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Decálogo del Discípulo Misionero

PARA VIVIR MEJOR NUESTRO


MINISTERIO
I Entusiasmo interior

La palabra entusiasmo ha sido identificada por algunos


autores con la acción de Dios en el alma, la cual otorga un
vigor especial que obra a favor, y a través, de la propia
persona. En lenguaje de san Agustín, el entusiasmo interior
sería la gracia en acción. Este entusiasmo es el que permite
al evangelizador realizar o cumplir con diversas y nobles
tareas, obteniendo los resultados esperados, no tanto como
consecuencia de sus esfuerzos, sino por la acción eficaz de
la gracia.
• “El discipulado no se puede reducir a un eslogan
o a un simple calificativo: es un modo de vivir, un
compromiso personal con Cristo, con el Maestro
[…]. Sólo el que conoce auténticamente, puede
ser un seguidor auténtico. Por eso, los sacerdotes
tenemos que profundizar en la sequela Christi, en
la docilidad al Señor, para obrar santificándonos y
santificando in persona Christi capitis,
representando a Cristo, cabeza de su Iglesia.
La sequela Christi nos impulsa a profundizar en el
conocimiento de la vida y la palabra de Jesús para
vivir la verdad del Evangelio y para llevar a los
hermanos al conocimiento de esta verdad y a la
práctica del Evangelio como real inserción en el
Reino. Ser discípulo es hacer vida el conocimiento
de Cristo en su seguimiento; es vivir lo que
contemplamos, transmitir lo que vivimos, imitar
lo que conocemos de Jesús” .
• CARD. DARÍO CASTRILLÓN HOYOS, “Compromiso evangelizador de los presbíteros” en: PONTICIA COMMISSIO
PRO AMERICA LATINA, Aparecida 2007. Luces para América Latina, Ciudad del Vaticano, Libreria
Editrice Vaticana 2008, , 178-179.
II Confianza plena en el Señor

La época postmoderna presenta como una de sus


características la desconfianza. Advertimos que en
muchas personas y grupos hay la sensación de
fracaso, y junto con ello, se va extendiendo un
manto de desilusión y desconfianza. La duda
impera en muchos, crece la confusión y aumenta
la corrupción. Para ellos, posiblemente, la
confianza y la esperanza en un mundo distinto y
mejor se ha extinguido, o al menos, disminuido.
Esta crisis de confianza afecta directamente
la vida de la Iglesia, la cual es vista con
cierto recelo y distancia, en algunos
sectores de la sociedad, los cuales, a su
vez, influyen en la vida de muchas
personas.
De cara a esta realidad, ¿qué puede ayudar al
evangelizador a suscitar la confianza en los
demás, y sobre todo, en Dios? Ante todo, la
oración, particularmente la Lectio divina que nos
ayuda a descubrir en la Sagrada Escritura, cómo
Dios ama y confía en el hombre, pese a sus
múltiples flaquezas e infidelidades. Si Dios confía
en el hombre, y particularmente en el sacerdote a
quien le encomienda el pastoreo de su Pueblo y la
administración de los sacramentos, esto nos debe
llevar a responderle depositando toda nuestra
confianza en Él, al igual que en la Iglesia y en los
demás hombres.
La confianza, además, se relaciona directamente con
la vida de fe y el seguimiento del Señor. Los
primeros discípulos aprendieron a dejar sus falsas
seguridades, para fiarse plenamente de Cristo,
sobre todo, después de la Resurrección. Así
también nosotros, que queremos ser discípulos y
seguidores del Señor, debemos aprender a amar sin
cálculo y medida, a dejar las propias seguridades y
lanzar las redes mar adentro para evangelizar a
quienes viven paralizados por la desconfianza
(cf. Lc 5, 4).
“Ser discípulo es, entonces, adquirir un modo de
razonar que difiere “del mundo”, que no busca la
gloria humana, que asume la realidad divina aún
a pesar de la cruz […]. Ser discípulo es sentirse
contento por ser juzgado en virtud del
seguimiento de Cristo. Es entregarse por
completamente a esta locura del amor. Porque
cuando se ama, se hacen locuras, si no, nunca
amaste”.
• CARD. OSCAR ANDRÉS RODRÍGUEZ MADARIAGA, Conferencia: “Discipulado: comunidad discípula
de Jesús”. L’Osservatore Romano, Edición semanal en lengua española, (29-VII-08).
III Saber dar continuidad en los procesos

El discípulo misionero es consciente de su


condición de colaborador en la obra
evangelizadora de la Iglesia, sin llegar a sentirse
el protagonista de ella. Cuando el discípulo vive
con una actitud de humildad, reconoce que el
verdadero y único protagonista de la
evangelización es Dios, y por ello, realiza la
tarea evangelizadora como un servicio.

• El sacerdote discípulo misionero que ejerce con
generosidad, desprendimiento y humildad su ministerio,
sabe que no es el dueño de las estructuras y procesos de la
evangelización, por lo que busca, con la ayuda de Dios,
discernir prudentemente y saber dar continuidad a aquellos
procesos que han sido eficaces en la labor evangelizadora.
Por el contrario, la falta de humildad puede llevarlo a querer
comenzar de cero, de renovarlo todo, para así realizar
aquello a lo que está más acostumbrado o le resulta más
cómodo. Sin embargo, cuando el ritmo y forma de la
evangelización se hace dependiente de quien está al frente
de la comunidad, se corre el riesgo de no lograr ningún fruto
maduro.
IV Fortaleza ante la adversidad

Nadie desconoce que la evangelización trae


consigo superar muchos obstáculos y pasar por
diversas pruebas, más en este cambio de época
que nos ofrece múltiples retos, que con el
favor de Dios, pueden llegar a ser grandes
oportunidades para llegar hasta los más
alejados. La Iglesia siempre ha contado con
hombres y mujeres que han superado los
diversos obstáculos, apoyados tan sólo en la
gracia de Dios.
• El evangelizador, para resistir las pruebas y no
encogerse ante los retos, debe ser un hombre
de una profunda fe que, frente a los obstáculos,
le otorgue confianza y serenidad. Sin fe, el
evangelizador fácilmente sucumbiría ante las
adversidades y cedería ante la tentación de
querer presentar un cristianismo parcial,
mutilado y adaptado al gusto de los demás.
El discípulo misionero que vive con fortaleza, no
se intimida o encoge ante la tarea que Dios le
ha encomendado, ni tampoco se deja
desanimar. Ante los contratiempos,
adversidades, rechazos y persecuciones, no da
marcha atrás, sino que continúa duc in altum!
En una época en la que se buscan resultados a
muy corto plazo, el evangelizador debe
mantenerse con esperanza ante los aparentes
fracasos que pueda llegar a afrontar.
“Ser discípulo implica perseverar. Se trata de perseverar con Él
en sus tribulaciones (cf. Lc 22, 28). El discípulo debe estar
preparado para la prueba, para enfrentar al enemigo. Pero no
estoy pensando tanto en enemigos afuera, sino me refiero al
enemigo que yo soy para mi mismo. Y el peligro es que uno
se acostumbra a todo, hasta a uno mismo… me acostumbro a
mi mismo, a esta persona que no ha terminado de ser
discípulo de Cristo, a este yo egoísta, que busca el primer
puesto, que quiere estar siempre al frente. Éste es el enemigo
contra el que lucha el discípulo”.

• CARD. OSCAR ANDRÉS RODRÍGUEZ MADARIAGA, Ibíd.


V Constancia y magnanimidad en las labores

• En relación al punto anterior, el discípulo


misionero debe distinguirse por su constancia
en las labores y su magnanimidad. Estas dos
virtudes están muy relacionadas, pues quien es
magnánimo es constante y no abandona la
tarea que Dios le ha confiado; y a su vez, quien
practica la constancia, va dilatando cada vez
más su corazón para servir con generosidad y
grandeza de espíritu al Señor.
El discípulo misionero, como los grandes santos y
evangelizadores, debe ser un hombre magnánimo
en las empresas de apostolado y al juzgar y tratar
a los demás, a quienes siempre observa con una
mirada de esperanza. El magnánimo se distingue
por su sinceridad y honradez, al igual que evita la
adulación y la búsqueda del propio provecho. No
se queja, pues su corazón no se inquieta ante las
pruebas y dificultades, y sabe que cualquier
esfuerzo es válido con tal de hacer conocer y
amar más a Jesucristo.
“La magnanimidad implica una fuerte e
inquebrantable esperanza, una confianza casi
provocativa y la calma perfecta de un corazón
sin miedo. No se deja rendir por la confusión
cuando ésta ronda el espíritu, ni se esclaviza
ante nadie, y sobre todo no se doblega ante el
destino: únicamente es siervo de Dios”.

• J. PIEPER, Las virtudes fundamentales, Madrid, Ediciones Rialp 2001, 278.


VI Creatividad para encontrar respuestas
adecuadas ante los desafíos

La palabra creatividad aparece en diversos


ambientes, tanto eclesiales como civiles.
Aunque es una palabra que no resulta nueva ni
es ajena a nadie, no siempre se ha
comprendido en la acción. Generalmente, se
cree que la creatividad es el resultado del
esfuerzo del hombre en la búsqueda de nuevos
caminos y soluciones, lo cual es cierto, pero
sólo en parte, porque la creatividad humana es
una participación de la creatividad divina.
• La creatividad del hombre nace y se
fundamenta en Dios Creador, que sigue
creando. Dios es el Creativo por excelencia, y
en el campo de la pastoral, Él es quien marca
los derroteros por donde deben andar los
discípulos en el cumplimiento de su voluntad.

• Estamos llamados a discernir con prudencia, y a la luz del Espíritu, no
sólo los buenos caminos, sino los aquellos que son los óptimos,
teniendo en cuenta el cambio cultural que estamos viviendo. Como se
advierte en el Documento de Aparecida:

• “No resistirá a los embates del tiempo una fe católica reducida a


bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de
devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las
verdades de la fe, a alguna participación ocasional de algunos
sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos
blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados.
Nuestra mayor amenaza ‘es el gris pragmatismo de la vida cotidiana
de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad,
pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en
mezquindad’ ” (n. 12).
• J. RATZINGER, “Situación actual de la fe y la teología”. Conferencia pronunciada en el Encuentro de
Presidentes de Comisiones Episcopales de América Latina para la doctrina de la fe, celebrado en
Guadalajara, México, 1996. Publicado en L’Osservatore Romano, el 1 de noviembre de 1996.
VII Disponibilidad para la
conversión personal y la
conversión pastoral
Para poder evangelizar a una sociedad cada vez más
alejada de Dios, es indispensable la conversión
personal y pastoral. Sin un deseo sincero y eficaz
de querer cambiar y optar por aquello que Dios
quiere para nosotros, la evangelización no será del
todo eficaz. Si bien es Cristo Buen Pastor quien
va delante de nosotros guiando a su Iglesia, como
el único y principal protagonista de la Pastoral, es
muy importante nuestra correspondencia a la
gracia y el testimonio que como discípulos damos
de Él.
• Muchos hermanos nuestros dicen creer en la
Persona de Cristo, pero no en sus seguidores,
pues ellos han dejado de ser sal y luz en la tierra.
De manera particular, el sacerdote, junto con su
comunidad, debe ser un signo elocuente del
amor de Dios por la humanidad, principalmente
para aquellos que viven en la apatía y alejados
de la comunidad. Por ello, la conversión
personal y pastoral no puede postergarse más, y
esta misión continental representa una óptima
oportunidad para cambiar y renovarnos.
• “La Nueva Evangelización exige la conversión
pastoral de la Iglesia. Tal conversión debe ser
coherente con el Concilio. Lo toca todo y a
todos: en la conciencia y en la praxis personal
y comunitaria, en las relaciones de igualdad y
de autoridad; con estructuras y dinamismos
que hagan presente cada vez con más claridad
a la Iglesia, en cuanto signo eficaz, sacramento
de salvación universal”.
• IV CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE,
Documento de Santo Domingo, 30.
“El proyecto de pastoral de la diócesis, camino de pastoral orgánica,
debe ser la respuesta consciente y eficaz para atender las exigencias
de la realidad siempre cambiante y los signos de los tiempos. Este
proyecto diocesano de pastoral orgánica debe ser dirigido con
solicitud vigilante por parte del obispo en sintonía con su presbiterio
y acompañado y apoyado por los fieles laicos, ‘quienes deben
participar del discernimiento, la toma de decisiones, la planificación
y la ejecución del plan de pastoral’ (cf. Aparecida 371). Los fieles
laicos debe ser incorporados a la renovación de las estructuras
parroquiales y diocesanas y, sobre todo, formados y acompañados
para insertarse en la vida “secular”, que es su ámbito propio y
principal (cf. Ibíd. 100c)”.

• S.E. MONS. MARIO DE GASPERÍN GASPERÍN, “La exigencia de una Conversión Pastoral”, en:
PONTIFICIA COMMISSIO PRO AMERICA LATINA, Aparecida 2007. Luces para América Latina, Ciudad
del Vaticano, Libreria Editrice Vaticana 2008, 309.
VIII Espiritualidad de comunión

• El discípulo misionero debe ser un hombre de


comunión: con Dios, con la Iglesia y con todos
los hombres. Él es imagen de un Dios que es
comunión, y que lo ha creado para entrar en
comunión con Él y con los demás. A su vez, la
Iglesia es misterio de comunión, y ella evangeliza
cuando vive en comunión. El Documento de
Aparecida así lo expresa: “La Iglesia atrae cuando
vive en comunión”(n. 159) y así se hace
misionera (cf. n. 163).
Pero, ¿qué es lo que caracteriza a un hombre de
comunión? El evangelizador, llamado a ser su artífice,
debe distinguirse por su humildad, pues quien es
sencillo, atento y abierto a las necesidades de los
demás, es un punto de referencia dentro de la
comunidad eclesial y un factor de unidad, porque su
sencillez le permite estar en mejores condiciones para
escuchar y hacerse escuchar por los demás. El liderazgo
que se debe multiplicar y ejercer en la Iglesia, más en
una época en la que faltan auténticos líderes, debe ser el
liderazgo que Cristo nos indicó: ser el servidor de
todos, para llegar a ser el primero (cf. Mt 20, 26).
• Además, el hombre de comunión es
interiormente pobre. Tan sólo cuenta con la
gran riqueza que es la experiencia de Cristo. Él
no se confía a sus propias fuerzas y recursos,
ni tampoco presume de nada, pues sabe que
todo lo ha recibido de Dios. Igualmente, es
muy generoso, pues no busca retener nada para
sí, ni sacar provecho de los demás. Cuando los
demás lo perciben así, se dan cuenta de que es
alguien en quien pueden confiar.
• Debemos subrayar que la confianza es
indispensable para logra un clima de comunión, al
igual que para alimentar una mística de comunión
dentro de la comunidad eclesial, pues sin ella,
nada seguro y estable se puede lograr. El discípulo
misionero, más si hablamos del sacerdote, debe
ser un hombre que favorezca ese clima de
confianza, para que los demás puedan poner lo
mejor de sí mismos al servicio de los demás.el
sacerdote signo de comunión.ppt
IX Audacia misionera
• Si el discipulado es auténtico, necesariamente se
es misionero, tal como lo ha subrayado
insistentemente el Documento de Aparecida.
Discipulado y misión, son las dos caras de la
misma moneda, de tal suerte que no podría nadie
llamarse discípulo del Señor, si renuncia a su
compromiso de anunciar a Cristo a los demás,
principalmente, dentro del propio ambiente en el
que se desarrolla su vida: la familia, el mundo del
trabajo, la parroquia, etc. Ser misionero significa
que:
• “una vez acogido el mensaje, convencidos,
entusiasmados, enamorados del Señor, los
discípulos sienten el deber y el impulso de
anunciarlo a otros. La luz no puede quedar
escondida bajo el celemín… Ser misionero, por
lo tanto, significa anunciar a Cristo, hacerlo con
claridad, con humildad, con alegría y con coraje.
Significa anunciarlo en la fidelidad y la
integridad de cada una de sus enseñanzas, así
como han sido transmitidas por la Iglesia”.

• CARD. GIOVANNI BATTISTA RE, Ibíd.
“El discípulo es enviado como cordero entre lobos.
El cristiano es contraste, es profecía, es choque
(claro, debido a la conversión). El discípulo es
capaz de decir no, de optar en contra del pecado.
Es capaz de comprender, asumir y amar esta
opción del bien que enfrenta al mal sin medir el
tamaño o la potencia para enfrentarlo. El
discípulo opta por el bien a pesar de la
inmensidad aparente o real del mal”.
• CARD. OSCAR ANDRÉS RODRÍGUEZ MADARIAGA, Ibíd.
X Apertura a la acción del Espíritu
Santo
• El discípulo misionero sabe que el mejor
ministerio, o labor evangelizadora, es la búsqueda
de la santidad personal. Igualmente, es consciente
de que no hay mejor camino para la
evangelización que aquel que marca el Espíritu.
Sin embargo, solamente se abre a la acción del
Espíritu quien busca, humilde y
perseverantemente, la santidad. En el caso del
sacerdote, esta búsqueda debe ser su principal
labor pastoral, pues de ella depende, en gran
medida, el bien de toda la Iglesia.
“La oración y los sacramentos son el alimento de la
santidad. La oración nos recuerda constantemente
la primacía de Cristo y, en relación con Él, la
primacía de la vida interior y de la santidad. El
sacerdote evangelizador debe ser un hombre de
oración que enseñe a orar a sus hermanos y los
guíe en el camino de la oración. Pero la oración
por sí sola no sirve si no está unida a los
sacramentos, fuente segura de la gracia divina, y a
la respuesta moral en el amor a Dios y a nuestros
hermanos”.
• CARD. DARÍO CASTRILLÓN HOYOS, Ibíd., 189.
• Sólo cuando se vive esta apertura al Espíritu,
el discípulo misionero es verdaderamente
eficaz, pues no realiza sus propios planes, sino
los de Dios, quien quiere salvar a todos los
hombres, por caminos, a veces,
incomprensibles para nosotros. Así, quien vive
abierto al Espíritu, comprende que los caminos
de Dios no siempre son nuestros caminos (cf.
Is 50, 45), y está en mejores condiciones de
asumir la lógica de Jesús:
• “El discípulo asume cada día más la lógica ‘de las
pequeñas cifras’. Es decir, la lógica de Jesús: La
lógica de la semilla de mostaza… que es la más
pequeña de todas. La lógica del grano de trigo echado
por el sembrador… La lógica del pequeño rebaño,
como ha llamado a sus discípulos. La lógica de la
levadura… que no se ve pero que fermenta toda la
masa. La lógica de la sal… una pizca que cambia el
sabor de toda la comida. Esta lógica que hace que el
pastor abandone noventa y nueve ovejas para buscar
una que se la perdido”.

• CARD. OSCAR ANDRÉS RODRÍGUEZ MADARIAGA, Ibíd.

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