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El laureado poeta César Calvo, Premio Nacional de Poesía, recita con su excepcional estilo el poema "Olor de Ciruelos".
Edita Dr. Guillermo Calvo Soriano de Lima - Perú.
El laureado poeta César Calvo, Premio Nacional de Poesía, recita con su excepcional estilo el poema "Olor de Ciruelos".
Edita Dr. Guillermo Calvo Soriano de Lima - Perú.
El laureado poeta César Calvo, Premio Nacional de Poesía, recita con su excepcional estilo el poema "Olor de Ciruelos".
Edita Dr. Guillermo Calvo Soriano de Lima - Perú.
despegándose lento de mi piel ya sin mi en la oscuridad, incorporándose, al costado contrario de la cama, un olor hembra, fresco, de Taperibá, despeñándose en dos blancuras largas, que se ensandalian apenas rozan tierra y espuma. Un silencio en puntillas rumbo al cuarto de baño, manos de par en par abriendo el grifo tibio y luego el bronce frío, un desbocarse de aguas, sonando entre montañas arboladas, el brumor de la noche perfumada, brillando bajo un cielo que suele confundirse con la felicidad. Eleonora regresa consolando arenales, que ha calcinado nadie, me toma de la mano y el Sol ríe entre almohadas que arrojo contra el techo, desciendo del umbral y me abrazo a su antojo, No sentimos el umbral de la puerta como brasa, que pisamos en fuga, y el espinoso musgo de las piedras que rodean la poza, que recibe sin saciarse jamás al espumear tronante de las dos cataratas, eternos y desnudos atravesamos por entre debajo las cortinas del agua, y entramos a una gruta cavada por si misma en ese gran peñasco de dos pisos. Desde lo alto del fondo, intermitentemente, algo fulgura, nada vemos, solamente el torrente, que nos hunde abrazados en la cama, y el agua de los grifos, que de pronto, ha cesado. Tras las cortinas que nos protegen del ventanal del cuarto, la luz artificial entra y sale, en colores, repitiendo las letras de un hotel, cuyo aviso Eleonora no mira, y yo también. Descubrimos a ciegas, que tras de la ventana cubierta por las aguas, sigue sonando el Sol. Y dejamos la gruta y nos mojamos, nos mojamos de nuevo, Intermitentemente, nos mojamos al pie de las cortinas, en el cuarto, en el Centro del Mundo Que se extiende sin fin ante nosotros, bajo aquel cielo rojo, de Oro negro, que Eleonora, despierta, confunde con su sueño, con sus cuerpos abriéndose y cerrándote y los míos entrando y repitiendo intermitentes lutos luminosos de un aviso que ella esperaría no recibir jamás. Pero Eleonora se desatiende y duerme. Y despierta y se aferra al fantasma de un sueño que se fue para siempre, mientras ella dormía. Conmigo es que se ha ido, terco, a contracorriente, braceando, hacia lo alto de dos altas cascadas que de súbito caen de los ojos de Eleonora, que ignora que se ha vuelto a dormir.