpa-
tizantes que apoyaron su candidatura se manifestaron: “más de 60
ayuntamientos miembros del Frente Democrático Nacional (fdn)
realizaron plantones como estrategia para rechazar lo que considera-
ban un fraude electoral mayúsculo” (Calderón Mólgora, 1993: 213).
Las manifestaciones en contra de esta contienda (como la toma de
los edificios del ayuntamiento, plantones, la toma de carreteras) se
volvieron una práctica común en el sistema político en la entidad.
Luis Ramírez Sevilla afirma que desde finales de ese año unas
cuantas presidencias quedaron en manos de simpatizantes cardenis-
tas, quienes las convirtieron en “ayuntamientos paralelos”. Sin em-
bargo, muchos de éstos fueron desalojados por las fuerzas armadas y
sólo en la sierra purépecha ayuntamientos como Nahuatzen, Cherán
y Paracho quedaron en manos de los inconformes hasta la siguiente
elección (2007: 129).2
El pri había sido el partido gobernante en casi todos los munici-
pios michoacanos, pero en el último año de la década de los ochen-
ta, por primera vez en la totalidad de los municipios por lo menos
dos partidos registraron candidatos (Calderón Mólgora, 1993: 201).
La afiliación y simpatía hacia otro partido que no era el oficial pro-
vocó el aumento de conflictos internos y fraccionales, que ya venía
ocurriendo entre las comunidades y en su interior. A continuación,

2 Para Ramírez Sevilla, a partir de 1988 la lucha política en los municipios implicó un incrementó
en la participación electoral de la región purépecha (2007: 131).

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Ivy Jacaranda Jasso Martínez

se analizará con detenimiento cómo se han presentado los procesos


electorales en los municipios de mayor concentración de población
indígena en Michoacán desde 1989.
Hasta 2005 se contaba con 13 distritos electorales, a partir de
ese año se reformularon los distritos y Michoacán cuenta ahora
sólo con 12. El distrito de Zacapu (comprende los municipios de
mayor población indígena como Quiroga, Erongarícuaro, Nahuat-
zen, Paracho, Cherán, Los Reyes, Chilchota, Tangancícuaro, y Za-
capu), Uruapan (Uruapan y Nuevo Parangaricutiro) y Pátzcuaro
(Tzintzuntzan, Pátzcuaro) son los que concentran mayor número de
población indígena, sin embargo, en sólo uno (el 7, Zacapu) un po-
blador indígena fue elegido como diputado federal.
El candidato del prd a la diputación federal por el distrito de
Zacapu en 2006 fue Humberto Alonso, un purépecha de la comu-
nidad de Tiríndaro. Resultó ganador y formó parte de la Comisión
de Asuntos Indígenas en el Congreso de la Unión. Hasta 2010 es el
único purépecha que ha logrado llegar a estos escaños; cabe mencionar
que entre los municipios comprendidos en este distrito se encuentran
los de mayor concentración de población indígena, y que participaron
durante su campaña y le otorgaron su voto. Es posible que la coyuntura
política (la ocupación de un gobernador del prd que afirmó beneficiar
los derechos indígenas en Michoacán, y la ola de manifestaciones polí-
ticas indígenas de esa época) ayudara a que Alonso fuera candidato del
prd y ganara las elecciones en el distrito.
El ahora ex diputado Humberto Alonso mantuvo el impulso
en la defensa de los derechos indígenas en escenarios restringidos
(como el Congreso de la Unión) y como parte de la Comisión de
Asuntos Indígenas luchó por incluir en la agenda de reforma del
Estado modificaciones a la reforma de 2001 acerca de los pueblos
indígenas en el país. Apoyó en Michoacán iniciativas que promo-
vían la realización de foros y espacios de expresión encaminados
a la formulación de una ley indígena estatal, aunque su actuación
no fue decisiva. El hecho de que ocupara un curul en el Congreso
de la Unión no representó para los indígenas de Michoacán, hasta
donde se pudo percibir, mejorías o logros en la lucha por la defen-
sa de sus derechos.

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Procesos electorales y participación política en poblaciones indígenas

En relación con los procesos electorales para elegir presidente


municipal,3 la arena política del ámbito local refleja de forma clara
las necesidades y dinámicas de la población, lo que de igual manera
proporciona un ámbito en el que es más fácil estudiar los cambios y
la participación política. Esta última, por lo general, responde a de-
mandas inmediatas de los pobladores, por lo cual se pueden enlazar
a los contextos particulares y a las negociaciones internas.
En el cuadro 9.1 se aprecian los cambios del proceso electoral
en el ámbito municipal. En la mayoría de estos municipios, el prd
ha sido la fuerza predominante desde 1988, y es hasta las últimas
tres elecciones que el pri ha renovado su favoritismo entre la pobla-
ción. Aunque el Partido de Acción Nacional (pan) no tiene un gran
arraigo, su triunfo en algunos municipios ha implicado mayor com-
petencia y pluralidad al interior de éstos y sus localidades. Uruapan
y Quiroga son municipios cuyas élites económicas locales (empre-
sarios y ganaderos mestizos) han manifestado su preferencia por el
pan; en años más recientes también en Pátzcuaro el pan tiene más
simpatizantes y la élite económica se logró imponer; cabe recordar
que éste fue un pueblo de indios y después asiento de españoles, por
lo que la élite local se relaciona con esta herencia y con fuerzas polí-
ticas conservadoras.
En cambio, Chilchota, Erongarícuaro, Nuevo Parangaricutiro y
Los Reyes habían sido bastiones del pri. En la actualidad, se puede
observar competencia constante entre el pri y el prd. Es muy posi-
ble que esta alternancia entre un partido y otro esté más relacionada
con el carisma del candidato y su historia en el municipio que con
las preferencias partidarias. El triunfo del prd en 2004 en Chilchota
representó un hecho trascendental para los indígenas que ahí ha-
bitan. Como candidato del prd, el indígena purépecha Domingo
R. resultó triunfador con los votos que recibió de las comunidades
indígenas que se identificaron con un candidato proveniente de éstas

3 No se tomaron en cuenta las principales ciudades (Morelia, Lázaro Cárdenas, Zamora), ya que
a pesar de que existe concentración de población indígena, éstas representan una minoría que se
diluye en el juego político de la mayoría mestiza. Es decir, su voto no es determinante en los pro-
cesos electorales.

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Ivy Jacaranda Jasso Martínez

Cuadro 9.1. Votaciones para presidente municipal en municipios de


mayor concentración de población indígena, Michoacán (1989–2004)

% de pi
en el
Municipio 1989 1992 1995 1998 2001 2004 municipio
en 2005*
Coeneo prd prd prd pri pri prd 20 %
Charapan prd prd prd prd pri pri / Verde 46 %
Cherán prd prd prd prd prd prd 32 %
Chilchota comp prd pri prd pri prd 57 %
Erongarícuaro prd pri prd pri pri prd 21 %
Nahuatzen prd prd prd pri pri pri / Verde 42 %
Nuevo prd pri pri pri pri prd 2.6 %
Parangaricutiro
Paracho prd prd prd prd prd pri / Verde 34 %
Pátzcuaro prd pri prd pri prd pan 5. 7 %
Quiroga pri pan pan pan pri prd 32 %
Los Reyes prd pri pan pri prd pri / Verde 19 %
Tangamandapio prd prd prd prd prd pri / Verde 29 %
Tingambato prd prd prd prd pri prd 7%
Tzintzuntzan comp pri prd prd prd pan 16 %
Uruapan pri pri pan pan pan prd 6.5 %
Zacapu prd prd prd pri prd pan 1.3 %
* Población de cinco años y más que habla una lengua indígena, modificado de Ramírez Sevilla (2007) e inegi (2007).

y no de la cabecera municipal mestiza. A pesar de que en este muni-


cipio casi todas las comunidades son purépechas, nunca antes había
sido postulado un indígena que proviniera de ellas (por ningún par-
tido político) y mucho menos había resultado ganador en la con-
tienda electoral. A esto se sumó que los compañeros que integraron
el cabildo, en esa ocasión, se reconocían como indígenas, por lo que

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Procesos electorales y participación política en poblaciones indígenas

también se hizo mención de un cabildo indígena conformado por


purépechas militantes de diferentes partidos.
Municipios como Charapan, Cherán, Paracho, Tangamandapio,
Tingambato y Zacapu (con porcentajes considerables de población
indígena) habían mostrado una gran simpatía por el prd, y es hasta
años recientes que otro partido diferente a éste resulta triunfador.
Esto indica que aquellas zonas que eran bastión perredista en la ac-
tualidad ya no cuentan con la mayoría de la población como simpa-
tizantes, a lo que se suman otros conflictos internos. Por ejemplo,
en el caso de Cherán, donde había una fuerte simpatía por el prd,
ganó el pri en las elecciones de 2007. Esto se debió a pugnas al in-
terior del prd y a la falta de sensibilidad de sus directivos, ya que se
impuso un candidato externo que no era conocido por las comuni-
dades indígenas; a esto se sumaron malos manejos en los formas de
elección de este candidato. Fue entonces que las comunidades retira-
ron su apoyo al partido de izquierda y ganó el pri. Es decir, a través
de su abstención (una manifestación negativa de participación políti-
ca) mostraron su descontento e hicieron saber a los partidos políticos
que también pueden influir en la arena política.
Tangamandapio es otro ejemplo de la participación política de
la población indígena. Un purépecha, Alfredo V., de la comunidad
de La Cantera había contendido por el prd para la presidencia mu-
nicipal y había resultado triunfador en medio de un gran conflicto
político, en el que los priistas lograron imponerse y negociar la presi-
dencia municipal a su favor. En el siguiente proceso electoral (2001),
nuevamente compitió por el prd y en esta ocasión se le reconoció su
triunfo. Se desempeñó en la presidencia municipal de un municipio
cuya cabecera está poblada por una poderosa élite mestiza, que has-
ta entonces vio amenazados sus intereses y se expresaba de manera
desdeñosa: “su presidente indio” decían, ya que alegaban que ellos no
lo había elegido y por tanto no era su representante.
Cabe aclarar que en todos estos municipios conviven las poblacio-
nes indígena y mestiza. Esta última se identifica como aquélla con ma-
yores recursos e influencias, no obstante que pertenezca a uno u otro
partido. Esto indica que, a pesar de que los indígenas son reconocidos
y participan de manera activa al interior de los partidos políticos han

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tenido una doble tarea para llegar a los cargos públicos de mayor deci-
sión. Las negociaciones internas comúnmente siguen favoreciendo a
la población mestiza, no obstante la mayor popularidad y familiaridad
que existía, en algunos casos, con los precandidatos purépechas.
Se puede relacionar esos hechos con el interés por crear cotas
indígenas y lo políticamente correcto que resultaría apoyar a candi-
datos provenientes de los pueblos indígenas. Sin embargo, sólo se ha
registrado competencia de dos candidatos indígenas de diferentes
partidos (prd y pri) en un mismo municipio. Es el caso de Chilcho-
ta, cuando se observó que la simpatía por el precandidato purépecha
perredista era tal que podía ganar, se eligió a una profesora de gran
trayectoria en el pri, cuya identificación como indígena sólo figura-
ba como mero adorno de las comisiones que presidía al interior de
su partido. Sin embargo, y a pesar de ser también indígena, la can-
didata del pri no ganó las elecciones. Esto permite afirmar que la
promoción de candidatos indígenas es aún incipiente; los militantes
purépechas son bastantes y han podido ascender en los escalafones y
cargos al interior de sus partidos, pero muy pocos son los que logran
imponerse por encima de militantes mestizos en las candidaturas:
les sigue siendo difícil ocupar los cargos públicos de mayor decisión
y responsabilidad.
En este sentido, cabría preguntarse si la ocupación de indígenas
en cargos públicos ha implicado la inclinación por una plataforma
indígena o la promoción de modificaciones y transformaciones que
mejoren la situación de vida de estas poblaciones. Se ha registra-
do que ante militantes indígenas, los candidatos purépechas en sus
discursos políticos hacen alusión a su diferencia cultural (su identidad
étnica), pero en otros contextos también incluyen y crean identifica-
ción con la población mestiza, exaltando su calidad de marginados,
campesinos, olvidados, etcétera.
Las administraciones de los presidentes municipales purépechas
tuvieron diferentes tropiezos, al grado que no lograron disminuir los
índices de marginación en las comunidades indígenas, aunque sí tu-
vieron acciones importantes en beneficio de esta población. Del otro
lado, militantes del pri (parte del cabildo indígena en Chilchota y la
candidata que no resultó favorecida) no manifestaron propuestas de

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Procesos electorales y participación política en poblaciones indígenas

cambios a favor de la población indígena. Se reconocían como puré-


pechas, pero no propusieron programas enfocados a esta población
ni cuestionaban la relación de subordinación en que viven con res-
pecto a las élites mestizas. De acuerdo con lo expuesto, la respuesta
a la pregunta inicial es negativa: no hay una relación directa entre la
ocupación de un cargo de decisión por los indígenas y la promoción
de un programa que se enfoque en lograr mejorías en la situación de
vida de éstos.
A esta situación hay que añadir la presión de las élites mestizas,
ya que como menciona Maldonado Aranda (2005), todas las nego-
ciaciones políticas están ligadas a las instituciones y estructuras de
poder. En los casos ejemplificados, las élites mestizas han ejercido
gran influencia para imponer a sus candidatos o favorecer a quienes
no contradigan sus intereses, pero cuando han percibido amenazas
incluso han decidido retirar su apoyo al partido con el cual partici-
paban y se identificaban como militantes.4
En el caso de los dos presidentes municipales indígenas, sus ad-
ministraciones estuvieron plagadas de constantes conflictos y una
sistemática obstaculización de sus actividades por parte de élites in-
fluyentes y de los partidos de oposición. Los éxitos que registraron se
vieron oscurecidos por la presión política que experimentaron y por
desacuerdos internos. En el caso de Chilchota, el presidente muni-
cipal purépecha tuvo conflictos serios con la comunidad indígena de
la que es vecino. El conflicto llegó a tal grado que pobladores de la
comunidad inconforme tomaron el palacio municipal y se mantuvie-
ron en protesta un par de meses; pedían, además, la destitución del
presidente municipal. El presidente purépecha terminó su adminis-
tración en medio de disputas y reclamos. Este hecho provocó que la
élite mestiza reforzara su discurso acerca de que los indígenas son
incapaces de gobernarse a sí mismos, y que en la siguiente elección
haya ganado la presidencia municipal un mestizo priista.

4 Luis Ramírez y Carmen Ventura (2003) citan como causa de numerosos conflictos entre cabeceras
mestizas y comunidades indígenas la exclusión política de la que ha sido objeto la población indí-
gena en Michoacán.

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Ivy Jacaranda Jasso Martínez

En el caso de Tangamandapio, donde la élite ganadera y el


partido de oposición (pri) lograron detener algunas acciones a
favor de la población indígena; sin embargo, con el apoyo del pre-
sidente municipal, la comunidad de Tarecuato (la de mayor con-
centración de población purépecha en el municipio) logró hacer-
se de recursos para la limpieza y seguridad de la comunidad, y
además crearon el Departamento de Asuntos Indígenas al interior
del ayuntamiento. Esta figura implicó un reconocimiento de esta
población y su participación en la toma de decisiones; sin embar-
go, una vez que el presidente municipal purépecha dejó su cargo,
el ayuntamiento trató de desaparecer esta instancia. Los pobla-
dores de Tarecuato lucharon para defenderla y hasta el día de hoy
siguen disputando su derecho a una instancia que los represente
ante el ayuntamiento.

La participación política no oficial entre los purépechas


de Michoacán, ¿adiós a los partidos políticos?

A la par de estas contiendas electorales se encuentran procesos de


participación política bastante maduros y que han ampliado el ho-
rizonte político. El contexto de competencia electoral también au-
mentó la participación política en formas no oficiales; se formaron
agrupaciones y organizaciones que se definieron como “políticamen-
te independientes” (supuestamente sin ningún vínculo con partidos
políticos) y que pugnaron por ser reconocidas como agentes válidos
en las negociaciones y en la toma de decisiones.
Entre estas agrupaciones, se identifican a las organizaciones in-
dígenas, que tienen su antecedente en el movimiento campesino y
magisterial de identificación purépecha. Se crearon agrupaciones co-
mo la Asociación de Profesionistas de Zacán, la Federación de Pro-
fesionistas Purhépechas, el Comité de Pueblos Purhépechas por los
Cinco Puntos, la organización Camino del Pueblo (Xanaru Ireteri).
A finales de la década de los ochenta y principios de los noventa, se
crearon el Frente Independiente de Comunidades Indígenas de Mi-
choacán (ficim) y el Frente Independiente de Pueblos Indios (fipi,

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Procesos electorales y participación política en poblaciones indígenas

Michoacán). Estas organizaciones poseen ya más un tinte político y


son las primeras organizaciones que tratan de congregar a todos los
indígenas en el estado.
A mediados de la década de los noventa del siglo xx hizo su apa-
rición la Organización Nación Purépecha (onp). Ésta logró ganar la
simpatía de un número considerable de integrantes de la población
indígena y se suscribió a lo expresado en el Decreto de la Nación
Purépecha, firmado en 1991 por diferentes autoridades indígenas en
respuesta a la reforma al artículo 27 de la constitución federal.5
La onp se conformaba por líderes provenientes del magisterio
indígena y logró tener influencia en las cuatro regiones en las que se
divide el área purépecha en el estado (La Cañada, el Lago, la Me-
seta y la Ciénega); también propugnó la autonomía de los pueblos
indígenas. En 1998, esta organización se fraccionó por diferencias
en la forma de operar y en la distribución de recursos. A raíz de esta
división se formó además la organización Nación Purépecha Zapa-
tista (npz). En la actualidad, estas dos organizaciones han tenido di-
ficultades y sus líderes son cuestionados por las comunidades debido
a los beneficios individuales que han obtenido mediante la lucha, sin
embargo, son reconocidas como las más representativas del movi-
miento indígena en Michoacán.
La aparición de estas organizaciones también planteó la discu-
sión de las prácticas políticas propias y tradicionales de los pueblos
indígenas versus las prácticas políticas externas y occidentales. En
algunas comunidades indígenas de esta entidad continúan vivas ins-
tituciones y prácticas políticas como la asamblea comunitaria y el
nombramiento de autoridades a través de éstas y en estos espacios.
En pocas comunidades aún persisten las formas tradicionales de
representación indígena que se circunscriben al plano religioso. Esto
provoca que la participación política de estas poblaciones siga otra
lógica, donde valores como la experiencia, el prestigio y el honor son

5 El Decreto de la Nación Purhépecha (5 de diciembre de 1991) fue promovido por el ficim y fijó
la postura de una parte considerable de poblaciones indígenas en Michoacán: “Nosotros, como na-
ción Purhépecha, rechazamos enérgicamente la reforma al artículo 27 constitucional”
(Comunidades Indígenas de Michoacán, 1995: 166).

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claves para ocupar cargos de decisión. Hay que tener en cuenta que
estas prácticas políticas presentan una mezcla de elementos tradicio-
nales y occidentales acerca del ejercicio de la justicia, la resolución
de conflictos, la autoridad y la organización social. Por ejemplo, el
ejercicio del poder y la autoridad en las comunidades indígenas, has-
ta hace relativamente pocas décadas, hacía referencia a elementos
como el servicio, el prestigio y el honor. Sin embargo, la migración y
la incursión de los medios masivos de comunicación han trastocado
estos valores y puesto en crisis sistemas de organización completos
(González Caqueo, 2000). Esto no significa que las comunidades
indígenas estaban aisladas, nunca lo han estado, sino que la capaci-
dad de adaptación de elementos externos está siendo rebasada.
La defensa o no de sistemas normativos propios, de formas par-
ticulares de ejercer la autoridad y de manifestarse en prácticas políti-
cas específicas también expone y aumenta los conflictos en torno a
las diferentes visiones de cómo incorporarse a los espacios de deci-
sión, ya que tampoco son homogéneas. Por ejemplo, en los espacios
de decisión internos (como son las asambleas comunitarias), existe
confrontación y se manifiestan puntos de vista contradictorios. Al
interior de las comunidades existen facciones, lo que se ha identifi-
cado en campo es que por lo general una de estas facciones arguye
que la mejor forma de incorporarse al sistema es copiando su estruc-
tura de forma idéntica y dejar de lado las particularidades indígenas,
lo que les permitirá competir en el sistema común (sistema político–
electoral nacional). Otra facción trata de refuncionalizar prácticas
pasadas, así como adaptar aquéllas no indígenas que representan más
ventajas y menos riesgos a sus sistemas de organización comunitaria.
Generalmente, estos conflictos se excluyen del discurso indíge-
na y tratan de presentarse sin contradicciones internas. Las disputas
entre estos grupos son inherentes a cualquier sociedad, lo que nos
coloca en una visión crítica de las comunidades indígenas y nos per-
mite observar las prácticas políticas internas (grupos de individuos
en la comunidad) y aquéllas que la comunidad (como colectivo) uti-
liza para allegarse recursos, influencia y control sobre decisiones que
los afectan de manera directa. A estas disputas internas se agrega la
simpatía y militancia por uno u otro partido político, aunque éstos

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Procesos electorales y participación política en poblaciones indígenas

aún no han minado por completo la asociación o vinculación entre


una persona que posee prestigio y experiencia y la ocupación de un
cargo de representación en la comunidad.6
Esto permite preguntar por la postura de las organizaciones in-
dígenas. La mayoría de éstas se manifiestan como políticamente
independientes (en especial la onp y la npz), y al cuestionamiento
respecto del por qué algunos de los líderes indígenas de estas or-
ganizaciones participaban como candidatos a cargos públicos por
el prd (siendo que la organización supuestamente no milita con
ningún partido) se arguyó que ellos participan como individuos y
no como organización; a esto se suma que las bases de la organiza-
ción, comentaron, también son perredistas y nada se puede hacer.
En este sentido, la gran mayoría de los integrantes de estas organi-
zaciones participa en los procesos electorales y es simpatizante del
partido de izquierda.
Lo anterior contrasta con los discursos y desplegados de estas
organizaciones, ya que manifiestan un rechazo a los partidos po-
líticos por considerarlos nocivos para las comunidades, debido a
que aumentan los conflictos internos y no proporcionan beneficios
colectivos. Demandan el reconocimiento de la autonomía para los
pueblos indígenas y el reconocimiento de sus sistemas normativos.
Por ejemplo, la onp se inclina por una autonomía regional, cer-
cana a la postura de la anipa, que apoya la creación de regiones au-
tónomas. En el cuadernillo Juchari Juramukua (Nuestra Autonomía),
definen la autonomía como: una de las formas de ejercer la libre
determinación; una delegación de atribuciones y competencias
mutuamente acordadas entre sujetos políticos (gobierno y pueblos
indios); la capacidad de decidir sobre el destino propio, incluidas
cuestiones y acciones inmediatas y diarias; decidir sus propios pro-
yectos de desarrollo, tipo de gobierno, formas de participación en
los órganos de jurisdicción del Estado, el destino y condiciones de

6 Es el caso de Cheranástico (municipio de Paracho), donde el prd tiene gran raigambre y aún per-
sisten los cargos religiosos que gozan de gran importancia.

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explotación; la facultad para gobernarse con sus propias leyes (Vic-


toriano Mateo, 1997; onp, 2001).
Como se lee, la onp expone su derecho como pueblo indígena
a gobernarse de acuerdo con su tipo de gobierno y bajo sus propias
leyes, en donde quizá no tienen cabida los partidos políticos, aunque
en sus discursos escritos no es explícito su rechazo. Esto indica que,
en este caso, el ejercicio de las prácticas políticas oficiales (votación
y militancia en procesos electorales) no excluye por fuerza el dis-
curso de reivindicación étnica, en tanto no se posible traducirlo a
la práctica. Es decir, mientras se está en consonancia con el discur-
sos del movimiento indígena nacional en su rechazo a los partidos
políticos como formas de elección de autoridades en comunidades
indígenas, en la práctica este rechazo se debilita y la participación en
las contiendas electorales se presenta como un proceso complejo en el
que toman parte las poblaciones purépechas, ya sea para apoyar a sus
candidatos y su partido, o para castigarlos por su actuación.
En esta línea, otra alternativa ha sido la demanda de creación de
municipios indígenas (o remunicipalización), así como la redistri-
tación electoral en Michoacán. Estas alternativas son vistas como
formas de acceder a los órganos de representación popular y lograr
la autogestión y el acceso a recursos. Ramírez Sevilla identifica una
tipología en las propuestas de remunicipalización en Michoacán:
municipios monolocales; municipios con base en una comunidad
agraria–indígena o tenencia, y sus respectivos anexos o encargaturas; mu-
nicipios por la agrupación de distintas comunidades indígenas;
municipios por reorganización de comunidades indígenas dispersas y
marginales (2005). Las localidades que expresan estas demandas
pertenecen a los municipios citados y corresponden a aquéllos donde
habita la mayoría de la población indígena: Chilchota (Carapan,
Ichán), Charapan (Ocumicho), Nahuátzen (Arantepacua), Santiago
Tangamandapio (Tarecuato), Paracho (Nurío), Cherán
(Tanaco), Quiroga (Santa Fe de la Laguna, San Jerónimo Purhéche-
cuaro), Coeneo (Zipiajo, Santiago Azajo), Los Reyes (Pamatácuaro,
Zicuicho), Pátzcuaro (Cuanajo), Tingambato (San Francisco Pichátaro),
Uruapan (Capácuaro, San Lorenzo, Caltzontzin), Zacapu (Tiríndaro)
(Ramírez Sevilla, 2005: 14–15).

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Procesos electorales y participación política en poblaciones indígenas

La demanda de remunicipalización ha creado, de igual manera,


disputas al interior de los municipios y entre comunidades. El pro-
blema radica en cuál fungiría como la cabecera municipal y cómo se
haría el reordenamiento al interior de estos nuevos municipios, una
vez aprobada esta demanda. A pesar de que en los casos de Tarecua-
to y Tiríndaro se tenían mayores posibilidades de lograr su aproba-
ción por la legislatura del estado, no se logró por falta de consenso
entre las fracciones partidistas (véase Ventura, 2005). Cabe aclarar
que estas comunidades pertenecen a municipios donde un indígena
ha llegado a la presidencia municipal y otra donde es originario el
diputado federal perredista.
Para finalizar este apartado, es necesario agregar que la creación
de un distrito indígena también ha implicado discusiones y enfrenta-
mientos entre los líderes y organizaciones que han propugnado por
esta modificación, en específico en lo referente a si las elecciones
del representante de este distrito (diputado local o federal) se haría por el
sistema de partidos políticos o por los sistemas normativos propios.
La última opción representa un nuevo problema, ya que no existen
sistemas de elección de esa amplitud, ni normas ni procedimientos
que abarquen diferentes comunidades y municipios.

Conclusiones

Como se ha observado, parte considerable de las comunidades indí-


genas en Michoacán ha mostrado una habilidad para incursionar en
las arenas políticas regionales y dialogar con interlocutores (Estado,
autoridades, partidos políticos) que tienen capacidad de decisión en
estos espacios.7
Las contiendas electorales en Michoacán, como un tipo de par-
ticipación política, han ayudado a percibir cambios y ser concebidas
como ejercicios que promueven transformaciones. En este sentido,
los procesos electorales merecen ser estudiados en toda su amplitud

7 Gunther Dietz (1999) y Luis Vázquez León (2003) han registrado procesos similares.

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y complejidad. Es decir, el juego de los partidos políticos se ha trans-


formado para gran parte de los indígenas purépechas en el estado en
una competencia real que implica beneficios y costos. El involucra-
miento que se registra entre esta población llama poderosamente la
atención, ya que contrasta con los discursos del movimiento indíge-
na nacional en su rechazo a los partidos políticos.
Incluso, las organizaciones que forman parte del movimiento
indígena en Michoacán han tratado de mantenerse, por lo menos
en términos discursivos, independientes del juego político electoral,
pero en la práctica son participantes activos que llegan a influir en la
decisión de las bases en su simpatía por uno u otro partido. En este
sentido, las prácticas políticas son múltiples y son utilizadas y ejer-
cidas en diferentes momentos, y bajo ciertas circunstancias; incluso,
como en el caso de Cherán, la abstención ha sido la manifestación
de un claro descontento con un partido político específico.
Otro ejemplo es el proceso electoral para elegir gobernador del
estado, y los antecedentes que pueden hacer dudar del apoyo de estas
poblaciones al partido de izquierda, al cual se unieron desde su crea-
ción. En 2001, Lázaro Cárdenas Batel se lanzó como candidato del
prd a la gubernatura de Michoacán; pactó con algunas organizaciones
y líderes indígenas del estado para resarcir “el gran error” que cometió
cuando votó, como senador ese mismo año, a favor de la modificación a
la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (artículo 2) y
el tibio reconocimiento de los pueblos indígenas en ésta.
Una vez que ocupó la gubernatura de Michoacán, promovió las dis-
cusiones para conformar una Propuesta de Ley sobre Derechos de los
Pueblos Originarios del Estado de Michoacán de Ocampo. Se realiza-
ron diferentes jornadas y foros en la capital del estado y en municipios
indígenas con población purépecha, nahua, otomí y mazahua. Deman-
das como la ocupación de diputaciones locales, el reconocimiento de
los Acuerdos de San Andrés, la formación de distritos y municipios
indígenas, entre otras, fueron expresadas en esas jornadas (2003–2004).
Hubo una nutrida participación, aunque la propuesta creada por el
gobierno michoacano, que se decía producto de estas jornadas, no fue
presentada ante el congreso local. Esto último se debió a que las organi-
zaciones alegaron falta de consenso y legitimidad de la propuesta.

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Procesos electorales y participación política en poblaciones indígenas

A esto se sumó la creación de una coordinación y no de una secre-


taría de Asuntos Indígenas del Estado de Michoacán, lo que también
causó descontento entre las organizaciones que pactaron con el can-
didato perredista.8 Además, tanto la onp como la npz, que apoyaron
la campaña del perredista, fueron desplazadas de las negociaciones por
organizaciones y grupos creados ex profeso (por el gobierno) como le-
gítimos representantes de las poblaciones indígenas (en 2002 se creó el
Consejo Consultivo de Autoridades Indígenas de Michoacán).9
La ocupación de la izquierda en el gobierno estatal supondría una
apertura de la arena política. Lázaro Cárdenas Batel recibió, y tal vez
pactó, el apoyo de organizaciones indígenas. Sin embargo, se percibió
un descontento entre estos agentes e incluso una aparente ruptura con
el gobierno estatal: “No hemos tenido ninguna represión y tampoco
nosotros hemos querido hacer gran cosa, la gente no ha querido hacer
gran cosa por lo mismo, porque ahí anduvimos también, fuimos parte
del apoyo de este gobierno y entonces ahorita meteríamos las cuatro,
¿no? Entonces no han querido levantarse” (entrevista ec, 2004).
Este breve recuento muestra que el gobierno michoacano imple-
mentó diferentes prácticas y estrategias políticas para paralizar el mo-
vimiento indígena en la entidad. Sus demandas y propuestas fueron
readaptadas a concesiones que no significaban peligro para intere-
ses partidistas y empresariales. A pesar de que el proceso para crear
la propuesta de ley indígena parecía ser una oportunidad para plasmar y
legislar las demandas más urgentes de las poblaciones indígenas en
el estado, el resultado fue desalentador. La cooptación de líderes y la
ocupación de cargos públicos por integrantes de las organizaciones in-
dependientes también fueron y son una limitante para el desempeño de
éstas, ya que parte de su capital humano tiene que responder a las lí-
neas de acción de las dependencias en las que laboran.

8 A pesar de que estas organizaciones se mostraron renuentes a aceptar el tipo de institución creada
(por carecer de recursos propios), algunos de sus integrantes aceptaron trabajar en esta institución.

9 Este Consejo tiene la función de: interlocutor “entre las comunidades y el gobierno”. Sin embargo,
su participación en actos de la Coordinación y las sesiones que realiza sugieren más una figura que
avala los discursos y acciones de ésta y el gobierno estatal.

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Ivy Jacaranda Jasso Martínez

La izquierda en el poder trató de mostrarse receptiva y dispuesta


a cambiar la situación de los pueblos indígenas en Michoacán; las or-
ganizaciones tenían grandes expectativas, pero el gobierno y la élite
política no estuvieron dispuestos a conceder derechos que dañaran
sus intereses. Las gestiones que realizó el gobernador fueron meros
paliativos para mantener a raya a líderes y organizaciones indígenas.
En noviembre de 2006, Leonel Godoy Rangel resultó triunfador
como candidato del prd a la gubernatura michoacana. No obstante el
descontento manifiesto por los agentes indígenas ante la administra-
ción del anterior gobernador perredista, otorgaron su voto al partido de
izquierda. Desde su percepción, el cambio de gobierno significaba una
nueva oportunidad para negociar y obligar al entonces candidato perre-
dista a incluir en su agenda la problemática indígena. Es decir, no casti-
garon, como en otras ocasiones, la falta de sensibilidad y militancia que
registró el prd. En lo que va del gobierno de Leonel Godoy, la situación
no ha mejorado para las poblaciones indígenas: las pugnas son frecuen-
tes, aunque han ejercido presión constante para que sean tomados en
cuenta.10 Hasta la fecha, no se perciben cambios sustanciales ni un claro
interés del gobierno estatal por atender las demandas indígenas.
A pesar de que las poblaciones y organizaciones indígenas tienen
relaciones de afinidad con el prd, esto no ha significado mejorías en la
situación de vida de los indígenas en Michoacán y sus militantes con-
tinúan con demandas sin resolver. Cabe añadir que los partidos rara
vez se muestran interesados en la problemática indígena, por tanto, su
actuación se visualiza cuando sienten atacados sus intereses o quieren
incrementar su legitimidad en la arena política. Quedan aún muchas
preguntas en el aire, por lo que este análisis es también una invitación a
estudiar formas particulares de hacer política, de manifestarse en el
ejercicio del poder y la toma de decisiones (participación política) entre
población que ha sido históricamente marginada y discriminada, pero
que no por eso se ha abstenido de incursionar en la arena política.

10 La anterior Coordinación cambió a Secretaría de Asuntos Indígenas del Estado de Michoacán, y


nuevamente se convocó a un proceso de consulta para la modificación a la constitución local y la
formulación de una Ley de Derechos y Cultura Indígena, que sigue siendo discutida.

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Calidad democrática y comportamiento
electoral en los estados, la alternancia

Juan José Russo Foresto

La cuestión de la alternancia compromete dos aspectos crucia-


les de este texto. Por una parte, es una dimensión insoslayable de
la democratización: la democracia en México quedó efectivamente
instaurada con la alternancia. Por otra, es un indicador de la calidad
democrática, por cuanto impacta sobre el proceso de accountability.
Esto en México es en particular relevante, por cuanto se sabe que los
regímenes políticos con prolongados periodos de un mismo partido
en el gobierno suelen caracterizarse por el deterioro de las funcio-
nes de control de instituciones tales como el Congreso, la justicia o
los medios de comunicación. En este capítulo, nos ocuparemos del
comportamiento electoral en los estados de México, tomando como
eje de análisis la alternancia.
Si bien el desalojo del Partido Revolucionario Institucional
(pri) de Los Pinos llegó en el año 2000, en los estados la realidad
se modificó de manera gradual o permaneció como ámbito de viejas
prácticas. La ciudadanía es ardua en las provincias latinoamerica-
nas, donde es habitual que la desigualdad sea vista como parte de
una tradición que hay que respetar. Las coaliciones dominantes sue-
len ser más estables y los cacicazgos sobreviven, quizá reviviendo a
personajes de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, que piensan que la
democracia y la alternancia en el país es “una de esas batallas que se
libran para que todo siga como está”.
El problema que se plantea sobre la alternancia en México es
diferente al del análisis sobre la distribución y el anclaje de culturas
políticas regionales, pues países de larga tradición democrática, co-

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Juan José Russo Foresto

mo Estados Unidos, Reino Unido o Francia, poseen anclajes parti-


darios y sistemas predominantes al interior del Estado nacional. En
México, la situación tiene un significado diferente, por cuanto los
anclajes no tuvieron origen en preferencias ciudadanas en un mer-
cado electoral libre. Por el contrario, nacieron en un sistema de par-
tidos hegemónico, con existencia de coerción y sin garantías de ho-
nestidad electoral. De tal modo, la alternancia es la prueba de fuego
de la democracia mexicana, el indicador más inobjetable del cambio
de régimen. En el análisis de la evolución de los sistemas de partidos
en los estados, la clave está en el cambio, al menos una vez, pues ello
indica que hay condiciones de libertad (y honestidad institucional)
para los electores y los competidores políticos. Es decir, lo que im-
porta es que se haya salido del pri, al menos una vez. Después de la
alternancia, el regreso del pri, como ocurre en algunos estados en
condiciones de competición diferentes.
En seguida, el trabajo se concentrará en rasgos del cambio polí-
tico mexicano en función de la calidad de la nueva democracia. Por
cierto, nueva democracia en un viejo sistema político. Es el proble-
ma de la herencia, tema fundamental en democratizaciones con re-
gímenes autoritarios precedentes de larga duración. En la segunda
parte, y desde ese contexto, se abordará el análisis de los sistemas
de partido y la alternancia en el conjunto de los estados.

Modelos de cambio político en México

La gradualidad del cambio político mexicano contribuyó a que


la democracia se abriera paso con una gran solidez. Cuando el
cambio se produce a un ritmo relativamente lento, las nuevas ins-
tituciones se convierten en resultado del consenso o del tiempo de
acomodamiento de las élites a la nueva situación. Así, en México
el cambio y la legitimidad se construyeron de manera simultánea.
Por eso, la distinción entre instauración y consolidación demo-
crática, que en países como Argentina o Italia es relevante (por el
déficit de legitimidad o lealtad de la oposición), en México pierde
significado.

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Calidad democrática y comportamiento electoral en los estados, la alternancia

El análisis de la consolidación democrática, reservado para el


análisis posterior a la instauración democrática, que concluyó en
2000, con la prueba efectiva de superación del orden hegemónico,
pierde valor. Ésta es una diferencia importantísima con los regíme-
nes que han experimentado cambios discontinuos, donde la instau-
ración no por fuerza va acompañada de legitimidad. Esta modalidad
de cambio permite explicar las condiciones favorables para el pro-
ceso de consolidación denominado consolidación consensual, en casos
como el español, el chileno o el brasileño.
Las cuestiones de la democracia mexicana no radican en la ac-
tualidad ni en la instauración ni en la consolidación democrática si-
no que atañen al mejoramiento de la calidad democrática. Ahora
bien, ello no significa que en algunos casos de déficit de calidad de-
mocrática de México no tengan su génesis en el modo en que evo-
lucionó su democratización, por el contrario, se relacionan con el
proceso de cambio político.
El cambio político ocurre en México luego de un largo pro-
ceso de liberalización controlada por el pri. El caso de la tardía
transición democrática mexicana es seguramente el caso paradig-
mático de transición continua.1 Ni el Brasil de Ernesto Geisel, ni
la España de Adolfo Suárez, ni el Chile de la Coalición Democrá-
tica son casos que afecten a México en la continuidad de su tran-
sición. De este tipo de cambio se deriva en gran medida el modelo
de consolidación democrática consensual. En México, hubo un
tipo de transición continua; ello guarda relación con el volumen
de recursos de los actores del viejo orden y con la percepción que
poseía la oposición sobre esos recursos. La presencia durante siete
décadas de un partido (Nacional Revolucionario, pnr; de la Re-
volución Mexicana, prm, y pri) constituyó un persuasor suficiente
para que la oposición presionara a favor de cambios fragmentarios
en la institución electoral que aseguraran el correcto funciona-
miento del régimen democrático.

1 Este aspecto, asociado a las dificultades de delimitación entre regímenes en la transición, ha sido
destacado por José Antonio Crespo (1999).

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Juan José Russo Foresto

En los otros casos de transición continua mencionados, el siste-


ma de partidos se constituye ab initio, como en el resto de las transi-
ciones democráticas de América Latina. En España, la instauración
democrática supone la creación no sólo de un sistema de partidos
competitivo sino del propio sistema de partidos. En México, existe
un sistema de partidos que se debe modificar, pues no se trata de un
sistema meramente predominante de partidos sino de uno hegemó-
nico, con la peculiaridad de coerción e ilegalidad, con su déficit de
democracia.
A primera vista, es en los casos de las transiciones del este de
Europa donde se podrán encontrar casos comparables con el caso
mexicano. Sin embargo, por el carácter totalitario de esos regímenes,
también la instauración supuso el funcionamiento de un sistema de
partidos desde el comienzo. El problema de la competitividad apa-
rece en el centro de la democratización mexicana. Es decir, lograr
la realización de elecciones honestas y el logro por parte de la oposi-
ción de obtener recursos (apoyos) para equilibrar la relación de fuer-
zas que posibilitaran la alternancia. En tal sentido, se trata de una
operación en la que el pri y el propio Estado cumplían una función
de gran envergadura y, al mismo tiempo, la sociedad civil debía cre-
cer en autonomía y relevancia para competir. Sin esta última con-
dición, la construcción democrática habría sido poco más que una
formalidad, importante, por supuesto, pero carente de la esencia de
una poliarquía, la posibilidad efectiva de la contestación.
Así, la democratización mexicana es en apariencia una cuestión
de grado. Sin embargo, esta gradualidad es sólo aparente, pues la
existencia de una oposición competitiva disuelve la equivalencia en-
tre pri y Estado, y ello implica un cambio de clase.
La cuestión de la continuidad/discontinuidad en el proceso de
democratización concierne a las relaciones entre régimen auto-
ritario y democrático. La diferencia radica en cuánto se rechaza
al orden autoritario o cuánto se mantienen estructuras y posicio-
nes de los actores; en tal sentido, la cuestión se relaciona con la
fuerza que adquiere el proceso de destitución autoritaria. Por otra
parte, la cuestión del carácter consensual o conflictual de la con-
solidación democrática atañe al tipo de relación que predomina

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Calidad democrática y comportamiento electoral en los estados, la alternancia

entre oposición y gobierno durante la democratización. El carác-


ter conflictual va más allá de la pura competitividad política. En
ella ingresa el conflicto con dosis de deslealtad y momentos de
desencapsulamiento de los actores.
El modelo de consolidación democrática mexicana es consen-
sual. Hay consolidación democrática consensual cuando: el consenso
resulta la alternativa más económica para los actores relevantes; el
gobierno y la oposición adoptan por consenso, y no sin ambigüeda-
des, las decisiones de mayor relevancia para el régimen político, y la
oposición política es básicamente congruente (Russo 1995, 2007).
Una consecuencia de ello consiste en la relevancia menor del
proceso de destitución autoritaria. En México, el actor de gobierno
del régimen autoritario no es el actor maldito, como sí lo es en los
cambios discontinuos.2 El cambio radica en el orden político, sin
que ello implique la desaparición de los principales actores. Así, la
instauración democrática comienza entre 1994 y 1996. Ello, si se
considera el funcionamiento de la institución electoral en modo co-
rrecto, según cánones aceptados internacionalmente.3 En este sen-
tido, el proceso de cambio de régimen no desalojó de inmediato al
partido del orden anterior. Por ende, la alternancia en el gobierno
no ocurrió en la etapa de instauración sino en la de consolidación
democrática.
Si se vuelve sobre los casos de cambio continuo, se encuentra que
México se ubica en el extremo de la continuidad. En el caso español,
hay continuidad con el franquismo a través de nuevos actores. La
Unión de Centro Democrático (ucd) proviene de la cultura fran-
quista, pero posee nueva identidad y no se puede confundir con el
régimen autoritario. En el caso chileno, llegar a la democracia vía
la legalidad pinochetista es obra de los actores de la oposición. En
México, el pri es un actor del viejo y del nuevo orden político.

2 Ejemplos son los casos griego, italiano y argentino, donde la democracia se construye en oposición
al orden autoritario.

3 Sobre competitividad y la medición de elecciones justas en México, véase Méndez de Hoyos


(2003).

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Juan José Russo Foresto

Por otra parte, tanto en Chile como en España el cambio de ré-


gimen trae como consecuencia un sistema de partidos y un conjunto
de nuevas instituciones. En España, se parte de una nueva constitu-
ción, aprobada en 1978, y en Chile hay una persistente crítica a las
acciones del gobierno de Augusto Pinochet, sobre todo en materia
de derechos humanos. Es decir, en estos países la transición consiste
en el gradual reconocimiento de los actores de la oposición y en ins-
tituciones que garanticen el proceso de democratización. En Méxi-
co, la transición democrática tiene su fuente en el cambio del sistema
de partidos y en el proceso electoral. La relevancia de estos aspectos
no guarda parangón con otros procesos de cambio político. Y ello
porque el sentido del cambio político consiste en la modificación de
esas instituciones.4 En términos estrictos, realizar elecciones limpias
y transparentes era suficiente para el cambio de orden. Como se ha
afirmado, contar con actores de oposición competitivos era la prue-
ba efectiva de un nuevo escenario democrático. Así, la instauración
plenamente democrática se podía realizar si ocurría la alternancia
política. La alternancia fue la prueba de fuego y el definitivo indica-
dor de que el sistema de partidos hegemónico había llegado a su fin.
Como se afirmó, el proceso político mexicano constituye un
ejemplar de consolidación democrática consensual. Una consecuen-
cia de ello consiste en la escasa relevancia que el proceso de desti-
tución autoritaria posee en el caso mexicano, hecho que refuerza el
poder del pri. La destitución autoritaria es el proceso de derogación
de estructuras que identifican al régimen autoritario precedente y
también su proceso de deslegitimación. Al respecto, se debe atender
a tres dimensiones: la primera, de carácter simbólico, se refiere al
proceso de deslegitimación, en el que tanto los intelectuales como
los líderes de opinión y los movimientos políticos desempeñan un
importante rol; la segunda, de orden normativo, atañe al proceso de
derogación de normas jurídicas existentes en el régimen autoritario
y las prerrogativas jurídicas que los militares preparan en los últimos

4 Una posición institucionalista sobre el cambio en México se encuentra en Lujambio (2000). Véase
también Becerra, Salazar y Woldenberg (2000).

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Calidad democrática y comportamiento electoral en los estados, la alternancia

momentos de gobierno autoritario; la última, de carácter compor-


tamental y moral, tiene que ver con el compromiso de los actores
partidarios del régimen, de no aliarse con actores antirrégimen. Esta
dimensión se refiere a la lealtad / deslealtad de los actores políticos.
Naturalmente, cualquier instauración democrática implica un
proceso de destitución autoritaria. Pero este proceso varía en su pro-
fundidad. Si se cumplen las tres dimensiones, el proceso de desti-
tución autoritaria es fuerte. Si se verifica la tercera dimensión y en
menor medida las primeras dos, se trata de un proceso de destitu-
ción débil. El tipo de destitución fuerte corresponde, por lo general,
a los procesos de transición discontinua, mientras que el débil a las
transiciones de mayor continuidad.
Hay relaciones entre proceso de destitución autoritaria y el ca-
rácter cooperativo o conflictual de la consolidación democrática. Así,
las consolidaciones consensuales suelen corresponder a procesos de
destitución autoritaria débil. Esto sucede en los casos de transicio-
nes democráticas de relativa continuidad, como la mexicana. Este
hecho se explica por dos razones: los actores dispuestos a acordar
con personal del régimen autoritario tendrán, por lo menos, una ac-
titud similar, respecto de los miembros de otros partidos que apoyan
al régimen; si los partidos están dispuestos a conducir negociaciones
con los grupos del régimen autoritario, es porque estos últimos po-
seen recursos suficientes para condicionar el proceso político sucesi-
vo. Este hecho es percibido por los actores como amenazante, lo que
facilita una mayor cohesión y disposición a pactar entre sí.

Modelo de cambio y calidad democrática

El modelo consensual del proceso mexicano implica el desarrollo


de un tipo de cultura no rupturista a nivel de élites políticas. Es-
te hecho facilitó, entre otras cosas, el proceso de alternancia. Sin
embargo, este proceso continuo y consensual ha implicado costes
de calidad para la nueva democracia. El consenso entre actores de
distintos partidos para sucederse en la administración, sin realizar
cuestionamientos sobre la administración de las finanzas del gobierno

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Juan José Russo Foresto

anterior o dejando fuera de la agenda temas espinosos y a veces es-


candalosos de política pública, implica, más que cooperación a favor
de la gobernabilidad, colusión política. Es decir, acuerdos no legíti-
mos, tácitos o explícitos pero invisibles, entre las élites políticas. La
institucionalización de la colusión entre los actores relevantes de la
democracia mexicana disminuye, cuando ocurre en los estados, los
efectos de transparencia y rendición de cuentas de los gobernantes.
La investigación del buen uso de los recursos, en la práctica, no es
llevada a cabo por nadie. El nuevo gobierno estima por lo general
que debe velar por la gobernabilidad y eficacia, y no perder tiempo
en las irregularidades del gobierno precedente, y así la cadena de
impunidad se extiende entre los gobiernos, prescindido de la conti-
nuidad del mismo partido o de la alternancia.
La segunda dimensión que atañe a déficit de calidad es la
supervivencia mediante la continuidad de prácticas, de ausen-
cias de controles de los actores que deben controlar, por ejemplo,
los ediles en los municipios, o los organismos de fiscalización y los
organismos políticos de contrapeso, para que el Ejecutivo rinda
cuentas. Como ha señalado Stefano Bartolini (1999, 2000), los
estímulos colusivos derivan de la exclusividad de la autoridad pú-
blica; de la multiplicidad de las arenas de interacción partidaria,
y de la ausencia de mecanismos de ajuste entre demanda y oferta
política. La colusión suele ir acompañada de manipulación sobre
los issues. Una forma clásica de manipulación es convertir los issues
divisivos (es decir, donde los electores se dividen con base en al-
ternativas diversas de los electores, como la política económica)
en issues de valencia (la asociación de una condición evaluada en
modo positivo o negativo por los electores, con los partidos). Otra
forma típica es adoptar una posición poco clara e indistinta con
otro partido, sobre un tema determinado. La cuestión de la go-
bernabilidad o la unidad de la nación mexicana (cuando no están
verdaderamente en juego), resulta en formas manipulatorias fre-
cuentes para dejar fuera de la competición aspectos que encierran
pactos en escenarios de política invisible.
Se puede ahora resumir la dinámica de funcionamiento de Méxi-
co en el cuadro 10.1.

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Calidad democrática y comportamiento electoral en los estados, la alternancia

Cuadro 10.1 Cambio político y calidad democrática

Cambio político Efectos en


Aspectos calidad
Transición Consolidación heredados democrática
Democratización Consensual Tradición de no control Baja rendición de
continua. sobre el Ejecutivo cuentas
Cambio continuo (la
relación con el orden Problemas de colusión Déficit de imperio de
autoritario)–relación política la ley
instauración demo-
crática–destitución
autoritaria

Los principales costos que se advierten en los procesos de de-


mocratización continua están relacionados con la herencia autori-
taria. Por otra parte, este tipo de procesos permite una estabilidad
política mayor que las democratizaciones discontinuas o centradas
en el conflicto, como lo testimonian los casos italiano, griego o
argentino.
La convivencia durante la instauración con actores del pasado
régimen puede demorar, como ocurrió en Chile, la democrati-
zación. En general, condiciona severamente la acción de los po-
líticos democratizadores y, en términos institucionales, afecta el
proceso de rendición de cuentas horizontal. Por otra parte, la he-
rencia autoritaria de larga duración, como la mexicana (a diferen-
cia de la chilena), está asociada a una cultura política que percibe
a ciertas instituciones, por ejemplo, la presidencia y gubernaturas,
exentas del deber de rendir cuentas. Al respecto, el mejoramiento
en la rendición de cuentas horizontal ocurre cuando aumenta la
competitividad política (Altman y Pérez–Liñán, 1999), como
se advierte que sucede con lentitud hoy en México (Méndez
de Hoyos, 2003). El mejoramiento en el proceso de rendición de
cuentas vertical (de los ciudadanos a los gobiernos) beneficia el
control horizontal (entre las agencias del Estado) (O’Donnell,
1998), en particular, a partir de la acción de actores sociales como
los medios masivos de comunicación.

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Juan José Russo Foresto

La alternancia: condiciones

La dinámica de la alternancia es afectada por el modelo del cambio


político; por la presencia o ausencia, o por la intensidad con que ocu-
rre el proceso de destitución autoritaria. Cambios discontinuos, como
el italiano, tienen como mito fundante del nuevo orden la lucha contra el
fascismo. De tal modo que la democracia italiana nace y conserva identi-
dad antifascista. Por contraste, en México, el actor del viejo orden no sólo
sobrevive sino que mantiene su posición de primer partido nacional. Por
ello, primero en la nación y luego en los estados, el partido del régimen
anterior compite. En la arena electoral, dirime el final o la continuidad del
viejo orden. La cuestión de la alternancia no sólo implica el triunfo electo-
ral de la oposición y tampoco es completa, aunque el partido de oposición
acceda al gobierno. Se requiere, además, de la legitimación y la lealtad de
los actores relevantes para que el nuevo gobierno formule sus políticas.
La alternancia es, pues, un proceso complejo que requiere el cum-
plimiento de al menos cuatro condiciones. En primer lugar, la con-
dición procedimental, el conjunto de normas, leyes y reglamentos que
permiten a la oposición participar y competir por el gobierno. En esta
condición se debe incluir, por una parte, el ejercicio de las libertades
civiles y políticas, las garantías de un proceso de competición de respe-
to a la oposición, el cumplimiento de elecciones honestas y correctas;
por otra, el propio sistema electoral, que puede potenciar o inhibir la
evolución de los recursos de la oposición. En ese sentido, la primera
condición determina el conjunto de posibilidades, limitaciones, incen-
tivos y sanciones de la participación de la oposición.
En segundo lugar, la condición sustancial de la distribución
de los recursos políticos, las posibilidades reales de obtener y acre-
centar apoyos, de contestar las políticas oficiales a través del acceso a
los medios masivos de comunicación, así como de poseer los recursos
económicos indispensables. Esta condición incluye la existencia de
liderazgos capaces y la implementación de estrategias adecuadas.
En tercer lugar, la condición de acceso efectivo de la oposición al
gobierno. Para que ello ocurra, el partido de gobierno debe recono-
cer el triunfo de la oposición y adoptar las medidas que permitan el
traspaso pacífico del gobierno.

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Calidad democrática y comportamiento electoral en los estados, la alternancia

En cuarto lugar, la condición del cumplimiento del mandato. Se


requiere por parte del partido saliente una mezcla de moderación,
competitividad y lealtad política como actor de oposición. Éstas son
actitudes que implican el reconocimiento completo de la alternativa.
Es decir, la alternancia supone la legitimación del alternante desde
que nace como oposición hasta que completa el periodo de gobierno.
¿Por qué interesa esta última fase del proceso de alternancia? Sobre
todo, porque es en la última etapa en la que se pueden ocultar fallas del
funcionamiento del orden político. ¿Cuándo es importante la cuarta
condición? El problema del cumplimiento del mandato es relevante
cuando: el partido saliente posee una precedente y prolongada ocupa-
ción del gobierno; el partido saliente posee una fuerte relación con el
Estado; el partido saliente posee una cantidad de recursos políticos su-
ficientes para desestabilizar al nuevo gobierno; la competencia ocurre
todavía en el marco de la democratización y, por ende, subsiste cierta
fluidez por la novedad en el funcionamiento del régimen.
México, posee las cuatro características mencionadas. El pri po-
see una prolongada experiencia de gobierno en la etapa precedente
a la alternancia a través de un inalterable sistema hegemónico. Por
otra parte, se trata de un poderoso partido con capacidad para le-
sionar a un gobierno adversario, sea por los recursos institucionales
(cargos en el Poder Ejecutivo y Legislativo), sea por la penetración
política en todo el territorio, sea por su vinculación con actores rele-
vantes de la sociedad y del Estado. Por último, México ha cumplido
una etapa importante en el cambio político con la alternancia, como
concreción de ese cambio, y respecto de la definición extensa de al-
ternancia que aquí se propone, México ha superado cabalmente la
prueba de la alternancia política.5
Este conjunto de características cobra relevancia por la existencia de
la segunda característica, que ubica al pri en modelos de partidos con
semejanzas notorias. La relación de los partidos con el Estado otorga, co-
mo se verá en seguida, características distintivas. En particular, cuando el

5 Sobre la alternancia en México, en particular sobre Baja California, pero también con reflexiones
interesantes a nivel nacional, véase Espinoza Valle (2000).

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Juan José Russo Foresto

Cuadro 10.2 Elementos de la alternancia en México

• Modelo estatista del partido dominante.


• Breve tiempo de espera.
• Prolongado gobierno sobre la mayoría de estados del país.
• Poca efectividad del gobierno alternante.

partido dominante debe su identidad a esta relación. En ese sentido, ésta


puede impactar severamente en el proceso de alternancia política.

Comportamiento electoral y alternancia

El tiempo de espera que ha concedido el electorado al pan ha sido


breve: en sólo tres años de llegar al gobierno, en las elecciones de
2003 a nivel legislativo, el pri se impuso sobre el pan. Hacia 2006,
el pri se siguió fortaleciendo ante el desencanto por los gobiernos
de los partidos alternantes, sin embargo, en la elección presidencial
no logró convencer a la mayoría, pues el candidato priísta fue identi-
ficado con la corriente perteneciente a la que perdió en la elección de
2000, es decir, al pri de la vieja guardia. En las elecciones de 2009 se
siguió fortaleciendo a nivel legislativo.
Esto permite inferir que los ciudadanos no están dispuestos a
que el poder gobernante se concentre en un partido y menos aún en
el Presidente de la República. Hacia las elecciones 2010, aunque el
pri ganó la mayoría de las gubernaturas en juego, se pudo notar un
descenso en las preferencias, ya que perdió tres estados considerados
como bastiones priistas.
Ahora bien, en el contexto de las últimas tres elecciones (1997–
2010 aproximadamente), ¿cuántos Méxicos hay? Como se ha afir-
mado, no se puede construir una serie temporal de gobiernos, pero
es claro que hasta el momento hay un México alternante y otro de
continuidad o no alternante.
En 2010, existe un México no alternante (véase la gráfica 10.1 y el
cuadro 10.3) en 11 estados. A la luz de la competición de 2003, cuan-

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Calidad democrática y comportamiento electoral en los estados, la alternancia

Gráfica 10.1 México no alternante

PRI

Cuadro 10.3 México no alternante

Desde la fecha señalada


Gobierno del pri a la actualidad
Campeche 1997
Coahuila 1993
Colima 1997
Chihuahua 1998
Durango 1998
Hidalgo 1999
Estado de México 1993
Quintana Roo 1999
Tabasco 1994
Tamaulipas 1998
Veracruz 1998
Total de estados 11

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Juan José Russo Foresto

Cuadro 10.4 México poco competitivo

Estado Año pan pri prd

1999 34.68%* 61.65% c


Coahuila
2005 33.73% 57.06% 3.57%
2004 42.28%* 57.7%* c
Chihuahua
2010 40.46% 57.37%* 2.06%
2004 32.27% 54.01% 10.25%*
Durango
2010 45%* 54.10% c
2005 12.14% 54.25%* 30.89%
Hidalgo
2010 47%* 52%* c

1999 35.48% 42.50% 22.02%


Estado de México
2005 25.62%* 49.27% 25.12%
2005 22.73%* 41.68%* 35.59%
Quintana Roo
2010 15.00% 53%* 26.00%
1998 26.60% 54.91% 15.05%
Tamaulipas
2010 30.80% 61.6%* 2.80%
* En coalición con otros partidos.
c: El prd hace coalición con el pan y otros partidos.

do se contabilizaron 17 entidades con esta característica, se observa


que la alternancia ha avanzado en México. Es decir, el México no
alternante es hoy una minoría de sistemas estatales. Sin embargo, en
cinco de esos 11 estados (Chihuahua, Hidalgo, estado de México,
Quintana Roo y Veracruz) el pri participó en alianza con uno o dos
partidos políticos más, y en seis de ellos (Coahuila, Chihuahua, Du-
rango, Hidalgo, Tabasco y Tamaulipas) obtuvo una votación supe-
rior a 50%.
Por otra parte, hay un subconjunto de sistemas estatales po-
co competitivos (véase el cuadro 10.4). Si bien se ha considerado
(Méndez de Hoyos, 2003) que en 1997 la competitividad de 26 es-
tados es baja y en seis es media, sin que existan estados con com-

440

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Calidad democrática y comportamiento electoral en los estados, la alternancia

Cuadro 10.5 México alternante

Gobiernos del pan Gobiernos del prd Coalición prd


Aguascalientes (1998) Baja California Sur (1995) Chiapas (2000)
Baja California (1999) Distrito Federal (1997) Nayarit (1999)
Guanajuato (1995) Michoacán (2001) Oaxaca (2010)
Jalisco (1995) Tlaxcala (2004) Puebla (2010)
Morelos (2000) Zacatecas (1988) Sinaloa (2010)
Nuevo León (1997) Guerrero (2005)
Querétaro (1997)
San Luis Potosí (2003)
Sonora (2009)
Yucatán (2001)
10 6 5

petitividad alta, se prefiere en esta sede considerar simplemente


la diferencia entre el primer y el segundo partido. Se dirá que es baja la
competitividad cuando: la distancia supera los 15 puntos y no hubo
alternancia. Se es consciente que la medida simplifica, en particular,
por no considerar la tendencia de crecimiento del segundo partido.
Sin embargo, en un país donde el entusiasmo por la alternancia se
convirtió en el equivalente de democratización, basta con adoptar
este simple criterio.
Como se ve en el cuadro 10.5, el México alternante se extiende a
casi dos tercios (20) de los estados. La mayor parte, diez, con admi-
nistraciones del pan, seis del prd y cinco en coalición pan–prd. Es-
ta fórmula ha sido efectiva para estos partidos y para lograr triunfos

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Juan José Russo Foresto

Gráfica 10.2 México alternante

PRD
PAN
PAN - PRD

Cuadro 10.6 Población y alternancia

Sistema no alternante Sistema alternante


Población
36.70% 63.30%

en bastiones priistas, pero no fue aplicada en Veracruz, por lo que el


pan perdió la gubernatura, con una mínima diferencia (2. 5 a 3 pun-
tos) respecto del pri.
Si se atiende a la población comprendida en el México alternan-
te del cuadro 10.6 y la gráfica 10.2, corresponde a 63.30%, mientras
la no alternante corresponde a 36.70%, contra 42% y 55.8% que se
registraban en 2003, respectivamente.
Si se consideran las elecciones de 2010 (véase el cuadro 10.7), el
pan es derrotado en dos estados (Aguascalientes y Tlaxcala) y el prd
en uno (Zacatecas). Sin embargo, en coalición (pan–prd) le ganan
tres estados al pri (Oaxaca, Puebla y Sinaloa); la relevancia está en la
representatividad política de estos estados y la consiguiente cantidad
de población gobernada.
Las entidades que aparecen en el cuadro 10.8 han votado por
debajo del promedio nacional (52%) en las dos últimas elecciones

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Calidad democrática y comportamiento electoral en los estados, la alternancia

Cuadro 10.7 Elecciones 2010

Estado pan pri prd Coalición Composición


Aguascalientes 43.61% 4.50% 48.96%* pri+pvem+panal

Chihuahua 40.46% 2.06% 57.37%* pri+pvem+panal

Durango 45%* 54.10%


Hidalgo 47%* 52%* pri+pve+panal

Oaxaca 41.9%* 50.1%* pan–prd+pt+convergencia

Puebla 41.67% 52.53%* pan+prd+panal+convergencia

Quintana Roo 15.00% 26.00% 53%* pri+pvem+panal

Sinaloa 46.4%* 51.8%* pan+prd+convergencia

Tamaulipas 30.80% 2.80% 61.6%* pri+pvem+panal

Tlaxcala 38.86% 4.90% 46.47%* pri–pvem

Veracruz 40.6%* 13.20% 43.05%* pri–pvem y prv

Zacatecas 17% 23.10% 43.1%* pri+pvem+panal

* Participan pan–prd y otros partidos en coalición.

federales (2006 y 2009). La excepción es Veracruz, donde en ambas


contiendas creció la participación nacional. La alternancia ha sido
fluctuante durante los últimos tres periodos. Los partidos han segui-
do la siguiente trayectoria.
Hay un grupo de estados donde un partido ha anclado fuerte-
mente (véanse el cuadro 10.8 y la gráfica 10.3) y durante las tres
últimas elecciones ha logrado mantenerse en el gobierno, con lo que
se ha consolidado el estado como un bastión.
Existe otro grupo de estados (véase el cuadro 10.9) que van en
camino al anclaje fuerte y se están consolidando como bastiones pa-
ra sus respectivos partidos, en este caso, lo que predomina son los
estados gobernados por el prd.
En el cuadro 10.10 hay dos estados (Aguascalientes y Queré-
taro), ambos panistas, en los que el partido alternante no ancló con
fuerza y, después de llegar al gobierno, fue derrotado.

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Juan José Russo Foresto

Gráfica 10.3 Estados con anclaje fuerte del alternante

PRD
PAN

Cuadro 10.8 Estados con anclaje fuerte del alarmante

Estado Año pan pri prd

1995 50.94% 42.34% 3.32%


Baja California 2001 49.87% 37.54% 4.25%
2007 51.24% 44.71%* 2.35%
1997 15.58% 25.61% 48.10%
Distrito Federal 2000 33.87% 23.14% 34.86%
2006 27.66% 21.91%* 47.05%*
1995 58.10% 32.90% 7.02%
Guanajuato 2000 56.50% 33.99% 6.71%*
2006 60.19% 23.43% 10.82%*
1995 53.95% 37.96% 4.08%
Jalisco 2000 46.33% 43.90% 5.34%
2006 46.12% 42.25% 7.99%
* En coalición con otros partidos.

444

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Calidad democrática y comportamiento electoral en los estados, la alternancia

Cuadro 10.9 Estados en camino a un anclaje fuerte del alternante

Estado Año pan pri prd

1995 25.49% 38.89% 32.39%


Michoacán 2001 19.17% 37.82% 43.02%
2007 32.09% 25.51% 35.01%
1994 9.58% 62.50% 21.63%
Morelos 2000 55.89% 27.84% 12.98%
2006 36.23% 24.31% 32.22%
1993 47.19% 52.32% 0.48%
Baja California Sur 1999 6.26% 37.42% 55.92%*
2005 8.69% 36.08% 43.35%*
* En coalición con otros partidos.

Cuadro 10.10 Alternancia durante dos periodos iniciales

Estado Año pan pri prd

1998 53.10% 38.05% 6.58%


Aguascalientes 2004 56.76% 36.36% 6.82%
2010 43.61% 48.96%* 4.50%
1997 45.31% 40.10% 7.35%
Querétaro 2003 46.84% 43.03% 6.74%
2009 42.20% 47.44%* 1.89%
1998 13.18% 38.47% 44.04%
Zacatecas 2004 15.03% 34.44% a 44.70%
2010 17% 43.1%* 23.10%
* En coalición con otros partidos.

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Juan José Russo Foresto

Gráfica 10.4 Estados con reciente alternancia

PRD
PAN - PRD

Cuadro 10.11 Estados con reciente alternancia

Estado Año pan pri prd

1993 2.60% 63.52% 27.39%


Guerrero 1999 1.70% 49.59% 47.89%*
2005 1.09% 42.88%* 56.03%
1998 10.44% 48.84% 37.44%
Oaxaca 2004 46.09% a 49.42%* 49.42%
2010 50.1%* 41.9%*
1998 32.76% 47.53% 18.14%
Sinaloa 2004 46.38% 47.67% 4.25%
2010 51.8%* 46.4%*
1998 29.68% 55.52% 11.16%
Puebla 2004 37.17% 51.28% 5.79%
2010 52.53%* 41.67%
1997 32.4% 41.3 %* 23.2%
Sonora 2003 44.6% 45.6%* 6.3%
2009 47.7% 43.6% 3.9%
* En coalición con otros partidos.

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Calidad democrática y comportamiento electoral en los estados, la alternancia

Cuadro 10.12 Estados gobernados al menos una vez por la oposición

Estado Año pan pri prd

1997 48.51% 41.90% 3.15%


Nuevo León 2003 34.83% 58.38% 1.06%
2009 43.40% 49%* 3.40%
1993 3.75% 58.86% 26.90%
Nayarit 1999 52.95%* 44.84%
2005 6.21% 47.78% 43.76%
1997 34.35% 47.01% 8.57%
San Luis Potosí 2003 44.14% 38.80% 15.50%
2006 41.19% 45.4%* 8.6%*
1995 44.35% 48.68% 2.99%
Yucatán 2001 53.52%* 45.54%
2007 42.77% 50.03% 2.71%
* En coalición con otros partidos.

En la elección de 2010 (véase el cuadro 10.11 y la gráfica 10.4),


se encuentra un grupo de estados que recientemente experimentó
la alternancia: tres con partidos en coalición (pan–prd), Oaxaca,
Sinaloa y Puebla. Otros dos casos de alternancias recientes fueron
los de Guerrero y Sonora: en el primero ganó el prd en 2005, y en
el segundo, el pan ganó en la elección de 2009.
Hay un conjunto de estados donde al menos una vez fueron go-
bernados por la oposición (véase el cuadro 10.12). Se trata de esta-
dos que alternaron al panismo y retornaron al cauce priísta.
Por último, se encuentra un grupo de estados que han sido go-
bernados por los tres partidos (véase el cuadro 10.13), de los cuales
sólo en 1995 ganó el pri como partido único; posteriormente, los
triunfos se dan en coalición.
Conviene, a fin de detectar tendencias, analizar los elementos
frágiles de los principales partidos opositores. Estas áreas débiles

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Juan José Russo Foresto

Cuadro 10.13 Estados que han sido gobernados


en algún periodo por los tres años

Estado Año pan pri prd

1995 9.16% 50.49% 35.00%


Chiapas 2000 52.66%* 46.95%
2006 2.59% 48%* 48.55%*
1998 8.60% 44.26% 46.53%*
Tlaxcala 2004 35.88%* 34.93%* 29.19%
2010 38.86% 46.47%* 4.90%
* En coalición con otros partidos.

Gráfica 10.5 Área pan débil

Área débil del PAN

Cuadro 10.14 Área pan débil

Estado Año pan pri prd

Baja California Sur 2005 8.69% 36.08%* 43.35%*


Chiapas 2006 2.59% 48%* 48.55%*
Guerrero 2005 1.09% 42.88%* 56.03%
Nayarit 2005 6.21% 47.78% 43.76%
Quintana Roo 2010 15.00% 53%* 26.00%
Tabasco 2006 3.59% 52.77% 42.96%
Zacatecas 2010 17% 43.1%* 23.10%
* Compite en coalición con otros partidos.

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Calidad democrática y comportamiento electoral en los estados, la alternancia

del pan (véase el cuadro 10.14) y del prd (véase el cuadro 10.15)
son resultado de las dinámicas partidistas en los estados. Ello es
resultado de que la concentración que logran tanto el pan como
el prd se debe a la competición con el polo dominante a nivel
nacional, constituido por el pri. Una importante excepción es
el Distrito Federal, donde el pri es la tercera fuerza y el pan y el
prd mantienen fuerzas muy similares.
Si se analizan los estados con débil presencia del pan, se observa
una fuerte presencia del prd y viceversa, una fuerte presencia del
pan implica una débil presencia del prd (véanse el cuadro 10.15 y la
gráfica 10.6). Es decir, estos partidos compiten por la misma franja
de electores: los dispuestos al cambio.
Por otra parte, si se consideran aquellos estados en donde el
tercer partido posee un apoyo de al menos 15%, se puede adver-
tir que en diez estados funciona un sistema multipolar (véanse el
cuadro 10.16 y la gráfica 10.7), ya agregados los casos de alianzas
pan–prd (Sinaloa, Durango, Hidalgo, Oaxaca y Puebla).
En el México multipolar, el pri ocupa el tercer lugar en Mi-
choacán y Morelos; el segundo en Sinaloa, Oaxaca y Puebla, y el
primero en el estado de México, Quintana Roo, Zacatecas; Du-
rango e Hidalgo; es decir, en casi la mitad de los estados con este
sistema de partidos.
Por otra parte, el México bipolar (véase el cuadro 10.17 y la
gráfica 10.8) es mayoritario de manera significativa (22 estados).
En este caso, el pri, con excepción del Distrito Federal, constituye
siempre el primer o segundo partido. Respecto de las dinámicas
partidarias en cada estado, la estructuración de la competencia es
bipolar en más de la mitad de los estados. Ello obedece a que
la concentración que logran tanto el pan como el prd se debe a la
competición con el polo dominante a nivel nacional, constituido
por el pri.
¿En qué punto se encuentra México, en términos de com-
petición política? Es claro que hay un proceso, aún inacabado,
en el que las urnas producen cambios pacíficos e históricos. La
competición aumenta y la confianza de los electorados sobre los
resultados también ha avanzado de manera positiva. Prueba de

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Juan José Russo Foresto

Gráfica 10.6 Área prd débil

Área débil del PRD

Cuadro 10.15 Área prd débil

Estado Año pan pri prd

Aguascalientes 2010 43.61% 48.96%* 4.50%


Baja California 2007 51.24%* 44.71%* 2.35%
Campeche 2009 43.10% 51.2%* 0.80%
Colima 2009 44.50 %* 51%* 2.1%*
Chihuahua 2010 40.46% 57.37%* 2.06%
Guanajuato 2006 60.19% 23.43% 10.82%*
Jalisco 2006 46.12% 42.25% 7.99%
Nuevo León 2009 43.40% 49%* 3.40%
Querétaro 2009 42.20% 47.44%* 1.89%
San Luis Potosí 2006 41.19% 45.4%* 8.6%*
Sonora 2009 47.7% 43.6% 3.9%
Tamaulipas 2010 30.80% 61.6%* 2.80%
Tlaxcala 2010 38.86% 46.47%* 4.90%
Veracruz 2010 40.6%* 43.05%* 13.20%
Yucatán 2007 42.77% 50.03% 2.71%
* Compite en coalición con otros partidos.

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Calidad democrática y comportamiento electoral en los estados, la alternancia

Gráfica 10.7 México multipolar

PAN
PRI
PRD
PAN - PRD

Cuadro 10.16 México multipolar

Estado Año pan pri prd

Distrito Federal 2006 27.66% 21.91%* 47.05%*


Estado de México 2005 25.62%* 49.27% 25.12%
Michoacán 2007 32.09% 25.51% 35.01%
Morelos 2006 36.23% 24.31% 32.22%
Quintana Roo 2010 15.00% 53%* 26.00%
Sinaloa 2010 51.8%** 46.4%*
Durango 2010 45%** 54.10%
Hidalgo 2010 47%** 52%*
Oaxaca 2010 50.1%** 41.9%*
Puebla 2010 52.53%** 41.67%
Zacatecas 2010 17% 43.1%* 23.10%
* Compite en coalición con otros partidos.
** Coalición pan–prd.

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Juan José Russo Foresto

Gráfica 10.8 México bipolar

PRI - PRD
PRI - PAN

ello es el declive de la contestación postelectoral en los estados


y en el país. El mexicano es moderado, como lo mostró en 2006, y
pone límites al no aprobar estrategias radicales. Es decir, el saldo
puramente electoral es positivo y, atendiendo a la comprensión de
una dinámica gradual de cambio, se avanza en calidad institucio-
nal. Sin embargo, como se apunta en la conclusión de este libro,
quedan temas pendientes e insoslayables para la construcción de
la democracia, que trascienden la arena electoral.

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Calidad democrática y comportamiento electoral en los estados, la alternancia

Cuadro 10.17 Mapa bipolar

Estado Año pan pri prd

Aguascalientes 2010 43.61% 48.96%* 4.50%


Baja California 2007 51.24%* 44.71%* 2.35%
Baja California Sur 2005 8.69% 36.08%* 43.35%*
Campeche 2009 43.10% 51.2%* 0.80%
Coahuila 2005 33.73% 57.06% 3.57%
Colima 2009 44.50 %* 51%* 2.1%*
Chiapas 2006 2.59% 48%* 48.55%*
Chihuahua 2010 40.46% 57.37%* 2.06%
Guanajuato 2006 60.19% 23.43% 10.82%*
Guerrero 2005 1.09% 42.88%* 56.03%
Jalisco 2006 46.12% 42.25% 7.99%
Nayarit 2005 6.21% 47.78% 43.76%
Nuevo León 2009 43.40% 49%* 3.40%
Querétaro 2009 42.20% 47.44%* 1.89%
Quintana Roo 2010 15.00% 53%* 26.00%
San Luis Potosí 2006 41.19% 45.4%* 8.6%*
Sonora 2009 47.7% 43.6% 3.9%
Tabasco 2006 3.59% 52.77% 42.96%
Tamaulipas 2010 30.80% 61.6%* 2.80%
Tlaxcala 2010 38.86% 46.47%* 4.90%
Veracruz 2010 40.6%* 43.05%* 13.20%
Yucatán 2007 42.77% 50.03% 2.71%
* En coalición con otros partidos.

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Comportamiento electoral y calidad de la democracia

Juan Poom Medina y José Arturo Rodríguez Obregón

En este capítulo se estudia la relación entre el comportamiento elec-


toral y la calidad de la democracia. Se utilizan variables proxys de la
participación electoral y se correlacionan con otras que surgen de los
supuestos teóricos de las escuelas del comportamiento electoral y de
la calidad de la democracia. El principal argumento que se pone a
prueba sostiene que sí existen asociaciones entre los datos referidos,
de acuerdo con la argumentación teórica que refiere que la confianza
y el respeto a las reglas se asocia a la participación y, de forma simi-
lar, que las variables que sustentan los supuestos de las escuelas del
comportamiento también.
La idea central en este trabajo es proveer algunas ideas preli-
minares que permitan avanzar en el tema de la relación entre com-
portamiento electoral y la calidad de la democracia, con la consi-
deración de que en los estudios sobre comportamiento electoral
en México se ponen a prueba las dimensiones y variables que de-
rivan de las tres escuelas predominantes en la literatura (enfoques
socio­lógico, sociopsicológico y racional), para tratar de entender el
compor­tamiento de los electores y de manera específica preguntarse
por los factores que explican el voto individual. Estos estudios han
logrado avanzar en proveer argumentos que permiten entender lo
complejo del electorado; sin embargo, hasta ahora pocos han sido
quienes buscan relacionar el comportamiento electoral con el tema
de la calidad de la democracia.
Vale la pena acotar que este trabajo es de carácter exploratorio
y analiza y toma en cuenta la información de dos bases de datos: la

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L CALIDAD DE LA DEMOCRACIA.indd 455 3/9/11 7:03 PM


Juan Poom Medina y José Arturo Rodríguez Obregón

Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad 2010, prepara-


da para el Instituto Federal Electoral (ife), y la Encuesta Nacional a
Ciudadanos Mexicanos (encm) 2009, preparada para la Universidad
Autónoma de Querétaro, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecno-
logía (conacyt) y el ife, para mostrar algunas evidencias respecto
a que sí existe asociación, por una parte, entre la participación elec-
toral y las variables que derivan de las escuelas del comportamiento
electoral, y, por otra, entre la participación y la confianza y al respeto
a las reglas (confianza ciudadana).
Este trabajo está estructurado en tres apartados centrales. En
el primero se hace un esbozo general de las escuelas o los enfoques del
comportamiento electoral. En el segundo se presenta un recorrido
descriptivo por regiones, de acuerdo con las encuestas mencionadas, de
los porcentajes de los ítems seleccionados que describen el comporta-
miento de los ciudadanos mexicanos, en donde se incluyen la confianza
y cultura de la legalidad. En este caso, se analizan los datos relacionados
con información socioeconómica, expectativas de los mexicanos, orga-
nización vecinal, corrupción, confianza, cultura de la legalidad, iden-
tificación partidista, participación, pertenencia a redes sociales, si vota
o no en las elecciones, entre otros datos. La idea al mostrar este pa-
norama con datos descriptivos es sentar las bases para dar paso al tercer
apartado, en el que se presenta un ejercicio empírico básico en donde
se ponen a prueba las variables seleccionadas, buscando las asociacio-
nes que ya se comentaron. Las relaciones estadísticamente positivas y
significativas entre las variables que se han puesto a prueba son evidencia
importante que fortalece la hipótesis de que “el comportamiento elec-
toral está fuertemente condicionado por el tipo de calidad democrática”
(Russo, 2005).

Escuelas o enfoques de análisis


del comportamiento electoral

El estudio del comportamiento electoral tomó un impulso impor-


tante a partir de los años cuarenta, sobre todo en las investigaciones
que se venían desarrollando en Estados Unidos. Desde entonces,

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Comportamiento electoral y calidad de la democracia

han prevalecido al menos tres enfoques o escuelas importantes que


valoran algunos aspectos a diferencia de otros, para explicar la deci-
sión individual del voto.
Algunos de estos enfoques se centran en la pertenencia o posición
social de una clase social, el entorno geográfico de los individuos o las
condiciones, como sexo, edad e ingreso, que caracterizan a los electo-
res; otro enfoque se centra en las motivaciones y los cálculos indivi-
duales a la hora de razonar la decisión del voto; otro toma en cuenta
la identificación con los partidos, la religión que profesan, la dis-
tinción ideológica entre izquierda y derecha, entre otros factores.
Autores como Robert E. Goodin y Hans Dieter Klingemann
(1996) señalan que los enfoques se pueden agrupar en tres gran-
des paradigmas, que han revolucionado el estudio del comporta-
miento electoral ante preguntas: ¿cómo y por qué vota un elector? o
¿cuáles son los factores que explican el voto? Al primer mode-
lo, iniciado a partir de la década de los cuarenta, se le ha deno-
minado sociológico, y tiene su referencia más importante en los
estudios realizados en la Universidad de Columbia, liderados por
Paul Lazarsfeld. El segundo es el modelo psicosocial, impulsa-
do en la Universidad de Michigan y dirigido por Angus Camp-
bell. Por último, y quizá el enfoque predominante en las escuelas
de ciencia política de una gran parte de las universidades de Esta-
dos Unidos, es la elección racional, fundamentado en los presupues-
tos teóricos que provienen de la economía política.
En los siguientes apartados se señalan los principios esenciales de
los enfoques señalados, para identificar las preocupaciones centrales
de cada paradigma y los aportes y restricciones de cada uno, a fin de
explicar el comportamiento individual del voto.

El enfoque racional

La elección racional (er) ha ganado en la ciencia política norte-


americana un lugar central, en especial en las últimas cuatro dé-
cadas. Sus orígenes se remontan a los trabajos clásicos de Da-
vid Hume, Adam Smith y Marc Spencer, entre otros autores, que
aportaron nuevos sentidos a las ciencias humanas y sociales.

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Juan Poom Medina y José Arturo Rodríguez Obregón

La er se concibe como instrumental y está guiada por los resul-


tados de la acción, pero las acciones son evaluadas y elegidas no por
sí mismas sino como un medio relativamente eficiente para otro fin
(Elster, 2003: 31). De entre los múltiples trabajos que respaldan los
postulados centrales de este enfoque, la obra La riqueza de las nacio-
nes, de Adam Smith, ha sido de gran importancia:

[...] se propuso descifrar la naturaleza de un mecanismo


que hacía posible convertir la búsqueda del interés indivi-
dual en bienestar colectivo. Primero procedió a observar el
comportamiento de los individuos para luego explorar cómo
este comportamiento podía ser articulado con la genera-
ción de productos colectivos deseables (Valdés Ugalde,
1997: 2).

Se trató de un argumento que planteó el problema sobre los intereses


particulares que persiguen los individuos y que ha sido retomado en
la mayoría de los trabajos que refieren los antecedentes de este
enfoque.
Tiempo después, en la segunda mitad del siglo xx, la er emer-
gió como perspectiva que permitía concebir los fenómenos políticos
desde la mirada de gran parte de la economía. La publicación de las
obras de Kenneth Arrow (1951), Anthony Downs (1957), William
Riker (1992), Mancur Olson (1965), James M. Buchanan y Gordon
Tullock (1993), entre otras, fueron algunos de los ejemplos de las
contribuciones que hicieron estos autores al enfoque de la er. Y tan
relevantes y polémicas fueron las contribuciones de esta perspectiva
al estudio de la política que algunas de las obras fueron galardonadas
en virtud de los descubrimientos en este campo de estudio.
Una síntesis de tres de las grandes contribuciones al campo de
la er señala la originalidad de las aportaciones. Arrow, por ejem-
plo, mostró cómo todas las reglas democráticas de decisión colectiva
podían ser inestables si se mantenían algunos supuestos y requeri-
mientos mínimos de elección racional. Señalaba que no existe una
función de utilidad social que no sea impuesta o escogida de manera
dictatorial. Otra contribución importante fue la teoría económica de

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Comportamiento electoral y calidad de la democracia

la democracia de Anthony Downs (1991), quien sostiene que si dos


partidos (posicionados en un continuo ideológico) buscan ganar el
apoyo de los electores, sus plataformas tenderán a converger hacia la
posición del votante mediano. Por último, la contribución de Olson
(1965) consistió en demostrar que la lógica que opera en los grupos
o asociaciones formadas por individuos es distinta de la que preva-
lece entre las empresas y el mercado, de tal forma que los individuos
sólo buscan actuar de manera grupal, con una orientación hacia la
consecución de los fines colectivos, si existen incentivos selectivos
para la cooperación.
Asimismo, un rasgo que predominó desde el inicio de los tra-
bajos que se desarrollaron bajo este enfoque fue su oposición a
los modelos conductistas (behavioristas), en cuyo credo los indivi-
duos constituían los componentes fundamentales y los resultados
políticos eran simplemente la agregación de acciones individuales
(Shepsle, 1989: 358).
De forma contraria, los postulados de la er visualizaron a los
agentes políticos como originales diseñadores de las decisiones que
tomaban. A los antecedentes de este enfoque se vincularon los pro-
blemas relacionados con las contradicciones del Estado de bienestar
y la ineficacia de las políticas de gobierno como parte de los cuestio-
namientos en torno a los fracasos y la forma irracional que se consti-
tuyó en las decisiones derivadas del proceso político y social.
De forma más amplia, los enfoques de la er se sustentan en una
serie de supuestos entre los cuales se refiere: la maximización de la
utilidad de los individuos; la consistencia en la estructura de prefe-
rencias del individuo; la toma de decisiones realizadas bajo contextos
de incertidumbre; y la centralidad del individuo en la explicación de
los fenómenos políticos y sociales (Green y Shapiro, 1994).
Respecto a la maximización de la utilidad, el concepto deriva
de la teoría económica neoclásica; sin embargo, la aplicación de es-
tos supuestos en la ciencia política ha sido ligeramente diferente de
cómo se concibe en la microeconomía pura. En la ciencia política,
una persona maximiza su utilidad cuando al presentársele varias al-
ternativas en sus cursos de acción escoge la opción que le parece más
adecuada para alcanzar sus preferencias. De forma más amplia, el

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individuo persigue los medios que son eficientes y efectivos para la


lograr los objetivos, dado una estructura de creencias y valores pre-
viamente concebidos.1
En cuanto a la consistencia en las preferencias, es el supuesto
que refiere la definición de racionalidad en los individuos. Como ha
señalado Joseph Colomer: “El cálculo que se supone que conduce a
la elección individual entre la alternativas disponibles requiere que
los hombres y mujeres tengan una capacidad intelectual de delibe-
ración y coherencia; es decir, de racionalidad” (1991: 14). En gene-
ral, bajo este supuesto los actores relevantes han fijado un conjunto
de preferencias o gustos instrumentales (normalmente adaptados a
condiciones más precisas, tales como el principio de transitividad),
para maximizar el cumplimiento de estas preferencias. Son estraté-
gicos, pues suponen la aplicación de un cálculo más ampliado (Hall
y Taylor: 1999: 24).
El tercer supuesto se refiere a las decisiones que se toman bajo este
enfoque y se realizan bajo contextos de incertidumbre. Aquí se conci-
be, en principio, que el comportamiento de un actor no debe ser con-
ducido por otras fuerzas sino por el cálculo estratégico, que estará pro-
fundamente afectado por las expectativas del actor sobre cómo otros
actores lleguen tal vez a comportarse (Hall y Taylor, 1999: 26).
En resumen, la base de los supuestos de la er descansa en los
principios de la economía, un agente racional que llega a una situa-
ción con preferencias acerca de posibles estados de la sociedad y la
idea de maximizarlas. El comportamiento del agente adopta la for-
ma de elecciones basadas en un cálculo inteligente.

El enfoque sociológico

Originalmente este modelo se basó en los trabajos del equipo de


Paul Lazarsfeld, en la Universidad de Columbia, durante los años

1 A finales de la década de los años cincuenta y principios de la de los sesenta, los enfoques explica-
tivos dominantes en las ciencias sociales era las teorías sociológicas, de la cultura y de la personali-
dad, y de la psicología social (Almond, 1990: 176).

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Comportamiento electoral y calidad de la democracia

cuarenta, y todavía goza de mucha aceptación en los análisis sobre


comportamiento electoral. En los viejos estudios realizados por el
equipo de Lazarsfeld, se buscaba identificar los factores que expli-
caban o influían en la decisión del votante. En uno de los prime-
ros trabajos realizados, utilizaron una encuesta de 600 electores pa-
ra estudiar la evolución de la toma de decisión del voto durante la
campaña presidencial de 1948. Durante ese análisis se determinó
que las características sociales de los individuos son las principales
variables que explican el comportamiento electoral de los votantes.
Es decir, la afiliación religiosa, la clase social, la residencia urbana
o rural determinaban si los electores votaban por los demócratas o
republicanos. Por ejemplo, los católicos, obreros y residentes urbanos
tenían una tendencia a votar por el partido demócrata, mientras que
los protestantes, clase media y residentes en zonas rurales votaban
mayormente por el partido republicano.
Otro argumento central es que los atributos sociales ejercen gran
influencia sobre los individuos, debido a que los ubican en la estruc-
tura social, y esto hace que la información que reciben les permita
construir preferencias. Así, una persona pensará políticamente de
acuerdo con su posición social.
Las críticas que ha recibido este enfoque provienen de su deter-
minismo social y por considerar a la política como residuo de lo so-
cial, a pesar de que se buscaba establecer una correlación entre pre-
ferencias políticas y la vida social. Se ha criticado la idea de que las
preferencias políticas estén determinadas por un interés individual
e instrumental, y que si se quiere entender cómo vota un elector o
un grupo de la población se deba entender primero dónde residen,
cuáles son las circunstancias que los rodean, en qué contextos y redes
sociales se insertan, lo que implica entenderlos de manera amplia y
más allá de simples individuos.
Dentro de este enfoque, existen tres vertientes que ponen én-
fasis en distintos elementos para explicar el comportamiento elec-
toral: los contextos sociales, el modelo de influencia espacial y la
teoría de redes. Los contextos sociales se pueden definir como
una composición social de un ambiente determinado, que puede
tener características diferentes que influyen a la hora de votar o no

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Juan Poom Medina y José Arturo Rodríguez Obregón

por un candidato determinado. Así, éstos quedan fuera del con-


trol individual, ya que las preferencias individuales no participan
en la decisión del voto. Respecto al modelo de influencia social,
se sustenta en la intimidad y la confianza como los principales
ingredientes que definen la influencia política entre ciudadanos
y que no por fuerza se relacionan con motivos y propósitos in-
dividuales. Por último, la vertiente de redes señala que éstas son
creadas como una consecuencia de los individuos y sus elecciones.
Tiene su origen en los setenta y en los años siguientes desarrolla
toda su capacidad, que le permite ser integrada en los análisis de
diversas disciplinas de las ciencias sociales. Desde esta perspectiva
es posible entender la relación que existe entre el individuo y los
componentes de la sociedad.

El enfoque psicosocial

Este enfoque fue construido mediante investigaciones realizadas


en la Universidad de Michigan y el primer estudio se realizó en
ocasión de la elección presidencial de 1952. Las bases funda-
mentales del enfoque se fincan en las actitudes políticas de los
votantes. En el libro The American voter, se pueden identificar
tres tipos de actitudes que contienen el mayor poder explicativo
en la decisión del voto: la identificación partidaria, la simpatía
por el candidato y la actitud frente a los temas del debate electo-
ral (Campbell, 1960).
En este enfoque, el voto se ubica como un acto individual, mo-
tivado por percepciones y orientaciones personales y subjetivas. Una
de las principales líneas de investigación que derivan de él hace én-
fasis en los estudios de comunicación política, la cual criticó los es-
tudios del enfoque sociológico y reivindicó el rol de las campañas
electorales en los resultados electorales.

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Comportamiento electoral y calidad de la democracia

Cuadro 11.1 Clasificación de los estados por regiones

Sur–sureste Centro–occidente Norte


Quintana Roo Aguascalientes Baja California Sur
Veracruz Colima Durango
Campeche Querétaro Baja California
Morelos Hidalgo Coahuila
Tabasco Estado de México Chihuahua
Yucatán Michoacán Sinaloa
Oaxaca Guanajuato Tamaulipas
Chiapas Jalisco Zacatecas
Puebla Distrito Federal Nuevo León
Guerrero Nayarit Sonora
San Luis Potosí
Tlaxcala

Descripción de las principales características


del comportamiento electoral de
los ciudadanos mexicanos por regiones

El propósito particular de esta sección consiste en realizar un análisis


descriptivo, por regiones, de los ciudadanos mexicanos, en donde se re-
salten sus diferencias en cuanto a características demográficas, expecta-
tivas sobre el país, preferencias políticas, así como aquellos aspectos que
teóricamente se pueden vincular a la calidad de la democracia, como es
el caso de la confianza en las instituciones y la cultura de la legalidad.
Los datos que sirven de sustento para este análisis se han obteni-
do de la Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad 2010,
y la encm 2009.
Se asume que el país se compone de tres grandes regiones, cuyos
nombres y entidades que las conforman se presentan en el cuadro
11.1. No se trata de una regionalización arbitraria, las empresas en-

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Juan Poom Medina y José Arturo Rodríguez Obregón

cuestadoras utilizan esa regionalización para llevar a cabo levanta-


mientos de información que permite ser analizada de manera com-
parativa; además, el esfuerzo de regionalización ayuda a describir
con mayor claridad la diversidad de características del país.

Características sociodemográficas

Cuando se busca comprender a un grupo de individuos y analizar la


forma en que se comportan políticamente, las características socio-
demográficas se tornan importantes porque, como afirman los su-
puestos basados en la escuela del comportamiento sociológico, los
sujetos votan o dejan de votar por un partido determinado como
consecuencia de la posición que ellos ocupan en la estructura social
de su país. La posición social se entiende en este caso como su clase
social, su denominación religiosa, su origen, o cualquier otra caracte-
rística vinculada a su estatus social. De manera más amplia, los cliva-
jes sociales y los factores sociodemográficos determinan la forma en
que se comportan los individuos. Aquí, para describir los principales
aspectos relacionados con los mexicanos, se pasa revista a algunas de
las principales variables sociodemográficas correspondientes a las
tres regiones propuestas: sexo, escolaridad, ingreso, distribución de
la población por ocupación; también se analizan de manera descrip-
tiva variables relacionadas con el comportamiento electoral, capital
social y cultura de la legalidad, a fin de contextualizar las caracterís-
ticas y peculiaridades de los ciudadanos mexicanos.

Sexo
En cuanto a la pregunta: “En las últimas elecciones, ¿sí pudo votar
o no pudo votar?”, se encuentra que existen diferencias significativas
por regiones en cuanto a la variable sexo. En relación con esta varia-
ble, un primer dato que se puede observar consiste en la diferencia
de porcentajes de hombres y mujeres que acuden a votar los días que
se realizan elecciones, incluso se puede observar que estas diferen-
cias se acentúan en algunas de las regiones analizadas.
En el caso de las regiones norte y sur, el porcentaje de mujeres
y hombres entrevistados que sí pudieron votar es más bajo que el

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Comportamiento electoral y calidad de la democracia

Cuadro 11.2 En las últimas elecciones, ¿sí pudo votar o no pudo votar?

Norte Centro–occidente Sur


Sexo Sí pudo No pudo Sí pudo No pudo Sí pudo No pudo
votar votar votar votar votar votar

Masculino 82.4% 17.6% 85.8% 14.2% 74.1% 25.9%


Femenino 82.4% 17.6% 80.3% 19.7% 74.1% 25.9%
Total 206 44 507 103 252 88
Fuente: Elaboración propia, con datos de la encm 2009.

del centro–occidente. Aunque la diferencia entre el centro–occiden-


te y el norte es proporcionalmente baja (3.4%), la diferencia entre
centro–occidente y sur es importante de contextualizar (11.7%). De
hecho, en la región sur se obtuvo el porcentaje más bajo de personas
que pudieron ir a votar y, en consecuencia, el más alto de quienes no
pudieron cumplir con la obligación cívica.
En cambio, en la región centro se presenta una diferencia de 5.5
puntos porcentuales entre mujeres y hombres que acudieron a votar.
Aunque la diferencia es importante y no son elementos que se pue-
dan considerar alentadores, las diferencias por lo general se esperan
y hasta se pueden considerar comportamientos normales; por ello
llama bastante la atención el hecho de que en las regiones norte y sur
no se presenten diferencias entre hombres y mujeres que pudieron ir
a votar; se podría considerar como una coincidencia imputable a la
regionalización.

Escolaridad
Respecto a esta variable, se encontró que los principales porcentajes
están distribuidos desde estudios de bachillerato hacia niveles más
básicos. Dos regiones son las que se distinguen por sus diferencias: la
región centro y la sur. En el primer caso, se caracteriza por ser la que
cuenta con mayores porcentajes de escolaridad, por ejemplo, tiene
el menor porcentaje de personas sin ningún estudio y el de personas
cuyos últimos estudios fueron la primaria y la secundaria; así, es la

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Juan Poom Medina y José Arturo Rodríguez Obregón

Cuadro 11.2 ¿Hasta qué grado llegó a la escuela?

Regiones
Nivel educativo
Norte Centro Sur
Primaria 24.4% 20.7% 28.5%
Secundaria o equivalente 30.4% 29.5% 30.3%
Bachillerato o equivalente 30.4% 33.8% 26.8%
Licenciatura 12.8% 14.9% 10.9%
Maestría 0.0% 0.8% 0.3%
Doctorado 0.0% 0.0% 0.6%
Ninguno 2.0% 0.2% 2.6%
No sabe o no respondió 0.0% 0.2% 0.0%
Total 250 610 340
Fuente: Elaboración propia, con datos de la encm 2009.

región que tiene el mayor porcentaje de personas con bachillerato,


licenciatura y maestría.
En contraste, la región sur tiene el mayor porcentaje de personas
que no poseen ningún estudio y la que tiene el mayor porcentaje de
personas cuyo último grado se encuentra en la primaria; tan sólo en
estos dos datos aglutina a más de 30% de su población. Otra tercera
parte de la población se encuentra en el grupo de personas que tie-
nen secundaria o un equivalente, con lo que 60% de su población
tiene apenas el nivel básico de estudios. Por otra parte, es la región que
cuenta con el menor porcentaje de profesionistas (10.9%), pero cu-
riosamente, la única donde se observa un porcentaje de personas que
cuentan con doctorado.
En relación con la región norte, tiene una posición digamos in-
termedia, con algunos porcentajes que llaman la atención, como es
el caso de personas sin estudios (2%) y que no se alcanza a observar el
porcentaje de personas con posgrado. Los datos en su conjunto su-

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Comportamiento electoral y calidad de la democracia

Cuadro 11.4 ¿A qué se dedica? Si trabaja, ¿en dónde?

Regiones
Norte Centro Sur
Sector público 4.0% 9.8% 11.8%
Sector privado 21.6% 22.3% 13.2%
Por su cuenta 18.8% 21.3% 17.4%
Empresario o comerciante 4.0% 5.1% 8.2%
Agropecuario 1.6% 3.4% 7.9%
Desempleado 1.2% 1.1% 2.1%
Estudiante 9.2% 7.4% 6.5%
Ama de casa 35.6% 24.9% 30.0%
Otro inactivo 4.0% 4.6% 2.9%
Total 250 610 340
Fuente: Elaboración propia con datos de la encm 2009.

gieren que existe mayor similitud con respecto a la región sur que
con respecto a la centro.

Distribución de la población por ocupación


Respecto a las ocupaciones en cada región, destaca el hecho de que
ser ama de casa, trabajar por su cuenta y en el sector privado son las
actividades con mayores porcentajes, aunque el orden cambia. De
inicio se puede destacar que la actividad de ser ama de casa obtuvo
los mayores porcentajes en todas las regiones.
En la región norte, ser ama de casa ocupa un lugar prioritario
(35%), y es el porcentaje más alto en relación con las otras regio-
nes; el sector estudiantil es más grande (9.2%) con respecto a otras
regiones, y las personas que trabajan en el sector público compara-
tivamente es más reducido que las otras regiones, lo cual se puede
explicar por los altos porcentajes que trabajan en el sector privado
o por su cuenta. Aunque existen actividades agropecuarias y comer-

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Cuadro 11.5 Nivel de ingresos por región

Nivel de ingresos
Salarios mínimos
Norte Centro Sur
0–1 sm 10 13 29
1–3 sm 30 44 39
3–5 sm 24 19 15
5–7 sm 8 7 5
7–10 sm 2 3 1
10–30 sm 0 1 0
Más de 30 sm 0 0 0
ns / nc 26 13 11
Fuente: Elaboración propia, con datos de la encm 2009.

ciales, la cantidad de personas que se ocupan en ellas es mínimo en


perspectiva comparada.
Aunque la ocupación ama de casa es la que registra un mayor
porcentaje en la región centro, el dato es el menor respecto a las
otras regiones. Al igual que la región norte, cuenta con un sector
privado que aglutina a más de la quinta parte de los entrevistados y
otra quinta parte trabaja por su cuenta. Respecto de la región norte,
la ocupación en su sector público es más del doble en tamaño y lo
mismo sucede con su sector agropecuario.
Por otra parte, en la región sur se detecta que el porcentaje de en-
trevistados que señala trabajar en el sector público, es cercano al del
sector privado. Otro dato relevante es que un amplio sector de su po-
blación trabaja por su cuenta, en porcentaje similar al de las otras re-
giones. Los distinguen los porcentajes más altos en ocupación en acti-
vidades empresariales y comercio, así como en el sector agropecuario.

Ingreso
En relación con esta variable, se observa que en la región sur las fami-
lias perciben menores ingresos que en el resto de las regiones. La ma-

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Comportamiento electoral y calidad de la democracia

yor parte (68%) recibe menos de tres salarios mínimos al mes y casi la
tercera parte, menos de uno. Para la región norte y centro, los porcen-
tajes de ingresos se concentran de uno a tres y de tres a cinco salarios
mínimos; en general, la población de estas regiones presenta una ligera
mejoría en cuanto a sus ingresos familiares respecto de la región sur.

Confianza y cultura de la legalidad

Por otra parte, en cuanto a variables que describen expectativas, cul-


tura de la legalidad y capital social, los datos permiten llevar un aná-
lisis más profundo. La necesaria observación, opinión o percepción
de los ciudadanos con respecto a las reglas del juego y entramados
institucionales que prevalecen en una sociedad, en especial, sugie-
ren reflexionar respecto al papel o rol que juegan las instituciones
con relación al estado de derecho y el bienestar de los ciudadanos.

Valoración de la situación de estados y municipios


En ese sentido, de acuerdo con la Encuesta de Capital Social y Cultura
de la Legalidad 2010, en el país predomina un pesimismo acerca de la
situación de las entidades federativas y municipios con respecto al año
anterior, 2009. En ambos casos, 63% de los entrevistados señala que la
situación es igual de mal o peor. El dato corresponde a una fotografía
que manifiesta el imaginario ciudadano respecto a lo que resienten,
como ciudadanos, los fallidos resultados de la batalla entre el Estado
y el crimen organizado, o los resultados en cuanto al desempleo. Por
ejemplo, al indagar sobre cuál es el principal problema del país, sin
considerar la inseguridad pública y la pobreza, se habla del desempleo
(25%) y le sigue la referencia al crimen organizado (11%).
En la región norte, la percepción sobre la situación de los muni-
cipios y las entidades es más pesimista. 47% de la población percibe
que la situación del municipio es peor y 22% que es igual de mala;
69% en total tiene esa percepción negativa. Por otro lado, respecto
a las entidades federativas, 43% considera que la situación es peor y
25%, que es igual de mala (en suma, 68%).
Aunque en la región sur también predomina el pesimismo res-
pecto a la situación de los estados (55%) y municipios (57%), en

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Juan Poom Medina y José Arturo Rodríguez Obregón

Cuadro 11.6 ¿Qué tanto se parece el México actual al que usted


esperaba cuando el pri dejó la presidencia de la república, en 2000?

Regiones  
Norte Centro Sur Total
Es mucho mejor que como imaginé 1.6% 4.1% 1.2% 33
Es mejor que lo que imaginé 14.8% 12.8% 13.5% 161
Es como lo imaginé 28.8% 21.1% 27.4% 294
Es peor que lo que imaginé 28.0% 34.8% 33.8% 397
Es mucho peor que lo que imaginé 21.2% 15.9% 18.2% 212
No sabe 5.6% 11.3% 5.9% 103
Total 250 610 340 1,200
Fuente: Elaboración propia con datos de la encm 2009.

comparación con las otras regiones, su población tiene ligeramente


una mejor percepción de la situación que impera en sus estados y
municipios. 40% considera que la situación está mejor o igual de
bien en su estado y 41% piensa lo mismo respecto de los municipios.
En la región centro se tiene 66% y 63% de predominio del pesimis-
mo en los estados y municipios, respectivamente.

Expectativas
Las expectativas sobre el México esperado, luego que el Partido Re-
volucionario Institucional (pri) dejó la presidencia de la república
son, en términos generales, pesimistas. De acuerdo con las respues-
tas, se pueden organizar los resultados en porcentajes que tienen una
opinión positiva, los que tienen una opinión negativa y los que tie-
nen una opinión neutra.
En la zona norte se tiene una opinión un poco menos negativa:
49.2% contestó que es peor o mucho peor de lo que esperaban, ade-
más que concentra a un 28% de personas que considera que es lo que
esperaba. La región centro es la que tiene la opinión positiva mayor,
con un 16.9%.

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Comportamiento electoral y calidad de la democracia

La región sur es la que se caracteriza por tener una opinión más


pesimista: tiene el porcentaje menor de opinión positiva (14.6%) y el
mayor de opinión negativa (52.1%).

Confianza en las instituciones


En cuanto a la confianza hacia las instituciones (la familia, la iglesia,
los vecinos, el gobierno, los empresarios, los jueces, la policía y los
partidos políticos), de acuerdo con la Encuesta de Capital Social y
Cultura de la Legalidad 2010, se observa que existe un clima de des-
confianza. Con excepción de la familia (82%) y la iglesia (61%), que
son valoradas como totalmente o bastante confiables, el resto de las
instituciones es considerado como poco o nada confiable.
En la región norte, la población concede mayor confianza en las
instituciones que en el resto del país. Los datos señalan que se confía
totalmente y bastante en la familia (88%), la iglesia (67%) y los vecinos
(51%), pero confían poco o nada en los empresarios (69%), el gobierno
(72%), la policía (80%), los partidos políticos (79%) y los jueces (68%).
En la región sur, se manifiesta una inclinación hacia la descon-
fianza. Por ejemplo, se confía totalmente y bastante en la familia
(73%) y la iglesia (59%), pero respecto de la región norte el porcen-
taje es menor en 15% y 8% respectivamente. Además, se tiene poco
o nada de confianza en los vecinos (58%), en los empresarios (77%)
y en los jueces (83%).
La zona centro se caracteriza por su desconfianza en las institu-
ciones gubernamentales y partidos políticos. En comparación con
las otras regiones, destaca en que confía poco o nada en el gobierno
(82%), la policía (85%) y los partidos políticos (88%).

Organización vecinal
Otro aspecto relevante es la creencia en la eficacia de la organiza-
ción vecinal: la confianza en que la participación de los vecinos or-
ganizados puede influir en las autoridades. En términos generales,
hay pocas expectativas en cuanto a la capacidad de influencia de las
organizaciones vecinales: 42% cree que puede influir totalmente y
bastante en las autoridades; 53% cree que puede influir poco o nada
en los gobernantes.

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Juan Poom Medina y José Arturo Rodríguez Obregón

Cuadro 11.7 Confianza en la organización vecinal

Norte Centro Sur


Totalmente 15 12 9
Bastante 36 29 27
Poco 32 39 43
Nada 12 16 11
ns / nc 4 3 8
Fuente: Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad 2010.

Bajo este aspecto, en la región norte se tiene mayor confianza en


la organización vecinal, 51% considera que puede influir totalmente
y bastante, aunque 44% cree en que poco o nada se puede lograr.
El porcentaje más bajo de personas que creen que se puede influir
totalmente y bastante con la organización vecinal se encuentra en la
región sur, con 36%.
Otra manera de observar el comportamiento de las expectativas
en torno a la organización vecinal es considerando la población que
piensa que poco o nada se puede influir. Al respecto, en la región sur
54% de la población considera tal situación, pero es en la región cen-
tro donde las expectativas negativas son más altas (55%).

Corrupción
En relación con la corrupción, los datos son reveladores si se considera
que existe la opinión generalizada de los ciudadanos que conside-
ran que existe este problema en el gobierno en todos los niveles. En
las tres regiones se pueden encontrar altos porcentajes de ciudadanos
que creen que hay corrupción en el gobierno. Este dato, sin duda,
ejemplifica uno de los problemas más importantes vinculados con la
democracia mexicana y la debilidad de las reglas de juego que pre-
valecen en nuestra sociedad. En ese sentido, el dato invita a buscar
entender el tipo de reglas formales e informales que prevalecen en
México, sobre todo las que tienen relación con la transparencia y ren-

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Comportamiento electoral y calidad de la democracia

Cuadro 11.8 En su opinión, ¿existe o no corrupción en el gobierno?

Regiones
Norte Centro Sur Total
Sí existe 96.8% 77.4% 96.2% 1163
No existe 3.2% 2.6% 3.8% 37
Total 250 610 340 1200
Fuente: Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad 2010.

dición de cuentas, un tema que ha sido punto de análisis de los dis-


cursos de los actores políticos, pero en el que, por el tipo de datos que
se encuentran en el imaginario ciudadano, al parecer no se ha avan-
zado de manera sustantiva.

Obligaciones y derechos
Otro de los principales datos que brinda la Encuesta de Capital So-
cial y Cultura de la Legalidad 2010 se refiere a qué tanto se cree que
los mexicanos votan en las elecciones, pagan impuestos, respetan las
leyes de tránsito y las normas del trabajo, participan en las asambleas
vecinales, es decir, qué tanto cumplen con sus obligaciones ciudada-
nas. En términos generales, queda la percepción desfavorable res-
pecto a su cumplimiento.
La región norte se caracteriza por tener los porcentajes más altos
en la creencia de que los mexicanos cumplen con sus obligaciones
ciudadanas. Ello no significa que sea una posición mayoritaria. Por
ejemplo, se aprecia que la mayoría de las personas (52%) creen que
los mexicanos votan en las elecciones y respetan las normas en el tra-
bajo, pero sólo 49% cree que se pagan impuestos; 27% que respetan
las reglas de tránsito, y 29% que participan en asambleas vecinales.
En la región centro se adopta una posición más pesimista o crí-
tica. Por ejemplo, 50% cree que los mexicanos votan en las eleccio-
nes, pero 58%, que no pagan impuestos; 53%, que no se respetan las

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Juan Poom Medina y José Arturo Rodríguez Obregón

Cuadro 11.9 ¿Usted cree que el pueblo...?

Norte Centro Sur


Debe obedecer siempre las leyes 55 47 39
Puede cambiar las leyes si no le parecen 20 29 32
Puede desobedecer las leyes si le parecen injustas 19 19 25
ns / nc 6 5 4
Fuente: Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad 2010.

normas en el trabajo; 74%, que no se respetan las reglas de tránsito y


75%, que no se participa en las asambleas vecinales.
En la región sur se adopta también una posición pesimista res-
pecto a las obligaciones ciudadanas, que se ubica en un punto inter-
medio entre la región norte y la centro.

Obediencia a las leyes


Considerando a las tres regiones en el marco de la pregunta de si
el pueblo “debe obedecer siempre la ley”; “cambiar las leyes si no le
parecen”; “desobedecer las leyes si le parecen injustas”, existe una po-
sición mayoritaria respecto a que se debe obedecer siempre la ley,
con diferencias entre las tres regiones.
En la región norte en la que actualmente se fragua con mayor
intensidad la lucha entre el Estado y el narcotráfico, 55% considera
que siempre se deben obedecer. La región sur llama fuertemente la
atención, debido a que la idea de desobediencia está fuertemente re-
presentada en la cuarta parte de la población y la situación se agudi-
za si se considera que sólo 14% la separa de la opción de obediencia.

Identidad partidista
En cuanto a la identificación partidista, del total de entrevistados,
45% no se identifica con partido político alguno; 25% se identifica
con el pri; 14%, con el Partido Acción Nacional (pan), y 6% con el
Partido de la Revolución Democrática (prd).

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Comportamiento electoral y calidad de la democracia

Cuadro 11.10 ¿Normalmente se considera


panista, priísta o perredista?

Norte Centro Sur


Panista 17 13 15
Priísta 37 18 28
Perredista 3 6 7
No se identifica con ningún partido 39 52 36
Fuente: Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad 2010.

Como se puede observar, el pri continúa como el partido que goza


de un piso importante de ciudadanos que se identifican plenamente
con él. El segundo lugar lo ocupa el pan. Resulta interesante observar
que, por un lado, parece existir todavía un fuerte arraigo del partido que
durante más de 70 años gobernó al país, pero también, por otro, que en
esa pérdida de hegemonía una tendencia surge con bastante fuerza,
sobre todo en el centro del país: la identificación no partidista.

Participación
La escasa participación es ejemplo claro de la situación que se
vive en México. Los datos muestran en las tres regiones que los
ciudadanos no se organizan ni para resolver problemas comunes,
ni para organizar protestas, movimientos sociales o denuncias en
medios de comunicación, etc. Lo anterior supone un vínculo entre
la alta desconfianza y la búsqueda de soluciones en las depen-
dencias públicas. Es decir, una desvinculación importante entre
ciudadanos y gobierno.
En términos generales, la opción que los entrevistados más han
utilizado es la de organizarse para resolver problemas comunes; la
menos recurrida, participar en movimientos sociales.

Redes sociales
En relación con la pertenencia a un grupo o asociación, en términos
generales, los datos son similares a la participación: se aprecia una

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Juan Poom Medina y José Arturo Rodríguez Obregón

Cuadro 11.11 Participación ciudadana

Región
Norte Centro Sur
¿Han organizado acciones para resolver proble- No 79% 81% 79%
mas comunes?
Sí 21% 19% 21%
¿Han organizado protestas? No 88% 86% 83%
Sí 12% 14% 17%
¿Se han organizado con sus vecinos para asistir a No 86% 87% 91%
dependencias?
Sí 14% 13% 9%
¿Se han organizado para participar en un movi- No 94% 94% 92%
miento social?
Sí 6% 6% 8%
¿Se han organizado para denunciar en medios de No 92% 96% 92%
comunicación?
Sí 8% 4% 8%
Fuente: Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad 2010.

baja pertenencia a redes sociales. A pesar de ello, se pueden distin-


guir dos tipos de grupos que sobresalen a lo largo de todo el país. En
primer lugar, las organizaciones religiosas aglutinan a un considera-
ble porcentaje de población. Como se puede observar, la región sur y
la norte sobresalen en este rubro.
El otro tipo de organización que mayor población integra es la
deportiva o recreativa, aunque los porcentajes son sensiblemente
menores respecto a las asociaciones religiosas. En este caso, la región
centro es la que sobresale.
Las observaciones a partir de la regionalización sugieren que el
sur se caracteriza por un mayor porcentaje de personas que parti-
cipan en organizaciones campesinas y ejidales, y en grupos de au-
toayuda. La región norte también incluye porcentajes importantes
de personas que participan de las asociaciones ejidales. La región
centro es la que cuenta con un menor porcentaje bajo este aspecto.

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Comportamiento electoral y calidad de la democracia

Cuadro 11.12 Por favor, dígame si usted pertenece


o no a alguna de las siguientes asociaciones...

Región
Norte Centro Sur
Sindicato, organización o asociación laboral Sí 5% 4% 5%
No 95% 96% 95%
Organización ejidal, campesina o de agricultores Sí 5% 2% 7%
No 95% 98% 93%
Asociación religiosa o iglesia Sí 18% 13% 20%
No 82% 87% 80%
Asociación de colonos o de vecinos Sí 5% 6% 6%
No 95% 94% 94%
Asociación deportiva / recreativa Sí 10% 12% 8%
No 90% 88% 92%
Organización o partido político Sí 2% 4% 4%
No 98% 96% 96%
Organización o grupo de autoayuda Sí 4% 4% 5%
No 96% 96% 95%
Organización estudiantil o de jóvenes Sí 2% 2% 2%
No 98% 98% 98%
Fuente: Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad 2010.

Por otro lado, destaca lo que en cierto sentido se puede considerar


un nivel bajo de membresía para las tres regiones: menos de 5%
participa en organizaciones vecinales, estudiantiles y sindicales.
Sin embargo, este análisis queda rebasado por la respuesta con-
creta de los ciudadanos de no pertenencia a las redes sociales se-
ñaladas.

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Juan Poom Medina y José Arturo Rodríguez Obregón

Comportamiento electoral y calidad de la democracia

El vínculo entre comportamiento electoral y calidad de la democra-


cia es posible de explorar a través de la relación entre los indicadores
de ambos conceptos y, por lo mismo, requiere matices específicos.
En el apartado anterior, partiendo de la regionalización del país, se
mostró un panorama descriptivo de algunos de los principales in-
dicadores que ayudan a entender la forma en que se configuran las
principales características de los ciudadanos mexicanos, y se presen-
taron algunos de los principales elementos relacionados con la con-
fianza y la cultura de la legalidad; en este apartado, a través de un
ejercicio empírico básico, se proporcionarán algunos elementos para
su discusión respecto a la relación que existe entre indicadores de
comportamiento electoral y calidad de la democracia.
Quizá este apartado es una de las aportaciones más importantes de
este texto, debido a que se busca poner a prueba algunas variables vincu-
ladas con el capital social (confianza) y la cultura de la legalidad (respeto
a las reglas) con una de las principales variables del comportamiento
electoral: la participación ciudadana. Se busca proveer argumentos y
evidencias para ir avanzando en la discusión sobre el tema de calidad
de la democracia y su relación con el comportamiento electoral. Como
se mencionó en la introducción, se utilizaron datos de la Encuesta de
Capital Social y Cultura de la Legalidad 2010 y de la encm 2009.

Comportamiento electoral y calidad de la democracia

Se entiende por comportamiento electoral la conducta que vincu-


la a la población con el poder (a la sociedad con el Estado) y que
se manifiesta a través del voto (Peschard, 2000: 68). Sin embargo,
la manifestación del voto como el acto político más importante en las
sociedades contemporáneas, y en donde se manifiesta la conducta
de los electores cuando existe el concurso de distintos proyectos
en una contienda electoral, no es un tema que pueda ser explicado
por una sola variable: la acción de votar responde a una variedad de
factores causales que forman parte de una agenda de investigación
rigurosa en la ciencia política.

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Comportamiento electoral y calidad de la democracia

Siendo el voto uno de los principales instrumentos utilizados pa-


ra renovar representantes y gobiernos en las democracias contempo-
ráneas, un número amplio de investigaciones se han referido sobre la
forma en que se configura la decisión del elector a la hora de decidir
por alguna oferta política. De esa forma, la clásica pregunta respecto
a cuáles son los factores que influyen en la decisión de un elector
cuando vota, desde fines del siglo xx, incluso mucho antes de que las
encuestas jugaran un papel importante en los trabajos de investiga-
ción, se convirtió en un reto mayor en los análisis políticos.
Han sido las teorías clásicas del voto las que más se acercan a
responder la pregunta. Como se mencionó en el primer apartado,
las distintas escuelas sobre comportamiento electoral ofrecieron res-
puestas desde las expectativas teóricas de base sociológica del apoyo
electoral (Lipset, 1992), los factores determinantes sociopsicoló-
gicos del comportamiento político (Campbell et al., 1960) hasta
los cuestionados argumentos, aunque todavía vigentes en los claustros
universitarios norteamericanos, relativos a los fundamentos de que
el votante es un individuo racional.
En ese sentido, el esfuerzo relacional entre comportamiento
electoral y calidad de la democracia requiere, de inicio, que se señale
que si una democracia de calidad o buena es “aquel ordenamiento
institucional estable que mediante instituciones y mecanismos que
funcionan correctamente realiza la libertad y la igualdad de los ciu-
dadanos” (Morlino, 2005a), es plausible sostener la hipótesis de que
el comportamiento electoral está fuertemente condicionado por el
tipo de calidad democrática (Russo, 2010a). El contexto de un en-
tramado institucional que contiene indicadores de calidad de la de-
mocracia presupone que influye en la decisión del voto y, de manera
más amplia, en el comportamiento electoral.
Como se ha venido señalando, en este apartado se busca explo-
rar esa relación entre indicadores del comportamiento electoral e
indicadores de calidad de la democracia. Se parte, tal como señala
Leonardo Morlino (2005a), de que una buena democracia es, por
tanto y ante todo, un régimen ampliamente legitimado, que satisface
por completo a los ciudadanos. Así, se puede hablar de que debe
prevalecer: la calidad en relación con el procedimiento. Los ciuda-

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Juan Poom Medina y José Arturo Rodríguez Obregón

danos tienen la posibilidad de evaluar si sus gobiernos les proveen


de libertad e igualdad de acuerdo con el marco legal existente. Los
ciudadanos, organizaciones y partidos políticos participan y compi-
ten para elegir a sus autoridades, las cuales deben rendir cuentas de
sus políticas y sus actos. La calidad en relación con el resultado: el
régimen se legitima en tanto satisface las preferencias de sus ciuda-
danos. Y la calidad en relación con el contenido: los ciudadanos y las
organizaciones disfrutan de libertad e igualdad.
Siguiendo al mismo autor, “se pueden indicar cinco dimensiones
posibles en las que las buenas democracias pueden moverse, por lo
que deberían estar en el centro del análisis empírico”. Éstas son:

• El gobierno de la ley (rule of law). Cumplimiento de la ley y ca-


pacidad estatal para lograrlo; existencia de leyes no retroactivas,
predecibles, claras y estables y de conocimiento universal.
• Rendición de cuentas (accountability). Obligación de los funcio-
narios electos de dar cuenta de sus decisiones políticas cuando
son requeridos por los ciudadanos.
• Responsividad (responsiveness). Capacidad para satisfacer a los
gobernados implementando políticas de modo tal que se corres-
ponda con sus demandas.
• Respeto pleno de los derechos para el logro de libertades. Exis-
tencia de todos los derechos básicos: humanos, civiles y políticos.
• Mayor igualdad política, social y económica. Eliminación de
toda clase de diferencias, alivio a las condiciones de pobreza y
promoción de los derechos sociales mediante acciones de solida-
ridad de instituciones públicas y privadas.

Incluso mucho antes del trabajo de Morlino, la sugerencia de que las


cinco dimensiones se debían someter a un ejercicio empírico dio pie
a que una larga lista de investigaciones operacionalizaran los com-
ponentes teóricos y propusieran variables relacionadas con cada di-
mensión, después ponerlas a prueba, contrastándolas con realidades
nacionales y en algunos casos en perspectiva comparada, a fin de
empezar a obtener los primeros resultados (Lijphart, 2000).

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Comportamiento electoral y calidad de la democracia

En este caso, con datos de las encuestas mencionadas se seleccio-


nó a la participación electoral como variable dependiente. Se sabe de
los riesgos que implica seleccionar sólo esta variable, sin embargo,
este dato es teóricamente de los más pertinentes de correlacionar
con variables que derivan de las dimensiones de la calidad de la de-
mocracia. Este esfuerzo relacional se finca en dos tipos de ejercicios:
primero, buscar correlaciones entre participación y variables que se
desprenden de los presupuestos teóricos de las escuelas del compor-
tamiento; segundo, buscar correlaciones entre participación y varia-
bles relacionadas con la calidad de la democracia (capital social y
respeto a la legalidad).
Se debe aclarar que considerando que el concepto de participa-
ción es amplio, se utilizó una variable proxy que deriva de las pre-
guntas: ¿en las últimas elecciones sí pudo votar o no pudo votar? y ¿qué
tanto cree usted que los mexicanos votan en las elecciones?
La variable sobre si pudo votar o no es cruzada con variables
de tipo socioeconómico, identificación partidista, evaluación retros-
pectiva e intencionalidad de votar. Por otra parte, la variable sobre
la creencia de que los mexicanos votan en las elecciones es cruzada
para buscar correlaciones con otras que se vinculan al capital social
(confianza en las instituciones) y a la cultura de la legalidad (respeto
a las reglas). Los resultados presentados a continuación muestran las
correlaciones entre las variables seleccionadas.
Para llevar a cabo el análisis, se utilizó el coeficiente de Pearson
(Karl Pearson, 1896) que es, quizá, el mejor para estudiar el grado
de relación lineal existente entre dos variables cuantitativas. Se suele
representar por r y se obtiene tipificando el promedio de los produc-
tos de las puntuaciones diferenciales (desviaciones de la media) de
cada caso en las dos variables correlacionadas (Pardo y Ruiz, 2002).
Es muy importante tener presente que un coeficiente de correlación
alto no implica causalidad. Dos variables pueden estar linealmente
relacionadas (incluso muy relacionadas), sin que una sea causa de la
otra. Sin embargo, como el propósito de este texto es sugerir argu-
mentos para una dar paso a una discusión que lleve a proponer en
otro trabajo un modelo econométrico, en el cual se pongan a prueba
las variables de las dimensiones que se han señalado con respecto a

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Juan Poom Medina y José Arturo Rodríguez Obregón

la calidad de la democracia, en esta ocasión se busca encontrar co-


rrelaciones.
En el cuadro 11.11, de acuerdo con los posicionamiento teóricos,
se pueden observar las relaciones entre participación electoral con
el tipo de municipio, lo cual indica que se encontró una correlación
lineal estadísticamente significativa, aunque inversamente propor-
cional, entre la participación electoral y el tipo de municipio, dado el
signo negativo. Es decir, si se decide que la variable dependiente sea
la participación electoral, el tipo de municipio no importa para que
se incremente la participación electoral.
En el caso de la variable ingresos, los datos obtenidos muestran
una relación lineal positiva y significativa: a mayor ingreso, la par-
ticipación electoral se incrementa en el mismo rango. Lo mismo
sucede con la variable intencionalidad por votar, que presenta una
relación positiva y significativa al correlacionarla con la participación
electoral. Entre más altos son los valores de los datos relacionados
con el interés por votar, según lo que afirmaron los entrevistados, se
incrementa la participación.
Otro hallazgo importante en este ejercicio se refiere a la evaluación
retrospectiva de la economía personal de los entrevistados. Los datos
muestran que hay una correlación positiva y significativa entre ambas.
Esto indica que entre más altos son los valores de los datos de una eva-
luación retrospectiva se incrementa la participación ciudadana. Este
dato teóricamente se presenta de acuerdo con el enfoque de la teoría
racional, que provee los argumentos relacionados con los cálculos eva-
luativos que un elector lleva a cabo a la hora de votar.
Por otra parte, del enfoque psicológico se retomaron los argumen-
tos respecto al papel que juega la identificación partidista como factor
que explica el voto. En este caso, las correlaciones positivas y signifi-
cativas que se presentan para los tres principales partidos políticos son
de acuerdo con lo que sugiere el enfoque teórico. Incluso al contrastar
estos resultados con la Encuesta de Capital Social y Cultura de la Le-
galidad 2010, el coeficiente mayor que presenta el pri en comparación
con el pan y el prd, es acorde con los hallazgos en la encuesta.
Por otra parte, las correlaciones que se presentan en el cuadro
11.12, son hallazgos preliminares, aunque importantes, respecto a la

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Comportamiento electoral y calidad de la democracia

Cuadro 11.11 Correlaciones “votó o no en las últimas elecciones”


(participación electoral) variables socioeconómicas, identificación
partidista y evaluación retrospectiva

Participación electoral
Municipio Correlación de Pearson –0.085**
Sig (bilateral) 0.003
N 1200
Ingreso Correlación de Pearson 0.098**
Sig (bilateral) 0.001
n 1200

Evaluación retrospectiva de la Correlación de Pearson 0.086**


economía personal Sig (bilateral) 0.003
n 1200

Identificación pan Correlación de Pearson 0.120**


Sig (bilateral) 0.000
n 1200

Identificación pri Correlación de Pearson 0.160**


Sig (bilateral) 0.000
n 1200

Identificación prd Correlación de Pearson 0.086**


Sig (bilateral) 0.003
n 1200

Intencionalidad de votar Correlación de Pearson 0.392**


Sig (bilateral) 0.003
n 1200

* La correlación es significativa al nivel 0.05 (bilateral).


** La correlación es significativa al nivel 0.01 (bilateral).

Fuente: Elaboración propia, con datos de la encm 2009.

relación entre comportamiento electoral y calidad de la democracia.


Por una parte, se encuentran correlaciones positivas y significativas
entre variables relacionadas con la confianza y el respeto a las reglas
con la variable creencia de que los mexicanos votan (variable proxy
de participación). En términos específicos, estas correlaciones indi-
can que la confianza en las instituciones es un incentivo importante
que incrementa la probabilidad de que un ciudadano asista a votar.
El significado de confianza en instituciones como la familia, el go-

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Juan Poom Medina y José Arturo Rodríguez Obregón

bierno, vecinos, iglesia o jueces, complementa los hallazgos de otros


trabajos relacionados con el tema. Otra aportación de este trabajo
pone énfasis en la forma en que se comportan los datos al cruzar el
bloque de indicadores de capital social con la variable creencias de
que los mexicanos votan (variable proxy de participación).
Estos resultados muestran que a pesar de que en los datos pre-
sentados en el segundo apartado (información descriptiva) se señaló
una baja participación y la poca pertenencia de ciudadanos a redes
sociales institucionalizadas, cuando se utiliza el dato sobre la parti-
cipación electoral para asociarla a dimensiones de capital social la
evidencia señala que la confianza se asocia fuertemente con el com-
portamiento ciudadano en torno al voto o, en este caso, la creencia
de que los mexicanos votan.
Por otra parte, la correlación positiva y significativa entre la va-
riable que señala que “se deben obedecer siempre las reglas” y la de
“participación electoral” se presenta de acuerdo con el argumento
teórico que sustenta la primera dimensión de la calidad de la demo-
cracia relacionada con el estado de derecho, que indica que el respeto
a las reglas influye en la participación electoral. En otras palabras, el
cumplimiento de la ley y la capacidad estatal para lograrlo, además
de tener reglas claras y estables y de conocimiento universal, son de-
terminantes para que un ciudadano tenga incentivos de participa-
ción.
En resumen, según las evidencias que se muestran, la confianza y
el respeto a las reglas son factores importantes asociados a la partici-
pación. El problema de fondo es que, como quedó demostrado en el
segundo apartado, aunque existe déficit de participación y muy baja
pertenencia a redes sociales, en el momento en que se cruzan los
datos se sugiere que a mayores niveles de confianza y obediencia a
las reglas muy probablemente se incentiva la participación electoral.

Comentarios finales

Se pueden señalar dos tipos de comentarios finales: en el plano des-


criptivo y en el de los resultados de las correlaciones. En el primero

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Comportamiento electoral y calidad de la democracia

Cuadro 11.12 Correlaciones “Cree que los mexicanos votan”


(participación) con capital social y cultura de la legalidad
Cree que los
mexicanos votan
Confianza en la familia Correlación de Pearson 0.147**
Sig (bilateral) 0.000
n 1200

Confianza en el gobierno Correlación de Pearson 0.126**


Sig (bilateral) 0.000
n 1200

Confianza en los empresarios Correlación de Pearson 0.120**


Sig (bilateral) 0.000
n 1200

Confianza en los partidos políticos Correlación de Pearson 0.130**


Sig (bilateral) 0.000
n 1200

Confianza en los vecinos Correlación de Pearson 0.161**


Sig (bilateral) 0.000
n 1200

Confianza en la iglesia Correlación de Pearson 0.087**


Sig (bilateral) 0.002
n 1200

Confianza en los jueces Correlación de Pearson 0.126**


Sig (bilateral) 0.000
n 1200

Se deben obedecer siempre las Correlación de Pearson 0.072*


reglas Sig (bilateral) 0.012
n 1200
*La correlación es significativa al nivel 0.05 (bilateral).
** La correlación es significativa al nivel 0.01 (bilateral).

Fuente: Elaboración propia, con datos de la Encuesta de Capital Social y Cultura de la Legalidad 2010.

de ellos, se puede decir que: la región norte presenta algunas par-


ticularidades, por ejemplo, la equidad en la participación electoral
por género y un nivel educativo medio, debido a que la mayoría de
las personas tiene estudios de secundaria hacia profesional, con un
amplio porcentaje de personas que se dedican a estudiar. También,
en cuanto a la ocupación, un amplio sector se encuentra ocupado en

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Juan Poom Medina y José Arturo Rodríguez Obregón

labores domésticas, en el sector privado o trabaja por su cuenta, pero


al parecer tienen un aceptable ingreso familiar, debido a que en esta
región posee el porcentaje mayor de ingresos medios.
Aunque existe el pesimismo respecto a la situación de los estados
y municipios, y no se tiene confianza en instituciones gubernamen-
tales como la policía y los jueces, es una región en la que se tiene
confianza en instituciones sociales como la familia, la iglesia y los
vecinos, y en donde se considera que la organización vecinal puede
ser influyente. No se cree que los ciudadanos respeten el orden ju-
rídico, pero la opinión es menos severa que en otras regiones y, por
otra parte, consideran que siempre se debe obedecer la ley. Aunque
no sentirse identificado con ningún partido es el argumento más ex-
tendido, el pri es el partido político que presenta mayor identifica-
ción con los ciudadanos.
La región centro presentó una considerable diferencia en cuanto
a la votación por sexos y cuenta con el mayor nivel de estudios en su
población. Aunque ser ama de casa tiene el porcentaje más alto de
ocupación, es el más bajo en relación con otras regiones; la población
se ocupa en un alto porcentaje en el sector privado y por su cuenta;
la extensión de su sector público es considerable. La mayor parte de
su población tiene ingresos medios de uno a cinco salarios mínimos.
La valoración que hacen respecto al gobierno es pesimista: con-
sideran que la situación es peor después de que el pri dejó la presi-
dencia; por lo general no confían en las instituciones gubernamenta-
les; creen muy poco que la organización vecinal pueda influir en las
decisiones gubernamentales y, lo mismo que en las otras regiones,
un porcentaje muy alto cree que hay corrupción en el gobierno. No
creen que los ciudadanos respeten el orden jurídico y el sector más
amplio, sin ser mayoría, cree que las leyes se deben obedecer siem-
pre. La mayoría de las personas no se identifica con ningún partido.
La región sur no presenta diferencias en cuanto a la votación por
género; su población cuenta con los niveles educativos y de ingreso
más bajos. La ocupación dominante es ama de casa, una gran canti-
dad de su población trabaja en el sector público, en el sector agrope-
cuario y por su cuenta. La ocupación en el sector privado es la más
baja con respecto a las otras regiones.

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Comportamiento electoral y calidad de la democracia

En relación con la situación de los estados y municipios predo-


mina el pesimismo. Sobresale también la opinión negativa en re-
lación con la situación después de que el pri dejó el gobierno. Se
vislumbra un clima de desconfianza social: sólo se confía en la fa-
milia y la iglesia. Por otro lado, no creen que la organización vecinal
sirva para influir en la política. No creen que los ciudadanos respeten
las leyes y un importante sector considera que las leyes se deben des-
obedecer si les parecen injustas. Por último, el sector más amplio
de la población no se identifica con ningún partido, pero el pri con-
serva un importante porcentaje de simpatías.
En cuanto a los resultados del análisis empírico, se encontró que
de acuerdo con los supuestos teóricos de las escuelas o los enfoques
del comportamiento, algunas variables como el ingreso, el tipo de
municipio, la evaluación retrospectiva, la identificación partidista y
la intencionalidad de votar se asocian de manera significativa con la
variable proxy participación ciudadana. Aquí, es importante señalar
que el objetivo que se pretendía con este ejercicio era retomar algu-
nas de las variables de cada escuela del comportamiento y buscar
correlacionarlas con la participación electoral.
Por otra parte, quizá el principal hallazgo del ejercicio empírico
que se desarrolló son las correlaciones positivas y significativas en-
contradas entre las variables relacionadas con el capital social y la
cultura de la legalidad, con la variable proxy sobre participación elec-
toral. Estas correlaciones dan fuerza al argumento hipotético de que
el comportamiento electoral (en este caso, la participación electo-
ral) está determinado por la calidad de la democracia. Sin embargo,
en este caso los datos que se presentan sólo sirven de insumo para
iniciar un debate más de fondo que incluya modelizaciones lineales
respecto a la relación entre las variables descritas. Y ése es un trabajo
que puede formar parte de una agenda de investigación futura.

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Calidad democrática y comportamiento electoral.
Una visión agregada

Marcela Ávila Eggleton

Few contrasts between dictatorship


and democracy are sharper than this
one: in democracy the citizens can
vote the leaders out of office. The
citizens’ ability to throw the rascals
out seems fundamental to modern
representative democracy because it is
the ultimate guarantee of a connection
between citizens and policymakers

G. Bingham Powell, Jr.

El ideal democrático es rara vez cuestionado como elemento desea-


ble de todo sistema político, a pesar del escepticismo que suscita en
diversos sectores del ámbito académico.1 Como muestra la obser-
vación de John Dunn (1979), si bien la mayoría de las personas se
ostenta como demócrata, la teoría democrática oscila entre dos va-
riantes: una desconsoladamente ideológica y la otra flagrantemente

1 Kenneth Arrow (1951) ha cuestionado la racionalidad de la lógica democrática a través de lo que


llama voting cycle, argumentando que la regla de mayoría lleva a resultados a los que se opone la
mayoría de la población; que el ciclo de votación viola el principio de transitividad, y que quien
controla el orden de la votación puede incidir en el resultado. Otros autores que han planteado su
preocupación en torno a que un sistema de mayoría puede llevar a resultados arbitrarios e incluso
a una tiranía de la minoría, son William H. Riker, Barry R. Weingast, Bruce Buchanan y Gordon
Tullock.

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Marcela Ávila Eggleton

utópica. Sin embargo, con base en el consenso en torno a lo desea-


ble, el debate en cuestión se transfiere a cómo alcanzarla, mantenerla
y, para el caso que nos ocupa, mejorarla.
La discusión sobre la calidad de la democracia ofrece, por un
lado, elementos para diferenciar a las nuevas democracias de las más
consolidadas y, por otro, pensar en torno a los mecanismos que per-
mitan mejorar y fortalecer las ya consolidadas, todo bajo el supuesto
de que una democracia que funciona tiene más posibilidades de so-
brevivir. En términos de la definición de calidad, Larry Jay Diamond
y Leonardo Morlino (2005) retoman tres significados aplicados en el
sector industrial, con el objeto de evidenciar las implicaciones de cada
uno de ellos para el análisis empírico de la democracia. El primero está
en función del procedimiento, de modo que un producto de calidad es
aquél que es resultado de un proceso preciso y controlado; el segundo
se plantea en términos del contenido, así la calidad es inherente a una
serie de características estructurales del producto, como el diseño o los
materiales; por último, se puede explicar a través del resultado, esto es,
la calidad de un producto o servicio está en función de la satisfacción
del cliente, sin importar cómo fue producido o su contenido.
Partiendo de esta analogía, Diamond y Morlino (2005) definen
una democracia de calidad como aquélla que cumple con los tres
criterios, proveyendo a los ciudadanos de un alto grado de libertad,
igualdad política y control sobre las políticas públicas a través del
funcionamiento legal y legítimo de instituciones estables. De este
modo, satisface las expectativas ciudadanas de gobernanza (calidad
como resultado), garantiza la libertad y equidad política (calidad como
contenido), y sostiene que los ciudadanos tienen el poder soberano
para evaluar si el gobierno cumple con sus funciones con apego a la
legalidad (calidad como procedimiento).
Con base en esta definición, estos autores proponen tres dimen-
siones que muestran la variación en la calidad de las democracias. La
primera, basada en criterios procedimentales: imperio de la ley, parti-
cipación, competencia y rendición de cuentas (tanto horizontal como
vertical); la segunda, de carácter sustantivo: respeto por las libertades
civiles y políticas e implementación progresiva de mayor equidad polí-
tica; finalmente, una dimensión que vincula a las dos anteriores a partir

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Calidad democrática y comportamiento electoral. Una visión agregada

de medir el grado en que las políticas públicas corresponden con


las demandas ciudadanas: responsividad. Con el objeto de poder pre-
decir y proyectar el impacto de los valores y no sólo describir y explicar
los avances y retrocesos, Frances Hagopian (2005a) reduce a dos las
dimensiones anteriores. De acuerdo con esta clasificación, la prime-
ra representa las dimensiones sustantivas y procedimentales: libertad,
imperio de la ley, accountability horizontal y equidad, y la segunda
los componentes de la representación política: accountability vertical,
competencia, responsividad y participación.
Si bien la mayoría de los trabajos sobre calidad democrática
coinciden en las dimensiones antes mencionadas, existen argumen-
tos teóricos que cuestionan la utilidad de esta clasificación, apuntan-
do que se parte de dos concepciones distintas de calidad, la primera
entendida en términos del grado de democracia o democraticness y
la otra en función de la gobernanza —centrada en la eficacia y ca-
lidad de la gestión pública— (Plattner, 2005; Mazzuca, 2004). Esta
crítica da cuenta de que los mecanismos con los que se cuenta para
evaluar las democracias, en particular aquéllas recién consolidadas,
son insuficientes, presentan sesgos importantes y, más importante
aún, se centran en el estudio de las democracias dejando de lado el
análisis del vínculo existente entre la calidad de la democracia y la
de la sociedad que se forja en ese entorno. Por ello, este trabajo par-
te de la necesidad de analizar la relación entre calidad democrática,
entendida como democraticness, y medida a partir de la segunda di-
mensión propuesta por Hagopian (2005a) —la representativa— y la
calidad ciudadana en términos no sólo de si la democracia satisface
las expectativas de los ciudadanos sino si los ciudadanos satisfacen las
expectativas de la democracia, todo bajo el supuesto de que, como se
señala en la introducción de este libro, una buena democracia es un
problema de calidad de reglas y calidad de actores.
Existen diversos criterios para evaluar la calidad ciudadana, entre
los que destacan los planteamientos en torno al capital social; sin
embargo, para fines de este trabajo, se analiza en términos de la con-
ducta que vincula al ciudadano con el Estado, manifestada a través
del voto, esto es, desde la perspectiva del comportamiento electoral
(Peschard, 2000).

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Marcela Ávila Eggleton

Los primeros estudios sobre comportamiento electoral se re-


montan al primer tercio del siglo xx, en los trabajos de Stuart
Rice, Samuel P. Hayes Jr. y Charles Edward Merriam y Harold
F. Gosnell; sin embargo, no fue sino hasta 1944, cuando Paul La-
zarsfeld, encabezando un equipo de investigadores del Bureau of
Applied Social Research de la Universidad de Columbia publicó
el primer estudio académico basado en un proceso electoral, que
centraba la atención en los votantes individuales. A partir de 1944,
se consolidaron tres escuelas de investigación en comportamiento
electoral: la de sociología política, con base en la Universidad de
Columbia, basada en la premisa de que el voto es una conducta
de grupo que se explica a partir de características sociales, demo-
gráficas, regionales o económicas que comparten los individuos
de determinada región, y se fundamenta en el impacto que tiene
una dimensión social sobre la conducta de quienes lo habitan; la
de psicología política, que tuvo su origen en la Universidad de
Michigan y define al voto como un acto individual, motivado por
percepciones y orientaciones personales y subjetivas, de modo que
el comportamiento electoral es resultado de la predisposición y
actitudes del elector (Campbell et al., 1960), y la de economía po-
lítica o enfoque de elección racional, que define al voto como un
acto individual que responde a las situaciones particulares en las
que se emite, es decir, los factores de corto plazo o coyunturales lo
determinan. El elector decide su voto en función de un cálculo de
la utilidad esperada (Downs, 1957).
Estas tres tradiciones, si bien confrontadas en términos teóricos
y metodológicos, convergen en el estudio de la política electoral y en
el énfasis en el votante individual y la capacidad de los ciudadanos de
funcionar en la política democrática. Sin embargo, en los últimos
años se ha generado evidencia en torno a que el comportamiento del
electorado es mucho más consistente que el de los votantes indivi-
duales que lo integran, y que el análisis del electorado en su conjunto
permite un análisis más certero en torno a diversos acontecimientos
políticos (Page y Shapiro, 1992; Fiorina, 1996), lo que muestra la
relevancia de analizar el comportamiento electoral con base en datos
agregados, y no sólo a partir de encuestas.

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Calidad democrática y comportamiento electoral. Una visión agregada

Ahora bien, ¿cuál es la pertinencia de analizar el comportamien-


to electoral con base en la calidad democrática si se parte de que el
voto individual tiene una mínima probabilidad de incidir en el resul-
tado de la elección (Downs, 1957)? La respuesta está en el análisis
de los costos del votante.
Si se parte de que en un modelo de alta calidad democrática, los
ciudadanos acuden a las urnas para elegir: representantes que son
responsables o pueden ser hechos responsables por sus políticas y
sus acciones, y gobiernos que garantizan el cumplimiento de la ley,
el cálculo de utilidad esperada es positivo debido a que si bien el
voto tiene una mínima probabilidad de incidir en el resultado, sin
importar quién gane, el elector tiene garantizada la aplicación de un
marco legal y un esquema de rendición de cuentas, entre otros. Por
su parte, en el extremo opuesto, en sociedades con bajos índices de
calidad democrática, el elector vota consciente de que, a pesar de que
las elecciones sean competitivas y limpias, una vez electo, la relación
con el representante se rompe, no hay mecanismos de rendición de
cuentas y no tiene garantías de que el gobierno al que elige actuará
en su mejor interés, razón por la cual, el costo de ir a votar puede
superar por mucho al beneficio de hacerlo.

Evaluando las relaciones: reglas y actores

El análisis del comportamiento electoral con base en datos agrega-


dos requiere la construcción de indicadores que permitan vincular
reglas y actores, de ahí la utilidad de recurrir a la dimensión basa-
da en los componentes de la representación política propuesta por
Hagopian (2005a). La representación política, como “actuación sus-
tantiva” (Pitkin, 1984), se construye con base en la relación entre
representados y representantes a partir de una acción en interés de
alguien que no puede —o no quiere— actuar personalmente.
Esta definición de la representación política implica el reconoci-
miento de un rol activo en el representado, esto es, la posibilidad de
expresar sus propios intereses y hacer que éstos sean respetados por su
representante, bajo el supuesto de que los individuos son los mejores

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Marcela Ávila Eggleton

jueces de sus propios intereses y tienen mayores incentivos para bus-


car protegerlos (Powell, 2000: 89). Así, se entiende la representación
política como la necesidad de establecer vínculos más concretos entre
gobernantes y gobernados a partir de una correspondencia entre la so-
ciedad y su régimen político. La representación política basada en un
papel activo del representado se ha constituido como el eje central de
las democracias modernas con base en la integración de parlamentos a
partir de elecciones competitivas. En un modelo de alta calidad demo-
crática, la elección de los parlamentos legitima a los políticos que los
integran y pone en marcha diversos mecanismos de responsabilidad
que regulan las relaciones entre los representantes y los representados.
Con base en lo anterior, este trabajo esboza algunos modelos
para evaluar el impacto de la calidad democrática, expresada sobre
todo en su vertiente electoral —a través de mecanismos de rendición
de cuentas y de representación—, en pautas específicas de compor-
tamiento electoral: la participación y la volatilidad, partiendo de la
hipótesis general de que algunas dimensiones de la calidad democrá-
tica inciden en el comportamiento electoral a nivel agregado.2
El estudio se llevó a cabo a partir del análisis de los resultados
electorales de diputados federales de mayoría relativa a nivel distrital
para los procesos electorales de 2006 y 2009,3 donde el comporta-
miento electoral, a través de indicadores de participación electoral
(turnout) y volatilidad, actúa como variable dependiente y la calidad
democrática, con base en indicadores de accountability vertical, com-
petitividad y representación, como independiente.

2 La hipótesis parte del supuesto de que los sistemas con mayor calidad democrática generan patro-
nes de comportamiento electoral más participativos, no necesariamente en participación electoral,
pero sí en términos de la relación entre representante y representado. La dirección de la relación
es fundamental para el análisis, ya que si bien una mejor calidad democrática puede generar actores
más exigentes en términos de rendición de cuentas y participativos, la relación no se da en sentido
contrario, esto es, una mayor participación no puede generar mejores niveles de democracia sin un
cambio en las reglas del juego.

3 Si bien están disponibles los datos electorales a nivel distrital desde el proceso electoral de 1997,
la comparación con los resultados de 2009 no se puede realizar debido a que como resultado de la
redistritación previa a las elecciones de 2006 hay una modificación importante en la integración
de varios distritos. De este modo, son comparables los resultados de 1997 a 2003 y, por separado,
los de 2006 y 2009.

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Calidad democrática y comportamiento electoral. Una visión agregada

Gráfica 12.1 Promedio de participación electoral.


Diputados federales de mayoría relativa 1997–2009

Participación menor de 49%


Participación entre 50% y 59%
Participación mayor al 60%

Fuente: Elaboración propia, con datos del Instituto Federal Electoral (ife).

La gráfica 12.1 muestra el promedio de participación electoral


en elecciones para diputados electorales de mayoría relativa de 1997
a 2009. Como se puede observar en el mapa, la mayoría de los es-
tados del norte y centro del país, identificados con mayor desarrollo
económico, presentan una mayor participación de entre 50 y 59%,
mientras que los del sur muestran promedios por debajo de 49%.
Se entiende por accountabiltiy vertical el ejercicio de evaluación que
realizan los ciudadanos a sus representantes en torno al adecuado cumpli-
miento de sus funciones (Przeworski, Stokes y Manin, 1999). Este ejerci-
cio se realiza de forma retrospectiva y se utilizan las elecciones como meca-
nismo de aprobación o sanción con el objeto de inducir a los funcionarios
electos a actuar en el mejor interés de sus representados (Fearon, 1999).4

4 El tema de las elecciones como mecanismo de accountability ha sido ampliamente debatido, debi-
do a que presenta múltiples problemas en torno al ejercicio de los mecanismos de representación,
en particular en torno al mandato y a la existencia de múltiples principales. Sin embargo, para
fines de este trabajo se utiliza el concepto partiendo del supuesto de que bajo un sistema con alta
calidad democrática, los mecanismos de representación garantizan, por un lado, una amplia parti-
cipación —sin la cual no se puede ejercer la evaluación— y la existencia de libertades civiles y, por
otro, que los funcionarios electos actúen en el mejor interés de sus representados. En torno a los
debates sobre las elecciones como mecanismos de accountability, véase James D. Fearon (1999).

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Marcela Ávila Eggleton

Partiendo de que para el caso mexicano no existe la reelección inmediata,


se utilizó como primer indicador de accountability vertical que un partido
alcanzara la mayoría relativa en un distrito en los dos procesos electorales
considerados, esto es, se evalúa la reelección del partido, no del candidato.
Un primer análisis descriptivo muestra que de los 300 distritos,
en 50.7% de los casos el partido que fue electo para ocupar la dipu-
tación de mayoría relativa en 2006 la perdió en 2009, lo que pone
en evidencia el uso de las elecciones como mecanismo de sanción a
la gestión. Analizando el impacto de la permanencia de un partido
en el cargo en la participación electoral, se encuentra una relación
inversa entre las variables, que explica el 4.8% de la variación en la
participación. Este dato muestra que se da una ligera disminución
en la participación cuando hay reelección, lo que sugiere que la
accountability vertical es un mecanismo de sanción, es decir, la parti-
cipación se incrementa para sancionar a los representantes, no para
premiarlos. El modelo muestra poco poder explicativo, sin embargo,
resulta relevante debido a que, para el caso de las elecciones legis-
lativas en México, no se cumple —o se cumple escasamente— con
una de las condiciones fundamentales del vínculo entre ciudadanos
y representantes: la identificación de los responsables. En un siste-
ma donde no es claro quién es responsable de qué, el mecanismo de
rendición de cuentas es insuficiente, sin importar que haya equidad
y legalidad en los procesos para elegir a los representantes. Esto es,
el ciudadano, a pesar de contar con los mecanismos para sancionar
retrospectivamente a los funcionarios electos, no lo puede hacer si
no está en posibilidad de identificar al responsable.
La necesidad de explicar con mayor detalle la relación entre estas
variables llevó a construir un indicador compuesto de accountability,
partiendo de que la permanencia en el cargo —o reelección
del partido— como variable dicotómica es insuficiente para evaluar
la gestión. El indicador toma como referencia no sólo la permanen-
cia sino el margen por el cual el partido que ostentaba el cargo en
2006 se reeligió o perdió en 2009. Se establecieron seis categorías,
las primeras tres en caso de permanencia del partido en el cargo; las
últimas, en caso de cambio. La primera categoría considera la per-
manencia con un margen alto (más de 40 puntos porcentuales entre

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Calidad democrática y comportamiento electoral. Una visión agregada

Cuadro 12.1 Frecuencias accountability vertical

Porcentaje
Frecuencia Porcentaje acumulado

Cambio con un margen alto 1* 0.3 0.3


Cambio con un margen medio 26 8.7 9.0
Cambio con un margen bajo 125 41.7 50.7
Permanencia con un margen bajo 115 38.3 89.9
Permanencia con un margen medio 30 10 99.0
Permanencia con un margen alto 3** 1 100
Total 300 100
* Distrito 5 de Coahuila. Pierde el Partido Acción Nacional (pan).
** Distritos 2 y 4 de Coahuila y distrito 5 de Tamaulipas. Se mantiene el Partido Revolucionario Institucional (pri).

Fuente: Elaboración propia, con datos del ife.

el primer y el segundo lugar); la segunda con margen medio (entre


20 y 40 puntos porcentuales de diferencia); la tercera con un margen
bajo (entre 0.01 y 19 puntos porcentuales de diferencia); la cuarta
categoría considera que el partido que ostentaba el cargo perdió por
un margen bajo (entre 0.01 y 19 puntos porcentuales de diferencia);
la quinta con un margen medio (entre 20 y 40 puntos porcentuales
de diferencia); la última, con un margen alto de diferencia (más de
40 puntos porcentuales). El cuadro 12.1 muestra las frecuencias para
cada una de las categorías.
Como se esperaba, la mayoría de los casos muestran un margen
bajo, ya sea para reelegirse o perder el cargo. Sólo en tres casos —los
distritos 2 y 4 de Coahuila y el 5 de Tamaulipas— el Partido Revo-
lucionario Institucional (pri) logró mantener el escaño con un mar-
gen superior a los 40 puntos porcentuales, y sólo en un distrito —el
5 de Coahuila— el Partido Acción Nacional (pan) perdió el escaño
frente al pri por más de 40 puntos porcentuales. Este indicador
no establece un orden jerárquico —reelegirse por amplio margen no
implica mayor calidad que perder por un margen estrecho—, mues-
tra una forma de comportamiento de los actores con base en un mis-

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Marcela Ávila Eggleton

mo modelo institucional: cómo ejercen los ciudadanos su derecho a


evaluar a sus representantes vía elecciones.
Al analizar el impacto del indicador de accountability vertical en
la participación, se muestra una relación significativa —aunque con
poco poder explicativo— entre las variables. La regresión muestra
que 4% de la variación en la participación se explica por el ejercicio
de rendición de cuentas vertical y existe una relación inversa entre
las variables, de modo que para cada unidad de incremento en el
índice de accountability la participación electoral se reduce en 5.21.
Esto muestra que en la medida en que el margen por el que se reeli-
ge un partido se incrementa, la participación se reduce.
Lo anterior, aunado a que en más de 50% de los distritos el par-
tido que ocupaba el escaño de mayoría relativa en 2006 fue cam-
biado en 2009, fortalece la hipótesis de que los votantes ven en las
elecciones un mecanismo de sanción retrospectiva —más que de re-
conocimiento— de sus representantes.
Sin embargo, el bajo poder explicativo del modelo y la concen-
tración de 80% de los distritos en las categorías de margen de vic-
toria más bajo obligan a considerar otra variable en el análisis: la
competitividad. Ésta se entiende como:

[...] búsqueda de posiciones de máximo beneficio partidis-


ta en términos espaciales, como búsqueda de posiciones de
máximo beneficio en términos de votos sobre un continuum
que representa un espacio común sobre el que se sitúan
tanto los electores, con sus preferencias individuales, como
los partidos en busca de su apoyo (Bartolini, 1988: 230).

En este sentido, la competitividad se define a partir de la apertura


del mercado electoral, la disponibilidad de los electores para votar
a distintos partidos, la diferenciación de las alternativas políticas y
la vulnerabilidad electoral del partido en el gobierno. Esta variable
equivale a la suma entre el porcentaje del partido ganador más la
diferencia entre éste y la segunda fuerza, todo entre dos y restado de
100, de modo que el índice oscila entre 0 y 100, en donde los valores
más cercanos a cien reflejan una mayor competitividad.

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Calidad democrática y comportamiento electoral. Una visión agregada

Cuadro 12.2 Frecuencias competitividad

Porcentaje Porcentaje
Categoría Frecuencia válido acumulado

Muy bajo 0 0 0
Bajo 1 0.3 0.3
Medio 18 6.0 6.3
Alto 227 75.7 82
Muy alto 54 18 100
Fuente: Elaboración propia, con datos del ife.

El cuadro 12.2 muestra las frecuencias para las cinco categorías


de competitividad en las que se agrupa el índice para fines de este
trabajo (muy alta, alta, media, baja y muy baja).5 Como se puede
observar, para 75.7% de los distritos hay una competitividad alta
(superior al 61) y únicamente el 6.3%, correspondiente a 19 casos,
tiene un índice de competitividad menor a 60, lo que muestra que,
en efecto, la competitividad de las elecciones se vislumbra como una
variable que incide en el comportamiento electoral.
¿Qué quiere decir en términos de calidad democrática que se
incremente la competitividad? Si se parte del supuesto de que en
la medida en que los procesos electorales son más competitivos los
contendientes se ven forzados a mejorar su desempeño y la partici-
pación electoral se incrementa como resultado de que la probabi-
lidad de que el voto individual influya en el resultado es mayor en
elecciones competidas, se debería encontrar una relación directa
entre participación y competitividad. Un primer acercamiento a los
datos parece indicar que el electorado reconoce o sanciona a un par-
tido sin necesidad de que las elecciones sean competidas; muestra de

5 En la categoría de competitividad “muy baja” están los distritos que presentan valores de entre 0 y
20 para el índice de competitividad; baja presenta valores de entre 21 y 40; media llega a valores de
41 a 60, la alta tiene valores de 61 a 80, y la muy alta, valores superiores a 80.

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ello es que la relación de la participación con competitividad y las


dos variables de accountability vertical aquí presentadas no es signifi-
cativa en términos estadísticos.
Partiendo de que competitividad no tiene una relación signifi-
cativa con el comportamiento electoral, se introdujo al modelo una
variable que midiera la representación. Se consideró el supuesto
de que el elector tiene mayor participación electoral en la medida
en que tiene más alternativas que reflejen sus intereses. Existen
diversos indicadores para medir la representación, la mayoría de
ellos centrada en los efectos de los diversos sistemas electorales,
que no pueden ser utilizados para este estudio debido a que en los
300 distritos federales se aplica el mismo. Partiendo de que existen
variables políticas que generan modelos distintos de calidad de-
mocrática en los distritos, se optó por evaluar el comportamiento
electoral a la luz del sistema de partidos a nivel distrital.
El número de partidos es un indicador de representación
debido a que a mayor número de opciones electorales en el es-
pectro ideológico, los diversos grupos sociales tienen mayor pro-
babilidad de encontrar un partido que represente sus visiones,
preferencias e intereses. Sin embargo, la utilidad del indicador
requiere algunas acotaciones. Pippa Norris (2004) señala que la
participación electoral se reduce tanto por fragmentación extrema
(donde el partido gana por menos de 30% de los votos) como por
predominancia de un partido (donde el partido que gana, lo hace
por más de 60% de los votos). Con base en ese argumento, una
democracia de calidad implicaría la existencia de diversas opcio-
nes electorales, siempre y cuando no se ubique en uno de estos dos
extremos.
Giovanni Sartori (1992) sostiene que un sistema de partidos se
define en función del número de partidos relevantes que lo integran,
esto es, con posibilidades de coalición o de chantaje, o en términos
de Douglas W. Rae (1971), importantes en términos de que reciben
votos o logran representación parlamentaria.
Para los fines de este trabajo, se elige el índice propuesto por
Markku Laakso y Rein Taagepera (1979), conocido como número
efectivo de partidos (n). n indica el número de partidos hipoté-

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Calidad democrática y comportamiento electoral. Una visión agregada

ticos de igual tamaño que tendrían el mismo efecto en la frac-


cionalización del sistema que tiene el número de partidos actual
con tamaño variable (Taagepera y Shugart, 1989). Se debe tener
en cuenta que n coincide con el número de partidos realmente
existentes sólo si se cumple la hipótesis de que todos cuentan con
apoyo electoral igual o muy similar. Cuando no todos los partidos
participantes tienen la misma importancia —como sucede en la
mayoría de los casos— n es más bajo que el número de partidos,
y por lo general se sitúa en +1 del número real de partidos que
obtengan más de 10% de los votos.
De acuerdo con la teoría, una primera hipótesis sostendría que a
mayor número de partidos se incrementa la representación, debido
a que a mayor n, es más probable que los ciudadanos sientan repre-
sentados sus intereses en algún partido y, por consiguiente, se incre-
menta la participación electoral. Sin embargo, como se muestra en el
análisis de la participación y calidad democrática en términos de ac-
countability vertical, los ciudadanos no sólo salen a votar por el par-
tido que los representa sino a castigar a quienes consideran que no
han cumplido, lo que refuerza que el grado de representación que
los ciudadanos atribuyen a los partidos es un factor que incide de
manera directa en la participación electoral.
Analizando los datos de la elección de diputados federales de
1997 a 2009, se observa que la media para n se reduce en las
elecciones presidenciales y se vuelve a incrementar en las inter-
medias; sin embargo, se muestra una tendencia incremental en el
indicador, ya que mientras en 1997 el valor de n llegaba apenas a
tres, para 2009 alcanzó un valor de cuatro, lo que muestra que al
menos cuatro partidos obtuvieron como media distrital 10% de
votos o más.
El análisis del comportamiento de n a nivel distrital entre 2006 y
2009 destaca, en primer lugar, que si bien existe una clara tendencia
al incremento de n en las elecciones intermedias, se observa que en
ocho distritos, contra a la tendencia nacional, el número de partidos
se redujo en el proceso electoral de 2009.
El cuadro 12.3 muestra el comportamiento del indicador para
los procesos electorales de 2006 y 2009. Se observa que en 2006 el

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Marcela Ávila Eggleton

Cuadro 12.3 Reducción en n 2006–2009

Distrito Entidad n 2006 n 2009

4 Chiapas 2.66 2.51


2 Coahuila 2.54 2.40
4 Coahuila 2.10 1.79
5 Coahuila 2.61 2.33
1 Sinaloa 2.47 2.41
1 Veracruz 2.81 2.41
2 Veracruz 2.99 2.71
5 Veracruz 2.61 2.60
9 Veracruz 2.52 2.48
17 Veracruz 2.66 2.64
20 Veracruz 2.92 2.67
Fuente: Elaboración propia con datos del ife.

valor de n se ubicó entre 1.4 y 2.9, coincidiendo el distrito con ma-


yor número de partidos con uno en donde n disminuyó en 2009 —2
de Veracruz. Por su parte, para el proceso electoral de 2009, la varia-
ción en el indicador pasó de 1.79 —en otro de los distritos donde el
número de partidos se redujo en 2009, distrito 4 de Coahuila— a
7.1 en el distrito 18 del Distrito Federal.
Como muestra el cuadro 12.4, n presenta una media de 2.23
partidos en 2006 y de 3.81 en 2009, más de 1.5 de incremento, lo
que resulta relevante debido a que se trata de un indicador muy rí-
gido que requiere un fuerte cambio para incrementar una unidad.
La marcada dispersión de los datos en 2009 se muestra en el valor
de la desviación estándar, que fue de 1.06 en en ese año. 55% de los
distritos en 2009 se encuentran por debajo de la media, lo que hace
aún más evidente la dispersión de los datos; muestra de ello es que
sólo 12% de los distritos presentan valores para n mayores a cinco.

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Calidad democrática y comportamiento electoral. Una visión agregada

Cuadro 12.4 Estadísticos descriptivos n 2006–2009

Desviación
n Mínimo Máximo Media típica

Número efectivo de 300 1.47 2.99 2.2307 .29603


partidos 2006

Número efectivo de 300 1.79 7.15 3.8185 1.06085


partidos 2009
Fuente: Elaboración propia, con datos del ife.

Asimismo, destaca que 81% de los distritos que presentan más de


cinco partidos, se ubican en el Distrito Federal.6
En cuanto al análisis de la relación entre la participación elec-
toral y el número de partidos en los procesos electorales de 2006
y 2009, si bien la relación es significativa para ambos procesos
electorales, el poder explicativo de n en porcentaje de variación de
la participación se reduce de 7.1% en 2006 a 3% en 2009, lo que
muestra que en 2009, el número de partidos redujo su impacto en
la decisión de los electores de salir a votar, esto es, se introdujeron
otras variables en el escenario electoral —o cobraron mayor fuerza
las existentes— que incidieron en el comportamiento electoral.
Aunado a ello, se observa que para ambos procesos electorales
existe una relación inversa con la participación que muestra que
conforme se incrementa el número de partidos la participación
se reduce. Este dato es interesante si se destaca que hasta 1997
existía una relación directa entre las variables: la participación se
incrementaba a mayor número de partidos, lo que se explica como
resultado de que a partir del año 2000, el Legislativo cobra fuerza
en un contexto de fuerte disciplina partidaria, mientras se hace
cada vez más evidente para los electores que los partidos trabajan
por sus propios intereses. Este fenómeno se refleja en que los elec-

6 Los distritos restantes se ubican uno en Aguascalientes, uno en Chiapas, uno en Guerrero, tres en
Michoacán, cuatro en Morelos, uno en Oaxaca y dos en Puebla.

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Marcela Ávila Eggleton

Gráfica 12.2 Número efectivo de partidos.


Diputados federales de mayoría relativa 2009

Menos de 3 partidos
Entre 3 y 4.9 partidos
Más de 5 partidos

Fuente: Elaboración propia, con datos del ife.

tores no sienten que los partidos los representan y optan por no


participar en los procesos electorales.
La gráfica 12.2 muestra el promedio de partidos por entidad a
nivel distrital agrupado en tres categorías. La primera agrupa aque-
llas entidades con menos de tres partidos en la que se ubican sobre
todo los estados del norte y sureste; la segunda, a las entidades que
tienen entre tres y 4.9 partidos, donde se ubica la gran mayoría de
los estados, y la tercera aquellas entidades con más de cinco partidos:
Aguascalientes, Distrito Federal y Morelos. A diferencia de las otras
variables, el número de partidos no muestra tendencias específicas,
pero destaca el importante número de partidos (5. 01 y 5. 5) en en-
tidades pequeñas como Aguascalientes y Morelos —con tres y cinco
distritos federales respectivamente—, sobre todo frente a los 27 dis-
tritos en que se divide el Distrito Federal.
El segundo indicador para analizar el comportamiento electoral
es la volatilidad. Ésta estudia los sistemas de partidos desde un pun-
to de vista dinámico, a partir de su evolución de una elección a otra.
Es decir, es una variable que muestra los cambios en el apoyo elec-
toral a cada uno de los partidos en dos elecciones sucesivas, lo cual,
brinda importante información en torno a la estabilidad del sistema

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Calidad democrática y comportamiento electoral. Una visión agregada

Gráfica 12.3 Volatilidad electoral.


Diputados federales de mayoría relativa (2006–2009)

Volatilidad alta
Volatilidad media
Volatilidad baja

Fuente: Elaboración propia con datos del ife.

de partidos (Pedersen, 1983b: 31–32). De acuerdo con el índice pro-


puesto por Mogens Pedersen (1983a), la volatilidad total resulta del
agregado de los cambios electorales en el conjunto del sistema de
partidos. Es un índice de 0 a 100, donde a mayor cambio en las pre-
ferencias electorales corresponde mayor volatilidad.
La gráfica 12.3 muestra que en la mayor parte del país la vola-
tilidad se mantiene en un rango medio de entre 18 y 26. Destaca
la alta volatilidad, de entre 26.1 y 34, de Oaxaca y Chiapas, que
coinciden con las entidades de menor participación, y la alta vo-
latilidad en el Distrito Federal y el estado de México, cuya com-
petitividad en el proceso electoral de 2009 fue de las más altas
—80.9 y 72.1 respectivamente—, casos en los que sin duda in-
fluyó la concurrencia con elecciones locales. Analizando los datos
por distrito, la volatilidad en el estado de México se hace evidente
al tratarse de una entidad con 40 distritos federales de los cuales
el Partido de la Revolución Democrática (prd) perdió 22, el pan
seis y el pri un distrito, y recuperó 28. El cuadro 12.5 muestra la
volatilidad para las 32 entidades.
Como muestra el cuadro 12.5, la entidad con mayor volatili-
dad es Colima, seguida del estado de México. Destaca, asimismo,

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Marcela Ávila Eggleton

Cuadro 12.5 Volatilidad electoral 2006–2009

Promedio
Estado volatilidad
Aguascalientes 25.94
Baja California 18.47
Baja California Sur 17.98
Campeche 19.24
Chiapas 27.18
Chihuahua 22.73
Coahuila 27.43
Colima 33.12
Distrito Federal 26.69
Durango 22.99
Guanajuato 18.90
Guerrero 24.29
Hidalgo 22.75
Jalisco 17.86
Estado de México 27.48
Michoacán 17.88

que al igual que Oaxaca y Chiapas, Coahuila y Quintana Roo se


ubican como entidades con participación baja y volatilidad por
arriba de la media.
Analizando el impacto de la calidad democrática, a través del
indicador de accountability vertical en la volatilidad, como variable
de comportamiento electoral, se encuentra que este modelo tiene un
poder explicativo significativamente mayor que utilizando como in-
dicador de comportamiento electoral la participación. De acuerdo
con el modelo, el indicador de accountability vertical explica el 13.2%
de la variación en la volatilidad, es decir, de la variación del cambio

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Calidad democrática y comportamiento electoral. Una visión agregada

Morelos 22.95
Nayarit 22.26
Nuevo León 10.45
Oaxaca 27.33
Puebla 25.72
Querétaro 21.26
Quintana Roo 26.91
San Luis Potosí 20.53
Sinaloa 17.12
Sonora 18.83
Tabasco 16.57
Tamaulipas 19.35
Tlaxcala 19.88
Veracruz 25.17
Yucatán 22.28
Zacatecas 25.85
Fuente: Elaboración propia, con datos del ife.

en la decisión del votante. Se observa una relación inversa entre las


variables, de modo que a mayor margen de victoria en los casos en
que el partido se reelige, la volatilidad se reduce. El resultado es con-
sistente: conforme se incrementa la aprobación por un partido, la
probabilidad de reelección aumenta, lo que matiza la hipótesis del
voto como sanción, en los casos de máxima aprobación, como son
las reelecciones por márgenes muy amplios.
Al analizar el impacto del número de partidos en la volatilidad,
se encuentra que el número de partidos explica el 8% de la variación
en la volatilidad y se establece una relación directa donde por cada

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Marcela Ávila Eggleton

unidad de incremento en el número de partidos, la volatilidad se in-


crementa en 2.09. La relación sustentaría el hecho de que ante más
opciones de representación el elector tiende a modificar su compor-
tamiento y busca maximizar la utilidad esperada a partir de opciones
alternativas.

Consideraciones finales

Los resultados del análisis de datos agregados aquí presentados per-


miten llegar a tres conclusiones generales y a algunas precisiones es-
pecíficas. En primer lugar, existe evidencia para decir que —al me-
nos para la elección de diputados federales de mayoría relativa— hay
un componente importante de sanción retrospectiva en el acto de
votar, de modo que los electores acuden a las urnas a castigar a sus
representantes, pero no a premiarlos. Esto propicia que la partici-
pación se reduzca en la medida en que los márgenes por los que se
reelige un partido crecen.
En segundo lugar, el análisis del número de partidos como varia-
ble de calidad democrática bajo el supuesto de que a mayor número
de partidos se fortalece la representación y, en ese sentido, se gene-
ran modelos más participativos de comportamiento electoral mues-
tra que, al menos para el caso que nos ocupa, el número de partidos
ha perdido poder explicativo en la última década y su relación con la
participación es contraria a la hipótesis inicial. Asimismo, la predo-
minancia de distritos con valores altos para n, en distritos urbanos,
como en el Distrito Federal, obliga a pensar en el impacto de otras
variables en los modelos de calidad democrática en México y, por
ende, en las decisiones del votante mexicano.
Si bien a lo largo del trabajo es posible identificar diversos ám-
bitos en los que pareciera que variables sociodemográficas como
edad y escolaridad podrían tener un poder explicativo superior al
de las variables institucionales utilizadas —como es el caso de los
valores para n en el Distrito Federal—, la evidencia muestra que,
al menos estadísticamente, las variables sociodemográficas tienen
poco poder para explicar los resultados electorales. Los siguientes

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Calidad democrática y comportamiento electoral. Una visión agregada

resultados muestran los casos en los que se encontraron relaciones


significativas.
Analizando el impacto de la escolaridad en la volatilidad, se en-
contró que el único grupo que resulta significativo para explicar la
volatilidad es el de 13 años de escolaridad concluida —preescolar,
primaria, secundaria y preparatoria—. Esta variable tiene una rela-
ción directa que explica el 6.2% de la variación de la volatilidad, de
modo que a mayor escolaridad mayor volatilidad. Esto es, se observa
un mayor cálculo de utilidad conforme se incrementa la escolaridad.
El dato, en sí, es ilustrativo y su poder explicativo es similar al de las
variables institucionales que se analizan a lo largo de este trabajo; sin
embargo, al no tener resultados significativos para otros niveles de
escolaridad, no permite presentar argumentos concluyentes.
Tratándose de la variable edad, sucede algo similar, la relación es
significativa para los grupos de 20 a 39 años, de 40 a 59, y en los mayo-
res de 80. En ese primer grupo, la edad explica el 4.2% de la variación
de la volatilidad y muestra una relación directa con la variable depen-
diente, de modo que conforme se incrementa la edad, se incrementa
la volatilidad. Este dato muestra, al igual que con la variable escola-
ridad, una maximización de la utilidad, al buscar alternativas electo-
rales que brinden mayor beneficio en los grupos de adultos jóvenes.
Para el segundo grupo, la relación se mantiene igual, aunque el poder
explicativo de la variable dependiente se reduce a 2.6, lo que muestra
que para los mexicanos mayores de 40 existen más factores que entre
aquéllos de entre 20 y 39, que inciden en su decisión de modificar su
elección partidista. Por último, con el grupo de 80 y más, la dirección
de la relación se invierte y muestra que los electores de edad avanzada
se vuelven más conservadores —o adversos al riesgo— en términos
electorales y que el poder explicativo de la variable, si bien mayor al del
grupo de 40 a 59, se mantiene bajo (3%).
Por último, los indicadores de pobreza y marginación no mues-
tran relaciones significativas con los indicadores de comportamiento
electoral empleados en este trabajo.
La tercera conclusión general está vinculada al papel de la vola-
tilidad. Esta variable tiene un poder explicativo superior a la parti-
cipación. Sin embargo, la decisión del votante, ya sea de forma indi-

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Marcela Ávila Eggleton

vidual o agregada, está fuertemente relacionada con variables como


el tipo de elección, en particular, si es intermedia o presidencial, la
concurrencia de elecciones federales y locales, así como factores co-
yunturales de orden político y económico. Lo anterior hace que el
indicador, si bien ofrece una medida precisa del cambio electoral, se
quede corto en la explicación.
En lo que respecta a las precisiones específicas, si bien este traba-
jo se centra en el análisis de datos agregados, como parte del proyec-
to al que pertenece este apartado, se diseñó y aplicó la Encuesta de
Capital Social y Cultura de la Legalidad. A partir de los resultados
de dicha encuesta y su relación con el análisis aquí presentado, sur-
gen las siguientes anotaciones.
En primer lugar, se ubica el tema de la participación. Si bien para
fines de este trabajo la participación se acota a su ámbito electoral,
es claro que una democracia de calidad parte de actores que inter-
vienen de manera activa en el ámbito público —y privado—, con la
finalidad de incidir en las decisiones que les afectan y de establecer
diversos vínculos con su comunidad y su entorno. Partiendo de es-
te supuesto, una primera deficiencia de la calidad de la democracia
mexicana estaría en el ámbito de la participación. De acuerdo con
la encuesta, la forma de participación más generalizada en México
es la electoral —a pesar de que en el promedio de participación de
1997 a 2009 sólo cuatro entidades tuvieron una participación por
encima de 60%—: 48% de la población considera que el voto es la
mejor forma de influir en el gobierno y 71% de los encuestados no
participa en asociación alguna. Este dato da cuenta de la calidad de
los actores, sin embargo, no es una causa de baja calidad en sí misma,
en particular si lo contraponemos con la calidad de las instituciones.
La desconfianza es la actitud prevaleciente en los encuestados.
Los mexicanos no confían en las instituciones, pero piensan que la
mejor forma de influir en ellas es mediante el voto, es decir, jugando
bajo sus propias reglas, lo cual además de mostrar una contradic-
ción, refuerza la negativa de participar de los ciudadanos. 49% de
los encuestados opina que ninguna institución —gobierno, partidos
políticos y medios de comunicación— cumple lo que ofrece y 18%
muestra confianza en los propios ciudadanos. Resultados similares

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Calidad democrática y comportamiento electoral. Una visión agregada

se observan para cuestiones como cumplimiento de la ley e interés


en la legalidad; en temas como no discriminan y se puede contar con
su ayuda la confianza en los ciudadanos crece, y el sector que no
confía en ninguno se reduce.
Lo anterior muestra a una ciudadanía que decide no participar o
participar poco en las elecciones, pero que considera que son la me-
jor forma para influir en un gobierno en el que desconfía. Destaca,
asimismo, que en términos de confianza las posiciones más críticas
contra el gobierno se ubican, en su mayoría, en los estados del sur
(Campeche, Chiapas, Guerrero, Morelos, Oaxaca, Puebla, Quintana
Roo, Tabasco, Veracruz y Yucatán), mismos que salvo Campeche y
Yucatán se ubican mayoritariamente entre las entidades con meno-
res niveles de participación y, salvo Tabasco, en los estados con vola-
tilidad alta.
En lo referente al tema de los partidos, 45% de los encuesta-
dos no se identifica con partido alguno, y en los estados del centro
(Aguascalientes, Colima, Distrito Federal, Guanajuato, Hidalgo, Ja-
lisco, estado de México, Michoacán, Nayarit, Querétaro, San Luis
Potosí y Tlaxcala) esta cifra llega hasta 52%. Lo anterior muestra
que hay más alternativas para la representación, lo que en teoría
mejoraría la calidad democrática, pero el incremento en el número
de partidos, en particular en el Distrito Federal, no implica que los
intereses de sectores más amplios estén representados. Esto podría
explicar el cambio de dirección en la relación entre participación y
número de partidos que se presenta en este trabajo.
Ahora bien, la decisión de votar o no votar —participación en
los términos de este trabajo— depende sobre todo de si el ciudada-
no está interesado en política y si considera que es un deber cívico
(Blais, 2009). Este dato resulta relevante si consideramos que la en-
cuesta reporta que “votar en las elecciones” es considerada la segun-
da actividad en orden de importancia para ser un buen ciudadano,
en las regiones norte y centro del país. En la región norte se le ubica
con igual jerarquía que respetar la ley, mientras que en el sur no se
alcanza a discriminar lo más importante.
La región norte está integrada por Baja California, Baja Cali-
fornia Sur, Coahuila, Chihuahua, Durango, Nuevo León, Sinaloa,

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Marcela Ávila Eggleton

Sonora, Tamaulipas y Zacatecas. Si se observa la gráfica 12.1, en la


que se presenta el promedio de la participación electoral de 1997 a
2009, resulta interesante observar que, de las entidades en este gru-
po, cinco se ubican dentro de las entidades con menor participación
a nivel nacional: Baja California, Baja California Sur, Chihuahua,
Coahuila y Durango.
En el debate en torno a la calidad de las reglas y los actores, tanto
el estudio que aquí se presenta como los resultados de la encuesta
coinciden en la influencia de las instituciones en el desempeño de
los actores. Sin embargo, es claro que las reglas son condición nece-
saria, pero no suficiente, para establecer un régimen donde imperen
la igualdad política y la ciudadanía plena. Sin una ciudadanía plena,
el ideal democrático seguirá, parafraseando a Dunn, oscilando entre
ideología y utopía.

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Conclusiones

Juan José Russon Foresto

Los resultados de las investigaciones publicados aquí atienden a


dos dimensiones fundamentales del proyecto: calidad democrática
y comportamiento electoral. Para ello, se han considerado diversos
aspectos de calidad democrática: cultura de la legalidad, capital
social y seguridad urbana; la vinculación de estos aspectos con
la participación política; ciudadanía y, un tema pendiente de la
democracia mexicana, ciudadanía indígena; por último, se prestó
atención a las relaciones entre calidad democrática y comporta-
miento electoral en México.
Los aspectos de cultura de la legalidad, capital social y seguridad
urbana, analizados en dos trabajos: el capítulo de cultura de la lega-
lidad, elaborado por Ana Díaz Aldret, y el de capital social y seguri-
dad urbana, escrito por Marina de la Torre Vázquez, constituyen el
basamento sobre el que los investigadores regresan para el análisis de
la calidad democrática en México. Por diversas razones, es interesan-
te prestar atención a estas dimensiones. La cultura de la legalidad,
como dimensión subjetiva del estado de derecho, es un factor clave
para la legitimación del orden político, pues una democracia vivida
sin ley es una democracia que renuncia a uno de sus principios más
caros: el de igualdad, y en tal caso refuerza el cinismo y la defección.
Por otra parte, la cuestión de la seguridad se ha convertido en aspecto
prioritario del gobierno nacional y los estatales. Ésta no es una sim-
ple elección de políticas por parte de los gobiernos, más bien es la re-
acción a una emergencia nacional, consistente en graves amenazas al
Estado y a la sociedad. Como señala De la Torre, el capital social en

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Juan José Russo Foresto

sus diversas escalas representa un recurso muy importante para en-


frentar los embates de la violencia urbana.
En los últimos años, los mexicanos han experimentado el fenó-
meno del narcotráfico. Ello constituye un desafío a la democracia, y
por supuesto al estado de derecho. No sólo implica un desafío al Es-
tado, por el uso de la fuerza y el control efectivo de ciertas ciudades
por parte del narcotráfico, sino que pone de manifiesto la influencia
brutal del dinero y de la corrupción para influir en los políticos que
toman decisiones. La cultura del narcotráfico no llega a escenarios
culturales tipo tabula rasa; por el contrario, encuentra culturas y tra-
diciones. Una condición fundamental para que la cultura del nar-
cotráfico fracase o prospere se encuentra en la misma sociedad, y
es el capital social con el que ésta cuenta: las redes, las normas y los
valores predominantes, la base para la aceptación, la adaptación o el
rechazo de las nuevas redes. Afirma De la Torre:

Estas formas generalizadas de violencia no siempre impac-


tan de manera negativa en las reservas de capital social de
las comunidades urbanas. La actitud defensiva frente a un
peligro común se expresa a través de diversas acciones co-
lectivas que refuerzan las redes solidarias de una comuni-
dad y consolidan su capital social. En otro sentido, también
los cárteles y el pandillerismo “usan el capital social como
fundamento de su estructura de organización” [...] Así, la
emergencia de nuevas formas de agregación supone la de
nuevas formas de capital social. En el ámbito territorial, la
violencia urbana hace de muchos espacios públicos tradi-
cionales lugares inseguros y peligrosos. Los habitantes ape-
lan a todos los recursos disponibles a fin de garantizar su
seguridad. Testimonian este hecho tanto las nuevas formas
de reapropiación y resimbolización de los espacios públicos
tradicionales, cuando no su abandono, como la emergencia
de nuevos espacios públicos de uso más restringido.

Además, la inseguridad también encuentra su condición favorable


en las condiciones de inequidad y marginalidad.

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Conclusiones

El narcotráfico pone a prueba las defensas del sistema político,


por una parte las que tiene la sociedad, como comunidad cívica,
y por otra, las que tiene el Estado, como árbitro y guardián del cum-
plimiento de la ley. Como señala Díaz Aldred, el estado de derecho
es uno de los aspectos centrales para evaluar la eficacia y calidad de
la intervención estatal.
Ana Díaz evalúa la distancia entre el ideal de ciudadano autóno-
mo, informado y participativo, con sistemas políticos de desigual-
dad, desinformación y desinterés por las normas. Entre las diversas
acepciones del estado de derecho, se opta por definir el concepto con
cuatro características:

[...] que los ciudadanos tengan iguales oportunidades de


acceder a las instituciones legales y reciban de éstas el mis-
mo trato; que los procedimientos legales estén regulados y
sean estándares, de modo que se garantice un debido proceso;
que las normas y los procedimientos legales sean transpa-
rentes, y que el sistema legal en su conjunto esté orientado
hacia el respeto y protección de los derechos civiles y de las
libertades y garantías políticas.

Un aspecto importante para el logro de la seguridad jurídica consiste


en evitar el riesgo de la manipulación; uno muy frecuente es el uso de la
ley como arma política. Por ello, un indicador del estado de derecho
es la estabilidad del sistema jurídico, el conocimiento de los ciudada-
nos y la claridad de los procedimientos de modificación.
En el contexto latinoamericano, el problema de la cultura de
la legalidad convive con crecientes desigualdades. En esos contextos la
ley puede ser un reparador, parcial pero fundamental, o un profundi-
zador de las desigualdades existentes.
La cultura de la ley supone, según la hipótesis general que sos-
tengo en el capítulo “Participación política y civilidad: la desvincu-
lación”, que los actores optan por procedimientos que benefician
a la comunidad, si se sienten plenamente parte de ella (por eso, su
fuerte relación con el capital social). En ese caso, es de esperar que
si un orden no funciona de acuerdo con lo deseado por los actores,

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Juan José Russo Foresto

se active la voz. Sin embargo, se ha visto, ello no ocurre. ¿Por qué


la voz es débil en México? ¿Por qué se prefiere la salida? Funda-
mentalmente, porque la voz se hace presente y es frecuente en
grupos de pertenencia fuertes, donde la salida es poco probable,
como la familia o los grupos de amigos. También la voz encuen-
tra condiciones favorables cuando hay garantías de cumplimiento
impersonal de las normas. Por el contrario, cuando la manipu-
lación (por parte del que manda) de las reglas es muy frecuente,
entonces las garantías (del que obedece) se pierden y, ante el con-
flicto o desacuerdo entre actores, la vía más económica es la salida.
Cuando esto sucede con frecuencia en la vida de alguien, es de
esperar que la persona adopte prevenciones antes del compromiso,
y se acostumbre a actuar con desapego.
Es cierto que el legado de un orden hegemónico, con las conse-
cuencias que esto entraña sobre la cultura de la legalidad y el capital
social, tanto en la comunidad como en las élites, es muy profundo. La
razón es que se trata de culturas que ofrecen incentivos a los indivi-
duos, como los que ofrecen (en tiempo y dinero) la mordida o la eva-
sión fiscal. Estos son beneficios útiles para los individuos, concebidos
como Robinson Crusoe, sin sociedad y sin responsabilidad ante ella.
El legado autoritario se adapta al nuevo orden político con el
costo en el cumplimiento de las normas, y en la actitud poco par-
ticipativa e informada de los ciudadanos. Además, la consecuencia
institucional es la politización de la justicia.
Entre Ana Díaz y Marina de la Torre destacan resultados impac-
tantes: en términos de subjetividad, siete de cada diez ciudadanos
considera que no hay igualdad ante la ley en México; en términos
fácticos, más de ocho de diez delitos cometidos no son denunciados
por los ciudadanos. La ineficacia del sistema judicial, el mal trato
de los funcionarios, el temor a la extorsión y la desconfianza en la
honestidad de los funcionarios dejan al ciudadano mexicano desam-
parado y con la opción de la justicia por mano propia o el someti-
miento a las circunstancias adversas.
Es también importante la falta de correspondencia detectada en-
tre seguridad urbana y pobreza. En cambio, parece haber relación
entre confianza interpersonal y seguridad.

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Conclusiones

La contrapartida del mal funcionamiento del Estado es la per-


cepción de que los ciudadanos tampoco respetan la ley. La percep-
ción negativa de los mexicanos sobre el estado de derecho en Méxi-
co ha ido creciendo. Díaz propone dos hipótesis: la primera es que
forma parte del desencanto postransición; la segunda es el carácter
continuo de la democratización, que cambió muy poco el orden po-
lítico, excepto en el régimen electoral. En verdad, se trata de dos
caras de la misma moneda: el desencuentro entre expectativas y el
cambio producido por el nuevo orden.
Si se analizan los datos para la totalidad de la muestra, sólo 28%
de los mexicanos pertenecen a asociaciones. El resto, la gran ma-
yoría, declara no pertenecer a organización alguna. A lo anterior se
agrega que la sociedad mexicana confía poco en sus congéneres. El
capital social mexicano es de carácter vinculante, es decir, está orien-
tado hacia el interior de grupos de estricta pertenencia, y no tiende
puentes al colectivo social en su conjunto. En ambos trabajos se po-
ne de manifiesto los déficit de información sistemática. Ello no sólo
concierne a México, sino a América Latina, situación paradójica
de contraste entre la creciente sensación de inseguridad de la pobla-
ción y la ausencia de estadísticas consolidadas que permitan dimen-
sionar de manera más objetiva el fenómeno.
Respecto de la percepción de inseguridad, los estados de mayor
inseguridad en gran medida coinciden con los de mayor violencia
del narcotráfico. Otros factores también contribuyen a la sensación de
inseguridad: los crecientes niveles de incertidumbre que genera la
experiencia de lo extraño (tal es el caso de la intensa migración in-
ternacional que deviene en convivencia multicultural en un mismo
espacio urbano); la percepción de la situación general del lugar de
pertenencia, y la exposición a medios de información, etc. Por ello,
se puede afirmar que no todas las ciudades con alto nivel de insegu-
ridad están igualmente atravesadas por el narcotráfico, pero donde
hay alta violencia ocasionada por el narcotráfico, hay también per-
cepción alta de inseguridad.
Estrechamente vinculados con el capital social y dimensiones
culturales, se encuentran los trabajos relativos a ciudadanía. En el
trabajo de María Fernanda Somuano, se pone el acento en la mul-

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tidimensionalidad del concepto y, a partir de una tipología de Ma-


ría Benítez, que propone cuatro modelos de ciudadanía (liberal,
republicano, libertario y comunitario), se agrega el modelo liberal
2, asociado con el neoliberalismo conservador. De tal modo, en el
modelo de ciudadanía liberal, centrado en la concepción de John
Rawls, la ciudadanía tiene relación con la pertenencia a una comu-
nidad política y abarca las dimensiones civil, política y social; en el
de ciudadanía libertaria, inspirado en Robert Nozik, la defensa de la
libertad se asocia con un Estado mínimo que protege derechos; el
modelo republicano, basado en la concepción de Jürgen Habermas,
propone a un actor que acuerda libremente sobre la convivencia se-
gún reglas jurídicas comunes; la ciudadanía comunitaria, inspirada
en Charles Taylor, propone a un ciudadano que participa y se iden-
tifica con la comunidad. El modelo propuesto por Somuano es el de
un ciudadano que brega por un Estado intervencionista y protector
de los valores morales de la sociedad. La multidimensionalidad de la
ciudadanía es clara cuando se aplica esta tipología a los ciudadanos
mexicanos, según una distribución por estados. La ciudadanía su-
pone, como se muestra en el trabajo, no sólo una situación jurídica
formal sino un compromiso y una identidad política. Desde esa po-
sición, el sistema político no es sólo una arena sino un conjunto de
ámbitos que se pueden recrear y cambiar con participación.
En cuanto a los resultados, se observa que cuando aparece en los
primeros niveles la ciudadanía liberal, está en los últimos la ciuda-
danía comunitaria. La tipología fue aplicada de modo individual, no
por agregados estatales, y se encuentran correlaciones fuertes entre
ciudadanía en los tres tipos y el porcentaje de población urbana. Asi-
mismo, hay relaciones significativas entre ciudadanía liberal y repu-
blicana, mayor nivel de desarrollo humano y menor de marginación.
La ciudadanía republicana supone mayor probabilidad de participa-
ción electoral.

Aquellos ciudadanos que siguen noticias sobre política en


el periódico y consideran que la gente como ellos puede in-
fluir en las decisiones del gobierno (eficacia política) votan
en mayor medida que sus contrapartes [... Por último] La

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Conclusiones

variable que mayor impacto tiene en la decisión ciudadana


de optar por métodos políticos que van más allá del voto
son la pertenencia en organizaciones y la colaboración en
actividades comunitarias.

Esta hipótesis es congruente con los resultados expresados en los dos


primeros capítulos, sobre la relevancia de dimensiones comunitarias
en la participación electoral y no electoral. En sentido contrario,
refuerza la hipótesis sostenida en el capítulo “Participación política
y civilidad: la desvinculación”, atinente a la desvinculación como
principio de acción de los no participantes.
La matriz tridimensional de Humphrey Marshall, que es un punto
de partida ineludible para la comparación de semejanzas y diferencias
con el desarrollo de la ciudadanía en otros contextos, ha sido criticada
por los multiculturalistas. Los trabajos de Justino Lozano Alvarado y
Max Arturo López Hernández destacan la necesidad de trabajar con
una perspectiva inclusiva de la realidad histórica y cultural de Méxi-
co, y que ha dado lugar a hablar de ciudadanías étnicas. Basta atender
algunos datos para precisar la relevancia de este actor: “la población
indígena [...] en México está constituida por 72 etnias, concentradas
mayoritariamente en 12 estados del país y en 28 distritos electorales
federales y que representan más de 10% de la población nacional, con
72 lenguas diferentes”, explica Lozano Alvarado. Y López Hernández
añade: “La presencia de estas comunidades en el país es significativa,
con peso electoral importante en algunas entidades. De los 97 millo-
nes 483 mil 412 habitantes correspondientes a la población total en
México, 10 millones 253 mil 627 corresponden a la población indíge-
na (el equivalente a 10.52%)”.
La democratización, junto a tendencias globales de politización
de asuntos culturales, sacó a la luz una realidad silenciada durante
siglos. La constitución del Estado–nación mexicano tuvo el mayor
costo para estas comunidades que tenían identidades fuertes e his-
tóricamente consolidadas. Y antes del Estado–nación hubo estragos
importantes sobre estas comunidades; por ello, como se destaca en
estos trabajos, se trata de arenas políticas presentes en contextos de
pobreza y marginación socioeconómica y política.

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Lozano Alvarado y López Hernández evalúan el funcionamien-


to de las instituciones de usos y costumbres junto a las del Estado
nacional. En 1992, México reformó su artículo 4 de la Constitución
para definirse como un país multicultural y plurilingüe. En términos
políticos, ello supuso la protección del “desarrollo de sus lenguas,
culturas, usos y costumbres, recursos y formas específicas de orga-
nización social”. Ahora bien, la reforma realizada por el Instituto
Federal Electoral en 2004 implicó el reconocimiento de 28 distri-
tos electorales con mayoría de población indígena. Esta distritación
implica costos de representación, porque, al decir de los autores, no
refleja “la diversidad de los 68 pueblos indígenas del país, al quedar
considerados en estos distritos no más de 25 pueblos, que represen-
tan un poco más de 50% de esta población”. Además, la composición
de cada distrito ha generado dinámicas políticas que atentan contra
la integridad de las comunidades:

[...] las dinámicas políticas en algunos distritos electorales


con mayoría indígena rompieron con la integridad étnica
y cultural de la zona, como es el caso de la composición
del distrito II, de Bochil, en estado de Chiapas, al incorpo-
rar los municipios de Larráinzar, Chenalhó, Chalchihuitán
y Panteló, y al mezclar cuatro pueblos indígenas: tzotzil,
tzeltal, tojolabal y chol, sin respetar las diferencias deri-
vadas de su identidad cultural. Casos similares se pueden
apreciar en los distritos iii, de Ocosingo; v, de San Cristó-
bal de las Casas; viii, de Comitán de Domínguez, y el xii
de Tapachula, en donde se han integrado municipios que
se han regido históricamente bajo el principio de usos y
costumbres diferentes, por lo que se pone en riesgo la inte-
gración étnica.

Raúl Fernández Gómez se concentra en el comportamiento elec-


toral de los distritos indígenas y analiza dimensiones como compe-
titividad, participación, abstención y concentración de voto. Entre
los rasgos destacados del comportamiento electoral, se encuentra
que las comunidades indígenas son en general más participativas

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Conclusiones

que la media nacional y la competitividad es relativamente baja, lo


cual refuerza la hipótesis del voto comunitario. Sin embargo, ello
no supone estabilidad sino una gran volatilidad electoral. Los parti-
dos nacionales tienen dificultades, por la dispersión territorial, para
lograr un acercamiento a las comunidades en épocas electorales. Ello
favorece que las dinámicas internas de las comunidades permanez-
can encapsuladas y se refuercen políticamente, si bien, como destaca
este autor, las preferencias de las comunidades giran en torno a los
tres partidos mayoritarios de México. La evolución de la representa-
ción política indígena en el Congreso de la Unión, ha sido positiva,
aunque en proporción a la población nacional todavía es insuficiente.
Por último, el trabajo de Ivy Jacaranda Jasso Martínez sobre los
purépechas, confirma, usando técnicas de la antropología, la dimen-
sión comunitaria en el comportamiento electoral, dinámica por de-
más compleja y con opciones abiertas. La antropóloga veracruzana
confirma las dificultades en obtener representación política. En el
caso de los purépechas, existe un amplio número de militantes, pero
cuando se posicionan en organizaciones, por lo general es en lugares
inferiores a los que ocupan los mestizos. Ahora bien, ¿hace alguna
diferencia la ocupación de cargos públicos por parte de indígenas,
respecto de las políticas públicas implementadas? Ninguna, afirma
Jasso Martínez. Es posible que ello obedezca a que se trata de un
proceso inicial, plagado de obstáculos. Como ha destacado, dos pre-
sidentes municipales vieron saboteadas sus gestiones por élites loca-
les influyentes, lo cual impacta en la gobernabilidad y eficacia de la
gestión. También en otros casos existen tendencias a conflictos irre-
ductibles, que terminan en violencia y descontrol, procesos que sir-
ven a las élites conservadoras para reivindicarse como los únicos con
capacidad de gobernar. Como es natural, la participación indígena
es resultado de un mixto de costumbres tradicionales y occidentales.
Como señala Jasso:

En pocas comunidades aún persisten las formas tradicio-


nales de representación indígena que se circunscriben al
plano religioso. Esto provoca que la participación política
de estas poblaciones siga otra lógica, donde valores como la

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experiencia, el prestigio y el honor son claves para ocupar


cargos de decisión. Hay que tener en cuenta que estas prác-
ticas políticas presentan una mezcla de elementos tradicio-
nales y occidentales acerca del ejercicio de la justicia, la re-
solución de conflictos, la autoridad y la organización social.

El caso de los purépechas, con similitudes y contrastes respecto de


otras comunidades, muestra una fuerte vinculación con la lógica
de los partidos, y se diferencia del discurso antipartidos predomi-
nante en otras comunidades.
La parte final del libro se ocupa de las relaciones entre calidad demo-
crática y comportamiento electoral. En el capítulo “Calidad democrá-
tica y comportamiento electoral en los estados, la alternancia” se
presta atención a la alternancia en México. A partir de la relación
entre modelo de democratización y calidad democrática, se anali-
za la evolución del comportamiento electoral en torno a un México
anclado en el Partido Revolucionario Institucional (pri) y otro, en
expansión, con comportamientos electorales móviles y un creciente
electorado de opinión.
El trabajo de José Arturo Rodríguez Obregón y Juan Poom Me-
dina analiza correlaciones entre dimensiones de capital social y cultu-
ra de la legalidad con comportamiento electoral. Al respecto, afirman
que “estas correlaciones indican que la confianza en las instituciones
es un incentivo importante que incrementa la probabilidad de que un
ciudadano asista a votar”. Por otra parte, encuentran correlación po-
sitiva entre la variable que señala que “se deben obedecer siempre las
reglas” y la de “participación electoral”. Finalmente, concluyen que “el
cumplimiento de la ley y la capacidad estatal para lograrlo, además de
tener reglas claras y estables y de conocimiento universal, pueden ser
determinantes para que un ciudadano tenga incentivos de participa-
ción”. Así, dimensiones relacionadas con la civilidad y la cultura de la
legalidad resultan relevantes para la participación electoral.
El trabajo final corresponde a Marcela Ávila Eggleton. En éste,
se analiza y reflexiona sobre cuánto del comportamiento electoral (en
sus dimensiones de participación y volatilidad) es determinado por la
rendición de cuentas vertical, la competitividad y la representación.

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Conclusiones

Para ello, se analizan datos que provienen de resultados electorales de


diputados federales de mayoría relativa a nivel distrital en las eleccio-
nes de 2006 y 2009. Entre los resultados destaca una orientación re-
trospectiva del votante en las urnas que se activa, sobre todo, a la hora
de sancionar a sus representantes. Ello implica que el ciudadano tiende
a votar con el fin de castigar a sus representantes, pero no de premiar-
los. Lo anterior propicia que la participación se reduzca en la medida
en que los márgenes por los que se reelige un partido se incrementen.
Asimismo, refuta la hipótesis de que la representación se fortalece en
función de un mayor número de partidos electorales, por lo que más
partidos no generan modelos más participativos de comportamiento
electoral.
Como se puede ver, en el transcurso del libro se han explorado
diversas hipótesis, que van desde la postulación de las variables rela-
cionadas con la calidad democrática hasta las que atienden a dimen-
siones comunitarias. En general, hay una confluencia de opinión en
los siguientes puntos:

• La confianza aparece como un factor relevante que promueve la


participación electoral.
• Hay tipos de capital social diferentes en las tres regiones consi-
deradas. El México más cívico radica en el norte, el centro es el
de mayor moderación y el sur es el menos normativo.
• El bajo asociacionismo en México, así como cierto encierro fa-
milístico, se realimentan reforzando desafección política.
• El rol de la herencia política es muy activo en los valores y com-
portamiento de los ciudadanos.
• No hay tendencias claras de progreso democrático. Así, se ha vis-
to que confluyen tendencias regresivas en activismo político y el
consiguiente interés por lo público, con avances en competitivi-
dad y alternancia en enclaves de cultura hegemónica.

El sistema político mexicano es enormemente complejo, tanto por la


variedad y profundidad de sus legados históricos como por su posi-
ción geopolítica de puente entre América Latina y la súper potencia
estadounidense. Los actores mexicanos se guían por voces que tienen

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distintos orígenes históricos y provienen de distintos universos cul-


turales. En ese contexto, los avances graduales, pero en desarrollo, de
la recuperación de la pluralidad cultural pueden resultar ampliaciones
vanas si sólo se trata de pobres que participan, lo que devalúa la arena
de competición política. Por el contrario, esos avances hacia la plura-
lidad se pueden convertir en mejor calidad democrática si aumenta
la voz. Como se ha mencionado, la voz es proporcional al sentido de
pertenencia de los espacios donde se discute y dirime sobre la cosa pú-
blica; la pertenencia, gran déficit de la mayoría mexicana, para sentirse
ciudadano pleno de la piazza donde todos son iguales.
¿Hacia dónde va la democracia mexicana? Como lo sugiere el capí-
tulo “Calidad democrática y comportamiento electoral en los estados,
la alternancia”, México está superando el umbral de la desconfianza
electoral. Las elecciones del 2006 fueron excepcionales en paridad de
votos entre los principales contendientes; y si bien posible, resulta poco
probable un escenario similar. 2006 fue una prueba importante no sólo
para los garantes institucionales sino para la democracia y la sociedad
misma. Las voces e inercias del pasado volvieron como fantasmas, pero
la ciudadanía del presente no acompañó, más bien desalentó riesgos
radicales. Los avances logrados en la dimensión electoral son de gran
envergadura e históricamente fueron posibles por la presiones de la
comunidad política sobre el poder, así como por las reformas insti-
tucionales. El rol de las reformas electorales, entre ellas, la creación
de garantes de imparcialidad, ha sido crucial y ofrece hoy sus frutos.
Ésta es una base indispensable para la calidad, pero a la luz de los ideales
democráticos es una base insuficiente. El centro de la agenda para
una democracia de calidad se debe desplazar hacia la superación de
otros umbrales. La atención debe privilegiar de manera decidida
el problema de la desigualdad. En verdad, desigualdades políticas,
socioeconómicas y culturales. Se trata de problemas complejos y
profundos, con enormes dificultades para quien los afronte, pero in-
soslayables para quien se precie de demócrata.
En Sudamérica, Chile agendó los problemas de las desigualdades
y logró avanzar fuertemente en la erradicación de la indigencia y en
el imperio de la ley, dos progresos en la igualdad, por cierto, funda-
mentales. El porvenir de México dependerá de cuánto los gobiernos

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establezcan como política de Estado cuestiones relacionadas con la
igualdad. Se trata de cuestiones a nivel económico para resolver si-
tuaciones lacerantes; a nivel cultural, que deben garantizar y premiar
acciones de igualdad y reconocimiento de la diversidad; a nivel ins-
titucional, deberán generarse políticas que promuevan la simplici-
dad de gestión, la creatividad y la autonomía personal. La calidad
democrática es para los ciudadanos, microdemocracia. Y la agenda de
calidad democrática debe proponer resultados en ese nivel.
Por último, el problema del narcotráfico en México, que hoy
alarma al mundo, no es sólo coyuntural. Muchos aspectos de la cul-
tura, de la sociedad, de las instituciones mexicanas y de sus rela-
ciones con el mundo cambiarán. ¿Qué impacto están teniendo el
narcotráfico y la violencia sobre los ciudadanos, sobre su relación con
la política, sus valores y su comportamiento electoral? Son preguntas
iniciales para una agenda inminente. Aquí el problema no es sólo de
valores democráticos, como en los problemas de las desigualdades.
Constituye una amenaza a la integridad y seguridad de la nación.
Esta agenda inminente no puede ser sólo planteada desde los orga-
nismos de seguridad pública. Su complejidad requiere de multipers-
pectivas. Debe ser agenda del conjunto de instituciones y de actores
de la sociedad civil. Los problemas de la calidad democrática son
de reglas y actores, se dijo en el comienzo, y están atravesados por
factores externos al régimen político. Ambos temas planteados se
corresponden con esa perspectiva. Desde la ciencia política, se trata
de afrontar el análisis desde la complejidad. Si no para prever, por lo
menos para evitar que los cambios dejen sin aliento a quienes tienen
la responsabilidad de mejorar con políticas la calidad de la cosa pú-
blica.

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Documentos institucionales

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Electorales (2003 y 2005). México: ife.
Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (2005). Los pue-
blos indígenas en el proceso de Distritación 2005. México: Comisión Nacio-
nal para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas.
Instituto Federal Electoral, ife (2004). Acuerdo CG104/2004 del Consejo Ge-
neral del ife de 15 de julio de 2004 “por medio del cual se aprueban los
criterios y consideraciones operativas que se utilizarán en la formulación
de los proyectos de división del territorio nacional en 300 distritos elec-
torales federales uninominales, así como la creación del Comité Técnico
para el seguimiento y evaluación de los trabajos de distritación.” Publica-
do en el Diario Oficial de la Federación, el 17 de agosto de 2004. México.
Partido Acción Nacional, pan. Estatutos, declaración de principios y programa de
acción.

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Bibliografía

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programa de acción.
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grama de acción.

Páginas electrónicas

Comisión de Desarrollo de los Pueblos Indígenas: http://www.cdi.gob.mx/


Declaración Universal de los Derechos Humanos: http://www.unesco.org/gene-
ral/fre/legal/droitshommes
Derechos Indígenas en Materia Electoral: http://www.te.gob.mx/
Instituto Federal Electoral, ife: http://www.ife.org.mx
Instituto Nacional de Geografía y Estadística, inegi: http://inegi.org.mx/;
http://cuentame.inegi.org.mx/impresion/poblacion/lindigena.
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Universidad Nacional Autónoma de México, unam: http://www.nacionmulti
cultural.unam.mx/Edespig/pueblos_y_culturas/estudios_regionales/
gro-en%20datos-(doc-3).pdf; http://www.nacionmulticultural.unam.
mx/Portal/Izquierdo/indicadores/indicadores.html

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Acerca de los autores

Marcela Ávila Eggleton es doctora en Ciencias Políticas y Socia-


les con orientación en Ciencia Política por la Universidad Nacional
Autónoma de México. Entres sus temas de interés se encuentran:
sistemas electorales, comportamiento electoral, representación polí-
tica y modelos de ciudadanía. Sus últimas publicaciones son: (2010).
“Participación y abstención en México” (en coautoría con Martha
Gloria Morales Garza, Henio Millán Valenzuela y Luis Alberto
Fernández García. Publicación electrónica. México: ife); (2008).
“Representatividad y calidad de la democracia en los sistemas elec-
torales municipales en México” en Russo, Juan José y Jorge Alber-
to Sánchez Ortega (coords.). Nueva política y calidad democrática en
México (México: Fundap).

Ana Díaz Aldret es doctora en Ciencias Sociales por la Universidad


de Guadalajara. Se ha especializado en estudios de cultura política,
capital social, democracia y participación ciudadana. Es miembro
del Sistema Nacional de Investigadores desde 2005. Sus publicacio-
nes más recientes son: La paz y sus sombras. Cultura política en Que-
rétaro (México: Miguel Ángel Porrúa / uaq) y “Ciudades y demo-
cratización en México” en Ciudades mexicanas. Desafíos en concierto
(México: conaculta / fce).

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Acerca de los autores

Raúl Fernández Gómez es doctor en Sociología por la Ecole des


Hautes Etudes en Sciences Sociales. Sus líneas de investigación
son: élites políticas, procesos electorales, ciudadanías, movimientos
sociales. Entre sus publicaciones recientes están: (2009). Juego po-
lítico y guerrilla rural en México; (2009). “El impacto de la Reforma
Electoral Federal de 1996 en el cambio político en Guerrero”, en
Peschard, Jacqueline. El federalismo electoral en México; (2010). “La
construcción social de la calidad educativa: lecciones y aprendizajes
de la escuela primaria Ignacio Manuel Altamirano” (en coautoría
con Francisco Miranda López); (2009). 50 años de participación po-
lítica de las mujeres de Guerrero 1958–2008 (en coautoría con Rosa
Icela Ojeda Rivera); (2010). Directorio del Congreso Mexicano. lxi
Legislatura. 2009 – 2011 (en coordinación con Jorge Alcocer).

Ivy Jacaranda Jasso Martínez es doctora en Ciencias Sociales


con especialidad en Estudios Rurales por El Colegio de Michoacán.
Sus temas de investigación son: movimientos y organizaciones indí-
genas en México. En los últimos años ha incursionado en temas rela-
cionados con procesos electorales, ciudadanía, gobierno local y edu-
cación intercultural. De sus publicaciones recientes destacan: (2009).
“Puntos de análisis y reflexión sobre la Declaración de las Naciones
Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas”, en Revista Ra
Ximhai; (2010). “Las demandas de las organizaciones purépechas y el
movimiento indígena en Michoacán”, en LiminaR. Estudios Sociales y
Humanísticos; (2011). “Organizaciones indígenas purépechas y estra-
tegias para ocupar el gobierno local en Michoacán”, en Organización
política y gobernabilidad en territorios indígenas (México: Miguel Ángel
Porrúa).

Max Arturo López Hernández es licenciado en Economía con


especialidad en Política y Gestión Educativa; maestro en Ciencias
Sociales y maestro en Política Pública Comparada por la Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales. Actualmente realiza los es-
tudios del Doctorado en Ciencias Políticas y Humanidades en el
Centro de Investigación y Docencia en Humanidades del Estado
de Morelos. Recibió el Premio Estatal al Mérito Civil en Econo-

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Acerca de los autores

mía Política 2007 por parte del Gobierno del Estado de Guerrero.
Cuenta con diversas publicaciones en libros, ensayos y artículos, en
especial sobre asuntos de política gubernamental y movimientos so-
ciales en el estado de Guerrero.

Justino Lozano Alvarado es maestro en Ciencias sociales por la


Universidad Autónoma de Guerrero. Entre las temáticas de estudio
están: democracia y partidos políticos, gobernabilidad y movimien-
tos sociales. Sus últimas publicaciones son: (2010). La construcción de
ciudadanía en México; (2009). Gobernabilidad en el estado de Guerre-
ro; (2008). Gobernabilidad y movimientos sociales en Guerrero; (2002).
Partidos políticos y democracia en Guerrero (Prospectiva 2020); (2000).
El movimiento cívico-popular de 1960 en Guerrero. Un acercamiento a
su cultura política.

Juan Poom Medina es doctor en Ciencias Sociales con especiali-


dad en Ciencia Política por la Facultad Latinoamericana de Cien-
cias Sociales México. Es autor de diversos artículos especializados
en temas electorales y de gestión pública que se enfocan al estado de
Sonora. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel I.
En 2006 obtuvo el Premio Nacional de Administración Pública, que
otorga el Instituto Nacional de Administración Pública. Entre sus
publicaciones se encuentran: (2009). “La reforma electoral en So-
nora 2008: retos, avances y agenda pendiente en un contexto de alta
competitividad electoral” en México después. Las reformas postelecto-
rales (Guadalajara: Ediciones y Gráficos eon / Universidad de Gua-
dalajara) y (2009). “Tragedia y alternancia electoral: las elecciones de
gobernador en Sonora, 2009” en Los estados en el 2009: Lucha política
y competencia electoral (México: unam / ieem).

José Arturo Rodríguez Obregón es doctor en Ciencias Sociales


con la especialidad en relaciones de poder y cultura política por
la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco. Entre sus
temas de interés se encuentran: instituciones políticas y cultura
política. Sus publicaciones más recientes son: (2005). Sistemas elec-
torales y gobiernos en México, T. I “Sistemas electorales y gobiernos

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Acerca de los autores

municipales” (Querétaro: Fundación Universitaria de Derecho,


Administración y Política / ieq); (2010). “Vía y dimensiones del
cambio político en México”, en Cambio político y déficit democrático
en México (México: Miguel Ángel Porrúa); (2011). “La reelección
inmediata de diputados y presidentes municipales: ventajas, ries-
gos y posibilidades”, en Revista Universidad de Sonora, núm.30;
(2011). “Los sistemas electorales mixtos y la democratización del
sistema político”, en Tribunal Sonot, Revista del Tribunal Estatal
Electoral del Estado de Sonora, núm. 2.

Juan José Russo Foresto es doctor en Ciencia Política por la Universi-


tá di Firenze. Ha impartido cursos y conferencias en Universidades de
España, Francia, Italia, Argentina yMéxico. Actualmente es profesor
titular de la Universidad de Guanajuato. Desde la política comparada
se ha ocupado de temas de teoría de la democracia, cambio político y
capital social. Entre sus publicaciones se encuentran: (2007). Modelos
de democratización (México: Fundap); (2008). Nueva política y calidad
democrática en México (coordinado junto con Jorge Alberto Sánchez
Ortega. México: Fundap); (2009). La alternancia imperfecta (Buenos
Aires: Estudios Sociales), (2009). Argentina: un sistema con vulnerabili-
dad asimétrica (Buenos Aires: Estudios Electorales); (2010). Democra-
tización y competición política (México: Plaza y Valdés).

María Fernanda Somuano Ventura es doctora en Ciencia Política


por la Universidad de Iowa. Entre sus temas de interés están: partici-
pación política electoral y no electoral en México y América Latina;
opinión pública; ciudadanía; sociedad civil y movimientos sociales;
democracia subnacional. Entre sus publicaciones: (2011). The role of
ngos in the process of democratization. The case of Mexico. (Saarbrücken:
Lambert Academic Publishing); (2010). “De la regiones al centro: La
influencia del factor local en las reformas electorales federales (1988-
2000)” (con Laura Flamand. México: ife); (2010). “Movimientos
sociales y partidos políticos: una relación voluble y compleja”, en Los
grandes problemas de México, vol. 6 (México: El Colegio de México);
(2010). “Organizaciones civiles: formación y cambio”, en Los grandes
problemas de México, vol. 14 (México: El Colegio de México).

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Acerca de los autores

Marina Inés de la Torre Vázquez es doctora en Arquitectura por


la Universidad de Guanajuato. Realizó una estancia de posgrado
en la Ecole d’Architecture de Paris-Belleville. Desarrolla las líneas
de investigación: espacio público, sustentabilidad social y violen-
cia urbana. Ha sido profesora en universidades de Argentina y
México. Actualmente es profesora tiempo completo en la Divi-
sión de Arquitectura, Arte y Diseño de la Universidad de Gua-
najuato. Entre sus publicaciones están: (2011). La ciudad de los
otros (México: Plaza y Valdés) y (2010). “Espacio público y capital
social” y (2010). “Configuración espacial, comportamiento social
y seguridad de las calles residenciales”, en Revista Ciudades 86:
¿Ciudades seguras?; (2009). “Implicaciones de la confianza social
en la configuración de las calles residenciales”, en Palapa, Revista
de Investigación Científica en Arquitectura.

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Calidad democrática, formación ciudadana y comportamiento electoral,
con un tiraje de 2500 ejemplares,
se terminó de imprimir en el mes de diciembre de 2010,
en Talleres Gráficos de México,
Av. Canal del Norte #80, Col. Felipe Pescador,
Del. Cuauhtémoc, C.P. 06280, México, D.F.
El cuidado de la edición estuvo a cargo de Talleres Gráficos de México.

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