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8383838383838e plenitud vital, porqué el ama nuestra felicidad también es
esta tierra. El creó todo para que disfrutemos.

La vida nueva es Jesucristo toca al ser humano entero y desarrolla en plenitud


la existencia humana en la dimensión personal, familiar, social y cultural. Para
ello hace falta entrar en un proceso de cambio que transforme los variados
aspectos que la propia vida. Solo así recibiremos que la vida en cristo sana,
fortalece y humaniza.

La vida en cristo incluye la alegría de comer juntos, el entusiasmo por


progresar, el gusto de trabajar y aprender, el gozo de servir a quienes nos
necesite, el contacto con la naturaleza, la ilusión de los proyectos
comunitarios, el placer de una sexualidad vivida según el evangelio, y todas las
cosas que el padre nos regala como signo de su amor sincero. Podemos
encontrar al señor en medio de las alegrías de nuestra limitada existencia y,
así, brota una gratitud sincera.

Pero el consumismo hedonista e individualista, que pone la vida humana en


función de un placer inmediato y sin límites en la vida. La vitalidad que cristo
ofrece nos invita a ampliar nuestro horizontes, y a reconocer, que trabajando la
cruz cotidiana, entrar en las dimensiones más profundas de la existencia.

Pero, las condiciones de vida de muchos abandonados, excluidos e ignorados


en su miseria y dolor, contradicen este proyecto del padre (que participemos en
la vida de amor del dios trinitario) e interpelan al creyente a un mayor
compromiso a favor de la cultura de la vida. El reino de vida que cristo vino a
traer es incompatible con esas situaciones inhumanas. Si pretendemos cerrar
los ojos ante estas realidades no somos defensores de la vida del reino y nos
situamos en el camino de la muerte: “nosotros sabemos que hemos pasado de
la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece
en la muerte” (1 Jn 3, 14). Hay que subrayar “la inseparable relación entre amor
a dios y amor al prójimo, que invita a todos a suprimir las graves desigualdades
sociales, las enormes diferencias en el acceso a los bienes.

Descubrimos así, una ley profunda de la realidad: la vida sólo se desarrolla


plenamente en la comunión fraterna y vista.

La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad.


De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que no se preocupan de la
seguridad y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás. El
evangelio nos ayuda a descubrir que un cuidado enfermizo de la propia vida
atenta contra la calidad humana y cristiana de esa misma vida. Se vive mucho
mejor cuando tenemos libertad interior para darlo todo: “quien aprecie su vida
terrena, la perderá” (Jn 12, 25). Aquí descubrimos otra ley profunda de la
realidad. Que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar
vida a los otros. Eso es en definitiva la misión.

Todo cristiano, en virtud de su bautismo, está llamado a ser misionero de


Jesucristo. El confió a la iglesia la misión de hacer discípulos bautizándolos y
enseñándoles a aguardar todo lo que nos ha mandado (Mt 18,19-20). El papa
pablo VI, en la exhortación apostólica “EL ANUNCIO DEL EVANGELIO”, nos
decía que la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial
de la iglesia. Esa es su dicha y vocación propia, su identidad más profunda.
Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del
don de la gracia, reconciliar a los pecadores con dios, perpetuar el sacrificio de
cristo en la Santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa.

La evangelización no se reduce al anuncio explícito del evangelio si no que


asume la transformación de toda la persona humana y de la sociedad, por lo
que debe integrar también la promoción humana, la lucha por la justicia y el
diálogo interreligioso.

La iglesia necesita una fuerte conmoción que le impide instalarse en la


comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del surgimiento de los
pobres. Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la
desilusión, la acomodación al ambiente. Invocamos al E. Santo para poder dar
un testimonio de proximidad que entraña cercanía afectuosa, humildad,
solidaridad, compasión, diálogo, reconciliación compromiso con la justicia
social y la pasión de compartir, como lo hizo Jesús. El sigue convocando,
sigue invitando, sigue ofreciendo incesantemente una vida digna y plena para
todos.

Hagamos nuestra las palabras de S. Pablo “Hay de mi si no, anunciare el


mensaje de cristo”.

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