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María, toda de Dios

y tan humana
de Alfonso Murad, fm (marista)
Peregrina en la fe y
discípula perfecta:
María en el evangelio de Lucas

Capítulo 2
1. María, discípula del Señor
Jesús, Mesías y Salvador (Lc 2,11). Inaugura el Reino de Dios, pero esta misión no
la realiza solo. Desde el comienzo y después de intensa oración, Jesús escoge a
los doce (6,12-16). Además algunas mujeres acompañan a Jesús (8,2s). Y hay
todavía un grupo de 72 discípulos (10,1). A todos los llama y envía a la misión
(9,1-6; 10,1-11), para que den testimonio de la misericordia de Dios y anuncien
su Reino.
En la explicación de la parábola de la tierra y de las semillas, Jesús deja claro que
su seguidor necesita cultivar algunas actitudes básicas: “La semilla
que cayó en tierra… los que, después de escuchar el mensaje con
corazón noble y generoso, lo retienen y dan fruto por su constancia”.
Tres palabras-clave resumen la condición de ser discípulo de Jesús:
acoger, guardar, fructificar. Con este molde Lc va a dibujar los
rasgos de la figura de María. Muestra que ella tiene exactamente
las cualidades que caracterizan a quien sigue a Jesús: María oye
la palabra de Dios con fe, la guarda en su corazón y la pone en
práctica.
1.1. María acoge la propuesta de Dios (Lc
1,26-38)
La escena de la anunciación es muy parecida a otras escenas de
anuncios de nacimiento en la Biblia. Este género literario tiene los
mismos elementos: Dios siempre toma la iniciativa. Anuncia el
nacimiento de un niño importante, que contribuirá en el proceso
de liberación y salvación del pueblo.
Pero en Lc el anuncio a María tiene algo original. No sólo prepara
el nacimiento de Jesús sino que muestra también la vocación de
María y su respuesta generosa.
Lc destaca la alegría como un signo propio de Jesús y de sus seguidores y
María también es invitada a alegrarse. Recibe un nombre especial, que
ninguna otra persona tiene en la Biblia: “llena de gracia”, o “agraciada” (1,28).
A continuación se le dice: “el Señor está contigo”. En la Sagrada Escritura,
cuando la persona tiene una misión importante y difícil, recibe de Dios la
promesa de que no estará sola, porque Dios le dará fuerza para cumplirla;
pide a la persona no tener miedo, confiar en Dios y comprometerse.
Según el género literario del anuncio en el que aparece una dificul-
tad para realizar la promesa de Dios, María pone una objeción:
“¿Cómo será esto, pues no conozco a ningún hombre?” (1,34).
La palabra bíblica “conocer” se refiere aquí a la relación sexual.
A la propuesta de Dios, María responde prontamente. Su “sí” es plenamente
generoso. Disponible para Dios, María une la libertad con la voluntad: “Aquí está
la esclava del Señor, que me suceda como tú dices” (1,37). Esta entrega de corazón a
Dios tiene un nombre muy sencillo: fe. Significa arriesgarse y arrojarse
confiadamente en las manos del Señor. En la vivita a Isabel, esta le dice:
“¡Dichosa tú, que has creído! Porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá” (1,45).
María no sólo oyó, sino escuchó la palabra y la acogió en su corazón. Abrió su
espacio interior, dejó entrar a Dios. Salió de sí misma y entregó su vida a un
gran proyecto al que se sintió llamada. Lc nos presenta a María como la primera
discípula cristiana. Con la anunciación, comienza un largo camino de peregrina-
ción en la fe y de acogimiento de la llamada de Dios. Acepta la propuesta del
Señor con el corazón abierto, en un gran gesto de generosidad y de fe.
1.2. María guarda
la palabra de Dios en su corazón (Lc
2,19.51)
Lc dice 2 veces que María guarda en su corazón los
acontecimientos y procura descubrir su sentido.
La primera vez después del nacimiento de Jesús (2,19). Contenta
y sorprendida, como toda joven madre, tiene que haber mirado a
su hijo y haberlo amamantado con cariño. Después de envolver a
Jesús en pañales y recostarlo en un pesebre, reciben la visita de
los pasto-res. ¡Cuántas cosas para pensar y meditar, para
descubrir el sentido!
La segunda vez, el niño ha crecido, tiene doce años, es curioso y
atrevido. Lo encuentra en el templo, hablando con doctores. Oye
y cuestiona. Anticipa ya con ese gesto lo que hará más tarde.
Dice una frase que María y José no comprenden: “¿No sabían que yo
debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” (Lc 2,46-49). María, aunque
no entienda, la guarda en su corazón, hace memoria (Lc 2,51).
Cuando el evangelista repite dos veces la misma actitud,
al comienzo y al final de la “vida familiar” de Jesús, quiere decir que
era algo constante en María, como un hábito, una manera de ser.
María vive uno de los rasgos más característicos de la espiritualidad
del pueblo de la Biblia: la memoria, el recuerdo. Para ser fiel a Dios y
servirle generosamente, el pueblo tiene que recordar siempre que fue
liberado de Egipto, de la casa de la esclavitud (Dt 6,12s). que el
Señor hizo con él una alianza, válida en el pasado y en el presente
(Dt 5,1-4). Se trata de recordar para despertar, tomar conciencia,
volverse al Dios de la vida.
Al descubrir la personalidad espiritual de María como discípula del
Señor, madura y equilibrada, que oye y medita los acontecimientos,
Lc toca una característica básica de la espiritualidad bíblica.
Vivimos en una sociedad donde los acontecimientos se suceden a un ritmo
vertiginoso. Somos parte de un mundo con poca memoria. En nuestra
sociedad moderna no se tiene tiempo para pensar ni se está en disposición
de crearlo.
Ahora bien, las personas y los pueblos solamente nutren la conciencia
histórica cuando refle-xionan sobre los hechos, dándoles sentido y
relacionando unos con los otros. Y una existencia equilibrada y saludable,
exige la creación de un espacio interior, en el que la persona conecta los
acontecimientos y busca su sentido. Toma conciencia de los procesos y de
las metas. Eva-lúa los pasos dados. Saborea las experiencias afectivas y
amorosas significativas, hace una “memoria del corazón”, que la alienta en
las horas difíciles. Así, puede mantener vínculos afectivos duraderos y
profundos. El amor necesita la memoria para no perderse ante las crisis.
Si la persona ejercita esta actitud de “guardar en el corazón” y “buscar el
sentido de los he-chos”, se transforma en aprendiz y discípula. Cada nuevo
desafío se transforma en aprendi-zaje existencial. Por eso, esa persona no
envejece, porque, aunque tenga una edad avanza-da, está siempre
aprendiendo de la vida. Va conquistando la sabiduría, que es conocimiento
1.3. María, la discípula
que da buenos frutos (Lc 1,42-45)
Después de la anunciación, María se puso en camino y fue deprisa a visitar a su
prima Isabel. Sale de Nazaret, en Galilea, hacia la región de Judá, a unos 50 km. El
relato de Lc tiene muchos elementos simbólicos.
María es misionera. Llena de la gracia de Dios, no quiere retenerla para sí. Va a
compartirla con su prima, de edad avanzada, que está embarazada y necesita
cuidados. Discretamente ella lleva a Jesús a los demás, Isabel siente enseguida el
efecto. El niño salta de alegría en su seno. Cuando se saludan y abrazan, el Espíritu
Santo inunda el ambiente donde las dos desbordan de gozo.
Isabel proclama: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de su vientre!” ¿Qué
significa la frase: “Bendita tú entre las mujeres”?
“Bendita” refuerza el sentido de las expresiones del ángel en su anun-
cio: “llena de gracia” o agraciada y “Dios te ha concedido su favor”.
Quiere decir: la bendita por excelencia. Pero eso no significa un mero
privilegio, sino una gracia que posibilita una respuesta más intensa a
la llamada de Dios. En María se encuentran la gratuidad del amor
sobreabundante de Dios y la entrega generosa del ser humano, o sea,
la gracia de la fe.
“Bendito es el fruto de tu vientre” significa que la fe hace a
María fértil de cuerpo y alma. Por su adhesión a Dios y por
su compromiso con el proyecto divino, María realiza la
bendición de fertilidad prometida al pueblo de Dios en el
libro del Deuteronomio: (Leer Dt 28,1-4.6-8).
Conociendo la fe de María, sembrada, cultivada y madurada
con bellos frutos, podemos entender las reacciones y
expresiones de Jesús, narradas por Lc en la vida pública de
Jesús. Las palabras del Hijo revelan el secreto de la Madre:
Ser madre es una consecuencia de su fe y una forma de
hacer la voluntad de Dios.
Unos siglos después, san Agustín dirá que María concibió a
Jesús primero en su corazón y después en su cuerpo. Antes
de ser su madre carnal, lo concibió en la fe. Sin la fe, de
nada hubiera servido ser madre de Cristo.
2. María peregrina en la fe
El evangelio de Lc nos muestra una imagen virtual que tiene un sentido
profundo. Jesús camina delante de sus discípulos hacia Jerusalén. Se trata de un
largo camino, narrado por Lc (9,51-19,28). A lo largo de él, Jesús enseña a sus
discípulos una nueva manera de ver el mundo y a los demás, de relacionarse
con otros y con el Padre. Por el camino, cada encuentro o acontecimiento es
motivo de un nuevo aprendizaje para los discípulos. La travesía de la fe y del
seguimiento es tan nueva y original que a los discípulos les resulta a veces
difícil entender el sentido de muchas palabras de Jesús, que les parecen
oscuras.
Con María, la perfecta discípula de Jesús, sucede algo parecido. Ella dio
un “sí” decidido a Dios, cuando era muy joven. Comenzó una travesía,
cuyo fin desconocía detalladamente. Es parte de la experiencia de la fe
arriesgar, abrirse a lo nuevo, pasar por la incertidumbre de la noche
oscura. Tuvo que renovar muchas veces su compromiso con Dios.
Como nosotros, podía desviarse de la ruta o detenerse en el camino.
En la escena de la presentación de Jesús, Simeón dirige la palabra a María:
“Mira, este niño hará que muchos caigan o se levanten den Israel. Será signo de
contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón, así quedarán al
descubierto las intenciones de muchos” (Lc 2,34ss).
Normalmente se interpreta que la “espada” de la que habla Simeón sería el
sufrimiento de la cruz. No es este el mensaje que nos transmite Lc. Él parece
desconocer la participación de María en la pasión de Jesús. En la escena de
la muerte en la cruz, no cita a la madre de Jesús: “Todos los que conocían a
Jesús, y también las mujeres que lo habían seguido desde galilea, estaban allí
presenciando todo esto desde lejos” (Lc 23,49).
El sentido de la expresión “espada que traspasa el alma” debe tener otro
sentido. En el profeta Isaías, en el Canto del Sirvo de Yavé se lee: “(El Señor)
convirtió mi lengua en espada afilada” (Is 49,2). La espada significa el desafío del
mismo Jesús, Palabra viva de Dios. María fue desafiada por las palabras y
actitudes de Jesús, tan diferentes de las que tenían las personas de su
tiempo. A medida que Jesús dice o hace algo nuevo, María se siente llamada
a dar un paso más en la fe. Vive la experiencia original de quien es seguidora
de Jesús, aprendiz del Maestro. Tal vez, como ya hemos dicho, el desafío más
duro enfrentado por María, con relación a Jesús haya sido aceptar la actitud
de libertad que él adoptó con relación a la familia.
3. María signo de la opción
preferencial de Dios
3.1. María, la mujer pobre de Nazaret
María es mujer. Vive en una sociedad patriarcal, en la que los hombres
tienen la última palabra. Mientras los hombres, cada sábado aprenden
a leer y a escribir en las sinagogas, las mujeres se quedan en el
analfabetismo. Ellas no pueden hablar con un hombre en público. Están
confinadas al hogar. En un juicio, el testimonio del hombre vale más
que el de la mujer. Si la mujer pierde a su marido, la herencia del
fallecido no es para ella, sino para los familiares de él. La mujer viuda,
sin hijos, no tiene a quien recurrir.
María es oriunda de Nazaret, una pequeña aldea de Galilea. Los galileos
no gozan de buena fama. En Galilea surgen varios movimientos de
liberación contra los romanos. Los galileos tienen un acento típico, que
les identifica fácilmente. Nazaret es una aldea sin importancia.
Natanael, un discípulo de Jesús, llega a preguntar si de Nazaret puede
salir algo bueno (Jn 1,46). Los jefes y sacerdotes no confían en los
galileos y saben que allí no hubo ningún profeta importante (Jn 7,52).
María y José no son ricos. Jesús nace fuera de Jerusalén, en Belén. No hay lugar
para Él en la posada (Lc 2,7). María lo envuelve en pañales y lo acuesta en un
pesebre, donde comen los animales. Éste es el gran signo, revelado a los
pastores, del nacimiento del Salvador, Cristo, el Señor: “encontrarán a un niño
envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,12). ¿Quién podría creer
en un signo así? ¿No sería más fácil esperar en el nacimiento del Salvador algo
extraordinario, poderoso y llamativo? La sencillez de Dios rompe nuestros
esquemas y nos sorprende.
Cuarenta días después del nacimiento, María y José llevan
al niño Jesús al templo. Siguiendo las tradiciones de los
judíos, ofrecen un sacrificio al Señor (Lc 2,22-24). Pero,
como son pobres, no ofrecen un cordero, sino única-
mente dos palomas o dos pichones (Lev 12,6-8; 5,7).
Una vez más, Lc pone de relieve la verdadera pobreza
de la familia de Jesús. No idealiza la pobreza. Pero nos
alerta contra el apego a la materialidad de las cosas
que nos separa de Dios.
4. Perfil psico-espiritual de María a
la luz del “Magníficat”
El cántico de María (Lc 1,46-55) se conoce como el Magníficat porque,
en la versión latina de este himno, es la primera palabra, y significa
engrandecer o exaltar. La mayoría de los biblistas está de acuerdo en
que este himno no es una composición literaria hecha por María. Es decir,
ella no es autora del Magníficat. Se trata de una construcción literaria de Lc,
que pone en boca de María expresiones que contienen la visión del evan-
gelista sobre la madre de Jesús.
Los relatos de la infancia de Jesús, en el evangelio de Lc, están hilados con varios himnos
que retratan el perfil de los personajes y de sus esperanzas. Así se presentan los cánticos
de María (1,46-55), de Zacarías (1,67-69) y de Simeón (2,29-32). Los himnos tienen en
común la presencia del Espíritu Santo, el anuncio de la salvación realizada en Jesús, la
promesa que se extenderá a toda la humanidad, un clima de esperanza, una certeza de
la victoria del Bien, de la Luz. Los tres personajes forman parte del pueblo de Israel, que
espera al Salvador y saludan su venida con alegría contagiosa.
Vamos a hacer una lectura teológico-pastoral del Magníficat, procurando diseñar los
rasgos de un perfil psico-espiritual de María.
El Magníficat puede dividirse en tres partes. En
cada una de ellas, Lc destaca un aspecto de la
identidad de María.
María, la mujer de fe, humilde sierva, alaba a
Dios por la salvación recibida, mostrando su
interioridad (1,46-50).
La profetisa y miembro de la nueva
comunidad proclama la venida del Reino de
Dios mediante su acción transformadora de las
relaciones sociales (1,51-53).
Una mujer de Israel recuerda la acción de Dios
y su fidelidad en la historia, partiendo de la
promesa de Abraham (1,54-55).
4.1. La alabanza de un corazón
alegre y humilde (Lc 1,46-50)
a) La alegría
El Magníficat comienza con una explosión de alabanza,
reforzada en dos frases:
“Mi alma glorifica (engrandece, exalta) al Señor,
y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador (1,46ss).
Según Javier Picaza, el alma (en griego: psijé) significa la vida humana en su raíz
más profunda, mi entras que el espíritu (en griego: pneuma) es el espacio en el que
la persona se introduce en lo divino. Las dos expresiones indican dimensiones
interiores del “yo”, vistas en la perspectiva de la espiritualidad.
“Mi psijé exulta al Señor” expresa una actitud de renuncia a la autoseguridad de
una existencia construida en torno a su ego. María, como humilde sierva, se pone
en las manos del Señor y reconoce que sólo Él es grande. Sale de sí en verdadero
“éxtasis” y reconoce la autoridad absoluta de Dios.
El Magníficat se abre con un estallido de alegría. Nada más sencillo y saludable.
Para Lucas, la alegría es un signo claro del tiempo nuevo, en que el Mesías está en
medio de nosotros. María expresa en su canto un rasgo cristiano esencial: la
alegría.
b) La humildad
Se presenta a María como modelo de humildad. La palabra recuerda el
humus
de la tierra. La persona humilde tiene los pies en el suelo, conoce su fuerza
y su
flaqueza. Como el humus es rico en nutrientes para las plantas, la humildad
sitúa su ser humano ante aquello que la nutre, a sí mismo y a los demás,
sus
valores, no tiene miedo de sí misma y cultiva el autoconocimiento. Se
comprende
como tierra al servicio de la vida, como el humus para la planta. Muy
diferente de la persona orgullosa y arrogante, que concentra su existencia
en sí misma y cultiva el narcisismo.
Desde el punto de vista espiritual, humilde es quien reconoce que todo lo
recibe de Dios. Se siente servidor de una causa que sobrepasa su
individualidad. Desarrolla sus dotes personales, poniéndose al servicio del
Bien. Coloca su lugar en las relaciones humanas sin invadir el espacio de los
demás y actúa siempre con discreción. No cede ante la humillación, sino
que resiste en la fe. Persiste en creer que Dios es justo y hará valer su
4.2. La profetisa
de la nueva humanidad (Lc 1,50-55)
En el Magníficat María se alegra de la acción de Dios en ella. Se reconoce
“feliz”, “dichosa” (Lc 1,47), por haber sido agraciada por el amor
misericordioso del Señor. Proclama que la misericordia de Dios se extiende
a todos los que lo respetan (1,50) y lo acogen (literalmente: lo temen). El
“temor de Dios” no es un miedo infantil y paralizador, sino una actitud
madura que reconoce su grandeza, la reverencia y sirve. María recuerda
que la misericordia divina atraviesa toda la historia del pueblo de Israel.
Como mujer de fe, que cree en la promesa de Dios (1,45), María es hija de
Abraham (1,55) y parte de su descendencia.
El cántico de María proclama, proféticamente, la acción transformante de
Dios en las relaciones sociales. Denuncia como “orgullo” el mal uso del
poder y la concentración de la riqueza que perjudican a todos, ricos y
pobres. María alimenta la esperanza de que merece la pena soñar y crear
alternativas para una nueva sociedad. La garantía de esta
esperanza viene de la misericordia y de la fidelidad de Dios
que socorre a su pueblo (1,50.55).
El tema de la misericordia (compasión) es central en el evangelio
de Lc. Él muestra cómo Jesús revela, en sus palabras y acciones,
el rostro misericordioso del Abba, del papá con corazón maternal.
En Lc encontramos la parábola de la oveja extraviada (15,4-7), de
la mujer pobre que encuentra la moneda perdida (15,8-10), del
padre que espera al hijo que renegó de él, y cuando lo ve,
profundamente conmovido, sale corriendo a su encuentro y lo
cubre de besos (15,21). Todas ellas muestran la misericordia y el
amor regenerador del Padre.
Así es Dios: su corazón está abierto a la miseria humana. Su
grandeza se revela acercándose al ser humano extraviado. La
tras-cendencia se hace con-des-cendencia. La alegría divina es
contagiosa. en los tres personajes predomina el mismo
sentimiento de gozo por rescatar lo perdido .
Estos últimos años, la teología de la liberación ha contribuido a
descubrir esta dimensión de la espiritualidad bíblica, afirmando
que todo cristiano es llamado a ser profeta.
La experiencia de Dios no nos separa del mundo, sino que nos
inserta en el torbellino de sus contradicciones, de sus bellezas,
luces y sombras. Como profeta, el cristiano recuerda la “nueva
alianza de Dios con su Pueblo, denuncia lo que en la sociedad no
está de acuerdo con el sueño de Dios, alimenta esperanzas y abre
expectativas.
Proclama, con vigor y esperanza, la acción renovadora de
Dios, que transforma a las personas, las relaciones sociales,
las estructuras políticas y económicas, los papeles del hombre
y de la mujer, las culturas y etnias, y la relación con la
naturaleza.
5. La mujer de todos los tiempos:
María y el Espíritu
Lc organiza su obra, que comprende el Evangelio y los Hechos de los
Apóstoles, en tres tiempos.
1)El primero (Lc 1,5-3,20), narrado con más brevedad, es el tiempo del
antiguo Israel, que prepara la venida del Mesías. Este ciclo termina con
Juan Bautista. Lc acentúa con claridad esta ruptura y narra el bautismo de
Jesús, comienzo del segundo tiempo, sin mencionar ya al Bautista (3,21s).
2)El segundo tiempo corresponde a la gran parte del evangelio de Lc (3,21-
24,49), nos presenta el tiempo de Jesús de Nazaret, que inaugura el Reino
de Dios y anuncia al Padre misericordioso, hace el camino hasta Jerusalén,
donde muere ajusticiado y resucita.
3)El tercer tiempo, el de los Hechos de los Apóstoles, se sitúa la comunidad de
la Iglesia, que expande la salvación de Cristo hasta los confines de la Tierra,
animada por la fuerza del Espíritu del Señor resucitado.
María es la única persona presente en los tres
ciclos.
1)El primero con Zacarías, Isabel y Juan Bautista,
Simeón y Ana, abre camino al Salvador, como
madre del Mesías.
2)El segundo tiempo, el tiempo de Jesús, forma
parte del grupo de seguidores, como ejemplo de
discípula, que escucha, medita y pone en
práctica la palabra de Jesús.
3)El tercer tiempo, como miembro de la comunidad
cristiana, inaugura el tiempo de la Iglesia, en
Pentecostés. Allí encontramos la última
referencia a María en la obra de Lucas.
El Espíritu Santo actúa en cada ciclo y hace de eslabón
en los tres tiempos de esta “historia de salvación”.
El Espíritu actúa en María no sólo en el proceso de
encarnación del Hijo de Dios, sino también en su fe, dándole
fuerza para acoger el misterio divino, hacerse sierva y peregrinar como
discípula del Señor.
María participa de la acción creadora del Espíritu, individualmente, en su propio
cuerpo. Y asume parte de la acción colectiva del Espíritu en Pentecostés. Es
miembro eminente en el misterio de la encarnación, y miembro discreto en el
misterio de la expansión del Espíritu entre todos los pueblos.
María, templo del Espíritu, es profetisa de la justicia y de la misericordia de Dios
en la historia.
El Espíritu vivificante nos anima a luchar por la defensa, por el cuidado y por la
recreación de la vida, especialmente donde está más amenazada.
Gracias

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