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Una fecha clave en su evolución fue la del año 1607, en que recibió el
encargo de componer una ópera. El reto era importante para un
compositor educado en la tradición polifónica que hasta aquel momento
había destacado en la composición de madrigales a varias voces, pues se
trataba de crear una obra según el patrón que Jacopo Peri y Giulio
Caccini; ambos músicos de la Camerata Fiorentina, habían establecido en
su Euridice, una obra en un nuevo estilo, el llamado stile rappresentativo,
caracterizado por el empleo de una sola voz que declama sobre un
somero fondo instrumental. Una pieza dramático-musical, en fin, en que
a cada personaje le correspondía una sola voz.
Esto, que hoy puede parecer pueril, en la época suponía un cambio de
mentalidad radical: el abandono de la polifonía, del entramado armónico de
distintas voces, por el cultivo de una única línea melódica, la monodia
acompañada. El resultado fue La favola d’Orfeo, composición con la que
Monteverdi no sólo superó el modelo de Peri y Caccini, sino que sentó las
bases de la ópera tal como hoy la conocemos.
El éxito fue inmediato y motivó nuevos encargos, como L’Arianna, ópera
escrita para los esponsales de Francisco de Gonzaga y Margarita de Saboya,
de la que sólo subsiste un estremecedor Lamento. La muerte en 1612 de su
protector Vincenzo Gonzaga motivó que el músico trocara Mantua por
Venecia, donde permaneció hasta su muerte. Maestro de capilla de la
catedral de San Marcos, compuso la magistral colección Madrigali guerrieri
et amorosi. Las composiciones religiosas ocupan un lugar destacado en su
quehacer durante esta larga etapa. También las óperas: en 1637, cuando el
compositor contaba ya setenta años, abrieron sus puertas en Venecia los
primeros teatros públicos de ópera y, lógicamente, se solicitaron a
Monteverdi nuevas obras.
Desde que el músico escribiera Orfeo, el espectáculo había evolucionado
considerablemente: de la riqueza vocal e instrumental de las primeras óperas se
había pasado a un tipo de obras en las que la orquesta quedaba reducida a un
pequeño conjunto de cuerdas y bajo continuo, sin coro; además, la distinción entre
recitativo y arioso se había acentuado. A pesar de estas diferencias, Monteverdi
supo adaptarse a las nuevas circunstancias con éxito: las dos óperas que han
llegado hasta nosotros, Il ritorno d’Ulisse in patriay L’incoronazione di Poppea, son dos
obras maestras del teatro lírico, de incontestable modernidad.