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EDUCAR PARA SER MEJORES PERSONAS

Por Mauricio Roa Mackenzie (educador y psicoterapeuta)

¡Educación y psicoterapia juntas! Ésta es una combinación que nos suena extraña, al fin y al cabo las
aulas son para aprender, guiados por nuestros profesores y el consultorio para ser escuchado y
encontrar mejores respuestas en nosotros mismos a través de la guía del terapeuta. Pareciera que
tocan temas distintos, que son complementarias pero muy diferentes, no son muy afines, sitios
disímiles, objetivos distintos ¿Para qué entonces juntarlas? Esta es una propuesta de Claudio
Naranjo, conocido médico psiquiatra y psicoterapeuta de la Gestalt en su nuevo libro “Cambiar la
Educación para Cambiar el mundo”.

Para empezar, no podemos esperar que las actuaciones de una persona vayan más allá de las
limitaciones que ella tiene en su momento. En este sentido todo mundo hace siempre lo que puede…
Por supuesto, estamos condicionados. Hablamos de nuestros propios hábitos, condicionamientos y
creencias. Eso hará que muchos de nuestros actos sean previsibles pues son estos
condicionamientos los que dirigen nuestro hacer. A mayor libertad mayor espontaneidad y visión,
entre más aconductamiento más previsibilidad y condena. Por supuesto, esto sucede también en los
colegios. Hay ocasiones en las que el docente se equivoca en el trato con sus estudiantes y por ello
se le llama la atención. No obstante ocurre que una y otra vez los chicos se siguen quejando de
conductas similares de su profesor o profesora, lo que nos hace pensar en un patrón de
comportamiento que a veces consciente otras no, hace que a él o a ella le sea imposible dejar de
actuar así. ¿Qué hacer entonces?

La educación es un mundo de relaciones entre personas, relaciones que a veces son equilibradas
pero otras no, convirtiéndose a veces más bien en una lucha de poderes donde el alumno por lo
general lleva las de perder. “Mejor no regañes al profesor, después se va a desquitar con mis notas”,
“Dejémoslo así, no va y sea que me vaya peor…” Frases similares se escuchan en ambientes
escolares o por ejemplo, se le llama la atención a un docente por algo y regresa al salón de clase con
frases irónicas diciendo, “como ustedes fueron a la oficina entonces…”, o “como a ustedes no les
gusta que yo… entonces voy a …” , que a todas luces son evidencia no sólo de la molestia y no
aceptación del profesor o la profesora, sino que son una amenaza que hace silenciar a los alumnos y
que les fuerza a aceptar que están en desventaja. Por supuesto estamos hablando de intimidación.
Pero el problema es que esto sucede con profesores que son muy buenos didactas, es cierto que los
niños aprenden mucho con ellos, pero hay algo en su personalidad que podría mejorarse. Sí, se
podría trabajar más de cerca con ellos, para que se conozcan más, para que tengan una mayor visión
de cómo son las cosas, para que aprendan a conocer sus emociones, a evaluar sus reacciones y a
transformarlas o al menos controlarlas, para su propio bienestar y el de sus niños.

¿Quién puede hacer esto?, Claudio Naranjo viene en marzo a Bogotá, él es un hombre de
conocimiento, y al decir conocimiento, no nos referimos sólo a sus estudios (medicina, psiquiatría,
música, psicología, terapia Gestalt, psicología, Eneagrama y otros más) sino al cocimiento que tiene
de sí mismo, a su capacidad de amor y entrega a lo que cree, a su habilidad de educar, sanar y
transformar a otros, a encarnar una misión educativa y sanadora y hacerse cargo de ella a través de
sus charlas, sus terapias, sus grupos de trabajos.

Su visión de la educación es impactante, en su último libro propone “cambiar la educación para


cambiar el mundo”, palabras sabias que nos recuerdan a Sócrates y nos muestran el valor de la
profesión más importante del mundo, aquella sin la cual nadie podría ser nadie, hablo de la educación
por supuesto. Pero lo cierto es que nuestro mundo ya no cree en los educadores, incluso muchos de
los chicos reniegan y no sienten que en sus colegios aprendan algo que realmente valga la pena para
la vida. Los adultos hablamos entonces de “mejores tiempos” y le echamos la culpa a los chicos: es
que ya no tienen valores, se drogan y usan pearcings, no cumplen con las normas que les
inculcamos… pero hay quienes lo vemos de otro modo y como lo dice Claudio “ya es hora de que
tengamos una educación para el desarrollo humano” no únicamente enseñar materias para que los
chicos pasen sus exámenes y entren a las universidades, o para que se preparen para el competitivo
mundo del trabajo, sino una educación para Ser, para que sean “ellos mismos”, no una repetición de
lo que los adultos creemos que “deben ser” y allí hay un abismo por supuesto.

Sanémonos primero nosotros y luego sí pensemos en ayudar a otros. Claro, cada vez más
psicoterapia y educación se unen, si existen dos carreras en las cuales es absolutamente necesaria
la terapia (el autoconocimiento) del profesional es en la educación y en la psicología; psicólogos que
se gradúan habiendo tenido pacientes pero sin haber sido ellos mismos paciente, y maestros que
reciben sus diplomas preparados para enseñar a niños y jóvenes sin haber tenido ellos mismos la
oportunidad de conocerse profundamente, no son muy buen augurio. ¡Qué hacer entonces? Claudio
lo propone, desde 1970 con su programa para educadores SAT de transformación personal a través
del desarrollo de la conciencia, realizados en Europa, Estados Unidos, México, Chile, Argentina,
Brasil y ahora en Colombia.

El SAT (Ser en Sánscrito), acrónimo de Seekers After Truth, o Buscadores de la Verdad, es un trabajo
para “convertirse en mejores personas” ideal escondido en el fondo de los currículos, pero que
deberíamos hacer evidente ya que es el verdadero motor y sentido último de la educación.

El 30 de marzo tendremos la oportunidad de escucharle, Claudio dará una conferencia en el salón


cultural del Gimnasio Moderno a partir de las 6:30 de la noche y allí podremos escuchar sus ideas
directamente, cuestionarnos y responder nuestros interrogantes. Para finalizar, quiero que sean sus
palabras las que cierren este artículo, palabras duras para algunos pero con un profundo sentido.

“… la educación necesita una inyección espiritual universalista y no dogmática, que incluya prácticas
concretas que sirvan al cultivo de la mente profunda (comenzando por el cultivo de la atención) y un
proceso de autoconocimiento guiado, que lleve no sólo a cambios de conducta, sino a esa
transformación más profunda que es la esencia de la maduración propiamente humana”.

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