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Carlos Aragón-Navarro
Capítulo I
Deconstruyendo la ingeniería jurídica del Juicio de Amparo
Capítulo II
Frustrando a la justicia
Capítulo III
Conclusiones…………...…………………………………………………..………….………41
Recursos Bibliográficos……………....……………………………………………...………44
Introducción
En el imaginario colectivo del México encantado, el Juicio de Amparo se asentó como una
institución flexible, intuitiva y de gran eficacia factual que, amén de tutelar los derechos
fundamentales del individuo contra los excesos del poder, consiguió a veces -aún enfrentando los
caprichos del Poder Ejecutivo, cuando su voluntad era norma suprema en el país- ser un efectivo
control de la constitucionalidad.
Así, durante décadas, el Amparo mexicano logró un nivel de excelencia en puridad conceptual y
técnica jurídica, que le llevó a trascender las fronteras de la hermenéutica forense internacional,
haciendo escuela y creando tradición como un mecanismo eficaz y eficiente de control del poder.
Empero, sin demérito a sus innegables bondades, en los albores del siglo XXI comienza a
manifestarse una descomposición preocupante en el fondo y la forma del también llamado
“Juicio de Garantías”.
En efecto, es evidente que, desde que el Juicio de Amparo se retomó en la Carta Federal de 1917
–surgió por vez primera en el Acta de Reformas de 1847 y lo recogió el constituyente del ’57-
embates concurrentes de las cúpulas del poder político, inciertas prácticas de la judicatura y
desafortunadas reformas constitucionales han ido desgastando la institución del Amparo hasta
ponerla en un “trance de muerte” [Silva, 2007].
Al respecto, y a título de evidencia, recordamos dos recientes veleidades jurídico políticas en que
ha incurrido el Pleno de la Suprema Corte:
Por una parte, luego de una acción de inconstitucionalidad que captó la atención del país por las
partes afectadas –los titanes de la televisión abierta en México, nada menos- la Corte hizo una
declaración de nulidad de varios artículos de la Ley de Radio y Televisión, invalidando con ese
valiente fallo una ineluctable concentración de poder fáctico. En esos momentos, la Suprema
Corte de Justicia de la Nación se mostró como un verdadero Tribunal Constitucional,
prestigiando su imagen ante el pueblo al que debe lealtad.
Preciso es decir que poco duró el gusto. Tan sólo unos meses después, la misma Corte que
pareciera un gigante en su resolución contra el abuso de las televisoras, se hundió en un mar de
sospechas, pues le dio la espalda a la justicia con tal de favorecer a un gobernador lascivo y a sus
cómplices.
Es el caso que, en ejercicio de las facultades que le otorga el párrafo segundo del artículo 97
constitucional, la Corte investigó un asunto que involucraba redes de pederastia y tráfico de seres
humanos con una conspiración de altas autoridades para violar los derechos fundamentales de
una periodista, cuyo único delito fue el de denunciar la terrible conjura. Luego de meses de
“investigación”, al momento de rendir su dictamen –que, cabe aclarar que cuando se produce en
ejercicio de las facultades de investigación del 97 carece de imperio, en esas circunstancias a la
Suprema Corte le es dado sólo emitir un dictamen no vinculante- la Corte, constituida en Pleno
Falla la Corte y falla en el asunto de la periodista Lydia Cacho –pues no es a otro al que nos
referimos- y exhibe con ello una severa inconsistencia.
Tal inconsistencia se hace más notable porque, a diferencia de otras decisiones controvertidas,
donde a pesar del disenso de sus miembros, el Pleno siempre ha mostrado unidad al exterior –
aunque sea de manera aparente- en esta ocasión, los Ministros que conformaron la minoría han
enfatizado sus diferencias al grado de que los cuatro que votaron en contra de la absolución han
hecho público su desacuerdo e inclusivo uno de ellos, Genaro David Góngora Pimentel, continúa
denunciando la ilegalidad de la resolución en su página personal del portal electrónico de la
Corte.
¿Cómo alentar esperanzas de que ciudadanía y gobierno respeten la ley cuando el Poder de la
Federación encargado de aplicar el derecho, la pervierte?
Sin duda, y para mal, el affaire Cacho es una prueba de cómo puede resolver y actuar el Pleno de
la Corte. Desafortunadamente –para México- hay otros temas menos conspicuos que, sin
embargo, lesionan más profundamente el orden constitucional.
Uno de ellos es aquél en que, en aras de “dedicar sus energías a resoluciones que contribuyeran
de modo significativo a mejorar nuestros sistemas de impartición de justicia”2 la Corte transfirió
ilegalmente un deber prioritario que le impuso el constituyente:
1
Góngora Pimentel, Genaro, “Opinión al Dictamen que valora la Investigación Constitucional realizada por la Comisión
designada en el Expediente 2/2006”, (Caso Puebla) [en línea] México, Suprema Corte de Justicia, 2007, en Página personal
del Ministro Genaro David Góngora Pimentel, [citado-05-01-2008], Formato PDF, Disponible en Internet:
http://www2.scjn.gob.mx/Ministros/ministroGongoraPimentel/portal_mgdgp.htm
2
Suprema Corte de Justicia de la Nación, Pleno, “Acuerdo General 5/2001”, en el Diario Oficial de la Federación, [en línea]
2001, [citado 01-01-2008] Formato PDF, Disponible en Internet:
http://diariooficial.segob.gob.mx/nota_to_imagen_fs.php?cod_diario=150066&pagina=78&seccion=1
Para nadie es secreto que las autoridades de todos los órdenes de gobierno ignoran y desafían los
mandatos protectores de las sentencias de Amparo, y tampoco es secreto que tal desobediencia se
ha extendido en forma peligrosa, subyaciendo en el ámbito forense como un cáncer perverso.
Como una enfermedad crónica, que va disolviendo el cuerpo que la alberga hasta que lo liquida,
legisladores, jueces y ministros consienten o propician esa disolución del orden público. Paso a
paso –tolerando que los incumplimientos de las sentencias de Amparo puedan calificarse de
“excusables”, aún cuando encierran una violación a un derecho constitucional; abriendo lagunas
a la subjetividad de la obediencia, como la concesión de “plazos prudentes” para el
cumplimiento cabal de la sentencia de amparo; y favoreciendo inclusive la prosaica vía del
“cumplimiento sustituto”, que le pone precio a la justicia- el Juicio de Amparo pierde fuerza, se
diluye, se extravía… Con ello, la peligrosa impericia de quienes debían sostener el orden
constitucional frustra algo más que el mandato del legislador: Traiciona a la Justicia.
De cara a ese catálogo de permisividad complaciente y subjetiva, poca trascendencia tiene el que
un ciudadano a quien le violaron una garantía individual, venza en el Juicio de Amparo y reciba
el fallo protector. Así lo expresa un afectado Juez de Distrito:
De ese “inicio de otro procedimiento”; del atroz incumplimiento de las sentencias de Amparo; de
los medios de defensa que la ley otorga al quejoso y de los requisitos de procedibilidad de los
3
Lagunes Mendoza, José A.; “Procedimientos previstos en la Ley de Amparo para lograr el cumplimiento de las Sentencias”
[en línea] México, Ilustre Instituto Nacional de Estudios Jurídicos, Políticos y Sociales de México, 2006, [citado 07-01-
2008] Formato PDF, Disponible en Internet:
http://www.ilustreinstitutonacional.com/biblioteca/iii%20congreso/procedimientos.pdf
No obstante, el quid del presente trabajo se centra en el análisis de la naturaleza jurídica de los
Acuerdos Generales de la Corte y sus alcances, para lo cual habremos de deconstruir, en lo
conducente, el Acuerdo General 5/2001 de la Suprema Corte de Justicia, comentando las
consecuencias jurídico-políticas que ha tenido en el orden constitucional mexicano, por cuanto a
la decadencia de la certeza del derecho y el desacato a las sentencias de Amparo.
De lo anterior, desprenderemos tres preguntas rectoras: ¿Qué facultades reales le daba, al Pleno
de la Corte, el párrafo séptimo del artículo 94 constitucional? Su resultado… ¿Es constitucional?;
al emitir el Acuerdo 5/2001, ¿la Suprema Corte de Justicia de la Nación se condujo como un
Poder acotado, con frenos y contrapesos o se excedió en las facultades con que le dotó el
legislador en el caso concreto del acuerdo de mérito?
En el contexto establecido por las interrogantes que enunciamos, recordaremos las fases
elementales que permiten que una ley sea legal, dando cabida con ello a una referencia obligada
al proceso legislativo.
¿Importa que los tres órdenes de gobierno respeten la institución del Amparo? Numerosos
autores, entre los que destacan Elías Díaz y Sergio Márquez Rábago, señalan que es
indispensable, que para poder decir que un país se halla dentro de un “Estado de Derecho” debe
existir el respeto a las decisiones judiciales, junto a otros vectores, tales como el Reconocimiento
y Prevalencia de los Derechos Fundamentales del hombre; el Imperio de la ley; la División de
poderes y la Legalidad de la Administración. [Márquez, 2006)
Por tanto, pareciera inadmisible que el propio órgano encargado de dictar el derecho sea quien
desconozca, tuerza y propicie la inobservancia de la ley, que es en lo que se traduce al fin la
desobediencia a las sentencias de amparo, consentida, o al menos postergada por el propio Pleno
de la Corte.
Bajo las premisas antedichas, cuestionaremos la constitucionalidad del Acuerdo General 5/2001,
sostendremos que la Suprema Corte de Justicia se condujo como un Poder ilimitado, sin frenos y
contrapesos al dictar administrativamente una disposición que requería transitar antes por todo el
proceso legislativo y que el Poder Judicial Federal –representado por el Pleno de la Corte o
abusado por ésta- excedió las facultades que le confiere el párrafo séptimo del artículo 94
Constitucional. Esa es la tesis que rige este trabajo.
Capítulo I
Deconstruyendo la ingeniería jurídica del Juicio de Amparo
1.1Naturaleza jurídica del Amparo en México; 1.2 Fin último del Juicio de Garantías; 1.3 La Sentencia de Amparo,
hoy.
Para empezar a conocer un concepto -para asirse de él- conviene definirlo, sin que por ello el
sujeto en estudio quede acotado o disminuido, pero tal definición lo acerca a nosotros,
tornándolo familiar… manejable.
Bajo esa lógica citamos, en primer término, el significado que la Real Academia Española ha
asignado al vocablo “Amparo”:
amparo.
1. m. Acción y efecto de amparar o ampararse.
2. m. Persona o cosa que ampara.
3. m. (…)
amparar.
(Del lat. anteparāre, prevenir)
1. tr. Favorecer, proteger.
2. (…)
afectación actual, personal y directa a los derechos de una persona jurídica, sea individual o
colectiva”4
Para establecer el contexto del alcance del Amparo, tiene especial relevancia la opinión de uno
de los actuales Ministros de la Suprema Corte de Justicia, Genaro David Góngora Pimentel
quien, como juzgador en pleno ejercicio, asegura: “La institución del juicio de amparo funciona
y protege a los mexicanos de los actos arbitrarios de las autoridades, cuando éstas burlan las
garantías individuales” 6
Por último, rescatamos una frase que le define así: “Juicio autónomo constitucional, que tiene
por objeto resolver las controversias a que alude el artículo 103 de la Carta Federal -cuando se
violen garantías individuales- y cuya sustanciación se efectuará de acuerdo a los
procedimientos y formas del orden jurídico que establecen la Constitución y la ley de la
materia” [Silva, 2007]
El poder político es como una bestia que no conoce límites ni freno y, en esa circunstancia, sólo
la existencia de una norma suprema y un medio de control emanado de ella está en capacidad de
establecer linderos, de brindar un margen de seguridad al gobernado para protegerle de los
excesos del poder central.
4
Diccionario Jurídico Mexicano, tomo I, [en línea] México, Universidad Nacional Autónoma de México Instituto de
Investigaciones Jurídicas, 2007, [citado 07-01-2008] Serie E, Varios, Núm. 18, Formato PDF, Disponible en Internet:
http://www.bibliojuridica.org/libros/3/1168/pl1168.htm.
5
Burgoa O., Ignacio, “El Juicio de Amparo”, México, Porrúa, 2001
6
Góngora Pimentel, Genaro, “Introducción al Estudio del Juicio de Amparo”, 1ª. ed., México, Ed. Porrúa, 1987
Así las cosas, mediante el Juicio de Amparo, el gobernado alcanza la protección de sus derechos
públicos subjetivos –violados por leyes y actos de autoridad que le causan un agravio personal,
objetivo y directo- y el gobierno protege las garantías individuales, conservando con ello el
orden constitucional y el Estado de Derecho.
Las bases en que se sustentan las controversias derivadas de actos de autoridad que violan los
derechos públicos individuales se exponen en el artículo 107 de la Carta Federal y rigen el
proceso constitucional de garantías, adjetivado por la Ley de Amparo, en vigor desde 1936.
Latu sensu, podemos afirmar que el objeto del presente ensayo guarda íntima relación con el fin
último del Juicio de Garantías. La justificación de esta propuesta atiende a que, como expusimos
antes, si bien es cierto que es tarea de los Tribunales del Poder Judicial de la Federación conocer
de toda controversia suscitada por actos de autoridad que violen las garantías individuales, y que
mediante el Juicio de Amparo se protegen garantías individuales, también lo es que el Amparo
no tiene otra finalidad que restituir al quejoso en el pleno goce de la garantía individual violada,
restableciendo las cosas al estado que guardaban antes de la violación -cuando el acto reclamado
sea de carácter positivo- u obligar a la autoridad responsable a que obre en el sentido de respetar
la garantía de que se trate, cuando el acto sea de carácter negativo.
En ese tenor, si el fin último del Juicio de Amparo consiste en que el quejoso sea restituido el
“pleno goce” de su derecho ¿a título de qué, un tecnicismo absurdo o, peor aún, una serie de
determinaciones jurídico-político-administrativas (significando con ello las adecuaciones a la
fracción XVI del artículo 107 constitucional y 105 de la Ley de Amparo que establecen
“incumplimientos excusables” y “cumplimientos sustitutos” ) se puede romper el equilibrio que
establecía la original fracción X de la Carta Federal de 1917?
Nos explicamos:
En tal fracción, el constituyente disponía, sin más, que: “La autoridad responsable será
consignada a la autoridad correspondiente, cuando no suspenda el acto reclamado, debiendo
hacerlo…”
Pero el mandato del constituyente de 1917 era aún más enérgico contra la autoridad que,
desafiando el texto constitucional: “insistiere en la repetición del acto reclamado o tratare de
eludir la sentencia de la autoridad federal” pues entonces sería “inmediatamente separada de su
cargo y consignada ante el Juez de Distrito que corresponda, para que la juzgue”
Sólo con una redacción así, podía el Estado intentar someter al imperio de la ley a las decenas de
gobernadores y miles de presidentes municipales y otros felones con poder, que atropellan a los
súbditos del gobierno mexicano que se encuentran inermes ante los constantes abusos de la
dominación.
Porque, ¿Para qué acude alguien ante los Tribunales de la Federación a promover un Amparo?
¿Cuáles son las condiciones del gobernado para tener que acercarse en súplica al Juzgador? 7
Leyes o actos de autoridad que atacan, vulneran o lesionan la esfera de derechos públicos de la
persona –física, moral, de derecho privado y excepcionalmente de derecho público- Leyes o
actos que pueden ser terribles y de gran trascendencia. Que producen un daño directo, objetivo,
irremediable.
Para evitar que estos actos lesivos rompan el orden constitucional y para preservar las garantías
individuales. Para eso se acude a demandar Amparo.
Sin embargo, no es bastante que el gobernado logre ser oído por el Juez de Amparo, debe probar
que el acto de autoridad existe y le causa un agravio personal, inmediato y directo.
7
Vale precisar que, cuando se alude a los “Tribunales de la Federación”, significamos los pertenecientes al Poder Judicial
Federal que contempla el artículo 107 constitucional y no a los otros, como los del Trabajo, los administrativos o los agrarios
que, siendo federales, no conocen de Amparo.
¿Suena difícil? Más lo es el que, con el transcurso del tiempo, los requisitos para prevalecer en el
proceso que sigue a la demanda de amparo son mayores, los trámites más complicados y los
fallos definitivos mucho más azarosos.
Aún así, cuando el gobernado, luego de batallar contra la autoridad y el sistema logra obtener un
triunfo, esto no le asegura, ni por mucho, que la justicia se manifestará, dada la siniestra
reticencia de las autoridades responsable en acatar las sentencias de amparo.
Como diría nuestro juez de distrito: “El juicio de amparo no concluye con el pronunciamiento
del fallo protector, más bien, es el inicio de otro procedimiento, que en muchas ocasiones es más
largo y difícil…”
Por lo tanto, debemos acudir a otras fuentes a encontrar el significado de ese término, con un
doble interés: por sus alcances técnico-jurídicos y por su significancia factual.
sentencia.
(Del lat. sententĭa)
1. f. Dictamen o parecer que alguien tiene o sigue.
2. f. Dicho grave y sucinto que encierra doctrina o moralidad.
3. f. Declaración del juicio y resolución del juez.
Inclusive, en el antiguo diccionario de don Joaquín Escriche, se lee: “La voz sentencia se llama
así de la palabra sentiendo, porque el juez declara lo que siente, según lo que resulta del
proceso”8 Burgoa nos recuerda que “la sentencia es el acto jurisdiccional por esencia y por
antonomasia” que se aplica a “los actos jurisdiccionales que realizan los tribunales u órganos
judiciales del Estado, sin que se aplique a los actos de la misma naturaleza que
constitucionalmente pueden desempeñar los órganos administrativos y legislativos” [Burgoa,
2001]
Es dable comentar que el vínculo entre la percepción del juzgador y realidad del proceso y las
probanzas que llegan a ofrecérsele es indisoluble. Por distantes y ajenos que en ocasión parezcan,
los jueces no han abandonado aún la raza humana y por lo tanto razonan, discurren, sienten… De
ese sentir, deriva el conceder o negar la protección y el amparo de la Justicia de la Unión a un
gobernado.
En términos del artículo 1 de la Ley de Amparo, el objeto del Juicio de Amparo es resolver toda
controversia que se suscite por leyes o actos de la autoridad que violen las garantías individuales.
Pero el afán teleológico del Juicio de Amparo se precisa, tonante, en el artículo 80 de la ley, que
señala:
“La sentencia que conceda el amparo tendrá por objeto restituir al agraviado
en el pleno goce de la garantía individual violada, restableciendo las cosas al
estado que guardaban antes de la violación, cuando el acto reclamado sea de
carácter positivo; y cuando sea de carácter negativo, el efecto del amparo será
obligar a la autoridad responsable a que obre en el sentido de respetar la
8
Véase Góngora Pimentel, Genaro, “Introducción al Estudio...” Op.cit. p. 516
De ahí que, cuando el Poder Judicial Federal ampara al individuo y le restituye en el goce de su
garantía, restableciendo las cosas al estado que tenían antes del acto de molestia o, en el caso de
hechos negativos, haciendo que sucedan, se produce un hecho memorable: Por exclusivo imperio
de la ley… el débil vence al fuerte.
Capítulo II
Frustrando a la justicia
2.1 La ejecución de las sentencias de Amparo: ¿Vuelta a comenzar?; 2.2 Incumplimiento de las sentencias de
Amparo; 2.3 De los Recursos; 2.4 Criterios de procedibilidad para los Recursos de inconformidad previstos en los
artículos 105 y 108 de la Ley de Amparo.
Podríamos preguntarnos: Bien a bien… ¿Qué gana el gobernado cuando obtiene una sentencia
que le protege del acto de autoridad que violaba sus garantías individuales?
La respuesta parecería sencilla, si consideramos que quien ordena la cesación del acto violatorio
es uno de los 3 Poderes de la Federación y que una eventual desobediencia podría ser
sancionada por la Suprema Corte de Justicia hasta con la destitución inmediata de la autoridad
rebelde y su consignación al Juez de Distrito, como dispuso en su origen el constituyente de
1917.
En la especie, vale detenerse a tratar de entender las razones que llevaron al constituyente a
establecer sanciones tan severas como la destitución y consignación de la autoridad responsable
que ignorase el fallo protector.
Sabedor de estos ancestrales vicios, el constituyente del 1917 exaltó las facultades del Poder
Judicial de la Federación de modo que, luego de un proceso donde todas las partes tuviesen el
derecho a ser oídas, si se probare la violación de los derechos fundamentales del gobernado y
sobreviniese una sentencia, ésta debería poder ejecutarse con imperio.
Al respecto es oportuno acotar que es bien sabido que una norma jurídica que carece de
ejecución forzosa, no pasa de ser “un buen deseo”, y pasa, ineluctablemente, a ser contravenida.
De todo ello era consciente el legislador y por ello privilegió la ejecución y el cumplimiento de
las sentencias de amparo, como conocedor profundo de las debilidades de la estirpe humana,
susceptible, por desgracia, de corromperse definitivamente.
Esa era la intención originaria de la regla que fijaba tan importantes sanciones. Empero, como
hemos mencionado, los embates de un poder ejecutivo omnímodo, la torcida intención de
algunos diputados y senadores que se prestaron a ir atenuando la fuerza del 107 constitucional y
de la Ley de Amparo y la complicidad conforme de algunos Ministros de la Suprema Corte
fueron privando de dientes la ejecución forzosa del Amparo y el castigo a quienes la desafiasen.
De ahí derivaron cientos de sutilezas, de floridos tecnicismos donde hasta los iniciados pueden
extraviarse, porque el fondo del tema es no amparar, sobreseer cuantas demandas se pueda:
“Porque hay un gran rezago”
Oteando a la historia, cuando leemos los motivos que han inducido a la Corte a adelgazar su
carga obligacional encontramos, como piedra de toque, el tristemente célebre “rezago judicial”
como gran justificación. Así, bajo el pretexto del rezago, los Ministros se han ido “liberando” de
tareas que originalmente le competían al Pleno de la Corte para… (¿Para qué, pues qué, a fin de
cuentas… como decía el Maestro Broderman, no el trabajo de los jueces es juzgar, sentenciar y
hacer cumplir sus sentencias?) la mejor administración de la justicia.
En tal escenario vergonzante ¿dónde queda el Estado de Derecho que preconizan nuestros
presidentes?
Mejor que nosotros lo dijo el finado Maestro Aulo Gelio Gulbenkian, en una conversación que
recoge y nos transmite el maestro Góngora Pimentel:
“En un Estado de derecho como lo debe ser el nuestro, todas las decisiones de
los órganos de Estado, incluyendo aquí, ahora, a los organismos
descentralizados por servicio, deben estar sometidos al examen judicial,
entendiendo estas palabras no en cualquier sentido impreciso retórico, sino
precisamente como justicia judicial plenaria. Creo, además, que hay en todo
caso una regla general, aplicable tanto al administrador como al juez: la
necesidad de fundamentar toda decisión y de fundamentarla, precisamente en
Derecho y no en el deseo, en la voluntad, en el capricho, en las preferencias o
De tal suerte que, en el México actual, -insistimos- el cumplimiento de la ley se pervierte con el
concierto de aquellos que debían aplicarla.
¿Y cómo va a cumplir la autoridad responsable cuando los mismos Jueces de Distrito, entre otros
integrantes de la judicatura, confiesan humildemente que el juicio de amparo no sólo no
concluye con la sentencia sino que “es el inicio de otro procedimiento… más largo y difícil”?
La doctrina ha sabido distinguir entre varias modalidades de desatender el mandato del Poder
Judicial Federal, ya sea que el incumplimiento sea absoluto, ya sea que se aparente obedecer y no
se haga. El común denominador de esta correlación es uno sólo: La falta de respeto a una orden
judicial.
De entre los estudios más completos en el tema de los incumplimientos a las sentencias de
amparo, encontramos los del Dr. Burgoa y los de Fix-Zamudio. Empero, preferimos acudir a la
capacidad de síntesis del Dr. Luciano Silva, que distingue dos grandes grupos de clasificación10:
9
Gulbenkian, Aulo Gelio, en Genaro Góngora: “De nuevo en la casa de Don Aulo Gelio Gulbenkian. La tesis de la Suprema
Corte sobre las universidades como autoridades para los efectos del amparo” [en línea] 2004, [citado-06-01-2008], Formato
PDF, Disponible en Internet:
anaipes.uaa.mx/doc/me_III_IV/Memoria%20III/Ponencia%20Ministro%20G%F3ngora%20Pimentel-1.doc
10
2007, óp. cit.
Factualmente, para el espíritu del quejoso, el problema es el mismo. Que un mandato se ignore
totalmente o que se haga como que se obedece resultan en una misma cosa. En esencia, ambos
grupos conductuales deberían sancionarse en términos de lo dispuesto por la fracción XVI del
artículo 107 constitucional, que reza:
Cuando la naturaleza del acto lo permita, la Suprema Corte de Justicia, una vez
que hubiera determinado el incumplimiento o repetición del acto reclamado, podrá
disponer de oficio el cumplimiento substituto de las sentencias de amparo, cuando
su ejecución afecte gravemente a la sociedad o a terceros en mayor proporción que
los beneficios económicos que pudiera obtener el quejoso. Igualmente, el quejoso
podrá solicitar ante el órgano que corresponda, el cumplimiento substituto de la
sentencia de amparo, siempre que la naturaleza del acto lo permita.
Aunque mejor sería que el precepto legal sólo dijese: “Si concedido el amparo la autoridad
responsable insistiere en la repetición del acto reclamado o tratare de eludir la sentencia de la
autoridad federal, y la Suprema Corte de Justicia estima que es inexcusable el incumplimiento,
dicha autoridad será inmediatamente separada de su cargo y consignada al Juez de Distrito que
corresponda”, sin abrir la puerta a componendas y trampas procesales.
El infortunio del 107 no termina, por desgracia, ahí. Amén de lo anterior, con una pobre técnica
jurídica, el legislador imbrica la injusta caducidad del último párrafo de la fracción XVI –la
hipótesis parte de que el amparo fue concedido, que fue incumplido y se ha iniciado un proceso
para lograr la ejecución forzosa: ¿No es carga del gobierno ejecutar sus resoluciones? ¿Por qué
debe promover el quejoso para evitar que caduque su acción?- con inconsistencias tan poco
propicias como el incumplimiento excusable, la concesión de un “plazo prudente” para que la
responsable obedezca la sentencia o el lamentable “cumplimiento sustituto. Pero el precepto
constitucional no ha sido desposeído aún del imperio: La Suprema Corte podría separar de su
cargo a la autoridad rebelde y consignarla al Juez de Distrito.
Pero eso… es la letra. La realidad es otra muy distinta. El tema es que, si la autoridad
responsable no cumple, o lo hace con desmaño, el quejoso debe acudir primero, a los recursos.
La conclusión preliminar de este primer apartado se conforma señalando que, cada vez en mayor
número, las sentencias de amparo se rechazan, se ignoran y se incumplen, retardando y
frustrando su ejecución forzosa.
Como “recursos”, deben entenderse los medios de defensa que otorgan, a las partes, la
Constitución y La Ley de Amparo, para impugnar todas aquellas resoluciones que les causen
perjuicios durante la substanciación del juicio de amparo.
El propósito de los recursos es lograr que las resoluciones dañosas sean revocadas, modificadas o
confirmadas, aunque eminentes juristas objeten –con razón- que algunos de los medios de
defensa que la Ley de Amparo denomina “recursos”, son verdaderos incidentes.
A título de precisión, es dable comentar que el recurso, strictu sensu, es un medio jurídico de
defensa que siempre se opera sobre un supuesto determinado: la existencia previa de un
procedimiento.
Bajo esa premisa, el recurso tiene como propósito impugnar un acto del procedimiento en que se
promueve, con el fin de que éste sea revocado, modificado o confirmado: “Mediante un nuevo
análisis que genera la prolongación de la instancia en la cual se interpone, conservando o
manteniendo… en su substanciación, los mismos elementos teleológicos motivadores del acto
atacado” [Burgoa, 2001]
A saber, la Ley de Amparo en vigor considera únicamente tres recursos: Revisión, queja y
reclamación, y los limita en forma expresa en el artículo 82. Las circunstancias en que cada uno
de los recursos mencionados procede, quién conoce y cómo se sustancian, pueden encontrarse en
el Libro Primero, Titulo Primero, Capítulo XI de la Ley de Amparo y su regulación legal
comprende 21 artículos –del 82 al 103 inclusive-.
Sin embargo, ante las hipótesis que expondremos en el apartado siguiente, los medios de defensa
idóneos no se encuentran comprendidos en el catálogo al que aludimos en el párrafo anterior.
Son atípicos y comparten, al menos, dos cosas en común: El gobernado ha demostrado que la
razón le asiste, recibiendo el Amparo de la Justicia de la Unión, y… la autoridad responsable
evade el cumplimiento cabal de la sentencia.
Hemos visto que el propósito del Juicio de Garantías es tutelar valores superiores, tales como la
vida, la libertad y el patrimonio. También en su oportunidad referimos que el objeto teleológico
de la sentencia de amparo es restituir al quejoso en el pleno goce de la garantía individual
violada y restablecer las cosas al estado que guardaban antes de la violación. O hacer que pasen,
si el acto reclamado era de carácter negativo.
Fraseamos, igualmente, la gran dificultad que encierra el lograr el cumplimiento del fallo
protector en muchas ocasiones, y las actitudes típicas que la responsable asume en el introito de
la ejecución.
¿Cómo llegamos a tal complejidad? Mucho tiene que aportar al discurso la Dra. Eréndira
Salgado, especialista en la materia:
Y llegamos al caso que, luego de un auténtico vía crucis, el individuo por fin logra una sentencia
protectora y esa sentencia condena a la autoridad responsable a cumplir con una carga
obligacional de dar, hacer o no hacer.
Si la sentencia se cumple puntualmente en sus términos, ahí termina todo y, como dicen nuestros
vecinos del norte: “the justice is served” (o, la justicia es satisfecha)
Pero… cada vez en mayor número, las sentencias de amparo son retadas, ignoradas y
encuentran, por toda respuesta de la responsable, alguna de las actitudes de desobediencia que
analizábamos en la sección precedente: Incumplimiento Absoluto o Aparente cumplimiento.
En ese extremo, el quejoso se enfrenta a sutilezas técnicas que pueden hacerle fracasar cuando
creía haber triunfado. Por lo tanto, conviene atender a lo que ilustra la jurisprudencia, como
intérprete de la norma constitucional. En consecuencia, rescatamos un criterio que nos acerca al
tema.
El Pleno de la Corte ha emitido una tesis que por su conveniencia para encontrar las coordenadas
rectoras del tema, nos permitimos transcribir enteramente:
En ese orden de ideas, el dictamen del Pleno nos ubica en una de las muchas trampas a las que
aludía la Dra. Salgado. Los procedimientos de defensa de la sentencia de amparo son
excluyentes entre sí, de lo cual resulta que si el quejoso equivoca su elección, precluirá
su derecho, y tendrá como injusto resultado, el que el acto recurrido quede firme.
Ello sólo, sin otro argumento adicional que aportar sería bastante para extremar el cuidado en la
contienda. La sistematización de la estrategia de defensa se hace exigible.
Con base en el criterio del Pleno de la Corte antes expuesto, es dable clasificar las actitudes que
el juzgador de Amparo identifica como supuestos y precisar la ubicación de los medios de
defensa eje de este trabajo.
Tercero.- Repetición del acto El Juez o tribunal resuelve que la Procede la inconformidad en
reclamado autoridad no incurrió en repetición contra de su decisión (artículo
del acto reclamado 108)
De la tabla anterior es fácil extraer las causas que motivan la acción de defensa. De acuerdo a la
resolución que emitan juez o tribunal para cada una de las actitudes de la responsable (desacato
absoluto, cumplimiento excesivo o defectuoso de la sentencia de amparo y repetición del acto
reclamado) derivaremos el recurso idóneo y exclusivo que el quejoso deberá interponer; en la
inteligencia de que, como precisa la Tesis aislada transcrita y comentada: El sistema para lograr
el cumplimiento de las sentencias de Amparo se compone de diversos procedimientos,
excluyentes entre sí, por lo que la determinación que se adopte concerniente al recurso que habrá
de esgrimirse contra una errónea apreciación del juzgador, debe ser cuidadosa y acertada, ya que
de ello depende la suerte del asunto.
Con todos estos elementos de juicio, cerramos el capítulo con una cita del Ministro jubilado
Juventino Castro y Castro:
¿Cuántos años habrá que dejar pasar para que se considere que se incumple un
mandato constitucional y la Suprema Corte de Justicia declare (y condene) la
conducta omisa? ¿O los mandatos constitucionales cuando se incumplen
también caducan?12
12
Castro y Castro, Juventino, Ministro jubilado 9ª, Época, “Conducta inconstitucional” [en línea] México, Revista
Trilogía, Número 4, Año I, Noviembre 15 2007-Febrero 15,2008 [2008] [citado 09-01-2008] Formato PDF.
Disponible en internet http://www.revistatrilogia.com/inicio/node/67
Capítulo III
La Inconstitucionalidad del Acuerdo General 5/2001 de la Suprema Corte de Justicia y sus
consecuencias jurídico-políticas… Legislando de facto
3.1 Los Acuerdos Generales de la Suprema Corte de Justicia; 3.2 El Acuerdo 5/2001; 3.3 ¿Legislando de
facto?; Breve referencia al Proceso Legislativo; 3.4 De vuelta a la congruencia: La necesaria reforma al párrafo
sexto del artículo 94 constitucional.
acuerdo.
(De acordar).
1. m. Resolución que se toma en los tribunales, sociedades, comunidades u órganos
colegiados.
2. m. Resolución premeditada de una sola persona o de varias.
3. (…)
10. m. Arg. Reunión plenaria por salas que celebran los miembros de un tribunal de
justicia para resolver casos judiciales o administrativos.
En la especie, la Suprema Corte de Justicia de la Nación emite acuerdos generales mediante los
que define reglas y lineamientos delimitadores de su esfera competencial.
Sentado lo anterior, observamos que, en reforma constitucional al artículo 94, de fecha 9 de junio
de 1999, el legislador concede, en el párrafo séptimo, potestad al Pleno para emitir
Acuerdos Generales, en el tenor siguiente:
(…)
acciones en materia electoral, Enviar todo a las salas menos lo que consideren los ministros
integrantes del comité de listas); y muchos otros.
Este fue el texto original del considerando Tercero del Acuerdo General 5/2001 que apareció
publicado en el Diario Oficial el viernes 29 de junio de 2001.
Es preciso establecer el detalle de ese acto jurídico, en virtud de que, “con apego a derecho”, el
Pleno de la Corte se extralimita en las facultades que él mismo cita en el considerando al que
aludimos, habida cuenta de que, como ahí se expresa, el propósito es: “lograr una adecuada
distribución entre las Salas, de los asuntos que competa conocer a la Corte…” –más no al
Pleno, que conste- y “remitir a los Tribunales Colegiados de Circuito, para mayor prontitud en
el despacho, aquéllos en los que hubiere establecido Jurisprudencia o los que, conforme a los
referidos acuerdos, la propia Corte determine para una mejor impartición de justicia…”14
través de acuerdos generales, remitir para su resolución los asuntos de su competencia a las
Salas y a los Tribunales Colegiados de Circuito”15
Elemento final de los considerandos a que hacemos mención, lo constituye el Décimo Tercero,
que reza:
“Que, para agilizar el trámite de, y a fin de lograr el eficaz cumplimiento de las
sentencias de amparo, es conveniente que se resuelvan por los Tribunales
Colegiados de Circuito distribuidos en todo el territorio nacional,
aprovechando su cercanía a los justiciables para los efectos de interrumpir la
caducidad de la instancia y evitar los gastos que deben erogar para acudir a
esta capital para atender dichos asuntos, conservando el Pleno de la SCJN la
facultad prevista en la fracción XVI del artículo 107 Constitucional”
Es menester, a fin de agotar el comentario, establecer que la irregular determinación a que hemos
venido haciendo mención a lo largo de este trabajo se plasmó en la fracción IV del
punto Quinto, en el tenor siguiente:
“ACUERDO
(…)
I. (…)
15
Ibíd.
El Acuerdo 5/2001 resolvió que la remisión de los expedientes a los Tribunales Colegiados se
llevaría a cabo enviando los expedientes al Colegiado más cercano al del Juez de
Distrito o Tribunal Unitario de Circuito que hubiesen dictado la sentencia respectiva
(Punto Décimo, fracción I) y que éstos, al radicar y registrar los incidentes de
inejecución y las denuncias de repetición del acto reclamado, por medio de sus
presidentes, requerirían a las responsables condenadas –eso sí, con copia a su superior
jerárquico- para que, en un plazo de 10 días hábiles, acreditasen el cumplimiento -esto
es, en un sentido lato, ya que, como todo en amparo tiene su intríngulis- ¡o expusiesen
sus razones para no cumplir!, apercibiéndolas que, de ser omisas…, habría de
continuarse con el procedimiento del 107 constitucional, fracción XVI.
Primero.- El constituyente permanente fue claro cuando estableció los linderos que la facultad
de emitir criterios generales, concedida al Pleno de la Suprema Corte, debe respetar. De modo
que, cuando señala “remitir a los Tribunales Colegiados de Circuito, para mayor prontitud en el
despacho de los asuntos…” quiso decir: Mayor prontitud. Es decir, dejando de lado
momentáneamente otras consideraciones que verteremos enseguida, encontramos que el hilo
conductor de esa licencia al Pleno de la Corte para redistribuir la carga de trabajo, era con la
intención de que se cumpliese con el mandato constitucional de proveer de una justicia pronta.
Ergo: Sólo en el fragmento glosado, el Pleno de la Suprema Corte incurre en dos aspectos de
inconstitucionalidad: Por un lado, no consigue “agilizar el trámite” -¿cómo, con una
instancia extra?- y por el otro, se concede a la responsable omisa en el cumplimiento,
un plazo adicional que la constitución no contempla.
La instrucción de que el Pleno remita a los Tribunales Colegiados de Circuito asuntos en los que
hubiese establecido jurisprudencia, no se acata, pues el conocimiento de los incidentes
de inejecución, de las denuncias de repetición del acto reclamado y de las
inconformidades previstas en los artículos 105 y 108 de la Ley de Amparo se transfiere
a los Colegiados en virtud del argumento de procurar una mejor impartición de justicia,
no por el sentido de que exista jurisprudencia.
Por economía literaria, para abundar en la idea de que el Acuerdo en cita no cumple con el
mandato constitucional, damos aquí por reproducido íntegramente, como si a la letra se insertase,
lo relativo a la ineficacia de la búsqueda de celeridad procesal, merced al rodeo que significa
para el quejoso acudir primero a una instancia ante el Colegiado para reclamar un
incumplimiento de sentencia, una repetición de acto reclamado o un incidente de inconformidad,
lo que desde luego no acelera el cumplimiento de la sentencia. Empero, es dable objetar el falaz
argumento de que con el envío de ese tipo de asuntos a los Colegiados la Corte obtenga una
mejor impartición de justicia.
“Los Tribunales han de juzgar y hacer ejecutar lo juzgado. De tal forma que, a través de la
ejecución de sentencia se concretice el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva. Éste
comprende, no sólo la facultad de exigir y obtener un fallo que decida si la pretensión está o no
fundada, sino además, que lo que en él se resuelve se lleve a cabo: con, sin… o contra la
voluntad del obligado. De no ser así, el medio de control previsto por el constituyente, se torna
ineficaz” [Salgado, 2006]
Ineficacia, entonces, se vuelve sinónimo de impunidad. Y ya vemos el precio que el país paga
por ella.
Tercero.- La observación final es la más grave, por el grado de afectación que implica para el
orden constitucional en su concierto. En efecto, el desacato a la sentencia de amparo,
por parte de cualquier autoridad, pone un signo de interrogación en todo el tinglado del
sistema jurídico-político del país.
Recordemos que, en la fase en la que son procedentes los incidentes de inejecución, las
denuncias de repetición del acto reclamado consideradas fundadas por el Juez de
Distrito y las inconformidades promovidas en términos de los artículos 105 y 108 de la
Ley de Amparo, resulta inconcuso que el gobernado probó su acción y la demandada no
probó sus excepciones, que media una condena –pues no tiene otro carácter la sentencia
que ampara- y que la responsable se ha constituido en desacato de una orden judicial.
Expresa. Motivada y fundada.
En esa guisa, resulta intolerable el que, sobre una violación –a las garantías individuales, nada
menos- se acumulen otras, en perjuicio del quejoso, como es el caso del desafío de la responsable
al fallo protector.
Dentro del proceso, la parte concluyente es la sentencia firme. No hay más que la verdad legal y
ella impone un deber, una carga obligacional que debería ser realizada forzosamente, con todo el
margen coercitivo del Estado.
Hemos dicho que, con el paso del tiempo, la Corte y su Pleno han ido adelgazando sus deberes,
en pro de una inasible y fantástica “mejor impartición de justicia”16
¿Cómo podemos esperar una mejor impartición de justicia, cuando el Más Alto Tribunal, y
nuestra más acabada expresión procesal, que es el amparo, son retados, ignorados y vencidos en
el nefando mundo de los hechos? ¿Cómo aspirar a que exista justicia en nuestro México?
16
Acuerdo. considerando 3º
Se dice, entretelones de la Suprema Corte de Justicia, que “por encima de la Corte… sólo Dios”,
y se dice también que la Constitución dice lo que la Corte quiere que diga. Existen en los
tiempos actuales tesis aisladas que interpretan al constituyente al grado de frasear: “Lo que el
constituyente quiso decir…”
Desde tal perspectiva, no debiera extrañarnos que los Ministros de la Suprema Corte hayan
llegado al extremo de obviar el proceso legislativo para lograr sus fines, porque, a fin de cuentas,
si se trata de “agilizar el trámite de los incidentes de inejecución, de las denuncias de repetición
del acto reclamado, así como de las inconformidades… lograr el eficaz cumplimiento de las
sentencias de amparo, acercar los tribunales a los justiciables y… evitar los gastos que deben
erogar para acudir a esta capital para atender dichos asuntos… (¡Qué sensibilidad exquisita!
¡Cuánta desinteresada bondad!) ¿qué importa que la Corte emita normas de carácter general,
preceptos dictados por la autoridad competente, en que se manda o prohíbe algo en consonancia
con la justicia y para el bien de los gobernados?
¿Qué importa?
Pues sí importa.
Importa porque hay un orden constitucional. Importa porque el llamado de atención, la primicia
para que las prácticas nefandas de la Corte se enmienden debe venir de la academia. Porque hay
que alzar la voz.
Por eso importa y en consecuencia recordamos que en el sistema jurídico nacional existe un
procedimiento establecido en forma expresa para “formar leyes”, que éste se encuentra en la
Constitución, y que sólo siguiéndolo es posible –formalmente- legislar en México.
En el capítulo II del Título Tercero de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos,
se encuentra previsto y establecido el procedimiento de Iniciativa y formación de leyes y ahí, en
el artículo 71 de la Carta federal, se explicita quiénes tienen derecho de iniciar leyes o decretos.
Atañe e implica al Presidente de la República; a los Diputados y Senadores al Congreso de la
Unión; y a las Legislaturas de los Estados: Exclusivamente.
De lo expuesto podemos colegir la desafortunada inadecuación del sentido y texto del Acuerdo
5/2001, emitido por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, con la norma constitucional que
le dotó de facultades para ordenar, administrativamente, el trabajo de sus distintos órganos.
Evidentemente, de modo o por gusto, el Ministro del Pleno –en abstracto, no hubo tiempo para
indagar a quiénes debemos agradecer la ofensa a la sociedad- se desembarazó de una obligación
determinante: La ejecución a ultranza de la sentencia de amparo y, con ello, la efectiva defensa
de los pobladores de México.
Procediendo en contrario, usurpando funciones que le son exclusivas a otro de los Poderes de la
Federación, la Suprema Corte de Justicia de la Nación le presta un flaco favor al orden
institucional: Lo subvierte.
De lo anteriormente expuesto, sólo nos resta despejar algunas incógnitas, a lo que procederemos
enseguida, con base en el material de que dispusimos y provistos de un afán cognoscitivo de
saber.
Así las cosas, formulamos tres preguntas, que nos llevarán a la afirmación de la tesis que sustenta
el presente trabajo: ¿Qué facultades reales le daba, al Pleno de la Corte, el párrafo séptimo del
artículo 94 constitucional?; ¿Su resultado… es constitucional? y, al emitir el Acuerdo 5/2001 ¿la
Suprema Corte de Justicia de la Nación se condujo como un Poder acotado, con frenos y
contrapesos o se excedió en las facultades con que le dotó el legislador en el caso concreto del
acuerdo de mérito?
¿Qué facultades reales le daba, al Pleno de la Corte, el párrafo séptimo del artículo 94
constitucional? Su resultado… ¿Es constitucional?
Excepcionalmente, para los legisladores de la nueva escuela –con sus honrosas excepciones- el
texto del párrafo séptimo del 94 constitucional es inteligible y no adolece de la
oscuridad que puede encontrarse en algunos fragmentos de la Carta Magna. Dispone,
con claridad meridiana, los únicos supuestos para los que el Pleno de la Corte puede
emitir Acuerdos Generales:
a). A fin de lograr una adecuada distribución entre las Salas de los asuntos que competa
conocer a la Corte…
En la especie, tal disposición no aplica, toda vez que ni las Salas son objeto de nuestro
estudio, ni conocen de incidentes de inejecución, denuncias de repetición del acto
reclamado o inconformidades.
b). El Pleno de la Suprema Corte de Justicia estará facultado para remitir a los Tribunales
Colegiados de Circuito, para mayor prontitud en el despacho de los asuntos, aquellos en
los que hubiera establecido jurisprudencia…
c). El Pleno de la Suprema Corte de Justicia estará facultado para remitir a los Tribunales
Colegiados de Circuito, para mayor prontitud en el despacho de los asuntos, los que,
conforme a los referidos acuerdos, la propia corte determine para una mejor
impartición de justicia.
Escapa a nuestro entender de qué manera puede contribuir a una mayor impartición de
justicia el que todo el andamiaje del orden constitucional, el respeto a las garantías
individuales y el estímulo a la desobediencia y el desacato formen parte de una mayor
impartición de justicia.
Y eso ha sucedido con la maleva práctica del Pleno de enviar a una “¿calificación de
procedencia?” un expediente de inejecución de sentencia, repetición de un acto reclamado –
validado por un juez- o una inconformidad que no son sino diversas modalidades de un
mismo derecho subjetivo: El quejoso ha vencido en juicio y le ha sido concedido un fallo
protector, que es nuevamente violentado.
¿Bajo qué argumento de peso puede la Corte justificar el desaseo que implica fallar… y
fallar a la justicia?
Indudablemente, por su incongruencia con esta otra hipótesis de procedencia del precepto
constitucional citado, el Acuerdo 5/2001 ilegalmente emitido por la Corte, es contrario a la
Constitución.
Como una conclusión preliminar, luego de las respuestas que hemos hecho constar en las
páginas que anteceden, podemos afirmar que el Acuerdo 5/2001 emitido por la Corte el 29
de junio de 2001, es inconstitucional.
Al emitir el Acuerdo 5/2001, ¿la Suprema Corte de Justicia de la Nación se condujo como
un Poder acotado, con frenos y contrapesos o se excedió en las facultades con que le dotó el
legislador en el caso concreto del acuerdo de mérito?
En el orden jurídico mexicano –o al menos, en la letra del orden jurídico mexicano- se conserva
y exalta el Principio de la Supremacía Constitucional.
En consecuencia, no puede haber nada encima de la Constitución, y, por definición, esto incluye
a los poderes constituidos, que emanan de ella y por ella se rigen.
Otro principio que define al Estado Mexicano es el que reza que el pueblo ejerce su soberanía
por medio de los Poderes de la Unión, que se han ¿dividido? del Supremo Poder de la
Federación.
Por etérea que parezca esa división, preconiza un estamento de control. Los tres poderes son
iguales en peso específico, trascendencia e imperio. El segundo párrafo del artículo 49
constitucional lo establece en forma transparente: No podrán reunirse dos o más de estos Poderes
en una sola persona o corporación… En ningún otro caso, salvo lo dispuesto en el segundo
párrafo del artículo 131, se otorgarán facultades extraordinarias para legislar”
Conclusiones
Como referimos en la introducción de este trabajo, el Amparo es una de las pocas instituciones
en México que conservan su credibilidad ante la gente, y, de más de una manera, sigue siendo
efectivo, pero…
Pero se ha vuelto un juicio tan complejo, con tantas sutilezas, tan especializado y elitista, que
sólo unos cuantos tienen acceso a él, de manera eficaz.
Para completar la ecuación del desastre, nos encontramos con que la Novena Época de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación carece de solidez en sus principios, y un día falla en un
sentido, y otro en uno distinto. No hay certeza jurídica.
Segunda. El afán teleológico del Juicio de Amparo es resolver las controversias a que alude el
artículo 103 de la Carta Federal, cuando se violen garantías individuales, pero el de su sentencia
estriba en restituir al quejoso en el pleno goce de la garantía individual violada, restableciendo
las cosas al estado que guardaban antes de la violación -cuando el acto reclamado sea de carácter
positivo- u obligar a la autoridad responsable a que obre en el sentido de respetar la garantía de
que se trate, cuando el acto sea de carácter negativo.
Es público y notorio que algo en la naturaleza humana de la gente que alcanza algún tipo de
poder, le inhibe para acatar órdenes de otros poderes. Y en un país donde la impunidad ha
tomado carta de naturalización, no es infrecuente que las autoridades de los tres órdenes de
gobierno se rehúsen, sin expresión de causa, a obedecer el fallo protector, llevándonos al extremo
de que los propios Jueces de Distrito expresen: : “El juicio de amparo no concluye con el
pronunciamiento del fallo protector, más bien, es el inicio de otro procedimiento, que en muchas
ocasiones es más largo y difícil…”
Y ahí da principio el intríngulis porque, amén de que legisladores subsecuentes fueron minando
al eficacia del postulado, llegamos al colmo del absurdo de que, no obstante que la sanción se
encuentra prevista en el texto constitucional, la remisión a una ley secundaria pierde el castigo en
una especie de limbo, pues el código adjetivo no tipifica expresamente la conducta, con lo que se
hace inaplicable.
Por si ello fuera poco, la multitud de elementos atenuantes que se han incluido en la fracción
XVI del artículo 107 constitucional, abre la puerta a la indefinición y a la inseguridad jurídica.
El hecho de que el mismo Tribunal haya emitido tesis como la P. LXIV/95 Tomo: II, octubre de
1995, que dispone un galimatías procesal para lograr el cumplimiento de las sentencias de
amparo, no hace sino evidenciar el grado de pauperización que, en términos de eficacia, se ha
llegado a padecer.
De ahí se desprenden las hipótesis de procedencia de los artículos 105 y 108 de la Ley de
Amparo, que resultan, el primero de un desacato a la sentencia de amparo y abstención absoluta
de obrar en el sentido ordenado por la sentencia, que el Juez o tribunal resuelve como cumplida y
que debe recurrirse mediante la inconformidad en contra de la decisión con base en el tercer
párrafo del artículo 105; y el segundo en el evento de la artera repetición del acto reclamado,
donde el Juez o tribunal resuelve que la autoridad no incurrió en repetición que debe recurrirse
en inconformidad con base en el artículo 108 de la Carta Federal.
Empero, un ininteligible Acuerdo General del Pleno de la Suprema Corte de Justicia, puso en
manos de tribunales inferiores el conocimiento de materia tan delicada. Y lo llevó a cabo con tal
abyección, que ni siquiera dotó a su inferior con plenitud de jurisdicción. En lugar de ello,
frustrando el principio constitucional de la justicia pronta, lleva al quejoso a un proceso
desgastante, lento y azaroso, cual laberinto del Minotauro, donde, por disfortuna, siempre se
echará de menos el inexistente hilo de Ariadna.
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