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E S TÁ A B I E R T O E L D E B AT E S O B R E E L S A C E R D O C I O F
EMENINO? Profesor: Daniel Domínguez
Luzón
 
¿ E S TÁ A B I E RT O E L D E B AT E S O B R E E L S AC E R D O C I O F E M E N I N O ?
¿ E S TÁ A B I E RT O E L D E B AT E S O B R E E L S A C E R D O C I O F E M E N I N O ?

En la encíclica Ordinatio Sacerdotalis, San Juan Pablo Magno, reafirmó la


enseñanza y la práctica constante de la Iglesia en cuanto a la ordenación
sacerdotal reservada a los hombres, con las siguientes palabras:
Por tanto, con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran
importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en
virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc
22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de
conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen
debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia.
Esta declaración es muy contundente, pues en ella el Papa expresamente
invoca la autoridad de su ministerio como sucesor de Pedro, de una forma que
parece detenerse justo antes de una fórmula dogmática; y lo hace respecto a
dos puntos: no solo en cuanto a vedar la ordenación a las mujeres, sino
también a que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos
los fieles de la Iglesia.
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A pesar de eso, algunos han sostenido que se trataría de una materia que podría
reformarse en el futuro, y que Ordinatio Sacerdotalis no impide el debate al
respecto, y así encontramos sitios enteros dedicados a las:

Objeciones

Por las que se propone que el debate estaría abierto y sería legítimo estar a favor
del sacerdocio femenino:

1. El canon 749 del Código de Derecho Canónico , en su párrafo 3, expresa el


principio teológico que “Ninguna doctrina se considera definida infaliblemente si no
consta así de modo manifiesto”. En este caso, el Papa no ha empleado las fórmulas
que tradicionalmente se asocian con un ejercicio de la infalibilidad (“Definimos,
afirmamos y pronunciamos” o “proclamamos, declaramos y definimos”) y por lo
tanto solo expresa su opinión personal o incluso una enseñanza que debe
considerarse seria y respetuosamente, pero no una doctrina definitiva.
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2. La Constitución Dogmática Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II habla del


Magisterio infalible que ejercen los obispos, cuando “manteniendo el vínculo de
comunión entre sí y con el sucesor de Pedro, enseñando auténticamente en
materia de fe y costumbres, convienen  en que una doctrina ha de ser tenida como
definitiva” (LG 25). La doctrina de Ordinatio Sacerdotalis, sin embargo, no es
producto de una consulta a los obispos del mundo, ni menos de un concilio, de
modo que no puede considerarse un ejercicio del Magisterio Ordinario, al que los
fieles estén obligados a prestar su asentimiento.

3. Incluso si todos o un número considerable los obispos estuviera de acuerdo con


la doctrina que expresa Ordinatio Sacerdotalis, 
esto no pasaría de ser una opinión común entre ellos, sin peso alguno en términos
de enseñanza. Hace cien años, la mayoría de los obispos todavía rechazaban la
evolución, y eso no significa que se haya puesto en juego la infalibilidad, y hoy
haya cambiado de opinión.
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Y sin embargo…

La Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) emitió un 


comentario en torno a la encíclica, señalando que “Ante este preciso acto magisterial
del Romano Pontífice, explícitamente dirigido a toda la Iglesia Católica, todos los
fieles tienen el deber de prestar su asentimiento a la doctrina enunciada”.

Nuestra respuesta:

Todos reconocen que ser católico significa, entre otras cosas, admitir que la Iglesia
tiene algún grado de autoridad para decirnos en qué consiste la fe, en qué
debemos creer. Una mentalidad legalista (que ha existido en todas las épocas, en
la tradición de los fariseos) nos lleva a entender esta obligación como un listado
ciertos dogmas mínimos a los que debemos someternos, y que todo lo demás, lo que
no haya sido declarado dogmáticamente, está abierto a nuestra personal opinión.
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La Iglesia, sin embargo, no lo ve así. Ella entrega una amplia libertad a los fieles para sostener
las más diversas escuelas de pensamiento teológico, y hasta alienta la discusión, pero al
mismo tiempo nos pide que prestemos atención al Magisterio, que expresa la
dirección en que los pastores, asistidos por el Espíritu Santos, guían a la Iglesia. Esto
se expresa con detalle en la Nota doctrinal ilustrativa de la fórmula conclusiva de la  Professio
fidei, que publicó la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) en 1998, donde se explica
que, además de los artículos del credo, los católicos están obligados a prestar su asentimiento a
otras doctrinas.

La nota distingue tres categorías de verdades que exigen nuestra adhesión:

 Verdades divinamente reveladas, y que la Iglesia propone mediante un juicio solemne o


mediante el Magisterio ordinario y universal;

 Doctrinas de fe y costumbres propuestas por la Iglesia de un modo definitivo; y

 Doctrinas enunciadas por el Romano Pontífice o por el Colegio de los obispos cuando ejercen el
Magisterio auténtico, aunque no tengan la intención de proclamarlas con un acto definitivo.
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Es cierto que solo la negación de las doctrinas del primer apartado (verdades divinamente
reveladas) da lugar al cargo canónico de herejía, pero eso no implica que las otras dos sean
irrelevantes. Tal como un esposo no le pregunta a su mujer cuántas veces al mes tiene que
besarla, a un católico no le basta con no ser tenido por hereje, sino que buscará adherirse
completamente a todas las verdades que le propone la Iglesia.

Sobre la ordenación sacerdotal reservada sólo a los hombres, la misma nota doctrinal señala
que pertenece actualmente a la segunda categoría, y por lo tanto “Todo creyente, por lo tanto,
debe dar su asentimiento firme y definitivo a estas verdades”, aunque “nada impide que en el
futuro la conciencia de la Iglesia pueda progresar hasta llegar a definir tal doctrina de forma
que deba ser creída como divinamente revelada”.

Puesto que el creyente debe otorgar su asentimiento firme y definitivo a esta doctrina, es
evidente que no puede hablarse de un debate que esté abierto, o que estemos ante una
situación dudosa, donde sea legítimo mantener una posición contraria a la del Papa. La
enseñanza católica a este respecto es clara, más de lo que era antes de Ordinatio Sacerdotalis.
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A las objeciones
1. Es cierto que en la encíclica Ordinatio Sacerdotalis no estamos ante un ejercicio de la
infalibilidad del Papa, pero eso no significa que la doctrina que enseña esta encíclica esté
abierta a discusión. La doctrina expresada en esta encíclica toma su carácter definitivo,
no de la autoridad Papal, sino del magisterio ordinario y universal.
Por otro lado, ello no significa que la encíclica sea solo una opinión personal del
Papa, que se pueda sopesar y comparar con la de otros teólogos. Cuando los
papas han querido emitir una opinión como teólogos privados, lo han dejado muy claro, y
así lo hizo Benedicto XVI cuando se publicaron sus libros sobre Jesús, mientras era Papa.
Al contrario, aquí nos encontramos ante un caso de “magisterio auténtico del Romano
Pontífice” al que los fieles deben prestar su “obsequio religioso de la voluntad y del
entendimiento”, como enseña el Concilio Vaticano II, en Lumen Gentium. Este
asentimiento nos obliga “según su manifiesta mente y voluntad [del Papa], que se colige
principalmente ya sea por la índole de los documentos, ya sea por la frecuente
proposición de la misma doctrina, ya sea por la forma de decirlo.”
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2. El Magisterio ordinario y universal no se ejerce solamente a través de consultas formales, y


declaraciones de los concilios, sino también a través del vínculo de comunión con el
sucesor de Pedro, según enseña Lumen Gentium, y la enseñanza “constantemente
conservada y aplicada en la Tradición de la Iglesia desde el principio”, como lo
indica la responsum ad dubium emitida por la CDF con ocasión de una consulta sobre la
ordenación de las mujeres, y esa autoridad exige un asentimiento definitivo de parte de los
fieles.

Para evitar esta conclusión, se suelen proponer listas de requisitos que debería cumplir una
doctrina propuesta por el Magisterio ordinario y universal, y los teólogos de uno y otro bando
podrían discutir indefinidamente si cada uno de esos requisitos, antes de entrar siquiera a
saber si se han cumplido o no.

Precisamente porque podían existir dudas acerca de que esta doctrina formara parte
del Magisterio ordinario y universal, es que era necesario que el Papa se pronunciara, y lo
hizo emitió la encíclica Ordinatio Sacerdotalis. A esto apunta que San Juan Pablo Magno
invocara expresamente su “ministerio de confirmar en la fe a los hermanos” de Lucas 22,32, y
no la autoridad de atar y desatar concedida a San Pedro en Mateo 16,18.
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Esa es el valor de Ordinatio Sacerdotalis: no establecer una doctrina como ex cathedra, sino
alejar las dudas acerca de su previo carácter de definitiva.

Todavía alguien podría decir “¡Pero incluso ese no es un acto definitivo!”; a lo que solo nos
queda volver a los que decíamos antes: no toda verdad tiene que ser dogma. Antes de
ofrecernos a quitar la paja en el ojo de la Iglesia, deberíamos tratar de quitarnos la viga de
nuestra rebeldía.

3.  En cuanto a una opinión común de los obispos, para tener una respuesta adecuada es
indispensable distinguir en qué ámbito se produce.

Si se trata de una cuestión científica (como las órbitas de los cuerpos celestes o la teoría de
la evolución), es indudable que tales cuestiones no pertenecer al depósito de la fe, y
por lo tanto, cuando los obispos enseñan en esas materias, no comprometen la infalibilidad
de la Iglesia. Si Aristóteles dijo que el sol giraba en torno a la tierra y todos los obispos
católicos lo creían, no pasa nada, porque seguían a un maestro humano y erraron por las
limitaciones de su conocimiento.
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En cambio, cuando los obispos enseñan una opinión común en materia de fe y moral, no se puede decir
que su posición sea irrelevante o esté sujeta a revisión. En este ámbito ellos son los expertos, no
por la profundidad de sus estudios o el prestigio de sus publicaciones en teología, sino porque han sido
ordenados por Dios, que ha prometido su asistencia a la Iglesia hasta el fin de los tiempos.
Respecto a la ordenación reservada a los hombres, más que una simple “opinión común”, se trata
de una práctica universal de la Iglesia, mantenida en todo tiempo y lugar. Sobre todo, no
puede decirse que esa situación se producto del machismo imperante en la antigüedad, porque eso no
impidió que hubiera sacerdotisas, y a pesar del intenso proceso de inculturación del cristianismo en
diferentes culturas, nunca se pensó que las mujeres pudieran ejercer el ministerio sacerdotal cristiano.
Es cierto que en el pasado hubo ocasiones en que afirmaciones científicas parecían encontrar apoyo en
la Escritura, y por lo tanto eran más favorecidas por la comunidad, pero eso no quita que fueran
afirmaciones científicas, sujetas por lo tanto a revisión. En el caso de la ordenación de las mujeres, no
hay elementos científicos en juego, sino solo religiosos, específicamente quién puede recibir un
sacramento.
Categorías : Iglesia 
Etiquetas: machismo
 

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