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Los rayos iluminaban el horizonte con delgados haces blanquecinos que discurrían
de un lado para otro velozmente. Su reflejo en el agua de la piscina se asemejaba a
pequeñas culebras eléctricas buscando donde resguardarse de la tormenta. El viento, que
hasta hacía poco tiempo había permanecido callado, comenzó de nuevo a chillar, más
bien era un rugido, como el de una bestia muerta de hambre enrejada al otro lado de un
suculento manjar de carne fresca y volvió a demostrar su fuerza y su ira, disfrazadas de
fuertes sacudidas de aire que se desplazaban orgullosas entre los árboles, a la totalidad
de la naturaleza, que lo observaba. Todo esto provocaba un ritmo agresivo de
movimientos de ramas y chasquidos que sonaban desde todos los puntos del paraje. La
montaña karstica, que se había ido agujereando con el paso del tiempo, y el gran lago al
fondo, se intuían casi milagrosamente a través de la espesa cortina de agua que caía
desde el cielo y que no dejaba ver con nitidez más allá de tres palmos. Según decían los
más viejos del lugar, los más viejos del lugar siempre tenían algo que decir, la lluvia no
pararía en cinco o seis días por lo menos, y los más viejos del lugar casi nunca se
equivocaban y esta tormenta les recordaba la última inundación ocurrida en el pueblo,
hacía ya catorce años, sobretodo a los más perjudicados, que aún no podían evitar que
se les erizase el vello de la nuca cada vez que lo hacían. El alcalde, que por aquellos
tiempos era republicano declaró al pueblo como zona catastrófica, y es que el pueblo lo
merecía. Dos semanas más tarde murió como consecuencia de un aneurisma aórtico, la
arteriosclerosis que padecía logró matarlo, esto el pueblo también lo merecía.
Ningún ser vivo presenció lo ocurrido, solamente fueron testigos mudos el viento y
la lluvia. Solamente ellos vieron como se llevaba mortalmente a cabo este cruel asesinato.
La madurez, que a pesar de su corta edad denotaba el cuerpo impávido de Anne, no le
había servido de nada durante el forcejeo con su agresor, ni los puñetazos, ni los gritos.
Nadie los oyó porque nadie había cerca. Tampoco nadie pudo oír el fuerte golpe dado a la
niña en la cabeza ni el ruido producido al caer el cuerpo muerto sobre el agua de la
piscina.
Volvió a ver a aquel hombre, esta vez estaba mucho más cerca. Avanzaba muy
despacio hacia él como si se recreara en cada uno de sus pasos, la mano derecha
balanceaba el bate de béisbol hacia delante y hacia atrás. Poco a poco se le iba
acercando, y ya podía oír su respiración entrecortada, como la de alguien que hubiera
hecho un gran esfuerzo pocos minutos antes. Tom se encontraba de pie, inmovilizado,
como esperando algo, pero no sabía qué. La tormenta seguía rugiendo cada vez más
fuerte y con más ira, su sonido le envolvía, pero parecían lamentos, que le llegaban de
todas partes, rebotando en los troncos de los árboles e intensificándose cada vez que lo
hacía. El eco producido se sostenía más de lo que lo haría en el mundo de la realidad,
mundo del que en ese momento Tom no tenía consciencia. El cielo se tornó rojo de
pronto. La lluvia se volvió brillante, como fluorescente y se estrellaba cada vez con más
fuerza sobre el suelo produciendo salpicaduras de un brillo intenso que se iba apagando
hasta desaparecer. El hombre de la máscara seguía avanzando. Tom seguía quieto
admirando aquel espectáculo de luz y sonido y el bate en una de las parábolas
producidas por el movimiento del brazo de su dueño le mostró su extremo roto y astillado,
como si hubiera sido utilizado para matar a un buey a golpes. No había sido utilizado para
matar a un buey, pero Tom no lo sabía, ni incluso en su propio sueño. Los lamentos
dejaron de oírse poco a poco mientras iban siendo sustituidos por el sonido del viento, el
verdadero sonido el viento, y el intenso brillo de las gotas de agua se apagó de pronto
como si se hubiera agotado toda su energía. Había terminado el espectáculo. El hombre
de la máscara ya estaba justo enfrente de Tom, y ahora no solo podía oír su respiración
sino que además podía olerla. Un hilo de vaho salió de la boca de aquella figura, estaba
diciendo algo, pero no llegaba a entenderlo. El hombre siguió avanzando mientras
hablaba, iba con pasos decididos, y tenía la cabeza dirigida hacía una de las ramas del
árbol que había detrás de él, parecía no haber visto que él se encontraba justo delante.
Tom sintió la necesidad de mirar hacia donde estaba mirando aquel hombre, giró un poco
la cabeza pero un destello metálico lo entretuvo. El destello provenía de la mano izquierda
del visitante, era un destello metálico y frío a la vez. Tom entornó un poco los ojos para
enfocar mejor aquel objeto que brillaba tanto y que parecía invitarle a que lo mirara. Era
un cuchillo grande de caza, con el filo aserrado, el mango, que sujetaba fuertemente, era
de madera. Un rayo fulgurante cayó muy cerca y el paisaje se iluminó como nunca. En
ese momento vio algo en la hoja del cuchillo que le había pasado inadvertido, estaba llena
de sangre, aún fresca, y pequeñas hojas rojas patinaban por el borde hasta caer al suelo.
La lluvia resbalaba por toda la silueta de aquel extraño mientras avanzaba poco a poco
balanceando el bate, y cuando estaba a punto de rozarle con sus botas de goma ocurrió
algo que no pudo comprender en aquel instante, pasó a través de él, como el que pasa a
través de una cortina de humo y mientras lo atravesaba comprendió entonces que
realmente aquella figura no lo había visto, para él no existía, entre ese personaje y el gran
árbol hacia el que se dirigía realmente no estaba él obstaculizando su paso lento pero
decidido. Se despertó.
Sentía frío, mucho frío, la lluvia se había calado en todos sus huesos. Empezó a
temblar, se incorporó y miró de un lado para otro buscando un lugar donde resguardarse
o algo con lo que taparse, se puso a gatas y así avanzó algunos metros hacia delante,
giró a su izquierda, aligeró el paso y con la mirada fija en el suelo giró ciento ochenta
grados, estaba nervioso y sentía miedo, no sabía realmente porqué. Se paró un instante y
de repente salió corriendo a cuatro patas para llegar de nuevo hasta el tronco del que
partió, allí se sentó y esperó. La frondosa copa del sauce le protegería de la lluvia. Estaba
inquieto y asustado, sentía miedo, pánico, como el que pudiera sentir una reunión de
muñecos de cera maniatados alrededor de una hoguera. Quería convencerse que todo lo
que le estaba pasando era producto del mal estado en el que se encontraba, que aquella
figura en realidad no existía, ni el bate de béisbol, ni el cuchillo manchado de sangre, que
todo era producto de su imaginación y que si no salía de aquella situación, si no se iba de
allí, esas alucinaciones y pesadillas acabarían volviéndolo loco y lo último que deseaba
era volverse loco. Respiró tranquilo e intentó incorporarse de nuevo. Lo consiguió.
Cuando estuvo totalmente de pie miró hacía el lugar donde había aparecido aquel hombre
y sintió un tremendo alivio al comprobar que allí solamente había lluvia. Dio un pequeño
paso con el pie derecho y perdió un poco el equilibrio, se volvió a agarrar a la rama que
poco antes le había servido de apoyo y se mantuvo erguido un instante. Consiguió dar
varios pasos seguidos sin caerse y cuando se dio cuenta de que las posibilidades de
estrellarse contra el suelo eran pocas se soltó totalmente de la rama y avanzó unos veinte
metros despacio y con la mirada fija en la hojarasca del suelo. Entonces como si algo le
forzara a evocar su pesadilla recordó algo. Recordó a aquel hombre mirando la rama del
árbol, del gran sauce blanco. Se paró y se volvió lentamente como si midiera cada grado
que giraba su cuello. Lo que descubrió le produjo miedo y asco a la vez. Vio su propio
cuerpo destripado y colgado de aquella rama. Sintió ganas de vomitar. Dio un pequeño
traspié y se precipitó contra el suelo. Cayó de lado, sobre su brazo derecho, se había
doblado la muñeca. Intentó ponerse de rodillas pero al apoyar su mano derecha en el
suelo para levantarse un terrible dolor se apoderó de todo su antebrazo, lo que le obligó a
seguir allí tumbado, entonces hizo una reflexión. Si veía su cadáver significaba que él, el
hombre que yacía en el suelo, sobre el musgo y los charcos de agua, estaba muerto,
aunque el dolor de la muñeca intentara convencerle de lo contrario. Los muertos no
sienten nada, o eso creo, pensó. Con un poco de esfuerzo consiguió sentarse, dobló las
piernas hasta que las rodillas chocaron con su barbilla y se quedó así, pensativo, durante
unos segundos. Un chasquido de ramas sonó detrás de él, no muy lejos. Volvió de entre
sus pensamientos y miró hacia atrás. No había nadie. Giró la cabeza de nuevo hacia el
frente y volvió a sonar de nuevo el chasquido, ahora más fuerte. Miró de nuevo hacia
atrás con tal brusquedad que le crujió el cuello. Entonces vio una sombra confusa entre la
espesa manta de agua, pero no conseguía distinguir que era, aunque su subconsciente si
sabía de que se trataba: es el hombre del bate y el cuchillo y viene a joderte incluso
después de muerto. No ha tenido bastante con matarte a garrotazos, colgarte de una
rama y vaciarte como si fueras un pescado. Ahora viene a hacer el numerito final, ¿lo
adivinas?