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Con las personas con discapacidad, podemos saber qué tienen, su diagnóstico, pero
el tratamiento más apropiado ya no siempre es curativo, ni siempre estrictamente
médico-biológico, sino de trato, de cuidado, y de por vida.
De acuerdo con el último informe realizado en 2006 por la Organización Mundial
de la Salud y el Banco Mundial, en todo el mundo existen más de mil millones de
personas con discapacidad, lo que representa aproximadamente 15% de la
población mundial. Esta cifra sigue aumentando debido al envejecimiento de la
población y a las enfermedades crónico-degenerativas.
En primer lugar y ateniéndonos a los hechos hay que reconocer que todos los
discapacitados están integrados en la comunidad humana a través de los vínculos
familiares y de las relaciones que mantienen con el personal médico y sanitario
que los atienden.
En segundo lugar, el grado de discapacidad marca la pauta para el tipo de relación
que se puede mantener con ellos, de modo que, si bien en algunos casos extremos
resulta imposible cualquier atisbo de reciprocidad, en otros muchos puede
propiciarse, incentivarse e inculcar en el discapacitado el valor que tiene la
reciprocidad.
En tercer lugar, el discapacitado nos recuerda que el ser humano, todos los seres
humanos, son vulnerables y frágiles y que necesitan del apoyo de aquellos que son
provisionalmente capaces de valerse por sí mismos. Se trata de un lazo
aparentemente invisible pero que favorece un acercamiento desprejuiciado