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El desertor convencido
Francisco Olaso
“Quería superarme”, dice Aguayo a Apro. “Lo veía como una oportunidad para
cambiar mi vida, para mejorar. También buscaba una familia: un lugar donde se
me aceptara, donde tuviera una comunidad”.
Agustín vive con su mujer y sus dos hijas en una zona rural de California. Sus
padres lo trajeron a Estados Unidos cuando él tenía tres años. Posee todavía
también la nacionalidad mexicana. Aguayo se disculpa ante el reportero por los
silencios que a veces le genera su necesidad de encontrar las palabras
apropiadas en su lengua materna. Esta dicotomía entre su origen y su vida
presente jugó un papel importante a la hora de alistarse en el Ejército. En su
caso, común a muchos otros inmigrantes latinoamericanos, Aguayo dice haber
sentido la necesidad de demostrar que también él es realmente estadunidense.
Maltrato y muerte
“Se nos daba un panfleto o una información escrita sobre cómo comportarnos,
cuáles son las reglas de la guerra, cómo se desarrolla la ofensiva, cómo
reaccionar ante un peligro”, dice el exenfermero militar. “Por escrito se nos
decía una cosa, pero verbalmente era muy diferente lo que se nos decía”.
Aguayo aporta algunas claves. Los altos mandos aprueban misiones en las que
se tumban puertas, se entra en los hogares y se lleva detenidos a los hombres.
A su juicio, esto hace que el soldado no respete la cultura del país ocupado. Y
que más tarde, al entrar en contacto directo con la población, el maltrato sea
moneda corriente.
Pone como ejemplo los retenes en las calles, en los que se detenía a los
vehículos para buscar armas o explosivos de la insurgencia. “Vi cómo a familias
enteras se les trataba con una falta de respeto increíble”, recuerda.
Deserción y juicio
La presión psicológica ejercida sobre los soldados es constante: “En el Ejército
se intenta derrumbar a la persona y convertirlo en otra nueva, capaz de tomar
una vida”, señala Aguayo. “Entonces, para mí ese proceso fue muy doloroso.
La experiencia me sacudió a tal grado que tuve que reconocer quién soy yo.
¿Soy esa persona que ellos quieren que yo sea, esa persona que han intentado
construir en mí? Y llegué a la conclusión de que no: yo tengo una conciencia,
que se despierta en el Ejército y me permite abrir los ojos y ver la realidad”.
Según datos del Ejército, nueve de cada mil militares desertaron en el año
fiscal 2007, que finalizó el 30 de septiembre, mientras que esta proporción fue
de siete de cada mil el año anterior. El número de deserciones este año es de 4
mil 698 y el del año pasado asciendió a 3 mil 301. El número total de
desersiones llega a 17 mil desde el 11 de septiembre de 2001, señala a Apro
Elsa Rassbach, de la ONG American Voices Abroad, que apoyó a Agustín
Aguayo durante la corte marcial que se le llevó a cabo en marzo de 2007.
Mientras tanto, en Irak, la ocupación sigue adelante. “Creo que ningún soldado
quiere comenzar a contemplar que lo que está haciendo es incorrecto”, dice
Aguayo. “Y el Ejército ha logrado la manera de ser efectivo: le da una palmada
en la espalda, celebra los triunfos, celebra las ocasiones para mantener la
actitud positiva en el soldado, para que continúe haciendo lo que se le pide sin
cuestionamientos. El sistema está diseñado y funcionando efectivamente para
que el soldado no se detenga y no se preocupe por lo que está sucediendo”.