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Por Francisco L. Ochoa Ochoa 20 de diciembre de 2008
EXPROPIACIÓN: ESTIGMA Y REALIDAD
El término expropiación genera un terrible impacto en quien lo escucha. Es sencillamente un
término diabólico que es interpretado como una expulsión violenta, inesperada e injusta. Para
muchos conciudadanos el término expropiación significa desalojo, en las mismas condiciones a las
que nos tienen acostumbrados nuestros tele noticieros: protagonizadas por agentes de la policía
protegidos con uniformes de marcianos y apoyados por carros blindados lanza‐aguas, en medio de
una confusión ocasionada por el lanzamiento a diestra y siniestra de gases lacrimógenos.
No, no es eso. Debemos entender la expropiación como lo que realmente es: un proceso de
negociación forzosa entre el Estado y los particulares, que tiene lugar cuando no se ha podido
llegar a un acuerdo en el proceso de negociación que el Estado adelanta para adquirir un bien
inmueble que requiere para la ejecución de un proyecto calificado como de interés público.
Colombia es un Estado de derecho; en el país existen principios constitucionales que rigen
claramente las relaciones y determinan los derechos de los ciudadanos. Dentro de la Constitución
Nacional se establece la función social y ecológica de la propiedad privada, lo cual significa la
prioridad que tiene el Estado frente a los bienes de los particulares. Se dice en ella que el interés
particular debe ceder al interés general, lo cual significa que el Estado tiene derecho prioritario
para adquirir un bien cuando lo requiera, principio en el cual se basa justamente la figura de la
expropiación.
Pero esta figura no puede entenderse como una patente de corso para que el Estado haga lo que
le venga en gana y pague por los bienes inmuebles valores amañados, arbitrarios, inferiores a los
que en justicia correspondan. Tampoco para que, por tratarse del Estado, el cual se presume rico y
poderoso, pague más de lo que justamente valen los inmuebles que requiera adquirir.
A través de leyes y decretos (e. g. Ley 9ª de 1.989, Ley 388 de 1.997, Decreto 1.420 de 1.980 y
Resolución del IGAC # 620 de 2008) se ha establecido la manera cómo debe proceder el Estado
para la adquisición de bienes inmuebles que hayan sido declarados de interés público. También allí
se han establecido mecanismos justos de valoración de estos bienes inmuebles; de acuerdo con
estas leyes y decretos, los avalúos de estos bienes pueden ser adelantados por el Instituto
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Geográfico Agustín Codazzi, las oficinas de Catastros (en los sitos en los cuales el Catastro
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municipal sea administrado por la propia Alcaldía) o por Peritos privados inscritos en Lonjas o
Asociaciones Profesionales.
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Por Francisco L. Ochoa Ochoa 20 de diciembre de 2008
En tales normas se han fijado no solo quiénes hacen los avalúos, sino además cómo los hacen y
con base en cuáles criterios determinan los valores comerciales o de reposición que deban
pagarse.
Lastimosamente, esta ágil figura de la expropiación es mal utilizada por muchos funcionarios
públicos, quienes la manejan como una herramienta extorsiva, como una amenaza. Sus frases
típicas a los propietarios son: “si no acepta, si no firma, lo expropiamos”, queriendo decir con
ellos que si el ciudadano no se aviene y firma lo que se le exhibe (que en casi todos los casos no ha
tenido ni siquiera tiempo de leer y comprender), se irá al infierno de la expropiación, con todos los
terríficos perjuicios supuestamente derivados de esta acción.
Estas actuaciones de los funcionarios públicos, apoyadas en el desconocimiento que los
ciudadanos tienen acerca del proceso de la negociación de bienes con el Estado, presionan de una
manera indebida la decisión de los ciudadanos a aceptar (en la mayoría de las veces a
regañadientes) las propuestas contenidas en la ofertas de compra, que por lo general hasta hoy no
incluyen o consideran la totalidad de los conceptos económicos que se les debe pagar por sus
inmuebles, dentro de los conceptos de indemnización integral y plena que considera nuestra
legislación.
Se encasilla de manera violenta al ciudadano, quien indefenso y desconocedor de los derechos
que le otorga la Ley, no encuentra otra opción que firmar y acogerse a los supuestos beneficios
que el funcionario le plantea como única tabla de salvación, renunciando en la mayoría de las
veces al reclamo de justas sumas de dinero que le corresponden y merece, en virtud de lo
contemplado en la legislación vigente, pero que ante la agresividad de los argumentos del
funcionario público, ante lo corto del plazo (generalmente un mes) y el desconocimiento de los
términos de pago que le plantean las opciones de expropiación (por vía judicial o administrativa),
no tiene otra alternativa diferente que acogerse a los términos que en forma casi extorsiva le son
planteados.
El año 2007 la Corte Constitucional expidió la Sentencia CC‐476/07 que fijó claros criterios acerca
del alcance de estas normas y leyes y también aclaró la real cobertura de los valores a indemnizar
a los ciudadanos cuando se produzcan compras forzadas. Estos valores a pagar deben abarcar algo
más que el mero valor comercial de los inmuebles. El valor a pagar deberá resarcir todos los daños
y perjuicios (i. e. daño emergente y lucro cesante) que se ocasione al propietario particular a raíz
de la compra forzada por parte del Estado. Con respecto a este tema, la sentencia citada dice lo
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persona expropiada no tiene por qué soportar una carga específica que debe
asumir toda la sociedad, en razón del principio de igualdad de todos ante las
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cargas públicas, cuyo fundamento es el derecho de igualdad establecido en el
artículo 13 de la Carta. Esto explica entonces que el ordenamiento superior
haya consagrado el derecho a la indemnización reparatoria en cabeza del
afectado…”
En dos considerandos de suma importancia, la Honorable Corte adiciona lo siguiente:
“Por todo lo anterior, es evidente que la indemnización prevista por el artículo
58 de la Constitución es reparatoria (...), ya que ella debe comprender el daño
emergente y el lucro cesante que hayan sido causados al propietario cuyo
bien ha sido expropiado. Y en caso de que no haya forma de comprobar el
lucro cesante, se puede indemnizar con base en el valor del bien y el interés
causado entre la fecha de entrega del mismo y la entrega de la
indemnización… De lo anterior surge que la indemnización no se limita al
precio del bien expropiado. Si bien la jurisprudencia reconoce que el particular
también sufre daños adicionales a la pérdida patrimonial del inmueble, el
cálculo del resarcimiento que deba recibir el particular, no se limita a
considerar el valor comercial del bien, sino que puede abarcar los daños y
perjuicios sufridos por el afectado por el hecho de la expropiación. No puede
afirmarse entonces que en el caso de la expropiación por vía administrativa el
único valor que puede tomarse en cuenta por la administración para efectos
de determinar el precio indemnizatorio que se pagará a los propietarios del
bien expropiado sea el avalúo comercial”
Deben tener claridad los ciudadanos Colombianos: el Estado tiene la prioridad en la adquisición de
los inmuebles cuando estos se requieran por motivos de utilidad pública, pues cabe aplicar el
principio constitucional de la primacía del interés general sobre el interés particular, pero también
es necesario que los ciudadanos sean conscientes de que tal principio no puede traducirse en
pagar o compensar al ciudadano con una suma menor a la que en justicia le corresponde. El
ciudadano tiene derecho a percibir una suma que debe abarcar el resarcimiento de todos los
daños, llámese daño emergente y/o lucro cesante, pues es de elemental sentido de justicia que la
indemnización que se pague garantice que el ciudadano quede al menos en las mismas
condiciones en las que se encontraba antes de iniciar el proceso de negociación con el Estado y
nunca en inferioridad de condiciones.
La expropiación no deberá entenderse entonces como un abuso o un garrote que El Estado tiene
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para abusar y someter al particular. Es simplemente una etapa de negociación en al cual, ante la
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imposibilidad de acuerdo entre las partes, el Estado ejerce el derecho prioritario que le concede la
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Ley para adquirir los bienes inmuebles que requiera, siempre y cuando previamente se realice el
pago del valor justo al propietario de dicho bien.
Debe entenderse también que esta herramienta no puede utilizarse para pagar al propietario una
suma amañada e injusta. El propietario tiene derecho a que se le indemnice en justicia tanto en el
daño emergente como en el lucro cesante que realmente se comprueben.
Los avalúos y las ofertas de compra que realicen las entidades públicas al iniciar los procesos de
negociación de bienes para El Estado deberán contener un valor que refleje lo que en justicia el
ciudadano merece, facilitando de esta manera los acuerdos en la etapa de negociación directa y
evitando que se lastime el patrimonio de los particulares y en consecuencia deban recurrir a los
estrados judiciales en los procesos de expropiación por vía judicial o por vía administrativa.
Vale bien la pena que los ciudadanos se ilustren y asesoren de manera adecuada antes de firmar
en forma servil lo que se les plantea como única opción de sobrevivir, antes de ir a la expropiación
para así poder lograr una indemnización justa.
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