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desesperada del
DIOS VIVO
Roosevelt Muriel
Roosevelt Muriel
La búsqueda
desesperada del
DIOS VIVO
La búsqueda desesperada del Dios vivo
ISBN: 978-958-49-1501-6
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser
reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio,
electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cual-
quier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito
del propietario del copyright.
Abril, 2021
Impreso en Colombia
Printed in Colombia
CONTENIDO
Dedicatoria�����������������������������������������������������������������������������������������11
Prólogo�������������������������������������������������������������������������������������������������13
Prefacio��������������������������������������������������������������������������������������������������15
Epílogo�������������������������������������������������������������������������������������������������315
Dedicatoria
E xiste una persona que puede verificar si las cosas que son narradas
a continuación son verdaderas o no. Ella puede confirmar que este
libro no es una novela ni una colección de fábulas o fantasías. Tampoco,
una serie de ideas para impresionar a la gente incauta.
Ella no sólo fue testigo de varias de las cosas que aquí se afirman, sino
que también participó de varias de estas aventuras naturales y espiri-
tuales. Al comienzo no entendía muy bien que era lo que estaba pasan-
do. Me atrevo a pensar que en alguna ocasión ella llegó a pensar que
yo estaba loco. O, se había equivocado en su elección de compañero de
camino.
Sin embargo, supo esperar hasta que El Cielo la involucró en mis proce-
sos. Y en varias de mis experiencias. Entonces entendimos que el tema
no sólo era conmigo sino con los dos. Como una sola carne. Pero tam-
bién con nuestros cuatro hijos: Juan Carlos, David, Jonathan y Roosevelt
Jr. Igualmente, con nuestros cuatro nietos: Juan Daniel, Luciana, Felipe
y Matías. Y los que faltan.
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La Editora
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Prefacio
Este libro es un grito a voz en cuello para los Jóvenes, los Buscadores y
los Sinsentido que anhelan la verdad y que hoy se encuentran varados
en cualquier estación del tren en el gigante mapa de la vida natural y
espiritual: religiones, sectas, grupos, filosofías, etc.
Por favor sigan avanzando, falta poco para llegar a la estación correcta.
Su verdadero destino espiritual está un poco más adelante. Y recuerden
bien, la estación donde deben bajarse no es otra que: Jesucristo, el Dios
vivo. Las demás estaciones están llenas de oscuridad, estafadores, tram-
pas y engaños. Y su salvación eterna puede ponerse en peligro.
Pero muy especialmente este libro está dirigido a aquellos que todavía
no le encuentran sentido a la vida y han pensado más de una vez bajarse
de este planeta. A ellos el autor les dice:
—No desmayen... El Dios vivo, Jesucristo, los está esperando unas cuan-
tas esquinas más adelante.
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PARTE 1
LA BÚSQUEDA
DEL DIOS VIVO
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Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así
clama por ti, oh, Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios,
del Dios vivo; ¿cuándo vendré, y me presentaré delante de
Dios?
Salmos 42:1-2 – RVR1960
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Ese vacío interior era tan real como la rutina inútil y sin sentido de cada
día, donde el sol salía puntual, como ha sido siempre su costumbre, ha-
ciendo un semicírculo silencioso e inocuo sobre las nubes, para luego
ocultarse cobardemente sin siquiera dejar una huella en el cielo, sin
traer noticias nuevas. Sin hacer un guiño amable de complicidad para
aquellos que anhelamos descubrir los misterios del universo. Y de la
vida.
Pero estaba obligado a ser testigo de un juego aterrador: los días rutina-
rios perseguían sin misericordia a las noches rutinarias, y luego éstas,
en represalia, hacían exactamente lo mismo. Era un juego de venganzas
y persecuciones. Yo tan sólo era un testigo infantil que los espiaba por
las ventanas. Muchas, muchas ventanas de las casas ajenas donde al-
guien de turno dentro de mi familia me llevaba a vivir por temporadas.
Sólo que las noches, a diferencia de los días, estaban llenas de ruidos
solitarios, grillos, saltamontes, y posibles fantasmas escondidos que
amenazaban con aparecer, pero nunca terminaban de hacerlo, aunque
se insinuaban perversamente en mi mente. Una y otra vez, noche tras
noche. A veces, casi tangibles. Casi reales. Cada noche el temor se acos-
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
El calendario que descontaba, sin misericordia, los días del año consig-
nados con números grandes en un bloque de papel colgado en la pa-
red, cada vez iba perdiendo su grosor. Y luego volvía a engordarse como
mujer promiscua y embarazada de nuevo; poco a poco los días se le
filtraban hasta quedar otra vez en el 31 de diciembre. Cada año, era la
costumbre, alguien colgaba un almanaque joven y bastante abultado en
alguna pared de mi infancia. Los días se iban descontando a sí mismos
como si estuviera pagando una deuda gota a gota. Interminable.
Para entonces, las mismas preguntas iban y venían, no sabía si eran las
preguntas del nuevo año, o las mismas preguntas de siempre: ¿Quién
decidió que yo naciera? ¿Y cómo para qué? Quien haya sido, era mi in-
quietud latente, ¿Por qué no me preguntó qué tipo de familia me hubie-
ra gustado, qué clase de hermanos, qué estilo de escuela, qué amigos,
qué dones y talentos?
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Esoterismo a la carta
Fingía estar jugando, estar muy distraído como cualquier niño, como
si no los oyera ni tuviera ningún interés en sus temas complejos para
una mente infantil. Cada vez que hablaban parecía que ya estaban listos
para tomar el próximo viaje astral y traspasar la estratosfera e ir a no sé
qué lugar donde serían muy felices. Siempre juntos, tío y sobrino, por-
que eran inseparables. Pensaba que en cualquier momento dejaríamos
de verlos para siempre porque se habían ido a vivir a otro planeta. Pero
nunca se marcharon. Ahí se envejecieron. Soñando. Atrapados en sus
laberintos seudo espirituales sin llegar a ningún puerto seguro. En algún
lugar del camino... ¡perdieron la brújula!
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Pero muchas de las cosas que ellos leían en los libros esotéricos, las que
hacían y las que hablaban, comenzaron a alimentar una lejana esperan-
za secreta en mi corazón de que sí era posible, algún día, encontrar al
dueño del negocio de la existencia que tanto me interesaba descubrir.
Para entonces, nadie conocía mis pensamientos infantiles secretos.
Por eso a mis trece años comencé a visitar uno a uno los templos, las
oficinas, las casas, y cuanto lugar yo descubría que hablaban de Dios.
¿Pero, cuál dios? En ese tiempo no me importaba mucho si era el co-
rrecto o no. Únicamente quería encontrar a alguien que respondiera
una que otra pregunta que torturaba mi alma. Estaba convencido de
que alguno de los tantos dioses —aunque fuera uno—, de los que había
escuchado mencionar a mi tío Rafael y a mi hermano Olivardo debía ser
real. Debía estar vivo. Tan sólo tenía que ir preguntando por ahí dónde
moraba y cuál era el horario de atención al público en su oficina celes-
tial. El viaje apenas comenzaba...
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Por mucho tiempo pensé que La Verdad estaba revelada en una de es-
tas dos culturas y sus religiones. En mi caso, el acceso a información de
estas dos corrientes era algo esporádico. En varias oportunidades pensé
irme a vivir a la India y por esta razón leía cuanto libro acerca de estas
religiones caía en mis manos. La curiosidad espiritual y la comezón de
oír se volvieron insaciables. Sin darme cuenta, había entrado en un la-
berinto largo y profundo, lleno de tinieblas, con muchas entradas, pero
sin una salida real.
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En Busca de la Perla
de gran Precio
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lias, ni sus jefes, les daban la oportunidad de ser reciclados. ¿Ese sería
mi futuro? ¡Qué horror!
Inmediatamente fui con una hoja de vida simplona y sin mucho qué con-
tar a mis 19 años, hasta las oficinas donde se instaló el equipo de perso-
nas que adelantaba el proyecto del periódico El Pueblo. Faltaban unos
seis meses para iniciar operaciones. Ya el edificio donde operaría el dia-
rio, de circulación nacional, estaba siendo terminado en su construcción
y acabados. Sospeché que estaban contratando personal para las distin-
tas áreas. Algo me decía que debía ir hasta allá y pedir un nuevo trabajo
donde pudiera ver el sol y una que otra sonrisa en los trabajadores.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
El gerente era un hombre muy alto, de piel sana y sonrisa franca. Cuan-
do me vio entrar no pudo disimular su asombro. ¿Qué quería hablar un
niño con el gerente general, muy atareado, por cierto, de un periódico
de circulación nacional cuyo eslogan sería: Con todo el poder de la infor-
mación? Aunque él estaba incómodo con la sorpresiva visita, trató en lo
posible de ser amable. Se esforzó un poco, debo reconocerlo.
—¿En qué puedo servirle? —dijo, con una sonrisa oculta, cínica y burlo-
na que se le escapaba por el brillo de sus ojos.
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—Bueno, soy bachiller —le dije tratando de reponerme un poco del gol-
pe bajo que acababa de recibir.
Ahora el hombre estaba más incómodo que antes, y una vez más trató
de ser amable.
—¿Queeeeeé...?
Noté que estaba incómodo con mi presencia. Por lo visto estaba muy
ocupado y yo había llegado en el peor momento.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Y algún día era un tiempo que en mi juventud sin estrenar podía esperar
sin límite alguno. Sin prisa. Mi corta edad me regalaría todo el tiempo
que necesitara. Y el cálculo de cinco años para llegar a la sala de redac-
ción de ese periódico era un tiempo prudente. Estos fueron mis cálculos.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
—¿Por qué piensa usted que hay que pagar mejor el trabajo físico que
el intelectual?
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Le dije la verdad.
Dimos un par de vueltas más y llegamos a una oficina con una placa
que decía: Jefe de Redacción. El hombre entró a esa oficina con mucha
confianza, saludó al jefe de redacción con gran efusividad. El Jefe de Re-
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Hizo una pausa y agregó con una pose llena de orgullo y sobradez pe-
riodística:
Y con un gran enojo sin disimular, como el gerente, dio por terminada la
conversación. Los dos, el hombre que acababa de conocer y yo, salimos
caminando lentamente. Derrotados en una batalla en la que no tuvimos
tiempo de reaccionar. Pude darme cuenta de que él también estaba in-
cómodo por la actitud poco cortés del jefe de redacción para conmigo.
Era evidente que el sentía vergüenza ajena.
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Por mi mente, de manera fugaz, pasaron los platos, los pocillos y las
bacinillas porcelanizadas. Sentí un alivio profundo por no tener que re-
gresar a ese lugar. A ese horrible lugar. En ese momento sentí que había
subido de categoría en mi escalafón laboral.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
El saludo del hombre fue amable. Me invitó a entrar al lugar que él deno-
minaba “El Almacén”. Me explicó mis funciones: Mantener en orden la
mercancía en sus respectivos estantes y estar pendiente para despachar
las solicitudes de material a los distintos departamentos que apenas
se estaban organizando. Pero muy especialmente —hizo un gran én-
fasis— debía tener mucho cuidado con los pedidos que llegaban de la
sala de redacción, especialmente los del jefe de redacción Héctor y del
subdirector del periódico, el famoso periodista Daniel Samper Pizano,
quien realmente era el responsable de toda el área periodística. Sobre él
recaía el éxito o el fracaso del periódico El Pueblo, con todo el poder de
la información para todas las regiones de Colombia.
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Pero para el señor Millán, mi jefe inmediato, las cosas eran un poco di-
ferentes. Él no estaba contento con mi desempeño y había tomado la
decisión de cancelar mi contrato y sacarme del periódico. Esta no era
una simple idea, era una decisión ya tomada. ¿Cómo me di cuenta de
los planes de mi jefe para sacarme? Una pequeña coincidencia haría la
diferencia.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
—Señor Millán —le dije amablemente—, quiero decirle que por simple
casualidad esta mañana pude ver el borrador de la carta.
—¿Qué carta?
—La de mi despido.
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que las cumpliera todas al pie de la letra. Yo las acepté todas. Descansé
profundamente de toda la tensión que tuve desde el momento en que
leí el borrador de la carta hasta mi posterior conversación con él. Pare-
cía imposible que una semana antes de cumplir mi periodo de prueba
laboral de dos meses, hubiera estado a punto de perder mi puesto. Me
salvé de milagro.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
para pedir una caja de clips metálicos. En las dos ocasiones le llevé los
pedidos de manera personal y directa. Tenía curiosidad de conocer al
hombre que tenía fama de ser un gran periodista.
Recuerdo que cuando le llevé los clips, un par de días atrás, me atreví a
pedirle que me permitiera asistir al curso de redacción que él dictaría
a los periodistas los lunes en la mañana. Él me preguntó que cómo me
enteré y le comenté que vi el cartel en la pared de la sala de redacción.
Luego me preguntó la razón por la que me gustaría asistir a un curso
de redacción. Le comenté que aspiraba a ser un reportero, algún día. Y
también un escritor. Y que de vez en cuando trataba de escribir algo de
poesía y alguno que otro cuento, pero que la verdad no era muy cons-
tante. Esa vez él me dijo que no tenía ningún problema en que yo asis-
tiera a sus charlas.
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—A partir del próximo lunes —agregó— usted será el secretario del de-
partamento de redacción.
Me interrumpió para decirme que las cosas con él no eran fáciles. Era
un hombre muy exigente y le gustaba que las cosas se hicieran rápido y
con excelencia. No había posibilidad para los errores.
—¿Tiene problema con eso? —expresó como si fuera una clara adver-
tencia.
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Por fin llegó el lunes siguiente. Todo el fin de semana estuve ansioso
por llegar a estrenar mi nueva posición en el periódico. Arribé lo más
temprano que pude a la sala de redacción y al primero que me encontré
fue al jefe de redacción, el mismo que me dijo que allí no contrataban
culicagados inexpertos, sino profesionales. No me saludó, sino que me
miró despectivamente una vez más. Él ya debía saber que ese día yo co-
menzaría a trabajar en su departamento. Desde entonces se atrincheró
en su espaciosa oficina.
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—Me dice el laboratorista que usted tiene cámara y sabe tomar fotos.
¿Es verdad?
—¡Estoy aprendiendo!
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Sabía que no le podía fallar, pero toda la teoría que acumulé durante las
últimas semanas, desde que compré la cámara, desapareció de mi men-
te y de mis neuronas. No tenía a quien consultarle. Entonces, no tuve
otra salida que disparar todo el rollo de treinta y seis cuadros —para
lograr una sola imagen— con todas las graduaciones y combinaciones
posibles. Le subía a la velocidad, le bajaba, abría el diafragma y lo cerra-
ba, hasta que el rollo se acabó. En mi interior pensaba que, de todas las
posibilidades, alguna debía salir perfecta, como la quería mi jefe máxi-
mo. Esa fotografía determinaría mi continuidad en el periódico. Otra
vez estaba bajo amenaza de ser un desempleado más.
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Periodismo y espiritualidad
Por esa época tuve una experiencia negativa —otra más— en el tema de
la búsqueda espiritual y fue mi encuentro con un grupo llamado falsa-
mente: Los niños de Dios.
La secta de Los Niños de Dios era famosa en todo el mundo. En las ca-
lles de Cali se comenzaron a ver parejas de jóvenes en los semáforos
repartiendo lo que ellos denominaban “Las cartas de David”. Estas no
eran otra cosa que los mensajes de su líder, que debía vivir escondido
en algún lugar del mundo. Nadie conocía su paradero. Dicho grupo se
caracterizaba por la convivencia comunitaria y muchos jóvenes des-
orientados y sedientos de dirección espiritual llegaban hasta sus sedes.
Yo seguí la pista de este grupo por más de un año. Les hice una entrevis-
ta para la página de la gente joven del periódico. Los visité en su casa.
Tomé algunas fotografías y publiqué un reportaje de una página entera.
Me parecía un grupo sano y con una causa noble dirigida hacia la juven-
tud. Una buena alternativa espiritual para los tiempos de confusión que
se estaban viviendo.
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El trato entre ellos era muy respetuoso, y podría decir que hasta muy
amoroso. Predicaban, comían juntos, cantaban canciones como: “Tie-
nes que ser un niño, tienes que ser un niño... ¡para ir al cielo!”. Y la verdad
es que a uno le daban ganas de convertirse en un niño para ver a Dios.
Los visité unas tres o cuatro veces más. El líder me trataba con mucha
amabilidad pues yo era el periodista del periódico El Pueblo, algo que
para su movimiento resultaba muy conveniente.
Por ese tiempo yo había salido a quince días de vacaciones laborales del
periódico y no tuve la iniciativa de salir a ningún lado. Mi relación con
Betty estaba creciendo. Veía confianza entre los dos y notaba que a ella
le agradaba estar conmigo y yo realmente estaba enamorado de ella. Me
pareció que, si lo nuestro iba en serio, sería bueno fortalecer nuestra re-
lación con un ingrediente espiritual, y qué más que ir y compenetrarnos
un poco más con el paraíso en la tierra, que estaban construyendo Los
Niños de Dios.
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Al día siguiente, una líder acompañó a Betty a su casa para hablar con
sus padres acerca de nuestra decisión de unirnos temporalmente al
grupo. Quizás por unos días o una semana. En realidad, la idea ini-
cial fue vincularnos un poco más durante el tiempo de mis vacaciones,
pero la interpretación de los líderes fue que nosotros queríamos for-
mar parte integral de la familia de Dios que ellos dirigían. Y como vi que
Betty no puso mucha resistencia, dejé que las cosas siguieran su curso
y terminamos quedándonos en ese lugar con muchas expectativas e
incertidumbres.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
no calculé los riesgos. Me parecía muy bueno poder pasar las vacacio-
nes en un lugar casi “santo” hasta ese momento. Y aunque Betty estaba
tranquila y parecía entusiasmada con la idea de probar un tiempo a ver
qué pasaba, yo sabía que no era fácil para ella. Yo no tenía mucho que
perder y en el fondo de mi corazón tenía la esperanza de que esta fuera
la respuesta que estaba buscando para mi realización espiritual. Y si mi
novia me acompañaba en este proceso era mucho mejor para mí. Para
los dos. Y para el futuro. Incluso, también para la familia si es que llegá-
bamos a tener una.
A sus diecisiete años, Betty era una niña de casa, tenía varias hermanas
mayores y menores y un hermano menor. Su padre, para quien en ese
tiempo me convertí en su peor enemigo, la tenía en gran estima. Yo me
sentía tranquilo. Pensaba no estar cometiendo ningún delito, porque era
una decisión de caminar por un camino de fe que hasta ese momento
era más o menos lo que yo buscaba para calmar la sed en mi búsqueda
incesante. Los líderes de Los Niños de Dios no quedaron muy tranquilos
con lo que pasó en la casa de Betty. Entonces, hablaron con nosotros y
nos dijeron que la situación era complicada y que podía desencadenar
en cosas no muy convenientes para el grupo y para nosotros.
Entonces, nos propusieron que para evitar problemas era mejor no que-
darnos en la sede de Cali, sino que fuéramos rápidamente para la sede
de Los niños de Dios en Medellín. Y así lo hicimos. El líder principal,
quien se había trasladado a esa ciudad, se entusiasmó con la idea de que
el periodista y su novia se vincularan a su grupo y ahora estuviéramos
viajando hasta su sede. Cuando llegamos a Medellín Betty fue enviada
a la sección de mujeres y yo a la de hombres; durante los primeros días
no nos dejaron tener mucho contacto, a pesar de que vivíamos en la
misma casa.
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Iniciamos una batalla silenciosa o más bien una guerra campal entre
silencios elocuentes. Yo trataba de ser respetuoso y prudente, pero que-
ría respuestas. Muchas respuestas. Descubrí, en las cartas que él mismo
me pasaba, temas que no tenían nada que ver con la fachada de convi-
vencia hermosa y armoniosa. Pero el líder no me respondía, y tampoco
permitía que me acercara a otros líderes o miembros del grupo. Nadie
se acercaba a mí. La mayoría comenzó a evitarme.
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una bolsa de papel con un pedazo de queso y otra con panela. Ella sabía
que el viaje de regreso de Medellín a Cali sería largo. No contábamos
con absolutamente nada de dinero, ni de provisión. No pensamos que
lo íbamos a necesitar tan pronto.
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Curiosamente, por esos días tuve un sueño que se repitió varias veces.
Siempre era el mismo. Idéntico:
Yo tenía que presentar unas pruebas finales semejantes a las del úl-
timo año de bachillerato. Era muy importante ganarlas y pasar en
limpio. Este triunfo iba a marcar una nueva etapa en mi vida y a
abrir puertas hacia un buen futuro. Además, podría empezar nuevos
estudios a nivel superior. Entonces la vida sería más fácil.
Pero —en el fondo— estaba seguro de que iba a perder las pruebas y,
por lo tanto, se retrasarían muchas cosas y vendrían innumerables
complicaciones. Me estancaría. Tendría que repetir largas y eternas
jornadas tediosas de estudio que ya debía haber superado. La segu-
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tando algo muy superior a mis fuerzas. Ese “algo” o “alguien” me anun-
ciaba cosas nuevas a las que debería enfrentarme en los próximos tiem-
pos. Todo estaba conduciendo a una ruptura, un despertar, un nuevo
comienzo ¡Desconocido!
Ella también veía que las cosas no caminaban en el rumbo que deberían
ir. Yo cada vez estaba más desconectado de la cotidianidad. El aisla-
miento, la desazón interna y la confusión eran evidentes. Le expliqué
que yo debía tomar una decisión radical. Le dije algo así:
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— ¡Vaya búsquelo!
—¡Vaya en paz! Yo me encargo de ella y del niño —en ese momento sólo
teníamos a Juan Carlos, quien ya tenía año y medio.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Cuando llegó el día cero mi alma estaba agitada. Por un lado, estaba
contento y expectante de lo que podría suceder más adelante. Pero por
el otro, tenía un desfile de sentimientos encontrados. Antes de despe-
dirme formalmente de Betty decidí despedirme de mi pequeño hijo de
una manera especial.
Entonces, esa mañana llevé a mi hijo Juan Carlos en mis brazos. Di vuel-
tas a la manzana en el barrio de manera lenta y pausada con él cargado
todo el tiempo y explicándole en detalle —sabía que no me entendía—
las razones por las que tomaba esa decisión tan drástica. Era de vida
o muerte. De simplemente existir, o vivir con dignidad y sentido. En-
tretanto que yo hablaba, él jugaba con su avión de plástico. Una y otra
vez su avión levantaba vuelo, mientras él simulaba el motor haciendo
ruidos con sus labios.
Algún día él entendería que este viaje había sido producto de una nece-
sidad muy profunda que ni yo mismo comprendía. Y una de las razones
principales, una vez resolviera este asunto, era brindarle a él un futuro
más claro y un camino más seguro. Mi conciencia quedó tranquila al
intentar explicarle a una de las personas más importante para mi vida
mis razones y sentimientos más íntimos. Fue un largo monólogo, pero
sentía que estaba actuando con responsabilidad paternal, al tiempo que
estaba siendo honesto conmigo mismo.
En casa, una pequeña maleta de cuero color café, una máquina de es-
cribir portátil, unos cuantos libros que pensaba leer en el camino y mi
guitarra, estaban listos para emprender un largo viaje. Era cuestión de
tiempo. Minutos... segundos...
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Una Búsqueda que
se Extiende a las
Naciones
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Rumbo a México
D urante los meses previos a emprender este viaje para dejarlo todo
e irme lo más lejos posible en busca de “algo” o “alguien” que pudie-
ra darle respuestas a mi infinidad de preguntas acerca de la existencia,
compartí la idea de irme a México por tierra con dos amigos, sondean-
do la posibilidad de tener compañía en un viaje tan incierto. La verdad
es que no quería emprender esta aventura solo. Para mi sorpresa, esos
dos amigos se entusiasmaron más de la cuenta. Era algo que habían an-
helado secretamente. Una aventura de ese tipo traería mucho sentido a
la vida de ellos tanto como a la mía. Y durante un par de meses estuvie-
ron listos, esperando a que yo les diera la señal del momento de partida.
Anhelaban con ansia saber el día y la hora. Parecían niños pequeños
esperando las vacaciones con papá en algún parque de diversiones.
Uno de los dos amigos era de origen dominicano y el otro era un mú-
sico. El dominicano trabajaba como mesero en el restaurante-café Los
Turcos, donde casi todas las noches, después de las largas e intensas
jornadas del periódico, yo arrimaba a tomar un café, comer algo, y tener
el pretexto para encontrarme con otros colegas periodistas, escritores,
poetas, músicos, y conversar un poco. En ese restaurante-café circula-
ban todo tipo de personas y toda clase de personajes. Cada uno bus-
cando, a su manera, darle sentido a sus vidas vacías, inocuas. Era un
lugar donde la mayoría nos ocultábamos de la soledad. Y del tedio de
las noches monótonas.
Cada uno trataba de llenar su propio pozo profundo con algo relaciona-
do con la amistad, el arte, la cultura o el misticismo. Algunos llegaban
hasta allí simplemente para gastar las horas, los minutos y los segundos
que les sobraban del día, los cuales se resistían a desgastarse. A morir.
Ese tiempo de sobra tratábamos de invertirlo de cualquier manera. Ha-
bía quienes lo hacían buscando a alguien con quien identificarse como
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persona, por el oficio, por el arte, o por la verborrea. Era una manera
de buscar —inconscientemente— algo que les diera un impulso para
levantar nuevamente el vuelo existencial del que estaban descendien-
do aterradoramente en picada y sin freno posible. Especialmente en las
noches vacías de contenido. Y de compañía.
El otro amigo —más bien un músico que conocía de lejos— con el que
me había tomado unos cuantos cafés esporádicos en Los Turcos, pero
con quien no tenía mucha confianza, lo encontré en un bus urbano. El
bus iba prácticamente vacío. Y viajaba velozmente por las avenidas de
la ciudad dando pequeños saltos incómodos y desestabilizadores. Tuve
que agarrarme fuertemente a una baranda para no perder el equilibrio.
Los asientos donde los dos estábamos ubicados, el músico y yo, nos
permitían mirarnos frente a frente. A una distancia de unos cuatro o
cinco puestos, nos saludamos y hablamos de cualquier cosa intrans-
cendente.
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Era la primera vez que trataría de ir más allá de mis fronteras. Él se que-
dó un poco pensativo y, antes de descender del bus donde viajábamos,
me miró a los ojos y me dijo:
Luego agregó, a toda prisa, antes de terminar de descender del bus ur-
bano:
Era un grito tan o más desesperado del que yo llevaba por dentro. Y así
fue como tomamos la decisión de viajar juntos. Sin mucho preámbulo.
Sin ninguna planificación.
Los tres tuvimos tiempo para avanzar sobre el asunto, aunque no con-
tábamos con mucha información de cómo hacerlo. En ese tiempo no
había muchos recursos tecnológicos para investigar. La fuerza que
nos movía iba más allá de la necesidad de salir de Colombia a como
diera lugar. Lo demás se lo dejamos al azar. Éramos tres mosquete-
ros dispuestos a dar las peleas que fueran necesarias por ir a conocer
otros horizontes. Quijotes y Sanchos deseosos de traspasar frontera
tras frontera sin descanso. Y a la vez llenar el pasaporte de sellos disí-
miles de naciones desconocidas. Así podríamos conocer un poco más
del planeta donde, de una u otra manera, los tres nos estábamos as-
fixiando.
Era claro que los tres teníamos motivos y contextos diferentes. En una
ocasión el músico apareció con un mapa gigante del planeta Tierra. Ya
había remarcado con colores diferentes las distintas opciones de rutas
que podíamos tomar después de que conquistáramos a México.
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Un tanto molestos, y con las finanzas muy mermadas, tuvimos que re-
gresar a Cali. Los tres tratábamos de ocultar nuestra vergüenza y de-
sazón. Nos sentíamos derrotados en nuestra primera batalla. Y lógica-
mente —a regañadientes— cada uno tuvo que ir a dormir donde sus
familiares por unos cuantos días mientras definíamos una nueva ruta
para ir a México. Nuestras familias hicieron muchas preguntas para las
que no tuvimos absolutamente ninguna respuesta. Lo que creímos que
sería fácil, finalmente fue más complicado de lo que pensamos. Unos
pocos días después, para no darnos por vencidos, nos lanzamos nueva-
mente a buscar nuestra salida para México. Estábamos dispuestos a in-
tentar una nueva batalla para alcanzar nuestro destino. Nada impediría
nuestro deseo de cruzar la frontera.
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Entre tanto, el sol hacía de las suyas sobre nuestras espaldas y sobre
la piel de nuestros rostros. La arena trataba de detenernos como pre-
sagiando el fracaso de nuestra nueva misión vía Panamá. Y a pesar de
que fuimos hasta el lugar y hablamos con el funcionario para tratar de
explicarle las razones por las cuales nos urgía cruzar la frontera, nos
encontramos con un “no” rotundo. Inapelable e inamovible. Un muro
invisible y autoritario cercenó nuestro sueño. ¡Segunda frustración!
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
calado todos los niveles posibles como el volumen extremo de una radio
con la melodía equivocada. Nuestras almas estaban atribuladas. Ya no
hablábamos tanto como al comienzo. Los sueños y las expectativas al
iniciar el viaje se habían echado a dormir. Los largos silencios y los ros-
tros fruncidos eran abismos que habían ido surgiendo entre nosotros.
Cada uno estaba rumiando su propia decepción, sus pensamientos y
sus recuerdos. Ya no sabíamos qué explicación dar a nuestras familias.
Aunque en este punto es necesario aclarar que el músico fue el primero
en abandonar la aventura tripartita. Los únicos que regresamos a Cali,
resignados y más frustrados que en el intento anterior, fuimos el domi-
nicano y yo. El músico decidió quedarse en la costa Atlántica, donde
al parecer tenía algunos conocidos. Le deprimía la idea de volver a su
ciudad y caer en la misma rutina que llevaba practicando por muchos
años. No podía ocultar su frustración extrema. Quedarse en la costa era
la manera de evitar un suicidio emocional.
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Rumbo a Suramérica
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Una vez nos encontramos, el saludo fue amable y alegre, como era de
esperarse cuando se está a punto de iniciar en equipo una larga travesía.
Bueno, eso era lo que yo pensaba en ese momento. A decir verdad, noté
al dominicano un poco nervioso. Y evasivo. Pasaron unos quince mi-
nutos de comentarios triviales y sin sentido, hasta que, con un poco de
timidez y vergüenza, delante de Betty y de su novia, quien lo tenía abra-
zado por la cintura, me explicó que decidía cancelar el viaje. Que en esta
ocasión no me acompañaría. Que se veía obligado a romper el pacto de
caballeros que habíamos hecho en el largo y tedioso viaje de regreso.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
pareja y una familia recién constituida, y que por cosas del destino o de
la vida, o del vacío interior, debían con valentía separarse por un tiempo.
Ella regresó a la casa de sus padres absorbida por una noche lluviosa
y hambrienta de seres solitarios. Era una noche de esas, escasas pero
existentes. Impredecibles. Seguramente, ella avanzó con muchas dudas
y con el alma quebrada, y posiblemente con una que otra lágrima es-
curriendo por su mejilla, pero yo estaba seguro de que, en su interior,
como en el mío propio, había un rayito de esperanza de que pronto ven-
dría un reencuentro con los corazones sanos y las almas libres. Y con
un sentido de vida más claro para los dos, para nuestro hijo y los otros
niños que debían venir más adelante. Este simplemente era un parénte-
sis obligatorio. Necesario.
El Wifi espiritual.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
definido. A medida que daba un paso hacia adelante las cosas se iban
aclarando. Otro paso más y el panorama se despejaba todavía con más
color y brillantez.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Debo aclarar que durante ese año largo nunca tuve que trabajar para
sobrevivir. Las cosas llegaban a mis manos, naturalmente. Algunos per-
sonajes, como los cuervos que alimentaron al profeta Elías, aparecían
en escena para traerme un mensaje de ánimo, o entregarme algo que
necesitaba: una información necesaria, una habitación gratis para pa-
sar la noche, remedios, comida, algo de dinero o un transporte por tie-
rra, barco o avión. ¿Coincidencias? ¿Ángeles del cielo? No sé explicarlo,
simplemente sucedía.
Cada día que pasaba confirmaba que este viaje era personal e intrans-
ferible. Mis dos amigos, los Lots, siguieron su propio destino porque el
cupo de esta nave espacial era para un solo pasajero. Todo se adaptó y
se concibió para una sola persona muy ligera de equipaje y de apegos
terrenales. Fue una experiencia real de desarraigo y libertad.
Redirección divina
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Cuando iba para México con mis dos amigos, todas las puertas se ce-
rraron, nada funcionó como nosotros lo planeamos. No pudimos salir
ni por el puerto de Buenaventura, ni por la ruta a Panamá. Entonces el
viento celestial comenzó a soplar hacia Suramérica. ¿Casualidad?
Era necesario salir del nido cómodo. Soltarlo todo, y comenzar a cami-
nar en un camino desconocido. Una aventura nueva e impredecible. Y
entrar, como le escuché a un pastor argentino, llamado José Churrugua-
rín: “caminar en la inseguridad segura de Dios”.
Cada día traía su propio afán, pero también sus propias respuestas y
sorpresas. Era la ruta de la dependencia absoluta de alguien que estaba
por encima de las circunstancias naturales y de la voluntad de los hom-
bres. Un entrenamiento intensivo y extremo en el presente para una hu-
milde misión especial que vendría en el futuro. Estaba a punto de ver
cumplir ante mis ojos la promesa que Dios le dio a Jacob en Génesis
28:15: «He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres,
y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho
lo que te he dicho».
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Ecuador
—Date vuelta!.
No podía creerlo. Era una voz clara, real y pausada. Era una orden ama-
ble. Me sentí un poco turbado en el momento, pero pensé que no perde-
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
ría nada con obedecer aquella voz extraña. Nunca la había escuchado.
Decidí darme vuelta como La Voz me lo demandó. ¡Oh, sorpresa!
Sin embargo, debo aclarar desde ahora que no escuchaba La Voz todo
el tiempo. Exclusivamente funcionaba en momentos críticos, cuando
tenía dificultades o necesitaba una dirección específica. Cuando me
estaba ahogando en alguna circunstancia que se salía de mis manos.
Entonces, La Voz aparecía de manera espontánea cuando ella decidía.
No dependía de mí su manifestación.
Ya había escuchado La Voz por primera vez, este era apenas el comien-
zo de una aventura poderosa entre el cielo y la tierra. Vendrían otros
mensajes. Y otras instrucciones que paso a paso me llevarían a encon-
trar la verdad y al Dios vivo.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Guayaquil
Llegué a la ciudad de Guayaquil en las horas de la mañana, muy tem-
prano. No tenía contactos. No podía alquilar un cuarto de hotel porque
prácticamente ya no tenía dinero en mis bolsillos. Tampoco tenía amigos
para encontrar dónde dormir bajo un techo. Como buen turista, cami-
naba por las calles del centro de manera despreocupada. Estaba descu-
briendo una ciudad puerto de la que únicamente había oído el nombre.
De un momento a otro, La Voz apareció en escena nuevamente:
La Voz insistió:
—¡Entra!
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Pero lo que hasta ese momento no comprendía bien era por qué las pa-
labras que salieron por mi boca afirmando que el joven era un escritor
resultaron ser ciertas. Y justo esas palabras espontáneas e involuntarias
aseguraron mi supervivencia por unos días en Guayaquil. Me resultaba
extraño, pero al mismo tiempo interesante. Muy interesante.
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Perú
Cuando abrí mis ojos, observé al fondo del gran salón a un hombre con
rasgos orientales. Únicamente quedábamos él y yo en el lugar. Yo fingí
estar dormido todavía y con disimulo lo observé por un largo rato. El
apenas se estaba levantando y preparando para entrar al baño. Al bajar
mi mirada hacia su mesa de noche, descubrí algo maravilloso: El equipo
de fotografía más hermoso y completo que jamás vi en toda mi vida. El
hombre había puesto, cuidadosamente, uno a uno los lentes blancos de
su equipo sobre la pequeña mesa de noche. La cámara, al parecer una
Nikon último modelo, tenía puesto un gran teleobjetivo. Nunca tuve ante
mis ojos un equipo de fotografía tan espectacular. Era la primera vez que
veía una joya de estas en vivo y en directo. Lo poco que había visto prove-
nía de alguna que otra revista importada con temas de fotografía.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
—¿Qué está pensando hacer?—dijo sin más ni más. Fue una exhorta-
ción contundente.
—Si actúa de esa manera puede perder lo que ha ganado hasta ahora y
será invadido por una serie de sentimientos, temores y pensamientos
negativos. Perderá la limpieza del espíritu... la búsqueda espiritual será
contaminada.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Unos días más adelante, me llevaría una gran sorpresa. Estaba destina-
do para encontrarme de nuevo con el mismo fotógrafo oriental en otro
lugar y en otras circunstancias diferentes. Una vez más el cielo me daría
otra gran lección.
En ese entonces el Cuzco era una ciudad pequeña con una marcada
población indígena, unos cuantos parques, varias iglesias católicas y
muros antiguos de piedras gigantes. Pero también tenía una buena va-
riedad de restaurantes y venta de artesanías, discotecas y tertuliaderos.
Un lugar turístico muy visitado por gente de todas las edades y de todas
las nacionalidades.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Por esos días, en uno de los tantos parques de la ciudad, conocí a una
pareja de homosexuales. Él era colombiano y ella, argentina. Los dos se
casaron por conveniencia; eran homosexuales declarados, pero decidie-
ron tranquilizar a las dos familias. Se casaron en Buenos Aires, hicieron
fiesta, dejaron a la familia de la muchacha en paz y con todas las sospe-
chas del lesbianismo de su hija en el piso. Por fin había conseguido un
marido hombre. Y lo más importante, se casó por la iglesia católica. To-
dos quedaron tranquilos. Y ella libre, con su nuevo cómplice disfrazado
de un buen esposo.
Ahora, subían hacia Colombia para hacer lo mismo con la familia del
muchacho. Demostrarles a todos que él era normal y que se había “le-
vantado” una hermosa argentina, rubia y despampanante. En el Cuz-
co, cada uno andaba por su lado. Se encontraban en las noches para
dormir en la misma habitación. Yo hice una buena amistad con ella.
Podíamos pasar largos ratos hablando de periodismo, fotografía, litera-
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
tura, tomando café, y caminando por las calles antiguas. Cuando le pre-
gunté si a su marido no le molestaba que pasara tiempo conmigo, soltó
una carcajada. Y me contó la historia del teatro matrimonial. No tenían
ningún tipo de relación, simplemente eran compañeros de coartada. Y
perfecta. Y me aclaró de manera rotunda que a ella no le gustaban los
hombres.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Por un instante pensé si La Voz tenía algo que ver con esto. Cómo al-
guien que está siendo rechazado casi de frente insiste en conectarse.
Y ahora, en dar su teléfono personal en Lima. ¿Que tenía que ver Lima
en el futuro con ese joven y conmigo? No sabía si iba a volver a pasar
por Lima. ¿Me estaban tratando de decir algo desde allá arriba?
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Este incidente, como otros, era parte de una serie de escenas magistral-
mente preparadas. Una agenda preconcebida. Cada actor debía apare-
cer y cumplir su papel a cabalidad. El guion ya estaba escrito. Y también
los diálogos, las sugerencias, las propuestas y las reacciones. Los lugares
y los espacios de cada escena también ya estaban predeterminados. In-
cluso, el número de teléfono que ahora estaba escrito con letra grande
en mi propia libreta de apuntes.
La mujer se marchó con su falso marido para Colombia. Hice otros ami-
gos. Unos más fugaces que otros. Especialmente, cuando nos encon-
trábamos amontonados en los restaurantes, o en los pocos cafés de la
ciudad, para escapar del frío agresivo e intenso en extremo. Por cierto,
una característica notoria en el Cuzco es que los cuerpos permanecían
fríos, pero las almas hervían. Y por muchas razones.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
te: la gente, los turistas, los puntos de venta callejeros con sus colores
vivos y brillantes, la raza indígena sufriente y resignada desde antaño.
Al llegar a una de las plazas, no podía creer lo que mis ojos estaban
viendo: Nadie menos y nadie más que al hombre oriental con el más
fabuloso equipo fotográfico que vi en toda mi vida, ahora no sobre una
mesa de noche, sino colgado en su cuerpo. El mismo que durmió en la
habitación que yo dormí en Lima, en medio de las largas filas de ca-
marotes ordinarios. El mismo oriental al que pensé robarle su equipo
fotográfico, estaba ahí, ante mis ojos, tomándole fotos a todo cuanto se
le ponía por delante. Me quedé estático mirándolo encuadrar, buscar el
ángulo y obturar una y otra vez, sin descanso. ¡Era un profesional!.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
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Me explicó que me iba a llevar a una farmacia para comprar algo que
contrarrestara mi situación. Él y su hijo comenzaron a caminar adelan-
te, y como pude yo caminaba a un paso de distancia de ellos, en medio
de las calles congestionadas. Los seguí sin mucha conciencia, más por
reflejo que por convicción. Realmente sentía que las fuerzas me falta-
ban, mi batería se estaba agotando.
En la tarde del día siguiente me desperté en una cama del hospital. Te-
nía una aguja conectada en mi brazo por donde entraba un líquido que
salía de una bolsa plástica colgada a mi mano derecha. Al parecer, me
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Ese mismo día en que salí del hospital, ya rondando cerca de las nueve
de la noche, no había encontrado dónde dormir. Había agotado todas
las posibilidades de tener un alojamiento gratis. No tenía dinero para
pagar un camarote de hostal y el efecto de los antibióticos ya estaba
pasando. Tampoco tenía ningún remedio a la mano para darle continui-
dad al tratamiento.
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—¿Y su padre?
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
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Chile
Por largas horas contemplé las montañas más áridas que había visto
en toda mi vida. Toneladas infinitas de arena hirviendo parecían se-
guirnos todo el tiempo, era una hilera infinita de subidas y bajadas a mi
derecha. El sol en esta región es diferente al disco blanco, luminoso y
pequeño al que yo estaba acostumbrado a ver en mi país. Este parecía
de otra galaxia, era gigante y vestido majestuosamente con un color
rojo intenso. A lo largo del camino el sol bajaba y lentamente se escon-
día detrás de las montañas arenosas, o se iba sumergiendo lentamente
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Por esos días conocí una interesante mezcla entre fe, alegría, música y
juventud. Pero lo que más me llamó la atención de Santiago de Chile fue
que muchos jóvenes eran músicos y estudiantes de música. Al caminar
por ciertos barrios, se podían escuchar pianos, violines y violonchelos,
que eran ejecutados durante los ensayos obligatorios en sus casas.
Todas las tardes.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Luego agregó:
Yo le interrumpí y le dije:
Durante la siguiente media hora que faltaba para llegar al destino, con-
versamos animadamente. Me dio sus teléfonos para cuando yo volviera a
Santiago lo llamara y nos tomáramos un café. Quedó una linda y sentida
amistad entre los dos. Coincidimos en muchas cosas, pues él también
era un mochilero de corazón, que a su edad ya no podía estar aventuran-
do por el mundo sino trabajando para cuidar a su familia. Más adelante
buscó un lugar despejado, detuvo el carro y se despidió con mucha cor-
dialidad. Yo me bajé. Juntos hicimos una promesa de volver a encontrar-
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
En ese momento sucedieron dos cosas muy fuertes. Eran dos convic-
ciones profundas y frescas en mi interior. Una, que “alguien”, un ángel
o algo parecido, se acercó por detrás de mí y colocó el reloj a una dis-
tancia aproximada de dos pasos. Estaba tan seguro de que se trataba
de “alguien” y no de una coincidencia o del azar, que en ese momento,
después de recoger el reloj, me giré y dije en voz alta:
La otra impresión, más importante que la primera, que también fue muy
clara, es que en el momento en que recogía el reloj tuve la sensación de
que escuché nuevamente La Voz, y aunque no estaba del todo seguro,
tuve la impresión de que dijo pausadamente: “El dinero que le van a dar
por la venta del reloj cubrirá el cincuenta por ciento del boleto en avión”.
Muy impresionado por lo que acababa de acontecer, caminé en medio
de la nieve hacia la estación del ferrocarril que se veía a lo lejos. Y desde
la estación se podía apreciar la montaña de nieve sobre el túnel que une
a los dos países y el gran hotel cinco estrellas donde mi amigo suizo ya
debería estar desempacando las maletas para iniciar sus desplazamien-
tos juguetones sobre la nieve.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Pude por fin colocar mis pies, con los zapatos mojados, cerca de una
chimenea que me diera calor. Más tarde me ofreció algo de comer. Me
habló de su vida, su familia y los años que llevaba trabajando en el mun-
do de los trenes. De un momento a otro, en medio de la conversación,
se me ocurrió mostrarle el reloj que encontré cerca de la orilla del río.
Él lo miró, volvió a mirarlo. Le dio vuelta, se dirigió a mí y me dijo muy
entusiasmado:
—¡Se lo compro!
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
En este caso las matemáticas fallaron. Yo le había dicho a ella que máxi-
mo me demoraría tres días en salir de Chile y ella calculó un mes exacto,
lo cual ya tenía planeado, para reencontrarse con su novio en otro lugar.
Cuando ella me vio soltó una carcajada. No podía creer que yo estuviera
delante de ella un mes y ocho días después. Entonces me reclamó sin
poder contener la risa.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
—Sí.
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Argentina
Una vez en tierra, ella debía tomar otro vuelo de retorno a la gran nación
de Brasil. Nos despedimos como grandes amigos que anhelan volverse a
encontrar algún día en la vida, así fuera por otra casualidad aterradora
como la que habíamos compartido juntos después de un mes y ocho
días exactos. Y en los aires y sobre las cordilleras de Los Andes. En las
matemáticas humanas era imposible un reencuentro como ese. Pero a
veces sucede. Y nos sucedió a los dos. Entre nosotros quedó una cone-
xión humana muy profunda. Nada romántica, por cierto, sino humana.
Muy humana.
Ese dato me lo había dado otra argentina que se había cruzado fugaz-
mente en el camino y que al ritmo de un té caliente pudimos compartir
contactos de amigos que nos pudieran facilitar mi avance hacia el sur y
el de ella hacia el norte. Busqué un teléfono público.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
—No se encuentra.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
La figura de una señora ya de edad, linda, de pelo blanco y con porte ele-
gante apareció detrás de la puerta de madera. Ella no tenía que sonreír
porque todo su aspecto era amable. Y tierno.
—En el momento que usted cruce esa línea —señaló el piso de la puerta
de la casa— usted se convierte en mi hijo. ¿Acepta?
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
No fue fácil encontrar sus guaridas secretas y herméticas para los intru-
sos como yo. Pero todo tiene solución...
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Como buen espía literario, merodeé una y otra vez, pasando con algo de
disimulo unas tres o cuatro veces por el frente de la residencia de Sába-
to. No había señales de vida humana. Ni siquiera un perro que ladrara
para avisar que alguien estaba en la puerta. Pasé por el frente de la casa
siete veces consecutivas. Silencio y soledad absolutas.
Descubrí que, en una de las columnas que sostenía la gran reja princi-
pal, había un timbre con citófono. Me apresuré a hundir el botón rojo
y esperar. La primera vez nadie respondió. La segunda tampoco. A la
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
tercera, por el parlante del timbre se escuchó una voz femenina aguda y
distraída que decía algo en idioma argentino que no entendí. Aproveché
el momento para preguntar por el escritor Ernesto Sábato. La voz cor-
tante, tal vez acostumbrada a dar este tipo de mensajes, dijo:
—¡No está!
Dejé pasar unos eternos y confusos minutos para volver a llamar con la
mayor prudencia posible. Sin esperarlo, inmediatamente el citófono fue
contestado al otro lado. Sentí mucha alegría cuando volví a escuchar la
voz. Tímidamente, cambiando el tono de voz para que pareciera otra
persona más adulta, dije:
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Me dolió el corazón cuando esa voz, con el tono de un general nazi, frío
y endurecido, sin ningún asomo de compasión, contestó lo mismo de la
vez anterior:
—¡No está!
Y así, sin más, colgó nuevamente. Con las dos manos me agarré de las
rejas y las sacudí con fuerza para descargar todo el voltaje de mi frustra-
ción y mi ira con la desgraciada mujer. Pensé matarla. Desaparecerla del
planeta Tierra. Pasó un largo tiempo. Respiré profundo. Volví a caminar
por el barrio. Y pensé: Ya estoy en la casa de Sábato, ¿Cómo hacer para
quitar ese obstáculo insensible de mi camino?
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
De pronto, caí en cuenta de que el vehículo viejo que había visto antes
estacionado ahora estaba encendido, y un gran chorro de humo negro
salía perezoso por el tubo del exosto. Pero lo mejor de todo, en su interior
había un individuo con una gabardina lúgubre esperando que el motor se
calentara para marcharse. No podía distinguir a la persona porque sólo
veía la parte trasera del carro y la silueta del individuo desde atrás.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
El hombre puso las manos sobre el timón, echó su cuerpo hacia atrás
como acomodándose un poco, y dijo muy seriamente:
Pero en ese instante descubrí que Ernesto Sábato, el escritor que yo que-
ría conocer de manera personal y directa, no había terminado de hablar.
En camino estaba una segunda frase que cambiaría todo el universo a
mi alrededor. Dijo con más cordialidad:
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Y aunque al comienzo no fue fácil poder conectarme con él, todo el des-
enlace fue maravilloso. Poder pasar toda una tarde con él, conversando
y acompañándolo en su rutina semanal, conocer su estudio donde segu-
ramente pasaba horas y horas, fue un privilegio excepcional. Un regalo
del cielo. Borges era otra cosa.
Aquí el asunto debía ser más formal. Borges me inspiraba más respeto,
no porque fuera mejor que Sábato, sino porque Borges tenía mucha más
prensa, fama y mitos a su alrededor. En lo posible, debía darle un trata-
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Durante las horas, largas y tediosas, que llevaba ahí sentado como un
espía profesional, tomando y tomando café, pude notar que del edificio
de Borges habían salido exactamente diecisiete personas: Cinco hom-
bres adultos, tres señoras adultas, dos parejas, tres jóvenes y dos niños.
Pero, en el mismo tiempo habían ingresado 32 personas en total. Estaba
absolutamente seguro de que ninguno de los que salieron, ni de los que
entraron, se parecían a Jorge Luis Borges.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Al otro lado, una mujer con voz educada contestó amablemente. Inme-
diatamente yo dije que quería hablar con el escritor. Ella dijo:
Ella dijo, con una respuesta programada en todas las casas de la gente
famosa. O por lo menos de los escritores famosos que yo me había aven-
turado a conocer en persona:
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Volví a timbrar.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Cuando terminó de abrir, sin decir nada, pasé por un lado de su cuer-
pecito y me le adelanté. Entré al edificio con mucha seguridad. Como si
conociera el terreno. Como si viviera en ese edificio. Pude notar que la
mujer se quedó mirándome, pero me vio tan seguro que no se atrevió a
preguntar absolutamente nada. Enmudecida, solo atinó a seguirme con
su mirada anciana y soñolienta.
Comencé a subir con mucha propiedad las escaleras centrales con for-
ma de caracol del edificio. El papel que tenía en mi mano me indicaba
buscar el apartamento de Borges en el cuarto piso. La mujer, con su
taconeo arrítmico, se esfumó poco a poco en algún rincón del primer
piso.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Llegué hasta otra puerta de la cocina que daba hacia la parte interior
del apartamento.
Entonces escuché voces en el fondo, en lo que podía ser la sala del apar-
tamento. No entendía claramente lo que hablaban, pero sabía que eran
un hombre y una mujer. Era una conversación muy familiar. Hasta ese
momento no se percataban de que había un intruso dentro de su casa.
¡Pero, nada peligroso!
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
seguía sin regresar. Llegué hasta una cortina y ahora las voces se escu-
chaban perfectamente. Ahora hice una pausa y respiré profundo.
—Buenas noches...
Y rápidamente agregué:
—Disculpen mi interrupción...
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
—Joven...
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Y agregué:
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Estando todavía en Buenos Aires, una mañana cualquiera, llamé por te-
léfono al amigo de la brasileña, le expliqué acerca de nuestro encuentro
en el bus que venía desde Lima a Santiago. El me atendió con cortesía
y concerté una cita con él en su casa. Fue otro largo viaje, en medio de
una Buenos Aires gris y lluviosa, para ir hacia las afueras de la ciudad.
Donde este hombre vivía era un barrio viejo con casas muy grandes y
bastante retirado del centro de la gran ciudad. Llegué justo a la hora del
compromiso. Estaba tocando a la puerta de su casa, eran más o menos
las seis de la tarde, cuando detrás de mí escuché la voz de una mujer
que gritaba:
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Luego dijo:
—Yo soñé con este momento hace muchos años. Exacto. Lo vi a usted
tocando a la puerta de mi casa, y yo sabía que por fin mi maestro había
llegado. Es impresionante... la misma ropa... la misma figura... exacto lo
que vi...
Luego ella llevó las manos a su cara y apretando su rostro con fuerza
suspiró y agregó:
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Ella accedió, pero por la mirada que tenía no estaba muy a gusto. Mien-
tras los dos avanzábamos hacia la parte de atrás ella corrió a su habi-
tación a buscar documentos y algunos libros, pero muy especialmente
unos papeles donde tenía escrito el sueño que hablaba de la llegada de su
maestro a la puerta de su casa. Poco tiempo después la mujer nos alcan-
zó en un corredor estrecho, tomó mi mano, la besó, y trató de retenerla
un buen tiempo. Luego quiso que yo mirara un papel amarillento y que
leyera con mis propios ojos el asunto del sueño. Hasta que su sobrino me
empujó hacía la parte de atrás de la casa y la obligó a soltarme. Los dos
forcejearon por un breve momento hasta que ella se dio por vencida.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
—Hay una gran inversión en esas estanterías —dije por decir algo, por-
que realmente no sabía qué decirle. Lo tenía todo para ser feliz. Muy feliz.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
muy privilegiado. A pesar de ser tan joven, tenía dinero de sobra, había
viajado por el mundo y tenía acceso a tantas cosas que otros no proba-
rían a lo largo de toda su vida. De pronto, hizo una pausa e interrumpió
mis pensamientos.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
—¡Llévese todos los libros que quiera!. Ya no los necesito ni los quiero.
Todo esto lo voy a regalar la próxima semana... o a botar a la basura. No
quiero más ataduras con nada. Ni con personas, ni con trabajo, ni con el
dinero, ni con mi familia. Quiero ser libre...
Más adelante agregó, con una sonrisa cínica en la comisura de sus la-
bios:
Cuando salí, muy tarde ya, quise despedirme de su anciana tía, mi supuesta
discípula, pero el sueño la había vencido. Sentí lástima de que no pudiera
ver por última vez a su “su maestro”. Me hubiera gustado haber conversado
un poco más con ella y darle un poco de aliento y esperanza para que es-
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Más adelante, en el Uruguay, tuve que dejar todos los libros en una casa
donde me alojaron temporalmente, con la promesa de que algún día
volvería por ellos. Obviamente, nunca regresé. Mi cruz compuesta de
poetas, versos, escritores, párrafos e historias quedó enterrada en ese
pequeño país.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
En este teatro las puertas estaban abiertas de par en par. Sentí curiosi-
dad por asomarme un instante para saber qué era lo que estaban anun-
ciando con bombos y platillos, pero la verdad es que no tenía ningún
interés serio en quedarme o participar del evento, fuera el tema que fue-
ra. Mas bien, era una manera de gastar el poco tiempo que me sobraba
del día antes de llegar a la casona vieja donde me estaba hospedando a
un par de cuadras de El obelisco.
Ahora estaba de retorno y desandando mis pasos del día por calles dife-
rentes, cansado y hambriento. Ya me había saturado de tantas calles y
esquinas con nombres de generales, artistas, gobernantes, familias im-
portantes y gente que, al parecer, había marcado la historia de la ciudad.
Y de la nación argentina.
Él rondaba los sesenta años, y yo los veintitrés. Pienso que su tono amis-
toso tuvo que ver con mi juventud. Al verme observando la cartelera
pienso que le hubiera gustado que todos los jóvenes del mundo se inte-
resaran en su música. Y en su arte con el bandoneón.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Después del saludo inicial me extendió una invitación para que asistiera
esa misma noche. Yo mostré algo de interés en el tema pero al mismo
tiempo le comenté que lo más seguro era que no podría asistir. Enton-
ces, en ese momento, sin saber realmente cuál era su nivel de impor-
tancia en la música argentina e internacional, establecimos un breve
diálogo. Informal y espontáneo.
Además, estaba muy corto de dinero y debía guardar lo poco que tenía
porque estaba a punto de abandonar la gran Buenos Aires. Sólo estaba
esperando la señal de La Voz para mi partida que, por cierto, se estaba
demorando más allá de mis cálculos. Y ya comenzaba a inquietarme.
Pude intuir que ese señor de las fotos con el bandoneón era otro ar-
gentino buscador de la verdad como yo y tantos otros latinos. Pude in-
tuir también que mientras yo viajaba de nación en nación, de ciudad en
ciudad y de esquina en esquina, por Suramérica, buscando el verdade-
ro sentido de la vida, él hacía lo mismo en medio de un mar de notas
musicales y partituras. Igualmente, en experimentos musicales, grupos,
violines, pianos, guitarras, violonchelos y cantantes de tango. Estoy se-
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guro que ese hombre que me miró con ojos serenos y profundos nunca
detuvo su búsqueda. Nunca encontró la nota final.
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Uruguay
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Una mujer medianamente madura y un niño de unos diez años que es-
taban comprando sus boletos también miraron. Comencé a pensar que
no fue buena idea cargar con todo el peso de la literatura universal a
mis espaldas. Me acerqué a la ventanilla, y aunque la mujer y el niño no
habían terminado su compra, le pregunté a la joven cuánto costaba el
boleto hasta el otro lado del río. Ella me dio la cifra y entonces me fui
hacia un rincón para contar los billetes que los jóvenes pusieron en mis
manos. Me faltaba un cuarenta por ciento.
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—¡Señor!... señor...
—¡Señor!...Señor...
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Abrí mis dos ojos y me incorporé sobre el asiento. Vi que quien acababa
de retornar a la oficina era el niño que acompañaba a la señora. Yo había
visto cuando salieron. ¿Qué estaba haciendo el niño allí solito? ¿Y qué
pretendía dándome dos golpecitos en mi hombro y llamándome de la
ultratumba soñolienta?
—¿Qué dices?
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
—¿Quiere?
El segundo tramo
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me dio mi compañero de viaje fue hablar con el conductor del bus para
persuadirlo de que me llevara gratis; al fin y al cabo, esa era la realidad
de un mochilero que viaja por el mundo sin patrocinios ni padrinos de
viaje. Así lo hice.
Tomó aire hasta llenar completamente sus pulmones, y dijo más tran-
quilo:
—Entre todos los pasajeros del bus que lo vimos caminando... pagamos
su boleto.
Y para que yo no tuviera ninguna duda, me señaló hacia el bus y dijo con
gran entusiasmo y una risotada:
Cuando me subí al bus, con gran dificultad por el peso de los libros en
mi mochila, la gente comenzó a aplaudir y a gritar. De un momento a
otro, una mujer gritó a todo pulmón:
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Cuando llegué a la casa del joven me encontré con una familia humil-
de. Su casa se veía sencilla, y pobre, pero al mismo tiempo impecable
dentro de sus posibilidades. El chico a quien buscaba no estaba en la
casa.
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Brasil
Casi no puedo entrar al Brasil. Fue el lugar donde más trabas me pusie-
ron a mi llegada a la frontera. Esta entrada al Brasil no era muy concurri-
da, y a esa hora estaba completamente vacía. Me pidieron que mostrara
el dinero y no llevaba dinero. Me preguntaron quién me iba a recibir,
dónde me iba a alojar y cómo me iba a sostener durante mi estadía en
territorio brasileño, pero yo no tenía respuestas honestas. Tenía una re-
puesta mentirosa que había preparado desde antes. Yo era consciente,
lo que estaba haciendo no era correcto. Fingiendo que no entendía bien
el idioma, al final saqué mi “As de oro”.
Cada vez que iba a pasar una frontera yo mismo redactaba una carta
como si el jefe de redacción del periódico me estuviera felicitando por
las crónicas que había enviado de mi recorrido anterior y me estuviera
motivando a enviar las crónicas del nuevo país a donde iba a entrar. Y,
además, decía en su redacción que una vez estuviera instalado podría
esperar tranquilo el giro para que pudiera trabajar cómodo. En ninguna
de las fronteras anteriores me habían llevado al extremo de usar un re-
curso fraudulento. Brasil sí lo logró.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
La tarde estaba calurosa y seca. No pasaban muchos carros por esa ca-
rretera. Me paré con mi mochila a la orilla del camino y ponía la mano a
cuanto vehículo pasara. El calor estaba insoportable. Ni los camiones ni
los autos estaban interesados en un mochilero sudoroso, hambriento y
sediento. Creo que pasé un par de horas esperando. Estaba perdiendo la
esperanza cuando a lo lejos vi venir un Volkswagen escarabajo de color
verde. En realidad, era muy pequeño, lento y además viejo. Le puse la
mano clamando auxilio. Alguien debía rescatarme del sol inclemente.
Mi alma se alegró cuando vi que el escarabajo se detuvo varios metros
adelante.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
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Cuando esto ocurría, a lo largo del viaje fue una constante, me deja-
ba llevar por ese impulso. Cada vez que obedecía a ese sentir interno y
profundo, después confirmaba que eran exactamente las personas con
las que tenía que contactarme. O, en otros casos, ellas venían hacia mí.
Algo fuera de lo normal. Cada vez estaba más convencido que el mundo
sobrenatural era real y tangible. Lo estaba experimentando. Viviendo
día a día. No podía negarlo.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
que deambulaba por los andenes de las calles concurridas vivía con el
motor acelerado. Cada uno quería llegar a algún lugar importante, sin
perder un segundo de tiempo en el desplazamiento obligatorio. Nunca
había visto algo semejante.
Cuando le dije que tenía 23 años, ella frenó en seco, se dio media vuelta
y con los ojos bien abiertos levantó su mano, me señaló con su dedo
índice y me dijo con contundencia:
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Preferí que ella concluyera que no estaba tratando con un turista adine-
rado, sino con un mochilero. Sin plata y sin tarjeta de crédito. Aunque
finalmente tuve que aclararle que efectivamente yo era un periodista,
pero no tenía dinero para pagar un hotel. Que mi viaje era inusual por-
que viajaba de lugar en lugar a la buena de Dios... a la aventura... a dedo,
“a carona”, como dirían en Brasil. Finalmente, me entendió.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Sería precisamente en São Paulo donde tendría contacto con dos co-
rrientes espirituales absolutamente opuestas. En la primera tuvo que
ver la directora del lugar campestre donde estaba ahora y con la que me
iba a encontrar en breves minutos. La segunda, tiempo después al salir
de este lugar, terminé trasladándome a lo que sería un templo hindú, un
Asrham de una secta hindú la cual tenía un centro de operaciones en
São Paulo. Entré a ese lugar por curiosidad espiritual, pues ya que no po-
día viajar a la India como alguna vez había sido mi sueño, sí podía palpar
un poco su filosofía y sus costumbres. Puedo afirmar que, además de la
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Como era lógico, ella terminó hablándome, como lo veremos más ade-
lante, de su cristianismo. Pero a mí, Jesús ya había dejado de gustarme
desde mucho tiempo atrás. Me resistía y me negaba a seguir a un líder
que, como un cordero, sin resistirse ni pelear, se dejó crucificar en una
cruz. No quería que mi líder espiritual fuera un debilucho. Pensaba
que yo merecía algo más trascendental. Realmente quería seguir a un
líder que realmente fuera un superhéroe. Valiente y victorioso. No un
cobarde. Por tal razón, cualquier mensaje acerca de Jesús era repelido
en mi mente. Me resistía a aceptarlo. Prefería enfocarme en los maes-
tros del yoga, la India, China y otras frecuencias del espíritu distintas
al tal Jesús.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
En ese momento no entendí varios de los puntos del mensaje que ella
me habló. Mi mente estaba bloqueada, y mi espíritu en ese momento no
se identificó con su mensaje. Todo lo que ella, y otras personas me die-
ron acerca de Jesús, era verdad, pero esas semillas no germinaron en ese
momento sino en el futuro. Se cumplió el adagio de que unos siembran y
otros recogen. Por otro camino y de otra manera, me volvería a conectar
con el mismo mensaje. Entonces, ya estaría en mejores condiciones es-
pirituales para aceptarlo, vivirlo y compartirlo con otros. En fin, hacerlo
parte de mi vida.
Ella me explicó que aquel lugar era un antiguo Instituto Bíblico Wes-
leyano. Y me contó su larga historia con pelos y señales. Wesley fue un
misionero inglés que trajo un avivamiento en Europa. Ese ministerio se
extendió al Brasil, y en ese lugar donde estábamos ahora, por mucho
tiempo, funcionó un instituto bíblico donde se enseñó la Biblia y la fe en
Jesucristo a cientos de misioneros cristianos de Brasil y Latinoamérica.
Pero, el énfasis no era únicamente tener una fe ciega como el catoli-
cismo pregonaba, sino una fe inteligente basada en las verdades de la
Biblia. Además de experimentar el poder del Espíritu Santo.
Con los años, por temas financieros, cerraron el instituto bíblico, y fi-
nalmente lo convirtieron en un hotel cinco estrellas y un jardín infantil
muy exclusivo. El hotel sólo tenía espacio para seis habitaciones muy
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Fue precisamente esta mujer, la directora del instituto bíblico, con quien
pude intercambiar algunas ideas en los asuntos espirituales, aunque no
necesariamente estábamos de acuerdo. La palabra que salió del cora-
zón y del espíritu de esta mujer no volvió vacía. A continuación, narraré
nuestro encuentro, aclarando que el tema espiritual lo abordamos en
varias entrevistas. Siempre estuvo dispuesta a enseñarme sin presión y
sin manipulación.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
—¿Por qué?
—Veintitrés... ¿Y usted?
—Creo que desde niño —afirmé—. Pienso que la vida debe ser otra
cosa más vital, más emocionante, más vida. De un momento a otro
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
todo se volvió rutinario, monótono, sin sentido. Creo que debe haber
algo más allá de simplemente nacer, crecer, reproducirse y morir...
¡Cómo las vacas!
—¿Hasta cuándo?
Ella continuó:
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
—No es normal que alguien viaje así. Tiene que ocurrir algo muy impor-
tante dentro de la persona para tomar una decisión como esa. ¡Abando-
narlo todo... trabajo... esposa... hijo... su ciudad!
—¡El problema —dijo con una mueca en su boca y apoyada con sus ma-
nos expresivas— es que buscamos a Dios en todos los lugares donde Él
no está!
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
—Para conocer al Padre, hay que hacerlo de acuerdo con los diseños
que Él estableció. El Padre mismo estableció que es necesario conocer
primero a su Hijo Jesucristo. Y su Hijo Jesucristo es quien nos da a cono-
cer al Padre... ¡No hay otra manera!
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
—No puedo aceptar y no puedo seguir a Jesús. Un líder que se deja ma-
tar sin poner ninguna resistencia. No se defendió... no se liberó de la
cruz... No mató a los soldados romanos y no huyó de sus garras... No
quiero seguir a un cobarde...
—Porque así son los diseños del Padre. Él le reveló a Moisés el Taber-
náculo. Allí está el proceso, el mapa para encontrar la perla de gran
precio.
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—Sí. En su primera venida tenía que cumplir la hoja de ruta del Padre
y dejarse sacrificar sin poner resistencia para que su sangre limpiara el
pecado de la humanidad. Incluyendo los míos y los suyos. En su segun-
da venida ya no viene como Cordero, sino como Juez, Señor y Rey.
Ella siguió hilando un concepto con otro casi que con naturalidad. Te-
nía sus ideas bien organizadas. Las palabras le fluían libremente como
un chorro de agua consistente y abundante. Generoso...
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
—Cristo quiere vivir dentro de usted y dentro de mí... a través del Espí-
ritu Santo.
—¿Está entendiendo?
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—¡Sí!
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
—La Biblia dice todo lo contrario y hace las cosas más fáciles —afirmó
ella.
—¿Fáciles?
Luego ella recitó de memoria un pasaje. Unos años más adelante descu-
briría que era Colosenses 2:13-14.
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—¿Así no más?
—¿Sólo por creer? —afirmé con sarcasmo—. Y... ¿Cómo hago para creer
en algo que no entiendo o no estoy de acuerdo?
La miré a los ojos y le hablé con toda la sinceridad que podía sacar de
mi interior:
Ella respondió:
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Sentí algo de vergüenza e hice el amago de retirarme para que ella pu-
diera reunirse con su familia.
Finalmente ella agregó con algo de sarcasmo, pero matizado con una
sonrisa franca:
Unos pocos días antes de tener que abandonar el instituto bíblico, yendo
para el centro de Sao Paulo, tres hombres vestidos con túnicas de color
naranja se subieron al ómnibus para repartir propaganda de su comuni-
dad hindú. Pertenecían a un grupo que, después lo sabría por mi mamá
brasileña, estaba tomando mucha fuerza en Brasil. Se llamaban los Hare
Krishna. Muchos jóvenes estaban siendo enganchados. Por muchos lu-
gares de la ciudad se veían grupos de quince o veinte muchachos y mu-
chachas cantando y tocando unos tambores alargados que colgaban del
cuello del que los ejecutaba. Los demás estrellaban, una y otra vez, unas
pequeñas campanillas acompañando el ritmo de los tambores.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Ahora, no podía echarme para atrás, todo iba a cambiar más allá de
mis cálculos. Como tenía el cabello bastante largo, un afro de crespos
bastantes crecidos, debía ir donde el peluquero del templo para que me
dejara completamente rapado y con solo una colita larga en la parte de
atrás. Mi identidad, que había cultivado por tiempos, se esfumó mos-
trándome ahora en el espejo a un tipo sin pelo, y sin bigote. Me costaba
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
La cocina tenía dos áreas. Una donde se preparaban manjares para las
deidades guardadas con mucho recelo en el templo. Estos dioses per-
manecían escondidos detrás de unas lujosas cortinas y unos escapara-
tes adornados al estilo hindú. Los manjares se les servían en horarios
estrictos. Se cerraban las cortinas, para que disfrutaran sus banquetes
en privado. Media hora después, se abrían las cortinas y se retiraba la
comida intacta. Supuestamente, las deidades comían en el espíritu.
Luego esos jugosos platillos iban a parar a la mesa privada del director
del templo y de algunos de los directivos. Ellos no comían en el espíritu,
sino de verdad. No dejaban nada en los platos. La otra cocina se destina-
ba para preparar los alimentos de los monjes del templo.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
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No entendía nada en absoluto. No tuve otra cosa que hacer que acep-
tar resignado. Pero desde allí, sin proponérmelo, tuve acceso a muchas
áreas de esa comunidad. Penetrar algunos círculos vedados a los demás.
Y, sobre todo, pude entender algunos movimientos y dinámicas reales
de lo que sucedía por dentro.
Lo más terrible que presencié con mis propios ojos es que aquellos jó-
venes que estaban pasando por su despertar sexual eran manipulados
y eran obligados a casarse, no con las jóvenes como ellos, sino con mu-
jeres muy mayores que podían doblarles la edad. Les escogían las más
gordas y descuidadas dizque para ayudarles a matar la tentación y no
cayeran “en maya”, como le llaman los Hare Krishna a las tentaciones
terrenales.
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Se Inicia el Regreso a Casa
Por esos días recibí una carta de mi esposa donde me contaba algunas
cosas que habían sucedido en la familia. Ella no me escribía a una di-
rección concreta sino a una unidad postal que se llamaba Poste Restante
y que en ese tiempo existía en todos los correos de las naciones. Espe-
cialmente en las ciudades principales. Allí llegaban todas las cartas que
decían la ciudad, pero no tenían una dirección precisa. Bastaba con dar
el nombre para recibir la correspondencia. Yo había calculado las fechas
en que iba a estar en Lima, Santiago, Buenos Aires, Montevideo o São
Paulo y le había avisado con mucho tiempo de anterioridad. Era la única
manera de comunicarnos. Algunas cartas se demoraban hasta un mes o
más para llegar a su destino.
En la carta que me llegó a São Paulo llegó una foto de mi hijo Juan Carlos
con ya casi tres años. Yo lo había dejado de un año y medio largo. Lo que
más me impactó en la foto fue que el niño estaba con un pie montando
en un patín, mientras se impulsaba con el otro pie. Toda la nostalgia
que no había sentido por mi familia en todos estos meses se me vino
encima. Me oprimió por varios días. Me descubrí llorando varias veces
y anhelando volver a casa. El continente se me había acabado en Brasil.
¿A dónde ir ahora? La verdad es que ya estaba cansado y no encontraba
hacia dónde dirigirme. Entonces entendí que era el tiempo de iniciar el
retorno.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Con uno de los monjes chilenos que estaba en ese templo decidimos
ir desde São Paulo hasta Chile, al templo de los Hare Krishna de una
población cercana a Santiago, denominada Puente Alto. Allí pasé poco
tiempo, pero pude ver que las religiones no cambian los corazones. Pre-
sencié adentro lo que fácilmente también encontraba afuera. La ava-
ricia, la lucha por el poder, la política y la manipulación eran el pan de
cada día. Fui testigo ocular de fuertes peleas a puño limpio de algunos
líderes por ocupar posiciones privilegiadas.
Cuando fui a hablar con los líderes espirituales del templo para comen-
tarles mi disposición de regresar a mi nación y restablecer mi hogar,
escuché de sus labios los argumentos más bajos que haya podido escu-
char de un sacerdote. Me bombardearon y trataron de atormentar mi
mente diciendo que mi esposa ya no me esperaba y con seguridad ya
tenía otros hombres en su vida. A pesar de todo, yo me mantuve firme
en la decisión de retornar.
Al final, para recoger la suma que necesitaba para regresar en bus desde
Santiago a Cali, con una duración de 7 días, ellos me dieron la opción de
vender incienso y libros. Durante un par de meses cumplí la penitencia
de subirme a los buses de Santiago y vender materiales de una secta
que prácticamente ya no me importaba mucho. Pero dejó algo bueno,
una lección, mi obsesión por la India, sus maestros, su filosofía y sus
prácticas... perdieron el brillo y la atracción que antes me obsesionaban.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Una vez en Cali, poco a poco me fui adaptando nuevamente a mis lazos
familiares, y ellos también a mí. Fue un proceso lento. La alegría de Juan
Carlos con ya tres años y su derroche de vida me infundieron una nueva
esperanza. Una razón más para continuar el viaje de la vida y luchar con
ganas por salir adelante. Betty y él se convirtieron en un motor que me
hacía avanzar sin importar las circunstancias. Ahora veía claramente
dos razones muy importantes para seguir luchando.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Aun así, en ese viaje de casi un año y medio sacié muchas de mis ex-
pectativas, quemé algunos paradigmas y mi mente se amplió poderosa-
mente. Estaba más tranquilo. Satisfecho de haber logrado la hazaña de
haber cruzado varias fronteras sin tener que depender del factor dinero.
Incursionando en la publicidad
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
No todos los que han pasado por ahí, como mi familia y yo, salen ilesos,
y pueden vivir para contarlo. Muchos quedan atrapados y encarcelados
en prisiones emocionales, mentales, espirituales y sicológicas. Solo los
que logran escapar de sus tentáculos engañosos pueden advertir a otros
acerca de los riesgos a que se exponen las personas que por curiosidad,
necesidad o engaño entran a este mundo tenebroso. Yo entré por la ne-
cesidad de encontrar una ayuda, pero el remedio fue peor que la enfer-
medad. ¡Voz de alerta para algunos curiosos!
Unos días antes de llegar a una decisión definitiva, traté de buscar una
solución. Le dije a Betty que por más que quisiéramos arreglar nuestra
situación, nosotros mismos no podríamos hacerlo. Necesitábamos la
ayuda de alguien diferente a nosotros. Una especie de intermediario
que nos diera pautas y dirección sobre cómo manejar la situación, que
cada vez empeoraba más y más. Requeríamos un árbitro. Un juez im-
parcial.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Por un largo rato estuve concentrado. Todo el mundo guardó silencio se-
pulcral. La expectativa sobre el nuevo médium era enorme. Al comienzo
no fue fácil. Luego me fui relajando, todo se armonizó en la medida que
me fui concentrando. Todo comenzó a ser paz y silencio y poco a poco
comencé a desconectarme del entorno.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Por un momento quise darles gusto a mis tías y continuar con la idea,
pero algunas alarmas se prendieron dentro de mi ser. Algo, creo que mi
intuición, me dio una voz de alerta y de peligro inminente. Entonces, de
manera voluntaria, decidí detener el asunto e intempestivamente me
puse de pie, y dije, para disimular, que no me sentía nada bien. Argu-
menté que tenía un fuerte dolor de cabeza y que era mejor dejar el ex-
perimento para otro día. Dije para mí mismo nunca más lo intentaré de
nuevo. La presencia que sentí en el ambiente cargaba varios quilates de
oscuridad. Los pelos se me pusieron de punta.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Cuando terminó la sesión yo no sabía qué era verdad y qué no. Sospecha-
ba que la médium, que había conocido a mi tía, estaba usando su figura
para darle más credibilidad a su mensaje y orientar nuestra confianza
hacia ella. Y aunque yo también guardaba mucha incredulidad sobre el
asunto, al igual que Betty, y bastante escepticismo, acepté mi responsa-
bilidad y decidí tratar de obedecer a la anciana que tanto se preocupaba
por su sobrino, al punto de venir del más allá para arreglar mis asuntos
privados y personales. De cierta forma, quedé altamente agradecido.
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Parte 1. La búsqueda del Dios Vivo
Torpemente, llegué a pensar que Dios estaba de nuestro lado. Y que nos
amaba profundamente, ya que nos enviaba cada semana uno o dos emi-
sarios suyos, que una vez llegaban, se identifican con nombre propio.
Tuvimos la visita de varias vírgenes, próceres de la historia, santos del
santoral católico, políticos, papas, médicos y expresidentes de nuestra
nación, etc.
El santo que más nos visitaba, en teoría, era supuestamente San Fran-
cisco de Asís. Cada que este hacía su entrada, el médium de la familia
adoptaba una posición humilde y un tono de voz más suave y religioso.
Hablaba con mucho amor repartiéndoles consejos a todos los asisten-
tes. Y como si todo esto fuera poco, nos fueron llevando a creer que
éramos un grupo especial seleccionado por Dios, para misiones muy
especiales y exclusivas. Nuestra supuesta disposición y entrega había
llamado la atención del cielo. Y por eso tendríamos mayor considera-
ción que los muchos otros grupos que hacían lo mismo que nosotros.
Creíamos, engañados, que ahora estábamos viviendo a dos cuadras del
cielo. Muy cerca del trono de Dios. Y pronto la ingenuidad nos iba a
salir cara.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
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Los dos Últimos
Maestros de la India
Kirpal y Yogananda
La cita era en el viejo Hotel Aristi. Me las arreglé para que mi jefe me
permitiera escaparme temprano y poder llegar puntual a la conferencia.
Pero cuando llegué me llevé la sorpresa de que no había boletas dispo-
nibles para entrar. Todas estaban vendidas. No se conseguía ninguna
por ningún precio.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Di varias vueltas cerca del hotel, calculando de qué manera entrar sin ne-
cesidad de boleta. Miré hacia todos lados buscando alguna puerta para
entrar sin ser visto por los funcionarios del hotel o por los organizadores.
No había ni puertas, ni ventanas ni rendijas por donde pudiera colarme.
Decepcionado, me paré en la puerta principal del hotel con la esperan-
za de que alguno de los organizadores fuera alguien conocido y pudiera
ayudarme a entrar. Pero nadie estaba dispuesto a ayudarme. Y entre los
seguidores de Kirpal no tenía ni un solo amigo. Ni siquiera conocidos.
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
tos de asistentes que debían ir apareciendo. Pensé que tenía entre quince
y veinte minutos para relajarme. Me recosté y me puse lo más cómodo
posible, sobre el asiento. Cerré mis ojos para terminar de relajarme.
Primera visión
De golpe, apareció una visión: vi, con los ojos cerrados, el techo de ese
mismo auditorio, y arriba en el centro del cielo raso había una especie
de ventana con un marco de mármol. Era un espacio abierto comple-
tamente. No tenía vidrio y al fondo se veía el cielo estrellado. Pero en
una esquina del marco de mármol vi a Jesús de Nazaret de pie, que me
miraba serenamente pero como si me reclamara algo con su mirada y
me preguntara con su silencio:
Yo quedé atónito. No supe qué hacer, no supe qué decir. No era una mi-
rada amable. Más bien era una mirada de reproche. En ese momento,
una voz fuerte salió por los parlantes dando la bienvenida a la audien-
cia. Luego presentaron al hijo del maestro Kirpal de la India. Contaron
una corta historia del maestro padre y algunas de sus anécdotas.
Aunque yo estaba intrigado con la visión que acaba de tener con Jesús
de Nazaret, traté de ponerme a tono con la reunión y lo que el gurú he-
redero iba a enseñarnos. Ahora el auditorio estaba a reventar.
La sesión de meditación con las luces apagadas duró unos treinta mi-
nutos. El silencio era profundo y especialmente respetuoso. La gente
trataba de producir el menor ruido posible.
201
La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Segunda visión
Entonces tuve una segunda visión con Jesús:
202
Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
potencia. Caminé hasta mi casa con paso lento, sin prisa. Llegué casi a
la media noche. No podía quitarme la mirada de Jesús en mis ojos. ¿Qué
quiso decirme?
El maestro Yogananda
Poco tiempo atrás, otra agencia de Cali me había contratado. Pagó to-
dos mis gastos de traslado desde Bogotá. Pero tres meses después recibí
una llamada de esta agencia de Medellín ofreciéndome el 20% más de
sueldo que tuviera en ese momento. Yo les respondí que no, porque aca-
baba de llegar y la agencia de Cali había corrido con todos los costos.
Me avergonzaba abandonar un lugar de trabajo por una pequeña suma
de dinero.
203
La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
—Váyase...
Luego agregó:
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
205
La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Lo primero que hizo fue pedir perdón una y otra vez por las constan-
tes evasivas y el incumplimiento de sus promesas de llamarme. Y me
explicó que realmente no es que no hubiera podido reunirse conmigo,
sino que... no quería hacerlo. La verdad, me tomó por sorpresa tanta
sinceridad. Pero al ver mi insistencia en el tema, llamada tras llamada,
mínimo una vez a la semana, decidió sincerarse conmigo. Y para eso
estaba ahí.
Después de que dijo esto, parecía que hubiera descansado de una te-
rrible carga que llevaba por dentro. Con mucha educación y tacto, me
animó a seguir en mi búsqueda espiritual, pero aclaró que no podía
seguirse comunicando conmigo porque él no tenía lo que yo buscaba.
Después, guardó un silencio respetuoso. Amable.
206
Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
207
PARTE 2
EL ENCUENTRO
CON EL DIOS VIVO
211
Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie
conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el
Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.
Mateo 11:27 RVR 1960
213
La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Dos, las dos visiones que tuve en la conferencia del hijo del maestro Kir-
pal, de la India. En la primera visión vi a Jesús parado en una especie de
ventana de mármol. Él me miraba triste, como reprochándome por es-
tar en ese lugar. Y en la segunda visión, esa misma noche, en ese mismo
evento, cuando vi a Jesús adolorido, compungido, mientras era llevado
por dos discípulos que lo sostenían a lado y lado. En su rostro expresaba
algo similar al dolor de una alta traición. En ese instante nuestras miradas
se encontraron, la de Jesús y la mía, como cuando su discípulo Pedro ya
214
Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
lo había negado tres veces. En ese momento pude sentir su dolor, pero no
capté que era yo el que en esta ocasión lo estaba traicionando.
Para entonces corría el año 1981. Vivía con mi esposa Betty y mi hijo
Juan Carlos en una ciudad pequeña llamada Envigado, a unos pocos
kilómetros de Medellín. Trabajaba en una agencia de publicidad como
copywriter. Y aunque, aparentemente, todo estaba en orden, tenía un
buen trabajo, una buena posición y ganaba muy bien, las cosas no esta-
ban marchando como debían ser.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
—Dios, usted creó todo lo que existe: Los cielos, la tierra, las montañas.
¡Absolutamente todo!
¿No podría decirme cuál es el camino? ¿En quién debo creer? ¿A quién
de todos es que debo seguir? —hice un último esfuerzo y expresé:
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¡Toc! ¡toc! ¡toc!
“abre tu puerta porque hoy he llegado a tu vida”
Primer sueño
Recuerdo que era el año 1981. Esa misma noche tuve el primer sue-
ño, que sería el inicio de una serie de experiencias desconectadas unas
de otras, no hubo un orden lógico ni cronológico. Pero este conjunto
de experiencias impactó mi vida, dejando huellas profundas. Estacas
firmes clavadas en mi corazón. Y me fueron dibujando la realidad del
Señor Jesús resucitado y glorificado. Y, además, me devolvieron la espe-
ranza. Saber que efectivamente había un Dios vivo que podía escuchar
mis oraciones desesperadas cambió todos mis paradigmas de incredu-
lidad. Y de dudas. Una luz resplandeciente apareció en el firmamento.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
las cosas que me sucedían con Jesús, varias de las cuales, yo aún, no les
había hallado sentido. Y sí que lo tenían.
El sueño fue muy nítido. Claro. Y muy intenso. Era una producción cine-
matográfica casi real. Y viva. He aquí el sueño tal y como fue:
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
Estaba vestido con una túnica sencilla. Su cabello era largo, con
profundas ondulaciones. Curiosamente, no tenía barba. Su piel,
fresca y lozana. No hizo nada extraordinario. Tan solo quería ase-
gurarse de que yo supiera que Él estaba ahí, en la puerta de mi
propia casa. Más aún, quería dejarme claro que había llegado el
día y la hora de nuestro encuentro después de tantos laberintos
oscuros y vacíos. Era Él. No había ninguna duda.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Y cuando abrí la puerta, Jesús entró a mi casa con una actitud hu-
milde. Serena. Guardando profundo silencio. Por un instante sus
ojos siguieron clavados en los míos. Todo parecía indicar que el
Señor Jesús ya conocía el interior de mi casa antes de llamar a la
puerta. Ya tenía el croquis de todas las habitaciones. Sabía dónde
estaba cada cosa, cada espacio. Ahora me vi caminando detrás
de Él en un corto corredor. Él sabía claramente a dónde dirigirse.
Y caminó hasta una de las habitaciones de mi casa que permane-
cía desocupada. Entró y cerró la puerta detrás de Él. Hubo abso-
luto silencio. Profundo.
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
—¡Vamos!
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
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“Tú tienes dos
caminos en tu vida”
Segundo sueño
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
El sueño continuó...
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
Al mismo tiempo que digo esta frase, estiro mi mano derecha con
fuerza hacia adelante. Al instante, veo que de mi mano salen rayos
como de corriente eléctrica muy poderosos y ejecutan la orden que
acabo de dar en el nombre de Jesús.
La redirección de Dios
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
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“No estás preparado”
Tercer sueño
Como tenía algunas dudas acerca del tema de “el tiempo de comenzar
a servir a Dios”, decidí buscar algún lugar solitario para tener un tiempo
de oración y poder preguntarle a Dios acerca de si era el momento o no.
O si era necesario esperar.
Fuimos hasta allí en una mañana hermosa y soleada. Era un lugar pre-
cioso y llamativo por el sinnúmero de rocas gigantes regadas en un gran
campo verde. Tenía la esperanza de que Dios contestara una pregunta
que ardía en mi corazón: ¿Es el tiempo de comenzar a servirte? Los dos
tomamos caminos diferentes para orar a solas. Yo me metí debajo de
una gran roca y hablé con Dios solicitando confirmación sobre el tiem-
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Esa misma noche iba a ser sorprendido con otro sueño que me confir-
maría que Dios sí escuchó mi oración y que la propuesta iba a llegar, no
en mis tiempos y tampoco a mi manera, sino a su manera y a la hora
en que yo ya no esperaba nada. Aprendí una gran lección acerca de la
dependencia de Dios. El sueño fue el siguiente:
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
—Tú todavía temes... el qué comer y el qué vestir. ¡No estás prepa-
rado!
Con esta respuesta, un poco tardía para mi gusto, pero clara y precisa,
entendí que yo no estaba preparado para lanzarme al ministerio como
pensaba. En realidad, aunque entendía muy bien acerca de su realidad,
sabía muy poco sobre Jesús escrituralmente. Todavía no era un cristiano
convertido, no había ingresado al Cuerpo de Cristo y mi fe aún no se en-
focaba del todo en Jesucristo. Realmente no sabía dónde estaba parado.
Pasarían diez largos años para iniciar un primer trabajo en la obra del
Señor. Pronto, a través de las circunstancias que viví en la parte laboral
y en distintas áreas de mi vida, mi carácter fue tratado en extremo. Mi
corazón sanado, en parte, del rechazo y del egocentrismo. Entendí que
faltaba mucho tiempo para iniciar un ministerio y predicar el evangelio
de Jesucristo.
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“Yo soy el camino, la
verdad y la vida... y no
quieres creerme”
Cuarto sueño
Durante largo tiempo había querido irme de camping con mis peque-
ños hijos y con mi esposa. Quería que ellos empezaran a amar la na-
turaleza y disfrutaran del campo, aunque fuera de vez en cuando. Un
compañero de la agencia de publicidad me ofreció venderme una carpa
con capacidad para una familia. Era de segunda, pero estaba en buen
estado. No lo dudé ni un segundo, se la compré.
Entonces llamé a otros familiares que también tenían carpa y los invi-
té para que el siguiente fin de semana nos fuéramos de camping al río
Pance en las afueras de Cali. Fuimos tres familias con tres carpas. Yo iba
adelante en el carro, bordeando el río en busca de un paraje bonito y que
tuviera buena sombra. Iba distraído observando cada paraje, para ver en
qué lugar podíamos levantar las toldas, pero nos faltaba mucho camino
por recorrer. Los otros familiares nos seguían en sus vehículos. De un
momento a otro, escuché nuevamente La Voz que me dijo:
—¡ Junto a la carpa!
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
hermoso que había visto hasta ahora. Me sentí mal al ubicarme donde
otros ya se habían establecido.
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
en su sitio. Me mentalicé para pasar una mala noche. ¿Por qué razón La
Voz me había dicho: “junto a la carpa”?
Luego, yo le dije:
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
Pero en este éxtasis había algo extraño. El espíritu del joven no fue des-
plazado como en el espiritismo, sino que era una especie de inspiración.
Él hacía cosas que un médium del espiritismo no podía hacer, porque
estos quedaban desconectados, pero el joven estaba completamente
consciente. Por ejemplo, podía rascarse la piel de su brazo debido a los
mosquitos de la noche, observar a las personas, cambiar el tema, hacer
una pausa y luego continuar. Él estaba ahí con su conciencia intacta y
sus cinco sentidos en su lugar.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Pero el episodio que más recordé fue el de la directora del Instituto bí-
blico de São Paulo. También las dos visiones con Jesús cuando vino a
Cali el hijo del maestro Kirpal. En una me miraba desde una ventana de
mármol como haciéndome un reproche por estar en ese lugar, y en la
otra lo veía adolorido, llevado por dos discípulos, y su dolor se debía a
una alta traición. Y finalmente recordé al líder del maestro Yogananda
que había renunciado a dieciocho años de yoga para regresar a Cristo.
Vi como se me había mostrado la puerta varias veces, pero yo no había
respondido a su invitación. Tampoco sabía cómo hacerlo.
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
por Él allí en ese lugar? ¿Él los había traído desde Bogotá el mismo día y
a la misma hora en que yo iba a llegar con mi familia? ¿Era una jugada
perfecta del ajedrez divino? Necesitaba que Él mismo aclarara las cosas.
Él directamente... sin intermediarios.
Luego añadí:
—Como una prueba de que usted los puso ahí... yo quiero de lo que ellos
tienen: hablan de usted con convicción... hablan un idioma extraño...
afirman cosas a las personas como si fuera Dios mismo el que habla...
Me gustaría experimentar todo eso...
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Entonces, entendí que Dios si los puso allí. Era una cita divina. Los mu-
chachos habían sido traídos desde Bogotá para cumplir una misión es-
pecial. No eran tres ángeles, eran tres hombres de carne y hueso, tres
alfiles, o torres, o peones, del ajedrez divino. Finalmente, pude parar
conscientemente. Poco a poco, el motor se fue apagando. Aunque sor-
prendido, me tranquilicé. Entonces, decidí ir un poco más allá.
Mi gran temor era que una experiencia como esta se estuviera dando
por causa de mi profesión como un creativo de publicidad, al que le pa-
gaban por pensar o imaginarse cualquier cosa. Imaginar era mi trabajo
y mi actividad diaria. Cotidiana. Me pagaban para que pensara, creara o
inventara cualquier cosa para las campañas de publicidad. Fácilmente,
podría quedarme con la sensación de que esta no era una experiencia
sobrenatural, sino producto de mi creatividad. De mi imaginación. Y no
quería quedarme con esa incertidumbre.
—Así no, Señor... porque yo los vi... y los escuché hablar en un idioma
similar. Tal vez inconscientemente los estoy imitando.
Quería asegurarme de que esta era una verdadera conexión con el cielo.
No un momento emocional. Si no aclaraba las cosas de una vez por to-
das, el resto de mi vida viviría lleno de dudas. Necesitaba asegurarme de
que era Dios mismo quien propició toda esta situación.
—Como no quiero tener ninguna duda, quiero pedirle algo muy espe-
cial. Y es que usted me responda una pregunta de manera directa. Hay
algo que ha estado inquietando mi vida.
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
La pregunta es:
Después, agregué:
Yo sentía curiosidad por los diseños tan variados que tenían todas
las medallas en sus discos metálicos. Entonces decidí acercarme
para verlas en primer plano. La mayoría eran de metal y de un
color dorado semejante al oro puro. Todas eran atractivas al ojo
humano. Al aproximarme, descubrí que en realidad no eran me-
dallas olímpicas sino los logo-símbolos que representaban a dis-
tintas religiones, sectas y filosofías. A unas las conocía bastante
bien, pero había otras que realmente no distinguía. Nunca las ha-
bía visto.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Era una situación curiosa, pues por ese tiempo estaba incursio-
nando en el budismo zen. Ya había leído algunos libros. Me pa-
recía una gran casualidad que ahora frente a mis ojos tuviera un
maestro zen original, verdadero, dispuesto a resolver mis inquietu-
des y mis dudas. ¿Qué podría preguntarle? ¿Cuál sería la pregunta
más trascendental e importante?
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Este sueño me sorprendió mucho más que las otras experiencias espi-
rituales que había tenido. Aunque otras más vendrían en camino. Pero
esta fue una respuesta concreta a una pregunta concreta y precisa. La
pregunta que yo hice fue: ¿Por qué no lo encuentro, si lo busco tanto?
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
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“Toma por gracia
Todo lo que yo te doy”
—Toma por gracia todo lo que yo te doy, porque el único que quita o
pone algo sobre la tierra es mi Padre.
Fue una voz clara, pausada y serena. Esa frase quedó grabada en lo más
profundo de mi ser. No recuerdo haberla oído con mis oídos, sino con
todo mi ser interior. Allá en lo más profundo. Corrí a tomar papel y lápiz,
escribí la frase completa para que no se me olvidara. Entonces comencé
a tratar de entender su significado. Y la verdad... no entendí lo que La
Voz me quiso decir.
Estaba seguro de La Voz, del mensaje y del autor. Pero en ese momento
yo no sabía lo que significaba la palabra “Gracia”, desde la perspectiva
bíblica. Nunca había escuchado una exposición acerca de ese tema. La
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
—Toma por gracia todo lo que yo te doy, porque el que quita o pone algo
en la tierra es mi Padre.
Todas las noches de esa semana, al regresar del trabajo como creativo
de publicidad, después de saludar a la familia y comer, tomaba una du-
cha y me iba a mi cojín de oración. Durante toda esa semana escuché
la voz de Dios en lo más profundo de mi corazón. Me habló con frases
muy cortas, pero muy precisas, acerca de diferentes aspectos. ¡Estaba
emocionado!
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Luego agregó:
—Todos... todos... se van a dar cuenta de que realmente usted está loco.
Incluso, los compañeros de trabajo en la agencia de publicidad... la fa-
milia ... los vecinos.
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
En ese momento las tinieblas se vinieron con otro argumento tan gran-
de como una aplanadora.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
—Señor, si aquí donde estoy, en la ciudad de Cali, en una calle del ba-
rrio Los Cámbulos a las ocho de la noche... usted me muestra la cita
exacta de la biblia donde dijo el joven del camping... que las lenguas de
fuego cayeron sobre sus discípulos... usted es Dios y realmente me ha
estado hablando.
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
Mi primera reacción —nunca había tenido una visión en vivo tan real y
clara— fue soltar una carcajada. Y pensé: “Estoy tan loco, tan loco, que
yo mismo me estoy inventando la cita bíblica”. Pero luego reflexioné: ¡Y
qué tal que esa sea la cita exacta...! ¿No sería maravilloso? Simplemente
confirmaría que Dios sí me estaba hablando. ¿Qué hacer?
Esta ha sido una guerra que he librado toda mi vida. Para contrarrestar
el temor, la duda y la incredulidad que me atacan de vez en cuando,
debo volver a la Palabra de Dios y recordar las distintas experiencias
que me han demostrado su realidad.
Ahora, más que nunca, estaba seguro de que Jesús es el Señor y el Dios
vivo...
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“Levanta tu alabanza
porque mi padre está
presto a escucharla”
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Por alguna razón que no recuerdo, ese día salí más temprano que de
costumbre del trabajo. Me encontré con un grupo de amigos. Ellos esta-
ban tomando licor, algo normal en la ciudad de Cali. Y aunque normal-
mente yo no tomaba, me uní a ellos y me tomé un par de copas. Des-
pués me vi arrastrado por una serie de circunstancias que me llevaron a
desordenarme y a pecar de manera consciente. Un acto de inmoralidad
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
Pero mientras caminaba, en esta ocasión sentí que algo nuevo es-
taba pasando en mi interior: Tenía gran cargo de conciencia. Algo
que normalmente no me sucedía. Una voz interna, suave y apacible,
comenzó a reconvenirme y a mostrarme la gravedad de lo que había
acontecido. Y me impelía a hablar al Señor, mientras seguía avanzan-
do, en arrepentimiento, confesando los hechos acontecidos, y pidién-
dole perdón.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
El pequeño salón con las luces apagadas, estaba lleno de gente. Como
pude, me paré en un extremo de una hilera de personas que estaban de
pie. Bueno, todos estaban de pie y con los brazos levantados. Y cantan-
do como si estuvieran en el cielo mismo. El ambiente espiritual era muy
fuerte, parecía que todos estaban en la misma presencia de Dios. Sin
embargo, yo me sentía como “mosco en leche”.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
del planeta Tierra. Me aseguré de que mis brazos estuvieran abajo todo
el tiempo. Era lo que me merecía a causa de mi maldad. La alabanza
fluía cada vez con más fuerza. Tampoco me atrevía a cantar como ellos,
un pecador recién desempacado como yo no se atrevería a cantarle a
Dios.
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
Supe que esas frases eran para mí. Sólo para mí. Lo que más me sor-
prendió es que el Padre estaba “presto” a escuchar la alabanza. ¿De cuál
de todos los presentes si todos estaban alabando? ¿Él se estaba refirien-
do a mí, el menos digno del lugar?
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
264
Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
En ese momento Harold salió con un sobre que tenía que entregarle
al hombre y yo regresé a mi oficina. Ahora mi mente estaba despeja-
da, pero también mi corazón estaba inquieto. Por qué razón un hombre
que no me conoce, así no más, me habla de otro individuo al que Cristo
le funciona. Era una sensación extraña. Una semana después, recibí la
llamada de un desconocido en mi oficina. Se identificó como Primo An-
drés Cajiao. Me saludó de manera muy cordial y educada. Después me
dijo:
—Sí, me pasan muchas cosas con Él, pero no sé realmente qué es lo que
debo hacer al respecto.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
El agregó:
—Me dijo por teléfono... que le pasan algunas cosas con Él. ¿No es así?
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
Luego me dijo:
—¿Usted sabía que algunas de las cosas que Jesús le habló o recibió en
sus experiencias... están escritas en la Biblia?
Por ejemplo:
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Me explicó que los viernes en la noche en su casa tenía una célula con
un grupo de amigos. Y que allí estudiaban algunos temas bíblicos.
Entonces dijo:
Cuando Primo Andrés salió listo para ir a su iglesia, le comenté que ha-
bía cambiado de planes y que decidía más bien acompañarlo a su reu-
nión. Se alegró muchísimo.
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Cristianos en el vecindario
Esperé un largo rato. La gente que estaba en esa reunión cantaba con el
corazón. Y aunque trataban de no hacer mucho ruido, por la hora, era
evidente que estaban adorando a Dios. Mi corazón se alegró de saber
que había otras personas cercanas a mi casa, que seguramente conocía,
que también estaban conectadas con Jesús, quien ahora también era mi
Salvador.
270
Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
Unas quince personas, las que estaban en la vigilia, se alegraron de que al-
guien más se sumara al tiempo de oración y alabanza. Me sentía viviendo
en el libro de los Hechos de los apóstoles. Para mi sorpresa, los habitantes
de esa casa eran unos nuevos inquilinos. Y pude reconocer al padre de fami-
lia, quien había sido mi profesor de química en el segundo año de bachille-
rato, en el colegio Cárdenas de Palmira, mi ciudad natal. Recordamos viejos
tiempos. Y nos alegramos de ahora encontrarnos en los caminos de Dios.
Ellos no formaban parte de una congregación como tal, sino que se mo-
vían como un grupo espontáneo y abierto. Su pasión era ir a evangelizar.
Por un tiempo yo formé parte de este equipo apasionado por pescar al-
mas para el Señor. Fue un tiempo poderoso, maravilloso y fuera de serie.
El bautismo en agua
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Fue un tiempo de mucha felicidad para mí. Podía ver cómo aquellos que
recibían a Jesús en sus corazones, en su mayoría quedaban conectados
con el Dios vivo y real. Pero, igualmente, lo que más me emocionaba
era saber que el Señor Jesús comenzaba a revelarse también a ellos por
sueños, visiones y experiencias sobrenaturales muy diversas. El mensaje
que yo sabía transmitir era: “Jesucristo está vivo”. Y si me ha funcionado
a mí, también le puede funcionar a otros. Y les funcionaba.
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
La estrategia de evangelismo
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“Céntrate en mí
y en mi palabra”
Quinto sueño
Desde entonces tome una decisión radical. Entregué a Jesús todas las
bibliotecas, libros y conocimiento esotérico que había acumulado a lo
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
La Voz dijo:
Los árboles bonsái estaban de moda y eran muy apreciados por la gente.
Lucían muy bien en las casas y en las oficinas. Seguí caminando y un
par de cuadras más adelante recibiría la revelación de lo que acababa
de escuchar. Palabras más y palabras menos, el sentido era el siguiente:
Como cristiano no había crecido de una manera normal. Simplemente,
era algo decorativo, con un fruto sólo ornamental. Mi fruto no tenía nin-
guna sustancia. No era alimento para nadie... era diminuto.
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
Esto me dejó muy preocupado. No bastaba con saber que Jesucristo era
el Dios vivo. Y era el Dios real. Había algo más que debía hacer para que
mis frutos fueran frutos de verdad.
Después me dijo:
Como ya había escuchado, una semana atrás el tema de: “Tu eres un
cristiano bonsái”, me dispuse para, por lo menos, ir a conocer esa iglesia
especial. La verdad es que no quería adquirir compromisos con ninguna
institución humana. Me repelían los reclutamientos masivos. Pero veía
la necesidad de dar fruto verdadero, y no sólo dar “fruticos decorativos”
como los árboles bonsái.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
Pero debo reconocer que el pastor Marcos López hizo tres cosas por
mí que ningún otro pastor hizo ni antes ni después: En primer lugar, un
domingo después del culto, me estaba esperando en la puerta con un
libro en la mano. Como yo era de los primeros que salían, o mejor, me
escapaba de la reunión, de manera cordial se atravesó en mi camino con
el objetivo de entregarme lo que tenía en sus manos.
Me dijo:
Pero debo confesar que varios años después tuve que ir a las librerías
cristianas a buscar ese libro, y otros similares, para saber cómo podría
salir de la depresión que había venido sobre mi vida. Ese pastor descu-
brió con anticipación esa grieta y otras más en mi carácter. El trató de
ayudarme, pero yo no estaba preparado para recibir esa ayuda. En ese
momento no la veía necesaria. Yo tenía varios problemas, heridas del
pasado, problemas de rechazo, orgullo, rebeldía, independencia, crítica
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
Bueno, la verdad es que más tarde entendí algunas cosas que hasta en-
tonces no había captado y tampoco nadie me había explicado. El pastor
Marcos no estaba enfocado en ver mis talentos y dones fluyendo a favor
de su ministerio y de la extensión del evangelio. Él tenía una visión más
integral y menos parcial. Lo que él y su esposa Martha realmente esta-
ban viendo en mí eran algunos faltantes que había en mi carácter. Hasta
entonces yo no me percataba de ese asunto.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
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Parte 2. El encuentro con el Dios Vivo
Ese día entendí algo poderoso que marcaría mi vida: ¡Dios respalda a
sus pastores!
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Desiertos, silencios,
ofensas y aguijones
Sexto sueño
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
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Parte 3. El llamado para servir al Dios Vivo
Ahora mi mente tenía que ser renovada cada día. Mi carácter, reparado.
Todo mi sistema de creencias, pensamientos y argumentos cambiaría
radicalmente a través de La Biblia, la cual se convertiría en mi nuevo
manual de pensamiento y conducta. Mi manual de funciones. La Pa-
labra de Dios renovaría poco a poco mi manera de ver, pensar, sentir y
avanzar por la vida.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Por esta razón, más de una vez mis decisiones radicales y muy espiri-
tuales de caminar por la línea recta se vieron truncadas. No pasaban
de ser buenas intenciones. Habría muchos zigzags en esos avances. Mi
naturaleza tenía muchas herencias familiares y estas debían ser desa-
rraigadas, paso a paso. La verdad es que, en mis fuerzas, pocas veces
pude caminar completamente derecho, pero la misericordia y el perdón
de Dios, y su amor extrañamente profundo, extrañamente persistente,
extrañamente latente, me sostuvo. Y enderezó mis pasos, no una, sino
cientos de veces, aunque siendo sincero, ocasionalmente todavía pierdo
el equilibrio. Los que están a mi alrededor lo saben.
Todavía no entiendo el por qué de algunas cosas. Pero El Dios vivo calla
de amor. No me reprocha para maldecirme, me espera. Me alienta. Me
anima. Y lo sigue haciendo vez tras vez. Todavía no entiendo por qué a
mí me ha tocado librar una batalla titánica con mi propia carne. Conmi-
go mismo. ¿A todos los creyentes les pasan las mismas cosas? No lo sé.
De lo que sí estoy seguro es que he visto con mis propios ojos su miseri-
cordia derrochada, su perdón inagotable y su inmenso amor. Cada vez
que he fallado Él me ha levantado. Me ha dado una nueva oportunidad.
Y le ruego a diario que no me suelte de su mano.
Por mucho tiempo no entendí lo que esto significaba. Pero con los años
pude entender lo que el apóstol Pablo expresó en Romanos 7:24: “¿Quién
me librará de este cuerpo de muerte? Lo que no quiero hacer eso hago...”.
Pablo entendió que no podía ser fuerte por sí mismo. Necesitaba de
Dios para mantenerse firme.
La Biblia, en Santiago 5:17 dice: “Elías era hombre sujeto a pasiones seme-
jantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió
sobre la tierra por tres años y seis meses”. La Biblia no explica qué tipo de
pasiones. Dios lo usó, pero su carne estaba ahí para recordarle que no
dependía de sus propias fuerzas, sino de Dios.
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¿Cuál es mi misión en la tierra?
También el Rey David parece haber entendido algo similar, cuando ex-
presó en el Salmo 51: “ No quites de mí tu Santo Espíritu. Mi pecado está
siempre delante de mí, límpiame y seré limpio, esconde tu rostro de mi
pecado, lávame y seré más blanco que la nieve entonces enseñaré a los
transgresores tus caminos”.
A pesar de que Dios era muy bueno conmigo, yo sentía que no podía
darle la medida. Me tuve que unir al coro de Elías, David y el apóstol
Pablo, a quien el Señor le dejó un aguijón en su carne, un mensajero
de Satanás para que lo abofeteara una y otra vez. Por esta razón, final-
mente Pablo afirma: “Miserable de mí ¿quién me librará de este cuerpo
de muerte?” Y reconoce que sólo Jesucristo puede hacerlo. Él no pudo
hacerlo por sí mismo.
Recuerdo el monólogo que una vez, recién convertido, tuve con el Señor
Jesucristo. Yo estaba muy preocupado por la marcada tendencia de mi
carne y mi alma para inclinarse al pecado. Con gran sorpresa veía que
yo no necesitaba ser tentado, sino que yo mismo buscaba la tentación.
Corría a ella. ¿Por qué tanta perversidad en mi corazón?
Con los ojos cerrados durante este tiempo de sinceridad, tuve una vi-
sión espiritual que trajo un poco de tranquilidad a mi vida y a mi con-
ciencia. La visión fue la siguiente:
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
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Dos predicadores famosos
Impacto Profundo
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
El poste no era cualquier poste. Parecía más la valla publicitaria del pue-
blo que otra cosa. Era en ese lugar donde se colocaba la publicidad de
todos los eventos. Cada nueva actividad era anunciada colocando de
manera ordinaria su afiche sobre los otros anuncios de las semanas y
los meses anteriores. Allí se colocaba toda clase de propaganda: política,
promociones, eventos y todo tipo de actividades culturales y religiosas.
Con el sol y el agua de las lluvias torrenciales constantes, los afiches per-
dían sus mensajes originales y sus letras de colores intensos apenas que-
daban convertidos en tonos pálidos y casi que ilegibles. Poco a poco se
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Parte 3. El llamado para servir al Dios Vivo
La sensación que tenía, como una corazonada, era que había una cita
divina programada con ese hombre desde el cielo. Era urgente que ha-
blara con él antes de que comenzara su actividad en el estadio de fútbol
de Buenaventura. Era hoy o nunca.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
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Parte 3. El llamado para servir al Dios Vivo
ditó por varios días por qué su oración no había sido contestada. ¿Qué
había hecho mal o qué hubo de malo en su oración? No tardó mucho en
entender que la motivación de la oración no era la correcta. En vez de
pedirle a Dios que simplemente lo sanara, lo que pidió fue que se le de-
volviera lo que era antes de la enfermedad: Un míster Atlas que desper-
taba admiración en la gente del mundo con sus músculos. Y eso incluía
no sólo que se le devolvieran los músculos, sino también el orgullo, la
vanidad y una vida disipada.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
¿Qué me impactó del testimonio de este hombre? Que, aunque era re-
conocido a nivel internacional se mantenía humilde. También, que co-
noció a Jesucristo de la misma manera que yo lo estaba conociendo, no
por la doctrina correcta —el conocimiento de la letra o por pertenecer
a la denominación ideal—, sino porque experimentó la realidad del Dios
vivo en su vida y en su cuerpo. También conoció al Dios vivo y real que
escucha las oraciones de los que lo buscan de corazón antes de conocer
a las congregaciones cristianas y a los pastores cristianos.
Con más curiosidad que fe, nos fuimos hacia el lugar para tratar de en-
tender qué era una cruzada de milagros, y especialmente constatar si
ese hombre realmente tenía un don de sanidades como decía la publi-
cidad. Podía ser un farsante. Pero resultaba interesante, fuera verdad
o no. Y como no había otro programa para pasar la noche tratamos de
296
Parte 3. El llamado para servir al Dios Vivo
Y le dije:
—Señor, si yo tengo algo que ver con estos cristianos, le pido una señal.
Y la señal es que ese hombre tan importante que aparece en la publici-
dad, y que tiene un don de sanidades, venga caminando hasta donde yo
estoy... ¡Y me salude!
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
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Parte 3. El llamado para servir al Dios Vivo
—La señora de vestido blanco que está en la fila número siete... el Señor
la va a sanar de artritis.
No podía creer lo que estaban viendo mis ojos. ¡Quedé atónito! Sin pala-
bras y paralizado. La mujer de vestido blanco que bajaba por las gradas
e iban sanar de artritis, no era otra que la esposa de mi amigo Pavolini,
quien ya estaba fuera del lugar esperándome. Ellos estaban separados,
vivían en lugares diferentes y no mantenían ningún tipo de comunica-
ción. La relación de los dos había terminado en malos términos. Por lo
tanto, ninguno de los dos sabía que el otro estaba en esa reunión.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Pero lo que más me impactó en esa noche fue ver a la gente caer hacia
atrás, sin ujieres que los recibieran en sus brazos, se desgonzaban lenta-
mente y sin hacerse daño. Vi, con mis propios ojos, cabezas que habían
rozado las gradas de mármol del auditorio, pero sin provocar ninguna
herida. Era como si alguien invisible hiciera que los cuerpos cayeran
exactamente a pocos centímetros del peligro. La atmósfera espiritual
del lugar era impresionante. Las canciones de fondo y los instrumentos
le daban un toque sobrenatural al lugar.
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“Tú eres hijo del Rey de
reyes... a partir de hoy
yo veo por ti”
La importancia del consejo pastoral
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Y luego agregó:
Nunca imaginé la razón por la cual Dios me había dado ese mensaje. No
sabía por qué ni para qué lo recibía. En ese momento no le vi un senti-
do práctico. Unos minutos más adelante entendería parte del mensaje.
Aunque no del todo.
La mala noticia
Al salir del baño, noté que ya todos los empleados estaban saliendo para
ir a sus casas a la hora del almuerzo. Mi compañero Harold Betancourt,
a quien yo había llevado a trabajar en esa compañía unos seis meses
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Parte 3. El llamado para servir al Dios Vivo
Hizo una pausa prudente. Tomó aire, y dijo algo que me estremeció:
—Y vos estás en la lista... de los diecisiete que tienen que salir de la em-
presa...
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
—“Tú eres hijo del Rey de reyes... A partir de hoy yo veo por ti”.
—¡!!Dios es un faltón!!!
El pastor Devine abrió sus grandes ojos azules con sorpresa. No enten-
día cómo yo podía referirme a Dios en ese tono tan despectivo. Yo no
quería, bajo ningún punto de vista, ocultar mi enojo. Pensaba que, si
Dios realmente me quiso dar una palabra de aliento y protección, no en-
tendía por qué “no me había protegido” cuando en la compañía hicieron
la lista de los diecisiete funcionarios que iban a sacar. En mi confusión
no sabía por qué Dios me estaba fallando no sólo a mí, sino también a
su propia promesa. ¿Se estaba burlando de mí?
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Parte 3. El llamado para servir al Dios Vivo
—¿Le parece amor que no haya intervenido a mi favor? ¿Le parece amor
que me hayan echado a mí, y dejen al compañero que yo mismo había
llevado a la compañía seis meses atrás? Yo mismo llevé mi reemplazo
para que, además, sea él quien me dé la noticia que me van a echar a mí
y lo van a dejar a él. ¿Puede eso ser amor?
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
Él hizo una pausa para que yo digiriera lo que acaba de decirme. Luego
continuó:
—Lo que Él le dio fue una voz de alerta, por lo que usted iba a saber
quince minutos más adelante ¡Lo alertó! Qué privilegio ser alertados
por Dios mismo. ¡Y en un baño... no en la iglesia!
Mi alma descansó. Entendí que uno de los papeles de los pastores era
ayudar a la gente confundida a poner las cosas en la perspectiva co-
rrecta. Acepté la idea de tomarme unas vacaciones, que necesitaba, y
vivir durante ese tiempo con el pago que la compañía me hizo de mis
prestaciones sociales.
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Parte 3. El llamado para servir al Dios Vivo
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
—No es por lo que tú hayas hecho atrás, sino por lo que yo voy a hacer
contigo de hoy en adelante.
—“Tú eres hijo del Rey de reyes, a partir de hoy yo veo por ti”.
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Parte 3. El llamado para servir al Dios Vivo
Y mis cuatro nietos —hasta ahora— Juan Daniel, Luciana, Felipe y Ma-
tías, quienes me rebobinaron la vida y cada día me obligan a reinven-
tarme.
Así he llegado a amarlo. Al punto de poder decir que no se vivir sin Él.
Porque todo en Él deslumbra mi alma y me seduce a seguirlo cada día.
He tenido el privilegio de servirlo, mientras profundizo en el conocerlo.
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La oración que abre
la puerta al Dios vivo
Pero no puedo terminar este libro sin compartir el secreto —la oración
clave— que he compartido con decenas y cientos de personas y que en
un 90%, a pesar de los teólogos, ha sido efectiva para iniciar la conexión
práctica entre ellos y el Dios vivo, el Señor Jesucristo. Son muchos los
testimonios de que con esta sencilla oración hicieron clic... y la luz se
encendió en sus corazones que estaban cubiertos con nubarrones os-
curos. Y con gran desesperanza.
Poco a poco Él les fue dando pistas de que ya formaba parte de su mun-
do interior. En otras palabras, también había aterrizado en sus corazo-
nes como lo hizo conmigo en el año 1991 cuando me mostró el primer
sueño en el que me dijo: Abre tu puerta... porque hoy he llegado a tu
vida. Unos cuantos, han tenido experiencias muy similares a las mías.
Ya varios se han convertido no sólo en discípulos de Jesucristo, sino
también en sus ministros. Después de un tiempo los he visto convertir-
se en pastores, maestros, evangelistas. Y varios de ellos con don profé-
tico. Incluso, ahora varios son más ungidos y entendidos que yo en las
cosas del Reino de Dios. Y eso me alegra.
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La búsqueda desesperada de EL DIOS VIVO Roosevelt Muriel
La oración llave
Antes de hacer esta oración —que sólo es una guía básica porque usted
puede agregar lo que salga espontáneamente de su corazón— piense
que el Señor está frente a usted. Ahora recuerde el pasaje de apocalipsis
3:20, donde Él mismo dijo:
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Parte 3. El llamado para servir al Dios Vivo
También le pido, que, por favor, haga que su Espíritu Santo tam-
bién entre en mi corazón. Y me acompañe todos los días de mi vida.
Nota: Si en los días después de hacer esta sentida oración usted comien-
za a experimentar una nueva esperanza, un nuevo gozo y percibe que
el Señor Jesucristo ha comenzado a formar parte de su vida porque co-
mienza a dar pequeños visos de su realidad, no vacile en escribirme. Me
gustaría acompañarle en el proceso que sigue a continuación hasta que
sus pies sean afirmados sobre La Roca. Quizás pueda aportarle algunos
tips que ayuden a fortalecer su fe.
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Epílogo
Una aclaración importante
Él es El Señor, Juez, Rey y Dios que actúa cuando quiere y como quiere. Y
en su sola potestad decide a quien bendice y a quien no. A quien sube y
a quien baja. Él quita y pone los reyes de la tierra. El quién, cuándo, cómo,
dónde y por qué, pertenecen a la exclusiva esfera de su soberanía.
Con esto quiero aclarar —y para ello quiero ser muy honesto— que las
experiencias consignadas en este libro “La Búsqueda desesperada del
Dios vivo” no siguieron siendo de ninguna manera permanentes. Ni dia-
rias. Mentiría si afirmara algo así. Los sueños y las visiones no siguieron
ocurriendo todo el tiempo.
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Estimado lector:
Gracias por haber llegado hasta aquí. Le invito a explorar otras aventuras
con el Dios vivo, Jesucristo, las cuales trataré de compartir en los libros que
están a punto de ser publicados.
labusqueda@rooseveltmuriel.com
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