el 28 de mayo de 2016 «Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos» (Mateo 18:4)
¿Qué significa ser humilde
como un niño pequeño? Un aspecto importante es la obediencia. Aceptar la Palabra de Dios antes que nuestra propia voluntad. La persona verdaderamente humilde actúa tal como es, sin intentar aparentar otra cosa. Por eso, ante Dios la verdadera grandeza está en lo que somos y no en lo que hacemos exteriormente. «Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete» (Mateo 18:21-22) ¿Perdonar 490 veces? Jesús nos enseñó que nunca debemos dejar de perdonar. Perdonar a los que nos ofenden nos beneficia tanto a nosotros como al perdonado, y restaura las relaciones rotas. ¿Qué método debemos seguir a la hora de perdonar las ofensas, según nos lo enseñó Jesús en Mateo 18:15-17?
Si sigue sin querer
Ir directamente al Si no escucha, llevar escuchar, plantearlo hermano. uno o dos testigos. a la iglesia. Cualquier otra forma de tratar las ofensas o errores de los demás entra en el campo de la crítica y la difamación. «Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme» (Mateo 19:21) Este joven rico era un celoso guardador de los mandamientos. No obstante, sentía que esto no era suficiente para ser salvo. Anhelaba la salvación. Jesús le enseñó que la perfección (que el joven confundía con la salvación) solo se obtiene cuando abandonamos todos los «ídolos del alma».
Aunque la salvación es por fe, solo aquel que está dispuesto
a dejarlo todo por Aquel que le salvó podrá alcanzar la perfección por la gracia de Dios. ¿Piensas que en el Cielo podrás guardar un rincón en tu corazón donde no quieras que entre Jesús? Hoy es el día de abrir todo nuestro corazón a Jesús. «Entonces respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?» (Mateo 19:27)
Aunque no debe ser la motivación para seguir a
Jesús, es bueno que conozcamos los beneficios del discipulado: «recibirá cien veces más» que lo que tenga que abandonar, «y heredará la vida eterna» (Mateo 19:29). Jesús ilustro esta idea con la parábola de los jornaleros. Concertó con los primeros un salario de un denario. Después, a diversas horas del día fue contratando a otros jornaleros. Cuando llegó la hora de recibir el salario, los que menos habían trabajado recibieron lo mismo que los que trabajaron todo el día: un denario. La recompensa futura es igual para todos: Recibirás de Jesús lo que Él ha prometido (Mateo 20:1-16). «El Señor desea que confiemos en él sin hacer preguntas con respecto a nuestra recompensa. Cuando Cristo mora en el alma, el pensamiento de recompensa no primará. Este no es el motivo que impulsa nuestro servicio. Es cierto que, en un sentido secundario, debemos tener en cuenta la recompensa. Dios desea que apreciemos las bendiciones que nos ha prometido. Pero no quiere que estemos muy ansiosos por la remuneración, ni que pensemos que por cada deber hemos de recibir un galardón. No debemos estar tan ansiosos de obtener el premio, como de hacer lo que es recto, independientemente de toda ganancia. El amor a Dios y a nuestros semejantes debe ser nuestro motivo» E.G.W. (Palabras de vida del gran Maestro, pg. 329) «El les dijo: A la verdad, de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por mi Padre» (Mateo 20:23)
Poco después de ser reprendidos por
querer destruir una aldea samaritana (Lucas 9:51-56), Jacobo y Juan se acercaron a Jesús para solicitarle puestos de honor en el Reino (Mateo 20:20-23). «El les dijo: A la verdad, de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por mi Padre» (Mateo 20:23)
Jesús les respondió que, para que
alguien tenga un lugar de honor en el Reino tiene que cumplir dos requisitos básicos: 1. Compartir los padecimientos de Jesús. 2. Ser un servidor de sus hermanos. Jesús ha reservado un puesto de honor en los Cielos para todos los que estemos dispuestos a cumplir en esta tierra estos requisitos. E.G.W. (Los hechos de los apóstoles, pg. 433)
«En el reino de Dios no se obtiene un puesto por
medio del favoritismo. No se gana, ni es otorgado por medio de una gracia arbitraria. Es el resultado del carácter. La cruz y el trono son los símbolos de una condición alcanzada, los símbolos de la conquista propia por medio de la gracia de nuestro Señor Jesucristo… Aquel que ocupe el lugar más cerca de Cristo, será el que haya bebido más profundamente de su espíritu de amor abnegado—amor que “no es jactancioso, no se envanece, ... no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor” (1 Corintios 13:4, 5),— amor que induce al discípulo, así como indujo a nuestro Señor, a darlo todo, a vivir y trabajar y sacrificarse aun hasta la muerte para la salvación de la humanidad»