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George Martins, puesto en el trance de amueblar su hogar, pens que a una
mujercita, la suya, acostumbrada al confort, por lo menos en teora, no le vendra
mal una amplia butaca en la que descabezar un sueecito, o hacer crochet, o leer a
Walter Scott, que para todo sirve.
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Y George Martins, hombre dinmico y a quien nada se le pone por delante*, se
lanz, ni corto ni perezoso*, a la bsqueda de su butaca, vamos, de la butaca de la
seora Martins, que ya tena un hijo que era el vivo retrato de su padre, etc.
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George Martins recorri los almacenes neoyorquinos hasta que en uno de ellos
no podemos precisar en cul se top con una butaca que era, exactamente, la
que l haba soado: una butaca amplia, slida, de aspecto inmejorable, bien
tapizada, con flexibles muelles, de elegante lnea; una butaca, en fin, de setenta y
cinco dlares, lo que tampoco es mucho si se va a ver para semejante butaca.
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Gomo George Martins, hombre ordenado, no tena setenta y cinco dlares
dispuestos para gastrselos en la butaca de Mrs. Martns, opt por llevrsela sin
pagar, frmula mal vista, cierto es, pero conocida en todas las latitudes.
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Con la butaca en su casa, el ex combatiente George Martins empez a contarse a s
mismo la bella fbula del hogar recin erigido y pronto ocupado por su vstago y
por su mujer, que ya venan navegando por la mar abajo, camino de la nueva
patria.
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Qu contenta se va a poner Fulanita se deca George mirando para el techo
cuando se vea instalada en su butaca. Yo creo que no echar nada de menos a su
amada y bien instalada Inglaterra...
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Seor juez le dijo, sea usted clemente con mi marido. Mi marido, aunque haya
robado esa butaca, no es un ladrn. Mi marido, lo nico que quiso fue instalarme un
poco cmoda. Perdnelo usted y, sobre todo, procuren que no se enteren en
Inglaterra: es una cosa que siempre dara lugar a murmuraciones...
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La noticia de la agencia no nos dice cul fue la determinacin del juez. Pero si el
juez tiene un fondo de ternura o un mnimo sentido del humor, acabar enviando a
Martins a su casa, a contemplar, con el corazn transido de tristeza, el sitio que
ocupara, en tiempos mejores, la hermosa butaca de su mujer.
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