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LA DESAMORTIZACIÓN

Si desde el punto de vista político el gobierno de Mendizábal y los inmediatamente


posteriores supusieron un giro esencial en la historia española, se puede decir que, desde
el punto de vista social, el cambio resultó todavía más decisivo y afectó
fundamentalmente a la propiedad de la tierra, que era y seguiría siendo durante mucho
tiempo la riqueza principal en España.

La propiedad de la tierra en el Antiguo Régimen estaba en manos de la Iglesia (en


especial de las órdenes religiosas), de la nobleza rentista, del Estado o los municipios;
habitualmente se denunciaba su explotación poco racional que impedía obtener el mejor
rendimiento. Esos beneficiarios se consideraban como «manos muertas», por lo que el
proceso de hacer pasar las tierras de ellos a otros propietarios dispuestos a obtener la
mejor explotación económica en beneficio propio se denominó desamortización. Tal
proceso constituye un elemento esencial para comprender el tránsito de la sociedad del
Antiguo Régimen al liberalismo, en el que la propiedad se concibe como individual y
absoluta en su capacidad de gestión.

• Cronología y mecanismo del proceso

La desamortización debe ser entendida no como un acto aislado, sino como todo un
proceso histórico que cubre una amplia etapa cronológica desde el reinado de Carlos
IV hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, hay que atribuir
una especial importancia a la etapa de Mendizábal, no sólo por su volumen (entre un
tercio y un cuarto de la desamortización total) y por la rapidez con que se llevó a cabo,
sino, sobre todo, porque a partir de este momento la desamortización fue irreversible y
se fue extendiendo a otros terrenos, sin que en ningún momento se pensara volver al
sistema de propiedad de otros momentos.

La desamortización tuvo una enorme complejidad y, aún estando fundamentada


siempre en esa concepción de la propiedad que ya ha sido mencionada, respondió a
circunstancias que muy a menudo variaron de una época a la otra. La complejidad se
explica porque en toda desamortización hay un paso previo, que es la nacionalización
de los bienes de las manos muertas en unas determinadas condiciones, para en un
segundo momento ponerlos a disposición de propietarios privados, aunque siempre
previa obtención por parte del Estado de unos beneficios.

Como en la época de Carlos IV la guerra fue el motor principal de la


desamortización, al requerir unos ingresos suplementarios y urgentes que el Estado era
incapaz de conseguir por procedimientos normales. Sin embargo, en la etapa de
Mendizábal hubo un cambio con respecto a la época inmediatamente anterior, pues,
mientras que en la guerra de la Independencia se había pensado en una
desamortización de los bienes comunales, en estos momentos se optó por desamortizar
los bienes del clero, principalmente los de las órdenes religiosas. La razón de tal
decisión estribó no sólo en la aparición de un componente anticlerical en el
liberalismo español, sino en el hecho de que el coste político de la medida se
consideraba menor. Por otro lado, la desamortización de bienes comunales conllevaba

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de manera inevitable una reforma fiscal que no era posible realizar por el momento
ante las urgencias bélicas existentes.

• Particularidades de la desamortización
Antes de que Mendizábal adoptara sus medidas desamortizadoras concretas hubo
ya ciertas disposiciones que las anunciaban, señal evidente de que el Estado liberal no
concebía otro procedimiento para generar recursos. Estas disposiciones fueron la
venta de los bienes de la Inquisición, de los jesuitas o de los conventos suprimidos, así
como la devolución de los bienes adquiridos durante el trienio constitucional.

La desamortización eclesiástica propiamente dicha se plasmó en dos disposiciones,


la primera consistente en la supresión de las órdenes religiosas (octubre de 1835) y la
segunda (febrero de 1836) destinada a determinar el sistema de venta de los bienes
nacionalizados.

Merece la pena citar el lenguaje empleado en estas disposiciones para comprender


lo que se pretendía con ellas. De los conventos se decía que eran «inútiles y
perjudiciales», de acuerdo con una mentalidad utilitaria que se remontaba a los
tiempos de la Ilustración. El objetivo de las medidas era «crear una copiosa familia de
propietarios», pero no dejaba de mencionarse también otra causa que, en realidad, era
la más importante: «crear y fundar el crédito público cuya fuerza asombrosa y cuyo
poder mágico debe estudiarse en la opulenta y libre Inglaterra”.
Millones de reales de vellón

3.500

3.000

2.500

2.000

1.500

1.000

500

La venta de los bienes desamortizados se haría en pública subasta, previa tasación


oficial, con dos procedimientos de pago. Todos los adjudicatarios deberían pagar una
parte de la cantidad que les correspondía en efectivo, pero quienes estuvieran dispuestos
a hacerlo en su totalidad dispondrían para ello de un plazo de dieciséis años, mientras
que quienes pagaran mediante Deuda pública lo deberían hacer en tan sólo ocho. En el
mes de julio de 1837, la desamortización eclesiástica se extendió a los conventos de ór-
denes religiosas femeninas y al clero secular.

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DOCUMENTO
Atendiendo a la necesidad y conveniencia de
disminuir la Deuda Pública consolidada y de
entregar al interés individual la masa de
bienes raíces que han venido a ser propiedad
de la nación, a fin de que la agricultura y el
comercio saquen de ellos las ventajas, que no
podían conseguirse por entero en su actual
estado. [...] , he venido en decretar lo
siguiente: Quedan declarados en venta desde
ahora todos los bienes raíces de cualquier
dase que hubiesen pertenecido a las
Comunidades y Corporaciones religiosas
extinguidas. [...] Cualquier español o
extranjero tendrá facultad para pedir por
escrito al intendente de la provincia que
disponga la tasación de la finca o fincas que
designare. [...] La tasación se ejecutará por
los peritos que estuviesen nombrados, según
e! Reglamento para formalizar estos actos;
pero el reclamante podrá designar otro perito,
a fin de que concurra y tome parte en la
operación. [...] El pago del precio del remate
se hará en uno de estos dos modos: o en
títulos de la Deuda consolidada o en dinero
efectivo.
Decreto del 19-II-1836

La mayor parte de la desamortización religiosa se produjo en el periodo inmediatamente


posterior a las disposiciones adoptadas por Mendizábal. El volumen de las ventas puede
haber sido de unos 3.500 a 4.000 millones de reales hasta mediados de los años
cincuenta, la mayor parte en los años treinta. Para darse cuenta de lo que significó el
conjunto de estas ventas para la propiedad española baste con indicar el punto de partida
del proceso desamortizador. En 1835 había en España casi 50.000 religiosos y cerca de
23.000 religiosas que vivían en unos tres mil conventos. El total de la transferencia de la
propiedad fue muy grande, aunque variando mucho de unas zonas a otras; se ha
calculado que pudo afectar a un 12 0 15 % de la propiedad. De cualquier modo, la
transferencia de propiedad producida durante la desamortización fue infinitamente
superior en importancia a aquella que tuvo lugar durante los tiempos de la Segunda
República, casi un siglo después.

Consecuencias de la desamortización

Tan importante proceso ha sido objeto de concienzudos estudios por parte de los
historiadores. No se pueden establecer unas conclusiones definitivas y totales acerca de
él, pero sí algunas indicaciones de lo que supuso para la historia española.

Gran parte de las compras fueron realizadas por la burguesía de negocios madrileña o
por lo menos residente lejos de allí donde radicaban las fincas. Sin embargo, sería una
exageración atribuir un peso exagerado a esas compras. Otro sector social que desem-
peñó un papel de gran importancia en ellas fue, sin duda, la burguesía agraria, formada
por antiguos arrendatarios. No puede dejar de señalarse que también colaboraron en
estas compras los funcionarios civiles o militares de escasa fortuna.

Impacto social

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La desamortización no fue una reforma agraria, ya que las condiciones en que se
produjo eran las menos propicias para ello. El propio Mendizábal admitió que mientras
se hizo la desamortización había ocasiones en que el gobierno era incapaz de ejercer el
poder más allá del espacio que se veía desde una torre de Madrid.
En la práctica no aumentó el latifundio ni tampoco el minifundio, pero es posible que se
incrementara el número de latifundistas y, desde luego, algunos de los que ya lo eran (e]
duque de Alba, por ejemplo) incrementaron sus propiedades.

Muchos de los políticos de la época se dieron cuenta de que de la manera en que se


estaba llevando a cabo la desamortización derivaba obligadamente una ausencia de
reforma social. Flórez Estrada, por ejemplo, se quejó de que las tierras no fueran entre-
gadas a arrendatarios que pagaran una renta o censo fomentándose así la mediana o
pequeña propiedad. En vez de una «copiosa familia de propietarios» lo que en realidad
produjo la desamortización fue un gran número de asalariados campesinos, es decir,
jornaleros cuyo trabajo dependía del ritmo estacional de las cosechas. Incluso en
determinadas zonas de España, como Andalucía, se produjeron protestas agrarias
importantes como consecuencia de la desamortización. La libre utilización de la
propiedad privada pudo endurecer en más de una ocasión la situación de los campesinos
sin tierra.

• Aspectos económicos
La importancia de este proceso de distribución de la tierra obliga a hacer
consideraciones sobre otros aspectos de no menor importancia. Una cuestión que se ha
sólido plantear se refiere a la relación entre el proceso desamortizador y el posible
aumento de la producción agrícola.
En la mente de los liberales latía la idea de que sólo una propiedad como ellos la
concebían haría posible el incremento de la misma. Sin embargo, este hecho no se
produjo sino con el paso del tiempo y en el momento en el que mejoraron los
procedimientos de cultivo. Es posible que se incrementara el área de explotación, pero
debió de producirse sobre todo en tierras marginales y menos rentables.

• Repercusión de la desamortización en la Hacienda Pública


En cuanto a los beneficios obtenidos por la Hacienda Pública, el juicio común de los
historiadores es que fueron menores en comparación con lo que se esperaba. No es que
las tasaciones de las tierras vendidas fueran bajas, ni tampoco puede decirse que las
adjudicaciones lo fueran. Lo que sucedió con mayor frecuencia de lo esperado fue que
se utilizó para las compras el papel depreciado de la Deuda pública, de tal manera que
el precio real fue inferior al nominal. De ahí que un diputado se quejara de que las
compras se estaban llevando a cabo mediante “cuatro papeluchos” y que todo el
proceso, en lugar de favorecer a la Hacienda Pública, servía para «engordar a cuatro
danzantes».

La realidad es que no sólo no desapareció la Deuda pública, sino que aumentó. Pero
también es cierto que hubiera sido imposible seguir emitiendo Deuda, que era
imprescindible para que un Estado en guerra civil subsistiera, si no hubiera existido la
cobertura de los bienes nacionalizados.

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En el terreno económico, una última cuestión debatida por los historiadores ha sido si
la desamortización supuso un desvío hacia el mundo agrario de capitales que podían
haber sido empleados en la industrialización. No resulta fácil decir hasta que punto esta
afirmación es cierta. Pudo ser así, pero las inversiones en el ferrocarril, por ejemplo,
fueron superiores a las compras de bienes desamortizados. Claro está que, como
veremos, los capitales empleados en la industrialización fueron en gran medida
extranjeros.

• La desamortización y el liberalismo

Dejando al margen los aspectos puramente económicos, la desamortización fue también


un proceso decisivo desde otros puntos de vista. Mendizábal y el resto de los dirigentes
liberales acertaron en última instancia al pensar que la desamortización tendría como
consecuencia la consolidación del régimen liberal.

Desde el punto de vista social fue así porque, en adelante, cualquiera que apoyara el
restablecimiento del Antiguo Régimen debía ser consciente de que tendría enfrente a los
poseedores de bienes nacionales. Ahora bien, por otro lado, quienes adquirieron esos
bienes muy a menudo no pertenecían al género de liberalismo progresista que
caracterizó a Mendizábal, sino a otro más conservador. Sectores acomodados se
convirtieron en adquirientes de bienes desamortizados sin dudar un instante, lo que hizo
imposible la vuelta atrás. En definitiva, al no producirse una reforma agraria puede
decirse que la desamortización benefició más al liberalismo moderado que al
progresista.

Finalmente hay que poner en relación el proceso desamortizador con el definitivo


triunfo de la propiedad liberal y capitalista. En los mismos momentos en que tenía lugar
la desamortización de la propiedad religiosa se producía también la definitiva
desaparición del mayorazgo y del señorío del Antiguo Régimen. La nobleza hizo todo lo
posible por convertir a este último en propiedad y en gran parte de los casos lo logró,
cuando disponía de documentación suficiente porque los tribunales de justicia así lo
admitieron.

Un aspecto complementario de la desamortización fue que, en ocasiones, no se


desamortizó sólo la propiedad, sino también las rentas. De ahí derivaron los «foros»,
antiguos censos pasados a manos de la burguesía, que se asimilaba de este modo a una
vida de rentista, en especial en la zona norte. La propiedad liberal supuso, en fin, la
desaparición de limitaciones existentes al uso de montes o al paso de ganados, nacidos
de privilegios ancestrales.

Un último aspecto de la desamortización se refiere a sus consecuencias en el terreno


urbanístico, cultural y religioso. No cabe la menor duda de que en todos estos aspectos
el papel de la desamortización fue decisivo. En las ciudades, los grandes edificios de los
conventos se convirtieron en cuarteles o edificios públicos o fueron derribados para
construir grandes plazas. Con mucha frecuencia, la desaparición de estas instituciones
supuso no sólo la destrucción de importantes edificios de otras épocas, sino también la
dispersión de su patrimonio mueble, aunque la creación de archivos y museos algún
tiempo después permitió recoger una parte de esas riquezas del pasado.

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Finalmente, desde octubre de 1836 se produjo una ruptura entre el Estado y la Iglesia.
El liberalismo español, sobre todo en sus versiones más radicales, adquirió un tono
anticlerical y las relaciones con el Vaticano no se restablecieron sino en el momento del
Concordato, un tiempo después.

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