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La mezcla de teoría, práctica y experiencia personal que ofrece este libro presenta una visión

única de la enfermedad y demuestra la eficacia de métodos diferentes de tratamiento, así como


la importancia de la relación entre cliente y terapeuta. El resultado es una rica fuente de
inspiración y una guía para terapeutas, otros profesionales, cualquier persona con trastornos de
la alimentación y, por supuesto, los grupos familiares implicados. Esta es la historia de una
lucha... y de una victoria. Andrea, de 26 años, tenía 17 cuando la anorexia se cruzó en su
camino. Luego fue la bulimia la que le hincó los dientes. Pero ella plantó cara a la enfermedad
y la doblegó. Me llamo Andrea y tengo 26 años. He estado enferma durante seis, primero con
anorexia y luego, con bulimia. Pero todo eso ya es pasado. Desde el 23 de marzo de 1996,
último día en que me metí los dedos en la boca y me provoqué un vómito, estoy curada. Y por
eso escribo estas líneas: para decir a quienes padecen algún trastorno de la alimentación que
de eso se sale. Comencé a tener problemas con la comida a los 17. Me sentía insatisfecha
conmigo misma, pensaba que nadie me quería por lo que era realmente, sino sólo por mi
aspecto físico... y en esto cambié de colegio: de ir a uno de chicas con uniforme pasé a otro
mixto en el que cada uno vestía como quería. Empecé a fijarme en el físico de la gente... y me
dejé de gustar. Me miraba en el espejo y me parecía que la ropa me quedaba mal, deseaba
parecerme a otras chicas. Y dejé de comer. Al principio, lo típico: me quité del pan, de los
dulces... Luego fui reduciendo las raciones: en vez de un sandwich entero, me comía medio. Y
fui reduciendo hasta que no quedó nada. Se me fue de las manos. Llegué a pesar 45 kilos. Yo,
que mido 1,70 metros... No me daba cuenta de que estaba enferma. Al revés, el no comer me
hacía sentirme fuerte. Cuanto más delgada estaba, más ganas tenía de seguir adelgazando y
más infeliz era. Y así estuve dos años y medio. Pero hace falta una enorme fuerza de voluntad
para no comer, para mantenerse en la abstinencia alimentaria. Yo, la verdad, pasaba hambre.
Había momentos en los que los ojos se me iban detrás de los dulces. Y un verano descubrí lo
que a mis ojos se presentó como la panacea: el vómito. Me permitía comer lo que quisiera sin
engordar. Y, sin saber dónde me metía, me convertí en bulímica. Me daba auténticos atracones
y luego me purgaba. Me atiborraba de comida cuando me sentía triste, cuando me sentía
alegre. Siempre había un motivo para empacharme. Y terminaba los banquetes con el vómito.
Por dentro, sentía un vacío gigantesco. Me veía sucia y tenía miedo, miedo físico a estar
acabando con mi salud. Yo quería ser como los demás, y cada día me veía mas distante del
resto del mundo, más aislada. Hace ya tres años y medio largos desde la última vez que me
provoqué un vómito. Sé que he tenido suerte, porque es muy difícil acabar con esta tortura.
Salir de una anorexia o de una bulimia lleva mucho tiempo y es duro. Yo estuve yendo al
psicólogo y al psiquiatra. Pero creo que, sobre todo, me curé porque me alimentaron el ego,
porque mi familia y mi novio lograron que me sintiera querida. Creo que la enorme fuerza de
voluntad que te hace dejar de comer te puede servir para curarte. Porque, igual que tienes que
tener una tenacidad a prueba de bombas para dejar de comer, necesitas la misma fortaleza
para reconciliarte con la comida. Igual que antes me esforzaba por perder peso, ahora me
esfuerzo por ser normal. Al principio me vigilaba constantemente: espiaba mis propios
pensamientos, me ponía barreras psicológicas para frenar los mecanismos de la enfermedad...
Y pedí a mis familiares y a mi novio que también me vigilaran. Por ejemplo, les rogaba que no
me dejaran ir al baño sin hacer la digestión. Me dio mucha vergüenza decírselo. Pero también
fue muy gratificante: me sirvió para darme cuenta de que tenía gente en la que confiar.
Combatir la anorexia o la bulimia es una lucha continua contra ti misma. Es muy difícil olvidarte
del tema de la comida, porque durante mucho tiempo eso es lo único que ha ocupado tu
cabeza. Tienes que esforzarte e ir quitándote manías. Por ejemplo: yo, al principio, si me comía
un dulce a media tarde luego no cenaba... hasta que un día cené y vi que no pasaba nada. Si
me apetecía un refresco y no había Coca-Cola light, no bebía nada... hasta que un día me
atreví con una Fanta y me quedé tan ancha. Ahora,cada vez pienso menos en la comida y,
sobre todo, estoy feliz porque he hecho las paces conmigo misma y me siento como una chica
normal. ¡Todo un logro! Además, por las mañanas acudo como voluntaria a Adaner, la
Asociación en Defensa de la Atención a la Anorexia y la Bulimia. Mi trabajo consiste en
contestar las llamadas de la gente que contacta con nosotros pidiendo ayuda e información.
Aunque a veces me siento muy impotente porque los recursos sanitarios no son suficientes,
siempre me siento muy útil. Y eso, es una terapia increíble.

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